AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Meriendacena con Satán. (Privado Ysgramir)
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Meriendacena con Satán. (Privado Ysgramir)
Recuerdo del primer mensaje :
Aquella carta deba vueltas entre sus dedos de forma distraída. Tap...tap...tap... era el sonido del papel doblado al golpear la mesa de madera una y otra vez. Sigrid tenía la mirada perdida en el horizonte que clareaba a través de las ventana de su despacho, el mar se extendía frente a Bergen, los barcos eran pequeñas manchas en el inmenso azul. El reloj marcaba las siete y media de la tarde y su cabeza estaba echando humo después de que un mensajero trajera aquella misiva.
Fruncía el ceño como su padre, siempre se lo habían dicho, y en ese momento tenía el entrecejo arrugado. Detuvo el movimiento del papel y se levantó; su determinación era tan férrea como su voluntad cuando quería algo, no se amedrentaba ante nada ni ante nadie, era una vikinga de creencias, corazón y nacimiento y no conocía la palabra “rendición”.
Se dio un baño, se colocó un vestido burdeos, trenzó su pelo flamigero con cuentas de plata, cogió un abrigo de piel de visón echándolo sobre sus hombros, avisó a su “guardaespaldas” y ambos montados en sendos caballos galoparon hasta el puerto donde atracaba el Jotunheim, el barco más grandioso de ese puerto.
Conocía a Ysgramir Gunnarson de haber coincidido alguna vez en reuniones de negocios con Randulf o sus socios, y de haber cerrado algunas operaciones comerciales con él, o más bien con su secretario, y sin duda no esperaba aquella carta, pero Sigrid no era tonta y sabía que el finlandés no daba puntadas sin hilo. Tampoco la pelirroja era de las que se amedrentaba o escandalizaba con facilidad, así que se plantó en la cubierta del Jotunheim esperando a ser recibida por el patrón sin más dilación. La hicieron pasar, bajando la escalera hasta el despacho del propietario y cuando el secretario abrió la puerta para que la mujer pasara, carraspeó para anunciarla y esta cerró sin dejarlo ni empezar a hablar. Se dirigió hacia Ysgramir que la observaba con esos ojos fríos como témpanos de hielo, escrutando como un depredador, midiéndola, pero Sigrid no agachó la mirada ni pidió permiso para sentarse.
Reposó su trasero en la silla frente al hombre y dejó la carta sobre la mesa.
— Este es un acuerdo delicado el que le pide a mi padre. Sin duda a la compañía Henrickson le conviene una unión comercial con la suya, pero no nos hace falta que sea por matrimonio. Deduzco que ya que busca una unión por conveniencia, probablemente no sea por mero pragmatismo. Habitualmente este tipo de uniones sirven para callar rumores o tener una tapadera.— se inclinó sobre la mesa juntando las manos sobre la mesa.— no es que me importe demasiado, ya somos mayorcitos, yo también soy viuda y un anillo en mi dedo me resolvería ciertas cuestiones incómodas. Pero me gustaría dejar claras algunas cosas antes de firmar nada. No quiero ser el hazmerreír de la sociedad porque mi marido se vaya con otra, otro o algo similar. Mis negocios los controlaré yo y seguiré teniéndolos en propiedad, solo una parte será común, y siempre de los negocios que se emprendan a posteriori. — la pelirroja llevaba colgada del cuello un medallón que representaba a Baldr con el cabello antes de ser asesinado por Loki, junto al Dalahäst sueco, lo acarició con sus dedos.— supongo que no, porque a mi edad es complicado , pero si los dioses nos bendicen con descendencia, el primer varón se llamará Baldr, es una promesa que hice y debo cumplirla.
Y básicamente esas eran las exigencias de Sigrid, que tras leer la propuesta de matrimonio por conveniencia que le había enviado a su padre ese hombre tan hermético, lo había meditado seriamente. Ella no podía aspirar a más poder que ese: el económico, ya que no tenía títulos y a su edad, pocos nobles la pretenderían. El tema del amor le parecía algo infantil ya a esas alturas y no creía que pudiera encontrar la oportunidad de algo así, con lo que esa inesperada carta la había motivado lo suficiente como para aceptar el trato.
Aquella carta deba vueltas entre sus dedos de forma distraída. Tap...tap...tap... era el sonido del papel doblado al golpear la mesa de madera una y otra vez. Sigrid tenía la mirada perdida en el horizonte que clareaba a través de las ventana de su despacho, el mar se extendía frente a Bergen, los barcos eran pequeñas manchas en el inmenso azul. El reloj marcaba las siete y media de la tarde y su cabeza estaba echando humo después de que un mensajero trajera aquella misiva.
Fruncía el ceño como su padre, siempre se lo habían dicho, y en ese momento tenía el entrecejo arrugado. Detuvo el movimiento del papel y se levantó; su determinación era tan férrea como su voluntad cuando quería algo, no se amedrentaba ante nada ni ante nadie, era una vikinga de creencias, corazón y nacimiento y no conocía la palabra “rendición”.
Se dio un baño, se colocó un vestido burdeos, trenzó su pelo flamigero con cuentas de plata, cogió un abrigo de piel de visón echándolo sobre sus hombros, avisó a su “guardaespaldas” y ambos montados en sendos caballos galoparon hasta el puerto donde atracaba el Jotunheim, el barco más grandioso de ese puerto.
