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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gilmore Dom Nov 19, 2017 12:44 pm

Akershus sin duda tenia muchas cosas buenas, no me costó en demasía darme cuenta de que aquel lugar destilaba cierta magia, no solo porque en el habitaran ciudadanos con artes mágicas, si no porque lejos de ostentar la frialdad de otras fortalezas donde el regente desde el trono ejercía su poder, esta parecía una familia donde todos se ayudaban y protegían.
Era como vivir esas historias sobre tiempos de antaño que padre me contaba, donde el rey Arturo y su tabla redonda era la utopía del mejor de los reinados.

La noche era gélida, como todas en tierras norteñas, así que tras recolocar las pieles sobre mis hombros continué el camino que llevaba a la taberna.
Allí se reunían muchos jóvenes y aunque de normal prefería la soledad de unas buenas vistas, aquella noche tenia ganas de probar algo diferente, adentrarme en las entrañas de esa vida para mi desconocida.
Siempre tiró de mi la parte salvaje, me sentía mas cómodo en la piel de un caballo que en la propia, mas por esa noche seria simplemente un hombre, quería saber que se sentía exactamente al relacionarte con otros de tu especie.

Sloan no salió aquella noche, decía estar cansado ,así que era mi oportunidad de no dejar que él me resolviera la papeleta y hacerlo yo mismo.
Tomé asiento en un taburete, como mesa un barril, las rondas iban y venían, podía verlos beber como cosacos, reír y vocifear, la mayoría animados por el ambarino liquido.
Yo con una jarra ante mi, iba dando sorbos en silencio.
No es que sintiera vergüenza, o pudor, ni siquiera que no tuviera arrojo como para acercarme a ellos, era mas bien que me causaban curiosidad.

Me mantuve allí, bebiendo de la jarra hasta que por la puerta vi entrar a una dama, acompañaba al Conde, se notaba que ese hombre no solo imponía respeto, si no aprecio, allí estaba el rey Arturo y me pregunté si la belleza que le acompañaba seria lady Ginebra.
Continué fijándome como saludaba aquel hombre a varios que debían ser sus generales, no pude apartar mis ojos embelesado de la doncella que seguía sus pasos.
Él parecía afectuoso con ella, cortes le ofreció asiento y pidió una ronda de jarras para todo el grupo que los acompañaba.
Camelot, las historias que madre me contaba tomaban forma ante mis ojos aquella noche.
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Mensaje por Ira Mar Nov 28, 2017 7:19 am

Habían trascurrido un par de semanas desde la guerra que sacudió su condado, violentó a su gente y a los sobrevivientes les arrebató las tierras, forzándolos al desplazo. Akershus se había convertido en su lugar seguro; un segundo hogar, se hubiese atrevido a llamarlo de no conocer que su estancia allí se trataba de una situación provisional. La joven cambiante se esforzaba por convivir con su humanidad, por entenderla, incluso si aquello significaba estar dispuesta a lidiar con el recuerdo y el dolor de la pérdida. Sin embargo, el conde Cannif, a pesar de sus incontables responsabilidades, había apartado un espacio para instruirla en la facultad humana, en cómo manejar sus emociones, las buenas y en especial las malas, canalizar el dolor, la furia y convertirlas en algo bueno… o simplemente encausar los sentimientos nocivos en el sendero correcto: venganza, un callejón sin salida donde su sentir enardecería hacia el enemigo correcto, ese perverso rey que, fuese mucho o fuese poco, a todos les había arrebatado algo.

Cualquiera que fuese la elección sería suya, era aquel precisamente el encanto de la humanidad, el libre albedrío.

Según había tenido la oportunidad de apreciar, muchos vagaban por el segundo camino. Por algún motivo que ella no terminaba de comprender, era un hábito humano encontrar mórbida satisfacción en la represalia, como veneno dulce que corrompe el alma. Ciertamente, los humanos encontraban más sencillo destruir que construir, mas no era ese el tipo de mujer que Ira aspiraba a ser. Deseaba vivir en paz, así que, al no tener derecho a librarse de sus obligaciones como condesa, optó por esforzarse en convertirse en el cimiento sobre el cual se alzaría de nuevo su pueblo.

La castaña aprendía rápido y para entonces su progreso ya era evidente. Se había esmerado en supervisar las necesidades de su gente, en acercarse a ellos, conocer de sus pasados y las situaciones que afrontaban en el presente. Cada vez le era más sencillo socializar o por lo menos simpatizar con esa existencia de la que más bien poco y nada conocía, esa que alguna vez consideró como una prisión ahora veía como una oportunidad.
Aquella tarde arribó de su pequeña aventura en París. Por supuesto, la tentación de escapar aún latía en su interior y lo hizo todo el camino de vuelta; añoraba deslizarse entre los cielos, el aire frío que se colaba entre sus plumas y la libertad de tener el mundo a sus anchas, no obstante, le había prometido a Höor que volvería y eso fue exactamente lo que hizo. Aún tenía problemas para controlar sus transformaciones, así que cuando llegó, se vio obligada a mantenerse en su forma animal hasta encontrar la manera de sobreponerse al animal e intercambiarla por la esbelta figura de la mujer.

Para cuando lo logró, el conde le invitó a tomar unas jarras junto a sus generales. Ella no tenía ni una sola muda de ropa así que, tras prestar un par de prendas del armario de Khayla, salió al encuentro del conde y entonces ambos prosiguieron su camino hasta la taberna. A Höor todos los observaban, le sonreían o le saludaban con gran respeto o admiración, ella lo comprendía, el hombre era un héroe, una leyenda, de tal forma que, incluso ella, en su forma animal, había escuchado su nombre en los susurros del viento. Ira no era mujer de entregarse en devota confianza, pero él era su excepción.

Tras un par de gratos saludos, todos se dispusieron a tomar asiento. Höor le ofreció uno a su lado y procedió a ordenar una ronda para todos. Los generales, ya con algunas jarras en la cabeza, conversaban y se reían escandalosos. Ira, los contemplaba intrigada, aún maravillada por la naturaleza humana, a sus ojos, esos vikingos continuaban siendo criaturas extrañas. Ladeó la cabeza, era fascinante como el ambarino líquido que bebían los desinhibía por completo. Pronto, incluso el conde sucumbiría a los efectos del licor, pero ella continuaría desentonando, pues, aparentemente, la madre tierra, no contenta con hacerle animal, también le había hecho terriblemente resistente al alcohol.

Mientras repasaba sus zafiros sobre los hombres que conversaban amenamente, Ira reparó en un silencioso detalle que hasta entonces había pasado desapercibido. Un hombre de apariencia extranjera, en cuyo rostro no encontraba aire de familiaridad, los observaba con fijeza. Todos estaban demasiado borrachos como para notar la entrometida mirada que de ellos no se apartaba, mas a la percepción recelosa del águila nada se le pasaba.

De un único trago acabó con el contenido de la vasta jarra. Höor la observó entretenido, ni siquiera los vikingos bebían con tanta prisa. Ella le sonrió de vuelta y acercándole sus labios al oído para escuchara sus palabras en medio del bullicio, le susurró que iría a llenar la jarra de nuevo. La castaña se puso en pie tras el asentimiento del conde y se acercó a la barra pidiendo al cantinero que llenara su vaso de nuevo. El forastero de misteriosa mirada se encontraba a uno o dos metros de distancia, Ira podía sentir el peso de los pardos recayendo sobre su cuerpo. Una vez el tabernero  retornó con el recipiente lleno, sin miramiento alguno, ella volvió la cara hacia el extraño, con sus áureos resplandeciendo desconfiados.

