AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Herr God, Herr Lucifer → Privado
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Herr God, Herr Lucifer → Privado
“O serpent heart hid with a flowering face!
Did ever a dragon keep so fair a cave?
Beautiful tyrant, feind angelical, dove feather raven, wolvish-ravening lamb! Despised substance of devinest show, just opposite to what thou justly seemest - A dammed saint, an honourable villain!”
― William Shakespeare, Romeo and Juliet
Did ever a dragon keep so fair a cave?
Beautiful tyrant, feind angelical, dove feather raven, wolvish-ravening lamb! Despised substance of devinest show, just opposite to what thou justly seemest - A dammed saint, an honourable villain!”
― William Shakespeare, Romeo and Juliet
Tenía una sorpresa para su querida esposa y su amado hijo. La sorpresa que sabía apreciarían menos, que más los haría rabiar, porque tenía esa capacidad, sobre todo con ella, la de encontrar los puntos más flacos, sus debilidades, y de ellas se alimentaba como un animal voraz; pero Elise poseía esa misma habilidad, y si era sincero, la suya era más avasallante. Esa mujer no era cualquier mujer, era un dios y un demonio, y quizá por ellos, a pesar de lo mal que estaba su relación, no la dejaba. Por ello y porque su batalla se libraba mejor en el campo del matrimonio.
Había preparado su viaje a París sin decirle nada a ella o a Rhett, con el que apenas si cruzaba palabras, de todos modos. Su hijo era un desconocido para él, era sólo una extensión más de su madre, sobreprotectora, pero sabía que pronto debía arreglar ese desperfecto, pues el muchacho era, a la larga, el heredero de su fortuna, su legado y su puesto en la mafia italiana. El muchacho era débil, demasiado mimado por Elise, tenía que solucionar eso de algún modo. Ese era el motivo de su viaje, ese y algunos otros asuntos: expandir el dominio de los Genovese, molestar a Elise, y encontrar a Abigail. Era una agenda muy demandante, pero si alguien era capaz de hacerlo todo, y salir avante, ese era él. Cuidado, meticuloso, con un dominio de todo casi quirúrgico, donde nada se escapaba a su poder, a su odio, o a su saña.
El carruaje lo llevó hasta la puerta de la residencia que su mujer e hijo habían estado ocupando. Propiedad de ella, de su familia, aún así, dadas las convenciones de la sociedad, se consideraba a él como el señor de las tierras de los dos. Vaya tontería, creyó. Bien podía odiarse a muerte con Elise, pero no le quitaba sus méritos, esa mujer era capaz de conquistar toda Europa como sólo sus encantos, con sólo su sagacidad, sin derramar una gota de sangre. Sólo alguien como ella podía estar con alguien como él. Sólo dos personas que no amaban y sólo querían arrancarse a trozos el corazón, podían continuar juntos, a pesar del desprecio manifiesto entre ambos. Pero ese era un secreto al interior del hogar, fuera eran una pareja perfecta, envidiable, un núcleo que funcionaba como reloj suizo. Una fachada que, al menos él, necesitaba para continuar moviendo los hilos en Gran Bretaña.
Descendió del carruaje sin atender a la mano ofrecida por el cochero. No era un maldito inútil. Avanzó y la servidumbre que estaba en los jardines lo miró como si se tratara de una aparición. No anunció a nadie que iba. Un mayordomo se apresuró a abrir la puerta principal, y a recibir su capa de viaje, negra como su alma.
—Anuncia a la señora que he llegado —ordenó, sin mirar al sirviente—. Estaré en la estancia, esperándola. —Al fin le dedicó una mirada llena de desdén. Avanzó por el pasillo del recibidor.
Sonrió al alcanzar la siguiente habitación. Ahí estaba ella y en ese instante quiso destruirla como era siempre que se veían. Quizá ese sentimiento era más puro y más real que el amor que muchos clamaban sentir. Aquí no existían metáforas engoladas, sólo aversión, sólo desprecio, sin más adornos. Inclinó la cabeza en una leve reverencia, y se acercó a ella con largas zancadas. Tomó su mano, y la besó.