Conocía a Ysgramir Gunnarson de haber coincidido alguna vez en reuniones de negocios con Randulf o sus socios, y de haber cerrado algunas operaciones comerciales con él, o más bien con su secretario, y sin duda no esperaba aquella carta, pero Sigrid no era tonta y sabía que el finlandés no daba puntadas sin hilo. Tampoco la pelirroja era de las que se amedrentaba o escandalizaba con facilidad, así que se plantó en la cubierta del Jotunheim esperando a ser recibida por el patrón sin más dilación. La hicieron pasar, bajando la escalera hasta el despacho del propietario y cuando el secretario abrió la puerta para que la mujer pasara, carraspeó para anunciarla y esta cerró sin dejarlo ni empezar a hablar. Se dirigió hacia Ysgramir que la observaba con esos ojos fríos como témpanos de hielo, escrutando como un depredador, midiéndola, pero Sigrid no agachó la mirada ni pidió permiso para sentarse.
Reposó su trasero en la silla frente al hombre y dejó la carta sobre la mesa.
— Este es un acuerdo delicado el que le pide a mi padre. Sin duda a la compañía Henrickson le conviene una unión comercial con la suya, pero no nos hace falta que sea por matrimonio. Deduzco que ya que busca una unión por conveniencia, probablemente no sea por mero pragmatismo. Habitualmente este tipo de uniones sirven para callar rumores o tener una tapadera.— se inclinó sobre la mesa juntando las manos sobre la mesa.— no es que me importe demasiado, ya somos mayorcitos, yo también soy viuda y un anillo en mi dedo me resolvería ciertas cuestiones incómodas. Pero me gustaría dejar claras algunas cosas antes de firmar nada. No quiero ser el hazmerreír de la sociedad porque mi marido se vaya con otra, otro o algo similar. Mis negocios los controlaré yo y seguiré teniéndolos en propiedad, solo una parte será común, y siempre de los negocios que se emprendan a posteriori. — la pelirroja llevaba colgada del cuello un medallón que representaba a Baldr con el cabello antes de ser asesinado por Loki, junto al Dalahäst sueco, lo acarició con sus dedos.— supongo que no, porque a mi edad es complicado , pero si los dioses nos bendicen con descendencia, el primer varón se llamará Baldr, es una promesa que hice y debo cumplirla.
Y básicamente esas eran las exigencias de Sigrid, que tras leer la propuesta de matrimonio por conveniencia que le había enviado a su padre ese hombre tan hermético, lo había meditado seriamente. Ella no podía aspirar a más poder que ese: el económico, ya que no tenía títulos y a su edad, pocos nobles la pretenderían. El tema del amor le parecía algo infantil ya a esas alturas y no creía que pudiera encontrar la oportunidad de algo así, con lo que esa inesperada carta la había motivado lo suficiente como para aceptar el trato.
Última edición por Sigrid el Jue Feb 15, 2018 9:23 am, editado 1 vez
Sigrid7- Humano Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 25/01/2018
Localización : Bergen
Re: Meriendacena con Satán. (Privado Ysgramir)
Su única propiedad a parte de "ella"...¿peeeeeerdona? Jum. Esa fue justamente la expresión que utilizó la pelirroja, un "jum" siseado involuntariamente. Técnicamente era cierto, sería suya por matrimonio, pero también era cierto que las mujeres vikingas gozaban de cierta libertad, eran los pilares de un hogar, eran las que parían vikingos, podían divorciarse si el marido las trataba mal.
Por otro lado... esa sensación de pertenencia le hizo un tilín interno difícil de describir. Toda su vida había sido ella la que decidía, la fuerte, la avispada, la que manejaba el cotarro y por una vez era otro quien tendría las riendas sujetas, el control de su vida. Gunnarson, ni más ni menos. Un empresario huraño, parco, seco, con mal genio y mal humor continuo. Su parte femenina clamaba porque le prestase esa atención, que de alguna forma la considerase algo suyo. Quizás había una parte de reto, de pulso lanzado involuntariamente, siempre lo había tenido "fácil" con los hombres, y éste le suponía un enigma, algo a lo que la pelirroja no se podía resistir.
El gigante rubio atrapó un mechón de su flamígera cabellera y Sigrid lo observó regresar a algún rincón de su memoria, seguramente le recordase a alguien. ¿Alguna esposa muerta? ¿una hija? ¿quizás su madre? ¡No por Odín! que no le recordase a su madre, eso sería... raro. Iba a decirle que eso es lo que estaba haciendo, preparando una maldita boda sin tener ni puñetera idea de quién era su marido, cuando un marinero interrumpió a la pareja. ¿Qué demonios decía de una carga? tardó unos segundos en caer en la cuenta de que el pazguato de Cronos había enviado sus baules al Jotunheim. Para partir cráneos era un máquina, pero un recado tan simple como ese, mejor no encargárselo, tomaba nota mental.
Así que sus pertenencias estaban allí, y Gunnarson decidió largarse con toda la tripulación so pena de muerte. Estupendo. ¿Era la primera lección que pretendía darle? era una forma original de decirle "no te metas en mis asuntos, yo gobierno mi casa a mi antojo"? pues bien, si era la guerra, guerra tendría.
Sigrid se cuadró poniéndose muy recta, apretando los dientes y achinando los ojos, tomando nota del agravio silenciosamente. Los vio abandonar la nave y cuando se halló a solas con su extenso equipaje escupió a un lado, pero decidió que aquello no iba a amedrentarla. Pasó las siguientes horas transportando bártulos aquí y allá. Sacó todos los trastos del camarote que lindaba pared con pared con la del capitán, y cuyo antiguo propietario tendría que buscarse la vida, seguramente el contramaestre; le daba absolutamente igual, Ysgramir no había precisado dónde, sólo le dijo que lo hiciera y eso estaba haciendo, instalarse en su propiedad.
