Twinkle twinkle little star... // Privado - Guerra [+18]

Recuerdo del primer mensaje :

Desde la última vez que pasara algo de tiempo con Guerra, habían transcurrido incontables semanas, meses. Y la enfermera había centrado toda su atención en lo que mejor se le daba: ayudar a los demás, salvar vidas, hacer compañía a los enfermos sin familia. Encontraba sumamente gratificante el ver una sonrisa plasmada en aquellos rostros que solían estar compungidos por el dolor, la pérdida y la tristeza, así que hacía todo lo que estaba en su mano para que, al menos por unos segundos, cada una de aquellas personas con las que pasaba su tiempo, se sintieran mejor.

Pero no todo había sido como siempre, las cosas habían cambiado de un modo que la española jamás hubiese podido imaginar. Y aunque aún no conocía bien el alcance de aquel don que Dios parecía haberle dado -aunque ella nunca fue una mujer muy devota, las evidencias recientes le habían hecho redescubrir su lado más creyente- intentaba aprender a utilizarlo con cautela, sin ser consciente de lo que cada uno de sus actos le estaba causando a ella misma o si, con el tiempo, podría perjudicar a aquellos que se beneficiaban en la actualidad de su buena voluntad.

Todo empezó una mañana, cuando uno de los niños del orfanato fue llorando a buscar a Estrella con las manos formando una pequeña caja con sus dedos. Al abrirla, le mostró un pequeño ruiseñor inconsciente. La muchacha estaba convencida que el pobre animal ya había muerto, pero aún así lo tomó entre sus manos y se sentó con el huérfano. Acunó a la diminuta ave mientras le daba suaves friegas en el plumaje, escuchando el desconsolado llanto del niño que desesperado sorbía la nariz y restregaba el rostro contra la manga del uniforme de la voluntaria. La chica sintió una profunda pena con la escena. Rodeó al muchacho con un brazo, llevando al ruiseñor a su pecho aún sosteniéndolo con la mano derecha y cerró los ojos, deseando ser capaz de solventar la situación, de aliviarle el sufrimiento al pequeño y devolverle la vida al animal. De repente, sintió un calor irradiar de dentro de su cuerpo, iniciando en el centro de su pecho, expandiéndose hasta la yema de sus dedos. Lo siguiente fue escuchar un suave piar y notar como algo se movía dentro de su mano. La abrió, observando atónita como el ave daba pequeños brincos en la palma e intentaba picotearle el pulgar. Aquel fue el primer milagro de unos pocos, pero tardó en volver a repetirse, pues inicialmente no tenía idea de lo que había ocurrido o del por qué. Al final, desubrió que el poder radicaba en desear algo de corazón, pero sólo servía para revivir pequeños animales, rebajar altas fiebres o eliminar sarpullidos. No eran grandes cosas, pero eran suficientes para alguien que deseaba hacer de este mundo un mundo mejor, aunque fuera poco a poco, paso a paso, gota a gota.

Había cambiado su lugar de residencia, ahora ocupaba una habitación en el orfanato más grande de la ciudad. Las cosas en el hospital le quedaban demasiado grandes, pero allí… allí podía ayudar de verdad. Los niños caían enfermos con facilidad, se contagiaban los unos a los otros. Y ella les podía cuidar sin necesidad de cobrar. Era mejor que invirtieran el dinero de las donaciones en comida, medicamentos y cosas importantes como profesores que pudieran enseñar cosas útiles a los niños para cuando crecieran, encontrar un empleo y salir adelante por sus propios medios. Para avisar al castaño, había dejado una nota escondida en el marco de la puerta de su anterior residencia, esperando que si la llegaba a ir a visitar, la encontrara y diera con ella. Sí, Estrella se podría haber aventurado y acercarse a la mansión que ocupaban los cuatro hermanos, pero nunca había sido una entrometida y sabía que ellos tenían una misión que cumplir. Era plenamente consciente del inconveniente que su presencia suponía para los otros tres jinetes que debían ver en ella a una debilidad para Guerra. Así que hizo acopio de aquella paciencia que siempre le había servido para esperar mientras intentaba sacarle provecho a cada minuto. Aunque no dejara de pensar en aquella última noche que habían pasado juntos con el vino, la piel de oso y la chimenea.

La contestación del jinete a la pregunta que ella le formulara, la hizo reír sin poderlo evitar, aunque intentó ocultar el sonido tras las manos, pero el castaño no se lo permitió buscando darle besos que se colaron entre sus dedos. Terminaron comiendo el postre de un modo particular, como dos tontos enamorados que incapaces de dejar de mirarse y tocarse, intercalaban mordiscos a la comida con muerdos a los labios ajenos. Al finalizar la cena les trajeron algo de alcohol para beber, y aunque Estrella se negó al principio, al final el italiano la convenció con una ladina sonrisa y un apretón de mano en el muslo. -Está bien…- Rio bajo al tomar el pequeño vaso de chupito, brindando ambos por la casa que habían adquirido juntos.
 
Una vez en la calle, pasearon de la mano y luego medio abrazados, entre risas cómplices, miradas y besos robados. Ella caminaba medio de lado, apoyándose contra Guerra al dar pasos torpes por no desear apartarse ni romper el lazo de extremidades superiores que se llevaban. La pregunta del joven encontró desprevenida a la española, pero no quedó muda porque no supiera qué responder, sino porque él no le dejó que lo hiciera al volver a preguntar de inmediato y, justo después, cambió de tema, ya que algo nuevo había reclamado la atención del jinete. La enfermera se dejó arrastrar hacia la tienda y observó todo lo que el castaño le señalaba, pero su cabeza daba vueltas ahora y no se centraba en lo que frente a sus ojos aparecía. Dio un seco tirón de la mano del italiano para que se detuviera un momento. Se colocó entonces frente a él y, poniéndose de puntillas, le besó en los labios. -No lo creo, lo sé…- Murmuró con la mirada fija en la boca contraria y, justo después, ascendió con esta hasta los orbes foráneos. -Te quiero, Guerra.- Buscó también la otra mano del muchacho con la suya libre, sujetándole de ambas, acariciando con los pulgares los nudillos ajenos. Una tímida sonrisa se dibujó en los labios de la española cuando apretó con cierta fuerza el agarre de sus dedos. -Ahora sigamos mirando, ¿sí?- Liberó la zurda del chico y ésta vez fue ella la que le hizo moverse para seguir viendo muebles. -La cama es muy grande y yo creo que nos sobrará espacio en ella…- Porque en vez de imaginarse retocando con el jinete, ella lo hacía en dormir abrazados. Pero en el fondo le daba igual donde descansaran, se conformaba con que alguna noche a la semana, el castaño estuviera con ella y no siempre con sus hermanos. Se sintió mal por ser pensar de aquel modo y sacudió la cabeza, apartando el egoísmo que, por un instante, la había sobrevenido. -Me gustaría una gran mesa para el piso de abajo, así podré ayudar a varios niños a la vez… ¿crees que podría ser?- Miró al italiano con esperanza brillado en sus esmeraldas. Estaba llena de ilusiones gracias a Guerra, pero también de miedos por el mismo motivo. Seguía temiendo perderle en cualquier momento dada su misión en la Tierra, pero Estrella estaba decidida a aprovechar cada instante que compartieran. -¡Mira eso!- Señaló un sillón orejero de cuero, elegante y de aspecto muy cómodo. -¿No crees que podríamos sentarnos ahí los dos junto a la chimenea? Tú en la butaca y yo en tu regazo…- Se le iluminó el rostro al soñar despierta con ello, con una escena tan sencilla como el jinete leyendo y ella acurrucada entre sus brazos, escuchando los latidos apacibles del corazón ajeno.

