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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yvette Béranger Dom Jul 24, 2016 6:41 am

Desde que llegó a París meses atrás había ido descubriendo las inumerables posibilidades que le brindaba la gran ciudad. Teatros, cafés, museos… tenía todo lo que deseara al alcance de la mano y, lo que más le entusiasmaba, podía tenerlo cuando ella quisiera. Sólo con un gesto de la mano, el cochero preparaba lo necesario para salir a disfrutar de la jornada. Aunque siempre iba acompañada de una de las doncellas de la casa, eso no impedía a Yvette sentirse libre de alguna manera. Sabía que la tarea de la joven que la acompañaba no era sólo cuidar de que llegara sana y salva a casa, sino vigilar que no se metiera en ningún lío. Era como si su madre no se fiara del todo de ella y supiera que terminaría metida en algún aprieto.

Aquel día su acompañante se llamaba Julia, una joven de aproximadamente su edad que había entrado hacía poco a trabajar. Era una niña asustadiza, pero cumplía con su objetivo de la manera que se esperaba de ella. No hablaba mucho, por lo que era Yvette la que llenaba los vacíos silenciosos entre ambas. En realidad, no le molestaba demasiado hasta que llegaba el momento en el que se quedaba sin nada que decir. Era entonces cuando caminaban en silencio durante un tiempo indefinido hasta que había algo que volvía a generar un tema de conversación. Fue así como pasaron la tarde en el museo de Bellas Artes, sala tras sala, cuadro tras cuadro. Yvette marcaba el ritmo y Julia la seguía como un pollito a su madre. No era la mejor de las compañías, pero, al menos, no repetía constantemente que deberían regresar, aunque lo pensara. Las miradas fugaces al reloj de la sala principal no pasaron desapercibidas, así que Yvette terminó complaciéndola.

¿Por qué no regresamos, Julia? —preguntó, como si fuera algo espontáneo.

Fuera, el coche de caballos las esperaba pacientemente. En cuanto estuvieron acomodadas en el interior, los animales comenzaron un ligero trote que hizo del viaje un infierno. Cualquier montículo o agujero, por pequeño que fuera, hacía saltar en sus asientos a las dos mujeres. Una de las ruedas empezó a fallar y un último bache terminó rompiéndola.

Llegaremos tarde —dijo la criada al ver la rueda.

Esta vez Yvette no contestó, pero coincidía con ella. Estaba destrozada. La hechicera miró a ambos lados de la calle y calculó el camino que faltaba hasta llegar a su hogar.

Volvamos caminando desde aquí, no estamos lejos —propuso mirando a Julia—. Llegaremos a tiempo —la tranquilizó después.

Así fue como emprendieron la marcha por aquella calle ancha y llena de gente, en una bonita tarde que comenzaba a apagarse poco a poco. Un artista callejero que actuaba en un callejón cercano llamó la atención de Yvette. Agarró a la doncella de la muñeca y se desvió para observar el espectáculo, ignorando completamente las advertencias que la otra joven no hacía más que darle. Empezaba a cansarse de su prudencia y su insistencia. ¿Qué podía pasarles, si aquello era sólo la actuación de un artista callejero? Además, no llegarían tarde. Serían tan sólo cinco minutos.
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Mensaje por Invitado Miér Jul 27, 2016 4:52 pm

Miklós se incorporó desde el suelo, donde había estado tirado, con una mueca de soberbia tal que bien parecía que la realidad había cambiado y era su rival al que habían derribado con un golpe. Lo mismo debió de pensar el enemigo, que mostró la confusión que lo embriagaba en su cara ancha y molida a golpes del húngaro, y éste último aprovechó la oportunidad para salir corriendo a por el otro y tumbarlo en el suelo, golpearlo en la cara hasta dejarlo irreconocible y, finalmente, dejarlo inconsciente. Ah, el factor sorpresa: una de las soluciones preferidas del húngaro, que estaba dispuesto a vencer y, sobre todo, a no dejarse matar costara lo que costase. De aquello se había tratado su enfrentamiento, para variar a la luz del día; habían sido cinco contra él, y el último de sus atacantes finalmente había terminado en el suelo con el resto de ellos, ante los ojos atónitos de quien había apostado, con demasiada soberbia, que Miklós no podría ganar, no con tantos rivales atacándolo a la vez. Ese era un fallo habitual cuando se trataba de juzgar al cambiante: nadie tenía en cuenta que le daba igual, de hecho hasta lo disfrutaba, verse herido y sangrante, arrastrado hasta el dolor; si se obviaba el dolor, e incluso si se disfrutaba de él, la resistencia hacia el mismo crecía exponencialmente, y por eso se podía luchar con cinco, diez y hasta quince rivales a la vez. De eso, por desgracia, el que había apostado se había dado cuenta sólo después de que la pantera se le acercara y le arrancara el saco de dinero de las manos, y sólo reaccionó cuando Miklós ya estaba demasiado lejos y se había adentrado en las callejuelas, todavía en forma de humano, aunque no le costó mucho volverse una gloriosa pantera completamente negra, aunque un tanto herida.

Si bien era cierto que las transformaciones aceleraban el proceso de curación, Miklós era consciente de que sus heridas iban a tardar un poco más en curarse, y por eso no le sorprendió que la pantera cojeara y que tuviera cortes en el lomo e incluso en el morro, siendo éste el que más le molestaba. Durante un momento, se quedó inmóvil, con los rasgados ojos ambarinos entrecerrados, y sólo cuando notó que la herida empezaba a sanar, con aquel picor intenso que caracterizaba al proceso, volvió a moverse, siempre por las calles principales. Aunque le gustara tontear con el peligro, lo cierto era que sí valoraba su vida un tanto, y por eso no quería abalanzarse sobre la calle principal, donde enseguida lo capturarían y lo matarían nada más verlo en su forma natural. Por las calles secundarias no corría tanto peligro, ni siquiera si había potenciales testigos como un músico callejero y dos mujeres que lo contemplaban, a las que Miklós vio de reojo, sin prestarles particular atención. Una de ellas, sin embargo, sí que se dio cuenta de que la pantera negra en la que se había transformado el húngaro: la sirvienta gritó, ajena a toda lógica y a todo decoro, y se esfumó a la calle principal, olvidando por un momento a su señora; el músico, por su parte, recogió sus instrumentos y sacó una daga para defender a la tercera, una mujer joven y claramente rica a la que Miklós apenas prestó atención porque la daga, de plata, era en lo que se estaba fijando. Molesto, bufó y saltó hacia el músico, que lo esquivó como esquivaría a una pantera, pero no contó con que la pantera se había metamorfoseado en humano y era más rápido que él, por lo que se encontró sin cuchillo y con un húngaro imponente, andrajoso y herido detrás, haciéndole una llave que lo dejó sin conocimiento ante la vista atónita de la mujer. – ¿Y tú qué miras, eh? – increpó Miklós, y como supo por su oído que la sirvienta había llamado a los gendarmes y éstos se acercaban, Miklós hizo lo único que se le ocurrió: cogió a la mujer del brazo y la arrastró lejos de allí.

El húngaro, el impredecible húngaro, era tal vez inteligente en muchas cosas, pero por lo general era demasiado rápido en todo, y eso le traía problemas que no solía nunca siquiera imaginar.
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Mensaje por Yvette Béranger Sáb Jul 30, 2016 4:17 pm

Yvette observaba al músico abstraída de todo lo que le rodeaba. Julia esperaba a su espalda, con lo que la hechicera era incapaz de ver la cara de preocupación y los gestos que la acompañaban. Aunque cada vez con mayor frecuencia, todavía eran pocas las ocasiones en las que podía disfrutar de un momento de libertad como aquel. Sí era cierto que solía aprovechar los días en los que salía con alguna doncella nueva, ya que eran más permisivas en ese aspecto. Era raro que una recién llegada se impusiera a lo que su señora dijera.

El grito de la joven captó su atención. Giró el cuerpo entero para mirarla, pero para entonces ya había echado a correr.

¡Julia! —la llamó, también con un grito.

No hizo caso. Su carrera despavorida la dejó completamente descolocada en el sitio. Otro sonido a su espalda hizo que se girara de nuevo. El músico había guardado todo y, como por arte de magia, acabó con una daga en su mano enfrentándose a ¿qué demonios era eso? Yvette miró en la misma dirección que el artista y sólo pudo ver una sombra negra abalanzándose sobre él. Juraría haber visto un animal enorme, pero terminó siendo un hombre lleno de magulladuras y sangre. Comenzaron a pelearse, pero desde el primer momento estaba claro quién era quién llevaba el mando de la situación. El músico no tardó en quedar tendido en el suelo, inconsciente o muerto. La cara de la joven se desencajó, quedándose con la boca abierta y los ojos como platos. No podía apartar la mirada del cuerpo inerte sobre el suelo.

L-lo… Lo has… —balbuceó.

Se llevó una mano a la boca y ahogó un grito. A lo lejos, en la calle principal, los gritos de la sirvienta alertaron a dos policías que pasaban por allí. Estos llamaron a gritos a unos cuantos más y comenzaron a adentrarse en el callejón. Un tirón del brazo la sacó del trance; el hombre la había agarrado con fuerza y se la llevaba de allí, quién sabía a dónde. La joven gritó, esta vez sí, con todas sus fuerzas. En qué momento se le había ocurrido salirse de la vía principal, menudo error había cometido.

¿¡Qué!? ¡No, NO! —forcejeó intentando librarse de la atadura, pero él tenía demasiada fuerza—. ¡Suéltame! ¡Socorro! ¡Qué alguien me ayude, por favor!

Sus gritos de auxilio sonaban terriblemente desesperados, viendo que su fin se acercaba. Entre sollozos llamó a Julia, a los gendarmes que habían sido alertados, a su madre y a su padre. Llamaba a todos los que era capaz de recordar, pero nadie acudió en su ayuda. Ahora sí que estaba metida en un buen lío.

¿Adónde me llevas? ¿Qué vas a hacer conmigo? —Una mueca de dolor surcó su rostro. Aquella bestia apretaba con fuerza—. ¿Quieres dinero? ¿Es eso? —Miró hacia atrás buscando a alguien, pero llevaban un ritmo tan rápido que dejaron la calle principal muy atrás en poco tiempo—. Me haces daño.

Sus últimas palabras sonaron más como un ruego, en voz baja y agotada. La angustia que se había alojado en su pecho empezaba a dolerle y sentía que le faltaba el aire. Su respiración era agitada, estaba muerta de miedo. En aquella carrera demasiado rápida para sus piernas, tropezó con una piedra que se había movido de la acera. El cuerpo de la joven cayó de bruces, pero él seguía sujetándole el brazo, con lo que su hombro se estiró más de la cuenta. El alarido de dolor fue inmediato.

¡Para! —gritó, llevándose la otra mano al hombro dolorido.
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Mensaje por Invitado Vie Ago 12, 2016 5:55 am

¿Dinero? ¡Ja! El húngaro era un hombre vulgar hasta el extremo en ciertos aspectos de su vida, pero hasta a él le quedaba el orgullo suficiente de saber que si quería conseguir dinero, debía ganárselo, y ¿secuestrar a alguien así porque sí, sin un encargo previo? Sí, bueno, era capaz, pero no era su estilo, y con él se trataba siempre del estilo particularmente decadente y rápido del que hacía gala, sin querer ni poder tampoco evitarlo del todo. La sola acusación de la mujer de que lo hacía por dinero lo hizo bufar como el gato grande que era hasta encontrándose en su forma humana, y continuó huyendo, guiándose por la brújula interna que era su orientación, extraordinariamente desarrollada, gracias en parte al tiempo que llevaba moviéndose por los bajos fondos de París. Los conocía como la palma de su mano siempre y cuando fuera capaz de mantener la concentración, y el crujido del hombro de la muchacha cuando se le desencajó lo hizo abandonar por un instante esa realidad para darse de bruces con el secuestro improvisado que, fuera su estilo o no, acababa de realizar. Con el ceño fruncido ante la contradicción, Miklós se detuvo en seco y la examinó brevemente, no sin antes mirar alrededor para evaluar la seguridad de la plazoleta cerrada por los cuatro costados, más patio interior que otra cosa, a la que habían llegado. Los habitantes de las casuchas que daban al lugar eran todos conocidos del húngaro, gente de su calaña que sabía que atacarlo era mala idea y que le dejaban a su aire para que no les trajera problemas. Por eso, al saberse más o menos seguro, decidió cogerla en brazos con una delicadeza inusual (porque sabía, ¡y muy bien además!, lo que dolía su hombro en aquel momento) y trasladarla bajo los soportales de la plazoleta, donde había unos poyos en los que podía apoyarla.

