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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Ophelia M. Haborym Sáb Sep 16, 2017 5:57 pm




El color escarlata de la sangre fresca de tres jóvenes bañaban la exquisita colcha de terciopelo que descansaba bajo sus cuerpos inertes, que se encontraban cuasi abrazados sobre el colchón. La esbelta figura de una mujer de clase alta, Ophelia, podía verse en una esquina de la ricamente decorada habitación, sentada grácilmente sobre el sofá, admirando la escena con parsimoniosa tranquilidad, con un pincel en una mano y un blanco lienzo sobre sus rodillas. Su vestido, antes de un azul inmaculado, ahora estaba lleno de manchas carmesíes, que besaban la tela como rosas en un invierno helado. Siempre había sido poco recatada a la hora de alimentarse, a diferencia de lo que denotaban sus perfectos modales. Disfrutaba de la caza, así como del noble arte de la tortura. Sutilmente llenaba el cuerpo de sus víctimas de heridas, que como un mapa estrellado, comenzaban a formar perlas de sangre que luego se desprendían para su disfrute. A plena vista no podría saberse cómo la sangre había salido del cuerpo, pero si te acercabas lo suficiente se podían adivinar las marcas, finas, delicadamente dibujadas, pero sumamente profundas. Primero, en las partes menos vitales. Manos, pies, piernas y brazos... Para irse acercando lentamente al centro del cuerpo, y terminar en el cuello, su lugar favorito. ¿Porque quién era ella para contradecir a su propia naturaleza?

Poco a poco, el lienzo blanco fue llenándose de colores. Primero, aquello que rodeaba a la escena principal, y a los actores más importantes. Las paredes, los cuadros, el suelo, las velas, ella misma, como espectadora de lo que acababa de suceder, y el resto de mobiliario. Sus pinceladas eran rápidas pero gráciles, como si no le costase ningún esfuerzo reproducir lo que estaba viendo, y de pronto, se detuvo. Sólo entonces su semblante calmo pasó a convertirse en uno sumamente centrado. Los tres cadáveres se encontraban alineados formando una especie de abanico. Un chico, el más joven, se hallaba en medio. Sus brazos se hallaban cruzados sobre su propio pecho de forma antinatural, como si tratara de atraparse a sí mismo, y sus manos, ahora cerradas de forma inamovible, sujetaban los brazos más delicados de sus dos hermanas. Gemelas. Las piernas de los tres se encontraban unas sobre las otras, como si algo las enredara, y los brazos restantes, colgaban de la cama lánguidamente. Todos miraban hacia el techo, y sus ojos, a pesar de ya no reflejar luz, seguían representando el pánico que hasta hacía unos minutos habían sufrido. Aunque hacía rato que ya no se escuchaban gritos, al ver la escena, primero en vivo, y luego fielmente representada sobre su pieza, la bestia sonrió. Satisfecha. Casi podía sentir que seguían gritando.

Cuando dio por terminado su cuadro, se levantó, y dirigiéndose al borde de la cama, tomó un contenedor sobre el que se había ido derramando la sangre de una de las jóvenes. Sirvió parte en una jarra y dejó el resto tirado a un lado. No le importaba. A veces cazaba, se alimentaba, mataba... por el simple placer de hacerlo y verlo representado. Eso la ayudaba a ahuyentar el tedio que a veces suponía la eternidad. Tras dar un sorbo sangre de una copa, sonrió. Se notaba la juventud de sus víctimas en el sabor, en la acidez, y sobre todo en el regusto que le quedaba al tragarla. Era fascinante. Cuando la sed apremiaba no podía detenerse tanto en el acto de desangrarlos en sí, y a veces ni siquiera importaba el sabor. Sólo querías beber, y dejar de estar sufriendo. Pero aquel no era el caso. Aquella muerte era un juego más, un divertimento. Aunque terriblemente breve. Poco tiempo después salió de la habitación, y tras ordenar a algunos sirvientes que se deshicieran del estropicio, se dirigió sin prisa hacia el gran baño. Allí, el agua cálida y las burbujas la recibieron.

