Una corte de rosas y espinas {Robert}

por **Georgiana D'Aramitz** Lun Nov 20, 2017 4:05 pm

El aire era cálido y suave, y una suave briza besó su camino a través de mi estómago desnudo.

Lentamente, muy lentamente, sus ojos vagamente descendieron, y luego subió su mirada. Como si me estuviese estudiando cada centímetro, cada curva. Y a pesar de que llevaba mi ropa interior de color marfil, su mirada me despojaba de todo, me desnudaba.

Una corte de rosas y espinas

La mañana era maravillosa, le daba un toque cálido a aquella mañana de invierno, era tan esplendido que la mayor de las D'Aramitz había salido al jardín con aquel libro del que todas las damas hablaban. No era particularmente partidaria de las novelas sobrenaturales, pues la realidad que a ella le aquejaba era muy distante de lo que los escritores le llenaban a las mujeres la cabeza con romances. Alargando la mano en busca de la taza de porcelana, en su contenido el té de durazno permanece quieto junto a la delgada rodaja del mismo fruto, acercándola la porcelana a sus labios rosados con la delicadeza y elegancia de una joven de buena cuna, esta nunca llego a su destino aflojaron el agarre y soltándola en el acto el cálido liquido se rego perdiéndose en el pasto.

Las pupilas se dilataron y sus ojos de un azul tan claro como el cielo se abrieron casi desorbitados mientras sus finos labios rosados se separaron. Se sintió horrorizada de lo que acababa de leer ¿Cómo era posible que la Santa madre iglesia permitiera dichas publicaciones sacadas del mismísimo infierno? Sin embargo, ella no alejo la mirada y continuo leyendo morbosamente.

–Georgiana– la llamo su madre hacienda que la inquisidora alzara la mirada y cerrara el libro con brusquedad, nerviosa hasta la medula como si la hubieran descubriendo mirando un libro prohibido, aunque para su buen juicio este debería ser un libro prohibido –Madre, Buen día– Exclamo percatándose del altísimo hombre que se encontraba en compañía de la cambiante. –Buen día milord– agrego sintiéndose terriblemente nerviosa y solo atino a esconder el libro dejándolo en el asiento al levantarse haciendo una respetuosa reverencia –Su excelencia es el Duque de Ardeal, Rumania, Robert Brătianu Roşu– sonrió la mujer con sorna divirtiéndose del comportamiento de su hija mayor.

Georgiana miro a su madre sin comprender atinando simplemente a sonreír mirando a uno y después a otro. Leήeth simplemente sonrio y agrego –Les dejare a solas para que platiquen, les enviare té en un momento– anuncio la matriarca de la familia dando media vuelta en direccion a la casa dejandoles a solas.

La joven se sintió incomoda por complete –¿Su excelencia?– inquirio mirándole pues no sabia que esperar del hombre.