—Déjanos solos —dijo al mozo que seguía ahí, que estaba a punto de ir a buscar a la señora de la casa, pero ya no hizo falta.
Wyatt escuchó los pasos de aquel hombrecillo alejarse. Soltó la mano de su esposa y aguardó. Hasta ese día, no había tenido que lidiar con servidumbre demasiado entrometida, pero dado su trabajo, era de esos que no confiaban ni en su sombra. Se irguió luego y miró a Elise directo a los ojos. ¡Era hermosa! Y letal, una combinación peligrosa y que le atraía por sobre todas las cosas.
—¿No te alegra verme? —preguntó, con sorna.
Última edición por Wyatt O'Shaughnessy el Sáb Dic 02, 2017 11:04 pm, editado 1 vez
Wyatt O'Shaughnessy- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 16/08/2017
Localización : París
Re: Herr God, Herr Lucifer → Privado
Sus dedos se deslizaban sobre la tipografía de aquel papel viejo antiguo y amarillento, con las vivas marcas de la humedad en cada esquina; se notaba que era un ejemplar desgastado e igualmente valioso. Sin embargo, no prestaba verdadera atención al escrito, porque su vista no se hallaba sobre el recorrido de sus dedos; el movimiento era más bien producto de un impulso suyo para lograr centrar sus pensamientos en algo más. En algo que ni siquiera era atraído por su mirada, que estaba fija en la fastuosa estantería rebosante de libros en aquel estudio, igualmente imponente, ataviado de tapices con diversos arabescos; cuadros con marcos dorados, y demás objetos de decoración que poco importaban, porque la mente de Elise iba en otra dirección. Justamente en una decisión que podría ser contraproducente en su caso, o quizá no. Pero, ¿qué podía hacer cuando su hijo la presionaba con tal inquina, que la había obligado a doblegarse por completo?
Elise no era mujer que renunciara con facilidad a la guerra, sobre todo a esa que representaba su matrimonio hipócrita, que por muy asfixiante que fuera, lo consideraba su mejor batalla, y no pararía hasta conseguir la victoria. No obstante, su hijo Rhett, a quien amaba con absoluta devoción, le había retorcido la mente, de tal manera, hasta conseguir que ella tomara un postura completamente inesperada. Estaba presionando a Elise, incluso la amenazó en un par de ocasiones, porque sí, Rhett odiaba a su padre más que a cualquier otra persona en el mundo; odio que se transformaba en un ferviente deseo de acabarlo. Y, desde luego, ella se vio implícita sin pretenderlo demasiado. Aunque ya había demostrado su apoyo desde un principio, y éste siempre iba a ir dirigido hacia su único hijo. De eso no cabía la menor duda.
Tener que lidiar con el hastío que suponía un divorcio, sobre todo en su situación, no era algo que tuviera la mejor pinta. Pero al gozar de una independencia significante, que pocas mujeres poseían en aquella época arrogante cabe destacar, aquello le ofrecía ventajas, y mucho mejores que verse atada a las apariencias de su fracasada relación con Wyatt. Por supuesto, lo había meditado durante largas noches, las necesarias para tener todo listo para cuando regresara a Mánchester. Sin embargo, un detalle se agregó a última hora; detalle con el cual no había contado antes, y que le sorprendería de cierto modo.
Lo menos que se esperó, justo cuando un criado la interrumpiría para hacerle saber que alguien la esperaba en el vestíbulo principal, era que Wyatt, justamente él, estuviera ahí, en su propia residencia. Es más, ni siquiera tenía la menor idea de que él iría a arruinarlo todo con su presencia. Claro, ella ya conocía los modos de actuar de su marido, pero algunas cosas tienden a suceder tan repentinamente, que las personas no se dan tiempo de meditarlas siquiera un poco. Y eso fue lo que le taladraba el pensamiento: la inesperada y poco agraciada visita de Wyatt. Aun así, entre sus planes ya había contado con que tendría que encararlo proximamente, sólo para darle la noticia de que ya se estaba gestando la demanda del divorcio, muy bien influenciado por las mañas de Rhett para convencer a su madre de hacer lo que él quería.
