A slave for a slave // Privado - Khalel

Recuerdo del primer mensaje :

Si Pride tenía un don que resaltar por encima de los demás, era que siempre conseguía lo que quería, costara lo que costara, el tiempo que tardara no importaba, pero si deseaba algo, lo obtendría, caería en sus redes tarde o temprano. Y fue por eso mismo que aquel día Envidia la llevó al puerto, allí donde atracaban los barcos cargados de esclavos, porque le había prometido comprarle uno si se portaba bien, y bueno, lo había hecho a su manera, al estilo soberbia, como era de esperar en un pecado capital como lo era ella.
 
El bullicio de la gente la incomodaba, sólo le gustaba escuchar a tantas personas hablar cuando lo hacían sobre ella y, obviamente, siempre lo hacían bien. A no ser, claro, que le tuvieran envidia, algo muy común y que su madre adoptiva solía incitar entre juegos, algo que ambas disfrutaban con gusto. Pero allí estaban las miradas puestas en la mercancía, aunque, como era de esperar, más de una vez le preguntaron a la pelirroja si su mascota estaba en venta. -¿Mascota? Cuidado no te encadene a una alcantarilla y te fustigue hasta que te sangre el trasero.- Espetó Pride, ofendida por tal aberración. Ella podía llevar el “cargo” de esclava cuando viajaban, sólo para evitar problemas, pero era dueña de sí misma y eso su supuesta propietaria jamás lo ponía en duda. La mujer romana posó una mano sobre el hombro desnudo de la muchacha para calmarla, sabiendo que si iniciaban una trifulca, deberían posponer la adquisición para que se habían tomado la molestia de desplazarse hasta un lugar tal como el puerto.
 

Se pasearon observando a los animales y humanos a la venta, aquellos cuyos cuerpos pasarían a disposición de quien tuviera suficientes monedas. Ese era un dato que no preocupaba a los pecados, dinero les sobraba para vivir muchas vidas, así que gastarlo en caprichos era uno de sus pasatiempos más comunes. La chica se detuvo frente a un hombre que la ganaba en edad, su apariencia era dura, sus facciones marcadas a pesar de la barba espesa que las ocultaba. El aspecto desaliñado le otorgaba un aspecto más fiero y aquello a soberbia le gustaba. No había nada como doblegar un alma ruda, salvaje, agresiva. La satisfacción obtenida de tal hazaña no hacía sino acrecentar el orgullo y nada llenaba de placer a Pride como una merecida y difícil victoria. -Quiero este.- Le señaló sin pudor, sin preocuparse por la educación. Él era un trozo de carne expuesto al mejor postor y ella iba a vencer cualquier puja. Sonrió de medio lado al sujetarle por la barba y obligarle a alzar la cabeza, pues estaba el objeto de su atención agachado en el suelo. No tuvo cuidado, el tirón fue brusco y demandante, quería mirarle a los ojos, asegurarse que había elegido bien. -¿Cuántos amos has tenido antes? ¿Hubo alguna mujer?- Quería medir sus supuestos contrincantes, aunque sabía perfectamente que ella era mejor que ellos, que cualquiera. Observarle desde arriba le otorgaba poder, le tenía sometido, de rodillas y pronto lograría que suplicara.

Al igual que el perro se había negado a responder a su pregunta, ella lo hizo con la de él. Su orgullo le impedía rebajarse a contestar lo que la podía dejar en mal lugar, y aunque no le costaba mentir, tampoco era muy ducha a hacerlo a no ser que le surgiera de manera natural y de dentro. Aún pensaba en cómo sacar al chucho de la habitación cuando la cuestión que salió de entre aquella espesa barba la encontró desprevenida e hizo que en su rostro se formara la sorpresa en expresión facial. Le extrañó que quisiera saber su nombre, pero en cuanto siguió hablando y se puso a decir obscenidades y tonterías, lo único que consiguió fue arrancar un exasperado suspiro de los labios de la mulata que, de un tirón, hizo moverse al lobo que ya estaba suelo de las muñecas, recuperando la llave que había caído al suelo en cuanto éste se encaminó hacia la puerta.

