AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Porsjon tro (Reeva Argent)
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Porsjon tro (Reeva Argent)
Aquel día me levante pronto, incapaz de permanecer por mas tiempo en aquel lecho que se pegaba a mi como sanguijuelas, apenas había dormido aquella noche, mi esposa tenia demasiado trabajo en el museo y al parecer después acudiría a una fiesta, no la oí llegar y ahora dormía placida a mi lado.
Echaba de menos el norte, mi hogar y a mi familia. Paris se me antojaba tedioso, no me arrepentía de la decisión tomada, simplemente había días en los que necesitaba descargar adrenalina.
Ensimismado en mis propios pensamientos tome la montura que me esperaba en las cuadras y empecé a cabalgar sin rumbo por aquella ciudad a la que no le encontraba nada de especial.
Supongo que como el bárbaro que era, mis pasos fueron guiados hacia la espesura del bosque donde sin duda respire esa libertad norteña que la bulliciosa ciudad de París se empeñaba en arrebatarme. Era agradable sentir como el viento azuzaba mi rostro y movía mi pelo.
Sus músculos se tensaban bajo mis piernas, podía sentir su poder y apreté con fuerza las mías enredando los dedos en sus crines para tomar un rumbo frenético hacia ninguna parte.
Aquel galope solo se vio coartado cuando llegamos al filo de un precipicio, que con su sonido invitaba a un salto de gran envergadura hacia las aguas bravas del mar.
Necesitaba descargar adrenalina y francamente fue lo mejor que se me ocurrió en ese preciso instante en el que casi sin pensar empece a quitarme las botas para dejarlas en las alforjas de mi corcel bayo.
Hice lo propio con la camisola, los pantalones, hasta que mi cuerpo quedó desnudo. Sin pensármelo dos veces salí corriendo hacia el filo del acantilado.
Pronto mis pies se encontraron flotando en el vació, cayendo inexorablemente en picado hacia las bravas aguas del mar.
Vacio, aquella sensación de libertad absoluta mientras el aire golpea tu cuerpo acunándolo en ese inmenso vació.
Y después frio, solo eso, el frio de las gélidas aguas colisionando contra tu cuerpo como si mil alfileres y uno se clavaran en tu cuerpo.
Sorteé las rocas con destreza mientras la espuma brava, blanca y voraz me engullía hacia el fondo.
Silencio, allí debajo del agua, acariciado por la sal y alumbrado por el amanecer que se trasparentaba en ellas me sentía vivo”
Mi cuerpo se hundió en ellas golpeándose por la sacudida al tiempo que mis manos pugnaban en nadar hacia fuera para salir a flote.
No tarde en sacar la cabeza del agua, con aquel subidon de adrenalina que necesitaba y con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Lentamente fui nadando hacia la costa, dejándome envolver por aquel agua salada y fría que sin duda habían conseguido despejar mi mente.
Echaba de menos el norte, mi hogar y a mi familia. Paris se me antojaba tedioso, no me arrepentía de la decisión tomada, simplemente había días en los que necesitaba descargar adrenalina.
Ensimismado en mis propios pensamientos tome la montura que me esperaba en las cuadras y empecé a cabalgar sin rumbo por aquella ciudad a la que no le encontraba nada de especial.
Supongo que como el bárbaro que era, mis pasos fueron guiados hacia la espesura del bosque donde sin duda respire esa libertad norteña que la bulliciosa ciudad de París se empeñaba en arrebatarme. Era agradable sentir como el viento azuzaba mi rostro y movía mi pelo.
Sus músculos se tensaban bajo mis piernas, podía sentir su poder y apreté con fuerza las mías enredando los dedos en sus crines para tomar un rumbo frenético hacia ninguna parte.
Aquel galope solo se vio coartado cuando llegamos al filo de un precipicio, que con su sonido invitaba a un salto de gran envergadura hacia las aguas bravas del mar.
Necesitaba descargar adrenalina y francamente fue lo mejor que se me ocurrió en ese preciso instante en el que casi sin pensar empece a quitarme las botas para dejarlas en las alforjas de mi corcel bayo.
Hice lo propio con la camisola, los pantalones, hasta que mi cuerpo quedó desnudo. Sin pensármelo dos veces salí corriendo hacia el filo del acantilado.
Pronto mis pies se encontraron flotando en el vació, cayendo inexorablemente en picado hacia las bravas aguas del mar.
Vacio, aquella sensación de libertad absoluta mientras el aire golpea tu cuerpo acunándolo en ese inmenso vació.
Y después frio, solo eso, el frio de las gélidas aguas colisionando contra tu cuerpo como si mil alfileres y uno se clavaran en tu cuerpo.
Sorteé las rocas con destreza mientras la espuma brava, blanca y voraz me engullía hacia el fondo.
Silencio, allí debajo del agua, acariciado por la sal y alumbrado por el amanecer que se trasparentaba en ellas me sentía vivo”
Mi cuerpo se hundió en ellas golpeándose por la sacudida al tiempo que mis manos pugnaban en nadar hacia fuera para salir a flote.
No tarde en sacar la cabeza del agua, con aquel subidon de adrenalina que necesitaba y con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Lentamente fui nadando hacia la costa, dejándome envolver por aquel agua salada y fría que sin duda habían conseguido despejar mi mente.
Ubbe Cannif- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/02/2017
Re: Porsjon tro (Reeva Argent)
Los últimos días habían sido un infierno. Desde su regreso de Italia todo iba en picada y, de momento, nada tendía a mejorar. Bastien quería la cabeza de D’Lizoni en bandeja de plata, pero ella, nadando contra corriente como era costumbre, había resuelto que no era tiempo de que el lobo conociera a su creador. Por supuesto, el cazador conocía perfectamente cuan diestra y letal era en su oficio y quizá por esa misma razón no había terminado de tragarse la historia de que el hijo de la luna le había pateado el trasero; no obstante, ante la persistencia de su historia y los moretones en su cuerpo que la sustentaban, su enfurecido tío no tuvo más remedio que darle un corto pero mordaz sermón y duplicar sus horas de entrenamiento. Si sus habilidades habían sido el problema en primera instancia, él mismo se encargaría de que no lo fueran a la segunda.
