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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Dom Ago 27, 2017 6:06 pm

No se lo diría nunca, que su nombre me llegaba como los perfumes
que atraen y repelen a la vez.

Julio Cortázar.



No podía decirse que aquel fuese su lugar favorito en el mundo, pero tampoco se espantaba. Yulia solía visitar una vez por semana aquel sitio, era la única forma que tenía de ver con sus ojos lo que ella misma había creado, de sentir un orgullo santo al ver que los dones que Dios le había dado al fin estaban dando su frutos para la causa.
Ella era parte del selecto grupo de tecnólogos que tenían en sus manos la ardua tarea de mejorar los elementos de tortura que usaba la orden. Era por eso que mientras cualquier otro solo habría podido oler las pestilencias del lugar y escalofriarse por los gritos desgarradores de los malditos demonios que allí se presentaban, Yulia Leuenberger solo podía ver con ojos empañados por la emoción el éxito que sus creaciones tenían. Caminaba por los pasillos, se asomaba a las distintas cámaras de tortura, se detenía en algunas para presenciar los interrogatorios y hasta se animaba a corregir a los torturadores en cuanto al uso de las herramientas.


-Si golpeas trazando un ángulo de cuarenta y cinco grados podrás rasgar la piel en lugar de solo lastimarla –le dijo con voz segura al inquisidor que torturaba a una presunta cambiante-. Mira, así –comenzó a golpear ella misma a la joven para que él siguiese su ejemplo. Cortes limpios y perfectos, como de fina cuchilla, comenzaron a aparecer en la espalda de la muchacha y Yulia celebró con una sonrisa su éxito.

Era una mañana fría, pero lo mismo daba allí abajo pues el tiempo parecía no transcurrir nunca. Siempre era de noche, siempre hacía calor –pues los fuegos en los que se calentaban los hierros para las torturas de quemaduras estaban siempre encendidos- y los gritos parecían no acabar nunca.


-Leuenberger –dijo uno de los carceleros y Yulia no pudo evitar voltear hacia él.

Estaba orgullosa de su apellido, allí en la orden era sinónimo de inventiva, de eficacia y de futuro. Con una sonrisa –esa que era eterna en su rostro-, Yulia se acercó al hombre.


-¿Me has llamado, Tom?

Siempre había sido cortés con ella y tal vez fuese porque ambos habían nacido en Nueva Zelanda. De igual modo, no podría decirse que se conocieran bien dado que Yulia no forjaría amistad jamás con alguien que no estuviese a su altura. ¿Qué podría unirla a un simple carcelero? Nada.

-No a usted. He dicho en voz alta el apellido de la nueva huésped que me han traído hace unas horas –lo decía con ironía, claro-. Tal vez sea alguna prima lejana suya, señorita Leuenberger –lo pronunció detenidamente, disfrutando de cada sílaba y Yulia no pudo evitar creer que el hombre buscaba darle un mensaje que ella no estaba comprendiendo.

-No lo creo. No tengo familia, Tom. Si me disculpas, volveré a mi trabajo. Creo que pasar mucho tiempo aquí abajo es perjudicial para la salud mental –habría agregado un "mírate nada más", mas no lo hizo y comenzó a caminar, pero el hombre la detuvo sujetando con fuerza su brazo. Yulia se asustó y miró a su alrededor, estaban solos… el resto de los inquisidores se hallaba en las celdas con sus victimas asignadas.

-Señorita, creo que debería acompañarme –susurró el hombre-. Me estoy arriesgando al hacer esto y espero que usted lo valore. La mujer me dijo que tenía una hija en la orden, y que su nombre era Yulia. Así que le pido que venga conmigo… véala así yo ya puedo sentir que he cumplido.

El golpe de esas palabras le quitó el aire, y aunque hubiese querido decir cientos de cosas e inventarse otras tantas, Yulia acabó siguiendo al hombre. Atravesaron la pesada puerta de madera y hierro y…

-No la conozco, no sé quien es –dijo de inmediato tras ver a los ojos a la mujer, a su madre.