¿Quién eres? — Indagó suspicaz, examinándolo con los ojos entrecerrados — ¿y qué quieres? ¿por qué no has dejado de mirarnos?

Colocó su jarra sobre el barril que el hombre servía de mesa y firme se cruzó de brazos. No quería hacer escándalo, pero de ser necesario, ella misma se encargaría de sacarlo a patadas.
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Mensaje por Gilmore Mar Nov 28, 2017 12:43 pm

La cambiante se puso en pie, mis ojos se centraron en como sus labios se orillaban al oído del conde, algo le susurró que este asintió con la cabeza deslizando su mano por la cintura de ella con delicadeza.
La joven se alejó de él camino hacia la barra con la jarra vacía entre sus manos y una ladeada sonrisa.
Sus movimientos eran elegantes, sin duda parecía una de esas princesas de cuentos de hadas, de esas que nunca se fijan en las presencias invisibles como la mía.

Di un sorbo de la jarra, por encima del vidrio vi como la doncella de perfectas formas se apoyaba recostando ligeramente su pecho sobre el madero para pedir al tabernero mas cerveza.
Este se la repletó enseguida, ser la compañía del conde parecía tener sus ventajas.

Caminaba de vuelta hacia el sin duda rey Arturo, cuando quebró su camino parándose frente al invisible, me sobresalté ante tan inesperado acontecimiento y mas por aquella pregunta que me dejó postrado en el sitio.
Balbuceé ligeramente.
-pu-pu-pues a vos -respondí con sinceridad, demasiada, pues rápidamente sentí el calenton en mis mejillas y bebí para apagar ese fuego interior que en mi se extendía -siento si os he molestado, mi amigo no ha venido a la taberna conmigo y …

Ya empezaba a hablar de mas, como siempre cuando me entraba un ataque de nervios
-El caso es que he venido a Akershus acompañando a un amigo que busca a su padre -me tapé la boca ¡ostia, si él no quería que el oso supiera nada de eso! -pero que bueno, en definitiva somos escoceses y hemos venido...
No decía nada con sentido y la joven enarcaba una ceja mirándome.
-¿y tu que haces aquí cuando podrías estar con él? -dije ahora intentando recuperar la sensatez -es como si Lady Ginebra no eligiera a Arturo, no tiene sentido ¿no crees?

Di un trago de mi copa, me relamí los labios bañados en blanca espuma.
-Creo que el conde te busca -dije al ver como este miraba en nuestra dirección.
Otro ya se habría acercado a marcar terreno, pero este seguía riendo y bebiendo con sus amigos.
Supongo que otra muestra mas de la seguridad que este desprendía


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Mensaje por Ira Miér Dic 27, 2017 3:00 am

Ira examinó al hombre con los ojos entrecerrados y una mueca suspicaz cuando este hizo un vano intento por esclarecer la situación, balbuceando un discurso que enrevesó más de lo que explicó. Observándole en contrapicado, la castaña se cruzó de brazos y enarcó una ceja mientras sus orbes celestes se incrustaron como dos arpones en presa, escudriñando en los pardos que la observaban de vuelta con un deje de timidez. Sus irises centellaron dorados, otorgándose la habilidad de apreciar el aura que desprendía la piel de su interlocutor, como un tenue halo de tonalidades verdes. El ámbar de su mirada se apagó instantáneamente. El resplandor que simbolizaba la esencia de aquel individuo no se mostraba amenazante, si bien era uno de su misma naturaleza, debía ser algún mamífero, un herbívoro fue su suposición más acertada. Frunció el entrecejo sin relajar la postura; que fueran semejantes no lo obviaba de su recelo, aquel sujeto no era todo animal y si algo había aprendido de su estancia en Akershus era que la humanidad tendía a ser engañosa.

¿A mí? — inquirió abriendo los párpados a su máxima expresión sin comprender por qué un extraño fijaría su atención en ella — ¿Por qué? — se contempló a sí misma de pies a cabeza.

Las mejillas de su afín se tiznaron en un rojo intenso, su expresión entera exteriorizaba incomodidad, apestaba a ansiedad, e incluso en medio del bullicio, producido por las risas, los cánticos y el elevado tono de voz de los vikingos, la castaña fue capaz de escuchar el acelerado ritmo al que palpitaba el corazón del sujeto. Ladeó la cabeza intrigada. Ninguno de los hombres con los que había entablado relación hasta el momento se mostró tan retraído como el que tenía en frente, este era como un animal escurridizo, le rehuía la mirada y se salía por la tangente sin darle una respuesta directa o coherente a sus indagaciones. Los vikingos eran atrevidos, determinados, algunos incluso desvergonzados y como buenos predadores siempre andaban de caza… tanto así que a veces ella se amedrentaba cuando alguno de ellos se le acercaba demasiado.

Con el único hombre con quien se sentía en plena confianza era el conde, mas de él no había recibido actitud que no fuera cordial, era un gran maestro y un buen amigo.

No sé quien es esa tal Ginebra —Respondió encogiéndose de hombros con sutileza—  Hace poco el conde me dio a probar una bebida a la que le llaman igual, pero sabía bastante mal así que no confiaría en ninguna mujer que lleve ese nombre.

Al cambiante pareció divertirle su comentario, mas rápidamente sacudió el asunto apuntando que Höor le buscaba. La castaña deslizó la mirada a sus espaldas por encima del hombro y en tanto sus zafiros encontraron los verdes del conde, le dedicó una sonrisa amplia e inocente, asegurándole con el sólo gesto que todo estaba en orden. Entonces volvió su atención al cambiante.

Tienes razón, el conde me ha invitado, no puedo irme sin más, eso sería… —hizo una breve pausa, tanteando palabras en busca de la correcta, dándole un pequeño sorbo al contenido de su jarra mientras cavilaba— Maleducado —aseguró— Pero tú puedes venir con nosotros… el conde es muy amable, conoce a todos aquí así que es probable que también conozca a tu padre, o a quien sea que busques, esa parte no la entendí muy bien… sólo no te quedes aquí mirando, por lo que sé entre humanos eso no es bien visto…

Una sonrisa divertida le curvó los labios antes de darse media vuelta y retomar el camino hasta la mesa donde el héroe y los demás vikingos departían alegres. De nuevo, Ira tomó asiento, dando una que otra mirada fugaz en dirección al cambiante —quien aún no parecía haber concretado una decisión— invitándolo a acercarse. La verdad era que le intrigaba la posible resolución de aquel hombre. Höor no parecía agradarle demasiado, quizá sólo lo intimidaba… como fuera, prefería vigilarlo de cerca; aún no se fiaba de él.
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Mensaje por Gilmore Miér Dic 27, 2017 5:11 am

Enarqué una ceja cuando la cambiante, esa preciosa mujer que aun no comprendía como estaba hablando conmigo cuando la esperaba en aquella mesa una horda de vikingos con poder suficiente como para dominar el mundo, me invitaba a acompañarla a sentarme junto a ellos.
-pe, per, pero -tartamudeé mirando hacia aquella mesa con cierto recelo donde los hombres reían, bebían y se daban manotazos.
Desde allí podía escuchar las chanzas de sus batallas y el acero que colgaba de sus espaldas francamente no es que me animara a acercarme teniendo en cuenta que Lady Ginegra era la mujer de Arturo y este me sacaba una cabeza y una bastarda.
-¿No le molestará a Höor que me invites a tomar asiento?

