AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
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Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
-Pum.-
El disparo nos pasó por encima de nuestras cabezas, teníamos que salir corriendo de aquí fuese como fuese, si no, alguno de nosotros iba a acabar criando malvas. ¿Qué que habíamos hecho? Acabábamos de robar el banco que había a las afueras, no era un banco importante, no era como el que estaba en el centro de París, a este solo iban los clientes que no eran de clase alta, pero aún así, había dinero dentro de nuestras bolsas. Habíamos conseguido entrar esta noche, después de estar meses y meses planificandolo. Todos en forma de animal, por supuesto. Mi equipo contaba con un mapache, una rata, un perro, dos águilas, un búho, unos cuantos gatos que habían entrado al banco en forma de león y pantera. Había sido todo un espectáculo, cuando estaban a punto de cerrar el león y la pantera habían entrado, aterrando a los trabajadores. Los demás, estábamos en forma humana, así que habíamos entrado después. Todos tapados hasta casi las cejas, para evitar el poder ser identificados. Este golpe tenía que salir bien sí o sí... Pero las cosas se habían torcido, por eso ahora estábamos corriendo como si nos persiguieran los demonios.
Algún trabajador había conseguido escapar de los felinos y salir a la calle a avisar a la policía. Nos habíamos dado prisa en coger todo el dinero que entraba en la bolsa y una vez en la calle, con la policía cerca, se lo habían llevado volando los cambiantes pájaros, así estaría a salvo una parte. Los demás, habíamos salido corriendo, la mayoría en forma animal, pero a mí, no me había dado tiempo, yo había sido el último en salir, así que ya tenía a la policía pisándome los talones. El disparo sonaba cerca, así que tenía que correr, correr y correr. ¿Dónde me podía esconder? No podía transformarme, me quedaría atrapado entre la ropa y me pillarían, no solo a mí, si no que empezarían a buscar a los demás cambiantes de París al conocer mi existencia.
Mis piernas corrían sin parar, estaba alejándome y llegando a donde habitaba la gente con poder, con dinero, por eso las casas que veía eran mansiones. ¿En que trabajaba esta gente para poder mantener estas casas? Seguro que yo iba a necesitar más de veinte vidas para comprarme casas de este estilo. Podía sentir a la policía cerca, aunque más que sentirlos, los oía gritándome que me detuviera en mi carrera, que todo iba a ser peor. Cerré los ojos mientras una lágrima caía por mi mejilla, no quería ser encarcelado. Giré sin previo aviso hacía la derecha, adentrándome en el camino hacía una de las mansiones. Por suerte, estaba todo demasiado oscuro. Había unas caballerizas, no podía meterme ahí, los caballos se asustarían con mi presencia y comenzarían un relinchar que despertaría a los dueños de la casa y a la policía le avisaría de mi paradero. Evité la puerta principal e intenté ver si tenía puerta por atrás. La puerta de atrás estaba cerrada, pero no lo estaba una ventana en el piso segundo. Comencé a trepar por la pared, agarrándome a los salientes de las ventanas, era todo más sencillo si estaba en mapache, pero no podía dejar mi ropa aquí tirada, acabarían encontrándola.
Me colé por la ventana y vi que estaba en un baño. Quité la capucha de mi cabeza y la bufanda que me tapaba la boca, hacía calor en esta casa. Me dispuse a salir del baño, pero escuché un ruido en el pasillo. Me quedé agazapado al lado de la letrina, mientras me quitaba las botas, si entraba alguien, le daría con ellas en toda la cara.
El disparo nos pasó por encima de nuestras cabezas, teníamos que salir corriendo de aquí fuese como fuese, si no, alguno de nosotros iba a acabar criando malvas. ¿Qué que habíamos hecho? Acabábamos de robar el banco que había a las afueras, no era un banco importante, no era como el que estaba en el centro de París, a este solo iban los clientes que no eran de clase alta, pero aún así, había dinero dentro de nuestras bolsas. Habíamos conseguido entrar esta noche, después de estar meses y meses planificandolo. Todos en forma de animal, por supuesto. Mi equipo contaba con un mapache, una rata, un perro, dos águilas, un búho, unos cuantos gatos que habían entrado al banco en forma de león y pantera. Había sido todo un espectáculo, cuando estaban a punto de cerrar el león y la pantera habían entrado, aterrando a los trabajadores. Los demás, estábamos en forma humana, así que habíamos entrado después. Todos tapados hasta casi las cejas, para evitar el poder ser identificados. Este golpe tenía que salir bien sí o sí... Pero las cosas se habían torcido, por eso ahora estábamos corriendo como si nos persiguieran los demonios.
Algún trabajador había conseguido escapar de los felinos y salir a la calle a avisar a la policía. Nos habíamos dado prisa en coger todo el dinero que entraba en la bolsa y una vez en la calle, con la policía cerca, se lo habían llevado volando los cambiantes pájaros, así estaría a salvo una parte. Los demás, habíamos salido corriendo, la mayoría en forma animal, pero a mí, no me había dado tiempo, yo había sido el último en salir, así que ya tenía a la policía pisándome los talones. El disparo sonaba cerca, así que tenía que correr, correr y correr. ¿Dónde me podía esconder? No podía transformarme, me quedaría atrapado entre la ropa y me pillarían, no solo a mí, si no que empezarían a buscar a los demás cambiantes de París al conocer mi existencia.
