AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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To sir, with love- Privado
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To sir, with love- Privado
El sol apenas comenzaba a calentar los tejados cuando abrí las ventanas para ventilar me pequeño apartamento. El aire matutino estaba cargando del olor a rocío fresco. La brisa estival trajo el eco de Notre Dame dando las ocho y el repiqueteo fantasmal de las campanas logró erizarme la piel. Contemplé el barrio tranquilo, casi desierto. Disfrutaba de estos momentos de quietud. Pronto las calles serian invadidas por los feligreses salidos de misa y el bullicio general ascendería tanto que me vería obligado a cerrar los postigos para no aturdirme.
Suspiré antes de llevarme la taza de té a los labios. Pensé en la mañana de domingo hacía un par de semanas atrás, donde un completo extraño me había liberado de una trapa de cazadores en la que caí empujado por mi propia soberbia. Mi cuenta de deudas estaba al rojo, no necesitaba una adición más. Pero cuando caí en lo repetido que me cruzaba a Cailen en las calles acepté que era más fácil devolverle el favor que ignorar el hecho de que me había salvado de una muerte estúpida. Estaba siendo demasiado duro. Lo cierto es que su infinita inocencia hacía mella en mí. No todos los humanos se jugaban el cuello desmotando trampas escondidas.
Dejé la taza apoyada en el rellano de la ventana y volteé hacia mi cuarto. Cuando lo recibí las paredes escupían polvo por las grietas y los muebles estaban tan dañados que parecían hechos de esponja. Era una caja de ratas, pero había invertido mucho tiempo en mantenerlo decente. Ahora las paredes estaban revestidas de un papel verde pálido, a medio camino entre el celeste y el turquesa. Por mobiliario, había un sillón de dos cuerpos frente a la chimenea y una mesita ratona. Otros muebles, como un viejo escritorio y una pequeña cajonera se encontraban arrinconados cerca de la entrada. La puerta que daba a mi cuarto, el lugar donde atendía a mis clientes, la mantenía cubierta con una cortina de cuentas coloridas, regalo de un caprichoso duque venido a menos con tierras en la India. Todo mi hogar, por llamarlo de alguna manera, se encontraba adornado por los objetos que mis clientes me obsequiaban. Como resultado era un cuarto muy barato pero lleno de cosas finas que se veían algo fuera de lugar. Yo nunca exigía más que mi paga, pero siempre me encontraba con algún paquete al lado del fajo de billetes. Evidentemente hacia las cosas bien.
Aun así, por muy bien que se viera, seguía siendo la cueva de una puta callejera, no la oficina de un profesor. Y menos con mi pinta. Me desconcertaba recibir visitas vestido. Mi uniforme cotidiano era una bata de gasa transparente. Para esta ocasión había elegido una sencilla camisa de lino blanco y unos pantalones comunes. Me había recogido el cabello en un rodete, de modo que evitara molestarme el resto de… ¿la clase? Apuré mi té y me dirigí hacia las escaleras. Debía esperarlo frente a la puerta de la pensión, como habíamos pactado. Bajé los escalones cojeando, evitando que mi mueca de dolor fuera tan evidente. Desde el episodio del disparo mi pierna no sanaba las heridas de plata con la misma rapidez que antes. La trampa que Cailen había desarmado estaba preparada para sobrenaturales y los cortes que me había hecho en la pantorrilla su doble fila de dientes aún supuraban algo de pus por debajo de los vendajes. Se me crispaban los nervios de solo recordarlo, una razón más para no faltar a mi palabra. Llegué al rellano de la puerta doble y apoyé mi espalda contra el marco, mirando a la calle, esperando verlo aparecer de la nada, como siempre. Al fin y al cabo, tenía que agradecer esa costumbre suya o de lo contrario yo estaría en alguna jaula de un mercenario fetichista.
