Deliverance | Privado

por **Lasher** Jue Ene 11, 2018 4:55 pm

Desde su llegada a la capital se había sentido como un extraño, siendo los primeros días los más pesados. Poco a poco se empezaba a habituar a ser parte de las pinceladas tan singulares en las que se sumergía día con día. Océanos de recuerdos inmemoriales le separaba de la tierra que le había visto nacer y morir en poco tiempo. Rusia era fría, solitaria, como él pero en París las cosas eran muy diferentes, cada detalle en las calles era hasta cierto punto embriagador, único y fascinante. Las fauces de las calles empolvadas le engullían una vez más en este largo recorrido hacia un venidero crepúsculo cenizo. Durante el tiempo que su condición fantasmal le hizo deambular de un lado a otro había sido testigo de una y mil formas de actuar en el raciocinio humano, amantes lejanos, familias separadas por peleas, disputas por herencias, a donde quiera que el volteara se topaba con una gama de comportamientos perturbadores, la contradicción de la que los humanos son presa.

Acostumbraba dar un pequeño concierto en las plazuelas antes de que los últimos rayos del sol murieran en las entrañas de la atmosfera vespertina. No importaba si los extraños le arrojaban una moneda o no, él tan solo quería ser escuchado, el sonido ensordecedor de un par de aplausos bastaba pues quería que las personas hallaran un remanso de paz en las melodías lúgubres que nacían de su viejo Stradivarius largo. Esas composiciones adoloridas tan diáfanas pero con un sinfín de trasfondos. Cada pieza, cada movimiento evocaba un momento de su vida. De este modo daba inicio un acto más, una nueva presentación ante miradas extrañas. Con la pequeña bolsa aterciopelada colgando en su hombro izquierdo avanzó entre un pequeño tumulto de personas, sonreía cuando se topaba con la mirada de algún chiquillo ingenuo que le saludaba, se mantenía callado cuando la ocasión ameritaba pero normalmente su amabilidad salía a relucir, aún con desconocidos.

Llevó suavemente el instrumento hacia su mentón y suspirando antes de dar inicio a esta confesión admiro la forma de las curvaturas en los pocos edificios que se erguían portentosos a su alrededor. Sonrió. Con la mirada apagada sus dedos acariciaron la textura del Stradivarius y eventualmente el aullido de las notas anunciaba su nacimiento. Cada sonido tomaba forma y figura conforme los movimientos del fantasma fluían de forma magistral. Se entregó a la ejecución como lo había hecho las noches previas, sin temor, sin vacilar. En el vaivén exquisito los murmullos de aquellos ajenos a sus recuerdos le contemplaban quizás, otros pasarían de largo sin detenerse siquiera. Aun cuando los coloridos edificios se derrumbaran y una tormenta pudiera caer en la plazuela el seguiría tocando, nació para ser un músico y curiosamente había perdido la vida por la misma causa. Porque la música lo era todo para él: destrucción y sanación.