Y no le quedaba más alternativa que aprovechar la odiosa ocasión para cumplir con sus pretensiones.
—¿Alegrarme? Sí, lo que digas —replicó, una vez acabado todo el aquel protocolo, absolutamente innecesario, según ella—. Y ya que estás aquí, tengo una conversación pendiente. La estaba dejando para cuando regresara a Inglaterra, pero ya que prefieres adelantarte, entonces, ¿para qué perder tiempo, no?
Esbozó una sonrisa ladina, mientras se giraba y le daba la espalda. No se molestó en invitarlo, o decirle siquiera que la siguiera, él era lo bastante inteligente como para saber qué hacer. Así que Elise simplemente lo condujo hasta su despacho, y estando una vez ahí, le hizo llegar un folio de papel directamente a sus manos. Mantuvo su semblante rígido, sin ningún atisbo de emoción aparente, como si aquello le diera bastante igual.
—No, Wyatt querido, no estás leyendo mal, mucho menos te estás quedando ciego por la edad. Es una auténtica demanda de divorcio. ¡Feliz aniversario!
Elise no era mujer que renunciara con facilidad a la guerra, sobre todo a esa que representaba su matrimonio hipócrita, que por muy asfixiante que fuera, lo consideraba su mejor batalla, y no pararía hasta conseguir la victoria. No obstante, su hijo Rhett, a quien amaba con absoluta devoción, le había retorcido la mente, de tal manera, hasta conseguir que ella tomara un postura completamente inesperada. Estaba presionando a Elise, incluso la amenazó en un par de ocasiones, porque sí, Rhett odiaba a su padre más que a cualquier otra persona en el mundo; odio que se transformaba en un ferviente deseo de acabarlo. Y, desde luego, ella se vio implícita sin pretenderlo demasiado. Aunque ya había demostrado su apoyo desde un principio, y éste siempre iba a ir dirigido hacia su único hijo. De eso no cabía la menor duda.
Tener que lidiar con el hastío que suponía un divorcio, sobre todo en su situación, no era algo que tuviera la mejor pinta. Pero al gozar de una independencia significante, que pocas mujeres poseían en aquella época arrogante cabe destacar, aquello le ofrecía ventajas, y mucho mejores que verse atada a las apariencias de su fracasada relación con Wyatt. Por supuesto, lo había meditado durante largas noches, las necesarias para tener todo listo para cuando regresara a Mánchester. Sin embargo, un detalle se agregó a última hora; detalle con el cual no había contado antes, y que le sorprendería de cierto modo.
Lo menos que se esperó, justo cuando un criado la interrumpiría para hacerle saber que alguien la esperaba en el vestíbulo principal, era que Wyatt, justamente él, estuviera ahí, en su propia residencia. Es más, ni siquiera tenía la menor idea de que él iría a arruinarlo todo con su presencia. Claro, ella ya conocía los modos de actuar de su marido, pero algunas cosas tienden a suceder tan repentinamente, que las personas no se dan tiempo de meditarlas siquiera un poco. Y eso fue lo que le taladraba el pensamiento: la inesperada y poco agraciada visita de Wyatt. Aun así, entre sus planes ya había contado con que tendría que encararlo proximamente, sólo para darle la noticia de que ya se estaba gestando la demanda del divorcio, muy bien influenciado por las mañas de Rhett para convencer a su madre de hacer lo que él quería.
Y no le quedaba más alternativa que aprovechar la odiosa ocasión para cumplir con sus pretensiones.
—¿Alegrarme? Sí, lo que digas —replicó, una vez acabado todo el aquel protocolo, absolutamente innecesario, según ella—. Y ya que estás aquí, tengo una conversación pendiente. La estaba dejando para cuando regresara a Inglaterra, pero ya que prefieres adelantarte, entonces, ¿para qué perder tiempo, no?