Me detuvo, al parecer iba demasiado acelerado, lo que me llevó a sonreír contra sus labios rodeando su cintura con mi brazo para atraerla y chocar contra sus carnosos con el ímpetu que caracterizaba al jinete de la guerra.
-¿y como sabes que me quieres? -pregunté ladeando la cabeza ligeramente, como si necesitara sentarme en esa larga mesa en al que pretendía dar clase a los niños por una clase magistral sobre el amor y otros términos.

Acarició mi mejilla, dibujando mi barba con sus dedos, ascendiendo por mi nariz y bajando por mis labios mientras sus ojos brillaban contemplándome como si aun no creyera que estábamos allí, juntos a punto de amueblar nuestra casa.
Mi labio inferior bajó tras su indice y su boca lo apreso fundiendonos en un beso lento, con vestigios de licor.
-Una mesa -dije medio aturdido por eso que siempre sentía cuando la tenia pegada a mi cuerpo -¿y pupitres? -pregunté escapándoseme un jadeo contra su boca mientras mi hombría se perdía en su vientre.

La mirada de Estrella me dejo claro que no era el lugar, me encogí de hombros mirándola.
-¿que? Me pones mucho -me justifiqué mientras ella reía sin parar.
Nuestros dedos volvieron a acariciarse y enredados empezamos a caminar por la tienda mirando el mobiliario en venta.
-Me gusta el sillón orejero, para colocarlo frente a la lumbre, pero quiero también un sofá grande una gran mesa de comedor para que mis hermanos nos puedan visitar. Quiero que mis hermanos entiendan que yo quiero compartir la vida que Dios me permita disponer contigo.

Trataba de explicarle que aunque si bien era cierto no siempre dormiría con ella, pensaba escaparme todas las veces que pudiera.
No podía abandonar a mis hermanos, ni mi misión en la tierra, pero quería disfrutar de esto que sentía por Estrella.

Una joven se nos acercó al vernos señalar los comedores.
-¿puedo ayudaros?
-Si, queremos pupitres, una pizarra, una mesa de maestra y muchas estanterías para guardar libros y material escolar.
Quería que Estrella fuera feliz a mi lado, ya le iba a quitar la normalidad de una vida humana junto a un tipo sosegado, un medico, un abogado, a cambio tenia al que traía al caos...
-Te quiero -susurré atrayendola por el cuello para besarla y que no renegara sonriendo porque acaba de salirme con la mía dejándola callada.

Como si la sacara a bailar, el jinete la hizo girar cuando ella daba un paso, encarándola hacia él y apegándola a su cuerpo. La española terminó con ambas manos sobre los hombros ajenos y los labios de los dos, rozándose con el aliento. Las dos esmeraldas de la muchacha viajaron por todo el rostro del italiano, estudiando su sonrisa, su nariz, los dibujos de su barba. Pronto se sumaron las yemas de los dedos a ese análisis que, entre caricias, memorizaron cada milímetro de la cara de Guerra. Estrella se perdió en la mirada ajena y dejándose llevar por lo que deseaba, mordió el belfo inferior foráneo y pronto se unieron en un beso necesitado.
 
Cuando las bocas de ambos se separaron, ella suspiró, como si cada vez le supieran a menos y necesitara más de esos. Besos, caricias, abrazos, mordiscos… Sabía que no era normal, que exigir más sí que sería llamar al pecado, pero no lo podía evitar, el jinete la hacía temblar y desearlo todo de él y a todo momento. Fue entonces cuando notó la erección ajena contra el vientre y se mordió el labio inferior, ascendiendo con sus orbes hasta toparse con los del jinete que se excusó diciendo que ella le ponía. Estaba claro que se había tomado la reacción de la enfermera como un regaño, cuando en realidad a la que debía soltar una reprimenda era a ella misma. Aquella vez, por extraño que resultara, había sido Guerra el que pusiera algo de sensatez y frenara lo que ambos ansiaban. Finalmente se tomaron de las manos, entrelazando sus dedos y prosiguieron con su camino y búsqueda de muebles.
 
La española se quedó en silencio mientras el castaño hablaba, porque cada cosa que decía parecía ir directa a su pecho. Si cupido existiera estaría gastando el contenido entero de su carcaj con ella y con una puntería sumamente certera, de eso no cabía duda alguna. Fue a abrir la boca cuando ya el italiano había atacado de nuevo a sus sentimientos, eligiendo cosas que ella no se atrevería a pedir, aunque en el fondo las quisiera para ayudar a cuantos más niños mejor, pero Guerra la sujetó del cuello y de nuevo la hizo girar y la atrajo. Los ojos de la muchacha brillaban, vidriosos, pues ya la consumían las emociones, y como si aquello fuera poco, las dos palabras que brotaron de los labios ajenos antes de besarla, ya la desarmaron al completo. Mientras el jinete sonreía, ella se aferraba a él en un abrazo por no dejarse llevar por la inmensidad y llorar allí en mitad de la tienda. Cerró con tal fuerza el agarre que hasta levantó los pies del suelo, por suerte el castaño la sujetó en alto de la cintura y ella lo aprovechó para ocultar el rostro en la curvatura de su cuello, el cual cubrió con besos. Se sentía abrumada por el calor que crecía en su pecho y se expandía, hormigueándole por todo el torrente sanguíneo y alcanzando hasta las yemas de todos sus dedos. -Quiero todo eso… y te quiero a ti…- Confesó al final, susurrándolo cerca del oído del muchacho que aún la sostenía en alto. Entonces se escuchó el carraspeo de la dependienta y el calor que antes estaba en el torso de Estrella, rápidamente subió hasta sus mejillas y orejas. Aflojó el abrazo y se colocó junto al jinete, sujetándose con ambas manos a la de él, medio oculta tras su espalda como si con ello disimulara lo que acababa de hacer. -Perdón, olvidé dónde nos encontrábamos…-

Nuestras bocas se encontraron en un beso apasionado, sentido y prolongado. Había trepado por mi cuerpo como la hiedra, mis manos sujetaban sus nalgas mientras nos besábamos paseando nuestras lenguas de boca en boca, degustando el amor, esas dos palabras que tras ser pronunciadas sabían dulces, a fruta madura, a vid, a bosque y a estrellas.
Nuestra nariz se rozó con el carraspeo de la dependienta que nos hizo volver a la realidad, sonreímos contra los labios del otro como dos niños cometiendo una travesura mas y sin soltarnos se deslizó por mi cuerpo bajando sus pies al suelo.

Importándome poco la presencia de la mujer que nos atendía enredé mis dedos en los mechones de su nuca y la atraje de nuevo para embeberme de ella, de ese sabor del que dependía y que me ataba a la tierra, mis ojos se cerraron y mi lengua conquistó sus fronteras hasta plantar allí mi bandera.
-queremos montar una escuela en le piso inferior, mi mujer trabajará en casa. La planta superior es lo suficientemente amplia para usarla como vivienda. Había una azotea en la parte superior que quería preparar para poder ver las estrellas..pero esa parte quería que fuera una sorpresa, así que decidí guardar silencio, se lo comentaría en algún descuido, pues quería poder cenar al aire libre con ella y bañarnos bajo el manto del firmamento y con la dama blanca acunandonos.

De la mano, entre risas, besos y confesiones seguimos eligiendo cada mueble de lo que seria nuestro hogar. Ella había conseguido que el jinete Guerra por un día se sintiera en paz, olvidé las reliquias, mi vida destinada a sembrar miedo, terror y dar paso a la muerte para ser un hombre feliz de la mano de la mujer de la que estaba enamorado.