Mis piernas corrían sin parar, estaba alejándome y llegando a donde habitaba la gente con poder, con dinero, por eso las casas que veía eran mansiones. ¿En que trabajaba esta gente para poder mantener estas casas? Seguro que yo iba a necesitar más de veinte vidas para comprarme casas de este estilo. Podía sentir a la policía cerca, aunque más que sentirlos, los oía gritándome que me detuviera en mi carrera, que todo iba a ser peor. Cerré los ojos mientras una lágrima caía por mi mejilla, no quería ser encarcelado. Giré sin previo aviso hacía la derecha, adentrándome en el camino hacía una de las mansiones. Por suerte, estaba todo demasiado oscuro. Había unas caballerizas, no podía meterme ahí, los caballos se asustarían con mi presencia y comenzarían un relinchar que despertaría a los dueños de la casa y a la policía le avisaría de mi paradero. Evité la puerta principal e intenté ver si tenía puerta por atrás. La puerta de atrás estaba cerrada, pero no lo estaba una ventana en el piso segundo. Comencé a trepar por la pared, agarrándome a los salientes de las ventanas, era todo más sencillo si estaba en mapache, pero no podía dejar mi ropa aquí tirada, acabarían encontrándola.
Me colé por la ventana y vi que estaba en un baño. Quité la capucha de mi cabeza y la bufanda que me tapaba la boca, hacía calor en esta casa. Me dispuse a salir del baño, pero escuché un ruido en el pasillo. Me quedé agazapado al lado de la letrina, mientras me quitaba las botas, si entraba alguien, le daría con ellas en toda la cara.
Nahuel- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 71
Fecha de inscripción : 29/09/2016
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
Un día más, un día más siendo la mujer de Joe Black, un día más desde ese punto y a parte que ambos habíamos trazado juntos al saltarnos todo lo establecido, al casarnos en medio de la noche, sin más invitados que nosotros mismos, sin más testigos de aquel acto de rebeldía que la luna llena que adornaba el firmamento iluminando también nuestros rostros.
Parecía que poco a poco nos íbamos acostumbrando el uno al otro y, sobre todo, poco a poco me iba acostumbrando yo a apenas dormir por las noches para pasarlas con él, bien caminando y descubriendo nuevos rincones en su alma o bien entre sus brazos y entre caricias cómplices. Los días se me hacían cuesta arriba pues, al fin y al cabo, mi vida social diurna era la mejor tapadera que ambos teníamos para no levantar demasiadas sospechas ante la inquisición y los perseguidores de Joe. Es por eso que hoy había dormido tan sólo unas horas y había recibido a algunas visitas en la salita, alegando que mi marido se encontraba con un terrible dolor de cabeza en nuestro lecho y por eso no podía acompañarnos en tan... "deliciosa" velada.
Eran contadas las ocasiones en las que ese tipo de veladas eran agradables, normalmente eran más bien compromisos para evitar chismorreos sobre tu persona o para sentar las bases de un negocio que luego firmarían los hombres. Era por eso por lo que despaché con celeridad a todas las visitas y caminé con lentitud escaleras arriba. Un baño, sí, un caliente y reparador baño de espuma me haría recuperar el buen humor y quizá después Joe quisiera acompañarme por la casa para que mi felicidad fuera completa.
Subí las escaleras que me separaban de aquel dulce destino cuando observé con el ceño fruncido como la puerta del baño estaba cerrada.
-Mmm qué raro- dije poniendo mi mano sobre el pomo de la misma -Hubiera jurado que la había dejado abierta-
Quizá había sido una corriente de aire por dejarme la ventana abierta o una doncella la causante de que la puerta estuviera ahora cerrada pero un presentimiento me decía que había algo más, algo que se me escapaba. Moví mi rostro despejando aquellos pensamientos de mi mente, el estar con Joe me estaba volviendo precavida en exceso, quizá hasta paranoica.
-¡¿Pero qué..?!- exclamé al entrar al cuarto de baño y encontrarlo manga por hombro. Varios de los tarros del tocador junto a la ventana estaban ahora por el suelo con su contenido estropeando la madera y las alfombras y, no contenta con aquel desastre, tuve que ver como unas sucias pisadas de barro ensuciaban la blanca alfombra al pie de la bañera. Pisadas de barro que acababan en un montón de ropa igual de sucia.
Cogí entre mis manos aquella ropa, no sin cierto asco al ver su estado, y comprobé de mal humor que, en efecto se trataba de ropa de hombre. Seguramente Joe había sido el causante de semejante desastre y no se había molestado en recoger las ropas que hubiera usado la noche anterior para salir en busca de una presa.
-¡Maldito Joe Black! Cuando se despierte vamos a tener que tener una seria charla, si esta casa es de los dos no pienso tener que lidiar con su desorden en mis habitaciones- Un ruido a mi espalda me hizo detener mis movimientos. ¿Y si aquellas ropas no eran de Joe sino de un intruso? ¿Y si pertenecían a un ladrón o, peor aún, un asesino.?
Con las manos temblorosas por la torpeza y el nerviosismo causado por el miedo, entreabrí mi bata de seda para acceder al pequeño puñal que me hacía llevar siempre Joe prendido al liguero de mi muslo. Lo apreté con fuerza, respiré un par de veces y giré mi cuerpo con lentitud dispuesta a clavar aquel arma en la blanda carne de quien osara amenazarme.
Un mapache, mi "feroz" enemigo era un mapache que me miraba con unos tiernos ojos y las patitas levantadas. Estallé en carcajadas. ¡Qué tonta había sido! Ahora me explicaba el por qué de los tarros tirados por el suelo y su estropicio, mas Joe se llevaría una pequeña reprimenda por haber dejado toda esa ropa sucia ahí.
