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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:58 pm

Me consideraba una mujer inteligente, sobre todo cuando me comparaba con muchos de los especímenes que se encontraban a mi alrededor, bien fuera en Francia, en los Países Bajos o en cualquier otro reino o república en el que hubiera posado un pie en mi larga existencia. Por supuesto, no siempre había sido así, y durante largas temporadas había estado tan concentrada en sentir y tan poco en pensar que había cometido graves estupideces, algunas de las cuales con consecuencias que todavía me encontraba pagando, para mi desgracia. La batalla entre el raciocinio y los sentimientos era, pues, una constante en mí, cuyos resultados dependían enormemente de un momento o de otro de mi propia historia, pero a la que creía haber puesto fin en los últimos tiempos, confortable como me encontraba en el término medio tan loado por los antiguos filósofos. Esa nueva perspectiva me permitía ver mis decisiones desde un punto de vista más neutral, así como poder detectar errores y peligros que éstos pudieran acarrear, por lo que no dejaba de ser una situación agradable para mí incluso cuando se trataba de asuntos particulares que me incomodaban sobremanera. Así las cosas, hacía bastante que le estaba dando vueltas a las consecuencias de uno de los rasgos que mejor definían a la Amanda de los tiempos más recientes, como era mi reinado; hacía, también, bastante, que me había dado cuenta de que un sector de la nobleza neerlandesa no estaba de acuerdo conmigo, la Usurpadora, como habían decidido bautizarme a mis espaldas. Y, sin embargo, no fue sino gracias a esa inteligencia que muchos no consideraban que poseyera, tanto por ser mujer como por dedicar una cantidad considerable de mi tiempo a mi aspecto físico, que pude identificar fácilmente a los cabecillas del complot existente contra mí sin que ellos supieran que lo había hecho.

Había varios, por supuesto, pero el más importante de ellos era una auténtica pieza donde las hubiera: Cornelius Krayenhoff. Tan ambicioso como absolutamente cruel, era uno de los que más habían manifestado su rechazo hacia mí y mis decisiones, desde el desmantelamiento de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales hasta los consejeros que había elegido para que me rodearan y me guiaran en mis decisiones, las únicas que el reino recibía porque mi marido no ejercía, en lo más mínimo, como rey. Una figura tan llamativa como él no podía permanecer mucho tiempo en el anonimato, sobre todo si se contaba con los recursos adecuados para descubrir cada uno de sus peores secretos, y ¿quién podía contar con mejores recursos que una reina? Solamente una vampiresa milenaria: afortunadamente para mí, yo compaginaba ambas naturalezas, de modo que fue solamente cuestión de tiempo que un informe completo sobre la vida del recientemente designado barón se encontrara en mis manos, arrojando a la luz datos la mar de interesantes. Pese a que no hubiera, ni en mi reino ni en ninguno, ninguna ley que penara a un noble que le había arrebatado el título a otro si ese otro no se esforzaba siquiera en defenderse, esa situación lo colocaba en una posición afortunada, por el título, pero potencialmente perjudicial por haberse granjeado a un enemigo, que, estaba segura, haría todo lo posible por deshacerse de él. En el caso de Krayenhoff, su baronato había sido arrebatado a la familia van Haacht, cuyo heredero había sobrevivido a la ambición del mismo que intentaba destruirme a mí, por lo que él mismo había designado a la mano que lo destruiría, para mi enorme e infinita facilidad. Así pues, mi siguiente movimiento fue tratar de dar con Herman van Haacht, pero el poder de Krayenhoff se había vuelto lo suficientemente considerable para no querer darle posibilidad alguna de acusarme de juntarme con enemigos confesos suyos, por lo que no me quedó más remedio que acudir a París.

Los signos, sin embargo, parecían apuntar todos a mi favor: los últimos informes revelaron que Herman se encontraba en la capital francesa, y pese a no ser una mujer, en absoluto, supersticiosa, lo consideré tan buena señal que no dudé lo más mínimo en enviarle una invitación para que acudiera a mi mansión francesa. El hecho de no haberlo citado en el Louvre, sino en la intimidad de mi hogar, daba buena cuenta del carácter personal que tenía la reunión, si bien él no supo quién le había mandado acudir a aquella mansión hasta que no se encontró frente a mí, para mantener mi anonimato en la medida de lo posible. Además, aquella no fue mi única decisión en pos de mi propia seguridad: la casa se encontraba vigilada por varios mercenarios leales a mí, que me protegerían y guardarían el secreto de oídos neerlandeses indiscretos, y había sustituido, aquella noche, al servicio por miembros de mi guardia personal, leales a mí por completo. Esa, pues, fue la estampa que Herman se encontró al llegar a mi mansión, nota manuscrita en mano, con aspecto de haber sido arrancado de un burdel y conducido a los pies de su reina, quien, elegante en contraste con él, lo miraba desde arriba, estudiándolo. – Bien, imagino que sabes quién soy ahora que me has visto y que te has fijado en la guardia que me rodea. Nos saltaremos las presentaciones, ¿de acuerdo?, dado que yo también sé quién eres tú, Herman van Haacht. Adelante, siéntate. – lo recibí, y le hice un gesto para que me siguiera, vestida del color negro de la medianoche, hacia un amplio y cálido salón, con sendos sofás enfrente de la chimenea que nos invitaban a ambos a ocuparlos. – Admito que ha sido una sorpresa encontrarte tan rápido. Si yo he podido, no te quepa duda de que tus enemigos también podrían, aunque les cueste más. Un error un poco elemental, dado que Cornelius Krayenhoff se ha convertido en un hombre influyente y peligroso. Pero no quiero acelerarme: te he invitado para que me cuentes tu versión de la historia. La suya ya la conozco, se ha recreado en ella innumerables veces en los salones de mi palacio, pero quiero escuchar la otra versión, así que adelante. Tu monarca te lo ordena. – pedí, al tiempo que acercaba una botella de vino y nos servía sendas copas.
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Mensaje por Herman van Haacht Sáb Sep 09, 2017 11:50 am

La noche empezaba a caer y, junto con ella, las buenas gentes de París se recogían en la calidez de sus respectivos hogares, ansiando un merecido descanso que les llevaría a un nuevo día. Para Herman, en cambio, no había un hogar al que regresar, porque el único que había conocido se lo habían arrebatado hacía muchos años. Con el tiempo había aprendido a darse cuenta de que todo fue consecuencia de sus actos, tan impropios y desmedidos que, probablemente, la baronía fuera ahora mejor que cuando él estaba al cargo. No obstante, eso no implicaba que no quisiera recuperarlo a toda costa, y ya no sólo por volver al nivel de vida que había tenido mientras fue barón, sino por cobrarse la venganza que le tenía guardada a Conelius Krayenhoff, una venganza que rozaba lo personal, más que lo político.  Pero, para eso, primero tenía que conseguir aliados que aunaran fuerzas junto a él, porque estaba visto que solo no conseguiría más que volver a ser capturado y, si eso pasaba, no tendría la suerte de poder escapar como la última vez.

Por eso se encontraba esa noche en una zona apartada de la ciudad, a salvo de miradas indiscretas que pudieran mostrar demasiado interés por lo que hacía. ¿Y... qué hacía? Fácil: intentar volar. Su brazo se había recuperado y apenas quedaba rastro de la herida de bala que le había hecho caer, así que, como humano no tenía problemas a la hora de utilizarlo. Como ave, en cambio, necesitaba una precisión exquisita en los movimientos para poder mantenerse en el aire el mayor tiempo posible, y su brazo todavía estaba sensible como para llevarlos a cabo. Se transformó en el suelo y aleteó un par de veces antes de dar un salto y alzar el vuelo. Llegó hasta el alféizar de una ventana sin mayor complicación y el búho ululó para celebrarlo. Parecía que iba a poder abandonar la ciudad pronto, y eso eran buenas noticias para él. Bajar de allí no le iba a suponer un gran esfuerzo —o eso creyó—; planear siempre le había parecido fácil. Ululó una vez más y se dejó caer extendiendo las alas. Todo fue bien hasta que, a una altura de dos metros, comenzó a sentir un calambre en el ala que le obligó a plegarla, lo que terminó con su fantástico planeo. Se estrelló, con consecuencias menos graves esta vez, pero dejándole en un estado que bien parecía recién sacado de un basurero: el pelo, completamente despeinado; la ropa, manchada, arrugada y con roturas allí donde las piedras habían ejercido de cuchillas.