Estrella se moría de la risa con mi impaciencia, pues lo quería todo y ella tenía que ir frenandome para que dejara de marear a la pobre chica que al vernos acabo pintando una sonrisa en sus labios.
-¿Cuando lo tendremos todo?
Elegí una gran cocina, quería que cuando Armagedon viniera pudiera cocinar en ella, así como una enorme mesa de comedor, para reunirme con mis hermanos allí, con los padres de Estrella, quería una casa no solo para nosotros, si no para compartir con aquellos a los que ambos queríamos de un modo u otro.

Salimos de allí complacidos, al día siguiente empezarían a llegar los muebles, así que..antes de que eso sucediera, quería hablar con mi hermano, no solo pedirle que me echara una mano para montar todo..quería que conociera mi secreto, no quería estar enfrentado con él y eso que últimamente, por el tema de Deborah, lo estábamos.

A pesar de la disculpa de la española, el jinete no pareció sentirse incómodo por la presencia de la dependienta, ni tampoco consideró una falta de respeto el que intimara con Estrella en público, cosa que demostró al atraerla de la nuca para iniciar otro profundo y apasionado beso. La chica se podría haber resistido, incluso insistido en que no era el lugar ni el momento, pero no lo hizo. No lo hizo por un motivo muy sencillo, porque quería sentir al italiano cercana, más ahora que le había dicho por primera vez que la quería. Dos palabras que podían parecer vacías en boca de otros, pero que, viniendo de Guerra, para la muchacha lo significaban todo. Suspiró contra la boca ajena cuando los labios de ambos se separaron. -Ay, Dios…- Escaparon las palabras sin poder contenerlas, junto al aire que liberaron sus pulmones. Sabía que nombrar al señor en vano no estaba permitido, pero esperaba que, por esa vez, se le perdonara.

Una tonta sonrisa se dibujó en los labios de la enfermera que caminó de la mano del jinete mientras seguían mirando y eligiendo muebles. El castaño se aceleraba todo el tiempo, si por el fuera se lo llevaría todo, pero en la casa no cabrían tantas cosas y si lo hacían, los que no cabrían serían ellos. Entre risas le iba diciendo que no a algunas elecciones alocadas y opinando sobre colores o comentando ya sobre la disposición de las cosas en las distintas estancias. Ella también estaba muy emocionada y en algunas tonterías de Guerra incluso cedía sin darse cuenta. Estaba feliz y se dejaba llevar por ese sentimiento, sin tener en cuenta lo que harían luego con todo lo que estaban adquiriendo.

Les dijeron que todo iría llegando poco a poco, algunas cosas eran por encargo y tardarían un par de semanas, por no hablar de la cocina, eso requería tomar medidas y rehacerla prácticamente de cero. Pero la mayoría de los muebles los tendrían ya al día siguiente, como el sillón orejero, el sofá, la mesa y la cama. Los pupitres tardarían diez días y los dos para zurdos, quince. A la joven no le importaba esperar, iba a cumplir un sueño, el de poder ayudar, educar a los niños y enseñarles más que lo que cuentan los libros.

Salieron de la tienda y aunque ambos se veían contentos, la mirada del lobo estaba perdida y Estrella se percató enseguida. -¿En qué piensas? De pronto te has quedado en silencio…- No creía que fuera algo malo, no le veía serio, solamente callado, un poco ido. Acarició el antebrazo ajeno con la yema de los dedos de la mano libre, subiendo desde la muñeca hasta el codo. Le observaba con sus dos esmeraldas y una cálida sonrisa. -¿Quieres hablar de algo?- Ladeó un poco la cabeza, curiosa, pero sin ser invasiva. Si el jinete tenía algún problema, ella quería saberlo, tal vez no fuera capaz de solucionarlo, pero sí de comprenderlo.

Mi mirada perdida volvió hasta sus titilantes estrellas cuando sus palabras me sacaron de mi ensoñación. Era parco en expresar sentimientos, en su mayoría porque no los conocía, no los había experimentado y menos sabía el modo de decirlos en alto sin sonar patéticamente ridículo.
Padre me educo para ser un jinete, para pertrechar su venganza personal contra la humanidad y así que el apocalipsis llegara a la tierra como “Dios” había establecido, pero ahora...todo parecía cambiar de rumbo.

Dejé escapar el aire contra sus labios antes de presionarlos con cuidado.
-Si, algo me preocupa, mi hermano y yo últimamente no nos llevamos demasiado bien ,tenemos distintos modos de ver nuestra misión.
No quería entrar en detalles, quizás en parte porque sabia que de hacerlo suscitaría mas preguntas de la española sobre mi hermana y lo que a ella me unía.
Deborah y yo nos habíamos acostado, el uno con el otro perdimos la virginidad y la verdad es que algo..sexual me uncia ella ademas de ese afecto de hermandad.
No era como lo que sentía por Estrella, una necesidad de amarla a todas horas de necesitar sus labios contra los míos, su olor impregnada en mi piel y el latir de su corazón golpear mi pecho adueñándose de mi razón, pero también era fuerte y quemaba...

Ladeé la sonrisa para no preocuparla.
-Armagedon y yo no pensamos igual, supongo que el ve las cosas de un modo mas estricto, la misión para él lo es todo, por encima de sus hermanos, peor yo..yo estoy predispuesto por mi condición de licano para proteger la manada y supongo que eso choca con lo que es el objetivo principal.

Deslicé mi pulgar en un gesto nervioso por su palma mientras de nuevo se perdía mi mirada.
-No quiero se entere de que me he comprado una casa contigo, que estoy haciendo planes de vida sin ellos, se que no me esta permitido, que no estoy en este mundo para ser feliz, si no para tambalear los pilares de una civilización que no merece vivir, pero cuando te miro...veo bondad y me pregunto si no estoy equivocado, si no estamos equivocados.

Llevé mi diestra a la cara arrastrándola por ella en un gesto de pura desesperación.
-No esta bie, pero estoy entre dos aguas, yo...yo...estoy confundido ¿y si todo lo que padre nos ha enseñado solo es una falacia? ¿y si la humanidad merece una oportunidad? He visto el mal de cara, lo hago cada noche cuando desenvaino mi gran espada, peor también he visto el bien en cada uno de tus gestos y …

acabé por guardar silencio porque sabía que ni siquiera pensar como pensaba estaba bien.
-Lo siento padre, he pecado -musité avergonzado por dudar de la misión encomendada.

La española escuchó cada palabra que los labios del jinete pronunciaron. Lo hizo en silencio, contemplando aquellos ojos pardos que, de pronto, parecían cargados de tristeza y preocupación. Estrella sabía que el italiano, a pesar de esa misión que tenía y que, inicialmente, parecía para él significarlo todo, era mucho más que eso, mucho más que Guerra, era un hombre, un licántropo. Era salvaje, protector y guardián de los suyos. Con ella se lo había demostrado en más de una ocasión, que no sólo usaba la espada para sesgar vidas en nombre de una purga que el mundo necesitaba, sino que era capaz de sentir, de sonreír, de enfadarse… De amar.
 
Los dedos de la muchacha se deslizaron por los antebrazos del joven en caricias, mientras sus verdes esmeraldas seguían fijos en los orbes oscuros contrarios. No le quería interrumpir, deseaba que hablara, que soltara todo aquello que le agobiaba. Estaba segura que se reprimía, que esa parte suya que la quería, no deseaba ensombrecer el momento o lo que sentían y que si le contaba demasiado, temía espantarla todavía. En repetidas ocasiones, el jinete le había preguntado a la chica si no le temía, y por mucho que ella le hubiera contestado con una negativa, Estrella estaba segura que él aún no se lo creía.
 