Decía que era muy amable, claro amable con ella que era preciosa , pero dudaba que conmigo fuera tan.. ¿agradable?.
Mi sonrisa nerviosa se quedó expuesta cuando la joven doncella empezó a caminar de nuevo hacia donde sus amigos la esperaban, al parecer aquel intercambio de miradas entre ella y el conde bastó para que la princesa no dudara en acudir a sentarse con su rey.

Me quedé unos instantes quieto, meditando los pros y los contras de despegar mi culo del asiento, yo no solía sentirme muy a gusto entre los humanos, solo con Sloan y de normal no nos relacionábamos mucho con nadie, ni permanecíamos demasiado tiempo en un mismo sitio.
En esta ocasión porque Sloan había venido a Akershus en busca de su padre y en cierto modo yo tenia que estar allí y esperarlo.

Me armé de valor, ya que de acero no es que fuera muy sobrado y camine hacia esos hombres que en cuanto me vieron quedarme parado a su lado se callaron atravesándome con la mirada.
Ulf, el general me pidió una jarra y devolvió la mirada al resto que pronto volvieron con sus ruidosas chanzas ¿me confundían con un mesonero?
-No soy un camarero -dije en voz tan baja que ni me oyeron.

Podía ver la diversión en la mirada de la cambiante que creo era capaz de leer en mi aura lo incomodo que me sentía.
Fue Höor el que movió un taburete dando un par de golpes sobre este para que me sentara.
-Otro par de jarras -pidió a una de las posaderas que no le quitaba de encima la mirada.
-¿eres nuevo por aquí chaval? -preguntó clavando su imponente mirada en la mía escurridiza y esquiva.
-S, s, si -dije finalmente -he llegado con Sloan y con la chica herida de la enfermería.
Este asintió con una sonrisa.
-Deberías unirte a los entrenamientos, corren tiempos difíciles y no te vendrá mal muchacho saber defenderte -alegó dándome un par de golpes en la espalda que casi me parten en dos -bebe
Lo vi acercar sus labios al oído de Lady Ginebra y después a ambos reír cómplices mirándose.





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Mensaje por Ira Jue Ene 25, 2018 2:58 pm

Ira se volvió sorprendida al percibir la esencia del extranjero tornarse más fuerte cuando este, finalmente, optó por seguir su consejo y acercarse a la mesa. Todos los humanos tenían un aroma particular, mas en general los hombres del norte olían como sus tierras, como su guerra, a una amalgama de coníferas, fuego y acero; sin embargo, este expelía una fragancia diferente, nada que no hubiera olfateado antes, por el contrario, un aroma bastante familiar, como una pequeña bocanada de libertad bastante difícil de ignorar. La castaña, lejos de imaginar que el cambiante aceptase su invitación esbozó una pequeña sonrisa, esperando que su gesto afable fuese suficiente para brindar algún tipo de conforte al muchacho cuya presencia se reducía a la de un nervioso animal.

Libertad no era el único efluvio que desprendía el escoses, de hecho, la inquietud que brotaba de sus poros tenía un aroma más intenso; evidentemente, el joven no se sentía cómodo entre los vikingos, pero Ira valoró el esfuerzo que requería juntar el coraje para aproximarse, una pequeña acción que le hizo sentirse mucho más cómoda con su presencia. Fue entonces cuando Ulf, confundiendo al muchacho con uno de los mozos, sin prestarle mucho cuidado, le ordenó una nueva ronda. El joven, avergonzado, musitó una réplica ininteligible que se perdió entre el bullicio y las risotadas de los bárbaros.

A la castaña le agradaba el general Tollak, era un buen hombre y un gran guerrero, pero tras aquel equívoco desplante, sus mares azules se bañaron del fuego del sol, fulminando al vikingo con la mirada. Ulf continuó parloteando con los demás ignorante de su error, mas cuando los orbes azulinos del rubio se toparon con los suyos, este abrió los ojos como platos, sorprendido por su repentina e insólita hostilidad. Höor colocó la diestra sobre el hombro de Ira y para cuando ella se volvió a él le dedicó una sonrisa atenta que tornó las aguas bravas en marea baja. La verdad era que que sentía un gran aprecio por el conde, por salvar su vida, por acoger a su pueblo; ella confiaba plenamente en él, lo suficiente como para considerarlo su amigo.

El héroe, cordial como de costumbre con aquellos que lo merecían, invitó al joven a sentarse a su lado y, tras ordenar otro par de jarras, hizo conversación con el muchacho. Por la expresión que el escoses puso en su rostro, la cambiante supuso que, en vez de brindarle calma, la intervención de Höor le había causado más ansiedad. Ella se carcajeó por lo bajo y permaneció en silencio permitiendo a los hombres conversar.

De repente, sintió la voz del conde perderse en los recovecos de su oído; Höor insinuó con picardía que unas palabras de su parte le vendrían bien al extranjero, quien ahora, un tanto amedrentado, jugueteaba nervioso con su copa. Ira observó al conde sonriendo y haciendo un gesto de negación con la cabeza.

Eres perverso, Höor Cannif — Le susurró ella de vuelta y ambos rieron con complicidad.

Entonces Ira volvió su atención al escoses y apoyó los antebrazos sobre la mesa, anclando sus zafiros a esas oscuras esferas que le rehuían e inclinándose un poco hacia él, con el fin de que pudiese escuchar su discurso en medio de la algarabía.

No nos has dicho tu nombre — Apuntó ella enarcando las cejas, aguardando por una respuesta; cuando la obtuvo le dedicó una sonrisa — Es un placer conocerte.

No cruzaron más palabra, al menos no en ese momento, Ira tomó su jarra y empezó a vaciarla de a pequeños sorbos mientras escuchaba la amena charla de los vikingos, riéndose cada vez que se burlaban de Randulf.

Los minutos pasaron con prisa. Ira pasaba un buen rato, le gustaba sentarse y examinar el comportamiento de los humanos, lo encontraba divertido y le ayudaba a entenderlos mejor; no obstante, cuando su mirada encontró a Gilmore quien, aunque mucho menos apocado que antes, se veía bastante incómodo, su corazón se estrujó, culpa, así llamaban a esa sensación. No tenía que ser un lince para comprender que el joven se sentía fuera de lugar. Suspiró, esa nunca fue su intención, ser humano era terriblemente difícil.

Gracias por la invitación Höor, lo he pasado muy bien, pero creo que ya me iré a descansar — Elevó las comisuras, depositando un beso en la mejilla del conde — Te veo mañana.

Se puso en pie y colocó su atención sobre su semejante.

¿Vienes? — inquirió ladeando la cabeza.

Los vikingos ya estaban algo pasados de copas, así que cuando escucharon la invitación que le hizo al cambiante emitieron al unísono un “uhhhhh” que insinuaba un escenario más comprometedor. Las mejillas del escoses se encendieron en un rojo intenso, el conde estalló en carcajadas, y Ira, como lo había aprendido de las otras mujeres, rodó los ojos.

Una vez pasó el alboroto, la castaña se despidió de todos los presentes, no sin dejarle a Ulf —a modo de juego— un calvazo como recordatorio por su descortesía; todos los bárbaros se mofaron del general y entonces partió en compañía del extranjero.

Akershus era bastante grande, así que, por unos minutos, ambos caminaron en silencio, con las estrellas custodiando su paso. Fue ella quien rompió el hielo.