Por otro lado, su relación con Hyun Seung —o como fuera que se le llamara a un acto sexual que tenía como único objetivo el intercambio de fluidos que a él le saciaba su hambre y a ella su adicción— andaba por un camino rocoso. El inmortal no estaba contento de su aproximación al lobo o cual quiera que fuera su asunto con él… lo cierto era que estaba furioso, así que había decidido suspender sus encuentros por tiempo indeterminado, desatendiendo así su necesidad del elixir de vida que tanto ansiaba. Reeva añoraba su libertad más que cualquier cosa y en sus planes jamás figuró la adicción a la sangre o el subidón que esta le causaba, nada podía ir más en contra de su naturaleza y sin embargo allí se encontraba ella, sufriendo los violentos efectos de la abstinencia, el punzante dolor y los intensos temblores que iban y venían acorde a su abrasador anhelo de paladear, aunque fuera una sola gota, aquel delicioso líquido.
La cereza sobre el pastel la ponía la iglesia, evidentemente, el servicio que prestaba a su tío no la excluía de su deber con la inquisición. Su labor —En nombre del “padre santo”— era exterminar a una de las tantas criaturas de la noche que con su mera existencia contaminaba de pecado aquellas tierras y, por ende, representaba un peligro para la humanidad. Habían pasado ya un par de semanas desde que, en los altos suburbios de la capital, apareció el primer cuerpo drenado de sangre, con la cabeza a penas unida al cuello por una fibra muscular y, desde entonces, el conteo de muertos que fueron encontrados en condiciones semejantes se tornaba preocupante.
Lo más probable, posible y cierto era que a la iglesia poco y nada le hubiese interesado el caso si los cadáveres pertenecieran a cualquier diablillo de pobres recursos, mas las víctimas eran todas damas de alta cuna y belleza singular por lo que la institución, en un acto hipócrita disfrazado de buenas intenciones, no vaciló en intervenir. Vaya que todos se irían al infierno.
Resopló. Llevaba dos días siguiéndole los pasos al inmortal cuya ejecución le fue asignada. Al parecer la sanguijuela tenía algún fetiche por las señoritas de rostros angelicales y aspecto virginal y si bien ella no estaba ni cerca de ser ese tipo de mujer, sí podía encajar en el tipo, tal y como un camaleón. Emboscar al vampiro hubiese en cualquier callejón hubiese sido más rápido y más práctico, pero Reeva, como digna representante de su linaje, no disfrutaba de lo sencillo, por lo que imaginó que sería más entretenido seguirle el juego… así tendría forma de ocupar su mente en otra cosa que no fuese el ansia que le carcomía las entrañas.
Esa noche asistió a una ostentosa reunión en el Palacio Royal, emperifollada con un ceñido vestido que resaltaba sus atributos sutilmente —solo lo suficiente como para captar el ojo de su víctima— y equipada con toda clase de armas bajo la falda. Una vez bajo el radar, el hijo de la noche poco y nada puso hacer para resistirse a sus encantos y una hora después, luego de un par de copas y coqueteo inocente, el hombre, finalmente, decidió hacer el ofrecimiento de escoltarla a un espacio menos concurrido donde podrían tener mejor experiencia de la compañía ajena.
Al final, el vampiro le llevó hasta la playa, parloteando todo el camino sobre las estrellas, las constelaciones y quien sabe cuántas más sandeces para mantener su caballerosa fachada. La inquisidora ya estaba perdiendo la paciencia, pero cuando se encontró al límite de la exasperación fue que el depredador hizo su movimiento maestro y la besó. Reeva, para nada sorprendida, optó por seguir la corriente, no porque no estuviera al tanto de los alcances de aquella bestia, mas sí por mera curiosidad.
Los labios del vampiro descendieron hacia su cuello, un tacto frío y húmedo que, a ella, lejos de prenderla, le causó disgusto y le encrespó los bellos de la piel. De repente, sintió un breve pinchazo en la yugular. La sanguijuela se separó de su piel para contemplarla con esos orbes teñidos de escarlata que delataban hambre, mientras se relamía de la comisura del labio el rastro de las pocas gotas que había alcanzado a extraer.
La rubia imaginó que al inmortal le excitaba el miedo en sus víctimas así que, voluntariamente sirviendo a aquel propósito, torció sus facciones en la mejor mueca de terror de su repertorio, contribuyendo a ensanchar la diabólica sonrisa que le dedicó la bestia antes de ensartarle de nuevo los colmillos. Aunque no lo necesitaba, Reeva pataleó y pidió auxilio a pulmón herido, rogando por piedad con cuanto pavor le fue posible fingir.
Estimulado por su acto y toqueteando su cuerpo de inapropiadas formas, con cada ruego y cada grito, el destripador succionó con más fuerza su néctar de vida; no obstante, cuando ella lo consideró suficiente, no pudo evitar estallar en risas. El vampiro se apartó y con el entrecejo fruncido la observó desconcertado, mas no le dio ella tiempo de reaccionar diferente cuando, con su espada —Que había desenvainado bajo su falda mientras el inmortal se ocupada en disecarla— le hizo una profunda incisión en la garganta.
Malherida pero no muerta, la sanguijuela, mostrándole los ensangrentados colmillos, le dio un fuerte empujón. La joven voló por los aires y cayó sobre la arena más rauda se recuperó. El vampiro, ocultándose como un cobarde entre la penumbra, a velocidad sobrehumana le asedió, pero Reeva, con la destreza de quien se ha desempeñado en el oficio desde la infancia, tras mantenerlo a raya ondeando con gracia su espada, en un hábil movimiento le incrustó la hoja de plata en el pecho, atravesándole el corazón.
Escupiendo sangre, el vampiro cayó hincado a sus pies, contemplándola con ese terror que ver en otros tanto le provocaba.
— Solo en caso de que te lo preguntaras… soy Reeva Argent, hijo de perra.
La rubia elevó su espada, plata que centelló bajo la luz de la luna y tras oscilarla con fuerza, cortando el aire con un silbido, de un solo tajo decapitó al vampiro. La cabeza rodó hacia el mar y el resto del cuerpo cayó a sus pies, tiznando de vibrante carmesí los granos de arena a su alrededor; no obstante, la sangre que salió despedida alcanzó a salpicarle el rostro y el vestido. Al sentir la tibia humedad sobre su piel, la inquisidora repasó la yema de sus dedos sobre su mejilla y con mirada turbia de necesidad contempló el líquido que los teñía. Tragó saliva y entreabrió los labios. Codiciaba ese ferroso licor, más que a nadie, más que nada y la incandescente sensación que le recorrió la garganta lo comprobaba.
