El cartero siempre llama dos veces [Priv.]

Las cenizas del último de los vampiros de la noche cayeron a sus pies y por fin, respiró hondo. Aquella noche habían destapado la guarida de un incipiente grupo de chupasangres que empezaba a organizarse y a realizar destrozos, tanto así que veinte personas habían muerto desde la semana pasada. La alemana miró a Reeves y a Braco, la pareja de cazadores que me acompañaba aquella noche. Tenía por costumbre trabajar sola, pero el nuevo capitán de la Orden, Axel Blackmore, insistía en que las probabilidades de éxito eran mayores cuantos más cazadores partían juntos. Aunque también pasaban menos desapercibidos.

Xaryne miró al grandullón fulminándole con la mirada. Llevaban muchos años cazando los tres juntos, pero Rex no había cambiado un ápice. Grande y bravucón, se lo pasaba bomba con su hacha de doble filo y su fuerza, aunque el sigilo y la agilidad no fueran su fuerte. Para eso ya estaba Reeves. Kyle el Halcón hacía honor a su nombre deleitando a sus presas con una mezcla de agilidad y técnica que muchos envidiaban. Si bien no era tan fuerte como Braco, los dos juntos eran imparables. Las katanas de plata de la Muerte Negra relucían cruzadas en su espalda, dándoles a los reflejos plateados de la luna un fantasmagórico brillo y constituyendo la última imagen para aquellos vampiros que ni siquiera habían podido llegar a defenderse.

La cazadora se despidió de ambos y llamó a Zaros con un silbido entre dientes. Sabía que el animal le escucharía, a la espera no lejos de donde se encontraba. Llegó trotando, de buen humor, rozándole el hombro con su enorme hocico en señal de saludo. Xaryne sonrió de lado dándole un par de palmaditas en el flanco y montó, galopando de vuelta a casa.
Seguía sin acostumbrarse a aquella mansión. Hecha a vivir en una humilde granja, las habitaciones se le hacían enormes y además le parecía que sobraban la mitad de ellas, ya que sólo vivían allí los sirvientes, Xaryne y Elora. Pensar en la bruja Le hizo sonreír. Habían pasado en paz una temporada, y lejos quedaba ya su matrimonio con aquel hijo de perra y todo el sufrimiento hasta que murió "misteriosamente" en el bosque. Era tiempo de vivir felices, y tranquilas. O eso pensaba hasta que entró por las grandes puertas desarmándose, preparada para recibir a Elora como mejor sabía... cuando alguien le interrumpió en mitad de las escaleras. Era Jana, el ama de llaves.

Enarcó una ceja, Jana sabía bien que no era muy inteligente molestarla justo cuando llegaba a casa, agotada y con ganas de abrazase a aquella bruja parlanchina que le estaba esperando en la cama. Pero la mirada de la muchacha era urgente, así que le prestó atención.
- Señora, una carta para usted. Ha llegado esta tarde un rato después de que marcharais.
- ¿Una carta? ¿Para mí? Pero... ¿estás segura? - miró a la criada extrañada, apenas solía recibir correo. Jana asintió, algo seria para lo que ella solía ser, y cogió el pequeño sobre marfil de entre sus manos. Pero su sorpresa vino al percatarse de la forma que había tomado el sello lacrado, con un escudo que podría reconocer en cualquier parte... el de los Ackerman.

La leona y la luna que formaban el escudo de su padre y que nunca más había vuelto a ver desde su muerte apareció antes sus ojos, quedándose completamente estupefacta. Miró a Jana lentamente y le hizo un gesto con la cabeza, asintiendo agradecida ante el recado, y subiendo a la habitación de Elora sin atreverse a abrirla todavía. Podía ser una bromita de Stein, pero sabía que ese sello era un regalo hacia el cazador alemán y que estaba hecho de plata y obsidiana. No existía otro igual en el mundo y había sido enterrado junto al cuerpo de su padre.
¿Qué estaba pasando? Xar entró a la habitación de ambas y miró el cuerpo de Elora tumbado entre las sábanas, terriblemente confusa.

— Hola amor.— se giró en la cama para verla mejor y comprobar que no tuviera sangre que fuera suya.— ¿cómo ha ido la noche?.— le vio el gesto tenso y desencajado y pensó por un instante..."¿he hecho algo últimamente que la pueda molestar? hum.. el hechizo aquel...no. La vez que... hum.. tampoco. Vale, no es nada que haya hecho yo."— ¿qué ocurre?

Llevaban una temporada muy buena, sin problemas, sin confrontaciones, tan sólo la estupenda rutina en la que cada una se estaba aposentando, mientras disfrutaban de aquella mansión, de una vida cómoda y sin problemas, de unas noches de pasión desenfrenada y de vivir un poco la vida, que tan mal las había tratado a ambas. Las heridas del alma comenzaban a sanar y las dos estaban mucho más tranquilas y serenas. Pero no sabía por qué, seguro que aquello iba a ser un problema, algo que de nuevo abriría la caja de los truenos. Siempre pasaba algo, la cuestión era no estar tranquilas, era su destino.