Se levantó maldiciendo en mil idiomas porque sus planes se acababan de desbaratar. Tenía que conseguirlo, fuera como fuera. Se sacudió la porquería con energía, ignorando el dolor que todavía sentía, y se disponía a volver a intentarlo cuando escuchó unos pasos que se acercaban hacia allí. Irguió la espalda y alzó el mentón, adoptando ese porte regio tan característico en Herman. El desconocido se acercó a él, le tendió una nota sellada y, tal y como había llegado, se fue, dejándole tan confundido que lo único que fue capaz de hacer fue echarse a reír. ¿Quién demonios le enviaba cartas selladas a aquellas horas de la noche, en una ciudad que apenas conocía? Por un momento pensó en Krayenhoff y su risa se evaporó. Si era él, sus planes tendrían que cambiar sin más dilación; es decir, tendría que salir de allí ya. Nada más abrir el papel buscó una firma, un nombre, o algo que le indicara quién era el remitente, pero, para su asombro, era una invitación anónima para acudir a una mansión de París. Levantó la vista para buscar al hombre que se la había traído, pero allí sólo estaban él, un par de ratas y algún borracho que no tenía muy claro adónde ir. Estuvo tentado de tirar la nota y seguir a lo suyo, pero pensó que tampoco perdía nada por saciar la curiosidad que le había producido. ¿Qué más podía pasar? ¿Que otro loco comenzara a seguirle por el mundo?

Anduvo bastante hasta dar con la casa en cuestión, pero, nada más verla, supo que el autor de aquella misiva no era un chalado cualquiera. Había una cantidad ingente de vigilancia, así que el papel arrugado en su mano era la única manera de poder pasar por allí sin terminar desapareciendo en una fosa común. Desde que puso un pie en los terrenos no le dejaron solo ni un momento, ni siquiera cuando le llevaron frente a la persona que le había citado allí.

Se quedó de piedra nada más verla. De todas las personas que había pensado encontrarse, ella era la única en la que no habría pensado ni como última instancia. Amanda Smith, la reina de su querida patria, lo había citado en su casa —¿de verdad estaba en su casa?— para Dios sabía qué. Aquel bien podía ser su día de suerte o aquel en el que pasara a mejor vida.

Majestad —saludó, con la boca tan seca que le costó pronunciar cada sílaba.

No pudo evitar mirarla de arriba a abajo mientras caminaba tras ella. No había que olvidar que Herman era un hombre con cierta tendencia al vicio y Amanda una mujer muy hermosa que, además, contaba con el máximo poder sobre una tierra a la que él quería volver a toda costa. La miró una vez, con disimulo y sin pensar demasiado en ello porque era algo que enseguida se vería reflejado en su rostro, y lo último que quería era ser llevado al calabozo por intentar tirarle los tejos a la reina. Lo que le faltaba.

Al principio he pensado que la nota era de Krayenhoff —admitió, acomodándose en el sofá que ella le había señalado—, pero al ver que no había ni rastro de su nombre he sabido que no era así. Conociéndole, sé que habría dejado claro que ha sido él quien me ha encontrado. —Apretó la nota entre sus dedos antes de dejarla sobre la mesa, junto a la botella de vino. Cogió su copa y dio un trago, más corto de lo que le hubiera gustado, antes de continuar—. Mi versión. —Dejó el recipiente sobre la mesa y cruzó los dedos de ambas manos entre sí, apoyando los codos sobre los reposabrazos y la espalda en el respaldo—. Reconozco que no todo ha sido obra de Krayenhoff y admito mi parte de culpa en este asunto. Si no llega a ser por mis obras del pasado, muy probablemente no me encontraría cual muerto de hambre aquí sentado —aclaró—. No obstante, con esto no quiero decir que Krayenhoff no sea un maldito miserable. Lo conozco desde que tengo memoria y siempre juró fidelidad a la casa van Haacht, supongo que con la intención de casar a una de sus innumerables hijas con el heredero de la baronía. Nunca lo supe, mi padre no estaba demasiado interesado en eso, pero no hacía más que pasearlas por la casa como si fueran ganado en venta. —Se humedeció los labios con la punta de la lengua y miró la chimenea—. Su majestad y yo sabemos lo ambicioso que puede llegar a ser ese hombre. Cuando mi padre murió y yo derroché su fortuna —su voz sonó afilada, como si le doliese admitir tal hecho— decidió que quería ser él quien se quedara con todo, en vez de ofrecerme un trato de matrimonio donde sus nietos heredarían el título y mis posesiones. Perdí el título, la casa y todos los derechos que tenía. El resto de nobles y gente influyente se volvieron fieles a Krayenhoff y yo me quedé por allí un tiempo, esperando una oportunidad para volver a recuperar lo que fue mío, hasta que me invitaron a abandonar Róterdam.

Dio otro trago, esta vez algo más largo, para refrescar la garganta. Hacía mucho tiempo que no contaba aquella historia, pero Herman no había olvidado ningún detalle, por nimio que fuera. Ventajas de ser un cambiante, supuso.
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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:43 pm

Había escuchado rumores con respecto a él, por supuesto, pero pese a que sabía que tal vez algunos de ellos podrían ser hechos, otros eran tan descabellados que no podían sino ser invenciones, quizá del mismo Krayenhoff, aquel a quien ambos teníamos como enemigo en común. Por supuesto, la medida en que nos oponíamos a él era diferente, ya que la mía era totalmente política mientras que la suya era por completo personal; sin embargo, tener esa enemistad en común me permitía sospechar que muchas de las habladurías las habría iniciado el propio Cornelius, temeroso siempre de aquellos que tenían más posibilidades de triunfar que él, bien fuera Herman o yo misma, una monarca extranjera demasiado ambiciosa para su gusto. Además, conocía a la perfección sus métodos, dado que los había vivido en mis carnes desde que había tenido el suficiente valor o la suficiente estupidez, aún no me decidía, para enfrentarse a mí directamente, de modo que los rumores sobre Herman eran algo que tenía que eliminar para poder, así, evaluarlo como posible aliado. Con casi total seguridad, también tendría que desdeñar su apariencia, ya que él no tenía en absoluto el aspecto de alguien con posibilidades de recuperar cualquier título nobiliario, y así lo hacía saber mi guardia, con sus miradas de soslayo y sus expresiones de repulsa. Dado que no tenía tiempo que perder con ellos y sus recelos, les hice un gesto para que nos dejaran solos, de modo que cuando él empezó a hablar y a contarme su historia, sin entrar en detalles pero sin, tampoco, saltarse ninguno de sus pecados, yo lo escuché. Y debo confesar que lo hice con total atención, la que me garantizaba ser la única que estaba escuchando su confesión, pues, pese a todo, seguía siendo su reina, y él mi súbdito, y lo que él me contara quedaría protegido por ese vínculo que los dos habíamos asumido en momentos diferentes: yo al aceptar el trono y él, por su parte, al aceptar mi llamada.