– No quiero dinero, quiero que tengas la boquita cerrada. ¿Puedes o tengo que enseñarte? – espetó, seco y agresivo en pleno contraste con la suavidad relativa de su comportamiento anterior, y sin esperar permiso por parte de la mujer se le acercó y palpó el hombro, que efectivamente estaba desencajado. Haciendo una mueca, apartó los ojos de la piel que las mujeres como ella nunca mostraban y la dirigió a su rostro. – Esto va a doler. – advirtió, y casi fue posible advertir una pequeña muesca de sadismo en su tono, aunque habría que ser muy rápido para captarlo, pues apenas un instante después del aviso Miklós ya había cogido el brazo y ya había realizado el movimiento de devolverlo a su sitio. Ah, la de veces que le había sucedido eso mismo a él... Era una de las lesiones más fáciles de solucionar y que ya casi le dolían menos precisamente por la fuerza de la costumbre. Cuando uno se dedicaba a que le dieran palizas (y a darlas, no hay que malinterpretarlo) para ganarse el pan, el dolor era lo menos que se podía esperar, y desarrollar un umbral muy alto era casi una necesidad en su tren de vida. – No, no quiero dinero. Quiero saber qué has visto, y también asegurarme de que no vas a denunciarme a los gendarmes o, peor, a la Inquisición. – su voz sonó como un rugido, y se apartó de ella, dándole la espalda pero a sabiendas de que ella no podría huir aunque lo intentara. Ya había comprobado que era más rápido, que se movía mejor y que parecía un animal cazando hasta si estaba más o menos relajado, como era el caso; de hecho, en aquel momento Miklós se movía como un gato, reflexionando, y sólo se giró para mirarla en el último momento, con los ojos entornados.

Había que estar ciego, sordo y colocado de opio para no darse cuenta, ante el húngaro, de que se trataba de un hombre medio felino, y sobre todo sobrehumano... hasta si no se creía en semejantes tonterías.
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Mensaje por Yvette Béranger Lun Ago 15, 2016 4:05 pm

Para ella, que no se había roto un hueso en su vida, aquel dolor era inhumano. Se llevó la mano al hombro y se lo apretó con fuerza, pero lo único que consiguió es que le doliera aún más. Estaba segura de que perdería el brazo, había crujido tanto que se lo imaginaba deshecho en un millón de pedazos imposibles de fusionar de nuevo. El hombre terminó parándose, pero dudaba de que fuera por petición de ella. Se quedó de rodillas sobre el suelo empedrado sujetándose el brazo y con la cabeza gacha y los ojos fuertemente cerrados, aguantando el llanto. No vio cómo el hombre se acercaba ni cómo la cogía suavemente en brazos. De no sentir aquel dolor habría pataleado para bajar, pero se sentía incluso incapaz de hablar. Dejó que la llevara a donde fuera, en ese momento todo le daba igual.

Cuando la apoyó abrió los ojos para mirarle. Vidriosos, estaban a punto de empezar a llorar y no sólo por el dolor, sino por lo impotente que se sentía en aquel momento. Frunció los labios y se mantuvo callada, aunque le hubiera gustado decirle unas cuantas cosas. Si no era dinero lo que buscaba, ¿por qué demonios la había arrastrado hasta allí? Siguió todos sus movimientos con el cuerpo ligeramente echado hacia atrás, como si se intentara alejar de él. También se apartó cuando comenzó a examinarle el hombro, pero dio con la espalda en la pared y no pudo evitar que el cambiante la tocara. Hizo una mueca de dolor, pero lo que más le asustó fueron sus palabras. «¿Más?» No tuvo tiempo de pensar. Antes de que pudiera procesar lo que le decía, el hombre ejecutó el movimiento que devolvió el hombro a su sitio. Esta vez no pudo evitar gritar como si con ello pudiera disminuir el dolor. Volvió a llevar la otra mano al hombro, encogiendo el cuerpo y quedándose hecha un ovillo allí sentada. Las convulsiones del llanto agitaban sus hombros de manera frenética. Él se reiría de ella, pero qué más daba. Sólo quería volver a casa y olvidar aquel incidente tan horrible, aquella tarde que tan pacífica parecía y que se había vuelto de lo más oscura.

¿Que qué he visto? —consiguió decir entre sollozos. Levantó una mirada llena de odio hacia él—. Que has matado a un hombre inocente. ¿Qué te había hecho él, eh? ¿Tanto te molesta que la gente se gane la vida de manera honrada?

Por primera vez se fijó en él. Además de su aspecto, fiero y salvaje, el hombre actuaba de manera extraña. Eran esos movimientos para nada humanos que le recordaban demasiado a aquella leona enjaulada a la que se acercó aquella vez, hacía tantos años, cuando su padre la llevó al circo. Recordó lo majestuosa que era a pesar de estar encerrada entre barrotes. Lista y manipuladora, no se dejaba manejar ni siquiera por el domador que, aunque parecía que él tenía el mando, era como si la leona siempre terminara llevándole a su terreno. El hombre que tenía delante, al contrario que aquel animal, era algo más vasto en sus movimientos, pero quizá fuera sólo porque andaba sobre dos patas en vez de cuatro. Además, estaba lleno de sangre y magulladuras, pero, por lo que Yvette pudo apreciar, los golpes parecían menores que los que había visto cuando le cogió la muñeca. Las heridas parecía que habían sanado, o al menos las más pequeñas. Parpadeó un par de veces y volvió su atención hacia su hombro. Intentó moverlo y comprobó que, a pesar del dolor, podía hacer todos los movimientos de hacía unas horas. Aquella bestia se lo había arreglado en un segundo, aunque, pensándolo bien, era el que había hecho que se le saliera.

Te mereces que te denuncie a los gendarmes, a la Inquisición y a todas las instituciones de este país. Eres una maldita bestia —escupió—. Y no pienses que te vas a librar de ellos, si no es hoy terminarán atrapándote en algún momento, sobre todo si vas dejando cadáveres a tus espaldas —dijo después, encogiéndose sobre sí misma de nuevo.

Vendrían a por él, la policía debía estar ya cerca. Si gritaba les alertaría y sabrían su posición. ¡Pobre Julia! Recordó cómo había echado a correr en cuanto apareció el hombre, aunque, en realidad, el hombre apareció después de que ella gritara. Antes de él, Yvette sólo pudo ver una sombra o, al menos, lo que ella creía que era una sombra. En realidad, le pareció un animal, un felino, pero descartó la idea por lo absurdo de la misma. Dejó la mirada fija en una piedra del suelo y fue elevándola lentamente hacia él. Volvió a examinar sus movimientos, cómo entornó los ojos para mirarla, como si la acechara. Ella los cerró, negó con la cabeza y soltó el aire en un bufido. Cuando volvió a mirarle, su rostro mostraba confusión y… miedo. Mucho miedo.
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Mensaje por Invitado Lun Ago 29, 2016 4:01 pm

Si ella no lo hubiera visto nunca hasta aquel momento, la inmovilidad de Miklós podría haber hecho que pensara que se trataba de una estatua de mármol, realizada con exquisito detalle por algún escultor con un gusto extraño en hombres (había que reconocerlo, y hasta el propio Miklós lo hacía: su rostro, aunque atractivo, era inusual como poco). Sin embargo, lo había visto, e incluso lo había llegado a sufrir, aunque en opinión del húngaro realmente el encontronazo no había sido tan dramático como habría podido ser... A fin de cuentas, ella estaba viva, prácticamente sin ningún daño (al menos, ninguno que fuera permanente), y él se había portado de forma tan civilizada que hasta le había arreglado el brazo. ¿Qué más pretendía ella que hiciera! Su incredulidad iba en aumento a medida que la chica, sin duda de clase alta, estallaba en exabruptos hacia él, que únicamente se había defendido de una situación a la que lo habían arrastrado contra su voluntad. ¿Qué culpa tenía él de ser una pantera, eh? La única culpa estaba en Eszter Rákóczi, que estaría en el Infierno seduciendo al mismísimo Lucifer a esas alturas, y que le había cargado con unos dones que a él le gustaban, pero que casi nadie en París respetaba lo más mínimo. Ella incluida, por supuesto. – No estaba muerto. Lo sabría si lo hubiera matado, con ese golpe le habría roto el cuello, y se escucha un crujido muy claro cuando se rompe el cuello de un animal, lo mismo que con los humanos. Él no crujió, por tanto no murió, pero seguramente se despierte con un chichón y un buen dolor de cabeza. – aclaró Miklós, en tono indiferente, y estudiándose las uñas, que estaban cortas pero sorprendentemente limpias, quizá algo que le había quedado de la transformación anterior, pues con sus formas felinas Miklós no escatimaba en gestos para mantenerlas lo más elegantes posibles, más incluso que lo que hacía con su forma humana, para muchos la original. Para él, el asunto era un poco más complicado que eso...

– De todas maneras, ¿cuál es tu maldito problema? ¿Crees que el músico era honrado? Esos nunca actúan solos, atraen al público con la música y luego tienen a un cómplice que roba el resto. Eres carnaza para los que no tienen nada, niña, ¿es que no te das cuenta? – la reprendió, y en cierto modo era curioso que no se incluyera dentro de la selecta categoría donde había encajado al resto de los seres que no tenían dónde caerse muertos, cuando él tampoco nadaba en francos, precisamente, y había cometido fraudes parecidos hacía no tanto tiempo, aunque pareciera una maldita eternidad. Probablemente la diferencia se encontrara en que Miklós había optado por ganarse los cuartos de forma sincera; no honrada, porque dar palizas por dinero no era algo que pudiera ir publicitándose en ninguna gaceta dominical, pero al menos era sincero al respecto, y en gran medida había renunciado a su pasado de timador, así que podía permitirse ser todo lo crítico que se le antojara con otros. Especialmente si a esos otros no los conocía y lo habían visto transformado en pantera, lo cual le hizo pensar que, tal vez, la mujer que tenía delante no se había dado cuenta y no lo iba a denunciar, pero a aquellas alturas sí que lo haría, de todas maneras... Aunque sólo fuera por cómo la había tratado. Y si bien la sola idea le daba risa a Miklós (pero mucha, ¿eh? No la suficiente para demostrarla, pero sí para darle una actitud un poquito más ligera que hasta ese instante, incluso en sus movimientos), porque no sabía qué se pensaba ella, realmente tenía sentido que creyera que sólo por ser rica, él, que tenía sus propios problemas, la iba a poner por delante de sí mismo. ¡Ja! La única persona que había conseguido que lo hiciera se encontraba lejos, totalmente fuera de su alcance, y la chica, cuyo nombre ignoraba, no iba a empezar a hacerlo. Por encima de su cadáver. – Probablemente me atrapen. Dios sabe que me lo he ganado, pero en este caso no, porque no he matado a nadie, y tú estás más sana y salva que allí. Así que, dime, ¿a quién me vas a denunciar...? Porque lo lamentarías, de hacerlo. Y eso no es una amenaza: es una promesa. – sentenció el húngaro, y ante los atónitos ojos de la muchacha se estiró y parte de él se transformó en pantera.

Si bien no fue una transformación completa (apenas se le deformó el rostro, las manos se transformaron en un cruce extraño con una garra y la posición de su cuerpo tuvo que ser, por fuerza, acuclillada), la mirada de la pantera clavada en ella bastó para dejar claras sus intenciones.
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Mensaje por Yvette Béranger Vie Sep 02, 2016 4:06 pm

La mirada atónita que esta vez le dedicó apenas era capaz de mostrar lo que todo aquello le estaba pareciendo. Estaba haciendo un análisis minucioso sobre el proceso de muerte de un animal, o todo lo minucioso que se puede llegar a ser, cuando a éste se le rompe el cuello. ¿Cómo era posible que hablara de algo así sin siquiera sonrojarse? Yvette le miró de arriba a abajo sin poder creer lo que estaba presenciando. Imaginó el sonido que describía y un escalofrío le recorrió la espina dorsal. ¿Cuántos cuerpos habría visto morir de aquella manera para poder relatar el sonido que, supuestamente, hacían? Decidió no decir nada, así que se limitó a mirar hacia otro lado y a masajearse el hombro. Le dolía menos, gracias a Dios, pero ese era sólo un problema menor. Él y todo lo que conllevaba era lo que realmente le preocupaba. Se levantó de allí con intención de marcharse. No podía retenerla más tiempo en contra de su voluntad.