-Vaya susto me has dado pequeñin- agaché mi cuerpo hasta quedar a la altura de aquel gracioso animal y extendí mis mano con lentitud hasta su cuerpo -Tranquilo, no voy a hacerte daño. ¡Pobrecito! Debes estar tú más asustado que yo al estar en un sitio desconocido-
Reí tomando a aquel animal entre mis brazos y acerqué mi dedo índice hasta su graciosa naricilla -Estás helado... Vamos abajo, voy a buscarte algo de comer-
Acuné al animal en mi pecho y reí jovialmente al ver cómo se acurrucaba y volvía la vista atrás hacia aquel desastre y las ropas tiradas en el suelo. Era curioso, parecía como si fuera consciente de todo y, al mismo tiempo, el dueño de aquellas ropas que no quería perderlas de vista pero... aquello era imposible ¿O no?
Parecía que poco a poco nos íbamos acostumbrando el uno al otro y, sobre todo, poco a poco me iba acostumbrando yo a apenas dormir por las noches para pasarlas con él, bien caminando y descubriendo nuevos rincones en su alma o bien entre sus brazos y entre caricias cómplices. Los días se me hacían cuesta arriba pues, al fin y al cabo, mi vida social diurna era la mejor tapadera que ambos teníamos para no levantar demasiadas sospechas ante la inquisición y los perseguidores de Joe. Es por eso que hoy había dormido tan sólo unas horas y había recibido a algunas visitas en la salita, alegando que mi marido se encontraba con un terrible dolor de cabeza en nuestro lecho y por eso no podía acompañarnos en tan... "deliciosa" velada.
Eran contadas las ocasiones en las que ese tipo de veladas eran agradables, normalmente eran más bien compromisos para evitar chismorreos sobre tu persona o para sentar las bases de un negocio que luego firmarían los hombres. Era por eso por lo que despaché con celeridad a todas las visitas y caminé con lentitud escaleras arriba. Un baño, sí, un caliente y reparador baño de espuma me haría recuperar el buen humor y quizá después Joe quisiera acompañarme por la casa para que mi felicidad fuera completa.
Subí las escaleras que me separaban de aquel dulce destino cuando observé con el ceño fruncido como la puerta del baño estaba cerrada.
-Mmm qué raro- dije poniendo mi mano sobre el pomo de la misma -Hubiera jurado que la había dejado abierta-
Quizá había sido una corriente de aire por dejarme la ventana abierta o una doncella la causante de que la puerta estuviera ahora cerrada pero un presentimiento me decía que había algo más, algo que se me escapaba. Moví mi rostro despejando aquellos pensamientos de mi mente, el estar con Joe me estaba volviendo precavida en exceso, quizá hasta paranoica.
-¡¿Pero qué..?!- exclamé al entrar al cuarto de baño y encontrarlo manga por hombro. Varios de los tarros del tocador junto a la ventana estaban ahora por el suelo con su contenido estropeando la madera y las alfombras y, no contenta con aquel desastre, tuve que ver como unas sucias pisadas de barro ensuciaban la blanca alfombra al pie de la bañera. Pisadas de barro que acababan en un montón de ropa igual de sucia.
Cogí entre mis manos aquella ropa, no sin cierto asco al ver su estado, y comprobé de mal humor que, en efecto se trataba de ropa de hombre. Seguramente Joe había sido el causante de semejante desastre y no se había molestado en recoger las ropas que hubiera usado la noche anterior para salir en busca de una presa.
-¡Maldito Joe Black! Cuando se despierte vamos a tener que tener una seria charla, si esta casa es de los dos no pienso tener que lidiar con su desorden en mis habitaciones- Un ruido a mi espalda me hizo detener mis movimientos. ¿Y si aquellas ropas no eran de Joe sino de un intruso? ¿Y si pertenecían a un ladrón o, peor aún, un asesino.?
Con las manos temblorosas por la torpeza y el nerviosismo causado por el miedo, entreabrí mi bata de seda para acceder al pequeño puñal que me hacía llevar siempre Joe prendido al liguero de mi muslo. Lo apreté con fuerza, respiré un par de veces y giré mi cuerpo con lentitud dispuesta a clavar aquel arma en la blanda carne de quien osara amenazarme.
Un mapache, mi "feroz" enemigo era un mapache que me miraba con unos tiernos ojos y las patitas levantadas. Estallé en carcajadas. ¡Qué tonta había sido! Ahora me explicaba el por qué de los tarros tirados por el suelo y su estropicio, mas Joe se llevaría una pequeña reprimenda por haber dejado toda esa ropa sucia ahí.
-Vaya susto me has dado pequeñin- agaché mi cuerpo hasta quedar a la altura de aquel gracioso animal y extendí mis mano con lentitud hasta su cuerpo -Tranquilo, no voy a hacerte daño. ¡Pobrecito! Debes estar tú más asustado que yo al estar en un sitio desconocido-
Reí tomando a aquel animal entre mis brazos y acerqué mi dedo índice hasta su graciosa naricilla -Estás helado... Vamos abajo, voy a buscarte algo de comer-
Acuné al animal en mi pecho y reí jovialmente al ver cómo se acurrucaba y volvía la vista atrás hacia aquel desastre y las ropas tiradas en el suelo. Era curioso, parecía como si fuera consciente de todo y, al mismo tiempo, el dueño de aquellas ropas que no quería perderlas de vista pero... aquello era imposible ¿O no?
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 119
Fecha de inscripción : 19/06/2016
Re: Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
El ruido que se podía advertir por detrás de la puerta cerrada del baño cada vez se hacía más plausible, el corazón se me iba a salir del pecho, me latía completamente desbocado, como si acabase de correr una maratón de cuarenta kilómetros, me latía con más rapidez que cuando estaba huyendo de los policías que querían detenerme. ¿Qué iba a pensar la persona que entrase por esa puerta? Iba vestido como un ladrón y estaba en una casa que no era la mía, acababa de colarme por la ventana del segundo piso… Obviamente iba a pensarse lo que no era. Vi como el pomo de la puerta se movía, pero la puerta no lo hizo, se quedó quieta. Comencé a quitarme la ropa lo más rápido que pude, tirando al suelo algunos de los botes que había en las repisas. Dejé todo manga por hombro y me transformé, alejándome de mi ropa y de las botas lo más que pude, así la persona que entrase en el baño no sospecharía nada… A no ser que fuese un ser sobrenatural, entonces sí que estaría jodido, porque iban a olerme.