Aprovechó y le cambió las sábanas y almohadones al catre del rubio, manchadas de sangre y oliendo a mofeta descompuesta, las arrojó por la borda. En su lugar colocó finas sábanas de hilo bordadas con las iniciales S.H. acompañadas de motivos típicos suecos, así como suaves toallas de vivos colores. En su nueva estancia colocó su ropa en el armario, también toallas y ropa de cama acorde. Sobre la mesita en la que había artilugios para el afeitado y sacó al pasillo, colocó su cepillo de plata, el frasco de perfume y un joyero donde guardaba los adornos que podían ser útiles en una reunión más sofisticada.
Quedaron dos baúles que no pudo colocar, no había espacio suficiente en los estrechos camarotes, se las vio y se las deseó para moverlos por el angosto barco hasta la bodega, donde los aseguró con un candado. Si pensaba que iba a rendirse y a dar media vuelta corriendo a los brazos de su padre, andaba listo el rubio malas pulgas. Y lo mismo para toda la tripulación, si creían que Sigrid sería un motivo de diversión a bordo, ya podían encomendarse a su dios favorito porque iba a ser peor que un grano en su prescindible trasero.
La noche ya estaba bien entrada cuando todos los hombres regresaron a bordo junto al capitán. Se levantó del colchón, iba ya en ropa de dormir, un camisón largo sin puntillas ni florituras, con la cascada de pelo rojo cayendo sobre los hombros y descalza. Abrió la puerta de su nuevo cuarto y se apoyó en el marco de madera con los brazos cruzados sin decir ni una palabra mientras la tripulación desfilaba por el pasillo rumbo a las hamacas de la sala común. El contramaestre iba a recogerse en su camarote pero se encontró una pelirroja que lo miraba intensamente con gesto de "quéjate si tienes huevos". El hombre se detuvo algo confundido al ver sus cosas en el pasillo y miró a Ysgramir. Sigrid también miró a Gunnarson unos segundos sosteniéndole la mirada sin bajar el mentón. Finalmente se dio la vuelta y cerró la puerta tras ella. estaba todo claro, ahora ese camarote era suyo y no había nada más que hablar.
Por otro lado... esa sensación de pertenencia le hizo un tilín interno difícil de describir. Toda su vida había sido ella la que decidía, la fuerte, la avispada, la que manejaba el cotarro y por una vez era otro quien tendría las riendas sujetas, el control de su vida. Gunnarson, ni más ni menos. Un empresario huraño, parco, seco, con mal genio y mal humor continuo. Su parte femenina clamaba porque le prestase esa atención, que de alguna forma la considerase algo suyo. Quizás había una parte de reto, de pulso lanzado involuntariamente, siempre lo había tenido "fácil" con los hombres, y éste le suponía un enigma, algo a lo que la pelirroja no se podía resistir.
El gigante rubio atrapó un mechón de su flamígera cabellera y Sigrid lo observó regresar a algún rincón de su memoria, seguramente le recordase a alguien. ¿Alguna esposa muerta? ¿una hija? ¿quizás su madre? ¡No por Odín! que no le recordase a su madre, eso sería... raro. Iba a decirle que eso es lo que estaba haciendo, preparando una maldita boda sin tener ni puñetera idea de quién era su marido, cuando un marinero interrumpió a la pareja. ¿Qué demonios decía de una carga? tardó unos segundos en caer en la cuenta de que el pazguato de Cronos había enviado sus baules al Jotunheim. Para partir cráneos era un máquina, pero un recado tan simple como ese, mejor no encargárselo, tomaba nota mental.
Así que sus pertenencias estaban allí, y Gunnarson decidió largarse con toda la tripulación so pena de muerte. Estupendo. ¿Era la primera lección que pretendía darle? era una forma original de decirle "no te metas en mis asuntos, yo gobierno mi casa a mi antojo"? pues bien, si era la guerra, guerra tendría.
Sigrid se cuadró poniéndose muy recta, apretando los dientes y achinando los ojos, tomando nota del agravio silenciosamente. Los vio abandonar la nave y cuando se halló a solas con su extenso equipaje escupió a un lado, pero decidió que aquello no iba a amedrentarla. Pasó las siguientes horas transportando bártulos aquí y allá. Sacó todos los trastos del camarote que lindaba pared con pared con la del capitán, y cuyo antiguo propietario tendría que buscarse la vida, seguramente el contramaestre; le daba absolutamente igual, Ysgramir no había precisado dónde, sólo le dijo que lo hiciera y eso estaba haciendo, instalarse en su propiedad.
Aprovechó y le cambió las sábanas y almohadones al catre del rubio, manchadas de sangre y oliendo a mofeta descompuesta, las arrojó por la borda. En su lugar colocó finas sábanas de hilo bordadas con las iniciales S.H. acompañadas de motivos típicos suecos, así como suaves toallas de vivos colores. En su nueva estancia colocó su ropa en el armario, también toallas y ropa de cama acorde. Sobre la mesita en la que había artilugios para el afeitado y sacó al pasillo, colocó su cepillo de plata, el frasco de perfume y un joyero donde guardaba los adornos que podían ser útiles en una reunión más sofisticada.