Apestabas a ansiedad… hueles mejor ahora — dijo observándolo de soslayo con una sonrisa traviesa en los labios — Sé que eres como yo… que compartimos la misma naturaleza, pero no sé qué eres — El muchacho entreabrió los labios para contestar, pero Ira no se lo permitió — Déjame adivinar ¿una ardilla? ¿un conejo? ¿una marmota? A mí me encantan las marmotas, saben bastante bien — Ira era bastante sincera, no tenía filtro, decía cuanto pensaba, mas en tanto cayó en cuenta de lo que había dicho, la diversión se esfumó de su rostro — lo siento si eres una marmota, juro que no he comido una sola desde que vivo como humana, yo… yo soy un águila — dijo en medio de una risita nerviosa— y un halcón y… un búho —aclaró con expresión risueña
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Mensaje por Gilmore Jue Ene 25, 2018 3:40 pm

Me sentía como un conejo asustado, esos hombres vociferaban alzando las jarras, chocandolas, hablado de la ausencia de cojones de un tal Randulf y de como le insertarían su espada por el culo para solventar su problema de almorranas.
Admito no sentía envidia alguna por ese hombre, solo de ver tan fieros guerreros, todos pertrechados de acero, moles humanas que se abrazaban pasados de copas riéndose incluso los unos de los otros, ese tal Randulf debería pasar a mejor vida.
El desafió de pulsos no tardó en llagar, miraba la escena acobardado, vanos los intentos del conde, el único que parecía reparar en mi presencia dándome un poco de conversación. Aunque se centraba mas en Lady Ginebra, no lo culpaba.

Su seguridad era palpable pues le pedía que me diera conversación como si no le importara ¿como al león podía molestarle un insignificante ratón? Así me sentía ante su presencia.
Miré maravillado al rey de Camelot, que lazaba sus puños porque había vencido en uno de esos juegos y el otro le pedía revancha alegando que había hecho trampas.
En medio de ese caos la bella dama de larga y salvaje cascada me pregunto mi nombre.
Sorprendido por su interés abrí los labios para pronunciarlo, pero no se el motivo, mi voz no me respondía, algo que hizo reír a todos los allí presentes y a mi ponerme mas rojo que el culo de la posadera a la que todos le daban azotes.
-Gilmor -dije finalmente para el cuello de mi camisa.

Ella parecía divertida con ellos,yo por contra solo un corzo en manos de una jauría de lobos. Iba ya a decir que me retiraba, cuando como si leyera mi mente, se despidió del conde depositando un casto beso en su mejilla que Höor acogió con una ensanchada sonrisa mientras rodeaba su cintura.
Fue cuando se giró hacia mi y me pidió que la acompañara cuando por un instante el silencio se hizo entre los temerarios bárbaros, silencio que duro lo que mis mejillas en teñirse de rojo y sus grotescas carcajadas en inundar la sala.

Por suerte pude esconderme tras la jarra que acabe de un trago levantándome tras ella mientras las grandes manos de esos hombres me revolvían el pelo como si solo fuera un cachorro de lobo aprendiendo a ser un hombre.

Caminamos sin rumbo, al menos yo no lo tenia, mi mirada nerviosa iban analizando cada detalle de la ciudadela, todo menos perderme en su hipnótica mirada, no se si ella se daba cuenta del poder que tenia y de lo que despertaba en mi con tan solo hundir mis pardos en ella.
Era un sueño para cualquier hombre, cuerpo curvilíneo de pecado, labios jugosos bañados en licor y rasgos perfectos como si hubiera sido cincelada por la misma diosa Morrigan.

Su desparpajo, y esa forma de dirigirse a mi como si me conociera de toda la vida logró que poco a poco fuera relajándome a su lado, atreviéndome a dirigirle sutiles miradas que delataban seguramente lo mucho que me gustaba.
Quizás necesitaba una jarra mas para reunir el valor para decirle que para mi era Lady Ginebra y que si quería yo podía convertirme en Lancelot.
-Cambio en equino, aunque entiendo perfectamente que me confundas con un conejo aterrado por esos vikingos -bromeé recordando mi comportamiento en la taberna -no estoy muy acostumbrado a estar entre la gente -dije “y menos con mujeres como tu” pesé ensanchando la sonrisa.
-¿y donde quieres ir? -pregunté deteniéndome frente a ella.


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Mensaje por Ira Dom Feb 25, 2018 1:14 am

No has estado tan mal — se volvió hacia el cambiante, sonriéndole reconfortante y con amplitud— pueden llegar a ser intimidantes, la mitad del tiempo no entiendo de lo que hablan, pero son buenos hombres… y la humanidad es fascinante ¿no lo crees?

Incluso a pesar de su confesa atracción por los seres humanos, había coexistido entre ellos lo suficiente como para comprender la dualidad de tal naturaleza, tanto lo —subjetivamente— bueno como lo malo. La humanidad era como el fuego, misteriosa, vigorosa e hipnotizante… un deleite de contemplar; no obstante, era también impredecible, volátil, peligrosa, acercarse demasiado implicaba el riesgo de salir lastimado y para entonces, en su corta e inexperimentada existencia, Ira ya había sentido el ardor de esa brasa más de una vez. Fueron los conflictos de aquella esencia los que le arrebataron la cordura a su madre, los que obligaron a su padre a regresar a batallar hasta la muerte, los que engendraron en sus hermanos un odio voraz por ella…

En Akershus pudo conocer la mejor faceta de tal condición. El conde le había enseñado de lealtad, persistencia y humildad, pero incluso el temerario Höor Cannif, el hombre que tanta admiración en ella despertaba, llevaba consigo su propio infierno; si ni siquiera el héroe estaba exento de tales defectos ¿cómo podría ella estarlo? Por alguna razón le atemorizaba verse forzada a conocer los suyos, encender esa chispa que por tantos años estuvo apagada. Era consciente de la responsabilidad que tenía con su pueblo, era deber suyo conocer a su gente, entenderlos, darles prioridad por encima de sus impulsos y deseos y, si bien era cierto que disfrutaba de admirar la ambigüedad del carácter humano, verse en compañía de uno de su misma clase le brindaba el conforte de su verdadera sustancia, salvaje y libre, que no estaba dispuesta a olvidar.

Fue entonces cuando el escocés se plantó frente suyo, preguntándole a dónde quería ir. Ira ladeó la cabeza y juntó los labios en una mueca pensativa, vacilando entre las posibilidades. Era tarde, hacía frío y las ropas que enfundaban su cuerpo eran ajustadas y bastante escotadas; desde que en esa forma no contaba con el tibio y frondoso plumaje del ave, lo más prudente sería no aventurarse demasiado lejos del castillo.

Su estómago gruñó. Fue la necesidad de saciar su apetito la que encendió en su mente una traviesa idea.

¿Tienes hambre? — Inquirió ella con media sonrisita elevando sus comisuras.

El cambiante entreabrió los labios para contestar, pero ella no le dio tiempo a formular respuesta. Su diestra enlazó la del muchacho y sin pedir consentimiento o brindar advertencia alguna, tiró de él en dirección al castillo, arrastrándolo al interior del mismo por los largos pasillos que hacían parecer el interior de la edificación un laberinto gigante y sin salida. Ira frenó frente al umbral de la cocina y haló de su acompañante, obligándolo a resguardarse tras la pared, volviéndose hacia él para contemplarle con sus grandes y brillantes orbes azulados y esa expresión risueña que jamás abandonaba sus facciones.

Tenemos que ir con cuidado — susurró tras inclinándose un poco hacia el joven para que le escuchase — la cocinera se pone un tanto agresiva cuando alguien intenta sacar comida a escondidas, da un poco de miedo… de hecho, creo que incluso a Höor le da un poco de miedo, pero él jamás lo admitiría. — comentó en tonalidad jocosa.