Quizá, de no haber estado tan centrada en despejar su mente y en deleitarse con lo maravilloso del cuadro que había creído, podría haber notado que de entre los aromas y presencias ya conocidos en el castillo, enmascarado por la excesiva cantidad de sangre desperdigada por doquier, se hallaba el olor de alguien más. De algo más. Alguien que no debía estar allí...


Última edición por Ophelia M. Haborym el Vie Sep 22, 2017 11:57 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Bruce Paine Vie Sep 22, 2017 4:34 pm

Un relámpago verdoso abrió en canal el cielo rompiendo el empedrado suelo de una calle cualquiera. En la hora más oscura, solo los borrachos fueron testigo de tan extraño y fugaz estallido, un suceso único hasta entonces. "El Hada Verde" dijo uno y nadie levantó la mirada de su traga penas para llevarle la contraria, demasiados problemas cargaban ya a sus espaldas para buscarse uno nuevo. El cielo podría caer que nadie movería un dedo, la muerte sería tan bien recibida como el cálido abrazo de una cortesana tras un día duro de trabajo. Y mientras el opio y la Absenta seguía corriendo por sus venas, del suelo quebrado emergió una figura alta y robusta, grande como un árbol, abriéndose paso por la tierra con sus propias manos callosas. Expulsado del infierno, acababa de ser arrojado de vuelta a la vida tal como los dioses le trajeron al mundo: desnudo y confuso. Tras tantos años habitando los avernos, un solo vistazo a su alrededor fue suficiente para darse cuenta de lo mucho que las cosas habían cambiado.

Había demasiada paz, todo un mal recibimiento.

Bruce Paine puso en orden inmediatamente sus prioridades. Ropa, comida y aliado. Las dos primeras fueron rápidamente satisfechas por el mismo pobre desgraciado que se cruzó en su camino, al que más tarde encontrarían desnudo y con el cuello roto entre la basura de un callejón cercano al agujero del que el pirata había salido. De aquel infeliz no pudo más que aprovechar pantalones y botas, la sangre en su camisa le hizo declinar la idea de vestirla; ya llegaría el momento de llamar la atención, hasta entonces sería más adecuado mantener un perfil bajo y adecuarse a los cambios que la sociedad había sufrido en los últimos años. El dinero que encontró en los bolsillos fue suficiente para llenarse el estómago en una taberna cualquiera, donde su afinado oído no le aportó nada nuevo de lo que aquel vampiro, el mismo que ayudó a sacarle del infierno, no le hubiera contado ya.

Encontrar un aliado iba a ser lo más difícil, sobretodo para un hombre cuyo diccionario no conocía la palabra confianza. Aún así necesitaba de alguien que le pusiera al día, que quizás supiera el paradero del cainita o la bruja que lograron traerle de vuelta a la vida. Paseó sin rumbo, con la mirada fiera que antaño le hizo merecedor de los más horribles apodos, hasta dar con una tenue luz escapando por la ventana de una casa que gritaba dinero a los cuatro vientos. No se preguntó quién viviría allí o si sería de ayuda, pues solo había dos finales: si no le eran de ayuda, simplemente les mataría y se quedaría con la casa; en el caso contrario, tal vez lograra algo de información. Escaló por la fachada como solía hacerlo por el mástil de su navío y se coló por la ventana abierta con el mismo sigilo de un gato viejo.

Había visto muchos cadáveres en su vida para saber que aquellos tres tumbados en la cama estaban muertos. La extraña disposición le hizo arrugar el ceño, mas no le dio importancia, al menos por el momento. Si podía sacar alguna hipótesis de aquella revelación, era que el propietario de la casa tal vez podría serle de ayuda después de todo. Se escabulló de la habitación en cuanto escuchó pasos acercándose, e ignorando a los sirvientes siguió avanzando por el pasillo, deteniéndose ante la puerta tras la cual emanaba un suave perfume. Abrió sin más, pues los Paine no se habían educado bajo normas sociales, y se plantó ante la vampira cuan alto era, con la mirada gélida y sin reparar en la desnudez contraria.