En cuanto vio que el castaño daba por zanjado el tema, hizo subir sus manos y con ellas ahuecó el rostro foráneo. -El mundo está lleno de gente mala y de gente buena… También hay muchas personas que no están ni en un lado ni en otro. Yo te he visto matar, pero también te he visto perdonar, Guerra.- Le hizo agachar un poco para que las frentes de ambos se unieran y sus alientos chocaran con cada palabra de ella y suspiro de él. -Por eso estamos aquí los dos, ¿no te das cuenta? Tu misión es hacer una purga, pero eso no significa acabar con todo lo que crece en la tierra, sino arrancar únicamente las malas hierbas. Y yo, yo ahora podré ayudar a los niños desde pequeños, mostrarles un camino distinto al que encontrarían en las calles...- Rozó suavemente su nariz con la del italiano, volviendo a buscarle la mirada. -Con el tiempo, espero que se lo cuentes a tu hermano, pero no hay ninguna prisa. Yo no me voy a ir.- Le dedicó una cálida sonrisa e hizo descender de nuevo sus dedos hasta que las manos de ambos se encontraron junto a las caderas de la enfermera y se entrelazaron. -Tu misión es complicada, pero creo que es necesaria… Porque yo, aunque he visto al mal a los ojos, no sería capaz de darle un susto siquiera. Y no deseo que ese mal corrompa inocentes o sesgue vidas por capricho. Y trabajando en el hospital he visto los resultados de la crueldad humana. He sentido como las almas se apagaban entre mis brazos sin yo poder hacer nada…- El mundo era un lugar difícil, la vida no era fácil para nadie. Y, por desgracia, morían más personas a manos de sus iguales que por enfermedades. Eso a la enfermera le rompía el corazón. Sabía que matar no estaba bien, que el asesinato era un crimen. Pero el jinete venía de parte de Dios a arreglar ese mundo que él mismo había creado y dejado en manos del libre albedrío.

Escuché sus palabra mientras acunaba con sus manos mi rostro, era cierto, no necesariamente la purga segaría a todo lo que se movía sobre la faz de la tierra, mas conocía el pecado y en su mayoría los humanos a él cedían ¿Acaso nosotros en parte no estábamos cometiendo el de la lujuria? No habíamos contraído matrimonio como dictan las escrituras, era pronto para eso, peor tampoco paseábamos por los jardines cogidos de la mano, en breve nos iríamos a vivir juntos y eso implicaría convivir en pecado ¿merecíamos ser sesgados?
No conocía mujer mas buena que la que tenía al lado, ella era paciente, dulce, incapaz de hacer daño a nadie, pensaba mas en los demás que en ella misma, si una mujer merecía ser salvada del fuego eterno esa era ella.

Mi diestra rodeó su cintura atrayendola hacia mi, mis labios se entreabrieron antes de chocar con los suyos. Mis ojos se cerraron al profundizar con mi lengua en su boca, húmedas las sinhueso bailaron despacio mientras nuestras manos plagaban al otro de caricias tibias.
-Podemos ir ahora a hablar con las monjas, pidámosles algunas mujeres que necesiten trabajo y también podrías acordar que los críos del orfanato puedan acudir al aula que pronto tendrás montada en nuestra casa, allí aprenderán mas y les servirá para salir de las cuatro paredes del orfanato.

Ella siempre me apoyaba en todo aunque mi razón de ser implicara caer sobre la humanidad como una lacra cruel.
-Pondremos un jardín grande, con columpios, para los niños del orfanato y para los que tengamos juntos ¿no? -y de nuevo creo que acaba de soltar sin quererlo otra información brutal con esa naturalidad que me solía acompañar.

Estrella me miraba fijamente como si mis palabras lejos de esperarlas la pillaran por sorpresa, ensanché por un instante la sonrisa esperando respuestas, era obvio que tal y como manteníamos relaciones acabaríamos procreando y dado que yo no era dado a evitar de ningún modo el tenerlos ya que eso iba en contra a las creencias de dios, pues dos jóvenes era natural se convirtieran en padres.
-Lo se, lo se, hemos de casarnos antes para que no nazca en pecado -dije como quien pide una cerveza en el bar de abajo -El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. (1 Corintios 7:3-4 RVR 1960)

La atraje nuevamente enredando mis dedos en los oscuros mechones de su nuca.
-No quiero vivir sin ti estrella -susurré antes de besarla -yo no entiendo mucho de relaciones, ni siquiera se si las cosas se hacen exactamente así, pero se que desde que apareciste en mi vida todo es distinto, no quiero perder eso.

El beso del jinete comenzó a calentar el corazón de la española, pero fueron sus palabras tras ese gesto cercano, necesitado y, al mismo tiempo, cariñoso, las que hicieron que la seriedad que por su conversación se había apoderado del rostro de Estrella, ahora diera paso a una sonrisa radiante y llena de ilusión. Guerra la estaba alentando a emprender un camino nuevo, a cumplir un sueño. Se mordió el labio inferior, asintiendo a las ideas que iba mencionando y se apretó contra el cuerpo ajeno en un repentino y fuerte abrazo. -¡Los niños del orfanato! Tenía miedo de no poder volver a verlos… Qué gran idea, espero que las monjas accedan.- Pegó su frente al esternón del italiano rozando con l nariz justo debajo en un gesto que intentaba contener la emoción que la invadía.
 
Entonces llegó aquella frase que descolocó por completo a la enfermera. Dio un paso atrás con la boca entreabierta de la sorpresa y sus esmeraldas, grandes y brillantes se centraron el los orbes avellana del castaño. Parpadeó despacio un par de veces, convencida de que aquello lo estaba soñando. ¿Le estaba proponiendo Guerra, en un futuro, tener hijos? Aquello la dejó atontada durante un par de minutos, por un lado le encantaba idea, ser madre tenía que ser lo más maravilloso del mundo y hacerlo junto a él, junto a ese hombre que prendía su sonrisa y calentaba su alma… no había en el mundo nadie mejor. Por otro lado él era un jinete del apocalipsis, ¿podría cuidar de sus hijos? ¿No correrían peligro a su lado? Ella no temía por su vida, pero unos bebés inocentes era algo distinto… La inquisición podría quererlos para usarlos en contra de su padre. Sacudió la cabeza, apartando aquellas abominables ideas de su mente. No debía pensar en aquella remota posibilidad, sino en el hecho de que Guerra, se imaginaba un futuro con ella.
 
El calor abrasador del cuerpo ajeno, al acercarla a él, hizo el resto. La declaración del jinete hormigueó por todo su ser y de nuevo una sonrisa asomó a sus carnosos labios, los cuales se unieron a los del italiano en un lento y suave beso. -Tampoco yo quiero vivir sin ti, Guerra...- El sólo pensamiento de perderle, era lo que la atormentaba muchas veces. Acostumbrarse a tener cerca era malo, la volvía débil a su presencia y si más adelante le faltaba, sería incapaz de seguir viviendo. Subió ambas manos a ahuecar de nuevo las mejillas foráneas contra las palmas, paseando los pulgares por los pómulos, mientras la barba cosquillea su piel con cada caricia. -Vayamos a hablar con las monjas y a ver a los niños. Me encantaría presentártelos.- Rozó el mentón ajeno con la nariz, subiendo luego por el centro de los labios del jinete, hasta que, una vez más, se unieron a los suyos propios en un beso robado.
 
Se separó, pasando a llevar la diestra a entrelazar los dedos con la zurda del lobo y tiró de él para emprender camino hacia el orfanato. Se habían ido a toda prisa la última vez y Estrella había presentado a Guerra como a su primo, pero siempre estaba a tiempo de rectificar y enmendar un poco la mentira que habían tenido que contar.

Estrella parecía ser feliz a mi lado, no había negado en ningún instante ansiar como yo una vida en común, risas infantiles propias correr por ese lugar que poco a poco podríamos llamar hogar.
Era cierto que hoy por hoy no podía irme a vivir con ella de forma completa, mis hermanos me necesitaban, sin mi, Deborah caería en la oscuridad mas absoluta y lo peor es que Armagedon se lo consentiría.
Por otro lado Victoria ya hacía suficiente con celebrar los triunfos, así que todo me parecía un despropósito. La palabra de dios había que cumplirla, pero para ello no teníamos porque hipotecar la vida de los nuestros, no iba a perder a mi hermana en esta gesta.