Cerca estuvo de ceder a sus impulsos, mas cuando con el rabillo del ojo captó una silueta, la joven apretó el puño con fuerza, enterrándose las uñas en la palma y con sus zafiros centellantes y abiertos de par en par se volvió hacia aquel que a pocos metros de distancia la observaba… un hombre, rubio, de mares violentos y… ¿desnudo? Quizá en otra ocasión hubiese hecho el intento de cubrirse los ojos, pero en ese momento poco le importó.
— ¡Ho.. hola! —Pronunció haciendo un esfuerzo por no verse completamente espantada, con una sonrisa nerviosa.
¿hola? ¡¿HOLA?! Había un cuerpo decapitado a sus pies y lo mejor que se le ocurría decir era “¿hola?”. Quiso que la tragara la tierra. No sabía exactamente cuánto alcanzó a ver aquel hombre, pero ¿acaso había vinculado su apellido a un asesinato? Oh, oh, a Bastien eso sí que no iba a agradarle.
Por otro lado, su relación con Hyun Seung —o como fuera que se le llamara a un acto sexual que tenía como único objetivo el intercambio de fluidos que a él le saciaba su hambre y a ella su adicción— andaba por un camino rocoso. El inmortal no estaba contento de su aproximación al lobo o cual quiera que fuera su asunto con él… lo cierto era que estaba furioso, así que había decidido suspender sus encuentros por tiempo indeterminado, desatendiendo así su necesidad del elixir de vida que tanto ansiaba. Reeva añoraba su libertad más que cualquier cosa y en sus planes jamás figuró la adicción a la sangre o el subidón que esta le causaba, nada podía ir más en contra de su naturaleza y sin embargo allí se encontraba ella, sufriendo los violentos efectos de la abstinencia, el punzante dolor y los intensos temblores que iban y venían acorde a su abrasador anhelo de paladear, aunque fuera una sola gota, aquel delicioso líquido.
La cereza sobre el pastel la ponía la iglesia, evidentemente, el servicio que prestaba a su tío no la excluía de su deber con la inquisición. Su labor —En nombre del “padre santo”— era exterminar a una de las tantas criaturas de la noche que con su mera existencia contaminaba de pecado aquellas tierras y, por ende, representaba un peligro para la humanidad. Habían pasado ya un par de semanas desde que, en los altos suburbios de la capital, apareció el primer cuerpo drenado de sangre, con la cabeza a penas unida al cuello por una fibra muscular y, desde entonces, el conteo de muertos que fueron encontrados en condiciones semejantes se tornaba preocupante.
Lo más probable, posible y cierto era que a la iglesia poco y nada le hubiese interesado el caso si los cadáveres pertenecieran a cualquier diablillo de pobres recursos, mas las víctimas eran todas damas de alta cuna y belleza singular por lo que la institución, en un acto hipócrita disfrazado de buenas intenciones, no vaciló en intervenir. Vaya que todos se irían al infierno.
Resopló. Llevaba dos días siguiéndole los pasos al inmortal cuya ejecución le fue asignada. Al parecer la sanguijuela tenía algún fetiche por las señoritas de rostros angelicales y aspecto virginal y si bien ella no estaba ni cerca de ser ese tipo de mujer, sí podía encajar en el tipo, tal y como un camaleón. Emboscar al vampiro hubiese en cualquier callejón hubiese sido más rápido y más práctico, pero Reeva, como digna representante de su linaje, no disfrutaba de lo sencillo, por lo que imaginó que sería más entretenido seguirle el juego… así tendría forma de ocupar su mente en otra cosa que no fuese el ansia que le carcomía las entrañas.
Esa noche asistió a una ostentosa reunión en el Palacio Royal, emperifollada con un ceñido vestido que resaltaba sus atributos sutilmente —solo lo suficiente como para captar el ojo de su víctima— y equipada con toda clase de armas bajo la falda. Una vez bajo el radar, el hijo de la noche poco y nada puso hacer para resistirse a sus encantos y una hora después, luego de un par de copas y coqueteo inocente, el hombre, finalmente, decidió hacer el ofrecimiento de escoltarla a un espacio menos concurrido donde podrían tener mejor experiencia de la compañía ajena.
Al final, el vampiro le llevó hasta la playa, parloteando todo el camino sobre las estrellas, las constelaciones y quien sabe cuántas más sandeces para mantener su caballerosa fachada. La inquisidora ya estaba perdiendo la paciencia, pero cuando se encontró al límite de la exasperación fue que el depredador hizo su movimiento maestro y la besó. Reeva, para nada sorprendida, optó por seguir la corriente, no porque no estuviera al tanto de los alcances de aquella bestia, mas sí por mera curiosidad.
Los labios del vampiro descendieron hacia su cuello, un tacto frío y húmedo que, a ella, lejos de prenderla, le causó disgusto y le encrespó los bellos de la piel. De repente, sintió un breve pinchazo en la yugular. La sanguijuela se separó de su piel para contemplarla con esos orbes teñidos de escarlata que delataban hambre, mientras se relamía de la comisura del labio el rastro de las pocas gotas que había alcanzado a extraer.
La rubia imaginó que al inmortal le excitaba el miedo en sus víctimas así que, voluntariamente sirviendo a aquel propósito, torció sus facciones en la mejor mueca de terror de su repertorio, contribuyendo a ensanchar la diabólica sonrisa que le dedicó la bestia antes de ensartarle de nuevo los colmillos. Aunque no lo necesitaba, Reeva pataleó y pidió auxilio a pulmón herido, rogando por piedad con cuanto pavor le fue posible fingir.
Estimulado por su acto y toqueteando su cuerpo de inapropiadas formas, con cada ruego y cada grito, el destripador succionó con más fuerza su néctar de vida; no obstante, cuando ella lo consideró suficiente, no pudo evitar estallar en risas. El vampiro se apartó y con el entrecejo fruncido la observó desconcertado, mas no le dio ella tiempo de reaccionar diferente cuando, con su espada —Que había desenvainado bajo su falda mientras el inmortal se ocupada en disecarla— le hizo una profunda incisión en la garganta.
Malherida pero no muerta, la sanguijuela, mostrándole los ensangrentados colmillos, le dio un fuerte empujón. La joven voló por los aires y cayó sobre la arena más rauda se recuperó. El vampiro, ocultándose como un cobarde entre la penumbra, a velocidad sobrehumana le asedió, pero Reeva, con la destreza de quien se ha desempeñado en el oficio desde la infancia, tras mantenerlo a raya ondeando con gracia su espada, en un hábil movimiento le incrustó la hoja de plata en el pecho, atravesándole el corazón.