Por supuesto era mentira, o bueno, por lo menos la parte del conde; había aprendido de los humanos que encontraban graciosas las exageraciones o de situaciones que evidentemente falsas narradas como afirmaciones. Lo único cierto era que aquella mujer cocinaba delicioso, pero tenía un carácter de los mil demonios, uno que era mejor no retar. Ira giró el cuello y lanzó una furtiva mirada al interior de la cocina, la mujer, acomodaba unos panes rellenos, recién horneados, entre una cesta. El aroma de aquellos bocadillos inundó las fosas nasales de la castaña, quien inspiró hondo sintiendo cómo se le hacía agua la boca. La mujer, quien parecía ya haber terminado su labor, cubrió la cesta con una tela, dejándola sobre el mesón y se dirigió hacia la salida a paso presuroso.

Ira abrió los ojos como platos y rauda se volvió hacia Gilmore.

¡Actúa normal! — le advirtió. Él le observó confundido, gesto que se marcó aún más en sus facciones, cuando ella estalló en carcajadas al tiempo que la mujer cruzó por la puerta — ¡Quién diría que las marmotas podían hacer eso!

La cocinera les lanzó una mirada despectiva de soslayo. Ira continuó fingiendo —terriblemente— las aparatosas carcajadas hasta que la mujer viró por la izquierda al final del pasillo. Su risa se fundió y sus mares calmos se incrustaron en las pardas esferas de su semejante.

Eres muy malo para esto — se mofó divertida sin considerar por un instante que ella era mucho peor.

Sin más preámbulo la joven ingresó a la cocina, invitando a Gilmore a seguirla, tras lanzarle una pícara mirada.  Una vez adentro, se acercó a la cesta de los panes y retiró el trozo de tela que cubría la abertura, permitiéndose un instante para deleitarse con el olor de los panes. Entonces, como si la mujer hubiese leído sus intenciones, retornó en busca de los preciados bocadillos; los pasos eran cada vez más fuertes, se escuchaban cada vez más cerca, no había otra salida que la misma por la que habían ingresado y ya era muy tarde para escapar.

Sin otra opción Ira cubrió de nuevo el canasto y tras agarrar el brazo del muchacho, tiró de él, acomodándole frente a ella en angosto espacio que quedaba entre la pared y la alacena, un recoveco tan estrecho que entre sus cuerpos no quedó aire que les separase, quedando sus pechos ceñidos contra los pectorales del escocés, sus alientos convergiendo a escasos centímetros de distancia y las puntas de sus narices friccionando etéreas. La castaña, divertida, se llevó el índice a los labios y siseó para que su acompañante hiciese silencio.

La cocinera irrumpió en la cocina sin muestra alguna de sigilo, mirando de un lado a otro en busca de quien fuese que se atreviera a poner mano sobre sus panes. Ira trató de hacerse una idea de los movimientos de la mujer haciendo uso de su sentido auditivo, pero el corazón de Gilmore palpitaba tan fuerte que ella casi podía sentir el violento impacto contra su pecho.

Shhh tranquilo — musitó por lo bajo intentando tranquilizarlo, acariciando con la calidez de su aliento los labios ajenos — Exageré acerca de la mujer… no es tan mala, pero es mejor no provocarla. Todo estará bien, lo prometo.
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Mensaje por Gilmore Dom Feb 25, 2018 4:20 am

“¿Tienes hambre?” esa pregunta retumbó en mis oídos al ver la cara picara que ponía, algo me decía que se refería al hambre del vació en el estomago y no al que me entraba, muy distinta, y en la entrepierna cuando miraba a Lady Ginebra.
Iba a responder cuando su mano aferró la mía, abrí los ojos desorbitadamente y mi mejilla se pringo de un rubor difícilmente disimulable ¿escuchaba como latía mi corazón? Esperaba que no.

Tiró de mi hacia las cocinas, eso si, advirtiéndome de la maldad que encerraba ese ser oscuro que allí residía. Imaginé una especie de mujer trol, con melena y un rodillo de amasar en su diestra, también una sarten de acero en su siniestras y con sendas armas, mortales al ser por ella esgrimidas, podría darme muerte en menos de lo que canta un gallo.
-¿Esto es nenenene-cesario? -tartamudeé y mas lo hice cuando aseguró que el conde, el gran Arturo de Camelot también la temía.
Eso aun tenia peor pinta, si ese hombre que bien podía ser Juan sin miedo temía algo, seria peor de lo que yo de por si había imaginado.
Me hubiera detenido en seco de no ser porque ella era preciosa y la idea de acompañarla hasta el fin de los días se me antojaba demasiado buena como para parar ahora.

Íbamos rumbo a las cocinas, ya saboreábamos el sabor de unos panecillos recién echos al inundar nuestras fosas nasales ese olor azucarado tan característico cuando la dragón apareció por la puerta.
“Disimula” dijo la joven riéndose a carcajadas mientras a mi me temblaban las piernas, furibunda la cocinera pasó por nuestro lado seguramente pensando que eramos una pareja un tanto rara, pues ni su risa ni mi tembleque era lo que se podía decir un “disimula” en toda regla.

Ahora en cuanto la mujer desapareció por una esquina el plan maquinado volvió a ponerse en marcha y de un tirón seco me metió en las cocinas para darnos el banquete que aplacara su hambre, mi estomago estaba cerrado de los nervios, así que mi sonrisa nerviosa delataba lo poco o nada acostumbrado que estaba a este tipo de “chanzas”
Empezaba a relajarme cuando de nuevo los pasos del dragon que vigilaba su cueva retumbaron el pasillo, habíamos entrado a por su oro y seriamos fulminados bajo su halo de fuego por ello.

Hubiera implorado clemencia por mi acto de haber estado solo, era un herbívoro no el valiente corazón de León que el Cannif portaba bajo su pecho, mas Ira tiró de mi para ocultarnos tras una puerta, la distancia que quedó entre nuestros cuerpos fue ínfima, tal fue así que mis mejillas ardían, mis labios entreabiertos acogieron el aliento de la cambiante, olvidé todo, el peligro incluso pues solo era capaz de pensar con una cosa y se alzaba entre mis piernas golpeando su bajo vientre ahora mismo. ¡que vergüenza!

Nuestras miradas se encontraron, la mía turbia como la noche mientras sus palabras acariciaban mis labios despacio, asegurándome por el temblor que llevaba encima que no era cierto lo que me había contado.
Cerré los ojos apoyando mi frente contra la ajena al escuchar que la cocinera volvía a largarse, aunque con nuestro botin entre sus manos.
-Por poco -susurré contra su boca. De forma casi instintiva mis brazos fueron a la pared y allí la acorralé en una cárcel de piel y hueso que dejo mas que patente por ella mi salvaje deseo.




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Mensaje por Ira Dom Mar 25, 2018 6:33 am

Sus apacibles palabras no surtieron ningún efecto, el corazón del irlandés galopaba tan raudo y enérgico que parecía iba a salirle expelido por el pecho. En un principio, Ira no comprendió el por qué de aquella aflicción, quizá se trataba de una reacción natural del cuerpo al subidón de adrenalina suscitado por lo cerca que se encontraron de ser descubiertos… o peor, tal vez era el síntoma alguna enfermedad pues a menos de que estuviesen corriendo una maratón, un palpitar tan veloz no podía considerarse ser sano y, considerando que en la posición en la que se encontraban a penas y podían moverse, fue lo mejor que se le ocurrió. La duda le estranguló el estómago… o quizá era el hambre, aún no era capaz de diferenciar entre emociones y sensaciones, como fuera, entreabrió los labios para preguntarle al hombre si se encontraba bien, pero la respuesta llegó por sí sola.