Se sentó en el borde de la cama y le acarició la nuca, observando la carta que tenía entre las manos. ¿Qué sería aquello? no reconoció el sello, no sabia demasiado de heráldicas, bastante tenía con saber sobre sellos mágicos y cómo mantenerlos cerrados porque cuando veías uno es que estaba guardando algo peligroso tras él.

Se quedó sentada al borde de la cama, leyendo aquellas letras que parecían agolparse en su mente sin sentido alguno. Notó la suave caricia de Elora en la nuca, pero estaba bloqueada. ¿Por qué ese sello?
No podía ser... ¿Habrían desenterrado a su padre para robarlo? Era improbable, muy pocos sabían de su existencia. Porque su padre estaba muerto... ¿verdad? Ella había visto cómo aquellos vampiros les atacaban, a su madre y a él, cogiéndolos tan indefensos en mitad de la noche que apenas pudieron defenderse.

En aquella época Markus Ackerman estaba débil, enfermo por una gripe que había contraído semanas antes, que en principio no era mortal, en palabras del doctor de la Orden que le atendió. Sólo necesitaba reposo y que bajara la fiebre, pero los vampiros supieron bien cuándo atacar. Xaryne, con diez años y empujada por su madre dentro de la despensa, no pudo hacer más que mirar horrorizada por el hueco de la cerradura , escuchando el caer de los muebles, los gritos de dolor y destrozando todo lo que había conocido. Fue entonces cuando la Orden, que dio por muerta a la familia, se olvidó de ella en aquella despensa, cerrada con llave. La puerta era demasiado gruesa para que le oyeran y aunque había algo de comida, acabaría muriendo allí.

Tres días después, la puerta se abrió. Un hombre alto y trajeado iba a tasar la casa para venderla, para lo que necesitaba inspeccionarla. Lo que no se imaginaba era encontrarse una niña pequeña, asustada y en shock, sentada en un rincón con dos ojitos azules refulgiendo en la oscuridad. La niña fue enviada al orfanato local donde permaneció dos años, hasta que apareció Thomas. El cazador buscaba aprendices para enviarlos a una muerte casi segura, pero los trabajadores se los entregaban porque andaban escasos de dinero para alimentar a tantas bocas y sabían que al menos estarían bien alimentados unos años, hasta su primera o segunda cacería donde morirían degollados por el primer sobrenatural que se les ordenara matar. Pero Xaryne no era una huérfana cualquiera.

Bastó una mirada de aquellos penetrantes ojos de hielo para que Thomas se la llevara a su granja, criándola y entrenándola para acabar convirtiéndose en la Muerte Negra. No fue hasta que se unió a la Orden que se descubrió que aquella chica era una Ackerman. El testamento del cazador alemán corroboró que tenía una hija, de nombre Xaryne, y no fue poco el asombro al descubrir que aquella chica entrenada fuera de la Orden resultara ser la hija de uno de los grandes Antiguos Cazadores. Xaryne adoptó de nuevo su apellido y continuó el legado de su padre, convirtiéndose en una de las leyendas actuales de Orden de Hellsing. No había vuelto a saber nada de su familia hasta... Stein. Y él no sabía de la existencia de ese sello, estaba segura.

"Hace años que quiero volver a verte. A las doce del mediodía el sábado, en el puente norte del río Sena. Ven sola, tres son multitud. Saludos a tu esposa."

No daba crédito a lo que estaba leyendo. ¿Quién le escribía? ¿Cómo sabía que estaba casada con una mujer? ¿Y para qué quería verle? Miró a Elora con los ojos muy abiertos y sólo pudo susurrar:
- Elora... este sello es... de mi padre.

— ¿Tu padre? pero no estaba...¿muerto?.— Bien, Elora, tú tan sutil como siempre. Evidentemente si estuviera vivo Xar no habría puesto esa cara de descomposición. Lo obvio era demoledor y ella no estaba ayudando. Se apresuró a sentarse a su lado y rodear los hombros de la cazadora con sus brazos. Le quitó la carta de las manos y la leyó. Cuanto menos aquello era raro. Frunció el ceño y miró a Xar.— ¿Otra de las bromitas de Stein? como sea cosa suya pienso joderle la vida mandándole una horda de espíritus cabreados para que lo torturen noche y día.

No tenía pinta de ser uan broma de Stein, pero no se fiaba en absoluto del brujo. Las demás posibilidades eran bastante más preocupantes, desde que Markus Ackerman no hubiera muerto, a que hubiera muerto y renacido como criatura sobrenatural, o que alguien estuviera suplantando su identidad, en cuyo caso debía haber un interés particular que deberían averiguar.

— ¿Vas a ir? ni se te ocurra ir sola, huele a trampa. Haré un amuleto con entes atados que te protejan...lo que haga falta.

Sabía que Xar había tenido una infancia dura y que la figura de su padre para ella tenía claroscuros, pero fue la inspiración que necesitaba y lo que la convirtió en la mejor cazadora de la Orden. Su fe ciega en él se tambaleó cuando supo de la existencia de Stein, y entonces el legado de Markus quedó algo manchado porque Xar ya no sabía quien era ese hombre que le ocultó tantas cosas. Quizás esta fuera la oportunidad de averiguarlo, pero olía a emboscada a la legua.