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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Kala Bhansali Sáb Ene 28, 2017 7:38 am

Acompañada por su tío, Kala emprendió el camino desde el campamento a la ciudad. Él tenía que hacer algunos encargos en distintas casas y locales, y ella quería visitar el mercado para hacerse con algunas provisiones que le empezaban a faltar. Caminaba alegremente cogida de su brazo charlando de todo lo que se les iba ocurriendo fuera cual fuera el tema. No importaba, cualquier cosa valía para entablar una conversación con él.

Llegaron al cruce que llevaba, por un lado, a la plaza del mercado y, por el otro, a la zona residencial de París. Rajesh se despidió con el clásico beso en la mejilla, seguido de un fuerte abrazo, y le recordó que se verían allí mismo para volver a casa. A Kala no le gustaba caminar sola por la ciudad, pero aún quedaba un rato de luz en el que nada malo podría pasarle. O al menos eso pensaba ella.

Caminó entre los puestos escuchando la enorme diversidad de lenguas que se hablaban allí. Aunque el recinto donde se concentraba no era excesivamente grande, era el punto central donde se reunían la mayor parte de las personas de la capital. Allí poco importaba la clase social a la que pertenecieses; tanto pobres como ricos acudían allí para llenar sus alacenas o para conseguir algo que llevarse a la boca. Incluso los artistas callejeros aprovechaban la ocasión para realizar sus trucos y sacarse así unas cuantas monedas extra.

La gitana estaba frente a un puesto de fruta cuando escuchó de pronto los gritos de uno de los tenderos que había tras ella. Todo el mundo se giró para ver cómo un niño pequeño corría con algo bajo el brazo, probablemente robado. Unos gendarmes intentaron darle alcance, pero un hombre se interpuso entre ellos y el crío, permitiendo que éste se escapara entre la multitud. Los policías, furiosos por haber sido interrumpidos, intentaron llevar detenido al hombre, pero él opuso resistencia ayudado por más gente que poco a poco se iba uniendo a la trifulca. Llegaron más agentes y estalló el caos, convirtiendo aquello en una auténtica batalla campal. Kala corrió en dirección contraria con el único objetivo de salir de allí sin sufrir daño alguno. No era la primera vez que se veía en una situación así, y tampoco sería la primera que recibiera un golpe por no marcharse a tiempo. Más gente pensó como ella y corrían todos en la misma dirección como si fuera un rebaño guiado por el pastor. No se fijaba por donde corría, tan sólo quería dejar atrás los gritos y el sonido de los golpes. Una piedra mal colocada la hizo tropezar, torciéndose un tobillo y cayendo de rodillas, magullándose una de ellas. Cojeando, siguió corriendo evitando las peleas que se iban formando en el camino entre más gendarmes que acudían a la plaza y la gente que se cruzaba en su camino.

Paró de correr cuando los gritos cesaron. Respiraba agitadamente debido al esfuerzo y sentía un dolor agudo en el costado. Se inclinó hacia delante apoyando las manos sobre los muslos y recuperando el aliento. Mientras esperaba, levantó la falda para mirarse la rodilla; la caída le había hecho un raspón que le escocía cada vez más. Del tobillo ni se acordaba. Se acercó a una fuente que había no lejos de donde se encontraba y se limpió la herida con suavidad. Después miró a su alrededor. No reconocía la calle en la que se encontraba, ni tampoco los aledaños. Suspiró.

Comenzó a caminar buscando una zona conocida desde la que poder guiarse para salir de allí, pero cuanto más caminaba más perdida se sentía. La luz iba bajando poco a poco y la gitana se sentía cada vez más inquieta. Aceleró el ritmo de sus pasos de manera inconsciente, girando en las esquinas y buscando calles anchas que le dieran seguridad, pero terminó parándose en mitad de una estrecha calle con el cielo teñido de un azul oscuro.

Genial —murmuró.
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Mensaje por Invitado Jue Feb 09, 2017 2:48 pm

Para los sensibles oídos de Miklós, el sonido rasposo de su incipiente barba contra el muslo de la cortesana entre cuyas piernas había terminado se le antojaba casi insoportable, tan horriblemente intenso que le estaba produciendo migraña. ¿O era, más bien, la ausencia de opio la responsable de ese tamborileo incesante en su cabeza? Porque, aunque no quisiera reconocerlo, después de la larga temporada que llevaba sumido en la calma que le proporcionaban los opiáceos, renunciar a ellos lo habían convertido en un ser absolutamente enmonado, que necesitaba hundirse en cualquier cosa, lo que fuera, hasta el cuerpo de una mujer hermosa, para conseguir el mismo efecto. Lo cierto era que realmente ni él mismo sabía por qué había decidido parar con la droga, tan fácil de conseguir como el rapé; simplemente sabía que lo había hecho, y que, como consecuencia, había terminado en un burdel, ¡de cualquiera de todos los sitios posibles precisamente! Aunque realmente no era tan raro que Miklós se entregara a los placeres de la carne, sí lo era cuando, y lo había comprobado varias veces de forma empírica, cada mujer con la que se cruzaba tenía un mismo rostro, que él conocía tan bien que hasta con los ojos cerrados sería capaz de dibujar. Tal vez intentando romper con esa dinámica, el húngaro había decidido reincidir, porque a tozudo no lo ganaba nadie, y quizá de ese modo lo consiguiera. Hasta el momento, el veredicto, efectivamente, había sido positivo, pero los excesivos estímulos sensoriales que él captaba, como si no se hubiera transformado bien en persona desde la última vez que había sido un gato gigante, lo hacían pensar demasiado, y si pensaba, la veía. Por tanto, para evitarse el mal trago, decidió volcarse de lleno en la tarea que tenía entre manos, tan literalmente que le habría dolido de no ser porque estaba ocupado dando y recibiendo placer, momentáneamente liberado de las cadenas que él mismo había sido responsable de ponerse. Cómo no… Era sadomasoquista; ¿acaso alguien esperaba otra cosa de él?

Así pues, el revolcón (los revolcones, de hecho, porque él jamás se conformaba con uno solo) llegó a su fin, y también lo hizo su estancia con una mujer tan opuesta a su Imara que la sola idea de que pudiera llegar a confundirlas solamente podía hacer dudar de su escasa estabilidad mental. En cuanto dejó los billetes sobre el cuerpo dormido de la mujer, el húngaro se escabulló como si se avergonzara de ella, cuando lo hacía de sí mismo, y era precisamente en momentos como aquellos en los que realmente se arrepentía de su profundo deseo de sentir algo, lo que fuera, pues la vergüenza no era algo que estuviera precisamente ansioso por experimentar. Dios, desde siempre, se había caracterizado por un humor particularmente cruel cuando se trataba de él, pero como pecador plenamente consciente de que lo era, Miklós jamás había llegado a esperar que se le tuviera piedad, o incluso un mínimo de humana consideración. Por eso, a sabiendas de que estaba solo y solo seguiría aunque hubiera descubierto, en París, a más familia de la que creía que tenía, se encendió uno de los cigarros que había conseguido gracias a un trabajador de la tabacalera, que los vendía baratos; el humo le tapó el rostro, creando una cortina tras la cual se permitió ocultarse un instante, lo que le llevó decidir qué haría a continuación: vagabundear sin rumbo hasta encontrar dónde caerse muerto, o si no, simplemente dormido. Indiferentemente, pues, a todo estímulo externo, Miklós comenzó a arrastrar los pies, convenciéndose de poner uno detrás del otro tras un largo debate mental que solamente le llevaba en torno a medio segundo, y así fue como inició el camino que lo llevó a otro tiempo, otro lugar y otro momento, hasta si seguía en el presente, en París y tras un encuentro pasional con una prostituta oriental. – ¿Kala…? – preguntó, con el ceño fruncido, y se permitió mirar a su alrededor, únicamente para darse cuenta de que se encontraba en un callejón, igual que ella lo había estado desde vete tú a saber cuándo.

¿Qué demonios había hecho él mal para que, sin excepción, París le presentara, en los peores momentos, rostros conocidos de su pasado…? O, mejor dicho, ¿qué había hecho cambiar de opinión a Dios para presentarle a alguien que no le provocaría, o eso esperaba, más necesidad de hundirse en los opiáceos de la que ya tenía…?
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Mensaje por Kala Bhansali Sáb Feb 18, 2017 11:20 am

El callejón se extendía frente a ella con una iluminación tenue que lo único que conseguía era hacer que la joven quisiera echar a correr en cualquier dirección. Seguía parada en mitad de la callejuela, mirando hacia todos los lados, desde el cielo oscuro hasta los adoquines de la calzada. No se oía ni siquiera el susurro del viento. Comenzó a caminar de nuevo con paso renqueante. La rodilla le dolía, pero sabía que hasta que no llegara a un lugar más transitado, detenerse no sería buena idea.

No había dado ni dos pasos cuando el sonido de una botella rota le llegó desde su espalda. Se giró de golpe. Lo siguiente que escuchó fue el maullido estridente de un gato que echaba a correr en dirección contraria a la suya, y después, silencio. Sólo silencio. Kala tragó saliva, se humedeció los labios y se agarró la falda a la altura que le habían quedado las manos. Tenía que conseguir salir de allí. Sabía que la ciudad no era segura de noche, y no porque lo hubiera vivido en carne propia. En el campamento se contaban historias que bien podían ser sólo leyendas, pero, si uno se tomaba el tiempo de fijarse, había detalles que hacían recapacitar sobre el origen de las mismas. Algunos tomaban a estos cuentacuentos por locos, pero Kala sabía que no todo era mentira. Sí era cierto que adornaban las historias dándoles, quizá, un tono mucho más tenebroso que el que realmente tenían, y el boca a boca sólo conseguía acrecentar ese aura misteriosa que envolvía a todo lo tocante con los seres de la noche, pero la base, la semilla que había originado aquel cuento, era cierta. La gitana lo sabía y no estaba dispuesta a experimentarlo por sí misma.

Se dio la vuelta y siguió su camino, con los ojos clavados en el suelo. Volvió a pararse y se giró para cambiar de dirección, siguiendo al gato que había huído calle arriba. Dio unos pocos pasos, pero se detuvo de nuevo. Cerró los ojos y respiró hondo, intentando centrarse. Cambió de idea por tercera vez, sólo que esta vez, al girarse para seguir el camino inicial, se encontró con la figura de un hombre frente a ella. Dio un respingo y ahogó un grito, tapándose la boca con la mano. El desconocido se había detenido a la sombra entre dos de las luces que alumbraban la calle, con lo que a la gitana le resultó imposible verle el rostro. Quiso dar la vuelta y correr, pero había sido tal el sobresalto que se quedó congelada en el sitio. El hombre se acercaba hacia ella, envuelto en una nube de humo procedente del cigarro que fumaba. Kala creyó que no volvería a ver el campamento, ni a su gente, ni a su tío. ¡Su tío! Estaría esperándola donde siempre, y lo haría eternamente, porque no pensaba que saldría de allí con vida.

Y de pronto, cuando se vio completamente perdida, escuchó su nombre en labios de él.

Entornó los ojos y miró al frente. Dio un paso y luego otro en su dirección, con precaución pero llena de curiosidad. La nube de humo fue disipándose poco a poco, mostrando a aquel que se ocultaba detrás. Lo que vio fue un rostro conocido, un rostro que hacía mucho tiempo que no veía y que, a decir verdad, no pensaba volver a encontrar. Clavó los ojos en él mientras erguía el cuerpo, ya sin miedo, pero tenso igualmente. Flashazos de escenas ocurridas años atrás cruzaron su mente de manera fugaz, imágenes que despertaban viejas sensaciones que hasta ese momento había creído olvidadas. Su mente tardó en reaccionar porque, de todos los hombres que había conocido a lo largo de su vida, él era el que más la había podido sorprender.