Escupiendo sangre, el vampiro cayó hincado a sus pies, contemplándola con ese terror que ver en otros tanto le provocaba.
— Solo en caso de que te lo preguntaras… soy Reeva Argent, hijo de perra.
La rubia elevó su espada, plata que centelló bajo la luz de la luna y tras oscilarla con fuerza, cortando el aire con un silbido, de un solo tajo decapitó al vampiro. La cabeza rodó hacia el mar y el resto del cuerpo cayó a sus pies, tiznando de vibrante carmesí los granos de arena a su alrededor; no obstante, la sangre que salió despedida alcanzó a salpicarle el rostro y el vestido. Al sentir la tibia humedad sobre su piel, la inquisidora repasó la yema de sus dedos sobre su mejilla y con mirada turbia de necesidad contempló el líquido que los teñía. Tragó saliva y entreabrió los labios. Codiciaba ese ferroso licor, más que a nadie, más que nada y la incandescente sensación que le recorrió la garganta lo comprobaba.
Cerca estuvo de ceder a sus impulsos, mas cuando con el rabillo del ojo captó una silueta, la joven apretó el puño con fuerza, enterrándose las uñas en la palma y con sus zafiros centellantes y abiertos de par en par se volvió hacia aquel que a pocos metros de distancia la observaba… un hombre, rubio, de mares violentos y… ¿desnudo? Quizá en otra ocasión hubiese hecho el intento de cubrirse los ojos, pero en ese momento poco le importó.
— ¡Ho.. hola! —Pronunció haciendo un esfuerzo por no verse completamente espantada, con una sonrisa nerviosa.
¿hola? ¡¿HOLA?! Había un cuerpo decapitado a sus pies y lo mejor que se le ocurría decir era “¿hola?”. Quiso que la tragara la tierra. No sabía exactamente cuánto alcanzó a ver aquel hombre, pero ¿acaso había vinculado su apellido a un asesinato? Oh, oh, a Bastien eso sí que no iba a agradarle.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 17/10/2017
Re: Porsjon tro (Reeva Argent)
Desde las gélidas aguas escuché los gritos de una dama que a simple vista parecía encontrarse en peligro, eso me llevó a bracear con mas fuerza para ir en su ayuda, mas al alcanzar la costa, solo me encontré una cabeza cercenada, un cuerpo mutilado y la joven doncella en apuros con su acero goteando sangre aun preso de su mano.
Caminé hacia ella con la ladeada sonrisa en mis labios, mi dedo se deslizó calmo por su hoja elevando la mirada justo en ese momento que la cálida sangre lo embadurnaba por completo.
-Buena espada y buen tajo -apremié a decir llevándome las gotas carmesí a mis labios.
Sangre de vampiro, lo imaginaba, lo que situaba a la dama en dos posibles grupos, el de cazadora o el de inquisidora y francamente me importaba bien poco a cual perteneciera, no sentía simpatía por ninguno de ellos.
Yo era un humano, mas no uno simple, mi padre era un Vampiro, nací siendo engendrado por uno de estos seres de la noche. En mi sangre corría también la de Cain, por eso beber de un vampiro me afectaba mucho mas que al resto, tocaba la euforia demasiado rápido y perdía el juicio.
-Hola -apunté con cierta diversión en mi voz ¿era lo mejor que se le ocurría decir al ver un hombre desnudo salir del agua tras haber dado muerte a un inmortal?
No pude contener la risa y acabe explotando, la situación cuanto menos era cómica, demasiado.
Fue entonces cuando me percaté de algo, sus pupilas dilatadas cuando llevé el carmesí a mi boca ¿era una adicta o yo le ponía? Algo que dudaba, no había bajado la mirada a mi verga.
-Deberías pasar el mono, no te auguro ben final siendo adicta a la sangre de vampiro -me encogí de hombros -pero tu veras.
Tampoco era nada suyo y el pape de consejero no era lo mio, yo me ponía la mitad de las noches de alcohol hasta arriba, así que si ella quería vivir su vida la limite ¿quien era yo para juzgarlo?
Mi montura, mas lenta que yo en la bajada sin duda llegó a la playa, en sus alforjas, mi ropa, mis pieles, las botas y el acero que pendía a mis espalda.
Fui calzandome cada prenda hasta acabar acomodando las hebillas a mi pecho dejando la bastarda bien colocada en la vaina.
-Buena noche de caza -dije finalmente dispuesto a seguir mi camino.
Mi próximo destino la taberna, unas jarras y volvería lo suficiente animado para caer sobre el lecho noqueado. Me aburría bastante sin mis hermanos allí, los echaba de menos, también a Niels...
Caminé hacia ella con la ladeada sonrisa en mis labios, mi dedo se deslizó calmo por su hoja elevando la mirada justo en ese momento que la cálida sangre lo embadurnaba por completo.
-Buena espada y buen tajo -apremié a decir llevándome las gotas carmesí a mis labios.
Sangre de vampiro, lo imaginaba, lo que situaba a la dama en dos posibles grupos, el de cazadora o el de inquisidora y francamente me importaba bien poco a cual perteneciera, no sentía simpatía por ninguno de ellos.
Yo era un humano, mas no uno simple, mi padre era un Vampiro, nací siendo engendrado por uno de estos seres de la noche. En mi sangre corría también la de Cain, por eso beber de un vampiro me afectaba mucho mas que al resto, tocaba la euforia demasiado rápido y perdía el juicio.
-Hola -apunté con cierta diversión en mi voz ¿era lo mejor que se le ocurría decir al ver un hombre desnudo salir del agua tras haber dado muerte a un inmortal?
No pude contener la risa y acabe explotando, la situación cuanto menos era cómica, demasiado.
Fue entonces cuando me percaté de algo, sus pupilas dilatadas cuando llevé el carmesí a mi boca ¿era una adicta o yo le ponía? Algo que dudaba, no había bajado la mirada a mi verga.
-Deberías pasar el mono, no te auguro ben final siendo adicta a la sangre de vampiro -me encogí de hombros -pero tu veras.
Tampoco era nada suyo y el pape de consejero no era lo mio, yo me ponía la mitad de las noches de alcohol hasta arriba, así que si ella quería vivir su vida la limite ¿quien era yo para juzgarlo?