Esbozó una sonrisa ladina, mientras se giraba y le daba la espalda. No se molestó en invitarlo, o decirle siquiera que la siguiera, él era lo bastante inteligente como para saber qué hacer. Así que Elise simplemente lo condujo hasta su despacho, y estando una vez ahí, le hizo llegar un folio de papel directamente a sus manos. Mantuvo su semblante rígido, sin ningún atisbo de emoción aparente, como si aquello le diera bastante igual.
—No, Wyatt querido, no estás leyendo mal, mucho menos te estás quedando ciego por la edad. Es una auténtica demanda de divorcio. ¡Feliz aniversario!
Elise O'Shaughnessy- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 18/08/2017
Re: Herr God, Herr Lucifer → Privado
Ah, Elise, tan artera como él, a la única que consideraba una igual, por ello atacaba con mayor saña, como si hacerla infeliz fuese su única meta en la vida. No respondió, sólo la siguió cuando ella avanzó hasta lo que, sospechaba, sería su despacho personal. Era la primera vez que pisaba aquella casa, así que todavía era terreno desconocido y eso no le gustó, no le gustaba andar a tientas en lugares cuyos rincones aún desconocía. Cerró tras él y avanzó hasta donde ella estaba y le ofrecía unos documentos; sin duda no sabía qué estaba pasando así que estiró la mano para recibirlos.
Comenzó a leer y conforme avanzó en el texto ahí plasmado, fue frunciendo más y más el ceño, lucía desconcertado, más que molesto, y al alzar la vista, con la duda plagando sus facciones, Elise le confirmó lo que acababa de leer. Entonces la ofuscación fue sustituida por genuina furia que de inmediato encendió sus ojos como si se trataran de una hoguera.
—¿Estás loca acaso? —dijo, sin llegar a gritar, más bien con enojo contenido, que podía notarse en sus puños y mandíbula tensos. Dejó los documentos sobre el escritorio y puso la mano extendida sobre ellos, haciendo un estruendo con el golpe a la madera—. ¿Qué tontería es esta, Elise? —Ni siquiera pasó por su mente la posibilidad de que se tratara de una broma, porque entre ellos no bromeaban, no había sentido del humor, sólo odio y sólo encono.
—Sabes que no voy a aceptar esto, ¿verdad? Lo sabes, entonces… ¿para qué haces el esfuerzo? No seas tonta, eres muchas cosas menos tonta —Estiró una mano y tomó con brusquedad la ajena, la agarró por la muñeca con poca delicadeza y la jaló. No sólo provocó que su esposa se acercara a él, sino que alzó la mano de la mujer—. ¿Ves esto? —preguntó, refiriéndose a la argolla que vestía, igual a la que él portaba, pues en su cinismo, era incapaz de quitársela aún cuando se revolcaba con otras—, significa que eres mía, para siempre. Hasta que la muerte nos separe. —Arrojó el brazo y de paso la empujó a ella.
—Sólo muerto te vas a librar de mí, y quiero ver que intentes matarme —se burló. Esbozó una sonrisa llena de desdén y escarnio—. Deja esta estupidez ahora que puedes, antes de que yo mismo meta a un abogado. Te destruiría, Elise, te destruiría, y no quieres eso, te lo aseguro —continuó, ahí en el mismo lugar, plantado inamovible como metáfora a su actitud ante toda esta absurda situación.
—¿Quién te metió esta idea en la cabeza? —exigió saber—, porque sé que no fue idea tuya, ¿acaso uno de tus amantes? ¿Acaso te enamoraste? —Rio, y en ese sonido hubo un obvio intento de humillarla. Si algo despreciaba Wyatt más allá de Elise y su hijo, era la tonta e ingenua idea del amor. Eso no existía. En este mundo sólo había poder, dominación y voracidad, eso era lo que lo motivaba.
