AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Infortunios | Privado
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Infortunios | Privado
Nada quedaba ahora que todo lo que en antaño le ataba en su tierra natal, en un abrir y cerrar de ojos los regocijos y vivencias que alimentaban su corazón jovial se había esfumado de sus manos. De la nada le fue arrebatado todo y sin embargo poseía una fortaleza digna de aplaudir para continuar adelante y unas raíces bien cimentadas para no perder el suelo. Las memorias otrora placenteras que rondabn por su mente se desvanecían mientras las tonalidades policromas en el atardecer poco a poco cedían a la venidera oscuridad. Se encontraba dando un paseo vespertino antes de la puesta de sol, una mano dentro del bolsillo del pantalón y la otra sopesaba un par de francos que había recién adquirido en una lectura previa. Sin embargo sabía que no sería suficiente para pasar una buena noche. Trataba de maquinar una estrategia perfecta para no tener que soportar un asalto o algo peor, algún ataque de seres sobrenaturales, esas efigies que tanto aborrecía.
Poco a poco con pasos mezquinos se abrió lugar entre el tumulto de personas que aún deambulaban como ovejas sin pastor en ese rincón alejado de las portentosas mansiones y petrificadas muecas pertenecientes a la realeza y clase alta. Entonces a tan solo unos pasos de donde él se detuvo escudriñó a la perfección a un hombre de complexión más desarrollada que la suya, traje sobrio y reloj de bolsillo. Divisó la forma en que este tomaba un par de manzanas de un puesto, sabía que no era lo correcto pero así mismo lo que estaba a punto de hacer no lo era en lo más mínimo.
Caminó hacia él una vez guardados los francos nuevamente en el bolsillo chocando adrede en su contra. Los frutos rojos rodaron inevitablemente y en el proceso de disculpa y auxilio al caballero el chico se hizo con una facilidad del reloj de bolsillo.
–Perdón Monsieur, esto es suyo– dijo mientras devolvía las manzanas.
El hombre dirigió una mirada inquisidora, barriéndole de arriba hacia abajo sin soltar comentario alguno. El pequeño gitano tomó nuevamente su dirección cuando los gritos desesperados del sujeto le percataron que venía tras él.
–¡Maldito ladronzuelo! ¡Deténganle!–
Escapar no era precisamente algo que hubiera planeado, había hurtado antes y supuso que todo sería igual de fácil que en aquel entonces. Abruptamente se vio enfrascado en una persecución, durante su trayecto hacia ningún lugar en particular se llevó consigo a un par de personas que charlaban plácidamente.
–¡Disculpen!– soltó, mientras sus pies le impulsaban en su escape, un par de calles había ya de distancia, no habría forma de alcanzarle ahora. Con la respiración agitada sonrió cínicamente y se detuvo en seco desplomándose sobre el suelo cuando la figura robusta de alguien más se topó contra la fragilidad de su cuerpo. Apenas pudo reaccionar tomando de inmediato el reloj que se había caído al suelo, detrás de él, el hombre a quien había robado venía con pasos acelerados. João pasó la lengua por sus labios mostrando ligero nerviosismo ante el hecho de que podría ser la primera vez que algo le saldría mal.
Poco a poco con pasos mezquinos se abrió lugar entre el tumulto de personas que aún deambulaban como ovejas sin pastor en ese rincón alejado de las portentosas mansiones y petrificadas muecas pertenecientes a la realeza y clase alta. Entonces a tan solo unos pasos de donde él se detuvo escudriñó a la perfección a un hombre de complexión más desarrollada que la suya, traje sobrio y reloj de bolsillo. Divisó la forma en que este tomaba un par de manzanas de un puesto, sabía que no era lo correcto pero así mismo lo que estaba a punto de hacer no lo era en lo más mínimo.
Caminó hacia él una vez guardados los francos nuevamente en el bolsillo chocando adrede en su contra. Los frutos rojos rodaron inevitablemente y en el proceso de disculpa y auxilio al caballero el chico se hizo con una facilidad del reloj de bolsillo.