Mi montura, mas lenta que yo en la bajada sin duda llegó a la playa, en sus alforjas, mi ropa, mis pieles, las botas y el acero que pendía a mis espalda.
Fui calzandome cada prenda hasta acabar acomodando las hebillas a mi pecho dejando la bastarda bien colocada en la vaina.
-Buena noche de caza -dije finalmente dispuesto a seguir mi camino.
Mi próximo destino la taberna, unas jarras y volvería lo suficiente animado para caer sobre el lecho noqueado. Me aburría bastante sin mis hermanos allí, los echaba de menos, también a Niels...
Ubbe Cannif- Humano Clase Alta
- Mensajes : 417
Fecha de inscripción : 25/02/2017
Re: Porsjon tro (Reeva Argent)
Reeva abrió los párpados de par en par, con sus esmeraldas, centellantes y perplejas, escudriñando en el rostro del que ahora era su interlocutor. Podrías matarlo, aseguró una vocecilla maliciosa que hizo eco en sus pensamientos y, aunque no le complacía admitirlo, la voz estaba en lo cierto. Ella estaba armada, el hombre desnudo, prácticamente indefenso, a pesar de que hasta el momento no había pronunciado palabra como para poder asegurarlo, por simple apariencia podía suponer que era extranjero y no de los refinados… nadie lo extrañaría, al menos no por allí… o quizá sí, siempre podía equivocarse, de cualquier forma, si aquella se tornaba en una situación de vida o muerte… mejor él que ella.
¡No! Rebatió su conciencia. La suya no era la más correcta pero aún le restaba moral. Tendría que buscar una mejor solución y darle muerte a un inocente —Pues no había cometido delito que ella conociera y de ser culpable de algún crimen tampoco era quién para juzgarlo— no encajaba en el concepto de lo correcto. ¿sobornarlo quizá? Tal vez de esa forma ella podría irse tranquila y él… ¿comprarse una muda de ropa? Bueno, podía comprarse un elefante si le venía en gana, lo único que realmente le interesaba era su silencio.
Entreabrió los labios dispuesta a sobornarlo, mas cuando despabiló el extranjero estaba ya frente suyo y, como si no se le diera nada, deslizaba el índice por el filo de su espada, remojándolo en la sangre del vampiro que tiznaba su argentado brillo, mas fueron las palabras que acompañaron aquella acción las que le dejaron completamente desconcertada.
— ¿Qué? — Inquirió en un hilo de voz. Buena espada y buen tajo. No pudo evitar dedicarle una sonrisa nerviosa, para una mujer como ella ese sí que era un halago — ¡Oh! ¡gracias! — Negó con la cabeza. El aroma del vital elixir que manchaba su espada y humedecía los granos de arena bajo sus pies inundaba sus sentidos, le aturdía, le distraía — No, espera… ¿qué? Estoy confundida ¿por qué no estás amenazando con llamar a la policía? ¿eres cazador? — Lo miró de arriba abajo y viceversa— No es por ofender, pero no me parece que encajes en la inquisición.
El hombre la observó divertido y soltó una carcajada, luego, sin recato alguno, se lamió el dedo, degustando el ferroso néctar que ella tanto ansiaba. Sus verdes gemas se desorbitaron tornándose en turbios pantanos, sus pupilas se dilataron, tragó saliva para aliviar el escozor que punzó en su garganta y ansiosa tamborileó los dedos sobre su pierna. Sus labios retemblaron… no resistió más, tuvo que apartar la mirada, la necesidad del líquido escarlata era devastadora y la abstinencia le calcinaba las entrañas. Por supuesto, el extraño se había percatado de su problema, el ansia que le corroía era difícil de pasar por alto.
— Buen consejo, no que no se me hubiera ocurrido ya, pero buen consejo — Apuntó con una pizca de sarcasmo
El extranjero de acento extraño, nórdico quizá, se apartó en dirección a un caballo que se aproximaba a lento galope, procediendo a sacar de las alforjas que colgaban de la silla varias prendas de vestir. Así que sí tenía ropa. Reeva sonrió para sí misma, tal vez el soborno no hubiese funcionado muy bien.
— Bonita espada — elogió al ver la bastarda que llevaba colgada en la montura mas cuando se percató de lo mal que había sonado aquello, considerando que su interlocutor se encontraba completamente desnudo, se dio una palmada en la frente.
Se sumieron en un denso silencio, el calmo oleaje de marea baja era el único ruido que alcanzaba a escuchar. La inquisidora, ligeramente avergonzada se cruzó de brazos y, mientras el hombre se vistió se calzó y se armó, con la mirada baja, ella jugueteó con la cabeza cercenada del vampiro cual balón de fútbol.
Una vez listo, el espectador de su espectáculo le deseó buena noche de caza y se dispuso a partir. Reeva no esperaba más de aquel extraño, de ser otras las circunstancias, le hubiese deseado buena noche y seguido su camino sin mirar atrás, no obstante, aunque no parecía representar él ninguna amenaza, no podía irse sin asegurarse de que este no divulgaría lo presenciado. Las apariencias eran engañosas.
Ya le llevaba él un par de metros de ventaja cuando ella le alcanzó.
— Así que… no respondiste — El rubio se volvió extrañado ¿por qué lo estaba siguiendo? Pudo leer su mirada. Para ella tampoco era la más cómoda de las situaciones, a penas y sabía qué decir— Si no eres un cazador ¿entonces qué eres? Y ¿de dónde eres? ¿Acaso allí son comunes las decapitaciones? — Una ráfaga de preguntas se escapó de sus labios con premura. Hablaba demasiado y bastante rápido cuando estaba nerviosa— Oh, perdón ¿dónde han quedado mis modales? Soy Reeva — Le extendió la mano— si es que ya no había quedado claro — masculló entre dientes, casi ininteligible — ¿y tú eres?
El extranjero la contemplaba entre divertido y confundido. Parecía que conversaba consigo misma en vez de intentar establecer comunicación con él.