La persona había querido entrar en el lavabo, lo hizo, viendo todo el estropicio que había causado. Se quedó mirando todo con estupefacción y empezó a maldecir a un tal Joe Black. Suspiré aliviado y al parecer lo hice demasiado en alto, pues la mujer se quedó callada de repente, su cuerpo se tensó como un palo, entre abrió su bata y sacó un puñal. ¡Adiós mundo cruel! Pensé, esta mujer me iba a clavar y me iba a dejar colgado a su pared. ¿Qué podía hacer? Usar mis armas de mapache. Cuando se giró, solamente se encontró a un pobre y tierno mapache con las manos levantadas que le suplicaba una segunda oportunidad. Al verme, la mujer comenzó a reírse, quizás por los nervios que había tenido al pensar que podía tratarse de un ladrón o de un asesino y descubrir a un pobre animalito.
Se agachó para quedar a mi altura y comenzar a hablarme, la miré con recelo, no me fiaba de las mujeres con armas, podían volverse locas y clavarte una estaca en el corazón solamente porque habían tenido una pesadilla en la que su hombre les era infiel. Aunque a mí eso nunca me iba a pasar, al ser de mi condición y mi clase social, nunca había tenido que compartir “lecho” con ninguna, estaba libre de todos esos problemas, solamente con Beat rice, pero era una mujer muy buena y amable, ella no parecía ser ese tipo de mujeres locas. Extendió su mano hasta mi cuerpo y tocó mi pelaje, el cual estaba más suave de lo habitual por el baño que me había dado Beat rice.
Me mostré sumiso, llevaba tiempo aprendiendo que si me mostraba dócil, conseguía muchas más cosas que si me ponía agresivo, así que dejé que la mujer me cogiese en brazos y tocase mi nariz. ¿Qué les pasaba a las mujeres con mi nariz? ¿Les gustaba llenarse de mocos? Me acunó y me acurruqué sobre ella, su bata era suave y me gustaba como olía, aunque el ambiente, ahora que me percataba del olor, olía un tanto rancio, como a muerto. Por encima de su hombro, comencé a mirar los lugares y así, poder acordarme de ese baño, más tarde tendría que volver a por mis ropas…
Una vez que la mujer bajó las interminables escaleras de la casa, cuando estaba a punto de entrar en la cocina, la puerta de entrada retumbó, alguien estaba golpeando la puerta con insistencia. Me puse tenso como un palo, seguro que se trataba de la policía… Y no me equivoqué, a través de la puerta se pudo oír como el oficial se presentaba para que le abriesen la puerta. Me agarré con fuerza a la bata de la mujer, igual si la policía le decía algo, iba a atar cabos y a relacionar esa ropa conmigo… ¿O no? Quizás no supiera la existencia de los cambiantes, ojalá tuviera suerte. Puse mi mejor cara de animalito mono antes de que la chica abriese la puerta.
La persona había querido entrar en el lavabo, lo hizo, viendo todo el estropicio que había causado. Se quedó mirando todo con estupefacción y empezó a maldecir a un tal Joe Black. Suspiré aliviado y al parecer lo hice demasiado en alto, pues la mujer se quedó callada de repente, su cuerpo se tensó como un palo, entre abrió su bata y sacó un puñal. ¡Adiós mundo cruel! Pensé, esta mujer me iba a clavar y me iba a dejar colgado a su pared. ¿Qué podía hacer? Usar mis armas de mapache. Cuando se giró, solamente se encontró a un pobre y tierno mapache con las manos levantadas que le suplicaba una segunda oportunidad. Al verme, la mujer comenzó a reírse, quizás por los nervios que había tenido al pensar que podía tratarse de un ladrón o de un asesino y descubrir a un pobre animalito.
Se agachó para quedar a mi altura y comenzar a hablarme, la miré con recelo, no me fiaba de las mujeres con armas, podían volverse locas y clavarte una estaca en el corazón solamente porque habían tenido una pesadilla en la que su hombre les era infiel. Aunque a mí eso nunca me iba a pasar, al ser de mi condición y mi clase social, nunca había tenido que compartir “lecho” con ninguna, estaba libre de todos esos problemas, solamente con Beat rice, pero era una mujer muy buena y amable, ella no parecía ser ese tipo de mujeres locas. Extendió su mano hasta mi cuerpo y tocó mi pelaje, el cual estaba más suave de lo habitual por el baño que me había dado Beat rice.
Me mostré sumiso, llevaba tiempo aprendiendo que si me mostraba dócil, conseguía muchas más cosas que si me ponía agresivo, así que dejé que la mujer me cogiese en brazos y tocase mi nariz. ¿Qué les pasaba a las mujeres con mi nariz? ¿Les gustaba llenarse de mocos? Me acunó y me acurruqué sobre ella, su bata era suave y me gustaba como olía, aunque el ambiente, ahora que me percataba del olor, olía un tanto rancio, como a muerto. Por encima de su hombro, comencé a mirar los lugares y así, poder acordarme de ese baño, más tarde tendría que volver a por mis ropas…
Una vez que la mujer bajó las interminables escaleras de la casa, cuando estaba a punto de entrar en la cocina, la puerta de entrada retumbó, alguien estaba golpeando la puerta con insistencia. Me puse tenso como un palo, seguro que se trataba de la policía… Y no me equivoqué, a través de la puerta se pudo oír como el oficial se presentaba para que le abriesen la puerta. Me agarré con fuerza a la bata de la mujer, igual si la policía le decía algo, iba a atar cabos y a relacionar esa ropa conmigo… ¿O no? Quizás no supiera la existencia de los cambiantes, ojalá tuviera suerte. Puse mi mejor cara de animalito mono antes de que la chica abriese la puerta.