Quedaron dos baúles que no pudo colocar, no había espacio suficiente en los estrechos camarotes, se las vio y se las deseó para moverlos por el angosto barco hasta la bodega, donde los aseguró con un candado. Si pensaba que iba a rendirse y a dar media vuelta corriendo a los brazos de su padre, andaba listo el rubio malas pulgas. Y lo mismo para toda la tripulación, si creían que Sigrid sería un motivo de diversión a bordo, ya podían encomendarse a su dios favorito porque iba a ser peor que un grano en su prescindible trasero.
La noche ya estaba bien entrada cuando todos los hombres regresaron a bordo junto al capitán. Se levantó del colchón, iba ya en ropa de dormir, un camisón largo sin puntillas ni florituras, con la cascada de pelo rojo cayendo sobre los hombros y descalza. Abrió la puerta de su nuevo cuarto y se apoyó en el marco de madera con los brazos cruzados sin decir ni una palabra mientras la tripulación desfilaba por el pasillo rumbo a las hamacas de la sala común. El contramaestre iba a recogerse en su camarote pero se encontró una pelirroja que lo miraba intensamente con gesto de "quéjate si tienes huevos". El hombre se detuvo algo confundido al ver sus cosas en el pasillo y miró a Ysgramir. Sigrid también miró a Gunnarson unos segundos sosteniéndole la mirada sin bajar el mentón. Finalmente se dio la vuelta y cerró la puerta tras ella. estaba todo claro, ahora ese camarote era suyo y no había nada más que hablar.
Sigrid7- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/01/2018
Localización : Bergen
Re: Meriendacena con Satán. (Privado Ysgramir)
La lógica le decía que ninguna mujer cuerda se quedaría en un barco que llevaba semanas en alta mar, la tripulación era escasa y malhumorada, querían pisar tierra y dilapidar sus recompensas en el burdel más cercano, su paciencia estaba al límite al igual que la salubridad de todos los niveles del navío. Tocaba limpiar y poner a punto para el próximo destino, algo que a ningún marinero le gustaba. Hacía rotaciones de personal precisamente para no quemar a los hombres, pero prefería un par de ceños fruncidos y malos comentarios a una enfermedad surcando con él los mares.
Pocas veces iba Ysgramir con la tripulación y notó en seguida que sus propios seguidores se sentían incómodos e intimidados por su presencia, por ese motivo decidió no acompañarles y dejarles divertirse tranquilos y sin su atenta mirada de reproche persiguiéndoles, a él le daba igual qué hicieran sus hombres en tierra, pero sabía que los marineros necesitaban desquitarse con el mundo el tiempo que estaban en la civilización. Como una forma de relajarse, desconectar del mar y de la presión de estar encerrados con otros tantos hombres durante cientos de horas. De modo que les dejó ser mientras él decidió que se gastaría unas monedas en un baño de agua caliente en un lugar respetable. Después decidió dar vueltas por el puerto, en busca de nada en particular pero fingiendo escuchar a los comerciantes que intentaban deshacerse de sus mercancías.
Se preguntaba qué estaría haciendo esa bruja, le gustaría poder mirarla a través del hueco de una cerradura, ver cómo intentaba jugársela pidiendo ayuda a sus hombres o, mejor aun, ver cómo e las apañaba ella sola. Ya podía ver su flamígera cabellera abandonado su barco con esos morritos de niña consentida que se le habían puesto. Sería divertido. Se encontró dibujando la imagen en su mente y le complació bastante.
Horas después escuchó a sus hombres volver al barco, se les unió a mitad de camino mientras escuchaba alguna que otra chanza sobre su futura esposa, algo que no le molestó a pesar de que las burlas iban hacia los dos sentidos, no podía quejarse por la reacción de sus hombres, ya que él mismo se había sentido ridículo siendo manejado por un bulto de carne que no levantaba dos palmos y medio del suelo. A ver si con aquello había aprendido la pelirroja a mantenerse en su lugar y dejar el sitio tranquilo.
Cuando hubo un momento de susurros incómodos y de quietud, Ysgramir frunció el ceño y se adelantó a los hombres hasta llegar al lado de su contramaestre, que no tenía cara de haberse gastado su sueldo en un momento de calidad en el ático del mejor burdel, miraba a la pelirroja como si quisiera sacarle la traquea con sus propios dedos, pero esa ira la dirigió hacia el capitán cuando empezó a comprender la situación. Varios hombres a su alrededor se encogieron ante el portazo, él no lo hizo, pero tampoco quería admitir lo pasmado que se había quedado al ver todas las pertenencias del contramaestre esparcidas por cubierta. Por fortuna, no era un hombre demasiado expresivo.
No hizo falta dar ninguna orden, porque en cuanto el ambiente se volvió muy pesado, los hombres empezaron a desfilar hacia las hamacas, a Gunnarson le tocó invitar al contramaestre a hablar en su camarote, de modo que al entrar observó los cambios. Lo primero que notó fue el olor, había estado pocas horas allí, pero el huracán rojo era evidente. Sus cosas eran funcionales siempre, le daba igual si conjuntaban mejor o peor, al menos en lo referente al barco, sus diferentes casas eran otro asunto, porque tenían una función que su barco no tenía: Aparentar. De pronto se encontró con un mar de colores que ni muerto hubiera puesto él ahí, estaba claro que Sigrid era una mujer y había dejado su marca allí.