Inclinó su rostro hacia Gilmore e inspiró un par de veces. Conocía ese aroma… temor, el mismo que emanaban las marmotas cuando les insertaba sus garras y estas se removían entre ellas sin encontrar salida. Sus gemas azules examinaron el rostro del cambiante. Se sintió culpable… y como odiaba esa sensación, pero sin importar cuan molesta fuese esta ya había sentido miedo también alguna que otra vez y daba por hecho que esa era peor.

Mírame — Susurró la petición sujetando entre sus manos la mandíbula de su semejante, cuando la cocinera requisó con infernal mirada el lugar— respira conmigo

Inspiró hondo, copando sus pulmones de aire a la máxima capacidad e inmediatamente procedió a liberarlo en una calma bocanada que se extinguió en el interior de la boca ajena. Sus astros azules se anclaron a la bruna mirada de Gilmore; para cuando volvió a inspirar él le imitó, repitiendo el proceso un par de veces hasta que la mujer abandonó la cocina, llevándose consigo el que debía de haber sido su delicioso botín. La castaña curvó sus labios en un gesto afable, el irlandés se observaba mucho más tranquilo lo que significaba que su intervención había funcionado. El truco lo había aprendido de Höor, él lo había utilizado en ella en otro momento y ahora ella le encontraba propósito, al parecer, la respiración era un elemento clave en la intensidad de las emociones humanas.

La frente de el hombre se apoyó sobre la suya, las palabras de alivio que le dedicó acariciaron el halo fantasmal de sus labios, mientras apoyaba las manos en la pared a sus espaldas, cercando su cuerpo con ellas.

¿Estás bien? — Inquirió en un murmullo

Ira ladeó la cabeza sin intuir lo que sucedía, al menos no hasta que se percató de la presión de la abultada entrepierna de Gilmore ciñéndose contra su pelvis. Sus ojos se abrieron como platos y su mirada descendió al lugar de la presión, asegurándose de que no era producto de su imaginación.

Esa parte de ti está haciendo algo — Indicó sin titubeos

De nuevo, el ritmo cardiaco de su acompañante se aceleró en relación proporcional al compás de las agitadas respiraciones que exhalaba y el efluvio a ansiedad que emanaba de los poros. La castaña podía inferir que la del hombre era la reacción natural en respuesta a un estímulo, simplemente no se percataba que el estímulo era ella y, por ende, tampoco entendía el por qué del amargo aroma a vergüenza que se impregnó en él. Lo contempló con los ojos entrecerrados intentando dotar de sentido a los tartamudeos que él le dio como respuesta, pero la explicación que obtuvo sólo le confundió más.

De repente su estómago rugió recordándole su necesidad y haciéndole olvidar la de él por completo. Restregando su cuerpo contra el ajeno, Ira se deslizó entre el estrecho recoveco hasta que logró salir y una vez halló libertad comenzó a requisar las alacenas en busca de algún bocadillo que pudiese saciar su hambre.

¿Cuánto tiempo te quedarás? — Le preguntó como si nada hubiese sucedido

Entre una canasta halló un par de panes duros y en el interior de un recipiente de cerámica las sobras de un gran trozo de jamón con las que muy seguramente alimentarían a los perros.  Se encogió de hombros tras inspeccionar la carne. No era selectiva a la hora de comer, el mundo animal era crudo, salvaje, sólo el más fuerte era capaz de sobrevivir y, muchas veces, durante épocas de escasez, había tenido que conformarse con algún conejo o un pobre ratón. Sin pensárselo demasiado embutió algunos trozos de carne entre uno de los panes y antes de comérselo estiró la mano en la que sostenía el improvisado sándwich, ofreciéndole un mordisco. Él negó con la cabeza rechazando su oferta, por supuesto, no comía carne, era herbívoro.

Bueno, como te lo dijo Höor, deberías unirte a los entrenamientos, al menos mientras estés aquí. Yo estaré allí y me gustaría verte allí — Le sonrió antes de dar un primer y grande bocado.

Un par de mordiscos le bastaron para terminar su merienda, no obstante, aunque ahora se sentía mejor, la levadura del pan le había secado la garganta. Escudriñando entre las despensas había avistado una botella de vino que no dudó en alcanzar antes de volverse hacia Gilmore con un deje de diversión.

¿De esto si te apetece? — Preguntó con inocente picardía

Tan pronto como obtuvo la aprobación del hombre, lo tomó de la mano y lo arrastró fuera de allí en dirección a su cuarto.


Última edición por Ira el Jue Abr 26, 2018 11:53 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Gilmore Dom Mar 25, 2018 9:01 am

Lady Ginebra me miraba de soslayo tratando seguramente de descifrar el tufo a vergüenza que desprendía al escuchar sus palabras. Que mi verga se movía hundiéndose en su vientre era mas que evidente, nunca había sentido esta cercanía con ninguna mujer, al menos no una como la diosa que se alzaba ante mis ojos inquisitiva como el ave que representaba.
Su estomago rugió y como si lo que entre ambos estaba pasando no le importara se deslizó por la prisión escapando como un reo con una sonrisa en sus labios rumbo a los alimentos que quedaban dispersos sobre la mesa de la cocina. Sus ojos se movían felices apreciando lo que para ella era un banquete y a estos acompasaba sus manos al cazar un trozo de jamón y unos panecillos con los que se hizo una especie de bocadillo.

Cerré los ojos aun sin salir del agujero golpeando con mi aliento la pared donde poco antes había estado ella, necesitaba relajarme, me temblaba el cuerpo fruto de los nervios y del evidente deseo que había demostrado y que por suerte lady halcón no parecía haber comprendido.
Una vez mi respiración se normalizo y mi abultada hombría dejo de golpear con ímpetu el pantalón salí del estrecho agujero encontrándome con la dama que mordiendo su manjar me ofreció un poco.

Arrugué la nariz y negué con la cabeza, yo era herbívoro, la carne no me sentaba bien, así que decline la oferta no sin clavar mis ojos en sus preciosos y jugosos labios, esa mujer era un pecado reencarnado ,el de la lujuria, un ser que no debería estar siendo presenciado por ojos mortales y que sin duda, si bien podía pertenecerle a alguien como el conde, ni por asomo podía estar hecha para un ser como yo, insignificante.
-Yo no se luchar -aseguré avergonzado.

Ella quería verme en el campo de entrenamiento pero había visto a esos vikingos con el acero en la mano, eran realmente buenos, yo apenas sabía esgrimirlo Sloan me daba pequeñas clases, peor la verdad es que no era mi fuerte la guerra, digamos que se me daba mejor correr libre, y otro tipo de cosas mas adecuadas a mi condición, los herbívoros eramos presas, no depredadores, para mi amigo la batalla formaba parte de su adn, para mi por contra, huir era lo correcto cuando tienes al enemigo de frente.

Elevé la mirada al ver como me tendía la botella de vino y sin pensármelo acepte y di un buen trago, no es que estuviera sediento, pero si muy nervioso.
Si iba a los entrenamientos todos se reirían de mi e Ira acabaría dándose cuenta, si no lo había hecho ya, que era un patán.
Acabamos en su habitación, durante todo el camino fui dando tragos de la botella, la verdad es que servia para ademas de entrar en calor calmarme un poco.
-Eres muy guapa -dije ensanchando la sonrisa como un bobalicón, seguramente azuzado por el alcohol que ya había bebido en la taberna y por el que ahora faltaba de la botella.
La alce un poco para mirar su contenido, me había bebido bastante y eso me hizo reír.
-¿estas con el conde? -pregunté con la lengua mas suelta mientras la miraba con fijeza.