Nahuel- Cambiante Clase Baja
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Re: Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
Un golpe en la puerta, dos, tres y con ellos la voz de un hombre que clamaba por entrar destrozando la calma que inundaba mi casa. Mis pasos por la escalera se aceleraron, sintiendo como las pequeñas garritas de aquel mapache se clavaban a mi ropa y mi carne a medida que nos aproximábamos a la puerta. ¿Quién demonios tenía la grosería de comportarse así a estas horas de la mañana?
Una vez abajo, una de las sirvientas acudió a mi, con el rostro sonrojado por las acusaciones que aquel agente de policía profesaba hacia nuestras personas y yo, elevando una de mis cejas me acerqué a la puerta, enfrentando con mi mirada a la de aquel hombre. Sus ojos recorrieron todo mi cuerpo, sin saber bien cómo proceder, y se posaron también sobre el peculiar acompañante que portaba en mi regazo.
-¿Qué miráis? ¿Acaso sois tan inculto para no saber que este animal es un mapache monsieur? ¿O para saber que esa no es manera de irrumpir en una casa? Y mucho menos si esa casa es la de la hermana de uno de los militares más apreciados por el rey de Francia-
Odiaba tener que recurrir a frases como esa, pero no podía arriesgarme a que la policía registrara mi casa y abriera las cortinas, pudiendo matar así a mi marido. Estaba nerviosa, y para tratar de no mostrarlo, mis dedos se enredaban una y otra vez en el pelaje de aquel tierno animalillo que parecía estar en el mismo estado que yo, o incluso peor, pues no paraba de revolverse entre mis brazos, dudando entre salir corriendo o quedarse protegido en mi regazo.
Una a una escuché todas las palabras que salían de los labios de aquel policía. Andaba buscando a un ladrón, al parecer uno no muy astuto pues había robado un banco pequeño y, no contento con eso, le habían pillado, o al menos le estaban siguiendo la pista. Le habían visto correr por aquí y sospechaban que se escondía en una de las casas del vecindario, en la mía concretamente.
-¿Acaso estáis insinuando que escondo entre los muros de mi hogar a un forajido monsieur? Si es así, no sólo me acusáis de eso sino de ser una criminal yo misma por cometer ese delito. Es un ultraje y una vergüenza que oséis si quiera el insinuar tales palabras así que, si no queréis que esta misma tarde os despidan y degraden, os aconsejo que os vayáis de mi propiedad en este mismo instante.-
Mis palabras eran frías, altivas, las de una mujer ultrajada. Todo fachada. En realidad temía que mis palabras no produjeran el efecto deseado y aquellos policías insistieran en registrar mi casa. La verdad es que desconocía si un ladronzuelo se había colado o no en la mansión pero, si así era Joe se encargaría más tarle de encontrarle y yo de darle una reprimenda obligarle a devolver el dinero robado a aquellas pobres familias. Si era necesario le daría yo mi propio dinero, pero no deseaba que los más humildes se quedaran sin los pocos ahorros que tenían.
Una mirada altiva ante aquellos hombres. Postura que se vio reforzada por aquel curioso animalillo que, reforzando mi postura les enseñó los dientes y gruñó hasta que ellos se disculparon y se dieron la vuelta para irse.
-Uff, menos mal- suspiré aliviada. Solté a aquel adorable animalillo en el frío suelo de mármol y caminé hasta la cocina esperando a ver si seguía mis pasos. -Si Joe los hubiera visto no estoy muy segura de si seguirían con vida animalillo, me temo que no se toma muy bien el que me hablen mal o intenten ofenderme-
Reí de nuevo buscando por los armarios de la cocina. Alguna vez bajaba con las sirvientas a que me enseñaran alguna receta, pero debía confesar que, desde que nos habíamos mudado a esta nueva mansión desconocía cuál era el sitio de cada cosa y encima, no sabía qué diablos comían los mapaches.
-A ver pequeño mico- dije poniéndome a su altura con los brazos en jarras -¿Qué es lo que te gusta para comer? Porque yo no tengo ni idea de qué es lo que comen los mapaches.
Una vez abajo, una de las sirvientas acudió a mi, con el rostro sonrojado por las acusaciones que aquel agente de policía profesaba hacia nuestras personas y yo, elevando una de mis cejas me acerqué a la puerta, enfrentando con mi mirada a la de aquel hombre. Sus ojos recorrieron todo mi cuerpo, sin saber bien cómo proceder, y se posaron también sobre el peculiar acompañante que portaba en mi regazo.
-¿Qué miráis? ¿Acaso sois tan inculto para no saber que este animal es un mapache monsieur? ¿O para saber que esa no es manera de irrumpir en una casa? Y mucho menos si esa casa es la de la hermana de uno de los militares más apreciados por el rey de Francia-
Odiaba tener que recurrir a frases como esa, pero no podía arriesgarme a que la policía registrara mi casa y abriera las cortinas, pudiendo matar así a mi marido. Estaba nerviosa, y para tratar de no mostrarlo, mis dedos se enredaban una y otra vez en el pelaje de aquel tierno animalillo que parecía estar en el mismo estado que yo, o incluso peor, pues no paraba de revolverse entre mis brazos, dudando entre salir corriendo o quedarse protegido en mi regazo.