– Reconozco tu valentía al admitir tu parte de la culpa. He escuchado lo que se dice de ti, y aunque no me crea ni una cuarta parte, debes reconocer que todos los rumores tienen cierta base de verdad, y el hecho de que haya tantos que hablen de tu vida disoluta, dan que pensar. Por otro lado, conozco la situación económica pasada de la baronía porque Cornelius se encarga de repetir lo beneficiosa que ha sido su labor a cada insensato que le pase cerca y le demuestre mínimamente que quiere escucharlo, de modo que esa parte no me sorprende. – reflexioné, mirándolo con atención mientras él, aún con el peso de su historia bajo los hombros, seguía sin saber qué quería yo exactamente de él. Pese a que, en mis palabras, había dejado traslucir mi antipatía hacia nuestro común enemigo, él no me conocía más de lo que yo lo conocía a él, motivo por el cual había decidido que reunirnos sería la mejor opción para los objetivos que ambos compartíamos, así que, dada su desventaja, tenía que tener toda su atención puesta en mí. No era como si me importara, en realidad, ya que apreciaba la ventaja que poseía sobre él del mismo modo que la curiosidad genuina, sobre todo en un caso como el suyo donde su reacción podría ir influenciando la mía en una o en otra dirección. – Krayenhoff es un tipo capaz e inteligente, pero demasiado ambicioso. Da igual si has podido ir a la universidad y formarte con los mejores si tu ambición va a dominar todo lo que hagas; eso, al final, te vuelve estúpido y te hace cometer errores, y si bien aprovecharse de ti puede ser uno de ellos, los ha cometido tan graves que ha terminado por despertar mi curiosidad. De ahí que te haya llamado para conocer tu versión de los hechos. – expliqué, sin ser sincera del todo, pero dándole la suficiente verdad para que no desconfiara demasiado ni de mí ni de mis intenciones. Intuía que, siendo su monarca, no permitiría que se le notara incluso si lo hacía, pero prefería asegurarme de que lo tenía donde quería, sobre todo porque estaba herido, y eso lo hacía tan potencialmente peligroso para mí como para Krayenhoff.

– Cornelius también está obsesionado con la nobleza y los títulos, no es nada nuevo. Ha intentado casar a sus hijas con nobles, y aunque en algunos casos ha tenido que conformarse con mercaderes mucho más ricos que los dueños de esas prebendas que él ansía, las ha colocado como amantes de esos nobles, con las esperanzas puestas en los bastardos que salgan de esas uniones. Francamente, es tan transparente que resulta casi aburrido, en ciertos casos, pero hay un pequeño problema añadido: no le caigo bien. Y con lo fácil que le resultó poner a los nobles en tu contra, creo que no peco de demasiado precavida si no deseo que suceda lo mismo conmigo. – razoné, dando un sorbo rápido al vino para, después, dejar la copa y doblar una pierna encima de la otra, en una posición mucho más casual, igual que también lo fue el hecho de que coloqué las manos en mi regazo y me incliné un tanto hacia él, no demasiado pero sí lo suficiente para que fuera evidente. De todas maneras, ¿por qué no serlo...? La enemistad que ambos sentíamos por el actual barón era evidente desde el momento en el que lo había recibido en mi residencia privada, por mucho que ambos supiéramos que no podía recibirlo en palacio de la forma protocolaria habitual. Por eso, no me heriría demasiado enseñarle una parte de mis intenciones, aunque no todas porque siempre prefería tener recursos por si acaso las cosas se torcían, y con un enemigo como el que compartíamos, las torceduras eran tan habituales que casi resultaba sospechoso. – No sé qué estás haciendo ahora, aparte de sobrevivir, con un resultado que no sé si es del todo satisfactorio, en mi opinión. Tampoco sé cuáles son tus objetivos: asumo que vengarte, por supuesto, pero ¿recuperar la baronía? ¿Volver a Róterdam? ¿Quedarte aquí? – pregunté, jugando con un hilo suelto inexistente en mi falda, aunque al instante volví a dejar la mano quieta. – Me interesa saberlo porque, Herman, ante todo soy una mujer práctica. Si va a producirse una guerra civil en mi corte, quiero saberlo antes que nadie para tomar las medidas que considere oportunas, ya sea a favor o en contra de tu postura. Eso no lo he decidido, pero si me explicas qué pretendes, tal vez pueda pensármelo. – propuse, con una referencia sutil a mis planes, pero nada definitorio todavía.
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Mensaje por Herman van Haacht Vie Oct 13, 2017 3:51 pm

No había duda de que se encontraba ante una mujer muy inteligente, probablemente más que el propio Herman, y lo cierto es que debía serlo si quería sobrevivir en ese mundo que ambos tan bien conocían. No, no pecaba de precavida al actuar antes de que la nobleza al completo estuviera en su contra, al contrario. Tratándose de Krayenhoff, no le extrañaba que quisiera quitársela de en medio, el muy idiota, haciendo que perdiera todos y cada uno de los apoyos que pudiera tener. Hacía ya varios años que Herman había perdido el contacto con aquellos que podían informarle sobre cómo iban las cosas en la corte, pero ya había quedado claro que, tratándose del actual barón, las cosas nunca cambiaban, y por mucho que Amanda fuera la reina, iba a costarle ejercer como tal si no tenía nadie que hablara en su favor.

Por el bien de esas chiquillas, me gustaría pensar que son sólo rumores para minar a Krayenhoff, pero, conociéndolo, sé que es más cierto que el hecho de que por las mañanas sale el sol.

Habló de las hijas del barón como si todavía fueran esas muchachas risueñas que había conocido él, pero lo cierto era que, al menos las mayores, se acercarían más a su edad real, que no era poca, que a los tiernos quince de aquel entonces. Un escalofrío le recorrió la espalda al imaginárselas desnudas en la cama de algún noble, seguramente más viejo que ellas, con la esperanza de engendrar algún bastardo que fuera el orgullo de su ambicioso padre. Herman reconocía que su papel como barón había sido pésimo, pero el de Krayenhoff, salvando las distancias, no parecía ser mucho mejor.

Dio otro sorbo al vino mientras la escuchaba atentamente. No tenía del todo claras las intenciones de ella, pero después de ver la poca simpatía que le profesaba a Cornelius, su mente ya empezó a hacerse una ligera idea de para qué le había citado aquella noche. No obstante, el neerlandés tampoco se hizo demasiadas ilusiones al respecto; estaba desesperado por encontrar ayuda, y a pesar de que la de Amanda parecía ser la mejor que podía haber encontrado, sabía que tenía que andar con pies de plomo en aquel asunto. No le beneficiaba en absoluto tenerla en su contra, y por eso no contestó de inmediato. Se tomó su tiempo, girando la copa con las yemas de los dedos mientras su mirada se quedaba fija en el líquido del interior.

Entiendo bien la inquietud de su majestad, así que iré al grano —Alzó la mirada hasta ella e imitó su postura informal, inclinando el cuerpo ligeramente hacia delante—. Mi intención es volver a Róterdam y recuperar la baronía, primeramente. Aún no he encontrado nada en París que me ate a esta ciudad, y no tengo pensado permanecer mucho tiempo por aquí, salvo que mi destino cambie de rumbo, en cuyo caso creo que me lo replantearé —comentó y volvió a apoyar la espalda en el sillón—. En cualquier caso, una vez que me haya hecho de nuevo con la baronía, quiero asegurarme de que le quito a Krayenhoff todas las opciones de volver a recuperarla, esa y cualquier otra que tenga en el punto de mira. Desconozco si ya ha conseguido sus bastardos de sangre azul, pero creo que me quedaría bastante satisfecho si lo dejo a él fuera de ese mundo para siempre. Con el tiempo se verá qué pasa con sus nietos, si es que consiguen hacer algo que llame suficientemente la atención.

También deseaba ver a Krayenhoff arrodillado a sus pies y suplicándole por su vida y su bienestar, pero eso se lo ahorró. En un futuro, si la relación que se empezaba a formar entre su monarca y él era lo suficientemente firme como para hacerse confesiones más profundas, quizá le comentara algo al respecto, pero hasta que no se sintiera confiado prefería que sus secretos siguieran siendo eso, secretos.

Sé que yo solo no tengo nada que hacer contra él. Krayenhoff posee demasiada información sobre mí y mi condición, y ya la usó en mi contra una vez. No pienso dejar que lo haga una segunda. —Dio un trago y carraspeó para aclararse la garganta—. Cuando me quedé sin nada, me prometí a mí mismo que, si conseguía recuperarlo, no dejaría que me lo volvieran a quitar. Sé que no será fácil porque Cornelius se habrá encargado de dejar el nombre de mi familia a la altura del barro, pero supongo que con tiempo conseguiré recuperar las alianzas perdidas. O esa es, al menos, mi tercera intención.

Hizo una pausa en la que aprovechó para mirarla, por el simple placer de ver a una auténtica reina de cerca. Era muy consciente de que su posición no era, ni mucho menos, ventajosa, y tan pronto como le había invitado a su casa podía mandarlo a paseo. Si eso ocurría, a Herman no le quedaría otro remedio que obedecer y callar. Podía no ser el mejor administrando su dinero, pero, en cuanto a relaciones, no era tan estúpido como Krayenhoff, que se había atrevido a enfrentarse a ella directamente.