El fuego crepitaba a sus espaldas, lamiendo su silueta, francamente era una diosa y yo no podía hacer mas que adorarla desde una distancia que con ganas acortaría en este instante.


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Mensaje por Ira Jue Abr 26, 2018 2:45 pm


Bueno para eso son los entrenamientos, para aprender — apuntó ella con una afable sonrisa esbozada en sus labios; no obstante, al percibir la incomodidad del joven ante su planteamiento, quizá también incrementada por la inquietud que le produjo la situación con la cocinera, a pesar de que el término de prudencia aún era ajeno a su naturaleza, en ese momento Ira optó por persistir— Como te dije, estaré allí si cambias de opinión. Si no, siempre puedes encontrarme…  — La castaña se detuvo en seco frente la fachada de su habitación y dándole una divertida mirada a su semejante, agarró el picaporte entre sus manos, lo giró, empujando suavemente la puerta hasta que esta se abrió de par en par — Aquí.

La castaña cruzó el umbral e inmediatamente se dispuso a encender la lumbre. De madrugada las temperaturas de las tierras septentrionales eran más bajas de lo usual, el frío calaba bajo su dermis y sin sus plumas, sólo la incandescencia de las llamas podía estabilizar su temperatura corporal. Una vez el fulgor naranja aprisionado en la chimenea iluminó la estancia, Ira se volvió a Gilmore, quien tímido, había optado por plantarse en la entrada, supuso ella a la espera de aprobación.

Vamos, entra — tras sentarse en el suelo junto a la calidez del fuego, dio un par de palmaditas en la madera del piso como una invitación para que se acomodara a su lado — Pero cierra la puerta, que hace frío.

El extranjero obedeció a su petición y tomó asiento frente a ella. Le tomó un par de minutos entrar en calor; desde el momento en que recuperó su humanidad, cuidar de sí misma y las necesidades de su cuerpo era básicamente una labor. A pesar de que la forma que portaba significaba alguna que otra ventaja, no podía dejar de sentirse débil en aquella piel.

Parloteando de cuanto asunto asaltó su mente, a Ira pronto se le olvidaron sus aflicciones. Gilmore, por su parte, permaneció silente mientras ella hablaba de esto y aquello, limitándose a beber del vino que le había ofrecido. Para cuando quiso un trago del licor la botella ya estaba medio vacía; no obstante, ella no se lo hizo saber pues el alcohol parecía haber distendido la tensión de su interlocutor, pues la tirantez del semblante con el que cargaba antes se desvaneció en una divertida mueca que le ensanchaba la sonrisa.

… bueno, no ha sido fácil, a duras penas conozco a un par de personas y aunque Höor ha sido muy amable, usualmente está ocupado, ser conde no ha de ser tarea fácil. — Aseguró, frotándose los brazos con las palmas de la mano—  Yo a duras penas puedo cuidar de mi misma y no fallar en el intento.

En ese momento Gilmore interrumpió su discurso con una frase totalmente discordante con el tema de su dicción. Repentinamente le confesaba que la encontraba bonita. Sorprendida, ella abrió los parpados a su máxima expresión, contemplando al cambiante con sus celestiales y gigantescas esferas azuladas, pestañeando un par de veces sin comprender el origen de aquel comentario. Entreabrió los labios sin saber cómo responder a la afirmación y tras elevar las comisuras ligeramente negó con la cabeza reiteradas veces.

Todos continúan diciéndome lo mismo y no lo comprendo.

Desde que había puesto pie en Akershus alguno que otro vikingo se le había acercado con doble intención; Sin embargo, Höor siempre se había asegurado de mantener un ojo sobre ella, no por que le quisiera de otro modo que no fuera el fraternal sino porque, suponía, no quería que nadie se aprovechara de su inocencia o su falta de experiencia.

La siguiente pregunta del equino la dejó aún más confundida. La castaña ladeó la cabeza, contemplándolo con el entrecejo fruncido y sin ninguna idea de lo que hablaba. ¿Estaba con el conde?

Bueno pues… en la taberna estaba con él… ahora estoy contigo — Musitó, respondiendo una indagación a la que no había hallado otro sentido que no fuera el literal.
Gilmore no tardó en explicarle a lo que se refería y ella, comprendiendo lo que este realmente le preguntaba, soltó una carcajada.

Oh — alcanzó a pronunciar entre risas — No, no estoy con él — Aclaró, recobrando el aliento, haciendo énfasis en el verbo, manteniendo la amplia sonrisa que le surcaba los labios —  No sabría decírtelo a ciencia cierta, pero creo que a él le gusta otra mujer, una pirata, nunca he hablado con ella, pero es muy bonita y ellos se ven bien juntos.

No explicó si ella estaba con alguien más, tampoco lo consideró necesario. Gilmore parecía ya bastante atolondrado por el alcohol ingerido. Ella se puso en pie y lo contempló en contrapicado.

¿Estaba bueno? — Inquirió ella risueña, señalando la botella — Puedes pasar la noche aquí si quieres.  — El intentó ponerse en pie, mas tambaleante volvió a caer al suelo, Ira rio por lo bajo y le ofreció su mano, para ayudarlo a ponerse en pie— Vamos.

Sin dificultad la castaña tiró del irlandés y sirviéndole de apoyo, le ayudó a caminar en dirección a la cama, pero a paso inestable y arrastrando los pies finalmente Gilmore perdió el equilibrio cayendo sobre el lecho y arrastrando a la castaña con él.
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Mensaje por Gilmore Lun Mayo 07, 2018 3:59 pm

Lady Ginebra respondió a mi pregunta con una simpleza que no esperaba ni de lejos ¿esa mujer no entendía mis palabras o es que iba demasiado borracho para encauzar la pregunta de forma adecuada?
-No, no me refiero a eso, quiero decir que si tu y el conde.. -gracias al alcohol que había soltado mi lengua era capaz de formular la pregunta ,si no, mi ausencia de valor me hubiera dejado con la duda -si estas como pareja juntos, apareandoos -dije esperando que así lo comprendiera.

Cuando esta negó respiré aliviado como un niño pequeño al que acaban de prestarle el juguete que durante tanto tiempo llevaba deseando.
Esa mujer era inalcanzable para mi, de eso era muy consciente, si no estaba con el conde no tardaría en acabar con sus generales.
-Eran todos fuertes y parecías gustarles -dije como observación enredando las palabras ligeramente -claro que eso es normal, eres muy guapa.
¡Mierda! de nuevo parecía un paleto alabando su belleza como si no hubiera estado con una mujer en la vida, claro que no erraba en su sospecha si eso pensaba.

Ensanche la sonrisa antes de llevar el vidrio nuevamente a mis labios, no se las copas que había bebido pero las suficientes como para que una risa absurda se instalara en mis labios riéndome de mi mismo.
-Esta bueno si -dije alzando el vaso ya vació entre mis dedos.
La cambiante me ofreció quedarme, creo que era mas que obvio que si intentaba irme no llegaría en mi estado a ninguna parte.
-¿aquí? ¿contigo? -me puse tan nervioso que ni siquiera acertaba a usar la palabra adecuada, así que asentí con la cabeza pensando que era mi oportunidad de estar con ella.

Tiró de mi para ayudarme a ponerme en pie tras mi fallido intento y colando su menudo cuerpo bajo mi brazo sonrió cuando mi brazo quedo sobre sus hombros, avanzamos hacia el lecho con paso renqueante, yo me reía no se muy bien de que, peor al llegar allí mi torpeza me hizo tropezar y arrastrarla conmigo detrás dando de bruces con el camastro.