Una a una escuché todas las palabras que salían de los labios de aquel policía. Andaba buscando a un ladrón, al parecer uno no muy astuto pues había robado un banco pequeño y, no contento con eso, le habían pillado, o al menos le estaban siguiendo la pista. Le habían visto correr por aquí y sospechaban que se escondía en una de las casas del vecindario, en la mía concretamente.
-¿Acaso estáis insinuando que escondo entre los muros de mi hogar a un forajido monsieur? Si es así, no sólo me acusáis de eso sino de ser una criminal yo misma por cometer ese delito. Es un ultraje y una vergüenza que oséis si quiera el insinuar tales palabras así que, si no queréis que esta misma tarde os despidan y degraden, os aconsejo que os vayáis de mi propiedad en este mismo instante.-
Mis palabras eran frías, altivas, las de una mujer ultrajada. Todo fachada. En realidad temía que mis palabras no produjeran el efecto deseado y aquellos policías insistieran en registrar mi casa. La verdad es que desconocía si un ladronzuelo se había colado o no en la mansión pero, si así era Joe se encargaría más tarle de encontrarle y yo de darle una reprimenda obligarle a devolver el dinero robado a aquellas pobres familias. Si era necesario le daría yo mi propio dinero, pero no deseaba que los más humildes se quedaran sin los pocos ahorros que tenían.
Una mirada altiva ante aquellos hombres. Postura que se vio reforzada por aquel curioso animalillo que, reforzando mi postura les enseñó los dientes y gruñó hasta que ellos se disculparon y se dieron la vuelta para irse.
-Uff, menos mal- suspiré aliviada. Solté a aquel adorable animalillo en el frío suelo de mármol y caminé hasta la cocina esperando a ver si seguía mis pasos. -Si Joe los hubiera visto no estoy muy segura de si seguirían con vida animalillo, me temo que no se toma muy bien el que me hablen mal o intenten ofenderme-
Reí de nuevo buscando por los armarios de la cocina. Alguna vez bajaba con las sirvientas a que me enseñaran alguna receta, pero debía confesar que, desde que nos habíamos mudado a esta nueva mansión desconocía cuál era el sitio de cada cosa y encima, no sabía qué diablos comían los mapaches.
-A ver pequeño mico- dije poniéndome a su altura con los brazos en jarras -¿Qué es lo que te gusta para comer? Porque yo no tengo ni idea de qué es lo que comen los mapaches.
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/06/2016
Re: Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
Los gritos que estaba proliferando el policía contra la puerta cerrada, dejaban entre ver lo nervioso que estaba por no encontrarme. Seguro que era el primer ladrón que se le perdía en sus muchos años de experiencia que seguro alardeaba de tener. Este día quizás lo conociesen como el día en el que casi atrapan al Mapache Nahuel. La voz del policía se iba haciendo más clara si era posible conforme la muchacha me acercaba a la puerta, en la que le esperaba una mujer del servicio, colorada como una amapola en verano.
La mujer que me llevaba en brazos, la dueña de este hogar comenzó a increpar al policía que había estado golpeando en la puerta, era el mismo que me había estado siguiendo desde el banco y detrás de él, había dos más, que permanecían callados, y por lo que pude ver, un tanto avergonzados con la actitud de su superior con esta dama. El policía, algo más calmado al escuchar le amenaza de la mujer, le contó a quién estaban buscando, un ladrón un tanto idiota. ¿Idiota? Yo no era un idiota, había sido lo suficientemente listo como para estar aquí, mirándole a la cara, con el dinero en casa y a salvo sin que él sospechase nada. No podían hacer nada contra mi grupo de cambiantes, éramos los mejores ladrones de París.
Hubo un momento de tensión entre nuestro bando y en el de él. Decidí gruñirle, la mujer tampoco quería que entrasen en su casa, al parecer, tenía cosas que ocultar. ¿Qué estaría ocultando? Esperaba que no fueran muchos animales ilegales disecados. No era nada partidario de la taxidermia. Los policías decidieron rendirse, al menos en esta casa, no podían entrar a registrar nada si la mujer o el hombre de la casa no se lo permitían… Se disculparon con la mujer advirtiéndole de que si veía algo raro, les avisase. La puerta se cerró tras ellos y miré a la mujer mientras suspiraba aliviada y me dejaba en el suelo.
El suelo estaba algo frío, era de mármol y podía resbalarme, pero por lo demás… Era agradable, mejor que el de piedra de mi casa. La miré cuando ya estaba casi por desaparecer del hall y eché a correr para no perderla, derrapando antes de entrar en la cocina. Habló de un tal Joe, al parecer… era su perro de presa, ese que le defendía si los hombres le hablaban mal. Quizás fuese como Cletus, era un cambiante que se transformaba en un grande rottweiller, siempre protegía a los niños de las barriadas, era muy divertido ver como los matones huían de él despavoridos cuando comenzaba a perseguirles.
Vi como comenzaba a revolver en los armarios de la gran cocina, no encontró lo que estaba buscando y se agachó hasta quedar a mi pequeña altura y hablarme directamente a la cara. Los ojos me hicieron chiribitas cuando me preguntó lo que me gustaba de comer. Me relamí un poco, me subí a su hombro y de ahí salté hasta meterme dentro de un armario que había dejado abierto. En este solo había latas de conservas, cecina y… ¡GALLETAS! Cogí la caja y se la enseñé mientras bajaba para quedarme sentado encima de la encimera.
La mujer que me llevaba en brazos, la dueña de este hogar comenzó a increpar al policía que había estado golpeando en la puerta, era el mismo que me había estado siguiendo desde el banco y detrás de él, había dos más, que permanecían callados, y por lo que pude ver, un tanto avergonzados con la actitud de su superior con esta dama. El policía, algo más calmado al escuchar le amenaza de la mujer, le contó a quién estaban buscando, un ladrón un tanto idiota. ¿Idiota? Yo no era un idiota, había sido lo suficientemente listo como para estar aquí, mirándole a la cara, con el dinero en casa y a salvo sin que él sospechase nada. No podían hacer nada contra mi grupo de cambiantes, éramos los mejores ladrones de París.