— Bueno y… ¿a dónde vamos? — Inquirió en tono inocente, bastante impropio de ella. Evidentemente el “vamos” al otro le sonaba a manada — ¿Qué? —Se encogió de hombros— Me vendría bien una distracción — Él se rio y llevó sus astronómicos orbes al anillo que le adornaba la diestra. Estaba casado, pero ella no se refería a… eso — ¡No esa clase de distracción! Quiero decir… nada de hombres casados, quizá hombres comprometidos que no están felices con su compromiso, pero nada más— La referencia que removió la remembranza de su última aventura en Italia le curvó los labios en media sonrisa traviesa. Por lo menos el extranjero parecía entretenido; ella distaba de cumplir con el estereotipo de mujer francesa — ¿Qué opinas de… ir de caza? — Él desaprobó, no parecía muy emocionado con la idea — ¿un duelo de espadas? — Se lo pensó bien, parecía más inclinado a esa propuesta, pero no necesariamente convencido — ¿un trago?
Resopló. Ya se quedaba sin opciones.
¡No! Rebatió su conciencia. La suya no era la más correcta pero aún le restaba moral. Tendría que buscar una mejor solución y darle muerte a un inocente —Pues no había cometido delito que ella conociera y de ser culpable de algún crimen tampoco era quién para juzgarlo— no encajaba en el concepto de lo correcto. ¿sobornarlo quizá? Tal vez de esa forma ella podría irse tranquila y él… ¿comprarse una muda de ropa? Bueno, podía comprarse un elefante si le venía en gana, lo único que realmente le interesaba era su silencio.
Entreabrió los labios dispuesta a sobornarlo, mas cuando despabiló el extranjero estaba ya frente suyo y, como si no se le diera nada, deslizaba el índice por el filo de su espada, remojándolo en la sangre del vampiro que tiznaba su argentado brillo, mas fueron las palabras que acompañaron aquella acción las que le dejaron completamente desconcertada.
— ¿Qué? — Inquirió en un hilo de voz. Buena espada y buen tajo. No pudo evitar dedicarle una sonrisa nerviosa, para una mujer como ella ese sí que era un halago — ¡Oh! ¡gracias! — Negó con la cabeza. El aroma del vital elixir que manchaba su espada y humedecía los granos de arena bajo sus pies inundaba sus sentidos, le aturdía, le distraía — No, espera… ¿qué? Estoy confundida ¿por qué no estás amenazando con llamar a la policía? ¿eres cazador? — Lo miró de arriba abajo y viceversa— No es por ofender, pero no me parece que encajes en la inquisición.
El hombre la observó divertido y soltó una carcajada, luego, sin recato alguno, se lamió el dedo, degustando el ferroso néctar que ella tanto ansiaba. Sus verdes gemas se desorbitaron tornándose en turbios pantanos, sus pupilas se dilataron, tragó saliva para aliviar el escozor que punzó en su garganta y ansiosa tamborileó los dedos sobre su pierna. Sus labios retemblaron… no resistió más, tuvo que apartar la mirada, la necesidad del líquido escarlata era devastadora y la abstinencia le calcinaba las entrañas. Por supuesto, el extraño se había percatado de su problema, el ansia que le corroía era difícil de pasar por alto.
— Buen consejo, no que no se me hubiera ocurrido ya, pero buen consejo — Apuntó con una pizca de sarcasmo
El extranjero de acento extraño, nórdico quizá, se apartó en dirección a un caballo que se aproximaba a lento galope, procediendo a sacar de las alforjas que colgaban de la silla varias prendas de vestir. Así que sí tenía ropa. Reeva sonrió para sí misma, tal vez el soborno no hubiese funcionado muy bien.
— Bonita espada — elogió al ver la bastarda que llevaba colgada en la montura mas cuando se percató de lo mal que había sonado aquello, considerando que su interlocutor se encontraba completamente desnudo, se dio una palmada en la frente.
Se sumieron en un denso silencio, el calmo oleaje de marea baja era el único ruido que alcanzaba a escuchar. La inquisidora, ligeramente avergonzada se cruzó de brazos y, mientras el hombre se vistió se calzó y se armó, con la mirada baja, ella jugueteó con la cabeza cercenada del vampiro cual balón de fútbol.
Una vez listo, el espectador de su espectáculo le deseó buena noche de caza y se dispuso a partir. Reeva no esperaba más de aquel extraño, de ser otras las circunstancias, le hubiese deseado buena noche y seguido su camino sin mirar atrás, no obstante, aunque no parecía representar él ninguna amenaza, no podía irse sin asegurarse de que este no divulgaría lo presenciado. Las apariencias eran engañosas.
Ya le llevaba él un par de metros de ventaja cuando ella le alcanzó.
— Así que… no respondiste — El rubio se volvió extrañado ¿por qué lo estaba siguiendo? Pudo leer su mirada. Para ella tampoco era la más cómoda de las situaciones, a penas y sabía qué decir— Si no eres un cazador ¿entonces qué eres? Y ¿de dónde eres? ¿Acaso allí son comunes las decapitaciones? — Una ráfaga de preguntas se escapó de sus labios con premura. Hablaba demasiado y bastante rápido cuando estaba nerviosa— Oh, perdón ¿dónde han quedado mis modales? Soy Reeva — Le extendió la mano— si es que ya no había quedado claro — masculló entre dientes, casi ininteligible — ¿y tú eres?
El extranjero la contemplaba entre divertido y confundido. Parecía que conversaba consigo misma en vez de intentar establecer comunicación con él.
— Bueno y… ¿a dónde vamos? — Inquirió en tono inocente, bastante impropio de ella. Evidentemente el “vamos” al otro le sonaba a manada — ¿Qué? —Se encogió de hombros— Me vendría bien una distracción — Él se rio y llevó sus astronómicos orbes al anillo que le adornaba la diestra. Estaba casado, pero ella no se refería a… eso — ¡No esa clase de distracción! Quiero decir… nada de hombres casados, quizá hombres comprometidos que no están felices con su compromiso, pero nada más— La referencia que removió la remembranza de su última aventura en Italia le curvó los labios en media sonrisa traviesa. Por lo menos el extranjero parecía entretenido; ella distaba de cumplir con el estereotipo de mujer francesa — ¿Qué opinas de… ir de caza? — Él desaprobó, no parecía muy emocionado con la idea — ¿un duelo de espadas? — Se lo pensó bien, parecía más inclinado a esa propuesta, pero no necesariamente convencido — ¿un trago?
Resopló. Ya se quedaba sin opciones.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 17/10/2017
Re: Porsjon tro (Reeva Argent)
Iba caminando con las riendas del caballo hacía fuera de la playa cuando escuché la voz de mi mujer gritando a mis espaldas, me detuve viendo el final de su carrera para quedarse anclada ante mi cuerpo jadeando ligeramente.