¿Miklós? —preguntó, todavía sin estar del todo segura—. Qué... —”¿haces aquí?”, fue a preguntar, algo bastante absurdo, dada la situación—. Sorpresa.

No sabía bien qué decir o qué hacer. Se quedó mirándole de arriba a abajo, observando el casi inexistente paso del tiempo en él. ¿Cuánto había pasado desde la última vez que se vieron? Años, pero Miklós seguía igual —o muy parecido— a como ella le recordaba, al contrario que Kala, que estaría mucho más cambiada en comparación. La gitana sonrió y se rió suavemente mientras negaba con la cabeza. No sabía si aquello había sido mera casualidad o algún extraño juego del destino, pero se alegraba de que fuera él, y no otro, el que la había encontrado allí.

Eres la última persona con la que me esperaba encontrar hoy aquí —comentó, cambiando el peso de pierna y adoptando una postura más natural. Después cruzó los brazos debajo del pecho, encogió los hombros y apretó los labios—. ¿Cómo estás? —dijo finalmente, sólo para comenzar una conversación que desconocía si él querría tener.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 01, 2017 2:09 pm

¿Sorpresa? Efectivamente. ¿La había sentido como tal él, apático como aún permanecía, abrumado en su indiferencia, inerte en cuanto a las emociones gracias a los efectos del opio, del sexo y de sus innumerables traumas? No. Pero si algo se le daba bien a Laborc era mentir y fingir que sentía cuando, en realidad, no lo hacía, así que se permitió sonreírle a la mujer que era como un producto de sus fantasías (cuando éstas no las copaba Imara, claro estaba...) e introducirla en el caos de su vida, consciente de que esa no era una buena decisión. Pero ¿cuándo lo era alguna de las que él tomaba? Se caracterizaba por su impulsividad cada vez que se ponía como un gato enfurecido, que bufaba a diestro y siniestro, e incluso por existir, por el simple hecho de que, como felino, podía pasar de querer ser acariciado a morder en cuestión de segundos. Lógicamente, semejante variedad de actuaciones debía afectar a su capacidad de toma de decisiones, y aunque tal vez eso fuera lo único en lo que Miklós se caracterizara por la lógica, lo cierto es que estaba a punto de cometer otra locura, como era seguir hablando con ella. Por todos los santos, ¿cuánto tiempo había pasado? En una de sus etapas más desvergonzadas, aunque Miklós no se avergonzara precisamente de su pasado (únicamente lo hacía de algo en lo que Kala no tenía nada que ver, aunque también fuera protagonizado por una mujer), se la había cruzado y la había desvirgado, para después marcharse como el reptil que, en el fondo, también era. Entonces ella era casi una niña, claro, y aunque en su cultura las mujeres se desposaran pronto y se introdujeran en lo carnal aún antes de eso, seguía quedándole el regustillo amargo en la parte trasera de la lengua de saberse el que la había corrompido... Aunque ella no pareciera echárselo en cara. Es más, parecía genuinamente alegre de haberlo visto en un callejón cualquiera de la ciudad de París, por lo que ese fingimiento que se había creído que tendría que experimentar antes se tornó, al menos en una pequeña medida, real.

– Qué... hago aquí, ¿no? No me mires así, es lo que cualquiera en nuestras circunstancias preguntaría. – aventuró él, encogiéndose de hombros, y al final incluso se permitió un ligero guiño travieso, como si dentro de él hubiera un adolescente juguetón que estuviera intentando salir a la luz. A propósito, buen ejemplo de la parquedad del húngaro, refiriéndose a su pasado conjunto como “nuestras circunstancias” e ignorando absolutamente el hecho de que Miklós se encontraba deseando cada vez más repetir el pasado que los había unido, aunque sólo fuera llevándola otra vez al lecho. Podía culpar al opio, a tener aún fresco el recuerdo y el sabor de una mujer por la que había pagado (otro acto desvergonzado del que nunca se arrepentía; con razón tenía asumido que iba a ir al Infierno...), o a cualquier cosa que se le ocurriera, pero el húngaro era plenamente consciente de que si aún se sentía atraído era enteramente por ella. Efectivamente: Kala se había convertido en una belleza, como ya había intuido en sus años de juventud, y frente a él, tan morena en un mar de rostros pálidos y muy semejantes, la convertía en un dulce apetitoso, en una jugosa fruta con la que él, repentinamente muerto de sed, fantaseaba sin que se le notara en el rostro. – Lo cierto es que llevo unos años viviendo aquí. He vagabundeado por todo el continente, pero finalmente decidí asentarme en París. Supongo que hubo algo que me atrajo, y que conociera el idioma era una gran ventaja. ¿Y tú? ¿Cuál es tu excusa? – inquirió, finalmente, aunque le daba vueltas a lo que había visto por el rabillo del ojo mientras su mente vagaba: el gesto de Kala, inconsciente de que él lo notaría, de cambiar el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Un nuevo vistazo, directo esta vez (y un tanto desvergonzado también, para qué nos vamos a engañar), hizo que se fijara en su rodilla, y sin mediar palabra, rápida y elegantemente, se agachó y sostuvo su pierna herida con ambas manos, ásperas al tacto pero suaves en el contacto. – Esto tiene una pinta muy fea, Kala... Deberías sentarte a descansar. – sugirió, con las manos aún clavadas contra su piel, y mirándola desde una perspectiva que, con su rostro, clamaba todo tipo de indecencias si se le permitía hacer lo que le viniera en gana.

¿En qué momento había pasado de ser el hombre apático de siempre a un seductor nato, que ni siquiera pensaba en lo que estaba haciendo y simplemente lo hacía? Él, por descontado, lo ignoraba, pero lo cierto era que Kala estaba despertando una faceta dormida en el Miklós del presente, y eso podía ser tanto bueno como malo... dependiendo de qué estuviera dispuesta ella a hacer con él.
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Mensaje por Kala Bhansali Mar Mar 14, 2017 4:25 pm

No te miro de ninguna manera —aclaró con una media sonrisa en el rostro—. Pero sí, supongo que nuestras circunstancias me han llevado a preguntarme eso —dijo, encogiendo los hombros ligeramente—. Aunque eso no significa que no haya sido una sorpresa verte.

En realidad no le miró de ninguna forma distinta a la que solía hacer, pero en sus ojos sí se podía apreciar ese ligero brillo que surge al ver algo que te agrada. Porque sí, a pesar del tiempo y de otros hombres que habían pasado por su vida, a Kala le seguía gustando Miklós. Era algo de lo que cualquiera se daría cuenta a simple vista, con lo que el cambiante tuvo que apreciarlo casi antes de verla frente a él.

Da la casualidad de que también vivo aquí, desde hace bastante tiempo, además —contestó, refiriéndose al hecho de que se encontraba en París y no en cualquier otra ciudad. Qué hacía en aquel callejón en particular se lo ahorró, porque le daría a Miklós motivos de sobra para que se estuviera riendo de ella el resto de la noche—. Digamos que a mí no me quedó otro remedio. Creo que, de haber tenido ocasión, habría elegido otra ciudad. París no me gusta demasiado, pero, bueno... ya me he acostumbrado a ella —comentó—. Lo cierto es que para estar viviendo los dos aquí nos hemos visto poco.

Más que poco, era más bien nada, y estaba claro que era porque no frecuentaban los mismos ambientes. Kala no solía visitar la ciudad, a pesar de que ésta ofrecía infinidad de opciones. Disfrutaba mucho más de la libertad que le brindaba el campamento, aunque a primera vista pareciera más sucio, maloliente y, en general, poco apetecible. Casi todo lo que necesitaba para su día a día podía conseguirlo de manos de sus vecinos, que ofrecían gustosos sus mercancías a cambio de otras cosas distintas, unos francos, y a veces incluso sólo como un favor hacia el prójimo. El campamento era como una gran familia a la que la gitana se había acostumbrado y de la que le costaba alejarse durante demasiado tiempo. Además, sabía bien la imagen que el resto de habitantes de la urbe tenían sobre ellos, y eso era algo que sólo conseguía aislarla más del resto del mundo.

Casi antes de que terminara de hablar, Miklós se agachó frente a ella y le sostuvo la rodilla herida que analizó con detenimiento. La piel de la gitana se erizó con el contacto sin poder evitarlo. Algo bastante tonto, a decir verdad; esas mismas manos habían tocado zonas mucho más íntimas de su cuerpo, pero la sensación de volver a sentirlas contra su piel morena la devolvió a otro tiempo y a otro escenario muy distinto al que se encontraban en ese momento. Inclinó el cuerpo hacia delante y apoyó una mano en el hombro de él para mantener el equilibrio, bastante precario debido al gesto repentino de la pantera. Él la miró desde su posición y ella hizo lo propio desde la suya. La que parecía una conversación cualquiera sobre su herida surtió el efecto contrario en Kala: no le parecía que estuviera siendo para nada inocente. Sintió como su pulso se aceleraba hasta el punto de que tuvo que desviar sus ojos hacia la rodilla, completamente azorada.

Sí, será mejor que me siente —murmuró, bajando la falda y tapando la pierna.

Miró a su alrededor y encontró el alféizar de la ventana de una planta baja próxima a ambos. Se acercó despacio y apoyó las palmas de las manos para subirse de un salto. Nada más sentarse sintió el cansancio en todo el cuerpo. Se dio cuenta de que hasta que no se había cruzado con Miklós no se había atrevido a pararse para descansar. Toda la caminata hasta la ciudad, la carrera para salir del mercado, la caída y, ahora, todo el tiempo que había estado vagabundeando sin encontrar el camino a casa. Sin duda, necesitaba descansar. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la ventana que tenía detrás durante unos pocos segundos. Después dobló la rodilla herida y la levantó hasta poder apoyar el pie sobre el mismo alféizar, de tal manera que pudiera comprobar cómo estaba. Tal y como había dicho el cambiante, no tenía buen aspecto, pero cosas peores le habían pasado.

Así que —dijo limpiando la piel alrededor de la herida con el bajo de la falda— de entre todas las ciudades que habrás visitado, e imagino que habrán sido muchas, París es la única que ha conseguido atraerte lo suficiente como para quedarte a vivir, ¿no? —Paró para mirarle un momento, pero siguió con su tarea enseguida—. ¿Puedo preguntar qué le viste a esta ciudad? Es fría, el Sena cada vez huele peor y los franceses son… aburridos. Y remilgados.—Soltó la falda para mirarle definitivamente, esperando que se quedara un poco más con ella para que, al menos, le diera tiempo a descansar.
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Mensaje por Invitado Vie Mar 17, 2017 6:10 am

Efectivamente, era una casualidad, pero con la población de París, ¿realmente le resultaba sorprendente a alguien que no se hubieran encontrado hasta aquel momento...? Seguía tratándose de la misma ciudad donde había encontrado a un padre que no estaba buscando y a la hermana a la que se había pasado los últimos años rehuyendo a la vez que intentaba hallarla con toda su desesperación; si eso, ¡y más!, le había pasado a él, ¿cómo no iba a ser posible encontrarse a una mujer que formaba parte de su pasado? Y sin embargo le seguía resultando extraño, tal vez porque ella formaba parte de un tiempo en el que él había sido satisfactoriamente feliz, y ese tipo de sorpresas no eran las que la ciudad le tenía reservadas, en absoluto. No: Kala Bhansali, con el rubor de sus mejillas (tan satisfactorio como solía recordarlo), era un regalo inesperado que él planeaba disfrutar un tanto, y por eso la siguió hasta el lugar donde ella decidió descansar, prácticamente embobado con el vuelo de su falda. Si algo recordaba de la mujer que tenía delante, aparte de la calidez y suavidad de su cuerpo, eran los colores que siempre parecían envolverla a través de telas finas y sedas ricas, tan exóticas como ella, tan fuera de lugar en París como sólo ella. – París tiene una capacidad especial para juntar a lo mejor de cada casa, o de lo contrario, no tiene sentido que yo haya terminado aquí. No, lo cierto es que no creo que encajes bien aquí, es demasiado estructurado y opresor para ti, y lo digo en el mejor de los sentidos. – afirmó Miklós, y por una vez así era, ya que, con ella, no debía hacer acopio de ningún tipo de acritud u hostilidad, sino que le salía más fluidamente lo de comportarse como el ser educado en el que Eszter había intentado, con todas sus fuerzas y limitaciones, convertirlo. – Yo terminé aquí por casualidad, estuve un tiempo viajando pero descubrí que no había ciudad más pecaminosa que esta, y sabes que siempre he estado muy próximo a la corrupción en todos los sentidos. – afirmó, sin inmutarse lo más mínimo.