¿Qué? ¡Yo no tengo ningún problema! —bufó, ofendida. ¿Se suponía que debía darle las gracias, acaso?—. Paseaba tranquilamente por la calle hasta que has llegado tú y me has arrastrado hasta este… este… —miró a su alrededor en busca de una palabra que definiera la plazoleta— lugar —dijo finalmente, no muy convencida. El deterioro de los edificios era notable, y la sensación de sentirse constantemente vigilados no terminaba de irse por completo. Aquel no era un sitio al que una señorita elegiría ir para pasar la tarde—. ¿Y todo por qué? Por lo que sea que haya podido ver. Así que dime, si no has matado a ese hombre, ¿qué se supone que he visto? —Había algo en todo aquello que no terminaba de encajar, y ella lo sabía. ¿Cómo es que un sólo hombre había causado todo ese alboroto? Era una persona fuerte y feroz, con un aspecto que distaba mucho de ser pacífico, pero era un hombre al fin y al cabo—. Podías haberme dado un golpe como al músico, seguro que él no recuerda nada. O tal vez sí. ¿Has pensado en esa posibilidad? —cuestionó, moviéndose hasta quedar frente a él, a una distancia más que prudente—. Porque te recuerdo que lo has dejado allí tirado, y los gendarmes estarán esperando a que se despierte para interrogarle sobre lo que ha pasado.

Tenía que reconocer que el hombre le producía cierto respeto, y eso que sólo había visto su parte humana. Pensó en su madre y los gritos que estaría dando a esas alturas por lo tarde que llegaba a casa. ¿Cómo iba a explicarlo? Estaba claro que no podía contar lo que había pasado. Si decía que un desconocido le había arrastrado a una zona de la ciudad donde nadie en su sano juicio entraría por voluntad propia, era carne de convento. No volvería a salir de casa en lo que le restaba de vida. ¡Maldita sea! Casi hubiera preferido haber recibido el golpe, al menos podía poner la excusa de haberse tropezado y golpeado, por poco creíble que fuera.

Ahora, si no te importa, volveré a mi casa. —Echó a andar con el pecho henchido, intentando mantener una dignidad de la que dudaba que quedara algo—. Y te voy a decir otra cosa —dijo, girando sobre sus talones y encarándole de nuevo. Parecía que había adquirido cierta bravura, pero fue sólo mientras no lo tuvo a la vista. Nada más verle se acobardó claramente—. Si me roban es… es cosa mía, no tuya.

Él volvió a defenderse, pero esta vez le mostró a Yvette algo más. No sólo fueron sus palabras, inquietantes de por sí, sino la desfiguración que sufrió parte de su cuerpo. La muchacha pasó por alto las manos convertidas en una especie de garras y el rostro, con aquel morro felino, para centrarse en los ojos ambarinos de pupilas alargadas que la miraban fijamente. La mandíbula se le desencajó de la impresión y movió la boca intentando decir algo, pero de su garganta no salía ni un sólo sonido. Ni siquiera era capaz de gritar. Frunció el ceño y tragó saliva. Después miró hacia el suelo y se llevó una mano a la frente. Quizá si le había dado ese golpe en la cabeza y estaba algo aturdida, o drogada, porque aquello que acababa de ver no tenía cabida en un mundo como el suyo. Un sudor frío le recorrió la espalda de arriba a abajo, acompañado de un ligero mareo y unas fuertes náuseas. Volvió a mirarle, no sin temor, y con el pulso tan acelerado que lo podía escuchar en sus oídos.

¿Qué… qué…? —tartamudeó. No sabía qué decir, exactamente—. ¿Qué ha sido eso?
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Mi libertad termina donde empieza la tuya {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: Mi libertad termina donde empieza la tuya {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Invitado Sáb Sep 17, 2016 6:40 am

Los ojos rasgados del híbrido, esta vez de pantera y humano y no de serpiente y reptil, siguieron cada movimiento de la joven con una rapidez que solamente podía asociarse con la de un felino. El resto de su cuerpo permaneció en perfecta quietud, inmóvil hasta el punto de que parecería que no respiraba si no se prestaba la atención suficiente; pero lo hacía, vaya que si lo hacía, en inspiraciones lentas que llenaban sus pulmones, cautos y a la espera de un posible ataque. El estado habitual de Miklós, en guardia, parecía estarlo todavía más en aquel instante, de ahí que la transformación se le hubiera aventurado un tanto en los rasgos, pero simplemente la observaba y la mantenía quieta con su mirada, sin arriesgarse a atacarla, porque no creía que fuera el momento. Tal vez más adelante, si seguía haciendo preguntas estúpidas y comportándose como una niñata desagradecida, le daría un zarpazo que sirviera para que tuviera su merecido, pero por lo pronto no. Sería un gatito bueno, todo lo bueno que pudiera ser él al menos, un rato más. – ¿Qué te parece a ti que es esto? Vamos, has sido educada, ¿no es eso de lo que os enorgullecéis vosotros los pudientes? ¿Qué estás viendo? – inquirió, irónico, y su voz sonó como un cruce entre su voz habitual y un ronroneo, aunque tan pronto podía transformarse en un sonido arrullador por su suavidad como en un rugido por su fiereza. En ese equilibrio se encontraba Miklós, quien, ante los ojos aún atónitos de la muchacha, se rascó la mejilla con una de sus uñas, completamente de felino. Su rostro se había mantenido inmóvil en la transformación, pero la mano derecha ya era una garra de pantera absolutamente desarrollada, dando aún más fuerza a lo grotesco de su hibridación momentánea. – Ah, ya veo. Necesitas más pistas. – razonó, para él pero en tono suficientemente alto para que ella lo escuchara, y de un fluido movimiento salto hacia atrás como híbrido y, al aterrizar en el suelo, era la hermosa pantera a la que el nombre de Laborc hacía referencia.

Qué ágil había sido Eszter al elegir el nombre de su descendencia... Pocos ejemplares más elegantes de panteras negras podían verse, más allá de él, en la ciudad de París, ni siquiera encerradas en las jaulas de algún zoológico donde debieran actuar siguiendo el chasquido de los látigos que usaban para controlarlas. Despacio, manteniendo la distancia (pero dejando claro con su actitud que podía atacarla cuando a él le viniera en gana), giró alrededor de la muchacha hasta que decidió que el espectáculo se había terminado, momento en que se transformó de nuevo en el húngaro larguirucho y orgulloso que la había llevado a aquella situación. Por accidente, por supuesto. – Dime, ¿sigues necesitando ayuda para entenderlo? Dudo mucho que después de un golpe en la cabeza el músico recuerde esto, pero si lo hace, dime, ¿qué opinas? ¿Se conformaría con los gendarmes o llamaría directamente al Santo Oficio? No voy a arder en la hoguera. Me niego. – recalcó, y por una vez se apreció un sentimiento real en él, algo más allá de la ironía que a veces se dedicaba a imprimir en sus palabras y más próximo a la rotundidad y a la testarudez del instinto de supervivencia. Así era: todo el mundo creía que Miklós era suicida, y bien cierto era que le gustaba el dolor porque lo hacía sentir algo más allá de la apatía existencial hacia todo y todos, pero lo cierto era que, como animal, su instinto de supervivencia estaba muy desarrollado, y no podía morir ni dejarse matar tan fácilmente. Además, como cristiano fervorosamente creyente que era, algo que también solía pasar desapercibido en él, el suicidio no era una opción razonable, pues si ya dudaba que fuera a ir al Reino de los Cielos, si se quitaba la vida él mismo mucho menos podría llegar a encontrarse con San Pedro en las puertas del Paraíso Celestial. – Vas a recordarlo todo, muchacha, esto no es algo que puedas olvidar fácilmente, porque yo no pude hacerlo la primera vez que lo presencié. ¿Vas a confesar tú ahora, o te vas a callar? Si te callaras, podría asegurarme de que vuelves a casa sin que nadie te robe, pero si me denuncias, te quedarás sola en esta plazuela donde, si no fuera por mí, ya estaría desvalijada y sin el más mínimo asomo de honra. – con pleno dominio de su voz humana, Miklós le ofreció un trato aparentemente sencillo, pero que quizá a ella le costaría un poco más asimilar que a él, acostumbrado al mundo de lo sobrenatural desde su misma concepción.

Tal vez ella fuera diferente, o tal vez no lo fuera en absoluto; lo que estaba claro para él era que, decidiera lo que decidiese, él no iba a ser denunciado a la Inquisición mientras viviera, y dado que no pensaba morir, la realidad iba a seguir siendo que él se saldría con la suya, pasara lo que pasase.
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Mensaje por Yvette Béranger Mar Sep 27, 2016 4:21 pm

Por un momento, y mientras aquellos ojos la miraban, Yvette dejó de respirar. Ni siquiera el instinto de supervivencia fue capaz de hacer que sus pulmones volvieran a funcionar. Se mantuvo quieta, como si fuera una estatua de piedra, sin apartar la mirada de los ojos ajenos. Era como si por mantenerse quieta terminara fundiéndose con el entorno, pasando desapercibida para él, para así poder marcharse de allí. Volvió a respirar cuando el cambiante habló, pero despacio, soltando el aire que había retenido y llenando los pulmones de nuevo. No contestó a sus preguntas, y no sólo porque no fuera capaz de hablar. La realidad era que no sabía qué decir. ¿Qué era eso que tenía delante? En ese momento sólo veía un híbrido extraño, mitad humano, mitad felino. Desvió los ojos a la garra con la que se rascó la barbilla y observó todo el trayecto, desde que la elevó hasta que la devolvió a su lugar. Era una imágen del todo grotesca y surrealista. Si no lo estuviera viendo con sus propios ojos, no creería esta historia ni en un millón de años. Pero allí estaba ella, sin poder apartar los ojos de aquella bestia que, por mucho que ella intentara negarlo, la manejaba a su antojo.

Por fin, él se movió. Vió como saltaba hacia atrás, pero lo que aterrizó no era el humano con el que había estado conversando, sino una hermosa pantera, oscura como el ébano. En ese momento se dio cuenta de que nada de lo que había visto habían sido imaginaciones suyas. La sombra que vio, aquella que desde el principio le pareció un animal salvaje era, efectivamente, un animal salvaje. Girando sobre sus pies, fue siguiéndole mientras él acechaba manteniendo la distancia. El pelaje brillaba cuando la luz incidía sobre él, haciendo que Yvette, en un impulso, levantara la mano para acariciarlo. Fueron tan sólo un par de centímetros, todo lo que pudo hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba segura de que si se atrevía a acercarse un par de pasos, perdería la mano de un zarpazo, o un mordisco.

Cerró los ojos un momento y, cuando los volvió a abrir, el hombre volvía a estar frente a ella. Ya no había rastro del felino, salvo por los movimientos suaves, característicos de esa especie, que en ocasiones efectuaba en su forma humana. Seguía sin poder hablar, así que negó con la cabeza como respuesta a su pregunta. No, no necesitaba ayuda para entenderlo. Y, aunque no fuera así,  él no iba a proporcionársela. Tenía bastante claro lo que podía hacer, pero ¿cómo lo hacía? ¿por qué podía alterar su forma a placer en un abrir y cerrar de ojos? Parecía uno de esos seres de las leyendas que se contaban a los niños, pero los cuentos eran eso. Cuentos. Historias fantásticas que se cuentan para enseñar una lección o para intentar explicar algo inexplicable. Nunca eran verdaderas. Hasta ese momento, Yvette estuvo convencida de que los seres como él existían sólo en la imaginación. Ahora veía que no.

¿Y cómo sé que puedo fiarme de ti? —preguntó, todavía asustada—. Si me callara, ¿cómo sé que no vas a dejarme sola en mitad del camino? ¿O que no serás tú el que me desvalije antes siquiera de salir de aquí?

No había pasado por alto las miradas ocultas que los observaban desde detrás de una esquina, o tras una ventana. Esa sensación de estar en constante peligro no la abandonaba, empezando por él. ¿De verdad podía fiarse de alguien así?