–Perdón Monsieur, esto es suyo– dijo mientras devolvía las manzanas.
El hombre dirigió una mirada inquisidora, barriéndole de arriba hacia abajo sin soltar comentario alguno. El pequeño gitano tomó nuevamente su dirección cuando los gritos desesperados del sujeto le percataron que venía tras él.
–¡Maldito ladronzuelo! ¡Deténganle!–
Escapar no era precisamente algo que hubiera planeado, había hurtado antes y supuso que todo sería igual de fácil que en aquel entonces. Abruptamente se vio enfrascado en una persecución, durante su trayecto hacia ningún lugar en particular se llevó consigo a un par de personas que charlaban plácidamente.
–¡Disculpen!– soltó, mientras sus pies le impulsaban en su escape, un par de calles había ya de distancia, no habría forma de alcanzarle ahora. Con la respiración agitada sonrió cínicamente y se detuvo en seco desplomándose sobre el suelo cuando la figura robusta de alguien más se topó contra la fragilidad de su cuerpo. Apenas pudo reaccionar tomando de inmediato el reloj que se había caído al suelo, detrás de él, el hombre a quien había robado venía con pasos acelerados. João pasó la lengua por sus labios mostrando ligero nerviosismo ante el hecho de que podría ser la primera vez que algo le saldría mal.
Nnamdi- Esclavo
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 29/07/2015
Re: Infortunios | Privado
No era que necesitase hacer las compras él mismo, de hecho era el único hombre de su familia… Cualquiera de sus hermanas elegiría mejor la fruta que él, pero Thian necesitaba simplemente salir del circo esa tarde. Demasiados problemas, mucho alboroto, realmente necesitaba tomar distancia unos minutos del caos para volver con algunas ideas en mente.
Con la excusa de comprar telas nuevas, Thian marchó al mercado a lomos de su caballo al que había atado un pequeño carro algo desvencijado, pero aún servible. La última tormenta había acabado con algunas de las viviendas que los gitanos del circo se habían hecho, solo los carros habían salido bien parados, pero no todos elegían vivir en un carro… él mismo prefería la toldería hecha con estacas firmes y capas y capas de telas. Thian había aprendido muchas lecciones importantes de su difunto padre y una era que los gitanos trabajaban más y mejor si tenían luego un buen espacio donde descansar. No quería tener a cirqueros desconcentrados en sus actos por estar preocupados en los daños de sus casitas, así que con una pequeña fortuna en los bolsillos, marchó al mercado en busca de rollos de telas y cualquier otra cosa que pudiera servirles en la reconstrucción.
De los problemas que lo agobiaban, el último de la lista era el de las tolderías, pero por algo debía empezar, puesto que no podía hacer nada aún para subsanar el más importante: la pelea entre grupos dentro de la étnia. Por años ellos, los Rom, se habían mantenido lejos de aquello a pesar de haber sido una de las principales causas en la división, pero ya los tiempos de abstención estaban pasando… intuía que pronto llegaría el momento en el que un Rom tuviera que volver a alzar la voz y a pedir justicia por lo sucedido; ahora con su padre muerto el único era él. Los esposos de sus hermanas le ayudarían, claro, pero era él quien debía dar cara en algún momento ante los jefes de las otras familias y esa era una responsabilidad que no quería tener.
Compró ocho rollos de tela. Era tan pesada aquella carga que temió que Fergus –el caballo- acabase volando incapaz de hacer contrapeso. Mientras llenaba la carreta, Thian aseguraba con correas lo que había comprado para no perderlo en el camino. A punto estaba de subirse al caballo para partir de nuevo al área de gitanos cuando oyó un pequeño alboroto proveniente de la esquina… Corrió hacia allí los escasos tres metros que lo separaban, creyendo que alguien podía necesitar ayuda. Un pequeño chocó contra su cuerpo y cayó.
-¿Qué ocurre? –le preguntó, pero no oyó su respuesta. Un hombre cuarentón y robusto llegó gritando y acusando al pequeño de ladrón.
-¡Me ha robado! ¡Me ha robado! –gritaba el hombre-. ¡Maldito gitano!