Ella, mejor que nadie, sabía bien que Miklós era sincero cuando hablaba de corromper; a fin de cuentas, la había desvirgado, sin importarle la diferencia de edad, que si ya era considerable, entonces lo había sido más al ser ella literalmente joven e inexperta. Sin embargo, Kala también había conocido una faceta de Miklós que el resto del mundo no solía tener la oportunidad de conocer, y que de hecho únicamente su Imara conocía: Kala había conocido al Miklós que no era mala persona, y que además se había llegado a preocupar por ella. La pregunta más apropiada, por tanto y dadas las circunstancias, no era ya qué demonios estaba haciendo un hombre como él en un lugar como París, sino qué quedaba del hombre que ella había conocido en el cascarón vacío que aún seguía siendo capaz de ruborizarla sin siquiera esforzarse para conseguirlo. Tristemente, el húngaro ignoraba la respuesta a esa pregunta (aunque suponía que no mucho, y sus suposiciones podían llegar a ser bastante acertadas cuando se trataba de sí mismo), por lo que tendrían que seguir hablando para poder descubrirlo. Desde luego, a él eso no le importaba en absoluto. – Hay lugares que podrían llegar a gustarte más. La Provenza, tal vez, o incluso el interior; cerca de aquí hay unos cuantos pueblos, y al norte, en los Países Bajos, los campos de tulipanes eternos tal vez te gustarían. Aunque, claro, si te molesta el frío aquí, ni hablar del norte, o de mi tierra. Los inviernos húngaros son inclementes, mucho más que lo de aquí, pero no somos tan estirados y pomposos, o al menos eso me gusta creer. – afirmó él, encogiéndose de hombros, y pasando de puntillas por la pregunta que realmente captaba su curiosidad, y que ella también había dejado caer casi con cierta indiferencia, tal vez para que él no le prestara mucha atención. ¿Por qué no le había quedado más opción que París? Tal vez hubiera encontrado a un familiar, como él, o tal vez hubiera encontrado una oportunidad laboral única, pero eso último lo dudaba, francamente. Así pues, ¿qué era? – Bueno, dime. ¿De qué huías, exactamente, que te arrastró hasta aquí? Yo de mi padrastro. En realidad, del padre de mi hermana, pero le molesta más que le recuerde el vínculo familiar, así que usaré eso. Intentó matarme, y tuve que huir. ¿Y tú? – se sinceró.

Resultaba sorprendente que lo hubiera hecho, sobre todo cuando no se avergonzaba nunca a la hora de mentir y ese era un recurso que utilizaba a menudo, pero con Kala, no le importaba. Ya lo conocía más que muchas personas con las que se relacionaba, y no era peligrosa, así que no había riesgo al contarle algo tan privado como eso. Al menos, él no lo veía.
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Mensaje por Kala Bhansali Dom Mar 26, 2017 3:49 pm

Estructurado y opresor. Era una buena forma de definir la ciudad de París para una mujer como ella, tan distinta a todo lo que se veía en las calles que era difícil que pasara desapercibida. Quizá por eso no pisaba demasiado la ciudad; la mezcla de culturas que había en el campamento era el mejor de los camuflajes para ella, donde era sencillo encontrar a alguien con una actitud similar a la que tenía Kala, muy distinta a la de los franceses, y muy distinta también a la de Miklós. Por un momento, se lo imaginó con esa pose refinada, con ese caminar recto y delicado y esas maneras tan finas que a veces resultaban incluso femeninas, y se rió sin ocultarlo. No, él no era pomposo, refinado, y ya no digamos delicado. Tenía otras muchas características que atraían a la gitana, pero se diferenciaban tanto de las de los franceses que quizá fuera eso lo que vio en él la vez que se conocieron, tantos años atrás.

He oído hablar de esos campos de tulipanes, pero no he tenido el placer de verlos en persona. Tampoco es que haya tenido muchas opciones de viajar por el mundo, aunque te confieso que me gustaría mucho. Huir de este frío, eso sería genial. —Estiró la falda tapándose las piernas, como si quisiera combatir las bajas temperaturas de la noche—. No es que no lo soporte, es más, me encanta ver nevar. En Ceylan no se ve la nieve —dijo, como si él supiera de dónde venía ella. No recordaba si se lo había dicho alguna vez, pero la forma natural que tenía Miklós de hablarle de su tierra se le contagió, haciendo que ella confesara cosas que a otros ocultaba por precaución, por vergüenza o por no querer recordar—. La Provenza es el sur, ¿verdad? Allí el clima será más parecido al de mi tierra, supongo. El de París es demasiado distinto. Aquello es cálido, y sobre todo muy húmedo. Es ese calor que se queda pegado a la piel y no hay forma humana de quitártelo de encima. —Así dicho, sonaba a algo horrible y parecía imposible que a alguien pudiera gustarle, pero cuando te lo arrancan de golpe y sin ninguna otra opción, se echa de menos tanto como el buen vivir o un ser querido—. Lo que se me hace cuesta arriba es pasar tantos días de frío, y lluvia, y más frío, y más lluvia. Cuando empieza el invierno me dan ganas de meterme bajo un montón de mantas y no salir hasta la primavera.

Y tras eso, llegó la pregunta. Ella ya lo había dejado caer sin darse cuenta, y le había estado dando más pistas sobre su procedencia. Al principio dudó en contárselo, no porque no se fiara de él, sino porque era algo que no acostumbraba a contar a la primera de cambio. Pasar tanto tiempo en silencio con respecto a ese tema la había vuelto reacia a hablar de ello, pero al ver que el propio Miklós se sinceraba con ella de manera tan natural y de que las historias de ambos no se diferenciaban tanto, decidió que no perdía nada, al contrario.

Yo huí antes de que lo intentaran —contestó. Se abrazó las piernas pegándolas a su cuerpo y apoyó la barbilla entre las rodillas—. Mi padre era el capataz de una plantación de té. El dueño anterior murió, y el que vino después no era tan... permisivo, vamos a decir —comenzó a explicar—. No nos dejaba hablar tamil en su presencia porque ni siquiera se molestó en aprender lo básico, así que siempre pensaba que lo usábamos para decir algo malo sobre él. Y, por supuesto, no podía permitir algo así, así que, simplemente, lo prohibió. Tuvimos que aprender inglés, pero no todos lo tenían fácil. Castigó a mucha gente.

El castigo por hablar la lengua de su tierra era un latigazo por cada palabra, pero como no sabía cuándo terminaba una y empezaba la siguiente, siempre daba unos cuantos de más, por si acaso. Era un hombre muy cruel, y eso se reflejaba en el ambiente, que había sido tranquilo y alegre hasta que él llegó. Kala recordaba aquellos años con terror, y el poco inglés que llegó a aprender deseaba olvidarlo para siempre. No le gustaba oírlo, y mucho menos entenderlo.

Llegó un punto en el que creía que los trabajadores estaban organizando una revuelta en su contra, y acusó a mi padre de haberla empezado. Por supuesto eran todo imaginaciones suyas, pero dos de mis hermanos sufrieron sendos accidentes que mi madre no se creyó, así que nos dividió al resto llevándonos con distintos familiares. —Se encogió de hombros—. A mí me envió con mi tío, su hermano. Adivina a dónde.

Sonrió y deshizo el nudo de los brazos, dejando caer las piernas. Las manos las metió debajo de éstas, aprisionándolas contra el alféizar. Se miró los pies y los agitó pegando con los talones en el muro. Después miró a Miklós de nuevo y miró su rostro con detenimiento.

No has cambiado nada —dijo—. ¿Estás un poco más delgado, quizá? Pero no es muy notorio. La verdad es que podría reconocerte en cualquier lugar.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 04, 2017 11:09 am

Nada de lo que ella le estaba contando le extrañaba lo más mínimo, pues era cierto que la había conocido en profundidad, en todos los sentidos posibles de la palabra... y, sin embargo, había cosas que no sabía, que aunque no le sonaran raras tampoco las habría imaginado viniendo de ella. En sus encuentros anteriores, pasionales como solía ser el Miklós de antaño, ella se había mostrado siempre muy cálida y amante del verano, pero ¿de ahí a provenir exactamente de la zona de Ceylán? No, esa era una asociación de ideas que ni siquiera la audaz mente del húngaro, la que ya se estaba imaginando a Kala como una superviviente igual a él, había llegado a efectuar todavía. Probablemente fuera cuestión de tiempo, en caso de no habérselo oído decir; tal vez no lo habría descubierto nunca jamás y se habría quedado con el misterio, pero ahora lo sabía, y ese detalle no cambiaba nada de su historia pasada, escrita en la piedra más dura de todos. ¿Cambiaría su futuro, por otro lado...? Era pronto para decirlo, pero a juzgar por la repentina y mayor simpatía que había empezado a sentir hacia ella, probablemente así fuera, aunque tampoco quisiera llegar a imaginarse cómo, ya no por falta de imaginación, sino por absoluto pragmatismo. Cada vez que él se hacía una idea de cómo iba a ser algo, ya fuera su vida o algo más reciente como su estancia en París, aparecía algo que le descolocaba todos los planes y que solía tener nombre propio, ya fuera Darko DeGrasso o Kala Bhansali. En la constante protagonista de sus pensamientos, Imara, no quería ni pensar, pues si ya resultaba complicado reconciliarse con su cobardía de entonces, disfrazada por él con mimo y cariño de instinto de supervivencia, aún más difícil era imaginarla en un futuro, más cuando se había obligado a imaginarse uno sin ella. No, Miklós prefería pensar en Kala, que aunque también fuera una sorpresa, era mucho menos desagradable que cualquier plan de futuro arruinado que las circunstancias le hubieran lanzado al rostro con toda su indiferente acritud, a juego con la propia.

– Dicen que me conservo bien, aparentemente no es una mentira. Sí, he adelgazado, pero estar bastante tiempo sin comer suele tener ese efecto en uno. – respondió, quitándole importancia a la auténtica miseria que había pasado con un gesto indiferente de la mano y anotándose en los pensamientos que ella probablemente no conociera su naturaleza. ¿Por qué iba a hacerlo...? Miklós nunca se había transformado frente a ella, pese a conocer su poder y dominarlo para entonces; solamente había sido felino, pero ¿acaso no había más seres con ese tipo de ademanes que él...? Casi era preferible que Kala no lo supiera, ya que así se ahorraba las reacciones, siempre iguales, al descubrimiento de su naturaleza y el inevitable cambio en su relación que eso siempre traía aparejado. No, prefería que las cosas fueran más simples, porque así había sido siempre entre ellos: sencillo, sin preguntas, sin dudas. Oh, cómo añoraba esos tiempos de sentir sin pensar de su juventud... En eso sí que había envejecido mucho, se temía. – Así que vives aquí con tu tío... Bueno, mientras sea más seguro que aquello, no creo que tengas muchos motivos para quejarte. No hay nada que unas buenas mantas, soñar con la cálida y marítima Provenza o enterrarse en tulipanes no solucione. – razonó él, con un amago de sonrisa en los labios, pese a saber, con toda su amargura, que sí que tenía motivos para quejarse, que el hogar de uno era algo a lo que nunca se renunciaba con facilidad, que algo así podía echarlo todo a perder y estropear a la persona hasta límites insospechados. ¿Acaso no era él la prueba viviente de ello? – Szekszárd era frío en invierno, cálido en verano. Está en una gran llanura, salpicada de colinas, y no solía nevar casi nunca, así que el cambio ha sido a mejor en eso: me gusta el frío. Creo que me adapto a todo, pero en eso tú me igualas, no puedes evitarlo. – comentó, indiferente mientras hablaba de su antigua ciudad, donde había habido tantos recuerdos felices que casi, sólo casi, eclipsaban a los que no lo habían sido tanto. – Tú sí has cambiado, pero te habría reconocido igual. Estás más madura, pero igual de atractiva que entonces; sigues atrayéndome igual. – se aventuró, y no contento con ello, se acercó a ella y rozó sus labios, sin saber si era bienvenido o no.