Las manos de Estrella acariciaban mi barba, meciendo mi rostro con suma delicadeza.
-¿entonces al orfanato? -apunté tirando de su mano rumbo a aquel lugar que durante unos meses fue donde vivió rodeada de niños.
No tardamos demasiado en llegar, Estrella sonreía mientras yo restregaba mi nariz por la piel de su cuello depositando un reguero de besos.
-Me gusta como hueles -confesé dejando un mordisco bañando su piel ligeramente de saliva.

La monja abrió la puerta y Estrella me dio un sutil manotazo para que me estuviera quieto, como un niño recién pillado ensanché la sonrisa poniendo cara de niño bueno.
La mujer abrazó a Estrella después de dedicarme una mirada de reprobación.
-Buenos días -dije ignorando aquellos ojos que me repasaban de arriba a bajo -mi novia viene a por sus cosas ¿sabe? Vamos a vivir juntos -dije incapaz de guardarme para mi solo la alegría que sentía.

Estrella sonrió ampliamente ya acostumbrada a esa impulsividad que me caracterizaba y de forma mas calma, mientras íbamos caminando por el corredor ponía al día a la hermana casada con dios.
Le contó la idea de montar un aula en casa, quería ayudar y ahora que estaba conmigo podía hacerlo.
La mujer estaba tan feliz que se le saltaron las lagrimas, para ellas significaba mucho que esos niños tuvieran una buena educación y que parte de sus gastos quedaran por nosotros sufragados.
Por supuesto acepto, así que hablado ya todo lo necearía para empezar lo antes posible con los niños y el aula, Estrella pidió unas mujeres que necesitaran de trabajo, la monja le dio un par de nombres y direcciones y le aseguró que ella contactaría con las sirvientas y que al día siguiente Estrella podría hacer las entrevistas para contratar lo que necesitara.

Acabada la charla Estrella quería ver a los niños, así que tiró de mi mano asegurando que me los presentará a todos, ella reía sin parar, la felicidad iluminaba su preciosa mirada parda.

Estrella no podía dejar de sonreír mientras se dirigían hacia el orfanato. Si bien las preocupaciones habían cruzado su mente, estaba tan feliz por los recientes acontecimientos que su propio subconsciente las había postergado. Ya tendría tiempo de pensar en ellas más adelante, ahora quería disfrutar del momento, consciente de que el jinete tendría que partir más pronto que tarde a reunirse con sus hermanos. Cada minuto que pasaba a su lado era algo que la española atesoraba y no quería desperdiciarlo con darle vueltas a cosas que aún estaban lejos de llegar.
En cuanto se plantaron frente al portón, el castaño se situó tras la muchacha, rodeándola de la cintura con los brazos, cubriendo su nuca de besos. Ella se echó a reír por el cosquilleo que le provocaba su barba al rozarle la zona y en cuanto escuchó pasos cercanos al otro lado, le dio un suave golpe a Guerra para que se controlara un poco, a fin de cuentas, las que regentaban el orfanato eran monjas y ella les tenía respeto.

La enfermera abrazó a la mujer que salió a recibirles y tras una cortés sonrisa, le fue a presentar como correspondía al italiano. Pero el contrario se le adelantó, ella se lo hubiese recriminado, pero le veía tan feliz diciendo que eran novios y vivirían juntos, que tuvo que morderse el labio inferior para no besarle allí mismo. La anciana les hizo pasar al interior un poco a regañadientes, pero en cuanto Estrella le contó a la madre superiora lo que iban a hacer por los niños, se le olvidó la desconfianza inicial en aquel desconocido y hasta se le saltaron las lágrimas. Confiaba en la joven voluntaria y sabía que era una buena chica de corazón puro e intenciones nobles, por lo que, si había traído a aquel muchacho al orfanato y se iba a vivir con él, no podía ser un mal hombre. Una vez dieron por zanjado el tema, la española quiso ir a ver a los niños y, por supuesto, se llevó al jinete consigo.

Tiró del castaño hasta el patio y se quedó observando a los pequeños que jugaban fuera con palos, piedras, una vieja pelota de piel deshinchada y con algunos carboncillos pintando en el suelo, dibujando mundos mejores. -¿Has visto con qué poco son felices?- Preguntó, alzando su rostro para buscar los pardos ojos del lobo. Sonrió, besándole la mejilla y salió al encuentro de los niños que al verla gritaron y corrieron todos a abrazarse a ella, formando un corrillo a su alrededor. La chica se agachó para corresponder uno por uno a su afecto con caricias en el pelo, abrazos y cálidas sonrisas. Estiró entonces el brazo en dirección al jinete y movió los dedos para indicarle que se acercara. -Quiero presentaros a alguien. Él es Guerra, es mi pareja.- Pareció que se le llenara la boca al decirlo por primera vez en voz alta y su pecho se hinchó, hormigueándole el vientre e incluso el corazón. Los niños y niñas miraron al recién llegado con las bocas abiertas de sorpresa, más porque no solían ver a hombres adultos, pero también por la noticia. -¿Verdad que seréis sus amigos?- Todos alzaron las manos y gritaron que sí en un canon de voces agudas e infantiles, antes de abalanzarse a abrazarle las piernas al italiano, impidiéndole que se moviera un ápice siquiera. Estrella se levantó y rio ante la tierna escena. Aquel momento era precioso.

Una horda de niños vinieron raudos a mi encuentro, en un principio me quedé paralizado cuando como cachorros se engancharon de mis piernas paralizándome, pero la sonrisa ensanchada de Estrella me dejó claro que aquello era mas normal de lo que yo pensaba. Si hasta ese momento mi cuerpo se había tensad no muy acostumbrado al contacto humano, al menos al que nada tenia que ver con el de estrella o mis hermanos “si es que a ellos podía calificarlos de humanos” ahora empezaba a resultarme cálido. Sus voces infantiles resonaban en el pato y una mueca divertida se pintó en mis labios-Les gusto mas que tu -bromeé agachándome para ponerme a la altura de los infantes -somos novios y vamos a vivir juntos ¿es guapa verdad? Pues es mía -dije frunciendo el ceño en una actitud infantil que hizo reír a Estrella y de seguido a los niños.

Las preguntas curiosas de los pequeños se sucedían, Estrella trataba de darles a todas respuesta, al parecer mas sutil que yo en estas.
-¿Y vais a tener hijos? -preguntó uno mirándonos con picarda.
-Todos los días la monto, seguro que tenemos hijos pronto-respondí sin meditar mucho lo que decía y llevándome por ello un codazo que no acabé de entender pero que me llevó a enarcar una ceja.
-¿Por que me pegas? Es verdad -recrimine mientras los niños se reían por la cara roja como un tomate de Estrella.

Creo esta agradeció que la monja pusiera fin al interrogatorio y como si fura un niño mas, acabé jugando a algo así como rugby, vamos lo que entendí es que no tenían que quitarme la pelota, y no lo hicieron, así que creo gane, no entendía muy bien las reglas del juego pero no se me daba mal esquivar y empujar a los pequeños que caían rodando por el suelo, eso si, despacio, que no era tan animal como para no darme cuenta que mi fuerza comparada con la de ellos era brutal.

Acabado el día entre mocosos decidimos ir a nuestra casa, encender la lumbre, bebernos una botella de vino y simplemente hablar, estaba embarrado y sudado, así que tendríamos también que tomar un relajante baño, aunque para que mentir, mis manos se deslizaban por su cuerpo ansiosas, no solo pensaba en portarme bien esa noche, si no mas bien en todo lo contrario.