Ahora que creo que he descubierto una buena parte de mis cartas, me atrevo a preguntar... —volvió a inclinarse hacia delante, de forma más pronunciada esta vez y apoyando los codos sobre las rodillas—. ¿Qué estoy haciendo aquí, exactamente?
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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 12:52 pm

A priori, hasta yo debía admitir que llamar a un hombre que llevaba apartado de la política neerlandesa, e incluso de la aristocracia de mi reino, varios años ya, no era la mejor de las ideas que se me habían ocurrido, y eso que en todos los siglos que llevaba viva había tenido oportunidades de sobra para tener ideas horribles. Sin embargo, siempre me había considerado una mujer pragmática, capaz de enfrentarme a los problemas de la forma más creativa posible, y la situación en la que ambos nos encontrábamos, totalmente por mi culpa, no era una excepción. Justo por tratarse de alguien ajeno por completo al problema que me estaba ahogando desde hacía un tiempo ya, nadie sospecharía de él, ni siquiera Krayenhoff, pero en su caso porque no tenía la suficiente inteligencia, no por otra cosa. Además, el conocimiento que hubiera podido adquirir sobre la corte y su funcionamiento durante su infancia me proporcionaría una perspectiva valiosa para poder enriquecer el mío, obtenido principalmente gracias a los libros y a mis propias experiencias, demasiado escasas para mi gusto. Así pues, todo mi plan parecía una buena idea sobre el papel, pero requería de un detalle pequeño al mismo tiempo que básico: que él estuviera a mi lado y que se mostrara dispuesto a hacer un trato conmigo, algo sobre lo que no tenía total certeza. Es decir, sí, tenía una ligera idea de por dónde iban a ir sus pensamientos, hasta si no los estaba leyendo, porque intuía que el odio que manifestaba hacia Cornelius, impregnando cada una de sus palabras lo notara él o no, sería suficiente para atraerlo a mi lado, pero ¿y después? Ese era un error que no quería cometer, y por eso me estaba tomando el tiempo de hacer que se sintiera cómodo, de permitirle hablar, de que expresara sus opiniones en un lugar donde tuviera la certeza de que nada de lo que diría estaría en su contra, incluso aunque su interlocutora fuera su monarca, con unas opiniones bastante fuertes en ciertos temas. El resultado fue justo el esperado: él habló, yo escuché, y cuando terminó yo medio sonreí, sin ceder y decirle aún lo que quería.

– Imaginaba que querrías volver, sí. Imagino, también, que como eres un tipo inteligente, sabes que Cornelius es un paranoico que espera un ataque, de modo que tu mejor estrategia es distraerlo lo suficiente para que no crea que vayas a intervenir, y hacerlo en el momento menos esperado para poder salirte con la tuya. En cuanto a lo demás, no me ha llegado ninguna misiva anunciándome el heredero a la baronía, ni tampoco la unión de dos títulos nobiliarios entre los que se incluya el tuyo, así que puedes respirar tranquilo por ahora. – expuse, con calma, tomándome el tiempo para estudiar su rostro al mismo tiempo que mis dedos hacían lo propio con la madera del reposabrazos de mi asiento, labrada y barnizada con tanto cuidado que mis yemas se resbalaban por la superficie suave, y le dotaban a la situación de un tono más fluido, en mi opinión, que de haber estado quieta y completamente rígida. Lo cierto era que sabía que toda aquella noche, desde el hecho de haberlo invitado a cómo me estaba comportando, era una afrenta directa al protocolo que se suponía que debían seguir todos mis actos, pero él era un hombre que lo había perdido todo, incluido su título, de modo que no se me ocurría nada menos apropiado que esa actitud emperifollada que se obligaba a la realeza a adquirir. Además, por si eso no fuera lo suficientemente importante como motivo, resultaría contraproducente hasta el hartazgo si, de pronto, estiraba la espalda y enderezaba la columna hasta el punto de que parecía que iba a romperse, lo trataba como si no fuera un ser con su propia historia e identidad más allá de su posición de inferior a mí o lo miraba por encima del hombro. Para toda actitud había su momento, y haberlo invitado al interior de mi palacete había, desde el principio, dictado un tono con el que estaba de acuerdo y me sentía cómoda, lo suficiente para plantearme no hacerle esperar más y responder a lo que él quería saber, el quid de todo el maldito asunto que me había llevado a involucrarme con él en primer lugar.

– Toda información puede desaparecer de las manos equivocadas. El fuego es muy peligroso, ¿sabes?, y completamente incontrolable. – sugerí, cruzando las piernas en actitud jovial y, a continuación, apoyando ambos codos en los muslos, de modo que me había reclinado un poco hacia él. – En cuanto a Krayenhoff, algo podría pasarle de camino al juicio por todos sus crímenes, los cuales encabeza el tan grave de traición a la corona. No sé, algún enmascarado podría atracar el carruaje que lo lleva y asesinarlo, confundiendo la carga con tesoros y enfadándose por no encontrar nada. – continué, encogiéndome de hombros, y entonces le sonreí con firmeza y con los ojos clavados en los suyos como cuchillos, así de seria era mi mirada pese a que el resto de mi rostro no expresara lo mismo. – Tus alianzas perdidas pueden empezar a recuperarse con el apoyo de tu reina, ¿no crees? Simplemente tendrías que tenerla contenta y apoyarla, y ella a cambio te daría la ayuda que necesites para tus tres respetabilísimos objetivos. – comencé, antes de incorporarme y dirigirme hacia donde se encontraba él, llevando hasta el extremo la actitud cordial y desenfadada que había adoptado al sentarme en el reposabrazos de su silla, sin tocarlo pero a punto, si quisiera. – Lo que quiero es muy sencillo: que tus intereses apoyen a los míos. Odio a Krayenhoff, pero no tanto como tú, así que te ofrezco ayudarte a que recuperes todo lo que es tuyo a cambio de que te encargues de él y de que me obedezcas en todo lo que te pida. – ofrecí, manteniendo todavía las distancias aunque la cola de mi vestido sí estuviera cerca de él, tela contra tela, una muestra de la última barrera que nos quedaba por derribar todavía. – No pretendo que seas mi esclavo, no tienes que preocuparte. Pero eres un cambiante ave, y eso es muy práctico para conseguir información que puede beneficiarme, ¿no crees? A cambio de mi apoyo y de ayudarte a cumplir tus objetivos, sólo pido eso: la obediencia que me debes como tu reina, algún favor ocasional y que mates a Cornelius. ¿Te parece un buen trato, Herman? – concluí, por fin.
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Mensaje por Herman van Haacht Jue Dic 07, 2017 6:32 pm

Hasta ese momento, Herman no se había dado cuenta de lo interesante que resultaba tener una relación (exclusivamente profesional, por supuesto) con la reina de su país. Todo lo que ocurría en esas lejanas tierras pasaba siempre por sus manos, así que, cuando le aseguró que no había noticias sobre herederos o futuras uniones políticas relacionadas con su baronía, el cambiante hizo lo que ella dijo y respiró tranquilo. Aún tenía tiempo y esperanzas de recuperar lo suyo y vengarse de Krayenhoff, algo que parecía estar cada vez más cerca gracias a la intervención de Amanda. Cómo lo haría ya, era una cuestión a la que todavía no le había dedicado el tiempo suficiente, pero ella tenía razón en algo: aunque Herman llevara bastante tiempo desaparecido y aparentemente fuera de juego, Cornelius siempre estaría esperando algún movimiento de su parte, y eso sólo iba a hacer que las cosas se complicaran mucho más.

Desde luego, la influencia de su majestad sería de gran ayuda para recuperar todas esas alianzas —contestó, manteniendo la mirada firme, pero no amenazadora—. Y me atrevo a aventurar que todas las ideas que ha plasmado me serán de gran ayuda para trazar el plan que acabe con Krayenhoff.