Suspiré antes de llevarme la taza de té a los labios. Pensé en la mañana de domingo hacía un par de semanas atrás, donde un completo extraño me había liberado de una trapa de cazadores en la que caí empujado por mi propia soberbia. Mi cuenta de deudas estaba al rojo, no necesitaba una adición más. Pero cuando caí en lo repetido que me cruzaba a Cailen en las calles acepté que era más fácil devolverle el favor que ignorar el hecho de que me había salvado de una muerte estúpida. Estaba siendo demasiado duro. Lo cierto es que su infinita inocencia hacía mella en mí. No todos los humanos se jugaban el cuello desmotando trampas escondidas.
Dejé la taza apoyada en el rellano de la ventana y volteé hacia mi cuarto. Cuando lo recibí las paredes escupían polvo por las grietas y los muebles estaban tan dañados que parecían hechos de esponja. Era una caja de ratas, pero había invertido mucho tiempo en mantenerlo decente. Ahora las paredes estaban revestidas de un papel verde pálido, a medio camino entre el celeste y el turquesa. Por mobiliario, había un sillón de dos cuerpos frente a la chimenea y una mesita ratona. Otros muebles, como un viejo escritorio y una pequeña cajonera se encontraban arrinconados cerca de la entrada. La puerta que daba a mi cuarto, el lugar donde atendía a mis clientes, la mantenía cubierta con una cortina de cuentas coloridas, regalo de un caprichoso duque venido a menos con tierras en la India. Todo mi hogar, por llamarlo de alguna manera, se encontraba adornado por los objetos que mis clientes me obsequiaban. Como resultado era un cuarto muy barato pero lleno de cosas finas que se veían algo fuera de lugar. Yo nunca exigía más que mi paga, pero siempre me encontraba con algún paquete al lado del fajo de billetes. Evidentemente hacia las cosas bien.
Aun así, por muy bien que se viera, seguía siendo la cueva de una puta callejera, no la oficina de un profesor. Y menos con mi pinta. Me desconcertaba recibir visitas vestido. Mi uniforme cotidiano era una bata de gasa transparente. Para esta ocasión había elegido una sencilla camisa de lino blanco y unos pantalones comunes. Me había recogido el cabello en un rodete, de modo que evitara molestarme el resto de… ¿la clase? Apuré mi té y me dirigí hacia las escaleras. Debía esperarlo frente a la puerta de la pensión, como habíamos pactado. Bajé los escalones cojeando, evitando que mi mueca de dolor fuera tan evidente. Desde el episodio del disparo mi pierna no sanaba las heridas de plata con la misma rapidez que antes. La trampa que Cailen había desarmado estaba preparada para sobrenaturales y los cortes que me había hecho en la pantorrilla su doble fila de dientes aún supuraban algo de pus por debajo de los vendajes. Se me crispaban los nervios de solo recordarlo, una razón más para no faltar a mi palabra. Llegué al rellano de la puerta doble y apoyé mi espalda contra el marco, mirando a la calle, esperando verlo aparecer de la nada, como siempre. Al fin y al cabo, tenía que agradecer esa costumbre suya o de lo contrario yo estaría en alguna jaula de un mercenario fetichista.
- Vos sabés que apesto con los títulos:
- https://www.youtube.com/watch?v=BYIh0Td8EPs
Lyosha- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 101
Fecha de inscripción : 08/07/2015
Localización : Suburbios de París
Re: To sir, with love- Privado
El sonido de las pisadas y voces a varios metros de mí fue lo primero que escuché al despertar. Abrí ambos ojos con pereza y miré a mis costados. La vida dentro de la corte de los milagros despertaba temprano y la energía que despedían sus habitantes tendía a ser contagiosa. Exhalé un largo bostezo de cansancio sin pararme aún, la noche había sido larga y mi cuerpo me reclamaba el no descansar lo suficiente, conseguir las monedas suficientes para sobrevivir una semana entera requerían que me acostara muy tarde y me despertara con los primeros rayos de luz matutina, dando como resultado unas ojeras de apariencia permanente, bostezos constantes y una sensación general de cansancio y deseos de dormir. Por más tentadora que fuera la idea de cerrar los ojos y descansar otros minutos más sabía bien que aquello era un lujo que no podía darme.