A Miklós le habría gustado pensar que ella, Kala, cálida como un rayo de sol, lo guardaba en tan alta estima que aún le atraía, pues eso había entendido con sus palabras de antes, diciéndole que no había cambiado nada. Sin embargo, no lo sabía, pero no era como si eso fuera a hacerle cambiar de opinión o detenerse... él no era del tipo de hombres que dejaban que una duda controlara su comportamiento, y menos cuando la duda ni siquiera era razonable. Como si él lo fuera...
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Mensaje por Kala Bhansali Vie Abr 14, 2017 6:31 am

No, no era una mentira, se conservaba bien, pero claro, para alguien a quien los años le pesaban la mitad —al menos físicamente— era más sencillo seguir pareciendo joven cuando no se era tanto. Kala calculó mentalmente la edad que debía tener él, basándose en la que creía que tenía cuando se conocieron, pero no fue capaz. Por ese rostro no habían pasado tantos años como los que habían pasado por el suyo, y sólo los dioses sabían si aquella primera vez, hacía tanto tiempo, él tenía la edad que aparentaba. La gitana conocía los secretos del mundo lo suficiente como para saber que no había pócima en el mundo, ni hechizo mágico, que mantuviera la juventud en un ser humano corriente de una manera tan exquisita.

No, desde luego, la gente no miente —comentó, restándole importancia también.

Sabía que había algo más en él, algo que no había visto antes, pero lo dejó pasar por una sencilla razón: le daba igual. Su instinto no le pedía echar a correr cuando estaba con él, al contrario. Él nunca le había hecho daño y a ella siempre le había gustado su compañía, así que ¿qué importaba que Miklós no fuera sólo un humano como fingía ser? No era el primero, y tampoco sería el último, con el que tenía algún tipo de relación. Confiaba en él, algo que no podía decir de muchos otros, y eso era motivo suficiente para querer mantenerlo cerca, fuera de la especie que fuera.

Me lo tomo como un halago, Miklós. —Sonrió—. No creo que te iguale, para nada. Si me he adaptado es sólo porque no me ha quedado otro remedio. Era eso, o morir de pena —dijo, encogiéndose de hombros—. Y más que adaptarme, yo diría que me he acostumbrado, nada más. Todavía hay muchas cosas, y sobre todo muchas personas, a las que echo tanto de menos que espero encontrarlas a la vuelta de la esquina. —Eran muchas las mañanas que se despertaba creyendo escuchar el canto de los loros o el barrito de los elefantes cargando cestos de té—. Es verdad que aquí tengo a mi tío y a todo el campamento, que es como una gran familia, y estoy agradecida por ello, pero sigue sin ser lo mismo.

Y ella, que había tenido tantos hermanos que siempre le había supuesto un desafío pasar un rato sola, lo sabía bien. Cuánto daría ahora por tener al pequeño Varun siempre pegado a su falda, o dormir con Johar las noches de lluvia, como hacía cuando llegaba la época del monzón. A él era, con diferencia, al que más echaba de menos por mil y una razones. Había sido su mayor compañero de juegos y con el que compartía cada uno de sus secretos, un tipo de relación que no había vuelto a encontrar. ¡Cuánto lo iba a echar de menos aquella noche al llegar a casa! Porque su comentario, inocente como ella misma, había desencadenado una reacción que no habría imaginado ni en toda una eternidad. Vio cómo Miklós se acercaba  y seguido sintió el roce de sus labios sobre los propios. No hizo gesto alguno, ni se apartó, ni se acercó; simplemente, no se movió. La tenía tan embelesada, el muy zalamero, que, por un momento, Kala volvió a tener los quince años de la calurosa noche de verano en la que lo conoció. En ese instante comprobó que los besos de parte de él nunca serían iguales a los que vinieran de parte de otro, porque los suyos traían ímplicitos recuerdos y sensaciones que se habían mantenido latentes en lo más profundo de su memoria, y que un simple roce era capaz de sacar a la luz. Le seguía atrayendo, sí, y no había forma humana de disimularlo.

Definitivamente, no has cambiado nada —dijo sin apartarse, y se rió, no porque le hiciera gracia, sino porque de alguna manera tenía que aliviar ese cosquilleo que le había empezado en la boca del estómago—. Pero nada de nada.

Se mordió el labio inferior, todavía con el corazón latiéndole deprisa. Apartó la mirada unos segundos, azorada y sin saber bien qué hacer o decir, pero no tardó en devolverla hacia Miklós. Era una sensación extrañamente conocida tenerle allí, a poca distancia frente a ella y tan desvergonzado como siempre. Esta vez, fue ella la que se acercó para rozarle los labios, pero de manera pausada, dulce, como si quisiera alargarlo en el tiempo. Más recuerdos acudieron a su mente, todos asombrosamente agradables. Incluso sintió el calor de aquel entonces, a pesar del frío que hacía en la París actual. ¡Qué poderosos podían ser los recuerdos, que hasta le hacían perder a uno la noción de todo! Y es que, cuando finalmente se separó y echó el aire que tenía retenido en los pulmones, volvió a sentir el frío de la noche, la inquietud que le provocaba aquel callejón donde se encontraban y la desazón al darse cuenta de su triste realidad: había llegado ahí porque se había perdido, y seguía en tal estado. Sacó las manos de debajo de las piernas y se frotó los brazos para darse calor. La rodilla le latía recordándole que tenía una herida que debía atender.

Miklós... ¿te puedo pedir un favor? —preguntó mientras entrelazaba los dedos de sus manos—. No sé salir de este entramado de callejuelas. En realidad, no sé cuánto tiempo llevo dando vueltas con la rodilla así. —Se mordisqueó el labio—. ¿Me ayudas a llegar a una calle que conozca?
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Mensaje por Invitado Vie Abr 14, 2017 3:32 pm

Miklós podría hablar largo y tendido con ella (con cualquiera, en realidad) acerca de la mentira que era la afirmación de que la gente no mentía, ya que él mismo era la prueba irrefutable de que no solamente lo hacían, sino que se podía sobrevivir utilizando la falta de verdad como un medio de vida. Sin embargo, no iba a hacerlo, y no por falta de interés que le provocaba el tema, sino porque prefería centrar su atención en ella y no en una charla dialéctica absurda por un comentario que ella había hecho al azar, verdaderamente. Habiendo ante él una mujer que pertenecía a sus mejores recuerdos, cuando aún no era la bestia parda (no literalmente, claro; cuando lo había conocido ya era una pantera, en el sentido más certero de la expresión) y podía sentir cosas como la paz o la felicidad, en cierto modo, intentar no recuperar algo que le había sido arrebatado se le antojaba una gran pérdida de tiempo. Y Miklós podía ser muchas cosas; podía ser un timador, un ladrón, un violento, un mercenario incluso (o eso le gustaría, al menos así cobraría un tanto mejor), pero poco práctico no era una de esas cosas, y ella lo sabía... O eso suponía. A punto estuvo de carcajearse cuando ella le dijo que no había cambiado, porque ¡qué ilusa al pensar que el hombre que tenía delante no era el mismo cascarón pero con distinto interior!, y se contuvo de milagro, únicamente porque eligió embobarse con el cuerpo y los movimientos de la gitana que lo tenía intrigado, en parte por los recuerdos y en parte por ser como ella era. Hasta en eso había cambiado: antaño no habría podido elegir librarse de esa sensación que ella le producía, mientras que ahora elegía subyugarse porque era mejor, y porque prefería comportarse como en el pasado que como era ahora, tan vacío como era posible que lo estuviera una persona cuyo corazón aún latía.

– Es tierno que pienses que no he cambiado, pero lo he hecho. Que sigas siendo atractiva no quita que lo demás que hay aquí dentro siga tan ordenado como entonces. – replicó, dándose un toquecito en la frente con el dedo índice para dar fuerza a su argumento y medio sonriendo, aunque en su expresión hubiera bastante indiferencia. Tal vez había engañado a Kala al haberse portado tan bien, aunque lo cierto era que ella no le había dado motivos para ser agresivo, ni siquiera verbalmente; de hecho, seguía dándole motivos para que se mostrara en su mejor comportamiento, pero eso no debía hacerle creer que Miklós era un santo, porque ni entonces ni ahora lo había sido. Y si ya antes, cuando ella lo había conocido, el húngaro había mostrado que existía peligrosidad en él, aunque sólo fuera a través de su agresividad en el lecho, ahora sólo era cuestión de tiempo que ella rompiera el embrujo del pasado sobre sus pensamientos y viera la verdad, no al hombre que él había sido y que ahora parecía reflejarse mínimamente en el comportamiento de Miklós con ella. – Nadie tiene más remedio que adaptarse. Si es que sigues vivo, es que lo has hecho, porque la otra opción es morir. Algunos simplemente estamos más acostumbrados que otros a hacerlo porque es lo que hemos aprendido desde antes de separarnos de nuestros progenitores; en eso creo que soy más nómada yo que tú, aunque yo no viva en tu campamento ni comparta las costumbres de esos con los que te mueves. – reflexionó Miklós, con cierta crudeza, pero razón no le faltaba, y eso ella lo sabía tan bien como lo sabía él mismo, porque si no hubiera tenido más remedio que sobrevivir, ¿acaso lo habría hecho? Para su ventaja, ambos eran tan fuertes que el suicidio no había sido una opción, al menos en la medida en que él la conocía, así que eso que tenían en común, esa supervivencia que los guiaba hasta en las condiciones más adversas, como aquella lo era.

Efectivamente: tal vez que Kala no estaba en auténtico peligro si Miklós estaba cerca para protegerla, y no tenía pensado irse, pero la pierna herida era un impedimento para prácticamente cualquier cosa que se le ocurriera, y debía ocuparse de ello. Así pues, Miklós asintió ante su petición y la ayudó a levantarse para, a continuación y sin mediar palabra, llevarla hacia una de las calles más reconocibles de aquella zona en la que se encontraban. Y pese a que no tenía por qué hacerlo, pues ella conocía su falta de delicadeza tan bien como él mismo, el magyar tuvo cierto cuidado, al menos lo suficiente para que ella no diera ningún traspiés y tuviera el cuerpo fuerte de Laborc para apoyarse y equilibrarse en él en caso de que su rodilla fallara de nuevo. – No es la peor zona para estar perdida. No es que abunden los francos aquí, pero al menos no suele haber tantos inquisidores que nos odian por existir como en zonas con más fortuna. – comentó, encogiéndose de hombros, y cuando finalmente llegaron a la calle a la que él la había conducido pudo haberla soltado, pero no lo hizo, y ella sabía perfectamente que si no lo había hecho era únicamente porque la atracción entre ellos seguía vigente, y a él le apetecía disfrutarla un tanto, desvergonzado como siempre en esos temas... y eso que ella no tenía ni idea de hasta qué punto podía llegar el húngaro cuando se trataba del placer. Era mejor, sí, que ciertas cosas las ignorara, por su propio bien y por el de su cordura también. – Hemos llegado. ¿Sabes volver desde aquí? Puedo ayudarte si no, el campamento gitano no está lejos, pero si tienes la pierna herida, tal vez sea necesario que te siga llevando yo mismo. – se ofreció, y era más de lo que normalmente haría, una vez más, pero ¿qué tenía que perder a cambio de ofrecerle su ayuda a una mujer que jamás lo había herido?