Al fin se movió. Dio un paso para atrás y luego se giró para recorrer aquel lugar, apenas lo comenzaba a ver en serio, pero realmente careció de importancia. Al parecer, estaban a punto de contender su batalla más fiera y más cruel. Y el Dios en el que Wyatt no creía, sabía que no iba a permitir que esa mujer, su mujer, ganara.
Wyatt O'Shaughnessy- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 16/08/2017
Localización : París
Re: Herr God, Herr Lucifer → Privado
Ya veía venir una pataleta como aquella, porque de otro modo no podía llamar a la actitud de Wyatt. Ya había supuesto que, al leer aquello del divorcio, no le iba a gustar nada, porque, claro, su orgullo no le permitía aceptar semejante cosa, pero, ¿no era lo mejor para ambos acaso? Eso significaba que serían libres, y no tendrían que lidiar con un peso sobre los hombros, al menos ese era el pensamiento sensato de Elise, mismo que fue sugerido, indudablemente, por su hijo, la única persona en el mundo que merecía sus atenciones. Ya luego se encontraba Astor, sólo que esa ya era otra historia.
Lo cierto es que Elise se tomó todo el asunto con calma, como si no le preocupara en lo más mínimo, a diferencia del comportamiento de su marido, mismo que lamentó. ¿Y así llevaba el liderazgo de sus negocios sucios? Uh, había conocido políticos mucho más inteligentes; tipos que sabían cómo lidiar con cualquier situación que significara una "pérdida" para ellos. Sin embargo, ¿estaba Wyatt perdiendo algo? No, ¿entonces por qué tanto escándalo? No tuvo mejor respuesta en determinado momento que suspirar con hastío y cruzar los brazos, mientras se recargaba al borde del escritorio.
¡Cuántas amenazas! ¡Cuánto aburrimiento! Ya se sabía todo el típico discurso de memoria, y, aunque antes sí que lograba sacarla de quicio, en ese instante lo único que hizo fue tomarlo como cualquier cosa. Incluso se quitó el anillo y lo dejó a un lado. Sabía que no significaba nada, pero para molestar y contradecirlo en tal caso, lo hizo.
—Te destruiré, bla bla bla; no quieres eso, bla bla bla; no fue idea tuya, y más bla bla bla —dijo, hasta fingió un bostezo—. Ya he perdido la cuenta de las veces que me has dicho lo mismo, digo, al menos podrías variar un poco el discurso, ¿no crees? Vaya político estás hecho, repitiendo siempre lo mismo. Si tanto quisieras destruirme, ya lo habrías hecho, Wyatt. Oportunidades has tenido, en serio... Y me da igual. A estas alturas ya me es bastante indiferente todo esto.
Razonó, y estaba siendo lógica. Antes había aguantado todo ese peso por Rhett, pero ya era un chico grandecito para cuidarse solo, por mucho que se preocupara por él, razón no le faltaba.
—Yo no le veo problema, la verdad, sería lo justo. Podrías conseguirte a otra, victimizarte, y esas tonterías. Además, te quitarías un peso de encima, y eso estaría bien, ¿no? Tampoco tendremos que armar un escándalo para hacerlo posible —explicó, práctica, porque lo del tema del divorcio, aunque fuera un fastidio por el papeleo, le resultaba una idea bastante adecuada—. Ah, y una cosa, ¿qué hay con eso de que me haya enamorado de otro? ¿Te molesta no ser el único? No, no es eso. Bueno, en fin, te estás tardando en firmar, y alguien me está esperando, así que deja de hacerme perder tiempo con tus berrinches, que ya estás mayorcito para eso.
No hubo intención alguna de sonar cruel, en realidad se mostraba neutral, porque, sí, Elise empezaba a tirar la toalla. Hubo un sutil cambio en su actitud. Sabía que seguir luchando por nada, le colmaría la paciencia en algún momento. Su matrimonio se basaba era en eso, así que prefería luchar por su separación, que por otra cosa que siguiera atándola a ese... ¡Ya hasta se había quedado sin adjetivos para referirse a él!