Comenzó a caminar hacia atrás, como queriéndose alejar de la escena en la que los brazos de su madre colgaban de las cadenas de hierro. A su lado había varios de los aparatos que ella misma había diseñado, el rotador de tobillos, la caja compresora de huesos toráxicos… Yulia odiaba a esa mujer, la veía como la causa de todos sus males, de sus angustias más profundas, pero sentía que algo debía hacer. ¿Pero qué?


Última edición por Yulia Leuenberger el Jue Dic 14, 2017 11:26 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Hyun Queneau Lun Nov 20, 2017 2:34 am

Había tenía la certeza de que algún día todo sería como antes o que al menos se le permitiría quizás, acariciar el concepto efímero de lo que representaba la felicidad. Cuando Michael partió supo que nada en su vida podría igualar el amor que ella sentía por él a excepción del lazo entonces pensó tener con Yulia. ¿Por qué se había alejado tanto de ella entonces? ¿Por qué actuaba como una cobarde cuando simplemente debía armarse de valor para encarar los hechos? Porque muy en el fondo de su corazón, Lorraine era esa misma niña asustadiza que vio morir a su madre pendiendo de las cuerdas, siendo señalada y quemada por las mismas personas que le vieron crecer en Alemania. Incluso, su padre quien estuvo maquinando aquel violento asesinato perdió un lugar en las plegarias de la rubia. Repentinamente cada pieza, cada partícula que daba forma a Lorraine se iba desprendiendo, ¿Por qué debía la vida ser así? ¿Era quizás el hecho de ser una hechicera? ¿Estaba maldita por el simple hecho de haber nacido? ¿Y su hubiese muerto, las cosas hubieran cambiado para su progenitora?

Eran cuestionamientos que no los acallaba el sonido de una bella composición de piano o viola. Ni siquiera estando dormida podía conciliar el sueño. Cada uno de sus demonios le perseguía a cada momento y una vez más, aquella voz infernal, aquella presencia que se había posado en su puerta cuando aún era niña. Él. Fue quien le armó aquella noche en que decidió asesinar a su propio padre y después de eso, se hizo de una reputación no solo entre los mejores hechicero de Europa, sino también para la Santa Inquisición, quienes no le quitaban la vista de encima, significaba un peligro potencial pero les fue difícil hallarle en ese entonces. El mismo demonio quizás cubrió su rastro y mientras tanto, participó en diversos aquelarres con el afán de hallar una respuesta a la partida de su madre, sin ella estaba perdida, no fue sino hasta que encontró a Michael y dio a luz a Yulia que decidió tratar de retomar el rumbo de su vida. Y sonreía más y era una mujer cálida que adoraba más a nada a sus dos estrellas.

Michael y Yulia, siempre, siempre ellos. No fue sino hasta después de haber llegado a Paris que todas esas fallas como madre y como mujer le empezaban a cobrar factura. Después de haber salvado a Amélie, una jovencita quien se iniciaba en el mundo de lo sobrenatural, algunos vecinos sospechaban sobre las visitas esporádicas a Le Havre. Circularon cartas, porque Lorraine no sabía que para bien o mal, muchos ya conocían parte de su historia, de como una niña logró hacer arder a una aldea completa. De este modo cuando por órdenes de la Santa Sede en la capital gala fue arrestada para ser enjuiciada no hizo mucho para salvarse, estaba consciente de sus acciones, únicamente dejó una carta a Eliah, su chofer a quien había contratado recientemente, sería una pena que él tuviera que ser despedido o echado a la calle solo por un pasado tatuado con muerte y miseria.