Intentó contener la ira, pero sus dientes rechinaron mientras lo hacía. Caminó detrás de su escritorio, esperando que no hubiera movido ni uno solo de sus archivos o empezaría a cortar dedos como regalo de luna de miel. Miró al contramaestre, que en cuanto notó el temperamento del capitán subiéndole por las venas de su cuello pensó que no era momento para hacerse el digno.- Arreglaré esto.- No sabía cómo, porque había sido él personalmente el que le había dicho que dispensara del maldito galeón como quisiera.
Cerró los ojos y cogió aire, durante segundos, buscando la paciencia que se le escapaba entre los dedos como granos de arena. Si le decía que se moviera a otro lugar, tendría que ser al suyo..Y era imposible, su camarote era el único adaptado para alguien como él..Se apuntó en cosas pendientes habilitar la del contramaestre para ocasiones como esas...Dormir con ella en su camarote estaba descartado e irse él del suyo tanto de lo mismo. Se presionó el puente de la nariz con los dedos y finalmente se inclinó sobre la mesa del escritorio.- Mientras mi mujer esté a bordo tendrá que convivir con los hombres. Le devolveré su camarote, tarde o temprano, no se va a quedar ahí toda la vida. Lo ha hecho por..- Por desafiarle. Se le dibujó una sonrisa ladeada repentinamente, cosa que hizo que al contramaestre se le pusiera la piel de gallina.- porque a su difunto marido se le olvidó cómo enseñar a una mujer. Pensé que a su edad me vendría ya enseñada.- El contramaestre contuvo las ganas de reírse porque seguramente se volvería una risa histérica, no tenía humor para discutir, pero dormir con los hombres era inadmisible.-..pero señor...- Le compensaré. Con generosidad.- El hombre se lo pensó, pero finalmente asintió y se retiró mientras gruñía por lo bajo en al cubierta del barco recogiendo sus cosas para moverlas a la bodega.
Ysgramir se quedó un tiempo en silencio, sopesando qué le molestaba más de todo esto y por qué la dichosa mujer le estaba provocando de aquella manera. Debía tener paciencia o acabaría cometiendo un error, si su temperamento salía a la luz seguramente ella rechazaría el enlace y no estaba dispuesto a ponerse a encontrar a otra víbora, lo mismo la siguiente sería aun peor.
Caminó hacia el catre, dejando las cosas estar, se tomaría la noche para sopesar el asunto, para contabilizar todo lo que había movido la muy perra y para descubrir cómo quitársela de encima sin quedar él como un idiota por haberla invitado en primer lugar. Apretó los labios y quitó las sábanas del catre. Al menos...Estaban limpias y olían bien. Eso le quitó algo del malhumor.
Pocas veces iba Ysgramir con la tripulación y notó en seguida que sus propios seguidores se sentían incómodos e intimidados por su presencia, por ese motivo decidió no acompañarles y dejarles divertirse tranquilos y sin su atenta mirada de reproche persiguiéndoles, a él le daba igual qué hicieran sus hombres en tierra, pero sabía que los marineros necesitaban desquitarse con el mundo el tiempo que estaban en la civilización. Como una forma de relajarse, desconectar del mar y de la presión de estar encerrados con otros tantos hombres durante cientos de horas. De modo que les dejó ser mientras él decidió que se gastaría unas monedas en un baño de agua caliente en un lugar respetable. Después decidió dar vueltas por el puerto, en busca de nada en particular pero fingiendo escuchar a los comerciantes que intentaban deshacerse de sus mercancías.
Se preguntaba qué estaría haciendo esa bruja, le gustaría poder mirarla a través del hueco de una cerradura, ver cómo intentaba jugársela pidiendo ayuda a sus hombres o, mejor aun, ver cómo e las apañaba ella sola. Ya podía ver su flamígera cabellera abandonado su barco con esos morritos de niña consentida que se le habían puesto. Sería divertido. Se encontró dibujando la imagen en su mente y le complació bastante.
Horas después escuchó a sus hombres volver al barco, se les unió a mitad de camino mientras escuchaba alguna que otra chanza sobre su futura esposa, algo que no le molestó a pesar de que las burlas iban hacia los dos sentidos, no podía quejarse por la reacción de sus hombres, ya que él mismo se había sentido ridículo siendo manejado por un bulto de carne que no levantaba dos palmos y medio del suelo. A ver si con aquello había aprendido la pelirroja a mantenerse en su lugar y dejar el sitio tranquilo.
Cuando hubo un momento de susurros incómodos y de quietud, Ysgramir frunció el ceño y se adelantó a los hombres hasta llegar al lado de su contramaestre, que no tenía cara de haberse gastado su sueldo en un momento de calidad en el ático del mejor burdel, miraba a la pelirroja como si quisiera sacarle la traquea con sus propios dedos, pero esa ira la dirigió hacia el capitán cuando empezó a comprender la situación. Varios hombres a su alrededor se encogieron ante el portazo, él no lo hizo, pero tampoco quería admitir lo pasmado que se había quedado al ver todas las pertenencias del contramaestre esparcidas por cubierta. Por fortuna, no era un hombre demasiado expresivo.
No hizo falta dar ninguna orden, porque en cuanto el ambiente se volvió muy pesado, los hombres empezaron a desfilar hacia las hamacas, a Gunnarson le tocó invitar al contramaestre a hablar en su camarote, de modo que al entrar observó los cambios. Lo primero que notó fue el olor, había estado pocas horas allí, pero el huracán rojo era evidente. Sus cosas eran funcionales siempre, le daba igual si conjuntaban mejor o peor, al menos en lo referente al barco, sus diferentes casas eran otro asunto, porque tenían una función que su barco no tenía: Aparentar. De pronto se encontró con un mar de colores que ni muerto hubiera puesto él ahí, estaba claro que Sigrid era una mujer y había dejado su marca allí.