No se confundió al pensar que todavía no había terminado. Siguió sus movimientos con curiosidad, desde cómo descruzaba las piernas para incorporarse, a cómo se acercaba hacia él, acortando la distancia demasiado para tratarse de una reina y su súbdito. No fue algo que le extrañara demasiado, dado que estaban en su palacete, solos en aquel salón, en vez de estar en un lugar más expuesto y rodeado de guardias. Lo que sí le sorprendió fue que terminara sentándose sobre el maldito reposabrazos de su sillón, tan cerca de él que podía captar su olor sin mucho esfuerzo. Quiso alcanzar la copa de vino para refrescarse la boca (que se había quedado seca de la impresión), pero, para llegar hasta ella, tendría que esquivar primero el cuerpo de Amanda. De haber sido otra mujer la que estuviera ahí sentada, habría colado la mano por un lado sin miedo alguno a rozarla, fingiendo que había sido algo accidental y completamente inocente. A ella, en cambio, no se atrevía casi ni a mirarla, con lo que tocarla se volvía algo impensable, aunque fuera realmente sin querer.

No contestó inmediatamente, puesto que aquello que ella proponía era más de lo que a él se le hubiera ocurrido jamás. ¿Matar a Cornelius? A Herman le hubiera valido con dejarlo en la más dura de las miserias, pero aquella nueva perspectiva se le antojaba interesante y excitante. La ventaja de todo aquello era que tenía el permiso explícito de la reina para llevarlo a cabo, así que cualquier castigo de su parte estaría descartado; el inconveniente, en cambio, era que tenía que acabar con una vida, y eso era algo que sabía que no iba a ser fácil, aunque fuera la del miserable de Krayenhoff.

Es el mejor trato que me podían haber ofrecido —confesó, pasando después la punta de la lengua por los labios—. No tengo las agallas, o la idiotez, suficientes como para enfrentarme a un monarca, y mucho menos al de mi propio país. No pienso cometer los mismos errores que el hombre del que me intento deshacer. —Carraspeó, pero eso no alivió la sensación de sequedad de su boca—. Supongo que, como súbdito suyo que soy, mi obediencia ya la tenía desde antes de entrar en esta casa, pero viendo que los objetivos de ambos son similares, sólo me queda reafirmar que mis intereses apoyarán los suyos, alteza. —Intentó relajarse cambiando la postura y adoptando una que fuera algo más informal. La verdad era que, se pusiera como se pusiera, Amanda le ganaría por goleada en ese aspecto—. Sobre los favores, estaría encantado de ayudar a mi reina si eso puede beneficiarla, tanto a ella como a nuestra patria. Admito que es la primera vez que alguien valora mis alas para algo más que para participar en un concurso de cetrería. —Se frotó la frente con las yemas de los dedos y cerró los ojos un momento antes de abordar el último punto del trato—. En cuanto a lo de Krayenhoff, confieso que mis intenciones para con él se limitaban a dejarlo fuera de juego, no a liquidarlo por completo. —Esa vez sí, la miró a los ojos (y los admiró, para qué mentir), antes de continuar—. Pero reconozco que la idea de su majestad elimina el problema de Cornelius de raíz. Si muere es imposible que vuelva a intentar hacer algo, y eso es algo que deseo consguir.

Sonrió de medio lado al imaginarlo suplicándole a él, a Herman, por su vida, mientras que el vello de todo su cuerpo se erizó al pensar que podía ser su rostro el último que viera antes de dejar ese mundo. La idea era magnífica, pero, ¿sería Herman lo suficientemente valiente para llevarla a cabo?

Su majestad sabe que no será algo fácil, ¿verdad? Sé, aún sin haberlo visto, que no sale de su casa sin una buena cantidad de guardaespaldas, y es posible que no sea capaz de hacerlo yo solo. Aun así, creo que merecerá la pena intentarlo, porque lo que obtendré a cambio es algo que nadie más podrá ofrecérmelo —dijo—. Imagino que debo contestar pronto, antes de que el trato expire, ¿no?

Entrelazó los dedos dejando las manos relajadas sobre su regazo, todo ello sin dejar de mirarla. Definitivamente, aquel era un trato inmejorable, y sería un tonto si se le ocurría decir que no, para empezar, porque ese sería el primer descontento que sufriría la reina, y ya se había dado cuenta de que no era una mujer que se andara con medias tintas. Si algo la molestaba, tenía el poder para quitarlo del medio de manera definitiva, y a Herman no le interesaba, en absoluto, ser una de sus víctimas.

Acepto, alteza —dijo simplemente.
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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 9:49 am

Incluso yo, que me consideraba a mí misma tan buena estratega como practicante de la teatralidad más barroca, era consciente de que llegaba un punto en cualquier situación en el que un misterio no daba más de sí, y con Herman el momento había llegado ya, de modo que puse las cartas sobre la mesa con la certeza de cuál sería su respuesta. Ni siquiera necesitaba poseer las habilidades clarividentes de algunos gitanos para aventurar el futuro más próximo, pero lo cierto era que apenas tenía mérito ese talento concreto por mi parte: Herman se encontraba en una situación imposible, atado de pies y manos y con un deseo de venganza que se le quedaba grande, y la única solución inteligente era aceptar la ayuda de alguien más poderoso y con el mismo objetivo, le gustara o no. Eso era lo que cualquiera con dos dedos de frente haría, y aunque no lo conocía más que de oídas y del poco tiempo que llevábamos conversando, me había dado la impresión de ser alguien que pensaba... Al menos, cuando era necesario y la desesperación apremiaba: tampoco podía engañarme pensando que había sido una pobre víctima de Krayenhoff cuando él mismo había admitido su parte de culpa en todo aquel embrollo, lo cual significaba que tendría que vigilarlo un poco más de lo que lo haría en circunstancias normales, nada más. Teniendo en cuenta que, con el tiempo y las traiciones, me estaba volviendo cada vez más desconfiada, no era un obstáculo para mí ni algo que se saliera de lo ordinario o de los sacrificios que estaba dispuesta a llevar a cabo, de modo que, con esa certeza, aguardé con la mayor paciencia posible a su respuesta, que no por imaginarme sería peor recibida. Y, efectivamente, así fue: cuando, tras una argumentación que escuché con la atención debida, nada más y nada menos, él respondió, yo sonreí y estreché su mano con firmeza, el calor de la suya en puro contraste con el gélido roce de la mía, más pequeña y más pálida también.

– Tenemos un trato. Como comprenderás, no estoy dispuesta a ponerlo por escrito, que cualquiera lo encuentre y me acuse de un horrible crimen, de modo que tendrás que conformarte con que lo hayamos discutido oralmente y ya está. – expliqué, aún sonriendo, y a continuación vi la expresión de su rostro y ladeé el mío, con cierta curiosidad que sus palabras anteriores también me habían provocado, no iba a mentir al respecto. – Me aseguraré de que nadie sepa que has sido tú, Herman, no te preocupes por eso. Desde el momento en que has aceptado hacerme este favor te has convertido en mi responsabilidad, no en un simple instrumento que utilizaré y del que me desharé en cuanto hayas cumplido mi cometido. Piénsalo así: ¿de qué me sirve asegurarme tu lealtad si, después, renuncio a ella? No quiero otro Krayenhoff, quiero nobles que me apoyen para intervenir con más facilidad en nuestro reino y poder gobernarlo como sus gentes merecen, así que puedes quedarte tranquilo por eso. – razoné, deslizando la mano que él había estrechado y que aún no había soltado hasta su cuello y su nuca, donde me dediqué a acariciarle el cabello en un masaje que, si bien en otras circunstancias podría haberlo tranquilizado, estaba consiguiendo en aquella el efecto contrario, para mi gran satisfacción. Podía caerme bien Herman; podía estar segura de que la lógica iba a mantener nuestro trato, beneficioso para ambas partes, intacto; podía, incluso, sentir lástima y simpatía por él, pero seguía siendo mi súbdito, y no podía renunciar a recordarle que la que seguía tomando las decisiones entre nosotros era yo, hasta en lo referido a él. Por supuesto, no iba a tocarlo más si no lo deseaba, no era tan desalmada, pero el solo hecho de incomodarlo ya era una forma de dominación suficiente para nuestro escenario, compuesto por la intimidad de mi propio palacete.