Salieron al pasillo y luego descendieron por las escaleras. Ésta vez, Pride se ocupó de mantenerle alejado de los jarrones de Envidia, pues con ella ausente, no deseaba tener que dar explicaciones sobre por qué otro de sus tesoros se había hecho añicos a causa de la mascota que, tan sólo hacía unas horas, le había comprado.

Una vez en el jardín, le empujó hacia la zona arbolada de la izquierda y le dio un leve empujón para instarle a que orinara de una vez. Hacía frío pues el sol aún no había salido y Soberbia provenía de un lugar donde las noches solían ser mucho más cálidas. -Deja de hablar y haz tus necesidades ya.- Ella, en realidad, ni siquiera le estaba prestando atención cuando él creyó que le observaba, la mirada de la muchacha había estado perdida y en cuanto le dejó claro lo que pensaba, giró el rostro para que no hubiera malos entendidos. Ella era pura vanidad, pero no una pervertida. Eso se lo dejaba a otros miembros de la familia como Wrath, Svangur y, obviamente, Lust que parecían vivir pensando en sexo todo el día. Aguardó un rato y como no le escuchó decir nada más, sospechó que algo no iba bien y regresó la cabeza para mirarle. -¿Qué haces que aún no terminas?-

La negra no me miraba, como si le avergonzara o le diera asco verme mear, algo que francamente me divertía bastante, tentado estuve de girarme y regarle los zapatos solo para hacerla cabrear, peor al final la sacudí para que cayeran las ultimas gotas y la envainé de nuevo metiendola dentro del pantalón.
-Ya he terminado, alcé la mirada al infinito firmamento, media luna coronaba el cielo, aun quedaban un par de semanas para mi conversión en licantropo y no pretendía quedarme tanto tiempo en esa casa -¿cual es tu propósito para conmigo? -pregunté sin dar un paso por mucho que la mujer tiró del hierro que atrapaba mi cuello.
Yo era mas fuerte y moverme en contra de mi voluntad era algo que tenia complicado.

No respondió pues un estruendo se escuchó en el patio de flores, como si con un ariete hubieran tirado a bajo el portón de la mansión.
Mis ojos centellearon en ámbar, el olor a humano con perros inundó mis fosas nasales, mas el matiz que los descubrió fue el del incienso, tan característico en las catedrales cristianas.
-La inquisición -gruñí tirando del palo arrebatándoselo de las manos -abre esto mujer -rugí – y te aconsejo saques de la casa al resto de seres oscuros antes de que los hijos de los templarios nos den caza y nos maten.

La mujer se quedó clavada en el sitio, creo que intentaba pensar con rapidez, pero no sabia bien que hacer.
-¡Suéltame! -rugí de nuevo intentando sin éxito meter mis manos en el cepo para abrirlo.
Huir con un puto palo era algo complicado.
Me acerqué a la mujer y la aferré por el brazo, esta se revolvió, peor yo era mucho mas fuerte.
-Hay que salir de aquí, se que eres humana, veo tu aura, pero créeme la inquisición no siempre es justa y si compartes casa con otros sobrenaturales pueden pensar que eres una esclava de sangre o una bruja ¿quieres que tu precioso culo arda en la plaza del pueblo? Pues suéltame y larguémonos.

Casualmente, cuando la mulata se giró, el lobo decía haber terminado. Eso era todo lo que habían salido a hacer, así que sin más charla, tiró de su extremo del aparato para que el chucho se moviera, pero éste, testarudo como era, no parecía querer hacer lo que se le mandaba. -Mueve el culo.- Ordenó con tono autoritario y demandante, pero en vez de recibir obediencia, lo que llegó a ella fue una pregunta que, obviamente, no pensaba responder. Por un lado, porque el perro no tenía derecho a querer saber nada y, por otro, porque ni la propia Soberbia tenía claro lo que pensaba hacer con su recién adquirida mascota. Estaba improvisando sobre la marcha, a fin de cuentas, sólo había sido un capricho el que Envidia se lo comprara.

