The Game | Libre

por **Olympe Sinclair** Sáb Dic 16, 2017 11:39 pm

La retórica en sus pensamientos de algún modo siempre le conducían a su pasado. A ese expediente lánguido que aun significaba un lastre sobre sus hombros. ¿Cuántas veces había despertado sobresaltada por las imágenes que se arremolinaban a su alrededor? Nombres, exequias, tragedias. Todo estaba plasmado ahí. Tan solo cuando el dolor de aquellos desconocidos se volvía meramente insoportable, recurría a las caminatas al aire libre. Entonces dejaba que el dulce sabor de la capital gala le embriagara por completo y se rendía de este modo a su morfina. Había estado encubriendo todas estas crónicas dentro de su psique, luchando con ellas para poder sobrevivir después del incidente. Su mundo había cambiado drásticamente al haberse posesionado de una identidad falsa, mientras tanto la presencia de la verdadera Mina parecía perseguirla como fantasma al acecho.

Todo alrededor seguía su curso de forma habitual, supervisiones en los campos y creación de nuevos contratos con personajes de alta cuna en la capital. A menudo era elogiada por uno o dos socios más cercanos a los Harper, haciendo énfasis en su experiencia sobre la materia. La hija pródiga que regresaba a casa para tomar las riendas de todo aquello construido por "sus padres". Reía descaradamente hacía sus adentros, la verdad era que todo ese vasto conocimiento lo obtenía gracias a los dones malditos que poseía en las manos, bastaba un roce mínimo para advertir en las visiones, de esta forma sabía que responder, como accionar, las firmas y el arduo papeleo no significaban gran labor si confiaba todo a las visiones.

Caminó por las calles observando a mí alrededor la idiosincrasia con la que sus habitantes se movían. La capital gala encerraba en cada una de las personas que transitaban sus empolvadas calles un acertijo, un enigma distinto. Sobre su cabeza la bóveda cerúlea resaltaba con tenues matices, el crepúsculo anunciaba su llegada en poco tiempo, tan solo se detenía a contemplar esta visión por intervalos. Estaba tan absorto en sus propias conjeturas y espejismos que ni siquiera le escuchó aproximarse, el roce de un cuerpo ajeno le tomó por sorpresa, rompió esa frágil barrera entre lo irreal y lo palpable.

–¡Merde!–

Susurró por lo bajo. Amaba maldecir en francés, siempre había sentido esa fascinación por el idioma. Su blasfemia no tenía referencia al hecho de haberse topado intempestivamente con aquel desconocido, sino por el ataque consecutivo de las fotografías que recorrían su mente una vez más. Un tirón de oscuridad que estremeció sus sentidos alertándome de información aleatoria sobre la persona en cuestión.