Creeper — Privado

El juego del gato y el ratón; del policía y el ladrón... Del justiciero y el asesino. Aquella idea infantil no había pasado por la mente de Kristóf en todos sus escasos años de vida, además de que resultaba curioso que, la cantidad de muertes que había causado desde que se marchó de casa, superaba, por una cifra escalofriante, su propia edad. Y las que faltaban, llegó a asegurarse muchas veces, siempre con una sonrisa demencial en el rostro. Una mueca casi deforme que alertaría al más incauto... Sí, no hacía falta un estudio tan profundo para asegurarse de que Kristóf no sólo era un loco, sino que iba más allá; que era un psicópata, y que no pararía nunca de hacer cosas tan nefastas. Se graduó de asesino desde muy joven, cuando cometió sus primeras atrocidades con animales que simplemente se cruzaron en su camino, luego se exigió ir más lejos, y sí que lo fue...

El viejo Richter se encargó de alimentar esas ideas extrañas, fue como un mentor, no sólo en la magia, sino en el crimen. Sus primeros consejeros fueron los espectros malditos que se pegaban a él casi de inmediato, y ahora formaban parte de su mente, como unos parásitos que sólo pretendían seguir alimentándose de la oscuridad más horrorosa: la del ser humano. Kristóf estaba loco sin un motivo sustancial, no había ninguna novedad en ello. Era retorcido y punto. Su odio hacia su padre sólo derivaba del maltrato, pero él siempre sintió un deseo repugnante de destrucción hacia ese ser. ¡Y en algún momento llegaría! Llegó a jurarlo muchas veces. No obstante, sólo le daba tiempo al tiempo, porque tenía cosas por concluir antes. ¿Un demente con audacia? A veces caótico, otras veces se fijaba estrategias para acabar con sus víctimas. Tal y como lo hacía en ese instante.

La señora Barraud y su hija yacían muertas en el suelo, en posiciones imposibles. Las extremidades habían sido torcidas como si las hubieran golpeado con algún objeto pesado; tenían sus cuellos dislocados, que compaginaban perfectamente con sus muecas de horror. Pero esa no había sido la causa de la muerte, en lo absoluto. En realidad, sus corazones se reventaron en su pecho, haciendo que ambos cuerpos terminaran en un charco de sangre. Su asesino estaba frente a ellas, observándolas con una expresión sombría... Cuando los investigadores llegaran a la escena, no iban a determinar nada, porque aquel acto fue producto de algo sobrenatural, y sabiendo que las autoridades eran reacias a relacionarse con la Inquisición, aquel había sido un golpe perfecto. Mejor dicho, un mensaje que llegaría muy claro a él... Dylan Laurent.

Y cuando se cansó de reír como un poseso, supo que era momento de marcharse. Al día siguiente tenía unas cosas más interesantes qué hacer. Que buena fortuna que la magia también servía para averiguar conversaciones ajenas, y cuanto más se divertiría cuando le llevaran los diálogos de quienes se encargarían de aquel desastre al amanecer.

¿Dylan tendría sospechas de quién era ese particular asesino? No. Kristóf se había acercado a él por pura casualidad, y fue entonces cuando inició un juego extraño. Se había convertido en su vecino, incluso en un informante de supuestas conductas extrañas que logró notar a altas horas en el cementerio.

Para su vecino Dylan, y para el resto de las personas, Kristóf seguía siendo un tipo normal...  Pero, ¿qué tan normal?