Estrella llenó el baño de velas, creo que todos los candelabros de la casa acabaron en esa habitación. El vaho del agua caliente que cubría la tina acariciaba nuestros rostro perlandolo mientras nos mirábamos fijamente en silencio.
-Desnúdate para mi -le pedí con los irs de un amarillo intenso.

Ver al jinete con los niños, era un gozo para la española. Pudo notar la tensión que éste sintió durante una breve fracción de segundo, pero aquellos pequeños eran capaces de mover mundos y pronto hicieron sentir al italiano como a uno más del grupo. La joven se mordió el labio inferior entre risas al escucharle hablar con su sinceridad sin tapujos. Aunque en cuanto formularon la pregunta y llegó la contestación de Guerra, ésta corrió a intentar cubrirle la boca con la mano, pero como no alcanzó, le dio un golpe en el vientre. -Porque esas cosas no se les cuentan a los infantes, bobo. Ni a nadie… Es algo que pertenece a nuestra intimidad.- El tono de voz de la muchacha fue bajando, al tiempo en el que el tono rojizo de sus mejillas subía.

Una de las monjas fue hasta el grupo y dispersó a los niños, alegando tener que hablar con Estrella, así que dejó al castaño jugando a pelota con los pequeños y se apartó un poco con la mujer. Esta le dio algunos consejos sobre cómo debía comportarse una señorita, aunque la española estaba más atenta en lo que hacían los demás que en lo que la anciana le decía. Asintió a sus palabras sin hacerle el caso requerido y aunque estaba feo que así fuera, ya conocía el pecado junto al jinete y por nada del mundo lo cambiaría.

El italiano se lo pasaba estupendamente con los críos y éstos le adoraban, porque parecía ser uno más de ellos, aunque más alto, fuerte y guapo. Eso sí, con la lengua demasiado suelta, lo que hacía que, de vez en cuando la española le dedicara una mirada seria que de seguro él no entendía.

Al final de la jornada, la joven enfermera recogió sus escasas pertenencias y se despidió de todos para retirarse con su pareja a su nueva casa. Faltaban muchas cosas, pero había una gran bañera y como el jinete había estado corriendo, tirándose por el suelo y sudando, lo más adecuado era que se diera un baño. Ella quería aprovechar cada segundo con él, por lo que llevó un montón de velas para iluminar bien la estancia y le llevó de la mano hasta el aseo para que le dieran uso juntos a la tina, en vez de por separado. El vapor del agua caliente perlaba la piel de Estrella, igual que entelaba el espejo que había colgado en la pared. Con los dientes aprisionó su labio inferior, dando un paso hacia delante, acercándose al castaño, pero quedando aún como a medio metro de su cuerpo. La mirada encendida del lobo parecía traspasarla hasta los huesos, pero le gustaba cuando se centraba de ese modo en ella. -¿Temes romper mi ropa si lo haces tú?- Bromeó, intentando quitarse el nerviosismo de encima, mientras con torpeza se desabrochaba uno a uno los botones del vestido que llevaba. Se cerraba por delante, desde la altura del esternón hasta por debajo de las rodillas. Una vez abierto, descubrió su hombro derecho con la zurda y luego el contrario, hasta que la prenda cayó sola al suelo. Ya estaba descalza de antes, así que ahora sólo quedaba la ropa interior cubriendo sus senos y la zona púbica, subiendo hasta la cadera para envolver por detrás sus dos redondeados glúteos. La tela era fina y blanca, contrastando con la piel algo tostada de la española. Sonrió levemente y estiró los brazos hasta tomar con sus dedos las manos ajenas. Hizo que rodeara con ellas su cintura y las posara en su baja espalda. -¿Me ayudas con el sostén?- Preguntó con su aliento acariciando los labios foráneos.

Su cuerpo voluptuoso se contoneó frente a mis ojos, mi mirada anclada a ese cuerpo perfecto me hacía enloquecer. Jadeé entreabriendo los labios sin despegar mis amarillos de su cuerpo. Estrella tímida sonreía al verme mirarla como si nada mas existiera, seguramente porque para mi así era.
Cada botón de ese vestido era un recuerdo, todos ellos nos habían llevado a este momento. Antes de ella, solo era un jinete, un niño que nació para convertirse en lobo y en mensajero de un dios superior que necesitaba purgar el mundo de todo mal. Ahora mismo era un hombre que quería disfrutar de los placeres de la vida, esos que sentía cuando me enterraba entre sus piernas.
Mis dedos se deslizaron por su espalda cuando se dio la vuelta y llevó su pelo a un lado dándome acceso al sujetador.

Mi aliento golpeaba su nuca, mecía cada mechón de su pelo. El sujetados abierto resbaló por sus hombros hasta caer al suelo dejando descubiertas sus dos alzadas montañas rocosas frente a mis ojos.
La giré llevando mi boca a sus picos, los coroné despacio, lamiendo sus pezones, mordiéndolos y tirando de ellos entre gruñidos.

Estaba muy cachondo, mi parte animal empezaba a apoderarse de mi mismo, de mi raciocinio, mis colmillos crecieron cuando se deslizaron por la piel de su cuello acariciándolo, mordiéndolo hasta que un par de marcas en el aparecieron, devoré su mandíbula, deslizando por allí mi lengua y dejando muchas mordidas hasta que mis labios se acoplaron a su boca, enredando dentro mi lengua.
Llevé mi diestra a su culo, recorriendolo con ella, apretando sus dos nalgas prietas.
-Joder, que culo tienes preciosa -dije azotandolo un par de veces mientras mi verga apuntaba alzada directamente a su vientre.

Mi liquido pre-seminal manchó su piel que se frotaba buscando mi dureza, moviendo las caderas en mi búsqueda, suplicando que se la metiera.
La alcé de un tirón sujetándola a mi cuerpo, nuestros sexos ávidos, hambrientos, se buscaron friccionando entre ellos.
Restregué mi polla contra su entraba embadurnando la punta con su esencia, dejándola brillante, dispuesta a adentrarse en sus confines y a darle guerra,
Mas fueron mis dedos los que chapotearon dentro, metidos hasta que los nudillos golpearon contra su agujero incapaz de meterlo todo mas dentro.

Estrella se arqueó de placer elevando los pechos grandes y llenos a rebosar, los apure mamé de ellos sin dejar de follármela con la mano, sintiendo como el flujo le escurría por la entrepierna.
-quiero comerte el coño -pedí alzando los ambar hasta fundirlos en sus estrellas -voy a comerte el coño.

El aliento caliente del jinete impactaba contra la nuca de la española, erizándole el vello de todo el cuerpo, aterciopelando su piel con sus caricias en el acto de desprenderse del sostén, la única pieza que ya cubría la figura femenina que frente a él se mantenía erguida, dándole la espalda, hasta que el castaño mismo la hizo girar entre sus manos y los ojos de ambos se encontraron de nuevo. Las manos de ella fueron a acariciar los hombros del italiano, bajando luego por sus brazos, mientras él se entretenía con sus pechos, lamiéndolos, succionándolos. Jadeó con la cabeza un poco gacha, mirando las acciones ajenas, excitada.
 
Se sentía como mera mantequilla cuando Guerra la tocaba y el modo en que la miraba la encendía. Enredó los dedos de su diestra entre los mechones de cabello de su pareja, mordiéndose el labio cuando éste se despegó de sus tetas y se centró entonces en su trasero. Se apegó a él de inmediato, notando la dura verga presionándole el vientre y la humedad del líquido preseminal manchándole el abdomen.
 