Me quité de encima esa manta vieja y sucia que había sido mi fuente de calor durante toda la noche y procedí a estirar mis brazos hasta que sentí tronar un par de huesos. Finalmente me levanté del suelo, me sacudí el polvo y caminé hasta aquella pequeña zona que se había destinado para que la gente se aseara como pudiese, naturalmente no había regaderas o tan siquiera tuberías, solo una bomba de agua que funcionaba con una palanca y un par de cubetas viejas. Algunos preferían vaciar el agua sobre sus cuerpos directamente pero lo que yo hacía era mojar un trapo en la cubeta y limpiarme lo mejor posible con la tela, el agua helada sirvió para terminar de despertarme pero no dejaba de ser una sensación implacentera. Como pude, terminé de limpiarme y sin perder más tiempo, me vestí para salir a reunirme con aquel joven de facciones ambiguas.
Decir que no estaba entusiasmado con acudir a su encuentro sería una vil mentira pues él se había ofrecido a ser mi tutor, me había prometido enseñarme a leer y a escribir como agradecimiento por haberlo liberado de una trampa varias semanas antes. Aún recordaba aquel evento, yo me encontraba paseando por los bosques esa tarde, buscando algunas moras que pudieran saciar mi hambre y fue ahí cuando vislumbré el cuerpo desnudo de Lyosha que estaba atrapado en una trampa hecha por un cazador, yo solo hice lo que era correcto y lo solté; nunca pensé que aquel gesto me sería devuelto, mucho menos después de que ambos nos ignorásemos cada vez que nos cruzábamos por la calle.
Finalmente llegué al sitio donde me había indicado y, como prometió, ahí estaba el joven cambiante, esperando en la entrada. Apresuré mi andar y por fin nos encontramos frente a frente. –Hola, Lyosha. –Lo saludé esbozando una sonrisa de lado, luego bajé la mirada hasta los vendajes que se asomaban debajo de su pantalón. -¿Cómo va tu pierna?
Me quité de encima esa manta vieja y sucia que había sido mi fuente de calor durante toda la noche y procedí a estirar mis brazos hasta que sentí tronar un par de huesos. Finalmente me levanté del suelo, me sacudí el polvo y caminé hasta aquella pequeña zona que se había destinado para que la gente se aseara como pudiese, naturalmente no había regaderas o tan siquiera tuberías, solo una bomba de agua que funcionaba con una palanca y un par de cubetas viejas. Algunos preferían vaciar el agua sobre sus cuerpos directamente pero lo que yo hacía era mojar un trapo en la cubeta y limpiarme lo mejor posible con la tela, el agua helada sirvió para terminar de despertarme pero no dejaba de ser una sensación implacentera. Como pude, terminé de limpiarme y sin perder más tiempo, me vestí para salir a reunirme con aquel joven de facciones ambiguas.
Decir que no estaba entusiasmado con acudir a su encuentro sería una vil mentira pues él se había ofrecido a ser mi tutor, me había prometido enseñarme a leer y a escribir como agradecimiento por haberlo liberado de una trampa varias semanas antes. Aún recordaba aquel evento, yo me encontraba paseando por los bosques esa tarde, buscando algunas moras que pudieran saciar mi hambre y fue ahí cuando vislumbré el cuerpo desnudo de Lyosha que estaba atrapado en una trampa hecha por un cazador, yo solo hice lo que era correcto y lo solté; nunca pensé que aquel gesto me sería devuelto, mucho menos después de que ambos nos ignorásemos cada vez que nos cruzábamos por la calle.
Finalmente llegué al sitio donde me había indicado y, como prometió, ahí estaba el joven cambiante, esperando en la entrada. Apresuré mi andar y por fin nos encontramos frente a frente. –Hola, Lyosha. –Lo saludé esbozando una sonrisa de lado, luego bajé la mirada hasta los vendajes que se asomaban debajo de su pantalón. -¿Cómo va tu pierna?
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/09/2015
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