-¿Eres tú la propietaria de la casa? - su voz grave traía a la mente el ladrido de un perro viejo, adornada por el marcado acento del norte británico.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Sáb Sep 23, 2017 12:32 am

Después de sumergir la cabeza bajo el agua, a fin de mojar sus cabellos y, de paso, despejar su mente, volvió a tomar el cuadro, que ahora descansaba sobre una silla junto a la bañera, y lo examinó nuevamente, con una sonrisa complacida. - Esta es, sin duda, una de mis mejores obras... -Comentó para sí misma, recorriendo con la mirada cada trazo, que mostraba con absoluta perfección la imagen que había tenido ante sus ojos. Lo cierto es que disfrutaba de aquellos momentos posteriores al crimen, casi tanto o incluso más que del momento en que lo cometía. Después de hacer gritar a sus víctimas, de luchar con ellas, mientras éstas forcejeaban, incapaces de aceptar su destino sin presentar pelea, ¿acaso había algo mejor para relajarse que disfrutar de un buen baño, y del fruto de sus esfuerzos convertidos en una obra de arte? A diferencia de los cuerpos que probablemente aún siguieran en la cama, que acabarían pudriéndose y desapareciendo, aquel cuadro perduraría, como un cruel recordatorio de lo sucedido. A veces le sorprendía que a lo que ella hacía, otros le llamaran "brutalidad", "falta de principios", o "crueldad desmedida". Francamente, no le parecía tan raro. Otros pintaban cuadros de sí mismos para no olvidarse de cómo lucían cuando eran jóvenes. Pero ella siempre tendría el mismo aspecto, así que debía buscar otro tipo de estímulos. 

Su momento de tranquilidad, sin embargo, no duró mucho. Pronto comenzó a escuchar las voces agitadas en el exterior, lo que le hizo suponer que alguien se había colado en la mansión aprovechando su despiste. A veces pasaba, así que no le dio más importancia. Muchos forasteros se invitaban a sí mismos al interior, y por ese motivo encontraban su muerte. Claro que antes de decidir si iban a ser su aperitivo o el de sus sirvientes, Ophelia siempre se encargaba de revisar la "mercancía". Si le parecían merecedores de su tiempo, se convertían en su banquete principal y acababan siendo inmortalizados, tal y como aquellos tres hermanos. Si no era así, dejaba que el resto se los repartiesen. En aquella ocasión no iba a ser diferente. Todos cuanto tenía contratados eran lo bastante fuertes como para defenderse, y en caso de no poder, y acabar muertos a manos del intruso, era porque se lo merecían. El mundo, su mundo, no estaba hecho para los débiles ni la escoria incapaz de protegerse a sí mismo o a su Ama. Sus empleados habían aceptado aquello antes de decidir entrar a formar parte del gobierno tiránico que era la residencia Haborym.

- ¡Detente! ¡¿Dónde crees que vas?! -Reconoció la voz del encargado de la disciplina. Y luego el ruido de pasos acercándose hacia donde ella estaba. La vampiresa bufó por lo bajo, molesta, pero también con cierta curiosidad. Normalmente los intrusos eran lo bastante listos como para echar a correr en el momento en que eran descubiertos. No es que eso garantizase su escapatoria, precisamente, pero era la reacción lógica que cualquiera tenía al ser pillado con las manos en la masa. El hecho de que quien fuera que se había colado en la mansión no prestara atención a las advertencias, podía indicar varias cosas: o que era estúpido, o que no estaba asustado. Lo segundo, por supuesto, le resultaba más interesante. ¿Quién no se sentiría, cuanto menos, intimidado, al ir a parar a una guarida de vampiros?