¿Sabes que podrías haberte ahorrado todo este espectáculo? —dijo, recuperando la compostura y fingiendo que volvía a tener el control—. Es posible que sí te haya visto antes, pero, de no ser por esta actuación, hubiera creído que eran imaginaciones mías. En realidad, nadie en su sano juicio se creería lo que acabo de ver. Ni siquiera yo me lo creo.

Su última frase fue más un susurro lanzado al aire mientras sus ojos se desviaban hacia un punto lejano, donde un movimiento captó su atención. Había alguien por allí, esperando su oportunidad. El vello del cuerpo se le erizó y sintió un escalofrío recorrerle la espalda al imaginar lo que le pasaría si se quedaba sola. Se abrazó a sí misma y volvió a mirar al húngaro. Era increíble que, de todas las opciones, él fuera la mejor.

Está bien. No diré nada. —Se rindió, al fin—. Ahora, sácame de aquí.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 09, 2016 6:56 am

Casi sintió lástima por ella, y tratándose de Miklós esa muestra de empatía era un avance tan importante como cuando los humanos dominaron el fuego, allá en los tiempos de las cavernas. Hipérboles aparte, que esa joven hubiera sido capaz de provocar que Miklós casi se enterneciera era considerablemente audaz, y a un tiempo sumamente práctico para ella, pues si bien enseguida eligió volver a portar la máscara de seguridad que la clase alta la había educado para poseer, el húngaro atisbó un instante en el interior de la joven, y lo que vio –miedo, sobre todo– lo convenció para dejar de jugar un instante y volverse digno de confianza. Claro, ello no significaba que más allá de impedir que la violaran ella pudiera meter la mano en las fauces del león y esperar que la bestia no se alimentara, mas era un pequeño y significativo avance proviniendo de un hombre que no conocía más ley que las que se había autoimpuesto como garantía de supervivencia. Por ello, Miklós eligió no responder a su intento de orgullo, sino que a lo que respondió fue a su muestra de miedo, a esa inseguridad que la había abordado y que comprendía, si bien su respuesta iba a ser tan lacónica como él mismo lo era en la mayor parte de ocasiones. – Nada te asegura que puedas confiar en mí. Tal vez cambie de idea cuando crucemos la calle y decida que me he hartado de una niña rica y que te quiero destrozar con mis garras. No te queda más remedio que confiar en que no vaya a hacerlo, y la verdad es que hay posibilidades de que incluso puedas confiar, pero allá tú. Soy yo, o tú solita en una calle en la que no durarás ni treinta segundos. – expuso, encogiéndose de hombros para, a continuación, aproximarse a ella como lo haría un humano normal y rozarle la espalda con las yemas de los dedos para obligarla a levantarse de golpe por el contacto inapropiado.

Ante ello, Miklós sólo pudo sonreír por lo recatado de la dama, que era totalmente consciente de la presencia de depredadores en las sombras pero que se había rendido a la evidencia de que debía confiar en el peor de ellos simplemente porque estaba tranquilo durante un instante en la luz. La mayor ventaja de la que ella disponía era la propia naturaleza del húngaro, pues al ser éste un cambiante y no un vampiro, no necesariamente debía preocuparse de que su vida corriera riesgo por algo que él no podía evitar. No, si Miklós la atacaba sería una decisión que tomaría de forma plenamente consciente, por lo que ella tenía cierto margen de maniobra para hacerlo razonar y, tal vez, siempre y cuando llegara el caso, obligarlo a cambiar de opinión. En cualquier caso, el breve resplandor de empatía que había sentido antes lo obligaba a ser consecuente con el deseo momentáneo de protegerla, por lo que una vez estuvieron en marcha, colocó la mano entre sus dos omoplatos, firmemente, para dejar claro a las alimañas ocultas que ella le pertenecía y que no toleraría ni un solo ataque. A un tiempo, ello servía para obligarla a caminar en la dirección que él marcaba, lejos de aquella plazoleta y en dirección a calles de tan alta alcurnia que alguien como él inmiscuyéndose casi podría suponer una declaración de guerra. Estaba seguro de que ella no era consciente de ese riesgo, pero Miklós lo conocía a la perfección porque durante bastante tiempo había alternado en las casas de la aristocracia, y los comportamientos de unos y de otros eran iguales sin importar si se encontraban en el Sacro Imperio o en el Reino de España. Así pues, cuando se aseguró de traspasar la frontera imaginaria pero no por ello menos real de la zona pudiente de la ciudad, soltó a la joven como si su contacto le quemara, y metió las manos en los bolsillos de sus raídos ropajes, como si el asunto no fuera con él y acostumbrara a vagar por aquellas calles claramente superiores a sus posibilidades a diario. – Tal vez tú no te lo hubieras creído, pero la Inquisición sí. Y todos los que viven en estas casas también. Estás a salvo a costa de que yo no lo esté, muchacha. – advirtió, pero, a diferencia de ella, sonaba totalmente apático al decirlo.

Ahí radicaba una de las mayores diferencias entre ellos: mientras la muchacha empalidecía de terror ante la idea de ser atacada o correr peligro, Miklós, por su parte, parecía casi tener la actitud de esperar a que se lo lanzaran a la cara e, incluso, desear que lo hicieran.
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Mensaje por Yvette Béranger Miér Oct 19, 2016 4:21 pm

Nada le aseguraba que fuera a salir de allí con vida, tal y como había imaginado. No se llevaba una sorpresa, pero aquel hombre, o lo que fuera, era la única esperanza que tenía de volver aquella noche a su casa. Al menos hasta casa, porque que llegara a la mañana siguiente todavía estaba por ver. Miró al suelo en gesto de aceptación y cerró los ojos, esperando.

Sintió como se acercaba hacia ella, pero al mantener los ojos cerrados no vio la mano que subió hasta su espalda. El contacto de las yemas de los dedos hizo que diera un brinco en el sitio, sobresaltada por lo repentino del tacto. Abrió los ojos de golpe y le buscó con una mirada que era puro hielo, pero siguió sin decir nada. Irguió la espalda y dio un paso al frente, ampliando la distancia que los separaba. Una simple medida de prevención completamente inconsciente, puesto que un paso hacia delante o hacia atrás no iba a alterar la situación en la que se encontraba. Después, simplemente, comenzó a caminar hacia delante. Él posó su mano con firmeza en la parte alta de su espalda, haciendo que cada músculo del cuerpo de Yvette se tensara. Por un momento aguantó la respiración y frunció los labios, para después morderlos con fuerza. La mano en su espalda era como una losa que la hundía cada vez más hasta llegar al fondo del mar. Le incomodaba su contacto, por mísero y necesario que fuera, pero, a pesar de todo, no dejó de caminar. Continuó el camino que marcaba el cambiante como un cordero asustado. Si él giraba a la derecha, ella también; si caminaba recto, Yvette no se salía de la línea. Continuó y continuó hasta que el peso de la losa desapareció. En cuanto el ambiente cambió, la hechicera dejó de sentir esa sensación de peligro. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaban en otra zona de la ciudad, una en la que ella se sentía a gusto, a la que pertenecía realmente.

Parecía que él tampoco disfrutaba, porque quitó la mano de manera apresurada y adoptó una postura indiferente, como si aquello no fuera con él. Yvette miró de reojo hacia Miklós, que caminaba a su lado pero como si fueran unos completos desconocidos. La poca gente que se cruzaba con ellos miraba extrañados a la curiosa pareja, tan distintos el uno del otro que dudaban de que fueran juntos, en realidad. Algunos se paraban para mirarles, esperando recibir peticiones de ayuda por parte de ella pero, al no recibir ninguna, se marchaban con la mosca detrás de la oreja. Así era la sociedad de la que formaba parte la hechicera, sólo tenían ojos para sus semejantes. El resto de personas eran completamente invisibles, sin importar si eran los que mataban o los que morían. Nadie los veía, simplemente.

En eso pensaba Yvette cuando el cambiante habló. Esta vez le miró, por primera vez, con curiosidad. Ralentizó el paso para ponerse a su altura, puesto que había hecho todo el trayecto yendo un par de pasos por delante, y acomodó el ritmo al de él.

Entonces —comenzó, mostrando en su voz la misma curiosidad que se podía ver en sus ojos— ¿por qué me ayudas, si eso supone un peligro para ti? —le preguntó, entornando los ojos ligeramente, como si le estuviera estudiando. Y es que algo parecido hacía, sólo que su presencia todavía le infundía respeto y temor—. Si hubieras querido hacerme callar tenías un millón de formas de hacerlo, empezando por dejarme sola allí. Pero, en lugar de eso, has decidido acompañarme hasta aquí, una zona en la que, según tú, estás en peligro.

Razonaba como si su maestro le estuviera pasando la lección. Volvió a mirarle en silencio, recordando cómo se había transformado en aquella pantera gigantesca. Tragó saliva y miró al frente. El vello de la nuca se le había erizado de nuevo.

Para serte sincera, dudo mucho de que tú puedas estar en peligro en algún lugar. No creo que haya mucha gente que consiga ganarte —comentó después, en uno tono más bajo del que había estado usando—. Así que si esto es un truco para intentar darme lástima, te adelanto que no vas a conseguirlo.
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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 3:04 pm

La tensión lo recorría a oleadas, extendiéndose desde su nuca hasta la parte baja de su espalda, y de ahí por todo el cuerpo, endureciéndole los músculos y enderezándole los tendones de tal forma que Miklós parecía, ante los ojos del respetable barrio en el que se encontraban, exactamente tan alto y tan fuerte como realmente lo era. Si bien cualquiera podría pensar que se trataba de una actitud muy de pavo real, lucir el plumaje no era algo a lo que el húngaro acostumbrara; es más, se sentía hasta incómodo ante tal muestra de fuerza, pues sentía ojos invisibles clavados en él como cuchillos, y en los que su acompañante ni siquiera reparaba. ¿Por qué iba a hacerlo? Se movía en un mundo que le pertenecía por derecho de nacimiento, y si bien Miklós podía haber llegado a ser considerado de la nobleza de haber insistido Eszter un poco, su progenitora jamás lo había hecho, dejándolo sin ningún tipo de futuro más allá de un apellido noble del que ya se había deshecho para adoptar el paterno. Miklós era un hombre que no tenía nada más que lo que llevaba puesto, y ese tipo de seres eran carnada para los tiburones de la Inquisición y demás seres de semejante calaña. Sí, Miklós se sabía en peligro, pero como la mujer había comentado con toda esa inteligencia de la que no había hecho gala hasta aquel instante, su húngaro acompañante era fuerte, y podía valerse por sí mismo, incluso defenderse de un ataque rápido y de poca monta, pero de uno organizado… No, ni siquiera él era tan ágil. – Lo has dicho tú misma en tu razonamiento. Si hubiera querido hacerte callar, lo habría hecho: pero no he querido. ¿Por qué? Porque esto me garantiza que me debes un favor, y planeo cobrármelo. Pensar para el momento está bien, pero hacerlo más a largo plazo suele ser sinónimo de supervivencia. – razonó él, mirándola a los ojos, y encogiéndose de hombros.

Tal vez Miklós fuera un alcohólico y drogadicto no diagnosticado porque ese tipo de enfermedades no se consideraban como tales en su momento, pero la enorme ventaja de ser un cambiante era que se curaba rápido, y el daño del opio no había llegado a su cerebro ni había minado lo más mínimo su enorme inteligencia. Así, el hombre, que podía parecer incluso primitivo en ciertos comportamientos, poseía una inteligencia aguda capaz de competir con la de una mujer educada con mimo por la nobleza y el dinero, y por ello, Miklós continuó con su argumentación sin despeinarse e inmutarse lo más mínimo. – No busco tu lástima, me conformo con tu indiferencia, pero desde el primer momento pareces incapaz de sentirla. No te culpo, no todo el mundo es tan apático como yo, y menos tú, siendo tan… cría. – aunque no la criticó, su voz sí que sonaba madura, reafirmando el argumento de la diferencia de edad que ella tal vez no entendiera, pues físicamente como mucho podía mediar una década entre ellos, lo cual significaba que mentalmente, probablemente, más de treinta años de experiencia separaban al cambiante deslenguado y a la joven que no sabía bien dónde se había metido, y que aun así tampoco parecía muy dispuesta a querer salir. – Además, no hay nada verdaderamente inmortal en este mundo. Tú misma podrías matarme, con el entrenamiento y las armas suficientes, y ni siquiera convertirme en un animal me libraría de conocer al Creador. Con las herramientas adecuadas, todo el mundo es una amenaza, y si el enemigo está organizado… corre por tu vida. Acéptame un consejo: nunca descubras que eres extraordinaria, y si lo haces, mantente bien lejos de cualquier iglesia, especialmente si es una que esté ardiendo y cayéndose en pedazos. – aconsejó, sorprendentemente, el húngaro, que parecía que pese a rechazar de plano cualquier atisbo de trato cordial entre ellos, no se privaba de ayudar a una joven, quizá humana del todo o quizá no, a que su vida no corriera peligro… como si, siendo rica, pudiera hacerlo.