De pronto, un estruendo a espaldas de ambos hizo que se quedaran los dos en silencio, ella petrificada, el licántropo atento. Pride, por un momento, pensó que podía ser Wrath haciendo de las suyas, pues no sería la primera vez que se cargaba algo en un ataque de ira o, sencillamente, se divertía destrozando parte de la propiedad por no caer en la monotonía. Entonces, recordó que en casa sólo estaban Envidia y Svangur, ella dormida y él, a saber qué haciendo. Y, mientras ella le daba vueltas a las posibilidades, el esclavo tiró, aprovechando el descuido, para arrebatar la barra de plata de sus manos y antes de que ella pudiera urdir un plan, fuera el que fuera, él ya le estaba exigiendo que le soltara para huir. Estaba claro que sólo buscaba una excusa para largarse de allí, y ella no pensaba darle la satisfacción.

Se revolvió cuando la sujetó. -¡No me toques!- Le soltó un guantazo. Sin pensarlo, actuando en su absoluta soberbia y con toda la potestad que ella misma se había otorgado. Sin embargo, antes de que pudiera soltarse, se escucharon voces, rugidos y supo que la pelea había empezado dentro de la mansión. No serviría de nada entrar, la vampiresa y el brujo eran capaces de defenderse solos, sin embargo, la morena, era otro cantar. Y a pesar de su orgullo, era consciente de su mortalidad. Su ego pulsaba en la sien, le recorría las venas, mezclado con la sangre. Miró con las pupilas dilatas al lobo, que la azuzaba para que le soltara, alegando que debían escapar si no querían se atrapados por la inquisición. Sabía lo que era aquella gente, lo que hacían. Y era consciente que, aún siendo humana, podían acusarla de brujería sin pruebas y mandarla a la hoguera, no sería la primera ni la última en sufrir una calumnia semejante, una ejecución pública. Empujó al moreno y se agachó a coger el final del palo, liberando el cuello ajeno del cepo de plata alquímica. Sabía que no le tenía ningún aprecio, que de ser necesario él mismo la empujaría al fuego o a los brazos de la iglesia. Pero había actuado en un impulso, y ya era tarde para arrepentirse. Lo único que pudo hacer, fue echar a correr a través de los jardines, de la zona espesa y alta de malas hierbas, alejándose de la casa, buscando la única otra salida que conocía además de la verja de la entrada, un agujero en el muro que bordeaba la propiedad a casi un kilómetro de distancia.

La negra finalmente entró en razón, el tiempo corría en su contra y los gruñidos que salían del interior de la casa no garantizaban su supervivencia. La inquisición era poderosa, no sabia si su familia saldría de esta, pero si ella tenia una oportunidad de salir ilesa, era yo.
Temblorosa se deshizo del cepo que apresaba mi cuello,y aun así, forcejeaba conmigo para que la soltara. Esa mujer era insufrible, su ego no conocía parangón y mi paciencia no era precisamente una de mis virtudes mas destacables.

Apresé sus brazos sacudiéndola con fuerza para que entrara en razón.
-¡Escúchame maldita sea! ¿quieres tu puto culo a salvo? ¡pues corre! -rugí logrando hacerla reaccionar.
Atravesamos parte del jardín cuando dos inquisidores con sedas ballestas nos salieron al paso.
Ladeé la sonrisa alzando las manos.
-Somos esclavos, están dentro de la casa, son monstruos, aberraciones que nos torturaban día y noche.
Desde luego mi mentira era creíble, pues la mujer que corría a mi lado era de tez oscura como la noche.

Los dos hombres se miraron un instante sin bajar las armas, tiempo que me bastó para con mi velocidad sobrenatural y los ojos ámbar radioactivo acortar la distancia.
Al primero le partí el cuello con una facilidad inusitada, el ruido de su cuerpo cayendo contra las rojas amapolas fue música para mis oídos, una viruta en mi dirección que sorteé con facilidad y antes de que recargara de nuevo estaba frente a aquel idiota que había firmado su sentencia de muerte en cuento me apunto con aquello.