Hubo un momento de tensión entre nuestro bando y en el de él. Decidí gruñirle, la mujer tampoco quería que entrasen en su casa, al parecer, tenía cosas que ocultar. ¿Qué estaría ocultando? Esperaba que no fueran muchos animales ilegales disecados. No era nada partidario de la taxidermia. Los policías decidieron rendirse, al menos en esta casa, no podían entrar a registrar nada si la mujer o el hombre de la casa no se lo permitían… Se disculparon con la mujer advirtiéndole de que si veía algo raro, les avisase. La puerta se cerró tras ellos y miré a la mujer mientras suspiraba aliviada y me dejaba en el suelo.
El suelo estaba algo frío, era de mármol y podía resbalarme, pero por lo demás… Era agradable, mejor que el de piedra de mi casa. La miré cuando ya estaba casi por desaparecer del hall y eché a correr para no perderla, derrapando antes de entrar en la cocina. Habló de un tal Joe, al parecer… era su perro de presa, ese que le defendía si los hombres le hablaban mal. Quizás fuese como Cletus, era un cambiante que se transformaba en un grande rottweiller, siempre protegía a los niños de las barriadas, era muy divertido ver como los matones huían de él despavoridos cuando comenzaba a perseguirles.
Vi como comenzaba a revolver en los armarios de la gran cocina, no encontró lo que estaba buscando y se agachó hasta quedar a mi pequeña altura y hablarme directamente a la cara. Los ojos me hicieron chiribitas cuando me preguntó lo que me gustaba de comer. Me relamí un poco, me subí a su hombro y de ahí salté hasta meterme dentro de un armario que había dejado abierto. En este solo había latas de conservas, cecina y… ¡GALLETAS! Cogí la caja y se la enseñé mientras bajaba para quedarme sentado encima de la encimera.
Nahuel- Cambiante Clase Baja
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Re: Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
Aquel mapache tomó mis palabras y mi propia indecisión como el pistoletazo de salida necesario para campar a sus anchas por la cocina y buscar aquello que fuera más apetecible para su exquisito paladar animal. Cualquiera hubiera dicho que estaba loca pero, realmente, aquel animalito parecía de lo más inteligente, parecía incluso que entendiera mis palabras y mis actos.
Una leve y fresca risa escapó de entre mis labios al ver cómo aquel animalillo correteaba por la encimera, metiéndose entre los huecos de los armarios de la cocina buscando algo que fuera digno de su exquisito paladar. Un paladar que parecía tener predilección por las galletas. Reí de nuevo cogiéndole entre mis brazos y cogiendo también las galletas. ¿Galletas quería? Pues galletas tendría. No sabía bien de dónde había salido aquel animal ni por qué parecía entenderme, lo único que sabía era que no deseaba pensar por un instante.
Caminé con lentitud y tomé entre mis manos, tratando de no tirar ni al mapache ni las galletas al suelo, un pequeño cuenco en el que ponerle tan ansiado manjar. Podía sentir como su cuerpecito temblaba de impaciencia tratando de zafarse de mi agarre, y devorar sin pausa todas aquellas galletas.
-Calma Miko- dije tras dejarle en el suelo. Traté de poner la expresión más seria que tenía y mi dedo índice se levantó acusadoramente frente a su pequeña nariz –Puede que no me entiendas y que sea una loca hablando con un mapache- reí acariciando su naricita –Pero mientras estés en mi casa, deberás comportarte adecuadamente y esperar a que te de lo que desees de comer-
Su pequeña carita se torció en un pequeño mohín de impaciencia y yo no pude sino reír ante ello. Sin duda, era una criatura adorable con la que era imposible permanecer más de cinco minutos enfadada. Sin la menor prisa, fue depositando una a una las galletitas en el cuenco, observando de refilón como Miko las miraba con impaciencia, reprimiéndose por lanzarse a ellas y devorarlas, haciendo caso omiso de mis palabras.
-Adelante, come cuanto desees pequeño- No me dio tiempo apenas de acabar aquellas palabras pues, el mapache se lanzó como alma que lleva el diablo hacia el cuenco, devorando todo cuanto había en su interior. A mitad de aquel festín digno de un rey, giró su cuerpo y se quedó unos instantes con sus ojitos pardos clavados sobre los míos y los mofletes repletos de galletas. Sin duda, una estampa adorable que hizo que una risa se escapara de nuevo entre sus labios y que él emitiera una especie de ronroneo antes de volver corriendo a mi lado para acurrucarse entre mis faldas.
-Eres adorable pequeño Miko- dije mientras mis dedos se hundían en su pelaje acariciándolo -Desde luego hay humanos menos inteligentes que tú, parece que entendieras todas y cada una de mis palabras ¡Sólo te falta hablar! -reí de nuevo tomándole entre mis brazos y aprovechando para darle vueltas en el aire entre risas- Estoy segura de que a Joe le vas a encantar pequeñín.
Una leve y fresca risa escapó de entre mis labios al ver cómo aquel animalillo correteaba por la encimera, metiéndose entre los huecos de los armarios de la cocina buscando algo que fuera digno de su exquisito paladar. Un paladar que parecía tener predilección por las galletas. Reí de nuevo cogiéndole entre mis brazos y cogiendo también las galletas. ¿Galletas quería? Pues galletas tendría. No sabía bien de dónde había salido aquel animal ni por qué parecía entenderme, lo único que sabía era que no deseaba pensar por un instante.
