The collectors // Privado - Ysgramir

Después de la infructuosa reunión de negocios en el nuevo burdel, el vampiro caminaba por las calles del mercado con bastante hastío. Durante las noches algunos grupos de gitanos entretenían al personal con sus bailes y juegos de malabares, pero él no se detuvo en ninguno, salvo para mirar durante unos cuantos minutos a una muchacha con lentejuelas haciéndolas sonar con el movimiento de su cuerpo. Casi le recordaba a los bailes de Napa, salvo porque los del indio eran lo contrario al erotismo, consistían en saltos y giros, como si una araña se hubiera colado en su taparrabos más que si tuviera la intención de llamar la atención del sexo opuesto.

Se frotó la nuca bufando, últimamente no hacía más que pensar en el maldito indio, tal vez porque era capaz de llevarse bien con cualquiera menos con él y eso le crispaba los nervios. Le había puesto a prueba al darle su libertad, Napa no huyó, algo que le sorprendió tanto como le decepcionó. Tal vez fuera ese el origen de su frustración, le gustaba el indio porque era salvaje, pero en cuanto se domesticaba perdía la terquedad que le hacía especial. No había solución para ese dilema, quería que dejase de huir de él, pero cuando lo conseguía, Napa dejaba de ser el Napa que le gustaba.

Cerró los ojos. Se estaba volviendo viejo, viejo y cansado. Cansado de no encontrar nada que le consiguiera satisfacer plenamente, solo eran pedazos de una satisfacción pasajera. Levantó la vista, casi sin querer, observando el cartel de una tienda cualquiera, levantó una ceja porque parecía una de coleccionistas, detalle que llamó su atención prácticamente al instante. Caminó distraído con una mano en el bolsillo, primero observando el escaparate para luego fijarse en la muchacha que también miraba fijamente las bagatelas. Reconocía ese brillo en los ojos. Se quedó mirando fijamente a la dama cuando sus miradas se enfrentaron y unos segundos después, se movió con lentitud y entró finalmente en la tienda. Al escuchar las campanitas miró de reojo la entrada, en su tierra ese sonido no era de bienvenida precisamente y a pesar de estar acostumbrado a las costumbres francesas, algunas siempre le traían recuerdos de su vida como hombre.

Pasó al interior, pero caminó derecho hasta la mujer, se plantó delante, con la seguridad que le daba su personalidad y la firmeza de sus ojos. Después de mirarla de más cerca, pasó sus fríos ojos a través de la tienda, catalogando de una pasada su contenido y su mercancía.-¿No es difícil mantener una tienda de antigüedades?- Teniendo en cuenta que solo unos cuantos excéntricos tenían interés en ese tipo de objetos, le resultaba una empresa bastante arriesgada.- O lo hace por interés propio.- Como el que había visto en los ojos de la hermosa joven mientras esta observaba su propia mercancía.

Tenía los sentidos pendientes más de la tendera que de la tienda en sí, apenas se movió del sitio donde estaba observando fijamente cómo ella paseaba cómodamente por el lugar. Siguió a la mujer y dejó de mirarla, para prestar atención a las cosas que le enseñaba. Había muchas cosas que le llamaban la atención, cualquier reliquia, cualquier pieza exclusiva o especial, era digna de añadirse a su colección. Pasó los ojos de hielo por los diferentes objetos, deteniéndose a admitir la colección que era suficiente cuantiosa como para tener aquella tienda en su memoria. Tendría que volver a allí más a menudo, tal vez hacer negocios a palabras mayores, no solo la venta de unas cuantas baratijas, si no de un surtido continuo de objetos, la exclusividad de tenerlos y que no estuvieran disponibles para ningún otro comprador, por su justo precio, claro. Pero primero tenía que tantear la situación, si resultaban ser unos usureros y unos timadores, descartaría al instante esa posibilidad.

Entre todos los objetos expuestos hubo un apartado en el que sus ojos mostraron interés, el mismo motivo por el cual entró en la tienda a fisgonear de qué se trataba. Allí donde los objetos le recordaron al indio al instante.

Vio las cuentas, pensando si serían cosas que Napa hubiera llevado o no tendría nada que ver, no era un entendido de la cultura indígena pero el arma le recordó al hacha que le había quitado para cortar cabezas de pollos. Miró detenidamente el tomahawk y lo señaló con un ademán de la mano.- ¿Qué puede decirme de este objeto?- Primero, quería saber si era real o solo un timo, era bueno catalogando piezas, pero no aquellas que desconocía.-¿Podría asegurarme que pertenecía a los nativos americanos?- Porque de no ser así entonces no le interesaría en absoluto.