Mi cuerpo se convirtió en cárcel de piel y huesos acomodándome sobre ella sin la menor intención de hacerme a un lado.
-Que suerte he tenido -dije con la sinceridad de un borracho mientras mis palabras golpeaban sus labios.

Mis ojos se centraron en sus húmedos belfo mientras los míos entreabiertos dejaban escapar el aliento sobre estos.
-¿como será besarlos? -pregunte mas para mi que para ella.



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Mensaje por Ira Sáb Jun 02, 2018 6:15 pm

¿Ira abrió los ojos como platos cuando Gilmore, aturdido por el licor consumido, confesó querer besarla. Eso sí lo había entendido y a la perfección, pero se tomó un instante para procesarlo. La castaña comprendía el significado inmediato del concepto, mas las posibles connotaciones continuaban siéndole un gran misterio. Los hombres guardaban diferentes motivos a sus palabras y a sus acciones y, aunque él compartía su misma condición, era evidente que esta había sido moldeada por la interacción con los humanos. ¿Quería sólo un beso? ¿aparearse con ella? o ¿estaba interesado en ella de otra forma más densa? Quizá una que escapaba sus capacidades.

Las esferas turquesa de Ira que, hasta el momento permanecieron centradas en la turbia mirada de su semejante, se deslizaron lentamente hasta la boca del mismo; la distancia era efímera, los labios ajenos friccionaba fantasmales los propios y el vaho calcinante de las exhalaciones se colaba en su humedad. Lo meditó un instante, podía ceder, pero cualquiera que fuera la intención, era demasiado pronto. No habría tenido problema en permitir que tomara sus labios, de hecho, podía acostarse con él pues era a lo que su instinto le impulsaba, pero las águilas se emparejaban de por vida y por lo que había aprendido de las personas, ese no era un compromiso sencillo de adquirir.

Höor le había explicado que algunos hombres, en especial los vikingos, tomaban lo que querían y luego se iban. El conde no podía decirle con quien o quienes estar, mucho menos qué hacer o no con su vida, la belleza de la humanidad residía en poseer la conciencia para resolver qué hacer y el libre albedrío de poder hacerlo, pero instruirla a que aprendiese a cuidar de sí misma sí estaba dentro de sus posibilidades. Ciertamente, las emociones eran inestables, volubles, complicadas y a ella aún le costaba lidiar con todo ello, estaba aterrorizada del sufrimiento, ese dolor punzante e intangible, esa incorpórea opresión en el pecho de la que rehuyó en su forma animal desde muy pequeña. Había sufrido los estragos de las sensaciones mundanas una y otra vez, perdió su hogar, a su madre y a su padre y la única familia que le restaba, sus hermanos, la odiaban a muerte… era razonable que quisiera evitarlo.

Desde que había puesto pie en Akershus varios hombres se le habían acercado con intenciones semejantes, pero una vez lo comprendía a todos los había terminado despachando ¿podría hacerlo con Gilmore también? Ahora estaba bien, debía estarlo por su pueblo, la gente que prometió liderar. Höor se lo había repetido incontables veces, necesitaban de ella y, aunque mil un veces se vio tentada a huir, esa ya no era un opción; lo único que le restaba era construir una barrera entre ella y eso que tanto temía.

La boca de Gilmore acarició etérea la suya, casi como si pidiese permiso para atraparla.  Sus pestañas se entrelazaron y los labios los ajenos oprimieron suavemente contra los propios. Estuvo a punto de corresponderle. De poco y prácticamente nada lo conocía, pero él era diferente a los demás hombres, podía verlo relucir en su aura, él le recordaba a su animal interior, esa naturaleza que se había visto obligada a abandonar y añoraba de vuelta.

Eres gracioso cuando estás borracho — Abrió los ojos de golpe y apuntó a decir con un deje de nerviosismo.

Entonces, en un rápido movimiento hizo que cambiasen de posiciones, quedando a horcajadas sobre el del hombre, con tan mala suerte que su intimidad quedó posicionada sobre la hombría del extranjero que, endurecida rápidamente por el contacto y presionó contra ella; solo entonces Ira comprendió lo que había sucedido cuando se escondían en la cocina. Un cosquilleo se posó en su feminidad, una sensación que no había experimentado antes, extraña y totalmente nueva.

Gilmore… — Susurró confusa el nombre del joven, con sus labios retemblando sutilmente.

Instintivamente sus caderas se movieron circular y lentamente, restregándose contra la erección del hombre en un intento por descifrar lo que sentía. Su mirada se tornó aurea y lentamente echó la cabeza hacia atrás, sintiendo el placentero hormigueo intensificarse con cada movimiento. Lo único que se oponía entre ambos eran las varias capas de ropa.

Gilmore… — Volvió a susurrar con su voz ahogada en la creciente excitación.

Su instinto animal la manejaba, era poderoso, difícil de resistir cuando su cuerpo ansiaba sentir más, conocer más…
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Lady Ginebra (privado) Empty Re: Lady Ginebra (privado)

Mensaje por Gilmore Miér Jun 06, 2018 10:24 am

Mi experiencia en esto de los besos a las mujeres y demás asuntos sexuales, se reducía a cero, Sloan, que tampoco es que fuera precisamente el alma de la fiesta si tendía a estar mejor acompañado que yo, supongo que ese era su atractivo natural, mas claro ¿quien se fijaba en el joven que no era capaz de alzar el acero con cierta argucia?
Incrédulo y no por el grado de embriaguez que llevaba si no porque esa mujer que para mi era lo mas de lo mas, algo a lo que hombres como yo no alcanzaban, solo soñaban con que les sonrieran de pasada.

Bajo mi cuerpo, con su aliento cálido penetrando por mi boca y la mía ansiosa por acortar la distancia, nos observamos en lo que a simple vista parecía un duelo de animales, ella una rapaz muy capaz de hacer cuanto se le antojara, yo solo un potrillo acobardado por las circunstancias.
Cuando dijo que ebrio me veía muy gracioso supe que eso, a ser su bufón es a todo cuanto de ella podría aspirar, en esencia porque teniendo a un hombre como el conde entre sus piernas para que tener al cobarde de turno tratando de colarse entre ellas.

Iba a sonreír bajándome de ella, pedir disculpas y retirarme de su cámara con el rabo entre las piernas, mas no se bien como sucedió que todo giro.
Lo hizo mi cuerpo, mi cabeza aturdida por el alcohol y también nuestra posición.
Se sentó sobre mi a horcajadas, mi sonrisa se volvió algo tonta cuando mi verga creció endureciéndose bajo su sexo, un movimiento la convirtió en pura piedra y mi nombre por primera vez sonó gemido por una mujer.

Elevé el tronco para mirarla de cerca mientras ella se restregaba una y otra vez, fue a la segunda vez que me llamó cuando fui, borracho y caliente como estaba mis labios chocaron con los ajenos y mi lengua sin permiso alguno trepó adentrándose entre sus labios paladeando el sabor a alcohol y fruta madura de su boca.

El beso era cálido, demasiado y no se bien como insuflaba mucho calor por todo mi cuerpo, sobre todo ahí abajo donde la sangre se acumulaba engrosando mas y mas mi verga.
Llevé mi diestra al pantalón mientras con la zurda me atrevía, seguramente animado por las copas a dibujar el contorno de su cuerpo, sobre todo sus dos alzados senos que de inmediato marcaron esos dos pezones duros.

Mordí su belfo inferior dejando escapar un jadeo contra su boca mojada.
-Quítate los pantalones -pedí sacando mi manubrio y sacudiéndolo con la diestra frente a su mirada.



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