Los días en las catacumbas pasaron lentamente, para ese entonces Lorraine ya presentaba un cambio desmejorado en su cuerpo y rostro. Pendía de las cadenas y los grilletes laceraban sus muñecas con severidad. No obstante lo único que repetía en susurros era el nombre de su hija. Escuchó un par de pasos y le pareció ver dos figuras adentrarse y entonces esa voz, esa voz que no dejaba de sonar dulce e inocente como cuando por primera vez ella le llamó “Mamá”.

–Yulia, Yulia ¿Eres tú?–

Apenas en susurros se escuchaba a una mujer casi agonizante.

–¿Eres tú, mi pequeña genio?– soltó de sus labios agrietados, esa forma cariñosa de referirse a la joven que siempre había demostrado ser una experta en la ciencia.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Jue Dic 14, 2017 11:43 pm

Nunca, ni en sus sueños de adolescente ilusa, Yulia había creído que volvería a ver a su madre. Para ella la mujer la había olvidado, ni siquiera sabía que Lorraine estaba viva… Verla allí, así de bella como siempre había sido, como bien la recordaba de sus momentos más felices, fue un impacto para ella. ¿Su madre? ¿Allí, pronta a ser torturada? Sin dudas el día, y su vida entera, acababa de cambiar.

-Que tengas una buena jornada de trabajo, Tom –le dijo, con su habitual mirada helada, al hombre para darle a entender que debía dejarla a solas con la otra mujer-. Si te necesito te llamaré, procura que nadie sepa que estoy aquí, no deseo ser molestada.

Mientras el hombre hacía una pequeña reverencia de respeto ante ella y se alejaba para salir por la puerta, Yulia se sintió orgullosa de su tono de voz calmo y seguro. Esperó hasta estar segura de que estaban a solas para volver la vista hacia la mujer, su madre, y la golpeó terriblemente la imagen que encontró. Encadenada, con una mirada cansada que podía adivinarse aún en la penumbra del lugar, en una situación de tanta vulnerabilidad… Cierto era que en su enojo, en su dolor y resentimiento, ella le había deseado los peores males que le pudieran sobrevenir, pero ahora que la tenía así de cerca las cosas cambiaban mucho.

Dio otro paso hacia ella y escuchó sus palabras. No, Yulia Leuenberger no estaba preparada para el impacto que le causaría volver a oír la voz de su madre. Ella, la dama sin sentimientos –como algunos de sus compañeros la llamaban a sus espaldas-, se sintió otra vez una niña y sintió deseos de llorar, algo que no hacía desde la muerte de su maestro.

Quería decirle que sí, que era ella. Una mujer ya, orgullosa de sus logros y de la posición que en la Orden tenía. Quería arrodillarse y verificar el estado de sus heridas, darle agua, ofrecerle alimento, quería sacarla de allí… ¿Por qué su madre estaba sufriendo allí si le había dado la vida a ella, uno de los cerebros más brillantes que habían pasado por la tercera facción? Pero todo en la vida de Yulia era reprimido. Siempre pensaba bien antes de hablar, controlaba sus impulsos y no se movía por emociones, la vida le había enseñado mucho al respecto.


-¿Qué ocurrió? –le preguntó, notando que su voz se tornaba grave y pesada a causa del esfuerzo por respirar y orillar los sentimientos-. No –le dijo, cuando adivinó que su madre hablaría-, no me interesa saber por qué estás aquí, al menos no de momento. Creo que antes merezco saber qué ocurrió con mi padre. Dime, ¿qué le hiciste? ¿Por qué me abandonaste? –No quería hacerlo, mostrarse débil de esa forma evidenciando lo dolida que estaba por aquello aún, pero no pudo callarlo y le exigió una respuesta coherente también a eso.

Su madre estaba muy débil eso era evidente, tal vez hasta creyese que deliraba al reencontrarla. Estaba siendo dura y lo sabía, pero no se le ocurría nada mejor que decirle, no había nada más que le interesase... y,  se arrepintió por su dureza, las exigencias ya estaban planteadas. Ya había preguntado y las palabras no podían volver atrás.