-No soy un cazador -dije para clamar así su curiosidad -y como bien has visto, no tengo pinta, ni soy inquisidor, soy un norteño, vengo de Noruega y bueno, como has podido apreciar por mis dos espadas -bromeé logrando que sus mejillas volvieran a tornarse rojas -se blandir ambas.
Ella se había fijado en el anillo que sobre mi corazón reposaba, era un hombre casado, fiel y enamorado, pero ero eso no implicaba que no pudiera tener en París algún amigo. Niels no se quedaría en tierras francesas , yo me sentía en estas tierras bastante solo, así que una vez propuso lo de irnos a la taberna no me pareció mala idea.
-Si puedes seguirme el ritmo -dije ladeando la sonrisa -Quizás borrachos pueda enseñarte unos trucos con el acero -bromeé dando por echo que era mejor en el manejo del mismo.
Era uno de los generales de Akershus, sujeté la espada de madera entre mis manos antes de aprender tan siquiera a andar y vi a mi padre contarme cuentos con mis ojos fijos en ese acero que bailaba entre sus dedos contándome chanzas antiguas de épocas pasadas, creo era muy superior a cualquier guerrero que frente a mi se encontrara.
Andamos por aquellas iluminadas calles parisinas conversando sobre lo que aparentemente eran temas sin mayor transcendencia, ella quería saber de mi, peor no se atrevía a preguntar abiertamente si la delataría.
Detuve mi caballo frente a una concurrida taberna, su aspecto antiguo y poco iluminado no parecía invitar a las damas de alta cuna, más era perfecta para alguien como nosotros. No deseábamos ser molestados, solo beber lo suficiente como para emborracharnos y salir del tedio de esta ciudad
Entramos por sus puertas cuando el repiqueteo de las campanas de la catedral anunciaban la media noche, más las campanadas pronto se fundieron con el barullo de la concurrida sala.
Como sospechaba pocas mujeres de alta alcurnia, no podía presumir lo mismo sobre los hombres que la mayoría ya ebrios, parecían coger fuerzas para cometer sus infidelidades en el local de enfrente.
Olor a sudor, alcohol y humo se fundían en aquel cargado y depravado ambiente.
Tomamos asiento en la barra, pidiendo un ben vaso de whiky, era hora de empezar la noche fuerte.
-Así que adicta a la sangre de vampiro -dije llevando después el vaso a mis labios mientras la contemplaba por encima del vidrio -y ¿eso no es un problema?
Mi sangre tenia parte de eso que ella anhelaba, la historia de porque era larga.
-No soy un cazador -dije para clamar así su curiosidad -y como bien has visto, no tengo pinta, ni soy inquisidor, soy un norteño, vengo de Noruega y bueno, como has podido apreciar por mis dos espadas -bromeé logrando que sus mejillas volvieran a tornarse rojas -se blandir ambas.
Ella se había fijado en el anillo que sobre mi corazón reposaba, era un hombre casado, fiel y enamorado, pero ero eso no implicaba que no pudiera tener en París algún amigo. Niels no se quedaría en tierras francesas , yo me sentía en estas tierras bastante solo, así que una vez propuso lo de irnos a la taberna no me pareció mala idea.
-Si puedes seguirme el ritmo -dije ladeando la sonrisa -Quizás borrachos pueda enseñarte unos trucos con el acero -bromeé dando por echo que era mejor en el manejo del mismo.
Era uno de los generales de Akershus, sujeté la espada de madera entre mis manos antes de aprender tan siquiera a andar y vi a mi padre contarme cuentos con mis ojos fijos en ese acero que bailaba entre sus dedos contándome chanzas antiguas de épocas pasadas, creo era muy superior a cualquier guerrero que frente a mi se encontrara.
Andamos por aquellas iluminadas calles parisinas conversando sobre lo que aparentemente eran temas sin mayor transcendencia, ella quería saber de mi, peor no se atrevía a preguntar abiertamente si la delataría.
Detuve mi caballo frente a una concurrida taberna, su aspecto antiguo y poco iluminado no parecía invitar a las damas de alta cuna, más era perfecta para alguien como nosotros. No deseábamos ser molestados, solo beber lo suficiente como para emborracharnos y salir del tedio de esta ciudad
Entramos por sus puertas cuando el repiqueteo de las campanas de la catedral anunciaban la media noche, más las campanadas pronto se fundieron con el barullo de la concurrida sala.
Como sospechaba pocas mujeres de alta alcurnia, no podía presumir lo mismo sobre los hombres que la mayoría ya ebrios, parecían coger fuerzas para cometer sus infidelidades en el local de enfrente.
Olor a sudor, alcohol y humo se fundían en aquel cargado y depravado ambiente.
Tomamos asiento en la barra, pidiendo un ben vaso de whiky, era hora de empezar la noche fuerte.
-Así que adicta a la sangre de vampiro -dije llevando después el vaso a mis labios mientras la contemplaba por encima del vidrio -y ¿eso no es un problema?
Mi sangre tenia parte de eso que ella anhelaba, la historia de porque era larga.
Ubbe Cannif- Humano Clase Alta
- Mensajes : 417
Fecha de inscripción : 25/02/2017
Re: Porsjon tro (Reeva Argent)
— Sólo para que conste, ni siquiera le di un vistazo a tu amigo de allá abajo — Rebatió inmediatamente, frunciendo el ceño mientras le señalaba con el índice la entrepierna, en un intento por disuadirlo de lo contrario.
Sabía que estaba bromeando y usualmente no era de las que se amedrentaba por ese tipo de situaciones o comentarios, se había criado en un ambiente tan hostil y fuera de lo ordinario que temas triviales como el cuerpo humano o la desnudez ni implicaban para ella mayor tabú, ni la aterraban como a la mayoría de los franceses, después de todo, el sujeto no era el primero que veía desnudo y, ciertamente, tampoco planeaba que fuera el último; sin embargo, por algún motivo la idea la había hecho sonrojar, quizá por él de él percibía una vibra fraternal y era casi como si hubiera pillado a su padre en paños menores… o tal vez era el mero hecho de llevaba un anillo en el dedo y el solo planteamiento era un gigantesco no para ella.