Miró un momento hacia el exterior, donde la música seguía y la noche se cernía, pese a que la mujer seguía sin intención de cerrar la tienda.-..Disculpe, ¿No cierra con el ocaso?

Ysgramir tenía curiosidad por ciertas cosas, sobre todo aquellas que podían ponerle en peligro, no había sobrevivido mil años como no muerto por ser un confiado y estúpido engreído. La palabra que ella utilizó para dar énfasis a su frase hizo que sus ojos se estrecharan durante apenas milésimas de segundo, pero alguien lo suficientemente atento podría haberse percatado del detalle sin demasiado problema, pero tras ese lapsus se relajó de nuevo y volvió a la mirada de hielo que siempre tenía en ese gesto cargado de estoicismo y seriedad. Parecía que nada podía alterar a ese hombre, aunque como todo ser, tenía sus debilidades. Que alguien le pusiera un caramelo en los ojos y no pudiera cogerlo, le ponía francamente de los nervios, era caprichoso y como tal, se le antojó saber si aquello había sido casualidad o la mujer había desvelado parte de su verdadero ser, aunque, en el fondo no entendía cómo podía beneficiarla a ella algo así.

El Jotun era de los que guardaba con celo su condición y no solo ante la humanidad, si no ante todo el mundo, al final era un hombre público y tenía que hacer acto de presencia en muchos lugares, en esos momentos era mucho más sencillo, para cazadores o para cualquier ser con la capacidad de cumplir esa función, atacarle cuando estaba asistiendo a uno de esos eventos, donde mostrar su verdadera identidad sería una calamidad, de modo que no solía alardear de lo que era y veía a todo aquel que se exponía como un gran imbécil, pero esa mujer, cara de tonta no tenía, al menos aparentemente.

Dejó de prestar atención al comentario y cogió el arma que le tendía la mujer, al principio la observó como lo haría cualquier coleccionista, acarició las muescas, comprobó que la madera no estuviera dañada, pero luego pasó a calcular si la hoja estaba bien equilibrada respecto al filo, si el peso era el correcto. La hizo girar en su palma, por un momento pareció el hombre del norte que era, con el caro traje de corte inglés, pero escandinavo al fin y al cabo. Hizo un par de giros con el arma, comprobando que realmente debió de usar o que podría valer como arma. Levantó la mirada hacia la mujer, mirándola a los ojos y en un instante movió el arma dirigiéndola a su cuello.

Una dama se hubiera sobresaltado hasta el punto de desmayarse, de gritar o de reñirle, cuanto menos. Que tuviera el temple de interponer sus propios dedos con la trayectoria del filo ya era todo un logro, podría ser únicamente la adrenalina y un acto reflejo, pero la tranquilidad con la que le siguió explicando los detalles del arma, intentando vendérsela no era para nada natural, era algo estudiado, una reacción muy poco típica que solo alguien acostumbrado a mirar a la muerte a los ojos podría tener.

Miró a la mujer con cierta curiosidad, pero se le fueron los pensamientos lógicos en cuanto vio esa gota de sangre deslizándose por su cuello hacia su clavícula. Ysgramir tenía mucho control sobre sí mismo, tenía siglos de experiencia pero seguía siendo lo que era y la sangre manchando piel tersa y blanca era la debilidad de cualquiera de sus congéneres. Observó aquella gota en silencio durante demasiado tiempo y al alzar la vista hacia los ojos vedes de la muchacha, aun permaneció mudo y muy serio. ¿Qué le impedía salir a la parte trasera y tomarla? Estar solos y ocultos de la vista era un riesgo demasiado alto, una tentación muy accesible. Aun no tenía claro si la mujer era un cazador o no, pero en cualquier caso, que le llevara a su territorio era otro riesgo que no pensaba asumir. Para ambos, lo mejor era quedar a la vista de todos.

Dejó el arma en el mostrador.- Me llevaré esta. Señorita Chandler. Tal vez pueda ver esa zona trasera...En otra ocasión.