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Mensaje por Hyun Queneau Sáb Feb 24, 2018 3:21 pm

Los ojos de Lorraine no se apartaron de la figura de su hija ni un solo instante. Resultaba una pesadilla imposible de creer. Tan tangible y veraz como su voz aterciopelada, por unos segundos el dolor que le causaban los grilletes, el hambre y la sed pasaron a segundo término, no importaba que ella pudiera estar agonizando la había encontrado. Aun le costaba creer que en realidad era ella, su pequeña. La figura diminuta y los cabellos cenizos que en más de una ocasión ella cepilló. Esas manos que ahora seguramente eran capaces de construir y hacer mucho por aquella institución eran las mismas que años atrás con cariño y dedicación sujetaba cuando Yulia corría presurosa en busca de ayuda o de afecto. De entre muchas posibilidades de volver a ver a su hija jamás había contemplado, imaginado siquiera verla en un lugar como ese. Era cierto, infligir las reglas naturales de Dios era algo que resultaba inquebrantable para ellos y aunque había mucho amor detrás de los actos que Lorraine cometió cuando se iniciaba en la hechicería, las muertes pesaban aún más.

Hizo amago de estirar el brazo, tocarla, acariciar su mejilla, pero la fuerza con la que pendía le imposibilitaba movimiento alguno. Así que se limitó a contemplarle. Aun cuando Yulia demandaba su espacio con aquel otro soldado, Lorraine no podía verle con enojo, después de todo estaba haciendo su trabajo y solo quedaba resignarse a que la vida estaba siendo demasiado cruel al colocar a ambas en esa situación.

–Yulia, mi niña…– susurró, cuando fue interrumpida nuevamente.

La hechicera sabía que existían miles de enigmas rondando la mente de su hija, muchos sobre la desaparición de ella por tanto tiempo y aunque estaba consciente que no podía redimirse la más cruel y difícil de encarar sería la perdida de Michael. Hecho que se remontaba hacia aquella noche cuando por primera vez usó sus poderes al matar a su propio padre y el demonio le protegió, aunque no estaba consciente que el precio de esa venganza sería tan alto.

–Hay mucho dolor que debemos sanar y tan pocas respuestas que puedo darte hoy en día mi pequeña… – Su entrecortada voz se abría paso para tratar de explicarle, aunque no bastaría de momento para que Yulia comprendiera, necesitaba tiempo, una oportunidad más.

–Tu padre murió al poco tiempo que tú partiste, estábamos tan orgullosos de que crecieras rodeada de ese conocimiento que no podíamos darte y que necesitabas para llegar a ser alguien importante que no me atreví a decirte nada por correspondencia, aguardé a que la vida me diera un momento más contigo para poderte mostrar lo que había sucedido. Sabes que tu padre te amaba como a nada en el mundo, nuestro mayor orgullo eres tú Yulia. Admito que tuve mucha culpa al no decirte nada en su momento y tampoco te pido que entiendas porque no es justo para ti. ¿Es muy tarde para pedirte perdón?–

Se detuvo unos segundos antes de continuar.

–No te abandoné mi pequeña, estaba tan aterrada de que aquel demonio que aún rondaba la mansión quisiera hacerte daño, él se llevó a tu padre y no iba a permitirme perderte a ti también, mi intención nunca fue apartarme de tu lado–
finalmente las lágrimas se asomaron entre los orbes cerúleos de la mujer.