Mi mano se hundió en su pecho, las costillas se quebraron al paso de mi mano, agarré el corazón y de un tirón brusco lo saqué de su pecho dejando que el cuerpo se derrumbara ante nosotros.
-Vamos -le dije tirando el corazón con indiferencia por encima de mi hombro.
Al parecer ella conocía por donde salir corriendo

No supo si detenerse o seguir corriendo cuando les gritaron alto, pues sabía que, si paraba o se giraba simplemente a mirar, perdería valiosos segundos de carrera que, dada su condición de mortal, era de vital importancia. Pero al escuchar hablar al lobo que se suponía debía estar aprovechando aquella oportunidad para escapar de la esclavitud, intentando buscar una excusa, los pies de Soberbia se detuvieron y giró la cabeza, notando su rizada melena rebelarse por la dirección del viento. ¿Estaba loco ese chucho o qué? La expresión de incredulidad cuando escuchó la sarta de tonterías que salieron de sus labios fue suficiente para delatar que mentía ante aquellos dos inquisidores, pero incluso con ello, no tuvieron tiempo de evitar lo que se les vino encima, literalmente.

Había visto escenas llenas de sangre, locura y depravación en muchas ocasiones, no en vano vivía con los otros seis pecados capitales. Ira era especialista en buscar pelea donde fuera y crear un reguero de sangre a su paso. Por no hablar de gula, que disfrutaba comiendo carne cruda… Así que la muchacha estaba ya curada de espanto y semejante muestra de testosterona animal no la hizo temblar ni sentirse poca cosa. Ella era Pride, podía no ser la mejor en todo, pero en todo lo que era buena, era la mejor.

Observó al licántropo con una ceja alzada, si bien le acababa de salvar el culo, como decía él, tenía bien claro que lo hacía por interés propio, por defender sus mismas posaderas. Estuvo a punto de rechistar y decirle que se largara y fuera por su camino, pero a lo lejos vio como se movían los arbustos, más soldados de la iglesia estaban a punto de llegar. Mientras estuvieran huyendo, la presencia del esclavo le vendría bien, le sería de alguna utilidad. -Por aquí.- Respondió, al tiempo en que reanudaba la carrera hacia la izquierda. La zona era muy extensa y estaba llena de matojos y malas hierbas casi tan altas como ella. Llegó un punto en el que, de repente, la negra desapareció al agacharse, pues debían gatear bajo unos pequeños árboles y sus gruesas ramificaciones para llegar al agujero en el muro que les daría paso al otro lado de la finca y un poco más allá, se encontrarían con el denso bosque Noir, conocido por su mala fama, pero que a los pecados les había resultado de suma utilidad para mantener alejados a los curiosos.

Las voces seguían detrás de ellos y, aunque tardarían en dar con la salida, si no es que decidían rodear la zona, no podían tomarse el lujo de parar a descansar. -No puedo fiarme de ti ahora que no tienes el cepo, así que tú irás por tu lado y yo por el mío.- Sentenció, como si su palabra fuera absoluta y no hubiera discusión alguna a tener, menos aún con ese rebelde perro lleno de malas pulgas.

Arrastrándonos por el suelo entre las zarzas de unos rosales encontramos la salida de esa infernal mansión dando de bruces con un camino de tierra que bordeaba la casona y que al atravesarlo a pocos metros te encontrabas con el profundo bosque Noir. No conocía el paraje, a fin de cuentas apenas hacia un día había llegado a tierras francesas, pero todos los bosques eran parecidos, naturaleza, animales salvajes y posibilidades.

Hundí mis ámbar en los pardos de la mujer, terca como era me dijo que no confiaba en mi, claro ella era muy de fiar, y que cada uno seguiríamos nuestro camino pues sin tener un cepo en mi cuello no podía arriesgarse conmigo.
Me hubiera reído en su cara, de no ser porque los perros daban con el agujero por el que nos habíamos colado.
-Haz lo que quieras -rugí plagado de rabia -ni que me importe si esos perros te dan caza y desfiguran tu preciosa cara.

Le di la espalda clavando mis ojos en la espesura del bosque, pronto aquel camino de tierra estaría plagado de inquisidores, esa mujer estaba vendida, si permanecía ahí la cazarían, si se adentraba sola en el bosque, no duraría ni dos horas entre todas las alimañas y si con suerte el día la ayudaba, durante la noche seria cazada por depredadores.

Bufé tragándome mi orgullo, no tenia porque cuidar de ella, de hecho no me había tratado bien, me había encadenado y pensaba castigarme hasta doblegarme, pero aun así. Extendí mi mano hacia ella
-No seas tonta -le dije clavando en ella mis ámbar -si quieres salir de esta coge mi mano y ven, si por contra quieres acabar en la hoguera, adelante preciosa, tienes todas las papeletas.
Con suerte, puedes acabar abierta de piernas como esclava en la cama de algún inquisidor, tu decides.