Cuando se plantó junto al niño quiso patearlo, pero Thian se interpuso dispuesto a no permitirlo. No sabía quien era el muchachito, pero sí lo había visto esconder hábilmente algo detrás de su cuerpo por lo que probablemente fuese en verdad un ladronzuelo… De inmediato, Thian quiso ayudarlo porque había bastado que lo llamaran gitano con desprecio para que él supiese de qué lado debía ponerse.
-Lalo, devuelve eso al caballero en este instante –le dijo con tono severo-. Disculpe, hombre. Es mi hermano y siempre anda de travieso. Le aseguro que recibirá su castigo. –Se volvió hacia el niño, otra vez con el nombre que acababa de inventarle, y le dijo-: Anda, devuélvele lo que le hayas quitado.
Cuanto antes se fueran de allí mejor, pues se había congregado a su alrededor un gran grupo de personas con ganas de darle al pequeño su merecido.
Con la excusa de comprar telas nuevas, Thian marchó al mercado a lomos de su caballo al que había atado un pequeño carro algo desvencijado, pero aún servible. La última tormenta había acabado con algunas de las viviendas que los gitanos del circo se habían hecho, solo los carros habían salido bien parados, pero no todos elegían vivir en un carro… él mismo prefería la toldería hecha con estacas firmes y capas y capas de telas. Thian había aprendido muchas lecciones importantes de su difunto padre y una era que los gitanos trabajaban más y mejor si tenían luego un buen espacio donde descansar. No quería tener a cirqueros desconcentrados en sus actos por estar preocupados en los daños de sus casitas, así que con una pequeña fortuna en los bolsillos, marchó al mercado en busca de rollos de telas y cualquier otra cosa que pudiera servirles en la reconstrucción.
De los problemas que lo agobiaban, el último de la lista era el de las tolderías, pero por algo debía empezar, puesto que no podía hacer nada aún para subsanar el más importante: la pelea entre grupos dentro de la étnia. Por años ellos, los Rom, se habían mantenido lejos de aquello a pesar de haber sido una de las principales causas en la división, pero ya los tiempos de abstención estaban pasando… intuía que pronto llegaría el momento en el que un Rom tuviera que volver a alzar la voz y a pedir justicia por lo sucedido; ahora con su padre muerto el único era él. Los esposos de sus hermanas le ayudarían, claro, pero era él quien debía dar cara en algún momento ante los jefes de las otras familias y esa era una responsabilidad que no quería tener.
Compró ocho rollos de tela. Era tan pesada aquella carga que temió que Fergus –el caballo- acabase volando incapaz de hacer contrapeso. Mientras llenaba la carreta, Thian aseguraba con correas lo que había comprado para no perderlo en el camino. A punto estaba de subirse al caballo para partir de nuevo al área de gitanos cuando oyó un pequeño alboroto proveniente de la esquina… Corrió hacia allí los escasos tres metros que lo separaban, creyendo que alguien podía necesitar ayuda. Un pequeño chocó contra su cuerpo y cayó.
-¿Qué ocurre? –le preguntó, pero no oyó su respuesta. Un hombre cuarentón y robusto llegó gritando y acusando al pequeño de ladrón.
-¡Me ha robado! ¡Me ha robado! –gritaba el hombre-. ¡Maldito gitano!
Cuando se plantó junto al niño quiso patearlo, pero Thian se interpuso dispuesto a no permitirlo. No sabía quien era el muchachito, pero sí lo había visto esconder hábilmente algo detrás de su cuerpo por lo que probablemente fuese en verdad un ladronzuelo… De inmediato, Thian quiso ayudarlo porque había bastado que lo llamaran gitano con desprecio para que él supiese de qué lado debía ponerse.
-Lalo, devuelve eso al caballero en este instante –le dijo con tono severo-. Disculpe, hombre. Es mi hermano y siempre anda de travieso. Le aseguro que recibirá su castigo. –Se volvió hacia el niño, otra vez con el nombre que acababa de inventarle, y le dijo-: Anda, devuélvele lo que le hayas quitado.