Sin embargo, por mucho que Miklós se repitiera que la joven tenía todas las posibilidades de que nadie le hiciera ni siquiera un rasguño, la voz de su habitualmente escondida consciencia le repetía, alto y claro, que seguía estando mucho más indefensa que él… lo cual, se mirara por donde se mirase, no dejaba de ser irónico.

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Mensaje por Yvette Béranger Sáb Dic 03, 2016 5:50 pm

En la medida en la que se adentraban entre calles llenas de riqueza, lujos y exuberancia, los músculos de Yvette se fueron relajando, sabiéndose a salvo de todo y de todos. Algo muy inconsciente por su parte, puesto que la zona donde Miklós la había secuestrado era exactamente igual que aquella, y nada le había impedido meterse en aquel lío en el que se encontraba. Esa era la forma de pensar de aquella sociedad; realmente creían que nada les haría daño, y se recluían tras los muros de sus casas, al calor de una chimenea encendida viendo pasar la vida. Se creían invencibles sólo porque tenían dinero, pero no se daban cuenta que eran esas mismas comodidades las que los volvían indefensos y el blanco más deseado para los rufianes.

Tan egocéntrica había sido su educación, que ni siquiera se fijó en que el cuerpo de su acompañante estaba tenso como si estuviera tallado en la roca. Si su aspecto normal infundía respeto y cierto miedo, aquel que mostraba ahora hacía que dieras media vuelta. Pero la joven hechicera no se daba cuenta; las personas con las que se cruzaban cambiaban de acera de una manera que ellos creían discreta, mirándola sorprendidos por caminar a su lado. Vaya cría insensata.

Bufó al escucharle en su razonamiento. ¿Un favor? Esperaba no volver a saber de él en cuanto la dejara sola, con la promesa de que no diría nada sobre sus transformaciones. Promesa que él confiaba en que cumpliría, claro.


Y supongo que tú de sobrevivir sabes mucho. No obstante, me temo que hay algo que no has tenido en cuenta en este plan que acabas de idear —dijo, volviéndose hacia él—. ¿Has pensado en que pasaría si te delatara en cuanto estuviera a salvo? Mira, podría hacerlo ahora mismo, de hecho. —Miró hacia el frente, donde dos gendarmes habían girado en la esquina y se dirigían hacia ellos con tranquilidad—. Tú mismo lo has dicho, no soy más que una cría incapaz de sentir indiferencia por ti.

Volvió a mirar al frente y siguió caminando hasta que él volvió a hablar. Sus palabras ralentizaron sus pasos hasta detenerla, de espaldas al cambiante. Le miró fijamente, dejando el rostro tan neutro como fue capaz. Su mente, sin embargo, trabaja a toda velocidad. No hacía más que pensar en el porqué de aquellas palabras, aquel extraño consejo que el cambiante le había regalado. Desde la muerte de su padre había tenido innumerables pesadillas en las que ocurrían cosas extrañas, sueños que, aunque parecían sólo eso, ella sabía que no eran normales. Luego estaban aquellos que se hacían realidad, como si fuera capaz de ver lo que estaba por venir. Coincidencias, se decía ella, como cuando soñó con el actual embarazo de su madre.

Durante varias noches, meses antes de que se casara con Arnaud, su padrastro, soñó con llantos de bebés, con la barriga de su madre y con la boda que estaba por anunciarse. Imágenes en las que salía todo a la vez, mezclado y sin ningún sentido, que le hacían levantarse cada mañana con un ligero malestar que le duraba horas y horas. Nunca se lo había contado a nadie, aunque lo necesitara con todas sus fuerzas. Para ella suponía un problema que le preocupaba, porque sabía que no era algo que la gente considerase normal. ¿Y si lo que le pasaba a ella era algo parecido a lo que hacía él? ¿Se convertiría también en una bestia animal?

Yo no soy extraordinaria —dijo, saliendo finalmente del trance. Después echó a andar con paso ligero y la mirada clavada en el suelo, sobrepasando al húngaro y dándole un empujón cuando pasó a su lado—. Así que, gracias, pero ese es un consejo vacío y sin sentido.

Los gendarmes llegaron a su altura, pero la hechicera no se percató de ello hasta que uno de ellos la saludó. Levantó la mirada al escuchar la voz, y se fijó que uno de ellos no dejaba de mirar al húngaro con ojos sospechosos, mientras que el otro la miraba a ella, esperando una respuesta.

Le decía que si todo bien, señorita —repitió el policía.

Yvette miró al cambiante y se dio cuenta del aspecto que tenía. Iba a la defensiva, y si a ella le daba miedo cuando intentaba pasar desapercibido, en ese momento podía asustar al soldado más valiente del ejército. Al parecer, todas las personas salvo Yvette se habían dado cuenta, gendarmes incluidos. Si quería delatarle, aquel era el momento. Pero un trato era un trato, y aunque aquel había sido siempre más favorable para el húngaro, la muchacha era mujer de palabra. Además, si confesaba lo que sabía, aquellos dos policías terminarían muy mal, y todo apuntaba que ella acabaría igual.

Todo bien, agente —contestó, dedicándole la sonrisa más angelical que pudo dibujar. Alargó la mano y cogió a Miklós de la muñeca, como si fuera un amigo, y caminó arrastrándole tras ella hasta que doblaron la esquina, donde le soltó como si su contacto quemara—. Haz el favor de relajarte, estás llamando demasiado la atención. Ese policía se ha dado cuenta, no miento tan bien, y en bastantes líos me has metido ya. —Observó el lugar donde se encontraban, no quedaba demasiado lejos de su casa—. Puedes marcharte, si quieres. Sé seguir sola desde aquí.

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Mi libertad termina donde empieza la tuya {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: Mi libertad termina donde empieza la tuya {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Invitado Dom Dic 11, 2016 2:21 pm

Gendarmes. Por supuesto que habían sido gendarmes, ¿qué si no, con la racha de mala suerte que lo caracterizaba desde hacía cinco años, cuando le habían robado a su Imara? En el fondo, suponía que hasta debía mostrarse agradecido, porque habría sido muchísimo peor si hubieran sido inquisidores y si lo hubieran reconocido… de cualquiera de las dos formas posibles, de hecho. Como cambiante, su destino habría sido una celda con cadenas de plata que le quemarían la piel, seguida de torturas que lo destrozarían física, y tal vez hasta psicológicamente, hasta romperlo por completo y matarlo, si es que se podía (Miklós lo dudaba, con toda honestidad). Como hijo de Darko, lo habrían mandado de una patada con el patriarca del extraño dúo de los DeGrasso, y como era costumbre en su dinámica, le habría hecho lamentar hasta los pecados que no había cometido nunca de la forma más dolorosa y sangrienta posible. Y si bien Miklós tenía el umbral del dolor por las nubes y hasta llegaba a confundirlo en muchas ocasiones con el placer, su progenitor era torturador experto, y sabía perfectamente de qué manera borrar esa diferencia que Miklós hacía y mandarlo directamente al séptimo círculo del Infierno sin posibilidades de volver. Por todo eso, debía estar agradecido a la ínfima suerte que le quedaba guardada en algún rincón de su destino que él desconocía, pero no lo hacía, y no por ser un desagradecido, sino porque los gendarmes, a la mínima palabra equivocada que dijera la muchacha (y no había demostrado ser precisamente buena en decir lo que debía…), lo apresarían, y a volver a empezar con todo, como siempre, y a la vez como nunca. Así, la tensión lo recorría, pero era una tensión agresiva, no nerviosa: la tensión de una bestia preparada para desgarrar el cuello ajeno de un mordisco y que fuera lo que Dios quiera a partir de ahí.

Es curioso hasta qué punto fuera probable que precisamente el Altísimo fuera responsable de que Yvette madurara de repente, se diera cuenta de los posibles problemas a los que debería enfrentarse de delatarlo, y decidiera sacarlo de allí. Con ese gesto, los había salvado a ambos: tanto a él de un destino que se empeñaba en rehuir y cambiar con cada una de sus acciones como a ella misma, que se habría convertido en una víctima colateral de haber conocido al (auto)destructivo húngaro que la acompañaba y al que reprendía como si la adulta fuera ella, y no él. Impasible, pero visiblemente menos tenso, Miklós escuchaba a la joven, y esperó pacientemente hasta que ella terminó para esbozar una mueca a medio camino entre sonrisa sincera y sonrisa de lobo, que le regaló con toda la naturalidad que era posible, dadas las circunstancias. – Un trato es un trato. Aunque quieras deshacerte de mí, te acompañaré hasta la mismísima puerta, y no me marcharé hasta que no vea a través de tu ventana que has apagado de un soplido la última vela que te da luz. – sentenció, con un tono que imposibilitaba las discusiones, y ante los ojos probablemente atónitos de la muchacha, Miklós hizo lo que haría un gato en aquella situación: asearse. Sin embargo, a diferencia de los felinos con los que tantas cosas compartía, Miklós se estiró las ropas, se adecentó los cabellos, cortados casi al rape, e incluso limpió su rostro y los retazos de piel que le quedaban a la vista. En apenas un instante, incluso su actitud cambió: de bestia parda, la única manera certera de definir su estado hasta aquel momento, pasó a caballero de impecables modales, que como tal, estiró su brazo para que la joven se lo agarrara y la condujo, de una guisa que levantaría muchas menos sospechas, de camino a donde fuera que viviera. – No tienes aura. Los seres como yo podemos verla, o más bien intuirla, no es algo sólido que puedas delinear fácilmente. Que no tengas puede significar que eres una mortal normal y corriente, pero mi instinto no falla casi nunca, y también puede significar que eres… diferente. Dime, ¿tú no ves algo a mi alrededor? ¿Algo casi intangible que hasta hace un momento era agresivo pero ahora ya no lo es? No es intuición, aunque seas una mujer y la tengáis más desarrollada. Es ligeramente más complicado que eso. – explicó, y la paciencia de sus palabras contrastaba enormemente con su actitud hostil de hasta aquel momento.

Lo cierto era que Miklós sabía bastante de auras, pues era una de las cosas en las que su madre, cambiante y además gitana, más había insistido. Si bien Eszter las había recargado de misticismo sobrenatural y le había contado mil historias sobre cómo eran reminiscencias de las huellas del Creador sobre cada uno de los seres, Miklós se había quedado con lo principal, e intuía bien cómo funcionaba la suya en base a cómo había visto moverse las de los demás. El cambio que había ejercido en su actitud, de salvajismo puro a una contención propia de un animal domado, se había tenido que reflejar por fuerza en su aura, amén de en su comportamiento, que era mucho más evidente. Hasta tal punto el cambio había sido dramático que la gente ya no se paraba a mirarlos por la calle, y si comentaban algo respecto a la inusual pareja era sobre el misterioso desconocido que la acompañaba, sin duda un noble extranjero de algún exótico lugar donde los afilados rasgos del cambiante fueran moneda común, no una sensual diferencia con los rostros blandos de los parisinos. – Algo que también me resulta curioso es que pareces absolutamente indiferente a que no todos los seres que habitan París son mortales. Estoy seguro de que has escuchado leyendas de lobos que aúllan a la luna llena, seres bebedores de sangre que aterrorizan los callejones más oscuros o incluso animales salvajes que mutan de forma a su antojo. O, bueno, tal vez lo último no, pero lo has visto, así que permíteme esa licencia, ¿quieres…? – inquirió Miklós, con la voz suave como un ronroneo y la sonrisa dulce como una caricia, y continuó dirigiéndola hacia donde lo estaba guiando: ese hogar que ella consideraba como tal, pero que Miklós solamente podía denominar así de oídas, no porque supiera lo que era tener uno. – ¿Alguna vez te ha sucedido algo que no puedes explicar? Tal vez estabas molesta y algo a tu alrededor se ha caído, o se ha agrietado. Tal vez has soñado con cosas que estaban a punto de pasar… – inquirió, e iba a continuar, pero al ver el rostro de la joven, que actuó como confirmación, se detuvo en sus palabras, mas no en su paso. – Ah. Es eso, ¿no? Pues entonces me temo que, para tu desgracia, eres extraordinaria. Y del peor tipo: alguien que no sabe que lo es, ni hasta qué punto eres poderosa. Qué lástima… Ahora yo también puedo delatarte a la Inquisición, si lo deseara, y lo que le hacen a las brujas siempre ha sido peor que lo que me harían a mí.