Las bocas se encontraron, se devoraron con hambruna, se tentaron, se llenaron de besos y mordiscos. La lengua de cada uno rebuscando en la cavidad ajena, entrelazándose entre ellas, acariciando los paladares contrarios. De un salto y con la ayuda del jinete, se abrazó a la cintura de éste con las piernas y por encima de sus hombros con las manos, deslizando éstas espalda abajo, resiguiendo sus omóplatos con la yema de los dedos. Podía notar el glande separar los labios de su sexo y frotarle el clítoris, estimulándolo. Tuvo que separarse de los labios del castaño para dar una brusca bocanada de aire.
 
Sus pupilas estaban dilatadas y sus dos esmeraldas se oscurecieron. Se aferró con fuerza al cuello ajeno cuando la penetró sus dedos, arqueando la espalda, gimiendo. Se encorvó después hacia delante, hincando los dientes en el hombro de Guerra y fue subiendo por la curvatura del cuello hasta alcanzarle la oreja. Estaba ida, sumamente caliente y los dedos no eran suficiente. -Eso no me basta...- Murmuró en una especie de sollozo entre jadeos, pegando la frente a la mejilla ajena, notando como la barba le cosquilleaba en la punta de la nariz. -Quiero sentirte dentro... por favor…- Suplicó, recorriendo entonces con mordiscos la mandíbula del italiano, hasta erguir nuevamente la cabeza y quedar rostro con rostro, sus alientos chocando. -Te necesito, Guerra. Hazme tuya…- Tragó saliva con dificultad, atrapando su labio inferior con los dientes y suspiró, entrecortando su agitada respiración. Le costaba ser directa cuando hablaba, pero estaba tan excitada y desesperada que de manera consciente y meditada, se lanzó a la piscina y probó a ser algo burda. -Métemela.- Sus mejillas estaban ardiendo por lo cachonda que se sentía y porque la vergüenza la abrumaba tras decir aquella palabra.

Estrella había enloquecido, su voz sonaba ronca algo que oscureció mis ojos ámbar delatando lo que sentía con cada susurro de sus labios contra mi piel.
Estos recorrieron mi hombro, cuello y mandíbula no pude evitar rugir cuando rozaron mi yugular.
-Marcame -pedí de forma instintiva, algo muy lobuno que ella no acostumbraba a hacer pero que a mi me excitaba en demasía.
Mis dedos dentro de su coño chapoteaban con los fluidos, gruñí al escucharla decir que no era suficiente, quería mas y yo me estaba poniendo cada vez mas cachondo. Mi polla completamente enardecida rozaba su centro, se colaba entre sus labios acariciando su clítoris masturbandola con cada movimiento de su pelvis buscándome.

Saqué mis dedos acercándoselos a sus labios, restregando su elixir en ellos,mis mordidas perfilaban su mandíbula mientras con la diestra elevaba una de sus piernas lo suficiente como para que mi glande completamente empapado, chorreaba colándose con rudeza en sus profundidades. Como un violento tambor al ser golpeado las estocadas se perdieron en los confines de su sexo empapado, caliente como una loba en celo suplico ser follada con mas ahincó.
-Estas poniéndome muy animal, follar contigo es lo mejor que me ha pasado – susurré llevando mi boca contra sus labios. Mi aliento penetró despacio en su cavidad, casi como una promesa etérea, los jades de ambos se fundieron en el centro escuchando los golpes rítmicos del yunque contra el martillo.
-Uffff -dejé escapar el aire sobre su boca

Tiré de ella hasta dejarla a cuatro patas, mi pecho cayó sobre su espalda como el lobo que era y empecé a dar salvajes acometidas que la llevaron a gritar, sus tetas hacían palmas, sus pezones duros como piedras casi rozaban el suelo y eran mis dedos enredados en su pelo pardo los que tiraron de su crin montandola cada vez mas fuerte.
-córrete.
Sus piernas no la sujetaban sentía como estrangulaba mi falo palpitando, estaba lleno de leche que regalarle y ella empujaba hacia atrás su pelvis completamente fuera de si.

Tras su ultima sacudida la saque de su infierno y me dejé caer sobre el lecho con la espalda pegada a las sabanas.
-Siéntate en mi cara, quiero comerte el coño, siéntate.
Estrella jadeaba sin parar, incapaz de moverse pues acaba de irse, aun así mis manso afianzaron sus nalgas hasta que logré dejarla sobre mi boca.
Jadeé contra su coño empapado mientras ella empezaba una danza contra mis labios.
Metí mi lengua en su trinchera relamiendolas, tragando sus fluidos sin parar, Estrella sabia deliciosa.
-Muévete pequeña -pedí contra su clítoris dándole un par de azotes en el trasero, abriéndole las nalgas.

Por suerte para la española, el lobo no se hacía de rogar, ansioso como estaba, caliente como ella, instintivo y salvaje como lo que era. Ella se aferró mejor al cuello ajeno cuando el jinete la sujetó de la pierna izquierda por debajo de la rodilla, guiándola para que la alzara y así poder colarse él entre ambas. Con la zurda se sujetaba el falo que paseó por el empapado sexo de la enfermera, separándole los labios con el glande, tanteando el terreno, torturándola de mala manera. Estrella jadeó desesperada contra la boca foránea, mirándole, de nuevo, suplicante. -Te marcaré, pero hazlo ya, tómame...- Se notaba la desesperación en como ella misma movía su pelvis, buscando el roce, la penetración incluso, pero con un solo pie en el suelo y lo nerviosa que estaba, imposible que acertara. Pero el castaño sí lo hizo, con un golpe seco de caderas, ensartó a la joven con su dura verga goteante. La chica gimió fuerte, estremeciéndose y arqueando la espalda. Hundió las uñas en los hombros del italiano y, tal y como le había prometido, tras dar una profunda bocanada de aire, mordió el cuello ajeno con fuerza, dejando en la carne la marca fresca de sus dientes. Sorbió el hilo de saliva que quedó uniendo la piel foránea con sus labios y se relamió, jadeando.
 
Entonces, sin avisar siquiera, Guerra la cambió de posición con rapidez, como si fuera una muñeca de trapo que pudiera manejar a su antojo. Y es que en parte así era, porque la española haría lo que fuera por él con que solamente se lo pidiera. Más ahora, con lo excitada que estaba. Ya a cuatro patas, rodillas en el suelo y también las palmas de ambas manos, empezó un vaivén con todo su cuerpo, siguiendo a veces el mismo ritmo que el jinete y otros yendo en sentido contrario. Las caderas del licántropo chocaban contra sus nalgas de manera feroz y necesitada. Ambos resoplaban como animales en celo. La cabeza de la española se iba hacia atrás con cada tirón de pelo e intentaba ver de soslayo a su pareja, gimiendo a cada rato. El lobo estaba tan sumamente fuera de sí como la muchacha y, tal vez por ello, iban los dos acelerados. Las virulentas arremetidas lograron que Estrella alcanzara pronto el orgasmo, chorreando de manera exagerada. Los muslos le temblaron cuando se sacudió todo el cuerpo, quedando aún en cuatro cuando él se retiró para recostarse boca arriba en la cama. Le miró por encima del hombro, resollando e intentó moverse para hacer lo que él le decía, aunque le costaba mantenerse erguida. Fue el italiano el que la acercó, sujetándola firmemente de las caderas y la subió sobre él, haciéndola ascender hasta que los pies de la enfermera quedaron a ambos lados de la cabeza del castaño. Se apoyó con ambas manos en el pecho ajeno, porque no se fiaba de no caer si confiaba únicamente en sus piernas que a cada lamida y succión del italiano, temblaban como si una corriente eléctrica las surcara de los tobillos a las caderas. -Guerra... oh, Guerra…- Gimió su nombre de manera algo ronca. Los orbes esmeraldas oscurecidos de la chica, se fijaron en el miembro empapado que aún estaba erguido y pulsante. Con cierta torpeza se fue inclinando, deslizado los dedos por el torso hacia abajo, hasta que su aliento calcinó el glande brillante antes de lamerlo y recorrer con la sinhueso todo el falo hasta los testículos. Aspiró el aroma a sexo que desprendía, saboreando la mezcla de fluidos que mojaba aquella verga. -Me gusta...- Susurró, besando el tronco en varios puntos, antes de darle una succión por el lateral y volver hasta el capullo para engullirlo con los labios, sólo la punta. Chupó con cierta insistencia y de manera sonora. Estaba tan cachonda por todo el conjunto que se corrió de nuevo, en la cara del jinete.