Cuanto antes se fueran de allí mejor, pues se había congregado a su alrededor un gran grupo de personas con ganas de darle al pequeño su merecido.
Thian Rom- Gitano
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Fecha de inscripción : 19/06/2017
Re: Infortunios | Privado
La situación no era algo común. Y aunque fuese un ladronzuelo jamás había tenido una sola falla en sus actos. ¿Qué había salido mal entonces? Aguardó, mientras aquel joven que jamás había visto con anterioridad se dirigía a él pidiendo un esclarecimiento. Estaba por soltar una explicación escueta, cuando su persecutor hizo el intento de golpearlo. João sólo pudo elevar sus manos para evitar que la agresión fuese más grave. No obstante el hombre joven a su lado detuvo ese atentado y volviéndose nuevamente al niño le llamó por otro nombre. Miró fijamente al joven y trató de pensar. Estaba claro que solo no podría sobrellevar dicha eventualidad, jamás había necesitado ayuda de nadie para conseguir un par de frutos o una pieza de pan y no morir así de hambre. Por lo tanto, lanzó un par de frases entre cortadas al hombre que de mala gana le escuchaba, le miraba de forma inquisidora y no era para menos, la pieza de la que se había hecho valía seguramente para comer por una semana.
–Yo, yo lo siento mucho caballero–
Entregó el reloj que relucía apenas hizo contacto con la luz del sol.
Agachó su mirada y aunque recibió un par de insultos más por parte del hombre, fue mucho mejor que un golpe estrellándose en su rostro. Se levantó del suelo y limpió sus prendas sin hacer contacto directo con el joven en primera instancia. Sin aquella oportuna intervención otro hubiera sido el final de la historia.
Caminó con él un par de segundos sin mirar atrás donde la muchedumbre apenas iniciaba su cuchicheo sobre lo sucedido. El niño gitano estaba apenado eso era un hecho, pero estaba tan acostumbrado a ser reacio con su alrededor que no sabía cómo expresar su gratitud.
–Lo de hace unos minutos… no sé qué demonios piensa hacer ese viejo con el reloj yo le hubiese dado un mejor uso, como vendiéndolo para tener fruta de reserva o una nueva manta, la gente rica es tan estúpida. No había necesidad de armar todo ese teatro, lo tenía todo bajo control–
Espetó de forma sarcástica, porque era claro que tenía todas las de perder esta vez.
Siguió caminando malhumorado, pues ahora debía hallar una nueva forma de no morir de frio y hambre esa noche.
–¿Cómo haces para sobrevivir todos los días? ¿Cómo soportas tratar con gente como ese viejo?–Se detuvo y le miró –Si fuese más grande y más fuerte– Levantó ambos brazos haciendo referencia a una falsa musculatura –Le hubiera partido su feo rostro–
Ya un poco más relajado sonrió después de haber hecho mofa sobre lo sucedido. Así era él. Distante, pilluelo, pero pícaro por naturaleza.
– Mi nombre es João– extendió la mano –¿Cómo te llamas? Jamás te había visto por acá. Sabes, no me gusta deber favores ni que las personas piensen que soy débil por ser solo un niño, así que…– buscó ávidamente en sus bolsillos y halló un franco, mismo que entregó al joven –Estamos a mano–
–Yo, yo lo siento mucho caballero–
Entregó el reloj que relucía apenas hizo contacto con la luz del sol.
Agachó su mirada y aunque recibió un par de insultos más por parte del hombre, fue mucho mejor que un golpe estrellándose en su rostro. Se levantó del suelo y limpió sus prendas sin hacer contacto directo con el joven en primera instancia. Sin aquella oportuna intervención otro hubiera sido el final de la historia.
Caminó con él un par de segundos sin mirar atrás donde la muchedumbre apenas iniciaba su cuchicheo sobre lo sucedido. El niño gitano estaba apenado eso era un hecho, pero estaba tan acostumbrado a ser reacio con su alrededor que no sabía cómo expresar su gratitud.