La aparente indiferencia con la que Miklós culminó su amenaza era eso, aparente: en realidad, estaba muy atento a la joven, pues aunque sospechaba que ella no lo creería, en el fondo tenía curiosidad por saber si ella asimilaría una realidad que, a base de razonamientos, él había descubierto con tanta facilidad que la Inquisición no podría estar muy lejos de hacer lo propio.
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Mensaje por Yvette Béranger Dom Dic 18, 2016 10:48 am

Yvette bufó cuando supo que no se iba a librar de él. ¡Claro que no!

¿Y por qué no me arropas y me das un beso de buenas noches, también? No vaya a ser que apague la luz y me quede danzando por ahí, sin acostarme —ironizó, poniendo los ojos en blanco.

Cuando volvió a mirarle, sin embargo, su expresión cambió a una de asombro. Para cuando fijó sus ojos en él ya estaba limpiándose la piel que quedaba a la vista, pero ella notó que se había estirado la ropa y arreglado el pelo. Enarcó una ceja, escéptica, observando aquel cambio tan repentino que había dado en un momento. Y no sólo eso, sino que ahora, además, le estaba ofreciendo el brazo para que ella lo cogiera, como si fueran dos jóvenes de la alta sociedad dando un rico paseo a media tarde. Dudó en sujetarse de su brazo, en realidad, no quería tener más contacto con él que el necesario, pero terminó aceptándolo. Ella le había pedido que fuera más discreto, y eso estaba haciendo. Pasó una mano por debajo y la apoyó en el antebrazo, dejando la otra sobre ésta. Ahora era su cuerpo el que estaba tenso, al contrario que el de él.

¿Que no tengo qué? —dijo, mirándole fijamente—. Oye, si vas a insultarme prefiero hacer el camino en silencio. —Aún así le miró. De arriba a abajo y de derecha a izquierda, pasó sus ojos por todo su cuerpo, buscando esa aura que él decía que había a su alrededor, pero que Yvette no conseguía apreciar—. Y no, no veo nada. —Se volvió a agarrar de su brazo, girando el rostro de vez en cuando para mirarle. Lo que había dicho era cierto, no veía nada. Estuvo en silencio un rato, concentrándose en sus palabras e intentando entenderlas. Y de pronto, lo “vio”. Pestañeó de manera rápida como si estuviera quitando humo frente a sus ojos. Agitó la cabeza—. No hay nada a tu alrededor. Pero… —No sabía cómo explicarlo, pero sí había conseguido sentir algo, ese algo que, ahora se daba cuenta, no era la primera vez que lo sentía, pero nunca había conseguido averiguar su origen—. Nada.

Volvió la vista al frente y siguió caminando hacia su casa. Aunque intentaba mostrarse indiferente ante aquel tema de su aura y de la de Miklós, lo cierto era que seguía pensando en lo que había sentido cuando le había mirado. Había sido apenas un segundo, no más, y había necesitado concentrarse solamente en eso para verlo, pero lo había conseguido. Aunque había sido más una sensación que algo que pudiera ver con los ojos. Tal y como había dicho el cambiante, no era intuición, sino algo mucho más fuerte, más certero.

Parecía que él no había escuchado su petición de silencio, o no le había querido dar el gusto, porque siguió hablando. Esta vez, de aquellas leyendas que Yvette había escuchado una y otra vez, y que por culpa de él veía con otros ojos. ¿Serían ciertas las historias que contaban sobre aquellos seres que salían de noche porque la luz del Sol les quemaba la piel? ¿O aquellas en las que las criaturas obedecían a los ciclos lunares? Aquella mañana, Yvette se hubiera reído de cualquiera que hubiera aseverado aquellos cuentos. No podría decir lo mismo cuando llegara la noche.

Lo que no se esperaba, sin embargo, fue el rumbo que había tomado la conversación. Su cara se empalideció en cuanto supo adónde quería llegar él. No le hizo falta hablar para afirmar lo que estaba suponiendo: le pasaban cosas raras, y cada vez más a menudo. Pero, ¿cómo se había dado cuenta? El miedo comenzó a hacer mella en ella, seguido de una rabia tal que su cara pasó del blanco pétreo al rojo. Empezó a soplar el viento, primero en forma de brisa que iba ganando fuerza conforme hablaba Miklós. Las hojas de los árboles se despegaban de sus ramas, los hombres se sujetaban los sombreros y las damas bajaban los vestidos para que no se vieran sus partes pudendas.

Ajena al vendaval que se estaba originando a su alrededor, se soltó de su brazo con fuerza y se colocó frente a él. No dudó cuando elevó la mano y la impactó contra su mejilla, dándole una sonora bofetada. Clavó sus ojos en los de él, humedecidos y destilando puro odio.

Yo no soy ninguna bruja —dijo con voz ronca, clavando el dedo índice en el pecho de él—. No me conoces, y te crees que por ser lo que sea que seas puedes ver más que cualquier otro. —Volvió a clavarle el dedo, esta vez con más fuerza, sin darse cuenta de que un manotazo con la garra de pantera podría arrancarle la mano—. No te vuelvas a atrever a decir algo así de mí, porque que tú seas un bicho raro no significa que todos debamos de serlo para contentarte. —Se apartó un poco, tragó saliva y se le quedó mirando. El viento seguía soplando en la calle, y el cielo empezaba a nublarse—. No me conoces, no sabes nada de mí. Déjame en paz.

Se dio la vuelta, dándole la espalda, y continuó andando. Los ojos le empezaron a llorar, mezcla de la rabia que sentía y el viento que le daba de frente. Ahora, era ella el blanco de las miradas de la gente que se afanaba por no salir volando. El cielo terminó por cubrirse, y en ese momento Yvette detuvo su marcha. Miró hacia arriba, donde las nubes negras amenazaban lluvia. Ella sabía la causa, pero no la quería aceptar. Se llevó ambas manos a la cabeza y la apretó con fuerza. Después cerró los ojos y se encogió en el sitio, como si sufriera de jaquecas. No era una bruja. No podía serlo.
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Mensaje por Invitado Mar Ene 03, 2017 5:38 pm

Quiso sonreír cuando ella lo abofeteó, siguiendo sin saberlo la estela que varias decenas de mujeres habían trazado antes de ella; estuvo a punto de hacerlo, y probablemente esbozó una mueca parecida, ante la certeza que sintió por lo ilusa que podía llegar a ser su joven compañera, que se escandalizaba por una lógica, aparentemente, implacable y cierta a más no poder. Si ella supiera lo que el húngaro se había visto obligado a hacer durante ciertas épocas de su existencia con tal de llevarse alimento a la boca y acallar los gruñidos de su estómago hinchado y dolorido... Entonces tal vez lo abofetearía y se taparía la boca, escandalizada por las obscenidades y por lo bajo que había caído Miklós. Además, aumentaría la fuerza de su golpe, pero de todas maneras, eso sólo la perjudicaría a ella, pues el húngaro disfrutaba con el dolor (incluso con el propio), y además, Yvette corría el riesgo de clavarse los rasgos del húngaro en la mano, de puro afilados y marcados... Indiferente a tal realidad, ella continuó indignándose y afianzando, a la vez, el argumento del húngaro mediante la creación de una tormenta que había aparecido de la nada, pues hasta ese instante no había habido ni una nube en el cielo. Con el estoicismo en el cuerpo clavado, Miklós contempló la huida de la joven rubia, las miradas confusas hacia ella, y finalmente cómo el cielo comenzaba a llorar sobre sus cabezas de forma copiosa, casi rabiosa, como se había sentido ella hasta hacía un instante. Para el húngaro no había ninguna duda respecto al origen de la tormenta, pero ¿se lo creería ella si se lo dijera? Como todos los ricos y los comodones, se había cerrado ante la posibilidad de que existiera algo que el dinero o su educación no podían explicar por completo; sin embargo, era tan obvia la correlación, y era ella tan inteligente, que no debería haber dudas por su parte, siquiera...

– Qué extraño fenómeno este. Una tormenta en un cielo hasta hace un instante despejado por completo, agua de lluvia en un aire que hasta ahora, no olía ni siquiera remotamente a humedad. Casi parece cosa de magia. – se burló, porque así era Miklós, porque no podía evitar reírse de alguien que le suponía un serio riesgo, precisamente porque estaba tan habituado a danzar en frente del peligro que, total, por otra vez que lo hiciera... Pero, en realidad, sabía que debía de ser complicado para ella aceptarlo, dado que se había criado como una mujer normal, humana, corriente y moliente, o eso suponía. Evidentemente, su caso era diferente porque su madre había sido cambiante, y además, se había criado rodeado de diferentes razas y creencias múltiples; demonios, ¡si hasta el que consideraba su padre era un vampiro...! Y su padre real, el que había plantado la semilla de la que él luego había crecido, era un maldito licántropo; lo sobrenatural le venía de familia. Por ello, hizo acopio de esa chispa de empatía que había sentido (¡algo nuevo para él! No tanto por sentir, sino por la empatía, que él únicamente la sentía hacia contados seres) y se acercó a ella, quitándose la chaqueta que portaba y poniéndosela sobre la cabeza pero sin tocarla, como si quisiera que ella caminara bajo palio. – Es cierto, muchacha, no te conozco. No tengo ni idea de cuál es tu nombre, de quiénes son tus progenitores, de si tienes familia, de tus experiencias, de nada salvo de lo que tu estatus y tu aspecto me hace deducir, aparentemente con acierto. Pero si algo sé con certeza es que no eres como ninguno de esos que te están observando, y eso te hace estar fuera de control, y ahora mismo empapada porque no sabes cómo guiar lo que hay dentro de ti. – aclaró Miklós, encogiéndose de hombros y guiándola hacia un soportal donde podrían refugiarse hasta que la tormenta se detuviera.

Su tono pacificador tenía poco que ver con la necesidad de tranquilizarla, pues no le molestaba la tormenta en lo más mínimo, y más con esa empatía que empezaba a sentir hacia ella, a la que le había descolocado las certezas simplemente pensando en ella más de lo que ella se había detenido a hacer nunca. Era consciente, pese a su tosquedad, de que ella estaba desesperada, y no había necesitado ver la tormenta casi huracanada que había generado para darse cuenta de ello, por lo que actuó como pudo, colocando la chaqueta sobre los hombros de ella para que le dieran, cuando menos, un tanto de confort. – Todos sois bichos raros a vuestra manera, no solamente yo. Yo tengo la suerte, o la desgracia, de transformarme; algunos lo son porque disfrutan de actos carnales impúdicos con criaturas pueriles; otros porque no mueren salvo si el sol les da un abrazo mortal. Nadie es normal, y tú tampoco lo eres, pero si te consuela, eres mucho más normal que otros que conozco. – comentó el húngaro, a sabiendas de que no serviría de nada, pero menos daba una piedra, ¿no? Además, tal vez si la distraía conseguiría tranquilizarla un tanto, lo suficiente para no inundar la calle en la que se encontraban al menos. – Lo intuías, preciosa, no me mientas. Aunque no te conozca, soy mayor que tú, y tengo talento para ver la hipocresía ajena. Lo intuías, pero lo negabas porque no querías asimilarlo; ahora todo tiene sentido, e incluso lo sabes, pero no estoy seguro de que vayas a aceptarlo. Como consejo te diría que lo hicieras: conocerlo, controlarlo y utilizarlo a tu favor es mil veces mejor que dejar que te consuma, que salga cuando menos lo esperes, que te explote en la cara e incluso que te hiera. Conocer esto, sea una ventaja o una debilidad, te puede hacer usarlo a tu favor. Así que ódiame si quieres, por decírtelo, por deducirlo y haber acertado de chiripa, por lo que quieras, pero puedes usarlo en tu favor, y únicamente debes ser lo suficientemente inteligente para hacerlo. – concluyó.