—¿Qué? Ay, no me digas, ¿se viene otro sermón? Ah, no, ¿es otro intento fallido de humillarme? A ver, Wyatt, ¿no te cansas de lo mismo todos los días y a cada rato? No es que ganaras mucho con hacerlo. En realidad no ganas nada, porque, para ser sincera, me haría más daño la picadura de un mosquito que tus palabras —espetó, y, oh, sí, estaba siendo muy sincera—. Te aferras a cosas sin sentido.
Lo cierto es que Elise se tomó todo el asunto con calma, como si no le preocupara en lo más mínimo, a diferencia del comportamiento de su marido, mismo que lamentó. ¿Y así llevaba el liderazgo de sus negocios sucios? Uh, había conocido políticos mucho más inteligentes; tipos que sabían cómo lidiar con cualquier situación que significara una "pérdida" para ellos. Sin embargo, ¿estaba Wyatt perdiendo algo? No, ¿entonces por qué tanto escándalo? No tuvo mejor respuesta en determinado momento que suspirar con hastío y cruzar los brazos, mientras se recargaba al borde del escritorio.
¡Cuántas amenazas! ¡Cuánto aburrimiento! Ya se sabía todo el típico discurso de memoria, y, aunque antes sí que lograba sacarla de quicio, en ese instante lo único que hizo fue tomarlo como cualquier cosa. Incluso se quitó el anillo y lo dejó a un lado. Sabía que no significaba nada, pero para molestar y contradecirlo en tal caso, lo hizo.
—Te destruiré, bla bla bla; no quieres eso, bla bla bla; no fue idea tuya, y más bla bla bla —dijo, hasta fingió un bostezo—. Ya he perdido la cuenta de las veces que me has dicho lo mismo, digo, al menos podrías variar un poco el discurso, ¿no crees? Vaya político estás hecho, repitiendo siempre lo mismo. Si tanto quisieras destruirme, ya lo habrías hecho, Wyatt. Oportunidades has tenido, en serio... Y me da igual. A estas alturas ya me es bastante indiferente todo esto.
Razonó, y estaba siendo lógica. Antes había aguantado todo ese peso por Rhett, pero ya era un chico grandecito para cuidarse solo, por mucho que se preocupara por él, razón no le faltaba.
—Yo no le veo problema, la verdad, sería lo justo. Podrías conseguirte a otra, victimizarte, y esas tonterías. Además, te quitarías un peso de encima, y eso estaría bien, ¿no? Tampoco tendremos que armar un escándalo para hacerlo posible —explicó, práctica, porque lo del tema del divorcio, aunque fuera un fastidio por el papeleo, le resultaba una idea bastante adecuada—. Ah, y una cosa, ¿qué hay con eso de que me haya enamorado de otro? ¿Te molesta no ser el único? No, no es eso. Bueno, en fin, te estás tardando en firmar, y alguien me está esperando, así que deja de hacerme perder tiempo con tus berrinches, que ya estás mayorcito para eso.
No hubo intención alguna de sonar cruel, en realidad se mostraba neutral, porque, sí, Elise empezaba a tirar la toalla. Hubo un sutil cambio en su actitud. Sabía que seguir luchando por nada, le colmaría la paciencia en algún momento. Su matrimonio se basaba era en eso, así que prefería luchar por su separación, que por otra cosa que siguiera atándola a ese... ¡Ya hasta se había quedado sin adjetivos para referirse a él!
—¿Qué? Ay, no me digas, ¿se viene otro sermón? Ah, no, ¿es otro intento fallido de humillarme? A ver, Wyatt, ¿no te cansas de lo mismo todos los días y a cada rato? No es que ganaras mucho con hacerlo. En realidad no ganas nada, porque, para ser sincera, me haría más daño la picadura de un mosquito que tus palabras —espetó, y, oh, sí, estaba siendo muy sincera—. Te aferras a cosas sin sentido.
Elise O'Shaughnessy- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/08/2017
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