–Lo de hace unos minutos… no sé qué demonios piensa hacer ese viejo con el reloj yo le hubiese dado un mejor uso, como vendiéndolo para tener fruta de reserva o una nueva manta, la gente rica es tan estúpida. No había necesidad de armar todo ese teatro, lo tenía todo bajo control–
Espetó de forma sarcástica, porque era claro que tenía todas las de perder esta vez.
Siguió caminando malhumorado, pues ahora debía hallar una nueva forma de no morir de frio y hambre esa noche.
–¿Cómo haces para sobrevivir todos los días? ¿Cómo soportas tratar con gente como ese viejo?–Se detuvo y le miró –Si fuese más grande y más fuerte– Levantó ambos brazos haciendo referencia a una falsa musculatura –Le hubiera partido su feo rostro–
Ya un poco más relajado sonrió después de haber hecho mofa sobre lo sucedido. Así era él. Distante, pilluelo, pero pícaro por naturaleza.
– Mi nombre es João– extendió la mano –¿Cómo te llamas? Jamás te había visto por acá. Sabes, no me gusta deber favores ni que las personas piensen que soy débil por ser solo un niño, así que…– buscó ávidamente en sus bolsillos y halló un franco, mismo que entregó al joven –Estamos a mano–
Nnamdi- Esclavo
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 29/07/2015
Re: Infortunios | Privado
De inmediato, Thian sintió que se hallaba frente al más que frecuente caso de personas que creen que el mundo les debe algo y que eso, que no era más que una sensación de ellos, les daba el derecho de ir por la vida armando altercados y quitándole a otros lo que ellos no podrían tener. Thian creía que había personas que robaban solo por el placer de sentir que equilibraban el mundo, que hacían justicia. Solo que esa vez el sujeto era un niño demasiado chico para la vida pesada que de seguro cargaba sobre sus hombros. Tal vez se estuviese equivocando al juzgarlo así, debería conocerlo antes, pero esa sensación le daba a primeras vistas.
-Pequeño, no importa lo que el viejo haga con el reloj, pues era suyo. No voy a decirte qué debes hacer y qué no, tampoco cómo deberías comportarte pues esas son cosas tuyas, pero vivirías con menos problemas si no robaras. Es solo un consejo.
¿Quién era él para decirle qué hacer? Parecía evidente que el niño se había criado en las calles –bajo sus crudas leyes-, que poca era la inocencia que le quedaba y que sabía bien cómo sobrevivirle a cosas que Thian no podría ni imaginar en esos momentos. Aún así, sabía –porque era evidente- que el niño era gitano, y un Rom siempre ayudaba a otro gitano sin importar de qué rama fuese.
-Me llamo Thian –le dijo y extendió su mano hacia el niño para estrechar la pequeña y pegajosa de él, como lo haría con cualquier hombre, quería que se sintiese tratado como un igual-, vivo en el circo –agregó, como si eso justificase que no anduviese seguido por la zona del mercado-. ¿Has ido alguna vez? Creo que te gustaría conocer el lugar…
Volvió hacia su caballo, chequeó nuevamente que todo lo que había comprado estuviese bien sujeto en el carro –no quería tener que parar a medio camino a recoger algún rollo de tela que se le hubiese caído-, y finalmente se giró hacia João con intención de invitarle a seguirlo.
-No, no debes darme nada, João. Guarda eso para cuando lo necesites para comprar algo que comer. Uy, y hablando de eso… ¿Tienes hambre? Yo sí, me cruje la tripa ya. ¿Quieres venir al circo a comer algo? Eso sí, debes prometerme que nada de robos allí, nada de disturbios. La gente del circo es mi familia y yo no puedo permitir que nadie les robe. –Se subió al carro y tensó las riendas para que su caballo supiese que se acercaba el momento de partir, de volver a casa-. ¿Qué dices, pequeño? ¿Vienes? –le preguntó, invitándole a subir.
-Pequeño, no importa lo que el viejo haga con el reloj, pues era suyo. No voy a decirte qué debes hacer y qué no, tampoco cómo deberías comportarte pues esas son cosas tuyas, pero vivirías con menos problemas si no robaras. Es solo un consejo.