– Comprendo tus reparos con la idea de matarlo, Herman, de verdad que sí. Mi naturaleza me ha vuelto un poco más flexible en mi consideración de las vidas de los demás, sobre todo dada la facilidad con la que una puede terminarse, pero más allá de eso sabes tan bien como yo que eliminarlo es la única manera de detenerlo. Si lo dejamos en prisión, conseguirá fama de mártir; si lo exiliamos, vendrá con nobles de otro reino, y no estoy dispuesta a soportar esa pesadilla diplomática sólo por no ser capaz de mostrar mano dura cuando hace falta. – argumenté, para, a continuación, incorporarme y mirarlo desde arriba, por fin sin obligarlo a mi cercanía y a mi contacto. El gesto, sin embargo, fue tan expresivo como lo habían sido los anteriores, o quizá incluso más, pues al seguir él sentado lo obligaba a mirarme desde abajo, de forma similar a como estaríamos en una auténtica recepción real, con él arrodillado ante su soberana. Por una vez, sin embargo, no lo hacía por satisfacer mi orgullo y esa necesidad de dominación que, en ocasiones, aún me sobrevenía: lo estaba haciendo para cimentar el trato al que habíamos llegado, nada más y nada menos. – Por otro lado... Si dudas, puede escaparse. No podemos permitirnos un fallo en un asunto tan delicado, de modo que tal vez quieras recurrir a la ayuda de alguien que pueda ocuparse de esa parte del trato en concreto. ¿Conoces a alguien sediento de riquezas y a quien le dé igual la vida y la muerte de una rata como Krayenhoff? Si ese alguien es de fiar, lo recompensaré, igual que a ti; si no, lo eliminaré yo misma en cuanto el trabajo esté listo. Así que debes asegurarte de que confías en ese alguien, y yo misma lo juzgaré para asegurarme. Pero sí, te lo permito, me siento generosa contigo hoy. – concluí, sonriendo de nuevo, sólo que esta vez por la broma final, que tal vez hasta él podría considerar divertida.
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Mensaje por Herman van Haacht Sáb Mar 03, 2018 6:17 pm

¿Había alguna otra opción? No, no la había. Herman repasó toda la conversación como si la estuviera teniendo en ese mismo instante, sólo para asegurarse de que eso que acababa de aceptar era lo único que podía hacer para recuperar su antigua vida. Tendría que fiarse de su palabra, no le quedaba otra opción, porque hasta él sabía que dejar por escrito un trato de asesinato no era buena idea. Además, ya iba siendo hora de estrechar lazos con alguien que no fuera él mismo, y qué mejor forma de hacerlo que entregándose a una causa común. Si el trato era bueno para ambos, los dos se esforzarían para sacarlo adelante, aunque fuera sólo en beneficio propio. Ni a Amanda le interesaba que sus planes para quitarse del medio a un rival salieran a la luz, ni a Herman que era él la mano ejecutora de la reina. Cuantas menos personas estuvieran enteradas, mejor para todos.

Fue a abrir la boca para contestar a lo que ella había dicho, pero la pálida y delicada mano de la reina soltó la suya, más áspera y ruda, para llegar hasta su cuello. El roce de las yemas de los dedos contra su piel le erizó el vello de la nuca al instante. Cerró los ojos un segundo, el tiempo que le costó darse cuenta de quién le estaba haciendo esas caricias. En cuanto fue consciente de dónde estaba y de a quién pertenecía esa mano, los abrió, pero no se atrevió a mirar a los de ella. Clavó la vista en sus labios, mucho menos intimidatorios que sus bonitos ojos verdes.

Me tranquiliza escuchar eso de labios de su alteza —confesó, irguiendo la espalda—. Le aseguro que no me convertiré en otro Krayenhoff. Tiene mi palabra.

Aunque lo cierto era que no tenía muy claro qué estaba diciendo. Su cuerpo y su mente no se estaban coordinando en absoluto. Sabía bien cómo debía comportarse en presencia de ella, y si no había tirado de su mano para sentarla en su regazo, bien pegada a él, era porque no buscaba un conflicto más grande del que ya tenía sobre los hombros. ¿Hacía cuánto tiempo que una mujer no lo acariciaba así? Demasiado para un hombre como Herman.

Por suerte —o por desgracia— su tortura no duró mucho más. Se levantó del reposabrazos donde estaba sentada, obligando a su mano a abandonar el cálido cuello del cambiante para volver a su lugar, junto al cuerpo de la vampira. El pájaro aprovechó para reacomodarse en el sillón y ver si así conseguía recuperar la compostura, gesto que acompañó con un carraspeo y una ligera tos.

Viéndolo así, sí, no hay otra opción para Krayenhoff —dijo, alcanzando, por fin, la copa de vino—. Lo cierto es que me gustaría ser yo mismo quien lo quitara del medio. Eso no lo puedo negar. —Bebió un trago bastante largo, apurando lo que quedaba en la copa, y la volvió a dejar sobre la mesita—. De esos hay muchos en París, he conocido varios en este poco tiempo que llevo aquí. Que sean de fiar o no, es otro asunto, pero creo que entre todos podré encontrar alguno que sirva de apoyo.

La miró desde su posición y echó el cuerpo hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. Sabía que ese trato era un riesgo en muchos sentidos, pero, desde luego, era la vía más rápida para conseguir su objetivo. Tener a la reina de su parte eliminaría muchos problemas en el futuro, cuando recuperara su ansiado título de barón. Herman, que tanto había padecido ya, no veía en la parte que le correspondía —esa en la que debía hacer favores para su majestad— nada que no hubiera estado dispuesto a hacer ya. ¿Podía haber algo peor que quitarle la vida a alguien? Una vez que hiciera esa parte, dudaba que lo demás fuera a costarle demasiado.

Oír eso hace que me sienta afortunado, pero no me gustaría abusar de la generosidad de mi reina —confesó, haciendo una pequeña referencia con la cabeza—. ¿Hay algo más que pueda hacer por su majestad?
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Mensaje por Invitado Mar Mar 06, 2018 2:50 pm

En ningún momento me había cabido la menor duda de que él, Herman van Haacht, elegiría encargarse de Krayenhoff él solo, por mucho que hubiera puesto a su disposición la generosa posibilidad de que se valiera de personas de su confianza para ayudarlo. Si bien no lo conocía lo suficiente para saber si era, o no, un buen hombre, sí que conocía de primera mano el canto de sirena que era la venganza hacia quien había herido a uno, pues yo misma la había sentido de primera mano y gracias a ella me encontraba recurriendo a los servicios de un barón desterrado; gracias a eso podía saber que era un estímulo irresistible, al mismo tiempo que una sed que podía tornarse insaciable, de no tener cuidado. Por suerte para él, me tenía a mí como muda compañera del crimen perfecto que los dos estábamos preparando para que, así, no corriera el riesgo de querer abarcar demasiado: reina o no, yo era una mujer fiel a mi palabra y a los tratos que hacía, y aunque me debía lealtad él a mí, y no al revés, tenía toda la intención de asegurarme de su bienestar en la medida de lo posible. Más allá de cualquier discusión posible con respecto a los límites, y a si tal vez me corría el riesgo de propasarme en caso de querer influir en exceso sobre él, entendía que la misión que le había encargado era peligrosa por naturaleza, además de mi responsabilidad, y en última instancia estaba en mi mano el éxito o el fracaso de la misma. Cuanto más contento tuviera al encargado de llevarla a cabo, más posibilidades había de que nos saliéramos con la nuestra, y en caso de que las cosas se pusieran difíciles, le proporcionaría una salida fácil que le quitaría los peores problemas a los que podría enfrentarse de ser descubierto: otra ventaja más de mi posición, si cabía, y el principal motivo por el que me había aventurado a hacerle la oferta.