La clave, en todo lo que tenía que ver con ellos, probablemente fuera esa: aunque ambos, sobre todo él, fueran imperfectos, lo cierto era que no se habían molestado nunca, y eso era lo que garantizaba que siguieran sacando lo mejor del otro... aunque eso de que hubiera algo bueno en Miklós fuera, cuando menos, una bella utopía.

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Mensaje por Kala Bhansali Dom Abr 16, 2017 4:34 pm

Miklós aceptó acompañarla y, apoyándose en él, consiguió bajar del alféizar y caminar por los callejones hasta la calle conocida más próxima a donde se encontraban. En realidad, no estaba demasiado lejos, y sólo si hubiera seguido hacia delante por aquel callejón habría llegado sola, pero cuando Kala se perdía dejaba de pensar con claridad. Las laberínticas callejuelas de París la agobiaban hasta el punto de tener que pararse y respirar hondo. La gente caminaba tan pegada una a otra que se perdía por completo el espacio íntimo necesario entre dos personas completamente desconocidas. La gitana no estaba hecha para vivir en un lugar así, sino en un ambiente amplio, libre y, a poder ser, verde, como su Ceylan natal. Cuánto lo echaba de menos, a pesar de todos los años que habían pasado… Porque, echando la vista atrás, llevaba más de media vida huyendo de un destino que no sabía si le habría llegado como a sus dos hermanos mayores, pero que su madre quiso evitar por todos los medios, hasta el punto de alejar a todos sus hijos de ella para ponerlos a salvo.

Puede que no haya inquisidores, pero, si te soy sincera, no son los únicos a los que temo —comentó mientras llevaba la mirada fija en el suelo—. Es más, si tuviera que enumerar a todos aquellos que me harían echar a correr, ellos no estarían en los puestos más altos. Tampoco es que me guste tenerlos cerca, no vayas a pensar que soy una descerebrada, pero me parecen todos unos sucios hipócritas. —Cuando la calzada se volvió más firme elevó la vista hacia Miklós, pero no se soltó de su brazo. El haber estado sentada había hecho que su pierna se enfriara, con el consiguiente aumento del dolor en la rodilla—. No sería la primera vez que veo hombres con sotana saliendo de alguna carpa del campamento, escondiéndose de la gente, como si de verdad pensaran que nadie los ve. No quiero ni pensar qué les prometerán a ellas para que se dejen hacer algo así, porque dudo mucho que se dediquen a hacer exorcismos ahí dentro. Y lo peor de todo es tener que aguantar que en sus sermones hablen de los gitanos como si fueramos la peor calaña.

Más que miedo, lo que le daban era asco, pero sabía que no era aconsejable estar cerca de ellos, como tampoco lo era estarlo junto a vampiros, licántropos y el resto de seres que habitaban París. Y esos eran, quizá, los más peligrosos debido a sus capacidades sobrehumanas, pero no eran los únicos. Se ahorró hablar de todas esas historias que contaban las mujeres veteranas a las más jóvenes, sobre hombres que te asaltaban en mitad de la calle para llevarse algo más que los pocos francos que pudieran llevar encima. Kala nunca lo había vivido, por suerte, pero siempre que caminaba sola tenía la sensación de que, en cualquier momento, alguien iba a aparecer frente a ella, o incluso detrás, para hacer con ella lo que le viniera en gana. A alguien como Miklós, fuerte y fiero, no se atreverían a tocarle si no estaban preparados para ello; Kala, al contrario, era un blanco demasiado fácil.

Sé volver, sí —contestó—. Aún así, ¿no te importa acompañarme? Mi tío debería estar aquí, pero ha debido volver al campamento ya. Es cierto que no queda muy lejos, pero es tarde. Supongo que tendrás cosas que hacer —comentó, aunque, en realidad, no tenía ni la más remota idea de que estaba haciendo él antes de que se encontrara con ella. Si se había ofrecido a acompañarla supuso que nada importante, pero quizá sólo lo había dicho para ser amable, aunque nunca lo fuera, pero ¿qué sabía ella de eso? Sólo conocía al Miklós entre las sábanas de antaño y que, según lo que él le había dicho, había dejado de existir en el Miklós de ahora. Se preguntó cuánto había cambiado, y si de verdad había sido tan drástico o esa era sólo su percepción. Supuso que, de haber más encuentros entre ellos, lo terminaría descubriendo; o quizás no, y se quedaría con el recuerdo de lo que había conocido y que tanto le gustó en su momento. En realidad, tampoco era algo que le importara.

Enfiló el camino hacia el campamento dejando atrás las calles empedradas de la ciudad y dando paso a los caminos de tierra, formados sólo por el paso incesante de peatones que cruzaban los campos adyacentes de la ciudad para visitar las zonas alejadas, como el campamento. Aminoró el paso porque la luz disminuyó considerablemente, y los obstáculos del camino aumentaron debido a la naturaleza del mismo. Había más piedras y más agujeros producidos por las lluvias y el paso de los animales.

Oye, antes me ha parecido que te has incluido en el grupo de los más buscados por la iglesia. ¿Puedo saber qué les has hecho para que también te odien sólo por existir?
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Mensaje por Invitado Mar Abr 25, 2017 2:40 pm

Al húngaro no dejaría nunca de sorprenderle, probablemente, que hubiera gente tan inocente como Kala, que era capaz de preguntar con toda la sinceridad posible qué habían hecho otros para estar en el punto de mira de la Iglesia, como si prácticamente existir no fuera el peor de los pecados. Estuvo muy tentado de preguntarle si quería que se lo enlistara por orden de antigüedad o de importancia, pero se mordió la lengua (temiendo, durante un rápido instante, envenenarse por ello; malditas fueran sus semejanzas con las serpientes) y decidió reflexionar un momento con respecto a ellos... si es que había un ellos, claro. Todo lo que los unía era un pasado que rememoraban con afecto, pero no había un futuro particularmente claro que se extendiera frente a los dos y que les garantizara que aquel encuentro significaría algo o, incluso, cambiaría lo que ya tenían lo más mínimo. El húngaro ni siquiera recordaba, además, si le había dicho qué era o no; suponía que Kala, cuando menos, lo intuía, pues hasta donde él sabía por su madre y los demás gitanos que había conocido, éstos eran sensibles al aura de los demás y la de Miklós debía de ser particularmente llamativa, a juzgar por lo fácil que se descubría su naturaleza. Esa inseguridad, sin embargo, tenía como principal consecuencia que no sabía hasta qué punto podía (o debía) ser sincero, pero el pasado que compartían, de una dulzura semejante a la de una caña de azúcar o un pastel de una boulangerie, intenso pero para nada desagradable, lo empujaba a no mentir, al menos no demasiado. Tal vez se lo debiera, o tal vez simplemente sabía que, tratándose de una gitana, no iba a juzgarlo tan duramente como otros, así que decidió hacer como casi siempre hacía y simplemente soltarlo, con cierta dureza, pero no con crueldad, un privilegio que pocos salvo ella podían presumir de poseer por su parte.

– Lo cierto es que hay muchísimos motivos para que me busquen. En primer lugar, soy un pecador de lo peorcito de París, y si no existiera el secreto de confesión, ya me habrían denunciado muchas veces al Santo Oficio por todas las cosas que he hecho, hago y haré. – comenzó, y deslizó su mano hasta la muñeca de la gitana para sostenerla con más fuerza y que los obstáculos del camino no supusieran un grave impedimento para su pierna herida. El gesto, por una vez, le salió sin pensarlo. – Por otro lado, tengo ascendencia gitana. Mi madre, entre otras muchas cosas, lo era, y toda su rama de la familia ha tenido sus escarceos con tu pueblo y con los ashkenazí; ninguno de esos grupos entran dentro de los mejores amigos de la institución. – continuó, y dejó que la información flotara entre ellos mientras se mantenía en silencio, evaluando las siguientes palabras que iba a decir y preguntándose, mientras caminaba con ella, qué demonios tendría para que le contara gran parte de la historia de su vida, y especialmente las partes que podrían ser más peligrosas para él por las consecuencias que tendrían si fueran de dominio público. Para su fortuna, y respondiendo a su pregunta, sabía que ella no era alguien a quien la Inquisición creería, y además no tenía literalmente ningún motivo para mentirle, porque ella jamás lo había hecho con él y, en cierto modo, Miklós era capaz de ser más o menos justo en su trato con los demás. Probablemente, si le estaba contando todas las cosas que no solía contar a nadie más era porque ella era la persona menos peligrosa que conocía, y además había visto ya tantas cosas de él que, total, por enterarse de algún secreto más, a aquellas alturas poco cambiaría su opinión del húngaro, embriagada sin duda del efecto que había tenido el pasado compartido de ambos.

– Pero no te vayas a pensar que mi madre es la única responsable de que la Inquisición me haga cosquillas a la mínima falta de atención que cometo, qué va. Recientemente me he enterado de que mi padre es un inquisidor, y además uno de los líderes, caracterizado por su maldita crueldad hasta el punto de que tiene fama por ello. No me sorprendería que uno de sus jueguecitos paternales perversos sea mandar a un batallón de condenados tras de mí. – opinó, y no mencionó a esa facción maldita a la cual se había planteado alguna vez pertenecer (poco tiempo, eso sí. Miklós no creía tener madera de inquisidor por mucho que Darko opinara que tal vez, si lo pulía lo suficiente, sí diera el pego) por el hecho de que su padre fuera el líder, sino porque eran los únicos, probablemente, capaces de cogerlo. Si bien sabía que la Inquisición no solía dudar a la hora de enviar humanos, mera carne de cañón en su para nada modesta y muy informada opinión, a por sobrenaturales, lo cierto era que hasta ellos sabían que no era muy efectivo hacerlo, y para los más rebeldes, solían enviar a los soldados condenados, los más fuertes y resistentes de todas las facciones. Dado que Miklós era perfectamente capaz de mezclarse con los bajos fondos, de vivir alejado de cualquier punto de mira inquisitorial y de sobrevivir hasta a intentos de asesinato, francamente dudaba que fueran a enviar a un mero humano a por él, pero estupideces más grandes se habían realizado, como tratar de conquistar Rusia en invierno, así que ni siquiera le sorprendería. – Bueno, y también está el hecho de que soy un cambiante. Tal vez eso sea lo más importante para ellos, ¿no crees? – afirmó, encogiéndose de hombros, y fue tan oportuno que lo dijo al tiempo que llegaban al campamento gitano y un hombre, seguramente el tío de Kala, la saludaba efusivamente.

Bien, había soltado la bomba, finalmente el húngaro había confesado todo, y dado su don de la oportunidad, Kala realmente tenía dos opciones: o bien huir de él a la seguridad (relativa) de su campamento, o bien invitarlo a entrar y actuar como si lo que él era no cambiara nada... pues, para él, no lo hacía, en absoluto.