¿Quién era él para decirle qué hacer? Parecía evidente que el niño se había criado en las calles –bajo sus crudas leyes-, que poca era la inocencia que le quedaba y que sabía bien cómo sobrevivirle a cosas que Thian no podría ni imaginar en esos momentos. Aún así, sabía –porque era evidente- que el niño era gitano, y un Rom siempre ayudaba a otro gitano sin importar de qué rama fuese.
-Me llamo Thian –le dijo y extendió su mano hacia el niño para estrechar la pequeña y pegajosa de él, como lo haría con cualquier hombre, quería que se sintiese tratado como un igual-, vivo en el circo –agregó, como si eso justificase que no anduviese seguido por la zona del mercado-. ¿Has ido alguna vez? Creo que te gustaría conocer el lugar…
Volvió hacia su caballo, chequeó nuevamente que todo lo que había comprado estuviese bien sujeto en el carro –no quería tener que parar a medio camino a recoger algún rollo de tela que se le hubiese caído-, y finalmente se giró hacia João con intención de invitarle a seguirlo.
-No, no debes darme nada, João. Guarda eso para cuando lo necesites para comprar algo que comer. Uy, y hablando de eso… ¿Tienes hambre? Yo sí, me cruje la tripa ya. ¿Quieres venir al circo a comer algo? Eso sí, debes prometerme que nada de robos allí, nada de disturbios. La gente del circo es mi familia y yo no puedo permitir que nadie les robe. –Se subió al carro y tensó las riendas para que su caballo supiese que se acercaba el momento de partir, de volver a casa-. ¿Qué dices, pequeño? ¿Vienes? –le preguntó, invitándole a subir.
Thian Rom- Gitano
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 19/06/2017
Re: Infortunios | Privado
Pocas veces el niño mostraba interés en las retóricas ajenas, la mayor parte del tiempo burlaba la autoridad con facilidad o se le veía indiferente ante lo que alguien más pudiera decirle. No obstante aguardó callado a que el joven explicara que de cierto modo su actuar previo caía en algo incorrecto por muy apremiantes que los días o las noches fueran. Y es que Joao, jamás conoció la rigidez de un sermón o lo que esto implicaba, su madre, se llevó la vida en velar por los de su campamento y no siempre estaba con ánimos de reprenderle, aunque cuando lo llegaba a hacer el chiquillo solo reía a carcajadas y se escondía para no ser condenado. Esos días dorados se habían ido para siempre y se valió de sus poderes para hallar un espacio entre la sociedad parisina. De vez en cuando bajaba los ojos o los rodaba hacia un costado. Sí. Lo suyo no era ser un niño bien portado, pero no se mostró grosero ante el llamado de atención que el joven tenía a bien hacerle. Le miró con cautela de pies a cabeza buscando algún indicio que le hiciera desconfiar, porque aprendió en tan poco tiempo el arte del engaño, por otro lado comprendió que si el gitano mayor hubiese querido lastimarlo lo hubiera hecho desde el momento en que se cruzaron.
Suspiró de mala gana.
–De acuerdo, entiendo lo que me quieres decir, nada de tocar cosas ajenas y menos a los viejos. Mucho gusto Thian– abrió los orbes un poco más, sorprendido –¡Vaya! El circo, había escuchado hablar del lugar por boca de otros mercaderes pero no lo conozco–
Sonrió de lado cuando el mayor le regresó el franco. Había corrido muchas calles después del hurto hace dos días donde halló por casualidad ese franco tirado justo en medio de la plazuela.
Decretó que sería un amuleto de la buena suerte y lo guardó nuevamente entre sus bolsillos.
–¿Y perderme la oportunidad de conocerlo? Por supuesto que iré–
Su semblante se tornó ligeramente serio y levantó la diestra en forma de promesa.
–Prometo no tocar nada, ni mentir o robar a las personas que ahí trabajan. Soy un niño pero también sé guardar una promesa Thian estas frente a Joao el joven adivinador y el más rápido, jamás alcanzado en sus fechorías–
Rió como no lo había hecho antes, de forma muy natural, porque al fin de cuentas era un niño aún, forjado entre penuria y hambre pero niño al fin. De inmediato se agachó a anudarse los cordones de los zapatos y acomodó un poco su indumentaria y cabello.