– Tal y como yo lo veo, Herman, serías estúpido si no abusaras de una generosidad que se te está ofreciendo abiertamente, sin límites. Podemos estar de acuerdo en que apenas nos conocemos, salvo por reputación y este brevísimo encuentro, pero no te tengo por un hombre estúpido, y mucho menos después de darte cuenta tan rápido de que te conviene aceptar mis condiciones. – razonó, con calma, pero al mismo tiempo con una sonrisa divertida en los labios, a los que él había desviado la mirada en más de una ocasión. Era muy consciente del efecto que tenía en él, pues del mismo modo que él no era estúpido, yo tampoco estaba ciega, y no iba a negar que disfrutaba de utilizarlo a mi favor, tanto con él como con cualquier otro que fuera susceptible a mis encantos como Herman parecía serlo. Se trataba de una consecuencia de la transformación en vampiro, que nos convertía en seres hermosos a todos aquellos que no nos transformaban los antiguos y horribles vampiros primigenios; un rasgo que, como cazadores, nos venía bien, y no veía nada de malo en utilizar mis armas incluso cuando el campo de batalla era la diplomacia y mi víctima era, al mismo tiempo, mi futuro socio en una empresa tan arriesgada como beneficiosa. – Creo que no necesito nada de ti, pero sería terriblemente descortés echarte después de que hayamos llegado a un trato como este. ¿Quieres otra copa? Pareces sediento. – ofrecí, e independientemente de su respuesta me encargué de rellenarle el vaso para que pudiera llevarse el exquisito líquido a los labios de nuevo, quizá como forma de sobrellevar mejor mi cercanía o simplemente por sed real, no lo sabía bien. – Tal vez te sorprenda la cantidad de hombres cuestionables con los que me relaciono a diario. ¿A quién tienes en mente? A lo mejor lo conozco. No soy tan pura y correcta como aparento... – susurré, con la voz suave y los ojos clavados en los suyos, toda intensidad y tentación.
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Mensaje por Herman van Haacht Dom Abr 08, 2018 2:21 pm

Definitivamente, Amanda era alguien a quien no se le debía subestimar, y Herman no se atrevía ni siquiera a hacer uso de esa generosidad que se suponía que se le estaba ofreciendo. Sí aceptó, sin embargo, la copa que la reina rellenó —sí, la mismísma monarca de su país le acababa de servir el vino— y que él sujetó con la punta de sus dedos. A pesar de su aspecto pordiosero, los modales que había adquirido al haber nacido en el seno de la nobleza no se habían borrado, en absoluto; eran parte de él como el poder que tenía para transformar su cuerpo en el de un ave, y todos los movimientos que hacía estaban teñidos de esa esencia refinada que tan bien encajaba en ese momento.

Su mirada seguía poniéndole nervioso, pero, afortunadamente, había conseguido un equilibrio en el que era capaz de mantenerse más o menos digno ante ella. Consiguió mirarla a los ojos de nuevo, después de haber perdido esa capacidad con las simples caricias que Amanda le había hecho en la nuca. Tuvo que repetirse varias veces que ella no era una mujer accesible, no para él, y, con eso grabado a fuego en su mente, se acomodó en el sofá y sujetó la copa con firmeza.

Conozco muchos hombres así, o, al menos, los conocía cuando todavía me quedaba algo de influencia en mi entorno —dijo—. A algunos pude seguirles la pista durante un tiempo, pero otros desaparecieron casi tan rápido como yo. —Bebió un trago antes de seguir—. Había uno, Piet Severijns, o así se hacía llamar, al menos. Con gente como él nunca se podía estar seguro —dijo, y se pasó la punta de la lengua por el labio superior para limpiar los restos de vino que le habían quedado—. Lo cierto es que era un tipo que me caía bien, sabía jugar sus cartas, pero era de esas personas que se arriman al sol que más calienta. Ya sabe, de esos que saben mucho de todos y pueden calcular cuál es el mejor partido. —Bebió otro sorbo y dejó la copa sobre la mesita—. El bueno de Piet era uno de los amigos de Krayenhoff, siempre se le veía con él. Ahora que lo pienso, es probable que formara parte de mi caída; aunque yo me cuidara mucho siempre que hablaba con él, puede que los de mi entorno no.

Se encogió de hombros, resignado. Herman no se había caracterizado nunca por ser alguien que eligiera sus compañías con tiento, y no era para nada descabellado que el tal Severijns hubiera encontrado la forma de colarse en su círculo de amistades para conseguir información de valor, de la misma forma que había hecho con el resto de nobles que el neerlandés conocía.

Si es capaz de dar con Piet Severijns, le aseguro que nos ahorrará mucho tiempo, porque la información que tiene de Krayenhoff debe ser inmensa —aseguró—. Puede que Cornelius fuera un idiota que confiaba demasiado en quien no debía, pero le aseguro, alteza, que el bueno de Piet sabía bien cómo hacer que los demás soltaran la lengua.

Estiró el brazo para alcanzar la copa y llevársela a los labios. El aroma del vino llegó antes, y se deleitó de él durante escasos segundos. Hacía mucho que no disfrutaba de un licor como ese, en un lugar como era el palacete de una reina y acompañado de alguien que era tanto o más elegante que él. Desde luego, Herman van Haacht se sentía como en casa.
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Mensaje por Invitado Miér Mayo 23, 2018 1:17 pm

Ambos estábamos jugando a algo peligroso, que podría ponernos en un riesgo en el que ni siquiera deseaba pensar en el improbable caso de que nos pillaran a los dos en mi palacete parisino, tramando y urdiendo planes en contra de uno de los nobles más poderosos de toda mi corte, y para lo cual me estaba valiendo de uno caído en desgracia. Yo lo sabía, era una lección que había aprendido desde el primer momento en que había sido arrojada al mundo de la nobleza y de la diplomacia por parte de otros que la dominaban mejor que yo, y en cierto modo Herman también era consciente de la cuerda floja sobre la que estaba caminando, conmigo como único apoyo. Sin embargo, del mismo modo que ambos conocíamos el peligro, también los dos éramos muy conscientes de los beneficios que nos aguardaban al final de aquel tormentoso camino que habíamos comenzado casi al descuido, tan importantes que hacían que casi todo valiera la pena. El riesgo, entonces, no era tanto perder de vista lo que nos aguardaba como la posibilidad de que las ocasionales luces del camino hicieran aún más complicadas las sombras, y por eso me estaba dedicando en cuerpo y alma, pero sobre todo en cuerpo, a recordarle a mi nuevo aliado que cualquier paso en falso podría ser mortal para él. Herman no tenía por qué desconfiar de mí mientras nuestros objetivos fueran semejantes, y por lo pronto lo eran, así que podía considerarme como su más férreo apoyo; incluso si las cosas se torcían, intentaría ayudarlo, pero ambos sabíamos que no se llegaba a la posición en la que yo me encontraba pecando de inocencia, y desde luego que estaba más que dispuesta a hacer sacrificios si la ocasión lo requería. A riesgo de sonar repetitiva, Herman debía ser consciente de ese pequeño detalle, y por eso no dejaba de provocarlo, como un cruel y constante recordatorio de lo delicado de nuestra alianza.

– La cautela no es un rasgo que caracterice a los hombres que son muy amigos de la bebida, y por lo que sé de tu entorno, había bastante de eso. Corrígeme si me equivoco, Herman, por supuesto, pero tu fama siempre te ha precedido, incluso cuando yo no era más que una noble con la vista puesta en el trono. – observé, torciendo los labios en una sonrisa divertida que, sin embargo, no le quitaba ni un ápice de certeza a la realidad que le acababa de recordar. – Coincidirás conmigo en que no soy una mujer como el resto. Lo cierto es que tengo mis particularidades, especialmente en lo relativo a obedecer lo que el pueblo desea de mí, pero la mayoría de las mujeres que están en mi situación son esclavas de las habladurías y de qué dirán, así que se cuidan muy mucho de comportamientos como esos. Lo cual nos lleva a vosotros, los hombres, que estáis por encima de todo y hacéis lo que deseáis. No es ninguna crítica, es una simple observación; él, como la mayoría de vosotros, tiene unos puntos débiles de los que es posible aprovecharse, especialmente si su lealtad está a la venta. – razoné. Piet no era la primera ni mucho menos la última alimaña con la que me quedaría más remedio que relacionarme durante mi, esperaba, próspero reinado en los Países Bajos; si, al menos, conseguía que el trato con él me resultara beneficioso y me trajera la posibilidad de librarme de un gusano mucho peor, como Krayenhoff, cualquier cosa habría merecido la pena y hasta podría plantearme usarlo en el futuro. Todo era justo en el amor y en la guerra, y lo que estaba iniciando yo, aunque de forma sutil, era lo segundo, de modo que no limitaría mis trampas en absoluto ante adversarios que tampoco jugarían limpio ni conocían lo que significaban esas palabras. – Daré con él, tengo mis medios. ¿Algo más que deba tener en cuenta, Herman? – pregunté, tan dispuesta a escuchar como si él se encontrara en los salones reales en plena audiencia y no tramando la usurpación de un noble rival.
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Mensaje por Herman van Haacht Dom Jul 01, 2018 8:39 am