Caminé con lentitud y tomé entre mis manos, tratando de no tirar ni al mapache ni las galletas al suelo, un pequeño cuenco en el que ponerle tan ansiado manjar. Podía sentir como su cuerpecito temblaba de impaciencia tratando de zafarse de mi agarre, y devorar sin pausa todas aquellas galletas.
-Calma Miko- dije tras dejarle en el suelo. Traté de poner la expresión más seria que tenía y mi dedo índice se levantó acusadoramente frente a su pequeña nariz –Puede que no me entiendas y que sea una loca hablando con un mapache- reí acariciando su naricita –Pero mientras estés en mi casa, deberás comportarte adecuadamente y esperar a que te de lo que desees de comer-
Su pequeña carita se torció en un pequeño mohín de impaciencia y yo no pude sino reír ante ello. Sin duda, era una criatura adorable con la que era imposible permanecer más de cinco minutos enfadada. Sin la menor prisa, fue depositando una a una las galletitas en el cuenco, observando de refilón como Miko las miraba con impaciencia, reprimiéndose por lanzarse a ellas y devorarlas, haciendo caso omiso de mis palabras.
-Adelante, come cuanto desees pequeño- No me dio tiempo apenas de acabar aquellas palabras pues, el mapache se lanzó como alma que lleva el diablo hacia el cuenco, devorando todo cuanto había en su interior. A mitad de aquel festín digno de un rey, giró su cuerpo y se quedó unos instantes con sus ojitos pardos clavados sobre los míos y los mofletes repletos de galletas. Sin duda, una estampa adorable que hizo que una risa se escapara de nuevo entre sus labios y que él emitiera una especie de ronroneo antes de volver corriendo a mi lado para acurrucarse entre mis faldas.
-Eres adorable pequeño Miko- dije mientras mis dedos se hundían en su pelaje acariciándolo -Desde luego hay humanos menos inteligentes que tú, parece que entendieras todas y cada una de mis palabras ¡Sólo te falta hablar! -reí de nuevo tomándole entre mis brazos y aprovechando para darle vueltas en el aire entre risas- Estoy segura de que a Joe le vas a encantar pequeñín.
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Correr no siempre es de cobardes. ~Priv.
La señorita que ocultaba algo cogió un bol en el que poner las galletas o eso supuse, aunque me parecía una pérdida de tiempo e iba a malgastar un bol limpio, podía coger las galletas directamente desde la caja, tenía manos, no era como un perro o un gato que no podían coger nada con las manos. Estaba impaciente y la señorita lo notó, porque me dijo que me calmase. Brave, Miko...¿Cuántos nombres distintos iba a tener? Me cogió en brazos para dejarme en el suelo y me quedé de pie sobre las patas.
¿Porqué las mujeres hacían estas cosas? Era un jodido mapache, no debía de tener modales. Vi como iba echando poco a poco las galletas en el bol, esta mujer me ponía de los nervios ¿No podía ir más rápido? Seguro que una tortuga lo hacía más rápido. Al final, consiguió terminar y puso el bol en el suelo, donde mis rápidas manos ya estaban cogiendo la primera de las galletas. Tenía un hambre que creía que me podía desmayar en cualquier momento, así que comí y comí, hasta que mis mofletes se hincharon de lo llenos que estaban.
Me quedé mirando a la chica y rebusqué entre las pocas galletas que quedaban hasta que encontré una que estaba en buen estado, me acerqué a sus pies y se la dejé ahí, por si ella también quería comer alguna galleta. Eran suyas así que... Me terminé las migas que quedaban en el bol y me puse en sus pies para que me recogiese. La loca me cogió y comenzó a darme vueltas en el aire. El estómago se me removió un poco y le di con la mano en la nariz, para que parase si no quería hacerme vomitar.
Me subí a su hombro y me agarré para poder estar más cómodo y ver todo desde otra perspectiva, aunque ya echaba de menos sus caricias. Me quedé mirándola. ¿Me iba a presentar a Joe? Tenía algo de miedo por si me mordía, esos perros solían ser peligrosos, pero si ella confiaba en él... Le haría caso, aunque primero quería verlo desde aquí, si estaba encima de ella, el perro Joe no me haría ningún daño.
¿Porqué las mujeres hacían estas cosas? Era un jodido mapache, no debía de tener modales. Vi como iba echando poco a poco las galletas en el bol, esta mujer me ponía de los nervios ¿No podía ir más rápido? Seguro que una tortuga lo hacía más rápido. Al final, consiguió terminar y puso el bol en el suelo, donde mis rápidas manos ya estaban cogiendo la primera de las galletas. Tenía un hambre que creía que me podía desmayar en cualquier momento, así que comí y comí, hasta que mis mofletes se hincharon de lo llenos que estaban.
Me quedé mirando a la chica y rebusqué entre las pocas galletas que quedaban hasta que encontré una que estaba en buen estado, me acerqué a sus pies y se la dejé ahí, por si ella también quería comer alguna galleta. Eran suyas así que... Me terminé las migas que quedaban en el bol y me puse en sus pies para que me recogiese. La loca me cogió y comenzó a darme vueltas en el aire. El estómago se me removió un poco y le di con la mano en la nariz, para que parase si no quería hacerme vomitar.
Me subí a su hombro y me agarré para poder estar más cómodo y ver todo desde otra perspectiva, aunque ya echaba de menos sus caricias. Me quedé mirándola. ¿Me iba a presentar a Joe? Tenía algo de miedo por si me mordía, esos perros solían ser peligrosos, pero si ella confiaba en él... Le haría caso, aunque primero quería verlo desde aquí, si estaba encima de ella, el perro Joe no me haría ningún daño.
Nahuel- Cambiante Clase Baja
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