Qué extraño, debía de estar poseyéndolo un fantasma particularmente amable y bienintencionado, pues ya era el segundo consejo que le daba... como si realmente se preocupara lo más mínimo por una jovencita que lo había abofeteado y a la que acababa de conocer, ¡la historia de su vida!
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Mensaje por Yvette Béranger Dom Ene 22, 2017 7:59 am

Si ella lloraba, el cielo lloraba; si ella estaba rabiosa, soplaba el frío viento del norte. Dicho así, aquello sonaba extremadamente poderoso, pero, para Yvette, suponía el mayor problema al que se había enfrentado nunca en su siempre fácil vida. Allá donde iba, el clima variaba según su humor, sus pensamientos y, a veces, incluso según sus palabras. Eso, por no hablar de las pesadillas que tenía miedo de recordar por si se hacían realidad. La joven e inexperta hechicera sentía un peso demasiado grande para sus débiles hombros. Había pasado más de un año desde el primer sueño premonitorio, y el tiempo lo único que había conseguido era empeorar la situación.

La lluvia empezó a caer como si las nubes hubieran abierto una compuerta, y en pocos segundos estaba empapada hasta los huesos. Las gotas frías se mezclaban con las lágrimas calientes que brotaban con fuerza de sus ojos. Estaba volviendo a pasar, aquello se le estaba descontrolando y no sabía cómo detenerlo. En realidad, tampoco sabía cómo comenzarlo a voluntad, aunque tampoco estaba segura de querer hacer algo así. Para ella, eso que hacía no era un don, ni una suerte, como intentaba hacerle creer él. Lo sentía como un terrible castigo divino por algo que debía haber hecho, pero que desconocía completamente. Yvette creía que aquello había comenzado tras la muerte de su padre, pero no sabía que aquel hecho fue tan sólo el detonante. La magia era algo innato que había estado latente durante años, esperando el momento adecuado —o no— para salir a flote.

Ella seguía llorando, pero, de pronto, la lluvia dejó de impactar sobre su cabeza. Era algo extraño, puesto que, por lo general, dejar de llorar era el primer paso, y no necesariamente el último. Alzó la vista y se encontró con la chaqueta del húngaro sobre ella, y con él delante. Se mantuvo observándole en silencio y abrazándose a sí misma para combatir el frío que le daba la ropa empapada, ya que la congoja le impedía hablar de una manera comprensible. Además, tampoco tenía mucho que decirle. Miklós tenía razón, estaba fuera de control y era algo bastante evidente. Así que se dejó guiar hasta los soportales sin rechistar. Ya se le habían agotado las fuerzas incluso para eso y, bueno, era mejor estar a cubierto que no en mitad de la tormenta.

La prenda cayó sobre sus hombros y se la ajustó como pudo. Le quedaba demasiado grande y era bastante pesada, pero el cambiante había conseguido que se sintiera algo mejor, aunque la lluvia siguiera cayendo sin parar. Clavó sus ojos en él sin parpadear mientras hablaba, y los mantuvo ahí hasta unos segundos después de que terminara. Después los devolvió a la calle y se quedó mirándola con gesto pensativo. Controlar aquello y usarlo en su propio beneficio. Como aprender a cocinar, igual.

No nací ayer, aunque lo pienses. También yo sé atar cabos —dijo, al fin. Suspiró sin apartar la mirada de la calle—. La primera vez creí que fue una coincidencia que, en su momento, me pareció incluso romántica. Empieza a llover estando yo triste. Qué oportuno. —Soltó una risa nerviosa y seguido tragó saliva—. Pero cuando las coincidencias se repiten una y otra vez, dejas de pensar que son coincidencias y empiezas a buscar otras razones: el otoño me entristece, el invierno es demasiado largo… Cualquier razón lo suficientemente creíble te sirve, aunque sea absurda. Pero esto —señaló la lluvia con rabia—, esto no tiene explicación alguna. Ni creíble, ni remotamente posible. —Sollozó mientras se secaba la humedad de la cara de manera inútil, puesto que sus manos estaban igual de mojadas—. Claro que sé por qué llueve, igual que sé que dos calles más allá seguirá brillando el sol. No soy tonta. —Volvió a dirigir la mirada hacia él, una mirada asustada y casi suplicante, como si él pudiera (y quisiera) hacer algo por ella—. Lo que no sé es como sucede, igual que no sé cómo hacer que pare. Ni tampoco por qué me pasa esto a mí, cuando ni lo he pedido, ni he hecho nada para merecerlo. ¿Es mucho pedir ser un bicho raro normal?

No supo si era la necesidad de hablar que había guardado durante tanto tiempo, o que la tormenta no parecía que fuera a amainar enseguida y necesitaba algo con lo que entretenerse, pero empezó a hablar como si aquello fuera su última confesión. Le importaba más bien poco si él quería escucharla o no, podía taparse los oídos y mirar hacia otro lado con tal de que la dejara hablar. Era curiosa la forma que tenía de jugar el destino. De todas las personas que había en el mundo, la única con la que podía consolarse era la misma que la había llevado hasta esa situación. Bendita ironía.

Recuerdo que una vez —comenzó de nuevo, devolviendo la vista a la calzada—, cuando todavía creía en las coincidencias, mi madre me obligó a asistir a uno de esos ridículos bailes para presentarme en sociedad. Yo no quería ir, pero ella insistió en que debía hacerlo, que sería bueno para mí, que habría chicos de mi edad con los que hablar. —Resolló y rodó los ojos—.  Mientras volvía a mi habitación pensé, «ojalá diluvie tanto que el coche no pueda salir», y nada más sentarme en el tocador empecé a escuchar las gotas contra el cristal. Llovió durante dos días seguidos. —Apretó los labios y caminó lentamente hasta quedar junto a una de las columnas que sujetaban el techo de los soportales. Apoyó primero el hombro, después la cabeza, y miró la lluvia caer sobre la calle ya desierta. Allí sólo estaban ellos dos y su tormenta—. El viento siempre me ha puesto nerviosa, pero ahora ya no sé qué es lo que provoca qué. Cada vez que despierto tengo miedo de recordar los sueños de esa noche, por si resulta que se vuelven realidad. —La fuerza del viento había disminuido, no así la de la lluvia, que seguía inundándolo todo—. Y pensar que lo que más miedo me daba era que me trataran como si fuera una maldita chiflada. ¡Ja!
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Mensaje por Invitado Mar Ene 24, 2017 4:20 pm

No tenía por qué hacerlo, bien sabía Dios que se le había llegado a pasar por la cabeza marcharse de allí y dejarla sola con unos problemas que a él se la resbalaban, literalmente por la cantidad de lluvia que les estaba cayendo encima, y sin embargo ahí estaba, escuchando a la pobre diabla desesperada que tenía enfrente quejarse de algo que no había elegido, no comprendía y la torturaba. En esa misma línea, debía hacer un esfuerzo notable para intentar empatizar con ella, pues si en condiciones normales ya le costaba (como cualquier cosa que implicara sentir algo que no fuera dolor, todo había que decirlo), con ella contándole cosas que él no había experimentado, todavía más. Realmente se podían decir muchas cosas malas de Eszter Rákóczi en todas sus facetas, ya fuera como cambiante, como mujer o como madre, pero si había algo que Miklós siempre había tenido, desde cachorro incluso, había sido la certeza de que ella le había dicho la verdad con sus poderes. Claro estaba que no era lo mismo transformarse en animal que provocar la lluvia, y Miklós tenía muy claro quién de los dos lo había tenido más duro en la vida y a la hora de hacerse a una naturaleza sobrenatural (sorpresa: ella no), pero ella seguía teniendo cierto mérito, ¿no? De eso intentaba convencerse al menos, y la palabra clave en todo el asunto era precisamente esa, intentar, porque con las respuestas sarcásticas de ella no es como si su empatía se disparara, precisamente, sino todo lo contrario: todo lo que le hacía desear hacer era poner los ojos en blanco y responderle con un comentario igualmente cortante. Por descontado, eso fue exactamente lo que hizo, aunque ella se encontraba en un estado de desesperación tal que ni siquiera lo escuchó, de ocupada que estaba hablando y contándole más sobre sí misma que él quería saber o que él hubiera llegado a preguntar, en el remoto caso de estar interesado en una mujer así. Y con así, por supuesto, se refería a de clase alta para algo que no fuera seducirla y robarle su dinero.

– No sé, por cómo te has comportado hasta ahora, pensaba que habrías nacido quizá no ayer, pero sí, digamos, la semana pasada, más o menos. – la acritud se le escapó de los labios, pero se le marchitó al contacto con el aire, pues no le había salido tan duro como él había pretendido, y se encontró, de hecho, escuchándola. A fin de cuentas, ¿qué tenía que hacer? Nada. Con esa lluvia, si se marchaba de allí era bien posible que ella se ofendiera y extendiera la tormenta a, por lo menos, tres manzanas más, haciéndole imposible llegar a ninguna parte sin acabar como un maldito goulasch, salvo que mucho menos sabroso. Por tanto, se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y la miró mientras ella se desahogaba, medio consciente de que él se encontraba allí porque había sido el catalizador de semejante explosión de sinceridad, pero a la vez ida hasta que terminó de hablar. Entonces pareció desinflarse, como si al sacar semejante peso de su pecho hubiera perdido hasta fuerza, y como su equilibrio se vio un tanto afectado, Miklós, mecánicamente, se acercó a ella y la sostuvo con una de sus manos, con esa actitud suya tan indiferente que contrastaba enormemente con el hecho de que, en fin, acababa de ayudarla a no caerse de morros al suelo. – La primera vez que me transformé era muy pequeño, ni siquiera había visto a mi madre hacerlo, y eso que ella se pasaba la mayor parte del tiempo en forma animal. – comenzó Miklós, escogiendo con cuidado las palabras, y no porque su dominio del idioma fuera malo, sino porque lo recordaba a la vez que hablaba, y quería mantenerse lo más aséptico posible, algo complejo dado que la familia era de las pocas cosas que aún lo hacían sentir algo, por escaso y raro que fuera ese algo que Miklós ansiaba por encima de todo. – Estaba en una especie de cuna, pero ya tenía varios años, simplemente crecía muy despacio. Había un espejo cerca porque fue en un campamento, y vi literalmente cómo me volvía algo parecido a un gato. No fue hasta que no me lo explicó Eszter, mi madre, que me lo creí. Así que supongo que no puedo culparte, aunque no tuvieras apenas seis años. – concluyó, metiendo la inevitable pullita.

No creía que fuera a hacer que se sintiera mejor porque él no era de ese tipo de hombre; aunque Miklós no fuera mala persona, no completamente, tampoco era bueno, sobre todo porque hacía falta sentir algo para poder considerarse alguien completamente preocupado por el prójimo. Sin embargo, a su manera, los valores que ciertos progenitores habían tratado de inculcarle salían a la luz, y sin que Miklós reflexionara mucho al respecto allí se encontraba, animando a una hechicera que sabía que lo era, pero que no le había puesto nombre hasta que él no se había atrevido a sacarla de sus casillas lo suficiente para ello. – Si quieres mi opinión, y te la daré aunque no la quieras, probablemente tú provoques el viento con tus nervios, y parte de tu cabecita sepa que el viento no te gusta, así que te pones aún más nerviosa, hasta el punto de que empiezas a asociar una cosa con la otra. – razonó él, con la mano aún sosteniendo el ligero peso de la hechicera que se encontraba junto a él, presa de sí misma y, en menor medida, de lo que él había conseguido al contarle todo lo que le había comentado sin despeinarse, simplemente usando esa inteligencia suya que casi nadie se creía que poseyera. – En fin, no soy hechicero, así que no te lo sé decir. Supongo que ahora deberías buscarte a alguno que te ayudara y te guiara, pero puede ser complicado si eres de buena familia y debes disimular. De todas maneras, por mi experiencia con los gitanos, que ignores los sueños no quita que vayan a convertirse en realidad. Deberías superar el miedo a saber lo que va a pasar, porque eso es inevitable, y aprovecharte de que tienes una manera de saberlo para estar preparada. Al menos, esa es mi opinión, pero como viene de mí, seguro que la acabas ignorando, niña privilegiada. – opinó, reprendiéndola al final, pero lo hizo con un amago de sonrisa, como para dejarle claro que bromeaba.