Herman sonrió. No hacía falta que la reina le recordara sus peculiares habilidades sociales del pasado, él tenía una memoria extremadamente buena para torturarse el resto de su vida. Aunque no lo demostró, sí se sintió un poco ofendido cuando ella habló, y todo porque sabía que aquello era verdad. Sabiendo su condición de inmortal, lo más probable fuera que se percatara de sus sentimientos, pero bueno, era algo con lo que tendría que aprender a lidiar. Era muy difícil ocultarle algo a un vampiro, por no decir imposible, y mucho menos a uno como Amanda, que pasaba el milenio. Se limitaría a ser sincero con sus palabras y a callar lo que no le interesara contar. Ella lo sabría de igual modo, pero al menos no podía acusarlo de mentiroso.

Si habla de la lealtad de Piet, ya le aseguro que está a la venta —alzó las cejas y asintió sin apartar la vista de la copa—, y no precisamente a un precio elevado. Tiene la habilidad de jugar a dos bandas sin que se le note, con lo que consigue el trato de ambos sin que ellos se den cuenta. He visto cómo lo hacía y lo cierto es que es algo de admirar. —Sujetó la copa con una mano mientras apoyaba el mentón en la otra, que descansaba en el reposabrazos—. No creo que sea tan estúpido como para hacer eso con la reina, aunque la ambición del ser humano puede llevarlo a cometer insensateces.

Si conocía a Severijns tan sólo una ínfima parte de lo que creía, sabía que era un tipo extremadamente listo. Trabajar para la reina era algo que no se conseguía todos los días, y los beneficios que podría conseguir no se podrían igualar a los que le daría ningún otro. Ahora, si era lo suficientemente codicioso como para intentar ganar más de lo que Amanda le podía ofrecer, el neerlandés estaba seguro de que su caída sería un espectáculo digno de presenciar.

Herman la miró, entornando los ojos, y bebió un trago más de su copa. Sí, había algo más que debía decirle, o, más que decirle, recomendarle. Tratar con alguien como Piet no era tarea sencilla, ni siquiera para una reina.

Hay algo más, un pequeño detalle que imagino que ya tendrá en cuenta, pero no pierdo nada por decírselo. —Dejó la copa y echó el cuerpo hacia delante, apoyando los codos en las rodillas—. Aunque Piet tenga más información que nadie sobre lo que lo rodea, no sé hasta qué punto es sensato creer todo lo que dice. Quiero decir, es muy bueno recabando información, pero también lo es dando datos de más, datos falsos. —Hizo una pausa en la que se relamió los labios con la punta de la lengua—. Hay otra persona, una mujer: Anja van Leeuwen.

Pronunciar su nombre en voz alta le produjo un escalofrío. Siempre le había gustado todo en ella, desde su personalidad arrolladora hasta ese físico impresionante que había tenido el placer de probar en más de una ocasión.

Digamos que es la versión femenina de Piet, pero con menos influencia y, sobre todo, mucho menos conocida, lo que no la vuelve tan útil para estas ocasiones, pero sí más fiable —explicó—. Creo que no sería mala idea encontrarla. Puedo hacerlo yo, si su majestad lo desea. —Sonrió, pícaro, puesto que no le importaría volver a ver a la buena de Anja—. Será muy útil para corroborar la versión de Piet, y créame, de ella sí se puede fiar completamente. Es ambiciosa, como todos, pero mucho más lista y cuidadosa.

Y, sobre todo, guapa. Muy guapa.
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Mensaje por Invitado Sáb Jul 14, 2018 1:16 pm

No se llegaba a una posición como la mía sin desarrollar las dotes de observación hasta lo indecible, y por eso no me pasó desapercibida la reacción de Herman en cuanto sus labios pronunciaron aquel nombre, con la misma sed que una persona atrapada en un desierto durante días, al borde de la muerte. Ni siquiera mis sentidos de vampiresa, que eran muchísimo mejores que los que había gozado cuando era una simple humana, fueron necesarios para evaluar su reacción, tan clara que podía incluso tildarse de cristalina ante mí. Hasta qué punto sabía él que esa mujer lo convertía en un hombre pusilánime y débil ante cualquier palabra bonita y gesto bien agradable era algo que desconocía, pero para mí resultaba evidente, y casi incluso decepcionante, que estuviera tan dispuesto a interceder con ella. Lo que no me había ofendido su aviso acerca de Piet, la comadreja a la que me temía que iba a tener que recurrir pese a que fuera lo que menos me apetecía de toda aquella campaña contra Krayenhoff para asegurarme el trono y mantenerlo bien lejos de sus garras sucias y putrefactas, sí empezaba a hacerlo la debilidad de alguien a quien, durante un momento, había considerado mejor. Por mucho que conociera las historias con respecto a Herman y a la pérdida de su noble posición, comprobar ante mí que seguía sin fortalecerse donde realmente importaba y que eso podía convertirlo en un cabo suelto de unos actos que debían realizarse de la forma más limpia posible resultaba un tanto frustrante, y no pude evitar suspirar por lo bajo y cruzar los brazos sobre el pecho, con los ojos clavados en el suelo. Cuando por fin me digné a mirarlo de nuevo, verde contra azul en un duelo de titanes en el que él tenía las de perder, la decepción era casi palpable en mi expresión y en el lenguaje que no expresé con palabras, pero sí con los gestos de mi cuerpo, plantado frente a él con la autoridad que ambos sabíamos que merecía.

– No pongo en duda la veracidad de tu juicio sobre Anja. Parece que has tenido la oportunidad de tratar con ella en numerosas ocasiones, y ¿no dicen acaso que la experiencia es la madre de todas las ciencias? Por supuesto que tienes una opinión con respecto a ella, y si es positiva, me tendré que fiar de ti, ¿no? – pregunté, y aunque había formado las frases para que fueran lo más cordiales posibles, mi tono no consiguió acercarse siquiera a algo parecido a la calidez, y cada una de las palabras que se escaparon de mis labios fue casi como una bofetada hacia él y hacia su incapacidad, semejante a la de casi todos los hombres con los que me tocaba relacionarme, que eran incapaces de pensar con la cabeza adecuada en ciertos momentos. – Lo que sí pongo en duda es tu capacidad de tratar con ella. Francamente, Herman, si te tiene comiendo de la palma de su mano sin siquiera habernos metido en algo tan serio como esto, no puedo fiarme de que no vaya a utilizarte cuando vayas, con toda tu buena voluntad, a obtener algo de ella. – continué, y me encogí de hombros sin dejar de mirarlo y sin abandonar, ni por un momento, la frialdad de mis palabras, no tan dirigida hacia él como a ese salto que aún debía dar para estar a la altura de las circunstancias que nos habían juntado y en las que él podía resultar muchísimo más perjudicado que yo, aunque lo ignorara por completo. – Me fío más de mi propia capacidad de manejar a esa chiquilla, así que en este caso me temo que prefiero ser yo quien se encargue de tratar con ella y de obtener lo que haga falta de ella y de esa cabecita que te tiene loco. – decidí, y sólo entonces me animé a regalarle una sonrisa, más taimada que amable pero, aun así, alejada por completo de la frialdad de hacía tan solo un momento. – Tienes mucho que aprender todavía de este juego diplomático, Herman, pero que esta sea tu primera lección: no pienses nunca con algo que no sea la cabeza y no dejes que una mujer te enrede con facilidad, porque somos peores enemigas que los hombres más sanguinarios que conozcas. – aconsejé.
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