La puerta de la habitación se abrió de par en par, dando un fuerte golpe, y de ella emergieron dos personas. El vampiro cuya voz había resonado por el pasillo instantes antes, y un tipo exageradamente alto que no le sonaba de nada. - Eldrik, supongo que después tendré que recordarte nuevamente cuál es tu trabajo. Lárgate. Tengo un "invitado". -Dijo la mujer con tono amenazador y un deje de ironía, para luego centrar su vista en el intruso una vez la puerta se hubo cerrado.

Apestas a chucho. -Dijo, sin molestarse en salir de la bañera. - Así que no me siento demasiado inclinada a responder a tu pregunta. -Clavó su mirada azul en la ajena, con aquella expresión de perpetuo aburrimiento. - Pero digamos que, por el placer de suponer, en efecto, lo soy. ¿Qué debería hacer con alguien que no sólo irrumpe en mi casa sin ser invitado, sino que además tiene la desfachatez de interrumpir mi baño justo cuando al fin había logrado relajarme? Vamos, acepto ideas. -Finalmente decidió levantarse, el pudor nunca había formado parte de sus rasgos de personalidad, así que se tomó su tiempo hasta encontrar una prenda de ropa, un batín de color claro que estaba doblado junto al lavabo. Luego, se dirigió a la bañera nuevamente, procediendo a vaciarla, y se agachó para recoger el vestido y chasquear la lengua con una mueca de fastidio. - Supongo que este no podré usarlo más. Que rabia, era uno de mis favoritos. -Mencionó, revisando que, en efecto, tenía más manchas de sangre de las que creía poder limpiar. - ¿Y bien? ¿Querías algo? Dudo mucho que hayas llegado hasta el extremo de joderme el momento sólo porque quieres tomar un baño. Aunque bueno, antes de proceder a convertirte en mi postre creo que preferiría que estuvieras limpio. -Cruzó los brazos bajo el pecho y esperó, apoyada en la bañera de color blanco, con la cabeza ligeramente ladeada, observándolo. Ahora que se paraba a apreciarlo un poco más, no sólo olía a licántropo, sino que también tenía un inteso tufo a muerte, y algunos rastros de sangre. Curioso espécimen, sin duda.
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Mensaje por Bruce Paine Miér Oct 04, 2017 10:38 am

Era su primer día en la tierra y ya estaba de mal humor. Había vivido -o más bien sobrevivido- suficiente tiempo en el Infierno para que un grupo de vampiros no despertara en él inquietud alguna. Las torturas a las que fue sometido no podían ser comparadas con nada que hubiera vivido en vida, vampiros y demás criaturas eran juego de niños al lado de los demonios que estuvieron rondándole durante más de medio siglo -tiempo que, ahí abajo, se multiplicaba en desmedida. Verse en desventaja no era tampoco un problema, no ahora que ya no era un simple humano. Tal como el vampiro le había explicado en su última visita, tuvieron que unir su alma a la de un licántropo para fortalecerle y, de ese modo, fuera capaz de soportar el camino de fuego por el que debió cruzar para volver a la vida. Tanto su fuerza como sus sentidos habían sido aumentados y, aunque cierto era que anhelaba ponerlos en práctica, descartó la idea de meterse en pelea nada más llegar. Podía no tener modales, pero tampoco era estúpido, un altercado solo entorpecería su búsqueda de información.