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Mensaje por Kala Bhansali Dom Mayo 21, 2017 3:59 pm

Si le hubieran dado un franco por la sorpresa que cada un de los motivos que Miklós le estaba dando de por qué la iglesia iba tras él, se habría hecho con un buen puñado de monedas para vivir tranquila durante varios días. De todo lo que le estaba contando, que fuera un cambiante era lo que menos la había sorprendido. Lo miró un tanto atónita, e incluso abrió la boca para decir algo, pero en ese momento su tío se acercó hacia los dos saludando de una manera un poco exagerada. Llegó hasta ellos y comenzó a hablar en un tamil incomprensible casi hasta para la propia Kala, acostumbrada a hablar en esa lengua con él. Alternaba su vista entre ella y Miklós, claramente interesado en saber quién era, pero más preocupado por si su sobrina había llegado sana y salva al campamento. Parecía que, para Rajesh, seguía siendo la misma niña de nueve años que llegó asustada a París y de la que tuvo que encargarse a la fuerza, pero que en el fondo quería como si fuera su propia hija. Kala le explicó quién era Miklós a grandes rasgos y sin entrar demasiado en detalles; decirle que había sido el hombre que la había desflorado a la tierna edad de quince años no era la clase de dato que a un padre —tío, en este caso— le gustaría saber. Lo definió como un amigo, nada más (o nada menos, según cómo se mire), y siempre en un tamil acelerado difícil de seguir incluso para aquellos que hablaran aquella lengua. Tras mucho insistir, consiguió tranquilizarlo lo suficiente como para que volviera a la carpa de Diana, la mujer con la que había empezado a compartir una vida en común, que lo esperaba en la entrada mirando la escena de manera curiosa. Rajesh se despidió de Kala con un beso en la frente y de Miklós con un gesto parco de la mano y les dejó solos. La gitana miró cómo se alejaba antes de girarse hacia el húngaro.

Estaba un poco preocupado —aclaró, aunque no fuera necesario— y quería saber quién eras. —Soltó una risa melodiosa y le agarró de la muñeca con suavidad—. Le he dicho que eras un amigo del circo, porque no creo que la verdad le fuera a sentar muy bien. Lo último que me apetece ahora es que me de un sermón sobre… —Dejó la frase en el aire durante escasos segundos—. En fin, no importa. ¿Vienes o ya te has espantado lo suficiente?

Tiró del brazo de él y comenzó a caminar en dirección a su carreta. Quería sentarse, lo necesitaba, y la rodilla le dolía tanto que cada paso era más renqueante que el anterior. Se humedeció los labios y se colgó un poco del brazo ajeno casi sin darse cuenta. Las confesiones de Miklós volvieron a su cabeza, empezando por su madre, de ascendencia gitana, seguido por su padre, de ascendencia desconocida pero con una clara posición en la sociedad en la que vivían. ¿Cómo podía un padre, por muy líder de una institución de dudosa moral que fuera, mandar cazar a su propio hijo y de aquella manera tan cruel? ¡Era de su propia sangre! La curiosidad que sentía por él creció hasta el punto de que cientos de preguntas le bombardearon la mente, pero prefirió no hacérselas. Ya le había contado mucho, más, en proporción, de lo que ella había confesado, y sabía bien que la intimidad de uno era algo que a la gente le gustaba guardar con recelo. Si se volvían a encontrar, quizá, tendría la oportunidad de seguir averiguando más cosas de él. Pero sólo quizá.

Espero que no te haya ofendido mi comentario sobre los miembros de la iglesia y sus aventuras en este lugar —dijo, agachando la cabeza un poco avergonzada—. Es lo que pienso, no te voy a engañar, pero ni en mil reencarnaciones habría imaginado que tu padre era… uno de ellos. —Y por lo que había dicho él, de los peores—. Desde luego, Miklós, llevas un cartel enorme que dice “Atrápame” clavado en el trasero —bromeó y sonrió—. Vivo ahí, en la carreta de la puerta azul.

Llegó a la puerta de la carreta con sus fuerzas muy mermadas, pero consiguió subir los tres peldaños que había frente a ésta sin perder demasiado su dignidad. El olor a canela le dio la bienvenida nada más entrar. El interior se encontraba en una penumbra agradable, pero Kala encendió un par de velas y las dejó sobre una mesita auxiliar junto a un montón de cojines que ella usaba como sofá y que se encontraba contra una de las paredes. Estas últimas estaban tapadas con telas de un millón de colores y estampados distintos, disimulando los desperfectos que había sufrido la madera con el paso del tiempo. En una esquina había una pequeña chimenea de metal que la gitana usaba para calentar agua, y que en ese momento se encontraba apagada. Al fondo de la carreta estaba la cama, rodeada de una fina tela que dejaba entrever lo que había detrás.

Pasa, no te quedes ahí. Aquí no cobro entrada —dijo mientras buscaba un recipiente para echar agua y unas toallas de algodón fino. Se acercó a los cojines y se dejó caer con pereza, echando la cabeza para atrás y cerrando los ojos. La espalda le crujió y supo de inmediato que podría quedarse dormida si se mantenía en esa postura durante un poco más de tiempo—. Puedes sentarte donde quieras, si quieres sentarte, claro.

Echó el cuerpo para delante y metió una de las toallas en la palangana. La escurrió con fuerza y frotó la rodilla despacio, haciendo muecas cuando pasaba sobre la parte más dañada. Acercó una de las velas para poder valorar la gravedad de la herida y, aunque no parecía tan mala como lo mucho que le dolía, sería mejor volver a comprobarla a la mañana siguiente bajo la luz del sol.

Si me dejas que descanse un poco te preparo algo de beber o de comer, para darte las gracias por acompañarme hasta aquí en vez de quedarte en la ciudad haciendo algo más interesante.

Miró hacia él de refilón con una sonrisa en los labios y se volvió para seguir limpiando la herida de su rodilla. Se cubrió la boca con el dorso de la mano para disimular un bostezo y se frotó un ojo. Estaba agotada.
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La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Invitado Lun Mayo 29, 2017 2:32 pm

Sonrió, ¡vaya si lo hizo!, cuando ella le preguntó si lo había espantado ya, pero toda la respuesta por su parte fue continuar avanzando con ella en dirección a lo más profundo de un campamento gitano, un lugar al que podría haber llegado a pertenecer de no ser por el constante nomadismo de su madre, así como su imposible de aguantar carácter. No se engañaba al respecto: no había tenido la mejor de las madres, y que su padre hubiera sido como había descubierto que era, por ejemplo de cruel, había sido la consecuencia lógica de cruzarse en el camino de una mujer como Eszter. Incluso él acusaba el efecto que la Rákóczi había tenido sobre todos los hombres con los que se cruzaba: podía, perfectamente, engañarse a sí mismo diciendo que estaba curado de espanto por su propia vida y lo que había hecho él solito en ella, pero una gran parte se la debía a la mujer que lo había parido, así que... ¿gracias? No sabía si realmente había algo que agradecer, pero le servía para situaciones como aquella, donde definitivamente no se alejaría fácilmente, para gran consuelo de una Kala que, a diferencia de él, sí que tenía a alguien que daba al menos un franco por ella. A decir verdad, tampoco se engañaba con respecto a eso: Kala desprendía tal dulzura, incluso para alguien como él que tampoco sabía valorar eso demasiado bien, que era imposible no preocuparse por ella y no desearle lo mejor. Con o sin un pasado juntos, y era evidente que lo tenían (aunque para su tío no, por suerte para el pescuezo de Laborc), Kala era alguien que merecía la preocupación que pudiera sentirse por ella, y precisamente por eso Miklós se volvía, de nuevo, caballeroso con ella sin siquiera plantearse lo raro que era eso dadas sus circunstancias.

– ¿Sabes lo más gracioso de todo el asunto? Yo tampoco. Mi madre era una prófuga que nunca se quedaba demasiado en el mismo sitio y que desconfiaba hasta de su sombra, no te quiero ni contar de la Inquisición. Ni en un millón de años habría pensado que mi padre sería de esos, pero él mismo me reconoció, y para mi desgracia, he encontrado varias cosas de mí en él. – admitió, aunque no entró en detalles acerca de cuáles. Su encuentro con su progenitor le había desvelado que tenía menos de Eszter de lo que creía, lo cual lo reconfortaba, pero sólo para demostrarle que tenía bastante más de DeGrasso de lo que nunca admitiría, lo cual le hacía sentirse un tanto sucio. Y anda que no era complicado que alguien tan moralmente ambiguo como él se sintiera así... – Pero no tienes que disculparte. Yo me he criado en la fe católica y aborrezco el Santo Oficio; de entrada, soy un gran pecador, es algo difícil lidiar con eso cuando crees en Dios, el castigo eterno y todo eso, pero contra algo que se dedica a aniquilar porque sí, bueno... Ni siquiera como creyente estoy tan ciego. – admitió, y para entonces ya se encontraba dentro de la carreta de Kala, absolutamente igual de cálida que ella. Lo cierto era que eso no le sorprendía lo más mínimo: en alguna parte había escuchado, alguna vez, que las casas tienden a parecerse a sus dueños, y si bien la suya era algo impersonal (acorde, por otro lado, a alguien con dificultades para sentir hasta lo más básico), la de Kala gritaba el nombre de la ceilanesa por cada uno de sus costados y recovecos. Observándola, no prestó mucha atención a su anfitriona, pero sí la suficiente para darse cuenta de que la herida seguía doliéndole (aunque no era muy grave, simplemente era el efecto secundario del golpe) y de que estaba agotada. Francamente, no la culpaba: él también lo estaría si no tuviera la fuerza de una pantera en su interior.

– Descansa tranquila, no te preocupes por mí. Hace tanto tiempo que no hago la buena obra del día que solamente haberla hecho contigo ya es bastante. – afirmó, y aunque lo dijo en tono jovial, ello no eliminaba ni un ápice de la dolorosa verdad de que Miklós no era compasivo ni amable, y el hecho de que hiciera algo genuinamente generoso por otro ser era, cuando menos, sorprendente. Si había alguien, aparte de su Imara, que podía ejercer ese milagro en él era Kala, y ya había demostrado que, efectivamente, seguía conservando ese mismo poder en él que lo había llevado a acercarse a ella cuando apenas era una niña y él demasiado adulto para lo que les convenía a ambos. – ¿Tienes romero? Me parece oler un poco por aquí, te vendrá bien para la herida. – inquirió, y cuando Kala le enseñó dónde se encontraba la planta, Miklós se levantó y se dirigió hacia el lugar para coger unas pocas ramas llenas de hojas. Se había hecho las suficientes heridas de pequeño para saber del efecto aliviador del romero en los golpes, como el que ella tenía; pronto y bien mandado, aunque ella ni se lo hubiera pedido, Miklós se acercó y frotó las plantas contra la herida, en movimientos circulares, de modo que el olor de la hierba pronto inundó el espacio, escaso, entre ellos. – Alivia el dolor, probablemente lo agradezcas. – aclaró, pero probablemente ni siquiera hiciera falta, pues el efecto de la planta se veía en el rostro, cada vez más relajado, de Kala.

Para ser un hombre que (casi) se vanagloriaba de no ser buena persona, Kala era bien capaz de hacer que pareciera no solamente bien educado, sino también tan amable y gentil como, en condiciones normales, Laborc, el húngaro, la pantera, jamás era.
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Mensaje por Kala Bhansali Dom Jun 04, 2017 4:20 pm

Sintió cómo se sentaba a su lado y como el peso de él vencía los cojines, haciendo que Kala resbalara hacia su lado ligera e imperceptiblemente. No se molestó en volver a colocarse, sino que se quedó donde estaba, algo más pegada a él que al principio. Aunque no lo miró, sí escuchó atenta su comentario, pero, aún así, la gitana no fue capaz de imaginar que el comportamiento que el húngaro estaba teniendo con ella no era, ni por asomo, habitual. ¿Cómo podía pensar en ese Miklós que él insistía que era, si nunca jamás lo había visto? No podía, simplemente.

En ese caso, si alguna vez sientes la terrible necesidad de hacer una buena obra, tengo una gotera en esa esquina que me da muchos dolores de cabeza. —Señaló la mencionada esquina con la cabeza mientras la mano presionaba la herida, intentando parar la pequeña hemorragia que todavía duraba y que cada vez iba a menos, gracias a los dioses—. Y debajo de todas esas telas tan vistosas y hermosas no hay más que desperfectos en la madera —miró las paredes un segundo y volvió a su rodilla—, pero no soy tan hábil como para arreglarlas, así que prefiero ocultarlas antes que verlas.