Lo de bromear, bueno, a ver, había que matizarlo: estaba diciendo que sabía que quizá por ser él no lo escucharía, efectivamente, pero lo cierto era que seguía considerándola una niña y, además, privilegiada, así que, al menos en eso, sí que estaba siendo absolutamente sincero por completo. Una de cal y una de arena, como se solía decir.
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Mensaje por Yvette Béranger Miér Feb 08, 2017 4:31 pm

Cuando terminó de hablar soltó el aire que le quedaba en los pulmones como si fueran los restos de algún ente maligno que se había apoderado de ella durante todo aquel tiempo. La sensación de liberación que sentía en el pecho se asemejaba mucho a la que un humano siente al dejar de llorar, como si se hubiera quitado un gran peso del pecho. Tanto fue, que, de hecho, sus piernas se doblaron ligeramente, haciéndola perder el equilibrio. Miklós fue más rápido que ella, ya que enseguida sintió cómo la sujetaba por el brazo, impidiendo que cayera al suelo. Ella agarró su mano, pero no para quitarla. Se sujetó con fuerza, o, al menos, con toda la que le quedaba.

Alzó la cabeza hacia Miklós, como si se acabara de dar cuenta de que estaba ahí. Ahora era ella la que le escuchaba a él. Le habló de su infancia, de cómo había descubierto sus poderes que, aunque fueran completamente distintos a los de ella, no dejaban de ser extraordinarios. Al menos, él tuvo la suerte de que su madre le contara todo al respecto. Dijera lo que dijera, tener a alguien que lo hubiera vivido antes facilitaba mucho las cosas, aunque su único cometido fuera explicar lo que estaba sucediendo. Vale, sí, él lo había experimentado de muy niño, pero, ¿no se supone que los niños son capaces de aceptar todo de una manera más natural? Y, además, era su propia madre la que se lo explicó. ¡Por todo lo sagrado! Yvette estaba segura de que la suya sufriría un infarto si se enteraba de lo que su hija era realmente, y su padrastro Arnaud… prefirió no pensarlo. Con lo que él era, la llevaría a la hoguera de la oreja.

El relato de Miklós, sin embargo, le hizo pensar algo en lo que no había reparado hasta ese momento, o, al menos, de una manera lógica y sosegada. ¿De dónde venían aquellos poderes? A él, de su madre, o eso parecía. Por otro lado, era algo lógico. Sus cambios eran físicos, como el color del pelo o el de los ojos, al contrario que los suyos. O así era como ella lo entendía, si es que era capaz de comprender algo de todo aquello. Entonces, ¿sus padres también sabrían provocar tormentas? ¿soñarían con cosas que estaban por pasar? ¿O habría nacido marcada por algún motivo que desconocía?

En eso pensaba cuando se dio cuenta de que se había pasado todo el tiempo mirándole directamente, y casi sin pestañear. Parpadeó un par de veces e irguió el cuerpo, deshaciendo aquel contacto que seguía manteniéndola de pie. Giró el cuerpo y apoyó la espalda contra la columna, dejándose caer pesadamente. Resopló

Que me hayas arrastrado hasta una plaza de mala muerte, estés constantemente a la defensiva y seas el culpable de que haya causado esta tormenta, no significa que no vaya a escucharte —dijo, fingiendo que hacía caso omiso a sus comentarios sarcásticos—. Por suerte, o por desgracia, eres lo más parecido a un… ¿Cómo has dicho? —Hizo una pausa entornando los ojos ligeramente—. Hechicero. Eres lo más parecido a uno que conozco, así que, ahora mismo, tus consejos y opiniones son las más útiles que me puedan dar respecto a esto.

A su alrededor, la lluvia había bajado la intensidad. Ahora era apenas una llovizna difícil de ver, pero que si se aguzaba la vista se podía apreciar. Su estado de ánimo también había mejorado, o, al menos, se había conseguido tranquilizar. Respiró hondo.

Eso que dices, lo de buscar a alguien, parece lo mejor. Pero, ¿dónde? —preguntó—. No puedo ir al mercado y, no sé, subirme a una tarima ofreciendo un puñado de francos a cambio de unas cuantas lecciones. Nadie en su sano juicio iría por ahí diciendo “¡Eh! ¡Mira lo que hago!”.

Echó la mano hacia delante agitando los dedos y unos pequeños rayitos, casi chispas, salieron de sus dedos. Yvette se miró la mano con los ojos como platos. Esa era la primera vez que veía su magia salir de ella, y no sólo los resultados de la misma a su alrededor. Estaba claro que Miklós había conseguido dejarla a flor de piel, tan a flote que cualquier cosa la hacía saltar, hasta los movimientos más simples e inocentes. Acercó la mano y la acarició con la otra, comprobando que no había quemaduras o heridas similares ahí por donde habían salido aquellas chispitas. Cuando se dio cuenta de que todo estaba bien escondió la mano debajo de la axila y miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie salvo el cambiante la había visto.

Cualquier persona que me cruce por la calle podría ser uno, pero yo no lo sabría nunca —siguió, con la voz ligeramente temblorosa por la impresión—. Y no puedo descubrir esto que me pasa sin estar segura, ni siquiera creo que sería buena idea hacerlo frente a un igual. No sé hacer eso que haces tú, lo de ver... eso alrededor de la gente. ¡Joder! Ni siquiera sabía lo que eras hasta que me lo has enseñado. Y tú has adivinado lo mío casi antes que yo, y no sé cómo.

Miró la calle de nuevo y se dio cuenta de que la lluvia había parado por completo. Los gigantescos charcos que se habían formado en la calzada estaban completamente lisos, sin gotas que dibujaran ondulaciones en la superficie. Las nubes empezaban a dispersarse tímidamente, dejando que algunos rayos de sol se colara entre ellas. Yvette se separó de la columna y se asomó para comprobar que nada caía del cielo. Un haz de luz que impactó contra su rostro le obligó a entrecerrar los ojos.

Ha dejado de llover. —Se volvió hacia Miklós—. Será mejor que vuelva. Mi madre es capaz de movilizar a toda la policía de París si no aparezco. —Sonrió, resignada.

La niña privilegiada creía haber conseguido más libertad en su nuevo hogar, pero, en realidad, lo único que había conseguido es que el abrieran la puerta de su jaula de oro. Podía salir y entrar, pero siempre, siempre, debía volver. Se quitó la chaqueta que le había prestado el cambiante y se la tendió antes de emprender la marcha. Porque siempre debía volver.
Yvette Béranger
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Mi libertad termina donde empieza la tuya {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: Mi libertad termina donde empieza la tuya {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Invitado Jue Feb 09, 2017 2:49 pm

Demonios. Si él era lo más parecido que la joven tenía a un hechicero, podía darse por maldita, entonces, y de la forma más literal posible por el tema que estaban tratando desde que él había usado la lógica y ella le había demostrado que estaba en lo cierto. Dado lo felino que él era, la sola comparación con los brujos que ella, inocente y desesperadamente, había realizado le provocaba casi risa, y estaba seguro que, de vivir Eszter, a ella no le había sido posible reprimir las carcajadas auténticas ante sus palabras. Sin embargo, Miklós tenía algo más de tacto, no precisamente gracias al que más padre había llegado a considerar dentro de la enorme lista de cónyuges de la Rákóczi, y se conformó con sonreír y escucharla, sin más. Vale que su boca mostraba cierta curvatura que, sin lugar a dudas, llevaba a pensar en burla, pero al menos había hecho el (enorme y titánico) esfuerzo de no reírse en su cara, esperaba que se lo tuviera mínimamente en cuenta. Teniendo en cuenta que ya la había calmado un tanto, a la climatología más suave se remitía para demostrar que efectivamente así era, eso sólo añadía aún más elementos a la lista de cosas que le debía la muchacha, así que él se limitaría a ejercer de cobrador más adelante y ya estaba. Mientras tanto, escuchaba sus diatribas con cierto interés, sobre todo porque no siempre tenía la oportunidad de hablar con una rica a la que no estaba intentando robarle toda su fortuna, y eso le daba una sinceridad, por ambas partes, a la que no estaba acostumbrado. Siendo él, además, tan mentiroso como era, ¡y tan bueno en ello por supuesto!, la sensación de no tener que ir inventando historias sobre la marcha lo dejaba casi vacío, como si le faltara algo que había llegado a considerar tan suyo como la tonada húngara de su acento al hablar francés (que no alemán, hablando esa lengua sonaba como si fuera del mismo Brandeburgo). Así que, por todo eso, decidió llenar el vacío como mejor sabía: con palabras.

– Llámalo práctica, llámalo intuición de pantera, llámalo como tú quieras, pero en cuanto sabes que existe, no puedes dejar de fijarte. Hay seres mucho más peligrosos que yo, muchacha, conviene estar atento a qué es cada uno para saber cómo defenderte, en caso de peligro. El mejor consejo que puedo darte ahora, ya que me has hecho el enorme honor de tragarte tu estúpido orgullo y escucharme, es que no salgas ni de noche ni en luna llena. Los peores de todos nosotros son los que salen en esos momentos. Aunque, bueno, una jovencita de alta cuna como tú no creo que esté muy familiarizada con la París vespertina… – aconsejó, aunque no pudo evitar el deje malicioso de sus palabras, su tono y su mirada, que en todo momento acompañaban a la media sonrisa que llevaba un rato esbozando. Y si bien razón no le faltaba (si así era, que bajara Dios y lo viera. Así, de paso, mantendrían Miklós y él una larga conversación, que el húngaro estaba deseándolo por muchísimos motivos ya), no podía evitar valerse de ese retintín tan suyo de superioridad que le proveía, nada más y nada menos, la experiencia. Así era: se sentía un auténtico veterano, en el mejor sentido posible de la palabra, en un mundo al que había arrojado a una jovencita más o menos inocente (aún) de golpe, sin preparación previa, por si eso no fuera suficiente para que se sintiera ya como una especie de maestro… Pero no como ella pretendía, pues él de magia sabía lo justo, sino como una especie de guardaespaldas que podría librarla de cometer los errores en los que él, sin duda, habría incurrido de no ser por la guía de su progenitora. Alguna cosa buena había tenido Eszter, sobre todo al principio… Luego ya, cuando se había relajado en su burbuja de femme fatale y había confiado en sus hombres para que se encargaran de su cachorro, lo había perdido casi todo ante los ojos, ahora adultos, del húngaro felino que se encontraba ejerciendo de ¿padre? ¿tutor? Bueno, de algo, de una joven que, de no haberse encontrado en esas circunstancias, no le daría ni los buenos días, con toda probabilidad. Hay que ver las vueltas que da la vida.

– Podrías ir a autos de fe. Los Inquisidores no siempre son brillantes y muchas veces meten a enemigos suyos en las hogueras, pero tanto entre las víctimas como entre el público hay hechiceros, sois mucho más comunes de lo que te crees. – sugirió, se colocó su chaqueta en un hombro y le hizo un gesto para que avanzaran, pues en línea con lo que había estado pensando antes, no iba a dejar que fuera sola, del todo, hacia su casa. Qué caballeroso podía ser a veces… – Yo no conozco a muchos, al menos aquí en París, pero no es difícil verlos. Simplemente busca lo raro, lo que no tenga sentido, y pase siempre en torno a una persona, como tus tormentas o lo de tus manos. – propuso, acariciándole las yemas de los dedos que antes habían, literalmente, chispeado frente a él, e indiferente al efecto que su repentina suavidad hubiera podido tener en ella volvió a mirar al frente y a continuar la marcha, como si nada hubiera sucedido. – Si conozco a alguno que sea digno de confianza, te lo presentaré, pero sobra decir que debes tener cuidado, ¿no? Hay hechiceros buenos, pero también los hay que se meten a hablar con los muertos y hacen magia negra, y a esos no los quieres cerca, te lo digo yo. – se ofreció, y una vez más fue indiferente al hecho de que se estaba comportando con mucha más generosidad de la que ella, probablemente, merecía… ante los ojos de alguien como él, al menos. Ante unos ojos más razonables que los del húngaro, la joven, asustada e inexperta, merecía toda la guía que se le pudiera ofrecer, pero él nunca se había caracterizado por ser justo, en parte porque con él nadie lo había sido nunca, así que la excepción probablemente confirmara la regla no escrita.

En fin, la cuestión era que él la estaba ayudando, y en esa línea la acompañó hasta la puerta de su casa, sin plantearse nada salvo que lo había hecho y ya estaba, ¿para qué complicarse más la existencia que así…? Suficiente lo hacía en condiciones normales como para, encima, ir pretendiéndolo. No, gracias; tan masoquista no era.
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