El vampiro vigilaba en todo momento los movimientos de la mujer, como si tuviera la necesidad de estar a al defensiva, pero tenía tan estudiado su apariencia taciturna, desenfadada y digna, que aunque estuviera serio y sin un asomo de alegría, era bastante normal. Él era así, se escudaba en su carácter seco para ese tipo de situaciones, pendiente, aunque no lo pareciera. Se acercó al mostrador de nuevo mirando de reojo cuando la muchacha se lamió la sangre de los dedos como si nada, tuvo que perderla de vista los segundos que necesitó para controlarse y no saltar sobre aquel cuello. Hubo un tiempo en el que no se habría podido contener, ni siquiera siendo humano, la chica era bonita y apetecible, su temeraria y tranquila actitud le desconcertaba, si fuera una cazadora, ¿No se habría dado cuenta de que él estaba a la defensiva?

Tal vez estaba haciendo justo lo que él hacía, fingir..O bien se estaba volviendo un paranoico, que tampoco le extrañaría, teniendo en cuenta que cuando su corazón latía sus manos estaban llenas de tierra y las hundía en placentas en los meses de cría sin ningún tipo de miramiento y ahora le daba asco beber de gente que no tuviera la suerte de usar perfume o al menos darse un baño de vez en cuando. Era un desconfiado, a todo le encontraba un pero y aquello era lo que le hacía seguir vivo. No temía a la muerte, pero tampoco la iba a buscar como un inconsciente, ya no creía en el valhalla, los dioses le habían abandonado, acabaría en Helheim cuanto menos, si tenía la suerte de morir en el mar acabaría en los brazos de Ran, pero no tenía claro dónde acabaría su alma condenada. De modo que tampoco iba a tentar a la suerte actuando de forma inconsciente.

Cuando se le pasó la extraordinaria sed que le entró al ver cómo se lamía, siguió sus manos por encima del arma mientras la envolvía, no pretendió analizarla de ese modo pero fue natural encontrar la diferencia entre su rostro y sus manos. Las damas cuidaban mucho de sus manos,y si las tenían inusualmente feas se las tapaban con guantes, pero unas manos así solo podrían ser de alguien perteneciente al proletariado, no a una vendedora exótica. Le hizo gracia la coincidencia, ambos ocultaban algo. Levantó la vista hacia la mujer y no preguntó ni regateó, dejó los dos francos correspondientes sobre la mesa y luego le entregó una nota con su nombre y la dirección de su casa en el norte de París.- Si encuentra algo que pueda interesarme sobre los indígenas del Nuevo Mundo, hágamelo saber.

Aun tenía sus dudas sobre la mujer, pero como bien se decía, a tus amigos cerca y a los enemigos más aun. No temía que se apareciera en su casa en plena mañana a clavarle una estaca, su ama de llaves no le permitiría el paso y si lo hiciera por la fuerza los gritos del servicio alertarían a cualquiera. No era un hombre temeroso, pero si seguía la máxima de más valía prevenir que curar. Para qué arriesgarse innecesariamente, no pecaba de soberbio, tal vez por eso seguía vivo y muchos de sus congéneres no fueron capaces. Demasiado desconfiado por naturaleza, cualquier mosca podía ser una cojonera si se lo proponía y si no, que se lo dijeran en el norte.

Caminó tranquilo, sin prisa por marcharse, pero antes de hacerlo se giró e hizo una leve inclinación con la cabeza, extendió la mano para estrecharla con la mujer, como buen hombre de negocios, era respetuoso y no infravaloraba a las mujeres, a fin de cuentas por culpa de más de una estaba donde estaba.- Si encuentra objetos de los antiguos vikingos, avíseme. También estoy interesado.- Estaba claro que el dinero no era un problema para él, claro que vivía de aquello, dos francos no suponían nada para sus arcas, pero si aquello se añadían varios cientos era un importante agujero en sus cuentas que debería tapar, de una forma u otra.

Era un hombre coleccionista, no le importaba pagar de más por cosas que merecían la pena y de cultura nativa americana estaba muy perdido, tampoco se sentía con el derecho de pedir menos, pero en cuanto a vikingos..Ahí si podría ver si los Chandler eran unos estafadores cualquiera o sabían de lo que hablaban. Había mucho rumor y mucho bulo en torno a los vikingos, pero no iba a desmentir habladurías que a él personalmente le favorecían.

Sonrió de medio lado, repentinamente justo antes de repetir un nuevo gesto con la cabeza, esta vez a modo de despedida. Era difícil que alguien le llamase la atención, pero los ojos de esa mujer, despertaban algo. Notaba un atisbo de idea formándose en su cabeza, le daría forma donde pudiera sopesar calmadamente. Salió de la tienda, con su tomahawk bajo el brazo, con la sensación de que se llevaba mucho más que simples fruslerías.