Los ojos de la morena se perdieron en el camino, los inquisidores habían girado, los perros se colaban por el agujero, el tiempo iba en su contra y yo no esperaría mucho mas arriesgando mi vida pro una mujer a la que no soportaba, tenia mis motivos, unos que no eran los de un gran samaritano sin duda. No conocía París, ni el idioma, mi opción también pasaba en parte por ella.
-Tic, tac

Quedó claro que la idea de Soberbia no le había gustado lo más mínimo al perro. No entendía por qué, pues le había regalado aquella libertad que tanto deseaba y, sin embargo, allí estaba rugiendo y quejándose como si le pareciera una falta de respeto que fuera sincera al confesar que no se fiaba de un chucho pulgoso que, rato antes, había intentado romperla por la mitad con sus piernas.

Pronto se escucharon muy cerca los ladridos de los sabuesos de la inquisición. Sus narices les habían guiado hasta el agujero por el que ellos mismos se habían colado y pronto tendrían a los soldados de Dios persiguiéndoles bosque a través. Observó el denso follaje, la oscuridad se cernía bajo las copas de los árboles. Aquel lugar era pura noche aún cuando el sol brillaba en el firmamento, porque poca luz era capaz de colarse entre sus tupidas capas de hojas. Giró entonces a ver al licántropo que la tachaba de tonta al tiempo en que le ofrecía la mano. No le gustaba la idea en lo más mínimo y su orgullo le golpeaba el pecho y las sienes, acusándola de débil. ¿Pero de qué le iba a servir la soberbia si se moría? ¿Qué ocurriría con su orgullo si la violaban? A pesar de toda la arrogancia que se concentraba en ella, seguía siendo una humana, una mortal sin poderes, al contrario que el resto de los pecados. Resopló, ofuscada y golpeó la mano ajena. -Está bien, iremos juntos.- Pero no pensaba acceder a según que cosas, como a que la tocara con sus sucias manos. Bastante soportaba con tener que tolerar su mirada y el olor que desprendía.

Un gruñido a sus espaldas la sobresaltó, un perro asomaba el hocico por el hueco y mostraba sus dientes llenos de baba, alzando los belfos con desprecio. -¡Vámonos ya!- Gritó al, de un salto, apartarse del minúsculo camino de cabras en el que se hallaban para emprender la carrera hacia la arboleda compacta que les aguardaba a unos metros de distancia. Allí pronto se confundirían con el paisaje y, dada la mala fama del lugar, esperaba que los religiosos decidieran quedarse fuera y no seguirles al interior del bosque.

Se colocó de lado para pasar entre dos troncos y lo primero que hizo fue pisar un lodazal, hundiendo su pie derecho hasta el tobillo. Se vio entonces obligada a buscar dónde cogerse para salir, a tientas lo hizo, asqueada por la porquería que se adhería a su piel. Se sujetó del brazo del esclavo sin darse cuenta.

Al final la “señoritanoquieroquemeayudesporquesoyunasoberbiaquenopuedesertocadaporunsucioesclavo” agarró mi mano con cierto asco y tiró de mi hacia las profundidades de aquel bosque copado de arboles, denso, lo suficiente como para que los haces naranjas del sol no entraran.
En la incesante carrera de ambos, la morena acabó metiendo un pie en lodo sujetándose con fuerza de mi brazo para no hundirse lo que me provocó una carcajada que chocó con aquella mirada encendida de rabia.
-¿que pasa preciosa? - pregunté divertido -tus antepasados corría descalzos por los campos para huir de los señores, deberías aprender un poco de tus raíces.

Ella gruñía mirándome, es mas, se paró soltando mi mano como si no pretendiera continuar en un nuevo ataque de rabieta infantil de esos que se gastaba la dama.
No me lo pensé, no pretendía dejar que esos perros nos dieran caza, así que con rudeza hundí mi hombro bajo su estomago y la alce como si fuera un saco de patatas.
Sus gritos pidiéndome que la bajara lazaron una bandada de pájaros.
-Puedes callarte mujer -rugí dándole un azote en sus nalgas -ya me agradecerás luego que sigas viva gracias a mi.