Intentó contener la ira, pero sus dientes rechinaron mientras lo hacía. Caminó detrás de su escritorio, esperando que no hubiera movido ni uno solo de sus archivos o empezaría a cortar dedos como regalo de luna de miel. Miró al contramaestre, que en cuanto notó el temperamento del capitán subiéndole por las venas de su cuello pensó que no era momento para hacerse el digno.- Arreglaré esto.- No sabía cómo, porque había sido él personalmente el que le había dicho que dispensara del maldito galeón como quisiera.
Cerró los ojos y cogió aire, durante segundos, buscando la paciencia que se le escapaba entre los dedos como granos de arena. Si le decía que se moviera a otro lugar, tendría que ser al suyo..Y era imposible, su camarote era el único adaptado para alguien como él..Se apuntó en cosas pendientes habilitar la del contramaestre para ocasiones como esas...Dormir con ella en su camarote estaba descartado e irse él del suyo tanto de lo mismo. Se presionó el puente de la nariz con los dedos y finalmente se inclinó sobre la mesa del escritorio.- Mientras mi mujer esté a bordo tendrá que convivir con los hombres. Le devolveré su camarote, tarde o temprano, no se va a quedar ahí toda la vida. Lo ha hecho por..- Por desafiarle. Se le dibujó una sonrisa ladeada repentinamente, cosa que hizo que al contramaestre se le pusiera la piel de gallina.- porque a su difunto marido se le olvidó cómo enseñar a una mujer. Pensé que a su edad me vendría ya enseñada.- El contramaestre contuvo las ganas de reírse porque seguramente se volvería una risa histérica, no tenía humor para discutir, pero dormir con los hombres era inadmisible.-..pero señor...- Le compensaré. Con generosidad.- El hombre se lo pensó, pero finalmente asintió y se retiró mientras gruñía por lo bajo en al cubierta del barco recogiendo sus cosas para moverlas a la bodega.
Ysgramir se quedó un tiempo en silencio, sopesando qué le molestaba más de todo esto y por qué la dichosa mujer le estaba provocando de aquella manera. Debía tener paciencia o acabaría cometiendo un error, si su temperamento salía a la luz seguramente ella rechazaría el enlace y no estaba dispuesto a ponerse a encontrar a otra víbora, lo mismo la siguiente sería aun peor.
Caminó hacia el catre, dejando las cosas estar, se tomaría la noche para sopesar el asunto, para contabilizar todo lo que había movido la muy perra y para descubrir cómo quitársela de encima sin quedar él como un idiota por haberla invitado en primer lugar. Apretó los labios y quitó las sábanas del catre. Al menos...Estaban limpias y olían bien. Eso le quitó algo del malhumor.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/08/2017
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Meriendacena con Satán. (Privado Ysgramir)
La noche en el camarote no fue precisamente la mejor de sus noches. No es que estuviera acostumbrada a pernoctar en el Ritz, pero ese cuarto olía al hedor corporal del contramaestre de Ysgramir, que todo fuera dicho, estaba gordo, fofo y no le gustaba mucho el jabón. Con las luces del alba se afanó en limpiar mejor ese cuarto y restregarse la piel con agua jabonosa para quitarse ese aroma denso y pegajoso, pero desde luego el mal humor ya era una realidad.
Se colocó la casaca y el sombrero de cuero sobre sus cabellos sueltos y se aventuró a salir a cubierta. Allí estaban ya los más hacendosos de vuelta a su trabajo habitual pero se detuvieron en cuanto ella puso una bota sobre las tablas. Esa mujer era veneno, lo veían venir. Los escrutaba con una mirada severa e inquisitiva, casi tanto como la de Gunnarson, sólo que ella no era el patrón. Se cuidaron mucho de hacer comentarios y bromas como las que ya se habían gastado por la noche, porque una cosa era en la taberna o en el burdel, y la otra muy distinta era a bordo confinados con ella en un espacio tan reducido.
Se acercó al segundo, el que estaba por detrás del contramaestre y le gruñó entre dientes.
— ¿Hay órdenes de zarpar hoy?.— porque ella no sabía si Ysgramir iba a poner rumbo a algún lugar o esperaría algo más de tiempo en puerto.
— No señora. No que yo sepa... pregúntele a Fitz.— contestó el segundo señalando al cara de cerdito que la miraba con los ojos entornados.
—Jum.— esa fue su única contestación, dándole la espalda a ambos y bajando a las cocinas a desayunar. Se sentó donde le dio la gana y agarró un panecillo de una fuente que estaba sobre la mesa. Buscó con la mirada alguna vianda comestible y detectó unas salchichas en un plato que estaba friendo el cocinero, que ahora la miraba con la espumadera en la mano. Se levantó de nuevo y caminó mirando fijamente al hombre, sacó su cuhillo del cinto agarrándolo como si fuera a apuñalar a alguien y caminó despacio, manteniendo fijos sus fríos ojos en los del cocinero que reculó conforme la pelirroja se acercaba. Descargó el golpe contra la mesa, a unos centímetros de la mano del pirata que dio un respingo porque no lo esperaba y acto seguido Sigrid levantó el cuchillo con una salchicha ensartada y le mordió la punta. Se dio la vuelta masticando y se sentó a acabarla junto el pan. El hombre se había quedado algo pálido, pero en la oscuridad de la cocina no se percibía bien.