Echó el trapo en la palangana con fuerza, haciendo que el agua salpicara fuera, y estiró la pierna herida con suavidad. Era más doloroso el golpe que la rodilla en carne viva, pero tenía un aspecto tan asqueroso que en la mente de Kala todo dolía por igual. Levantó la cabeza cuando Miklós preguntó por el romero. ¿De verdad podía olerlo? Frunció el ceño, ligeramente confusa porque no sabía para qué lo querría, y señaló una especie de alacena estrecha con dos puertas que había junto a la puerta de entrada.

Hay ahí, dentro de un bote de cristal. En esa balda no, en la de arriba. Está en un frasco redondo con un tapón de corcho —explicó, estirando el cuello para poder ver—. Lo que no sé es cómo has podido olerlo desde aquí. Sí que va a resultar que tenéis un olfato envidiable —comentó, refiriéndose al hecho de que él era un cambiante, tema que había ignorado sin querer y queriendo a la vez. Sin pretenderlo, porque todo el asunto de su padre inquisidor era lo que más le había sorprendido; queriendo, sin embargo, por su costumbre de no preguntar sobre la vida de los demás. Esa había sido su forma de evitar que le preguntaran a ella: había descubierto que si no iniciaba aquel intercambio, la gente mantenía las distancias de cortesía y ella podía respirar tranquila. Aunque eso la hiciera parecer distante y misteriosa por la poca información que dejaba caer, le permitía mantener su secreto a salvo, tal y como le había pedido su madre años atrás. No sabía si había sido por eso, o porque los que persiguieron a su familia la habían dado por muerta hacía tiempo, pero desde que se subió al barco que la sacó de Ceylan nadie la había ido a buscar.

El cambiante volvió junto a ella con el romero en la mano, y, nada más sentarse, comenzó a frotar la planta por su rodilla. Al principio le escoció un poco, pero pronto se dio cuenta de que, efectivamente, el dolor del golpe remitía cada vez que Miklós frotaba las hojitas. Su rostro y su cuerpo se relajaron sin que ella se diera cuenta.

Ya lo creo que alivia —comentó mientras se acomodaba en el sofá—. Nunca había usado el romero para las heridas, sólo para cocinar y para hacer remedios para el pelo, pero con lo cortito que lo llevas tú dudo que necesites algo de eso.

Le miró primero el pelo y después bajó los ojos hasta su rostro, donde los mantuvo largo rato. Aprovechó la corta distancia entre ellos para observar sus rasgos detenidamente; eran angulosos y, de alguna manera, exóticos —¡y jóvenes, para la edad que tendría en realidad!—, tan distintos a los que se acostumbraba a ver en París que era inevitable no mirarle, te gustara o no. El aire se inundó con el aroma del romero y el del propio Miklós, mezclado con un ligero toque a tabaco que, junto con el calor de ambos cuerpos, produjo en Kala una sensación de nostalgia agradable. Los encuentros de su pasado habían sido mucho más carnales que lo que estaba siendo aquel en su carreta, pero lo cierto es que se alegraba de habérselo encontrado, a pesar de las circunstancias en las que había ocurrido.

Oye, Miklós. —Pasó los brazos por debajo de las rodillas, acercando el cuerpo a las piernas y abrazándolas contra sí—. ¿Cuántos años tienes? Me refiero a los de verdad, porque lo cierto es que no aparentas ser mucho mayor que yo. —Su voz sonó bajita, puesto que no era necesario alzarla demasiado para que pudieran hablar entre ellos, y eso hizo que el ambiente se volviera más confidencial, al menos para ella, acostumbrada a hablar de los asuntos más íntimos con contadas personas—. Creo que eres el primero de tu especie que tengo tan cerca, al menos que sepa con certeza que lo es. Hay mucha gente que habla de vosotros como si lo supieran todo, pero yo creo que la mayoría no han conocido uno en toda su vida —siguió sin elevar la voz y apoyando la barbilla en la rodilla sana. Después calló un momento, mirándole como lo haría un niño con algo que acaba de descubrir—. ¿Sabes? Siento un poco de curiosidad por saber en qué puedes transformarte. Estoy intento imaginármelo, pero lo cierto es que se me ocurren tantas posibilidades que es imposible acotarlas. La única manera en la que no te consigo imaginar es siendo un jilguero cantarín. —Sonrió levemente—. Porque no eres uno, ¿no?
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Mensaje por Invitado Jue Jun 08, 2017 2:06 pm

Miklós no era dado a hacer buenas obras, a menos que lo beneficiaran; sus allegados se podían contar con los dedos de una mano, y aunque por ellos estaba dispuesto a hacer muchas cosas, siempre solía haber como mínimo un motivo ulterior que guiaba su comportamiento en esa dirección, la de ayudar. ¿Sería diferente con Kala? Laborc podía tratar de convencerse a sí mismo de que con ella se había comportado como con cualquier otra mujer, pero eso no era cierto: ese carácter tan encantador que había sacado con ella solamente le salía con las mujeres a las que buscaba seducir, y con Kala lo había conseguido hacía años, no necesitaba recurrir a eso de nuevo. Que lo deseara era otra historia: ahí se mezclaba el evidente atractivo de Kala, existente cuando tenía quince años y aún más presente cuando ya había crecido, con los recuerdos de lo que habían compartido juntos, breve pero intenso. El hecho de que, además, ella confiara en él tan abiertamente, con una sinceridad que, pese a no ser total (Miklós no se engañaba al respecto: era lo suficientemente perceptivo para darse cuenta de que había hablado mucho más él que ella, pero no le importaba demasiado cuando se trataba de alguien en quien más o menos confiaba, como ella), era evidente, lo convertía todo en algo aún más agradable. Así pues, Miklós le permitió acercarse, permitió que utilizara su cuerpo como un cojín más grande que el resto de los que había en la superficie donde ambos habían terminado y la escuchó, sin interrumpirla y permitiéndole que hiciera lo que le apeteciera, incluso cuando se separó él para aplicarle el romero en el golpe y ella se mantuvo en su lugar.

– Podría pasarme algún día, claro. Si no me prohíben la entrada en el campamento, y créeme cuando te digo que ha habido antecedentes al respecto, aunque fuera de París, no tendría problema. – respondió, con un amago de sonrisa en los labios mientras permanecía acuclillado, con la palma de la mano derecha apoyada en el suelo y la izquierda sobre los muslos, en perfecto equilibrio. No se trataba de que se estuviera luciendo o que le estuviera dando una pista a Kala sobre el tipo de animal que era (realmente era obvio con sólo mirarlo y ver cómo se comportaba el húngaro en su vida diaria: era tan felino que casi faltaba sólo oírlo maullar para eliminar toda duda al respecto), sino de que, realmente, así estaba más cómodo. Y dado que se encontraba en un lugar que identificaba como seguro, más por la compañía hogareña que por la protección que pudiera ofrecer la humilde vivienda de Kala contra cualquiera de las amenazas que se le ocurrían sin pararse a pensar mucho en ellas, abogaba por la comodidad y la relajación: no podía evitarlo. Ni tampoco quería, en realidad. – Mi madre sabía mucho de hierbas y mejunjes varios. Ya te he dicho que éramos nómadas, así que puedes imaginarte que no solíamos tener acceso a muchas medicinas, y a veces era necesario acelerar la curación aún más de lo que de por sí ya es, así que me enseñó sobre plantas. – explicó, ignorando el tema de la edad, pero no por ningún motivo de peso, sino porque había decidido responder a otra cosa antes, nada más. Kala era tan curiosa, tan agradable incluso cuando le preguntaba por cosas que no compartía con cualquiera, que Miklós hacía un esfuerzo consciente por satisfacerla desde que la había conocido; en ese sentido, ella no podía quejarse: había elegido a un hombre que, a su vez, había elegido ser cuidadoso, para su primera vez, lo cual demostraba un criterio considerable por parte de quien, entonces, había sido apenas una adolescente.

– En mi último cumpleaños celebré cincuenta y ocho, o lo habría hecho si lo celebrara. Con nosotros, tienes la certeza de que si aparentamos algo, tendremos el doble, lo cual alimenta nuestro ego porque nos conservamos estupendamente. – respondió, quitándole importancia a su edad real con un gesto de cabeza, pero por lo demás sin moverse de sitio. Fugazmente se le pasó por la cabeza que, a aquellas alturas y con sus antecedentes, era muy probable que más que un antiguo amante pareciera su perro guardián, o quizá incluso su gato guardián, por eso de que el húngaro era un felino, ¡y vaya felino! No pensaba transformarse en medio del hogar de Kala, sobre todo porque su tamaño era demasiado para lo pequeño e íntimo de aquel lugar, pero eso habría solucionado su duda a la perfección; en su lugar, debía responderle, pero, por una vez, lo haría encantado. – ¿De verdad no paso por jilguero ni por colibrí...? Vaya, qué pena. – bromeó (¡sí, Miklós el inexpresivo!), y con otro amago de sonrisa la miró a los ojos, azul contra café, hielo contra la calidad del fuego o de un buen chocolate caliente en una fría tarde de invierno, parecido al efecto que tenía ella en los demás. – Dime, ¿a ti qué te parezco? Supongo que podrías tener tus dudas, y si te dijera que controlo a las serpientes y me transformo en una no te sorprendería mucho, ¿no? Pero no, soy algo más grande, de sangre caliente, y que ruge y te puede morder y desgarrar, más que envenenar. Soy una pantera, encantado. – concluyó.

No solamente acababa de admitir de forma pacífica qué era, sino que encima había hecho una especie de inclinación de cabeza, algo así como una oficialización de una presentación que ya habían hecho hace años, pero que retomaban con fuerza porque parecía que sólo entonces se empezaban a conocer de verdad.
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La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Kala Bhansali Dom Jun 18, 2017 10:08 am

No —negó con la cabeza—, me temo que no —dijo, con un tono de voz realmente apenado, en claro contraste con el gesto divertido que pintó en el rostro—. Son pajarillos pequeños, y tengo la sensación de que tú te los podrías comer de un bocado —se aventuró, y le miró con los ojos ligeramente entornados.

Qué va. Miklós no podía ser un pájaro que se pudiera coger con una sola mano. En realidad, tampoco se lo imaginaba siendo un ave —aunque la posición que había adoptado bien podía ser la de una—, pero, si lo fuera, ella creía que sería algún tipo de ave rapaz, una grande, de las que pueden destrozarte un ojo de un picotazo. Contestó a su pregunta negando con la cabeza; tampoco le hubiera extrañado que fuera una serpiente, o cualquier otro reptil de similares características, pero, para ser sinceros, tampoco se le había pasado por la cabeza tal idea. A ella no le daba miedo Miklós, pero había que reconocer que podía llegar a intimidar, así que su forma animal no podía ser menos. Ya fuera grande o pequeño, esa debía de ser una de sus características, pero había tantos seres vivos así que le resultaba difícil acotar las posibilidades.

Dobló la rodilla sana y clavó un codo en ella, apoyando la mejilla sobre esa misma mano, dispuesta a escucharle, como si se tratara de un cuentacuentos. Sin apartar su mirada de la de él, siguió su explicación dando forma en su mente a un animal que encajaba perfectamente en esa descripción y que… no era una pantera. Alzó las cejas un momento, sorprendida, y sus ojos brillaron al igual que su sonrisa al ver aquella especie de presentación.

Es un placer —contestó, haciendo un movimiento de cabeza idéntico al de Miklós—. Así que eres una pantera. Casi lo adivino. Con tu ayuda, claro. —Estiró las piernas y la espalda, haciendo que le crujieran algunos huesos—. Cuando has empezado a describirte había pensado en un leopardo, creo que porque hay muchos en Ceylan y porque es el único gran felino que he podido ver en con mis propios ojos, pero las panteras me parecen mucho más elegantes, aunque nunca haya visto una. —Se acomodó reclinándose contra la pared y acomodó el cuello y la cabeza entre los cojines, levantando los ojos hacia el techo durante unos segundos, recordando aquel viaje familiar amenizado por aquel gran gato que terminó convirtiéndose en el tema principal de conversación—. Y lo cierto es que, ahora que lo sé, sí que te veo más como una pantera que como otra cosa. Aunque al principio pensaba que serías un oso, o algún animal parecido.