— ¿Qué si puedo seguirte el ritmo? — abrió los ojos como platos, ligeramente ofendida por la suposición; podía no ser la más diestra combatiente del planeta tierra, pero sí era bastante buena. Descendía de una estirpe de guerreros, portaba el legado de la plata en su sangre y, como todos en su familia, entrenaba desde muy pequeña, lo cuál no sólo le hacía bastante diestra en su oficio sino también considerablemente letal. Entonces ladeó una sonrisa incisiva y agudizó la mirada, fijando sus orbes sobre los de su interlocutor, como dos filos argentados — Bebamos y ya veremos quien le sigue el ritmo a quien.
El recorrido hacia la taberna fue sorprendentemente ameno, o por lo menos lo fue para dos extraños que no se conocían de nada y el poco tiempo que llevaban de interacción se lo debían a circunstancias…. ¿peculiares?, como fuera, anduvieron por las adoquinadas calles de París conversando de esto y aquello para matar el tiempo muerto. A Reeva le costaba trabajo quedarse callada, mas aun cuando escudriñaba por información, pero a él no parecía molestarle, de hecho, se veía como un hombre bastante sincero. Se llamaba Ubbe y era un tipo bastante agradable, quizá un tanto tosco, pero muy gracioso y sus ocurrencias la entretuvieron en el camino de tal forma que pronto dejó de sentir que andaba con él por que temía que le delatara y más porque genuinamente disfrutaba de la compañía. Él no era como los otros hombres que se acercaban a ellas con segundas intenciones, y aunque la atención del sexo opuesto no le molestaba en lo más mínimo, encontraba refrescante el intercambio amistoso.
Tan pronto como ingresaron en la taberna el aire fresco de madrugada de París fue reemplazado por el bochorno que se acentuaba en aquel pequeño establecimiento y la amalgama de efluvios dignos de un garito de mala muerte como aquel. Reeva arrugó la nariz en un mohín de disgusto se adentró sin vacilación. Era una noche concurrida así que ambos se abrieron paso hacia la barra —pues ciertamente no había mucho espacio— en donde Ubbe tuvo que contener la respiración para poder sentarse pues aparentemente era demasiado robusto para el estrecho espacio.
Reeva estalló en carcajadas mientras él intentaba acomodarse entre maldiciones y, cuando finalmente lo logro, ella pidió a la cantinera dos vasos de Whisky que fueron por cuenta de la casa pues esta no dejaba de hacerle ojitos al vikingo. La rubia ladeó la sonrisa, no podía culparla, Ubbe era más fornido y en general más llamativo que cualquier escuálido francés, pero él, como un buen esposo, no puso la más remota pizca de atención sobre aquella otra mujer.
— Oww, si algún día me caso, quiero uno así de fiel como tú — Apuntó divertida, casi burlándose de sí misma pues era consciente de que lo último que haría en su sano juicio sería casarse.
La respuesta de Ubbe fue pasar directamente a la ofensiva, por supuesto, él no se iba por la tangente, así que no titubeó un instante en sacar a flote el tema de su adicción. La inquisidora enarcó una ceja sin perder su semblante juguetón.
— Vaya sí que eres observador, no imagino cómo habrás llegado a esa conclusión, Ubbe — Apuntó con ironía — mmmmm — Hizo una pausa y bebió un trago de su copa tras encogerse de hombros — Fui lo suficientemente estúpida cómo para confiar en un vampiro… Estaba algo tomada y la sanguijuela no pintaba nada mal… digo, para un asiático — Resopló— Por supuesto sabía lo que podía hacerme la sangre de vampiro, pero supongo que debía llevarle la contraria a mis padres y a la iglesia… me hice a la idea de que podía manejarlo y, convenientemente él estaba allí… muy convenientemente — Masculló perdiendo sus boscosas esferas en el líquido ambarino del recipiente que se removía a causa de los sutiles movimientos circulares de su mano— Casi tanto que estoy comenzando a creer que el convertirme en una adicta para él no fue ningún hecho aleatorio, sino que existe otro motivo más allá del aparente…
Había comenzado a hablar más para sí misma que para su interlocutor. Reeva conocía perfectamente a lo que se enfrentaba, no sólo había entrenado toda su vida para aniquilar a las bestias de la noche, sino que también las había estudiado; no obstante, si bien su rebeldía la llenaba de audacia, también hacía de ella obstinada, imprudente y hasta necia. Le tomó un instante despabilar, mas cuando lo hizo, elevó sus orbes esmeralda hasta los mares del extranjero, quien muy seguramente no entendía nada de lo que decía, y esbozó una amplia sonrisa en su rostro como si nada hubiese sucedido.
— Pero bueno, supongo que toma de un adicto para conocer a otro —aseveró contemplándolo traviesa— ¿cómo lo manejas tan bien grandulón?
Ubbe se dispuso a articular su discurso, pero no alcanzó a abrir los labios cuando un fuerte bullicio, proveniente de la parte trasera del local lo interrumpió. Por instinto, Reeva se volvió en dirección al barullo causado por una pandilla de malandros que acosaban a una mesera, reteniéndola a la fuerza y dedicándole palabras bastante obscenas. Ambos, tanto la inquisidora como el vikingo se pusieron en pie, tensándose instantáneamente, dispuestos a defender a la dama en apuros, mas ella logró escabullirse entre los maleantes antes de que las cosas pasaran a mayores; en respuesta los hombres, aburridos, vociferaron alguno que otro improperio mientras la joven huía despavorida.
La rubia relajó el agarre sobre el mango de su espada —aún enfundada en el cinto— y se dispuso a tomar asiento de nuevo, sin embargo, justo antes de que pudiera lograrlo, uno de los bandidos se acercó a ella y le apretó el trasero, rodeándole la cintura y atrayéndola hacia él con esas manos mugrientas. Ubbe hizo el amague de reaccionar, pero ella reaccionó primero y tras hacerle una llave al rufián, doblándole los dedos de la mano hasta desencajárselos, lo agarró del cabello y lo empujó hacia la barra de modo que el rostro colisionó con fuerza contra la tabla.
— Esa no es forma de cortejar una señorita.
Aullando de dolor, con la nariz rota e hilillos escarlata descendiendo escandalosos de las fosas nasales, el maleante reculó señalándola, gritándole “puta” y mil injurias más, llamando así la atención del resto de la pandilla. La rubia trasladó la mirada hacia Ubbe y curvó sus labios con sagacidad, los hombres se aproximaban con talante amenazante… la noche comenzaba interesante.
Reeva Argent- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 26
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