Harían bien todos de entender que allí había una nuevo orden establecido y que además del capitán y patrón, y de los cargos habituales en la nave, estaba ella, y no sería una fulana ni una pasajera, más les valía asumirlo ya. Acabó el desayuno y salió de nuevo a cubierta silbando hacia la dársena, donde uno de sus hombres esperaba órdenes. Ascendió la pasarela y Sigrid le dio las instrucciones, el hombre se marchó y regresó más tarde con un saco de valijas en sus correspondientes estuches de cuero. tenía mucho trabajo que atender, así que lo haría en el Jotunheim si no había otra cosa.
Bajó hasta su cuarto que dejó con la puerta y la ventana abiertas para que se fuera el desagradable olor del antiguo inquilino, despejó el escritorio y plantó allí sus bártulos, tenía que firmar contratos, revisar contabilidades y más cosas. Los negocios de la madera en aquella época había florecido y no podía despistarse demasiado, ya llevaba días de retraso y se le acumulaba.
Todos aquellos marineros que pasaban arriba y abajo por ese pasillo la vieron inclinada sobre el escritorio trabajar sin descanso, deambular de un lado a otro leyendo misivas, planeando negocios y tratando de solventar entuertos. De vez en cuando les dirigía una mirada hostil y fría, no estaba allí para hacer amigos, y cuanto antes entendieran que no era simpática y no necesitaba serlo, mejor. Abandonó el camarote sólo para ir en busca de comida. El cocinero le tendió un plato que había preparado incluso con buena presentación, pero la pelirroja achinó los ojos y fue directa a la cazuela, de ella sacó un cucharón que dejó caer en una escudilla y miró con los ojos entornados a los que estaban en esa cocina. Si creían que era tonta, iban dados. Seguro que habían meado o escupido en su plato. Ya se lo podían comer ellos.
A media tarde escuchó ruidos en la habitación de al lado y supuso que sería Ysgramir, ciertamente tenía buen dormir, o quizás el día anterior debiço beber más de la cuenta. Tanto daba. Se plantó frente a su puerta y llamó con los nudillos.
Se colocó la casaca y el sombrero de cuero sobre sus cabellos sueltos y se aventuró a salir a cubierta. Allí estaban ya los más hacendosos de vuelta a su trabajo habitual pero se detuvieron en cuanto ella puso una bota sobre las tablas. Esa mujer era veneno, lo veían venir. Los escrutaba con una mirada severa e inquisitiva, casi tanto como la de Gunnarson, sólo que ella no era el patrón. Se cuidaron mucho de hacer comentarios y bromas como las que ya se habían gastado por la noche, porque una cosa era en la taberna o en el burdel, y la otra muy distinta era a bordo confinados con ella en un espacio tan reducido.
Se acercó al segundo, el que estaba por detrás del contramaestre y le gruñó entre dientes.
— ¿Hay órdenes de zarpar hoy?.— porque ella no sabía si Ysgramir iba a poner rumbo a algún lugar o esperaría algo más de tiempo en puerto.
— No señora. No que yo sepa... pregúntele a Fitz.— contestó el segundo señalando al cara de cerdito que la miraba con los ojos entornados.
—Jum.— esa fue su única contestación, dándole la espalda a ambos y bajando a las cocinas a desayunar. Se sentó donde le dio la gana y agarró un panecillo de una fuente que estaba sobre la mesa. Buscó con la mirada alguna vianda comestible y detectó unas salchichas en un plato que estaba friendo el cocinero, que ahora la miraba con la espumadera en la mano. Se levantó de nuevo y caminó mirando fijamente al hombre, sacó su cuhillo del cinto agarrándolo como si fuera a apuñalar a alguien y caminó despacio, manteniendo fijos sus fríos ojos en los del cocinero que reculó conforme la pelirroja se acercaba. Descargó el golpe contra la mesa, a unos centímetros de la mano del pirata que dio un respingo porque no lo esperaba y acto seguido Sigrid levantó el cuchillo con una salchicha ensartada y le mordió la punta. Se dio la vuelta masticando y se sentó a acabarla junto el pan. El hombre se había quedado algo pálido, pero en la oscuridad de la cocina no se percibía bien.
Harían bien todos de entender que allí había una nuevo orden establecido y que además del capitán y patrón, y de los cargos habituales en la nave, estaba ella, y no sería una fulana ni una pasajera, más les valía asumirlo ya. Acabó el desayuno y salió de nuevo a cubierta silbando hacia la dársena, donde uno de sus hombres esperaba órdenes. Ascendió la pasarela y Sigrid le dio las instrucciones, el hombre se marchó y regresó más tarde con un saco de valijas en sus correspondientes estuches de cuero. tenía mucho trabajo que atender, así que lo haría en el Jotunheim si no había otra cosa.
Bajó hasta su cuarto que dejó con la puerta y la ventana abiertas para que se fuera el desagradable olor del antiguo inquilino, despejó el escritorio y plantó allí sus bártulos, tenía que firmar contratos, revisar contabilidades y más cosas. Los negocios de la madera en aquella época había florecido y no podía despistarse demasiado, ya llevaba días de retraso y se le acumulaba.
