I love a tree more than a man - Privado

por **Malena Schreiber** Jue Dic 12, 2013 8:38 pm

What you are, you are by accident of birth; what I am, I am by myself. There are and will be a thousand princes; there is only one ~~Malena~~ Beethoven. - Ludwig van Beethoven

Era un lenguaje, un idioma mudo, un sonido estremecedor que recorría las entrañas adosándose a cada parte de razón obligándola a desligarse de la consciencia. La música era un veneno que te hacía sucumbir lentamente embelesándote con sus notas mientras te perdías en su abismo y al darte cuenta, ya era demasiado tarde. Sus ojos ciegos de la realidad, obsoletos para un mundo demasiado cambiante lo observaban, más bien las teclas blancas de marfil que se hundían por la presión de sus dedos. La ciencia era primitiva y a la vez, lo simple podría resultar en una creación tan telúrica para el ser humano. Ese ritmo hacía que la gente sucumbiera a ese ensueño encantado que por unas horas se les ofrecía pero al terminar, el mundo terrenal volvía a azotar con su pobreza y desolación recordando a cada ser cuan miserable era y ahora incluso más, luego de ver todo lo que jamás podrían tener. Su mirada sentía el vacío a su alrededor, perpetuando la efímera paz que había sentido por tan solo unos segundos en que su cuello se torció hacia su izquierda comprobando que la sala estaba vacía al igual que el piano abandonado ¿Acaso la pieza había sonado en su cabeza? No, estaba demasiado maldecida, demasiada podrida, había tan poca esperanza que algo tan liberador jamás podría haber nacido de aquel nido que no contenía nada ¿Por qué eres tan suave? De nuevo fue esa voz que ocupó su lugar obligándola a perder el control de sí misma. No podía sentir como su piel se erizaba ni como sus pupilas se dilataron del terror al sentir como la inconsciencia que había dejado ir durante el tiempo que estuvo sentada sobre ese terciopelo morado ahora era vívida. Sentía sus ojos clavados sobre sí misma y aquella sonrisa cínica que la estremecía – Vete – Su voz tan dulce y angelical pintada por la inocencia jamás perturbada por el odio ni la violencia. Estaba allí para quedarse, ella como tantas otras. La vida no era justa, la vida no implicaba existir y existir no conllevaba a que la muerte traería su paz. Sentía como su piel se erizaba frente al frío que comenzaba a recorrer sus venas, lo que había sido un rostro ahora era una máscara inexpresiva, ojos que habían perdido la luz que las notas le habían dado para reemplazarlas por miedo.

¿Por qué estás aquí? ¿Qué hacemos en este lugar? Deja de jugar con el destino si ya estás condenada. CONDENADA. Fue un grito que resonó con tanta fuerza que hizo a la joven sentir el vértigo al perder el equilibrio cuando sus tímpanos estallaron con esa voz lúgubre, sus dedos tensionados que querían rasgar su propia piel para quitarla de adentro de sus venas pero todo era inútil. Era ridículo pero podía sentirla, sus ojos clavados en ella con esa sonrisa retorcida que disfrutaba de su ¿Demencia? No ella no estaba loca, no podía controlarse ni moverse, no podía llorar ni huir salvo cuando quería acuchillarla a través de su piel. Jocelyn, muerta estás. No. Yo también estoy muerta. SILENCIO LAS DOS. Los huesos se estremecieron, a veces era más humana que animal, pero siempre era una bestia que la obligaba a esclavizarse en cuerpo y espíritu hasta apagarse por completo. En las batallas perdidas solo hay muertos, ella fue una y tú eres la siguiente. Yo no soy un muerto, tu eres mi carga ¿Tu carga? Malena, sino fuera por mi ya estaríamos muertas. Si fuera por ti, ojala lo estuviera. Podía sentir como ardía su garganta en aquel grito sordo que murió en sus labios, quietud en su mirada que apenas distinguía las teclas de un piano que hacía minutos o quizá horas había dejado de sintonizar aquella música que por un momento revivió la cuota de humanidad que por desgracia acarreaba pero ya no. Había otro sonido, uno que sus ojos verdes no pudieron encontrar entre la oscuridad de la sala de caoba sumida en aquella carencia de luz similar al manto nocturno que bañaba a toda Paris. Pocas veces tenía el placer de sentarse sobre la tela fina y nunca habría pagado por las entradas, lo cierto es que no recordaban ni tan siquiera como las habían obtenido ni tampoco les interesaba. Su pelo caoba claro caía en cascada recta por sus hombros. Su rostro respingado y fino fácilmente confundible con la aristocracia hasta que su ropa simple, sus cicatrices. Historias que relataban el horror de una vida que le era ajena y jamás le preguntaron si iba a extrañar.

De nuevo la voz, pero era más grave que la de ella, la chica ya no estaba volvían a ser solamente ellas como siempre pero algo estaba cambiando. Su cuerpo tembló cuando sintió el calor que aferró a su omóplato desnudo obligándola a que sus ojos carentes de vida se enfocaran en un rostro que no iba a gastarse en reconocer. Nadie valía la pena para recordarlo y en cuanto lo hiciera, las razones para odiarlo sobrepasarían a cualquier otra posibilidad. Eran todos iguales, eran todos mierda cuando sus pupilas dilatas por la oscuridad reflejaron la vida del muchacho que la enfrentó. Cada cual es dueño de su propia miseria y ellas no tenían piedad en recordarte cuan miserable eres. Malena, me duele. SI TE ESTA TOCANDO. La tranquilidad que le había transmitido el piano la había apaciguado demasiado, encantando al demonio que llevaba a flor de piel y acababa de despertar. Veloz e impulsiva, sus músculos se contrajeron esquivando sus manos para apartarse de él clavando su mirada furtiva y rapaz en los ojos ajenos - ¿Por qué lo hiciste? ¿POR QUÉ? - ¿Habló la humanidad suplicando por un minuto más de paz? ¿Habló el miedo rogando por que continuara tocando como a modo de distracción? ¿O habló ella, furiosa por haber alentado a su propio descontrol? En un mundo hambriento por debilidad, lo único cierto es lo incierto. No es destino sino suerte y no era Malena sino Malena. No era nadie más ni nadie menos que ella y por su culpa habían quedado al descubierto ¿Quién mierda era él?