Emprendí la marcha ignorando sus patadas mientras me reía deliberadamente de su mala hostia.
La hubiera lanzado a un charco para que aprendiera modales y joder así su ropa cara, de no estar huyendo de los perros de presa que si que se habían adentrado en el bosque.
Me moví entre los arbustos tratando de lleva mi olor a contra viento, pero era imposible, esa mujer gritaba como un cuervo.
Rugí furibundo, no estaba poniendo mucho de su parte.
-Si sigues así te daré de carnaza a los perros y mientras te devoran huiré de ellos, así que cállate.

La bajé no sin antes romperle los tacones y dejárselos en la mano.
-Mucho mejor así y ahora, calladita, me sigues ¿entiendes?
Volví a emprender la tenaz marcha, hasta que finalmente alcancé una especie de pantano lleno de lodo, era perfecto.
Me miró con cara de ni de coña como si pudiera leer mi plan en mis ojos.

No iba a explicárselo, sin pensármelo la cogí de malos modos y junto a mi la hundí en aquel “ charco” negruzco.
La escuchaba gritare mil maldiciones, pero yo tapé su boca negando con la cabeza.
-cállate, esto camuflara nuestro olor y nos perderán el rastro.

Los modales del maldito chucho dejaban mucho que desear. No era sólo un esclavo con la lengua demasiado larga, sino que también sus zarpas tocaban lo que no debían. Se revolvió cuando la cargó sobre su hombro como si no fuera más que un saco de viandas. -¿Se puede saber qué te has creído? ¡Bájame ahora mismo!- Nadie le ponía un dedo encima a la Soberbia, ni siquiera las doncellas tenían permitido vestirla, hasta tal punto llegaba la vanidad que la gobernaba que ningún ser vivo o muerto, incluyendo así a los vampiros, tenía permitido rozarla siquiera desde que fuera adoptada por Envidia. Y, sin embargo, allí estaba aquel lobo de poca monta, dándole manotazos en el culo como si la poseyera. Pride intentó darle patadas, pero la postura en la que se encontraba y la anatomía de sus rodillas, imposibilitaba un acto semejante si no lograba girarse, al menos, o bajarse de donde estaba.

Al final de mucho moverse, gritar y golpearle como pudo, el licántropo decidió bajarla, pero se deshizo de sus tacones, bajos y anchos, dejándoselos en una de sus manos. -¿Pero cómo…?- No supo ni cómo recriminarle que hubiera roto sus zapatos, cuando perfectamente se los podría haber quitado de ser necesario. Ella sabía andar descalza, lo había hecho durante años, sencillamente prefería no hacerlo, era más cómodo y práctico. Los pasos de ambos les llevaron a un lodazal y en cuanto vio la sonrisa ladina y el modo en que el esclavo la miraba, supo lo que pretendía e intentó huir antes de que la agarrara y se lanzara con ella en todo el charco de barro. Intentó salir un par de veces, pero él la hundía de nuevo hasta que quedó teñida hasta la última hebra de su cabello. Al final, cuando por fin la dejó alzarse, se llevó los dedos a los ojos cerrados y con desprecio se limpió los párpados, lanzando el barro en dirección al perro. -Entre esto y pasearnos por las cloacas de París…- Escupió algo que le había entrado dentro de la boca al hundirse en el lodo e hizo una exagerada mueca de asco. -Te juro que esta me la vas a pagar, chucho.- Porque seguía sin saber su nombre, porque no le importaba. Era un ser inferior, lo mirara por donde lo mirara y ahora con más motivo le rebajaría en cuanto volviera a retomar el poder que le pertenecía. En algún momento dejaría de perseguirles la inquisición y en cuanto alguien les encontrara, estaría claro que se pondría de parte de la hermosa doncella en apuros y culpabilizaría al salvaje de toda la situación. Ella sería benévola, pediría que le perdonaran la vida y a cambio lo regresaría a la mansión para darle de latigazos y lo que hiciera falta. Incluso le pediría ayuda a los otros pecados si hacía falta. Le fulminó con la mirada al tiempo en que, dificultosamente, salía de la charca hacia tierra firme. -¿Y ahora qué, listillo?-