Todos aquellos marineros que pasaban arriba y abajo por ese pasillo la vieron inclinada sobre el escritorio trabajar sin descanso, deambular de un lado a otro leyendo misivas, planeando negocios y tratando de solventar entuertos. De vez en cuando les dirigía una mirada hostil y fría, no estaba allí para hacer amigos, y cuanto antes entendieran que no era simpática y no necesitaba serlo, mejor. Abandonó el camarote sólo para ir en busca de comida. El cocinero le tendió un plato que había preparado incluso con buena presentación, pero la pelirroja achinó los ojos y fue directa a la cazuela, de ella sacó un cucharón que dejó caer en una escudilla y miró con los ojos entornados a los que estaban en esa cocina. Si creían que era tonta, iban dados. Seguro que habían meado o escupido en su plato. Ya se lo podían comer ellos.
A media tarde escuchó ruidos en la habitación de al lado y supuso que sería Ysgramir, ciertamente tenía buen dormir, o quizás el día anterior debiço beber más de la cuenta. Tanto daba. Se plantó frente a su puerta y llamó con los nudillos.
Sigrid7- Humano Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 25/01/2018
Localización : Bergen
Re: Meriendacena con Satán. (Privado Ysgramir)
Lo de dormir era cosa más del pasado para él, se había acostumbrado a sobrevivir en una duermevela muy liviana que cualquier cosa podría alterar, se encerraba en sí mismo y dejaba la mente divagar por lugares apacibles y sin movimiento, de esa manera conseguía detener un rato su cerebro, de no ser así hubiera acabado aun más trastornado de lo que ya estaba,en ese estado duraba unas cuantas horas, lo que era capaz de traer a la memoria que no empezase a ser doloroso, que no eran demasiadas cosas.
Sus hombres sabían ya de sobra que a él no había que molestarle demasiado durante el día, dormía o eso suponían, si querían algo debían ir al segundo que en todo momento sabía lo que el capitán tenía como respuesta, seguían su día a día de forma metódica, como si ya estuvieran acostumbrados a la ausencia del empresario, que de todas formas siempre estaba encerrado en su oficina, a muchos la mujer les recordó a su propio capitán, con la nariz enterrada entre papeleos durante horas y horas sin descanso. Al escuchar los nudillos en la puerta su trance acabó, abrió los ojos y se incorporó ligeramente en la silla donde se había quedado. Las velas se habían apagado y estaba en completa oscuridad, se quedó callado esperando escuchar algo del otro lado. Frunció el ceño, por motivos obvios no pretendía abrir la puerta en absoluto pero a través de las rendijas podía oler lo que había al otro lado, o más bien intuir.
Muy lentamente se puso en pie, como si un golem de piedra empezase a moverse después de siglos de acumular polvo y naturaleza. Sus huesos y articulaciones se ajustaron al cuerpo y se colocó detrás de la puerta, en el lateral donde no daría la luz de la tarde si se abría.- ¿Ha encontrado el lugar acogedor o mi futura preferiría una casa de campo?- Aun estaba cabreado, el olor y la limpieza, por mucho que hubiera sido por encima, las agradecía, pero la irrupción y el descaro de la mujer se los podía haber ahorrado.- Siempre puedo traerle un par de macetas para que plante algo, aunque algo me dice que usted de mujer de calidad y de buena dama tiene el buen nombre de su padre. ¿Qué quiere?- El tono indicaba que no estaba para charlas largas, tampoco le había abierto la puerta ni le había insinuado que tenía permiso para entrar. Al parecer, la única que podía ir y venir a su antojo era la negra que siempre le seguía, parecía hacer recados, siempre cabizbaja, sigilosa e ignorada por toda la tripulación, nadie le miraba dos veces ni interrumpía sus labores, sencillamente era como si en el barco la mujer no existiera.
Sus hombres sabían ya de sobra que a él no había que molestarle demasiado durante el día, dormía o eso suponían, si querían algo debían ir al segundo que en todo momento sabía lo que el capitán tenía como respuesta, seguían su día a día de forma metódica, como si ya estuvieran acostumbrados a la ausencia del empresario, que de todas formas siempre estaba encerrado en su oficina, a muchos la mujer les recordó a su propio capitán, con la nariz enterrada entre papeleos durante horas y horas sin descanso. Al escuchar los nudillos en la puerta su trance acabó, abrió los ojos y se incorporó ligeramente en la silla donde se había quedado. Las velas se habían apagado y estaba en completa oscuridad, se quedó callado esperando escuchar algo del otro lado. Frunció el ceño, por motivos obvios no pretendía abrir la puerta en absoluto pero a través de las rendijas podía oler lo que había al otro lado, o más bien intuir.
Muy lentamente se puso en pie, como si un golem de piedra empezase a moverse después de siglos de acumular polvo y naturaleza. Sus huesos y articulaciones se ajustaron al cuerpo y se colocó detrás de la puerta, en el lateral donde no daría la luz de la tarde si se abría.- ¿Ha encontrado el lugar acogedor o mi futura preferiría una casa de campo?- Aun estaba cabreado, el olor y la limpieza, por mucho que hubiera sido por encima, las agradecía, pero la irrupción y el descaro de la mujer se los podía haber ahorrado.- Siempre puedo traerle un par de macetas para que plante algo, aunque algo me dice que usted de mujer de calidad y de buena dama tiene el buen nombre de su padre. ¿Qué quiere?- El tono indicaba que no estaba para charlas largas, tampoco le había abierto la puerta ni le había insinuado que tenía permiso para entrar. Al parecer, la única que podía ir y venir a su antojo era la negra que siempre le seguía, parecía hacer recados, siempre cabizbaja, sigilosa e ignorada por toda la tripulación, nadie le miraba dos veces ni interrumpía sus labores, sencillamente era como si en el barco la mujer no existiera.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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