Se mantuvo de pie en el mismo sitio, desviando apenas la mirada para ver al mentado Eldrik, al que le habría dirigido una sonrisa altiva de no estar un tanto hastiado. Una vez a solas volvió a centrar su atención en la mujer, cuyas palabras le hicieron arquear una ceja. - ¿Tú te has olido últimamente? - acababa de darse un baño y de ella seguía emanando un pestilente olor a muerte que le hizo arrugar la nariz. No era solo en ella, toda la casa desprendía el mismo hedor, aunque sin duda no era tan desagradable como el que tuvo que respirar en el Infierno durante años. - Es decepcionante cómo ha cambiado el mundo... Resulta que ahora las mujeres se creen hombres - su comentario no iba en pos de ofender, aunque tampoco es que fuera a importarle de así ser. La época en la que Bruce nació estaba hecha para hombres, las mujeres eran simple mercancía, un vientre donde incubar descendencia o simples sirvientas y cortesanas. No tenían ni voz ni voto.

La observó por ser lo único que se mantenía en movimiento en aquel ostentoso baño, pues su desnudez no despertó en él interés alguno. En su larga trayectoria había tenido cuanta mujer quiso. Cierto que desde su muerte no había yacido con ninguna -las mujeres demonio eran tremendamente horrorosas- y sentía cierta necesidad de descargar, no obstante prefirió aplazarlo para más adelante, no era de sus prioridades básicas en ese instante. - Para empezar deberías mostrar algo de respeto y acto seguido llevarme ante el hombre de la casa. Y tal vez dejar de actuar con ese aburrido egocentrismo, ni yo puedo ver a través de las paredes ni tú me interesas tanto como para venir expresamente a joderte el momento - un puro se le antojaba muchísimo en ese momento, pero dudaba que tras ese primer intercambio de palabras la mujer fuera a darle uno gustosamente. Otro capricho que debería esperar.

-Digamos que soy un... forastero, no conozco todavía el lugar, pero tu casa desprende el mismo olor que el tipo que me trajo aquí, a quien estoy buscando. Es un chupasangre, o comoquiera que os hagáis llamar, su nombre es Maxwell y tengo entendido que vive en estos lares. Tal vez lo conozcas. De ser así, cuanto antes me lleves hasta él antes vas a perderme de vista. Imagino que tendrás otros niños a los que mutilar... - por su expresión neutra quedaba claro que no le importaban lo más mínimo las aficiones de la mujer ante él. Bruce mismo, con su aspecto asalvajado y las incontables cicatrices surcado su cuerpo, era otro ejemplo de sádica crueldad. La diferencia entre ellos es que él no lo hacía por diversión, sus actos siempre tenían un motivo detrás, ya fuera darle una lección a alguien o mostrar a los demás con quién no debían jugar.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Sáb Oct 28, 2017 9:39 pm

Cada palabra que salía expedida de entre los labios del licántropo, soltadas en tono neutro a pesar de lo hostiles que resultaban, la hacían plantearse mentalmente los motivos por los que una criatura tan extraña como aquella se habría aventurado en el interior de su territorio. A pesar de que en su larga existencia no se había encontrado con pocos lobos, ninguno de ellos le había llamado la atención más allá de lo justo y necesario. Los había estudiado en detalle, llegando hasta el punto de torturarlos y disecarlos a fin de obtener información, pero todos eran, en esencia, lo mismo. Sin embargo, algo no encajaba. Apestaba a lo mismo que otros, pero a la vez, tenía matices diferentes. El no poder identificar lo que marcaba esa diferencia era lo que la mantuvo sentada sobre el borde de la bañera, sin mostrar ninguna intención de atacarle, a pesar de la retahíla de sandeces que estaba diciendo. Visto desde fuera casi podría decirse que la vampiresa había aprendido a tener paciencia. Nada más lejos de la realidad, claro. Un suspiro escapó de sus labios, seguido por una risilla sarcástica que nunca tuvo intención de reprimir. 