–Estoy listo Thian ¿Nos vamos?–
Asintió y se dispuso a iniciar el viaje con el gitano mayor, sus ojos incrédulos admiraban con detenimiento cada paraje que visualizaba a su alrededor.
–También tengo hambre, solo probé una manzana en la mañana estoy seguro que hay mucha comida en el circo dime Thian ¿De verdad trabajas ahí? ¿Crees que podamos colarnos a algún espectáculo? A ver a los hombres que escupen fuego o cabalgar sobre el lomo de algún elefante–
Suspiró de mala gana.
–De acuerdo, entiendo lo que me quieres decir, nada de tocar cosas ajenas y menos a los viejos. Mucho gusto Thian– abrió los orbes un poco más, sorprendido –¡Vaya! El circo, había escuchado hablar del lugar por boca de otros mercaderes pero no lo conozco–
Sonrió de lado cuando el mayor le regresó el franco. Había corrido muchas calles después del hurto hace dos días donde halló por casualidad ese franco tirado justo en medio de la plazuela.
Decretó que sería un amuleto de la buena suerte y lo guardó nuevamente entre sus bolsillos.
–¿Y perderme la oportunidad de conocerlo? Por supuesto que iré–
Su semblante se tornó ligeramente serio y levantó la diestra en forma de promesa.
–Prometo no tocar nada, ni mentir o robar a las personas que ahí trabajan. Soy un niño pero también sé guardar una promesa Thian estas frente a Joao el joven adivinador y el más rápido, jamás alcanzado en sus fechorías–
Rió como no lo había hecho antes, de forma muy natural, porque al fin de cuentas era un niño aún, forjado entre penuria y hambre pero niño al fin. De inmediato se agachó a anudarse los cordones de los zapatos y acomodó un poco su indumentaria y cabello.
–Estoy listo Thian ¿Nos vamos?–
Asintió y se dispuso a iniciar el viaje con el gitano mayor, sus ojos incrédulos admiraban con detenimiento cada paraje que visualizaba a su alrededor.
–También tengo hambre, solo probé una manzana en la mañana estoy seguro que hay mucha comida en el circo dime Thian ¿De verdad trabajas ahí? ¿Crees que podamos colarnos a algún espectáculo? A ver a los hombres que escupen fuego o cabalgar sobre el lomo de algún elefante–
Nnamdi- Esclavo
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 29/07/2015
Re: Infortunios | Privado
Sí que estaba emocionado ante la aventura que estaba por vivir, Thian podía notarlo y eso lo enternecía. Le alegraba poder cambiar así el día de alguien… el niño solo aspiraba a un buen robo ese día y sin embargo ahora estaba por conocer el circo. Todo había cambiado para João y Thian se permitió contagiarse de su entusiasmo.
-Nos vamos entonces –dijo y se pusieron en marcha-. Confío en ti, João –le advirtió- y mira que yo no suelo confiar en cualquiera. Así que no me defraudes, mantén la promesa que acabas de hacerme. Claro que podremos ver algún espectáculo, aunque es todavía temprano… dime, ¿a tu familia no le molestará que te hayas ido? ¿Dónde vives y con quién?
Tarde se le había dado por pensar en aquello, lo último que quería era meterse en problemas… Ya, luego de comer algo y de presenciar algún ensayo previo, le pediría a su cuñado que devolviese al centro de la ciudad al muchachito.
No tardaron en llegar al circo -la algarabía del niño había hecho liviano el trayecto del viaje- y la sensación de estar en casa invadió a Thian que no pudo evitar preguntarse dónde experimentaría ese niño una sensación similar, ¿tenía acaso un hogar? No lo creía.