–Te amo mucho hija mía, tu padre también te amo, nunca lo olvides–


Su estado anímico actual le imposibilitaba decir más de momento, ella sería enjuiciada probablemente mañana o esa misma noche, ver a Yulia una vez más le bastaba si moría en ese mismo instante, el trabajo de la inquisidora era demandante y ni siquiera ser su madre se interpondría en su deber eso lo sabía a la perfección pero en realidad no le dolía tanto como el hecho de que ella no le perdonase antes de que la luz se apagara.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Jue Mar 29, 2018 1:06 pm

¿Sanar? Yulia sabía bien que esa herida ya no podría sanar, viviría con la costumbre de ese dolor. Conviviría con la desilusión tal y como lo había hecho hasta ese día, porque había podido vivir sin ella –sin su madre- y podría seguir así luego de que todo acabase. Quería convencerse de eso, ampararse en esas certezas, pero cuanto más hablaba la mujer más flaqueaba Yulia.

-Yo no quiero sanar, solo quiero volver el tiempo atrás –confesó, tal vez con demasiado sentimiento en la voz.

Yulia ya lo sabía, sabía que su padre había muerto porque en cuanto se hubo hecho de un nombre en la orden y de contactos en la facción, había pedido ayuda para investigar sobre el paradero de sus padres y allí había descubierto la verdad. Aún así, las palabras de su madre le dolieron como si fuese algo inesperado y reciente, la noticia la hirió como la primera vez que la había oído de labios de un compañero del que ya no recordaba el nombre ni el rostro.


-Me dejaste. Me dejaste y dejar es abandonar. Me enviaste lejos, jamás supe de ustedes… y lo repito: eso es abandonar. Las disculpas no sirven, no aquí abajo. ¿Sabes la cantidad de disculpas que estas paredes han oído? Todo el mundo se arrepiente en este lugar, pero ya es tarde. De aquí nadie escapa para poder remediar lo hecho. ¿Crees que serás la excepción? ¿Crees que puedes solo pedirme perdón y que por eso yo te recibiré en un abrazo y olvidaré todas las noches de dolor que pasé, todo el miedo que sentí al saberme sola en el mundo? No, esto no funciona así, no sé de dónde vienes pero este es mi mundo y aquí hay otras reglas.

Sí, sí. Palabras. Palabras duras que eran como dardos letales. Verdades que siempre había querido decirle… liberación, en definitiva. Pero una certeza comenzaba a crecer en el interior de Yulia, una nacida de sus clases de cristianismo, de sus oraciones diarias, de la lectura de las Escrituras. ¿Podía alguien volverse contra su propia sangre y no ser maldito ante Dios? Esa noche, o la siguiente –no sabía cuando, pero pronto-, la sentencia se sellaría y su madre sería condenada. La torturarían con los instrumentos que la misma Yulia había diseñado, incluso era posible que la matasen con las nuevas armas que había entregado hacía una semana. Y otra vez la misma pregunta, ¿podría ella volverse contra su propia madre de esa forma y no ser maldita por Dios? A ella no le gustaba verla humillada, no lo disfrutaba y ya había tenido que reprimirse en cuanto la vio, pero aún así la confusión amenazaba con gobernarla.

-Claro que mi padre me amó y yo lo amé a él. A ti también te amé, muchísimo, pero yo ya no soy esa Yulia ingenua e inocente. No soy una niña, ni tuya ni de nadie. Soy una mujer, y soy mía.

Se acercó a Lorraine y aflojó las cadenas que la obligaban a mantener tensionados sus brazos, eso no la liberaría pero le permitiría movilidad y aliviaría el dolor de sus músculos. Vio los equipos que reposaban a un costado, ordenaría que los devolviesen a su laboratorio alegando fallas o asegurando que tenían posibilidad de mejoras, lo mismo daba. Eso no detendría las torturas, pero sí las retrasaría.

-¿Sabe alguien, además de Tom, que soy tu hija? –le preguntó y se alejó de ella, no quería tocarla-. Ordenaré que te traigan algo de comida y agua, come sin rechistar. Necesitarás estar fuerte. Volveré en cuanto me sea posible.

Sin más Yulia se dirigió a la salida. Le esperaba una noche larga de meditación y planificación porque, si efectivamente decidía que ayudaría a su madre a salir de allí, tendría muchos detalles que estudiar y el tiempo era oro.

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