Volvió a fijarse en la postura que tenía y se dio cuenta de que aquella no podía ser la de ningún úrsido. Estaba en perfecto equilibrio sobre la puntera de sus pies y su mano derecha como único punto de apoyo. Definitivamente, no podía pasar por un oso, ni por un lobo, ni un búfalo, ni ningún otro animal que no fuera de familia felina. Cuanto más lo miraba, más veía en él esos gestos gatunos que ya había conocido, pero que no había sido capaz de hilar en su cabeza. Lo había visto moverse de todas las formas posibles, pero, por aquel entonces, prefería prestar atención a dónde ponía sus manos, por ejemplo, que a cómo se levantaba del lecho. Ahora que lo sabía, echó la vista atrás y se dio cuenta de algunas de las reacciones del Miklós del pasado que la habían sorprendido —y que le parecieron encantadoras, como todo en él— tuvieron que deberse a su condición de cambiante felino, y no a otras cosas que, en su momento, le parecieron la opción más lógica.

Voy a preparar ese té que te he prometido antes. —Con ayuda de sus manos se levantó y se acercó a la pequeña chimenea que había enfrente, donde metió un par de maderos que prendió sin mucha dificultad. La caravana se iluminó enseguida, y pronto se templaría lo suficiente para crear un ambiente más familiar—. ¿Sabes a mí qué me gustaría ser, de poder elegir en qué transformarme? —preguntó mientras se acercaba a donde guardaba su colección de plantas de té, cada una con un sabor e intensidad distintos—. Un loro. —Escogió unas de sabor suave, y añadió unas pocas hojas de menta que lo harían más agradable. Mientras esperaba a que el agua estuviera lista, apoyó la espalda en la esquina de la alacena y se quedó mirando en la dirección donde se encontraba Miklós—. Pero no uno cualquiera, sino uno de plumas verdes y pico rojo, como los que perseguía de niña, y me pasaría el día cotorreando y volando de un lado para otro. —La tetera silbó. Sirvió el agua y, con una taza en cada mano, se acercó hasta el húngaro ofreciéndole una de las dos—. ¿Tú qué crees? ¿Paso por loro?

Se sentó en su sitio con la taza de té firmemente agarrada entre las manos y se la acercó a los labios para dar el primer sorbo. El aroma de la menta era notable y agradable, pero la bebida todavía quemaba, así que dejó que el humo le rozara el rostro y volvió a apartar la taza. Podría seguir haciéndole preguntas sobre él, sobre cómo era eso de ser persona y animal al mismo tiempo, sobre la sensación de andar a cuatro patas o sobre cómo se sentía cuanto tenía el cuerpo cubierto de un hermoso pelaje negro, pero reconocía que era la única que había hecho preguntas desde que se habían encontrado en el callejón o, al menos, la que más había preguntado de los dos, así que se acomodó entre los cojines y se calló, dándole la oportunidad a él de que saciara su curiosidad, o bien dejando que reinara el silencio entre ellos, roto sólo por el crepitar de las maderas de la chimenea.
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La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Invitado Jue Jun 22, 2017 6:09 pm

Nunca se había visto a sí mismo como a un oso, ni siquiera en la comparación que alguna vez le habían hecho, de broma, con respecto a cómo se comportaba con su hermana pequeña; es más, cuando lo habían llamado papá oso se había molestado más de una vez, porque él no era el padre de Imara, en absoluto. El desprecio que había sentido por la familia Finnegan, entonces, había sido considerable, aunque no tenía nada que ver con el que había empezado a sentir después, cuando éstos habían decidido actuar para intentar matarlo por el enorme crimen de criar a una mujer, su hermana, como tal. Era en ocasiones como esas cuando salía a la luz la pantera, la misma que reposaba siempre muy cerca de la superficie y empañaba sus movimientos hasta cuando su cuerpo era el de un hombre exótico, cuando menos. Precisamente por esa continuidad de la pantera, no era muy difícil deducir que Miklós era un felino una vez se sabía que era un cambiante, y eso era algo que había compartido con Kala desde el principio, a sabiendas de que no haría nada malo con esa información. Era la ventaja de ser “amigo” (o algo así) de alguien que pertenecía a otro colectivo perseguido: ante un enemigo común no se delatarían, por el riesgo evidente de que la acusación cayera en saco roto porque podía rebotar en contra de uno, así que Kala era alguien en quien se podía confiar por ser gitana. Por lo demás, él lo sabía, también, pero no hay que olvidar que, por bien que se estuviera comportando, Miklós era un hombre que buscaba la supervivencia propia por encima de (casi) cualquier cosa, así que siempre debía matizarse cualquier buen deseo que viniera de él, incluso si éstos eran bastante sinceros. Desde luego, lo eran lo suficiente para que Kala pudiera ser de las pocas que lo hacían sentir algo, en general, así que solamente por eso ya podía estar satisfecha consigo misma.

– Un loro... Sí. Sí, creo que te puedo imaginar fácilmente así; pequeña y ligera, volando de un sitio a otro, y de muchos colores, como te vistes tú siempre. – replicó, y para su análisis nada profesional optó por observarla sin ningún tipo de pudor, porque lo cierto era que, a aquellas alturas, no era particularmente necesario. ¿Acaso debía limitarse en su mirada el primer hombre que la había convertido en una mujer adulta en toda su vida? Los secretos de entonces los había conocido, tras seducirla de una manera mucho más fluida que la de ahora; Miklós se notaba particularmente torpe, no en sus gestos sino en su comportamiento social, por lo que era una ventaja que a ella no tuviera ya que seducirla, ¿verdad? Sí, podía centrarse en otras cosas, hablar de lo que le apeteciera, todo ello sin la intención de llevarla a un lecho en el que se estaba posando ella de motu proprio, pero con una intención diferente a la de entonces, o eso suponía. Si bien era el primero en admitir que aún se sentía atraído, estaba manteniendo las distancias (la mayor parte del tiempo) con bastante facilidad, y por el momento así seguiría, a menos que ella decidiera que el dolor de su caída era inferior a las ganas que tenía de enredarse, de nuevo, con el hombre que la miraba con hielo en los ojos y un té ardiente en la mano. Tanto contraste como siempre, hasta antes de saber qué era el húngaro con el que se había cruzado hacía tanto, pero que ya desde entonces había podido captar a la perfección. – Pero no sólo como un loro. Nosotros podemos ser animales diferentes, y si tú fueras de los nuestros, creo que también serías un colibrí, demasiado rápida y vibrante, pero necesaria para aquellos que te rodean. Si no, alguna otra ave colorida, pequeña y que vuela rápido y lejos, pero no una rapaz y mucho menos un buitre. Creo que estás por encima del carroñeo. – afirmó, dando un sorbo a su té y sin importarle lo más mínimo que estuviera caliente. Cosas más ardientes había probado en su vida...

– Leopardo no, o sí, depende de a quién le preguntes porque cada cual lo llama de una forma. Algunos dicen que las panteras negras son leopardos con un color especial, pero lo cierto es que lo ignoro: sé lo que soy. También sé que soy un león y un jaguar, pero ninguna de esas formas me es tan cómoda como la pantera. Mi segundo nombre, Laborc, significa precisamente eso: pantera. Probablemente mi madre ya sabía entonces que su hijo se convertiría en un gato grande. – comentó, quitándole importancia a la naturaleza depredadora que tenían todas sus formas animales, sin excepción, y simplificándolo sobremanera al denominarse gato grande. Si bien era cierto que sus formas tenían algo de gatuno, como mucho de alguna raza enorme de gato doméstico, él ni estaba domesticado ni era un lindo gatito, y cualquiera que quisiera poner en peligro su vida debería ser capaz de verlo simplemente con mirarlo. Con eso en sus pensamientos, y a sabiendas de que Kala era inteligente hasta el punto de que no haría falta siquiera avisarla de que tuviera cuidado con él en caso de verlo en forma animal, pese a que al ser un cambiante pudiera controlarlo a la perfección, continuó bebiendo su té despacio, pero de forma constante. La calidez del líquido y el aroma de la menta contribuyeron a apaciguarlo y a que la pantera se quedara tumbadita en su lugar, dentro de la psique del húngaro rebelde e insensible la mayor parte del tiempo. – Gracias por el té. Pero pareces cansada, creo que debería irme y dejarte reposar el golpe para que mañana puedas, al menos, andar sin cojear. – observó, incorporándose cuan alto era y dejando la taza vacía a un lado.

No era como si quisiera irse, no cuando el hogar de Kala se abría, generoso y cálido, hacia él; sin embargo, Miklós sabía que debía hacerlo, y no tanto por él sino por ella... demostrando que, pese a estar convencido de que no sentía nada, a veces sí que era capaz de ponerse en el lugar del otro. ¡Un hurra por la empatía!
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La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: La noche más oscura {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Kala Bhansali Lun Jul 03, 2017 1:59 pm

No pasó por alto la forma en la que Miklós la miró, aunque actuó como si no se hubiera dado cuenta. Bajó la mirada, disimulando, mientras se sentaba en el sofá, y una vez estuvo junto a él, giró el cuerpo en su dirección, apoyando un codo sobre los cojines y la cabeza en la mano, escuchándole. Mientras lo hacía, paseó los ojos por su rostro, por sus manos, por su cuerpo, y observó sus gestos, rememorando cada vez con más nitidez los encuentros que compartieron en un tiempo pasado y que, de no sentirse tan agotada y dolorida —aunque menos, gracias al remedio de Miklós—, no le hubiera importado repetir.

Loro y colibrí. Me gusta la idea —dijo recostándose entre los cojines y dando el primer sorbo a su té—. Si tu madre era gitana, lo más probable es que tuviera un sexto sentido para esas cosas. No me extrañaría que supiera en lo que te transformarías incluso antes de que nacieras. Y no sólo eso, sino que, de las tres, decidió ponerte el nombre de la forma en las que más a gusto te sientes.

Dio otro sorbo mientras se reconfortaba con el calor de la taza y le observaba, de manera menos discreta  esta vez, cómo se terminaba su taza de té y cómo se levantaba, casi al mismo tiempo. Le siguió con la mirada y sonrió con pena, pero terminó por imitarle y colocarse a su lado.

No hace falta que te vayas para que me dejes descansar, puedo hacerlo estando tú aquí —comentó, dejando claro que no le molestaba su compañía, al contrario—. Aunque también puede ser tu forma de decirme que te quieres marchar, y yo no te quiero retener a disgusto.

Y ahí volvía a entrar en juego el hecho de que, en realidad, no tenía ni idea de a lo que se dedicaba Miklós, ni si tenía otros quehaceres más allá de vagar de noche por callejones parisinos de mala muerte. Quizá tuviera a alguien esperándole y lo único que había conseguido ella era retrasar su llegada, con la consiguiente preocupación que eso siempre acarreaba en la otra parte. O quizá estuviera quitándole horas de sueño, simplemente. Fuera lo que fuera, no deseaba que la viera como un estorbo. Nunca quería que la vieran así, y mucho menos él.

Me ha alegrado mucho verte, de verdad. —Se acercó lo suficiente para poder darle un beso en la mejilla, cerca de la comisura. Sintió el roce de la barba y sonrió. Siempre le habían gustado los chicos con barba—. Puedes venir cuando quieras, y no necesariamente a arreglarme la carreta. Sólo… ven a verme algún día. Aquí nunca falta el té, y a mí me encanta preparárselo a los demás.

Le acompañó hasta la puerta y se quedó apoyada en el marco hasta que vio a Miklós desaparecer entre las carpas con ese andar tan característico. Había sido un encuentro curioso aquel, y Kala sólo esperaba tener la oportunidad de volvérselo a encontrar, pero, esa vez, sin heridas de por medio.


FIN
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