-Bajemos aquí –le dijo a João-. Oh, Armaud. Mira, este es mi amigo João, lo conocí hoy en el centro. Niño, este es el esposo de mi hermana –los presentó y se volvió hacia el adulto un momento-: Encárgate de las telas, la más grande es para arreglar la rotura de la carpa central, el resto para reparar los destrozos de la última invasión a las tolderías… Si sobra algo lo guardas en el almacén, yo creo que he comprado de más, mejor que nos sobre y no que luego falte. Gracias, hermano. Iré a comer, muero de hambre.
Saludó a su familiar y con un gesto de complicidad invitó a João a seguirlo hacia la carpa donde solían comer todos juntos. Ya la hora de almuerzo había pasado, por lo que comerían prácticamente solos.
-Oh, hay pavo –se alegró al sentir el aroma en cuanto ingresaron-. ¿Hueles? Que delicia... Sé que te prometí una manzana, y la tendrás pero primero almorcemos. Oh, Maika, gracias… que delicioso huele. –Saludó a la muchacha, que suspiraba por él, con una sonrisa y agradeció que nada más verlos se hubiera apurado por servirles.
En menos de una hora comenzarían las prácticas de acrobacias, esas en las que los valientes gitanos se colgaban de telas y escalaban a grandes alturas armando figuras en el aire con sus cuerpos, de seguro eso sorprendería al niño.
-En un rato comienza algo que te gustará ver –le prometió entre bocado y bocado-. Antes cuéntame de ti, João. ¿Qué te gusta hacer? ¿Con quienes vives? ¿Tienes amigos? Eres muy joven, tienes toda una vida por delante… ¿Qué quieres hacer con ella?
-Nos vamos entonces –dijo y se pusieron en marcha-. Confío en ti, João –le advirtió- y mira que yo no suelo confiar en cualquiera. Así que no me defraudes, mantén la promesa que acabas de hacerme. Claro que podremos ver algún espectáculo, aunque es todavía temprano… dime, ¿a tu familia no le molestará que te hayas ido? ¿Dónde vives y con quién?
Tarde se le había dado por pensar en aquello, lo último que quería era meterse en problemas… Ya, luego de comer algo y de presenciar algún ensayo previo, le pediría a su cuñado que devolviese al centro de la ciudad al muchachito.
No tardaron en llegar al circo -la algarabía del niño había hecho liviano el trayecto del viaje- y la sensación de estar en casa invadió a Thian que no pudo evitar preguntarse dónde experimentaría ese niño una sensación similar, ¿tenía acaso un hogar? No lo creía.
-Bajemos aquí –le dijo a João-. Oh, Armaud. Mira, este es mi amigo João, lo conocí hoy en el centro. Niño, este es el esposo de mi hermana –los presentó y se volvió hacia el adulto un momento-: Encárgate de las telas, la más grande es para arreglar la rotura de la carpa central, el resto para reparar los destrozos de la última invasión a las tolderías… Si sobra algo lo guardas en el almacén, yo creo que he comprado de más, mejor que nos sobre y no que luego falte. Gracias, hermano. Iré a comer, muero de hambre.
Saludó a su familiar y con un gesto de complicidad invitó a João a seguirlo hacia la carpa donde solían comer todos juntos. Ya la hora de almuerzo había pasado, por lo que comerían prácticamente solos.
-Oh, hay pavo –se alegró al sentir el aroma en cuanto ingresaron-. ¿Hueles? Que delicia... Sé que te prometí una manzana, y la tendrás pero primero almorcemos. Oh, Maika, gracias… que delicioso huele. –Saludó a la muchacha, que suspiraba por él, con una sonrisa y agradeció que nada más verlos se hubiera apurado por servirles.
En menos de una hora comenzarían las prácticas de acrobacias, esas en las que los valientes gitanos se colgaban de telas y escalaban a grandes alturas armando figuras en el aire con sus cuerpos, de seguro eso sorprendería al niño.
-En un rato comienza algo que te gustará ver –le prometió entre bocado y bocado-. Antes cuéntame de ti, João. ¿Qué te gusta hacer? ¿Con quienes vives? ¿Tienes amigos? Eres muy joven, tienes toda una vida por delante… ¿Qué quieres hacer con ella?
Thian Rom- Gitano
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Fecha de inscripción : 19/06/2017
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