Sus caderas bailaban sobre mi boca restregándome sus labios bajos en un beso húmedo y prolongado en el que que mi lengua se coló entre ellos separandolos, sorbiendo los fluidos de la excitación, lamiendo cada pliegue y succionando con sutiles mordidas su botón.
La espalda de la española se arqueaba borracha de placer, abierta de piernas se restregaba cada vez moviéndose de forma mas burda, enloquecida gruñía con la voz ronca y errática.

Mi lengua se adentró en su abismo cuando esta tiró su pecho hacia delante al ver mi enorme polla rezumando brillante y aun palpitante frente a ella.
Gemí soltando el aire contra su centro cuando sus labios besaron mi glande recogiendo con su lengua las gotas del glande.
-Mas -pedí entre rugidos.

Estrella engulló mi polla por completo, devorándola, succionandola para sacarle la leche y dejando suaves mordidas. Aseguraba gustarle el sabor, como a mi el olor de su sexo y la corrida de antes que mezclada con mi esencia se había quedado mojado de ambos.
Mi diestra torturó sus dos pezones duros como piedras que friccionaban contra mi vientre.
-Que buena estas, que bien sabes – susurré lamiendo sin parar haciéndola temblar.

El clímax la golpeó, mi nombre retumbó en la habitación, sentí sus fluidos contra mi boca, me relamí los labios emborrachándome de ella, relamiendo sus pliegues para devorar su sabor.
Mi polla se sacudió con violencia, tal fue mi excitación, llenando su boca de mi simiente.
-tragatelo -pedí cachondo perdido mientras empujaba mi pelvis para meterla hasta el fondo y que siguiera dentro de su boca sacudiéndose.

Vencidos por el agotamiento caímos sobre el lecho, nos miramos con una sonrisa, tiré de ella para que se girara y se apoyara en mi
sus dedos serpentearon por mi pecho dejando allí su cabeza apoyada aun tratando ambos de que nuestras respiraciones se calmaran despacio.
-ummm, que bien sabe tu corrida -dije riéndome mientras ella ahora tímida se escondía en mi pecho al oírme hablar así.
Mis dedos se deslizaron por su espalda haciéndole cosquillas, recorriendo su columna vertebral y repasando esa curva perfecta del lugar donde la espalda perdía su nombre.
-Te quiero Estrella.

Al alcanzar ella el orgasmo, todo su cuerpo se tensó, cada músculo se contrajo para seguidamente temblar en intermitentes sacudidas. Jadeó con el falo aún en la boca, torpemente succionando todavía y sintió una arcada cuando en una de las convulsiones por el clímax, se metió la erección demasiado al fondo. Estranguló la verga con la laringe, justo cuando el jinete se corrió de manera brusca. Tragó como pudo, tosiendo un poco con la boca cubierta por la diestra al apartarse y darse la vuelta. Se relamió, sentándose de costado y luego se recostó, agotada. El calor que el italiano desprendía siempre era superior al suyo propio, algo que a la española le encantaba. Se apegó bien a él, rodeándole con los brazos y apoyó la mejilla sobre el pecho ajeno. Con la zurda acarició el torso del castaño, despacio, deslizando la yema de sus dedos en cinco senderos serpenteantes.
 
Las palabras del muchacho hicieron que Estrella se ruborizara y entre tímidas risas ocultara su rostro contra el cuerpo foráneo. Pero fue lo último que dijo lo que aceleró nuevamente los latidos del corazón de la chica que como una niña llena de ilusión, fijó sus dos esmeraldas en los pardos orbes de su pareja. -Te quiero, Guerra.- Se incorporó un poco, lo justo para que sus labios se encontraran una vez más en un suave y tierno beso. -Te quiero mucho.- Sonrió de manera radiante, rezumando felicidad por todos los poros de su cuerpo. Ella era una joven entregada, se contentaba con poco, se sentía plena con poder ayudar a los demás, pero jamás se había sentido tan bien como cuando estaba con el hombre que ahora tenía al lado. Se recostó de nuevo sobre su pecho, estrechando el abrazo. Suspiró, tranquila, a gusto y dejó caer los párpados.
 
Abrió los ojos despacio, alzando la vista y se encontró con una ligera rojez en la piel del cuello del castaño. -Aunque se vaya pronto, sí que te he dejado marca...- Murmuró con una leve sonrisa tonta pintando su rostro. Estaba en una nube, incapaz de comprender por qué le sucedían aquellas cosas a ella de repente. ¿Qué había hecho para merecer tal suerte? Se sentía un tanto egoísta, porque no deseaba compartir ese oasis que Guerra le ofrecía. Apretó un instante los labios, tragando saliva. -¿Soy mala persona por desear que este momento no termine? Por pensar que sería maravilloso no tener que soltarte... ¿Por querer acapararte y no compartirte con tus hermanos o el resto del mundo?- Murmuró con la mirada fija en el pecho ajeno, mientras el índice de su mano izquierda dibujaba algo sobre la tensa musculatura del jinete.

Los dos nos dejamos caer con una sonrisa sobre el colchón, desnudos piel con piel nuestros labios se buscaron y nuestras risas impactaron, a veces me preguntaba si merecía esta felicidad, yo, un jinete que tenia que hacer tambalear los pilares de la tierra.
-Hundí mi cabeza en su cuello ,escuchaba sin parar su te quiero retumbando en mi mente, yo la quería también ¿entonces?
-Cásate conmigo, se mi mujer -susurré contra la piel de su cuello, contra las marcas que la convertían en mía y que erizaban su piel.

Durante unos segundos nos quedamos quietos, inmóviles, ella me había preguntado si era egoísta por querer que no me fuera ¿lo era yo por pedirle que atara su vida a un hombre que ni siquiera podía ser tildado como humano.
A mi mente vinieron las mil formas en las que los hombres piden a una mujer que se case con ellos, desde luego esta o era ni de lejos la mas romántica, peor sin duda era la mas sincera.
Separé mi cabeza de su cuello para centrar mis orbes en las estrellas que titilaban brillantes.
-¿Soy egoísta por querer una vida contigo?

Me senté en el lecho llevando las dos manos a mi pelo, apartando los mechones de mi rostro mientras resoplaba nervioso.
-Mi vida no es la que he elegido, desde niño me han impuesto todo, me han convertido en un jinete, me han convertido en un licantropo, me han dado una espada grande con la que crear caos y me han dicho que sin mi dios no cumplirá su cometido.
He sido buscado, perseguido, he visto a mi hermano quitar vida y a mi hermana llenar el mundo de hambruna. La guerra a ido de mi mano, cada noche he cumplido con la palabra de dios ¿soy egoísta por querer elegir al menos un oasis en medio de un desierto? ¿soy egoísta porque tu me haces mas humano de lo que nunca me he sentido?

Negué con la cabeza, sabia que esa decisión traería consecuencias, Deborah explotaría de rabia, de celos y quizás también yo lo haría de estar en el lado contrario.
-¿merezco una vida contigo Estrella? Cásate conmigo ¿por que vivir en pecado? Hagámoslo solos, en una capilla ¿necesitamos mas acaso que la bendición de dios?
Ladeé la sonrisa, si, dos testigos, necesitábamos dos testigos.