- Bueno, mi hedor no debe resultarte tan desagradable si te has colado en mi casa por cuenta propia. Sé muy bien que los perros tenéis el olfato muy desarrollado. Debiste saber qué tipo de seres se ocultaban aquí dentro, aún sin ser capaz de ver a través de las paredes. ¿O acaso el olfato se atrofia con la edad? -Aquello último lo dijo como una especie de broma, ya que ella probablemente le multiplicara la edad por mucho, aunque tenía algo que cierto, y es que los licántropos eran, al final, otro tipo más de "humano". Más fuertes, más duraderos, sí, pero finitos. Y el aspecto de aquel hombre, aunque fiero, era de edad más avanzada que otros que había conocido. Tras quedarse callada por un instante, rodeó la bañera para alcanzar una especie de alacena, de la que extrajo una botella de vino y dos copas, para acto seguido servirse y comenzar a beber. Todo lo que aquel extraño decía le resultaba de lo más curioso, y hacía más lógica su teoría de que había algo en él que no andaba bien. Pero ¿qué?

- No sé de debajo de qué piedra has salido, pero aunque las mujeres sigan estando un escalón... bueno, unos cuantos escalones... por debajo de los integrantes del género masculino, hay muchos aspectos de la sociedad que han cambiado. Te sorprendería saber cuántas féminas hay ocupando cargos que antes sólo pertenecían a los hombres. -Los tiempos cambiaban. Ella misma recordaba la opresión que existía en otros tiempos. Los había vivido como humana, y posteriormente como vampiresa. Por eso aunque aún hubiera una clara diferencia, no era comparable. ¿Cuántos años hacía desde que a nadie le sorprendía el hecho de que una mujer fuera heredera de una fortuna? Las habladurías seguían estando presentes, pero poco a poco se les concedía menos importancia. - Además, aunque todo siguiera siendo como antes, creo que estarás de acuerdo en que los convencionalismos sociales poco o nada tienen que ver conmigo. O con criaturas como yo, en general. Aunque supongo que eso también te incluye a ti. Eres bastante extraño. -La inmortalidad, en sí misma, le concedía un poder que otros no podían siquiera imaginar, y mucho menos controlar. Gracias a eso vivía como vivía, y hacía lo que hacía, sin el miedo a ser descubierta. - Por cierto, todos los hombres de esta casa están bajo mis órdenes. Menos uno. Y a ese lo tengo enterrado en un ataúd en las catacumbas. Aunque dudo que quieras verle. No os ibais a llevar bien. -¿Se trataba de eso? ¿Acaso era su creador la razón de que aquel intruso estuviera allí...?

Aparentemente, no. El nombre Maxwell, sin embargo, le sonaba vagamente, pero no tenía muy claro de qué. ¿Quizá se hubieran encontrado en alguna reunión humana? ¿O acaso en algún encuentro entre los vampiros más viejos residentes en la ciudad? Por más que trataba de recordar, no conseguía identificar de quién le hablaba. Aunque eso no era lo único que le molestaba de aquella historia. ¿Qué demonios querría un vampiro hacer con un licántropo? Las relaciones entre ambas razas no eran precisamente amigables generalmente. - ¿Buscas a un vampiro? ¿Y creías que podrías encontrarlo únicamente por el olor? Supongo que lo habrás notado, pero para tu olfato, somos todos bastante parecidos. Hay muchos "chupasangres" en París, me temo. -Dijo con simpleza, para luego rellenar su propia copa, y la otra, que luego tendió al intruso como si nada. - No puedo decir que el nombre no me suene, pero ahora mismo no tengo idea de quién me hablas. Ya es raro que uno de los nuestros se relacione con uno de los tuyos... Quizá alguno de mis sirvientes pudiera ayudarte... O quizá... -Por un momento, pensó que aquel malnacido podría ayudarles. Poseía una red de contactos más grande que la suya propia, pero la simple idea de encararlo le resultaba de lo más desagradable, así que lo descartó. - Pero no pensarás que voy a ayudarte gratis, ¿verdad? Soy bastante avariciosa. -Declaró encogiéndose de hombros. Dudaba mucho que pudiera ofrecerle nada lo bastante valioso como para convencerla. Aún no tenía claro lo que iba a hacer con él, pero no sería ella misma si le dejara marchar sin más. 

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