AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Expiación | Privado
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Expiación | Privado
El apellido. Era el único lazo entre ella y su hermano a quien hoy en día esperaba estuviese muerto. Las consecuencias de cada error que cometió en el pasado le cobraría con creces algún día y estaba más que consciente de ello. No obstante, había utilizado una careta para poder continuar en el sendero y de ese modo expiar el fallo cometido en muchas ocasiones. Estar sola en la capital era algo novedoso ya que por lo regular su forma de vida dependía de cierto modo de su hermano mayor, sin embargo, después de haber tomado las riendas de su destino, eligió ser la única de ahora en adelante que decidiera lo que más le convenía. Y en ese instante lo que necesitaba era un poco de paz. Aún en ese Santuario una joven como Marion no estaba segura de sentirse segura, pues cada mirada cada palabra parecían estar juzgando sus actos. Y no era para menos, sus manos, las que en ese momento se hallaban cínicamente entrelazadas estaban mancilladas con la sangre de muchas víctimas que se doblegaron ante su ira.
Y sin embargo podía moverse a través de ella, por ese sendero de oscuridad que estaba apenas alumbrado por pequeñas velas instaladas en recipientes color marrón. Ardían con luz mortecina ahogando las penumbras. Los sonidos huecos que producían sus pasos, herían la tranquilidad que reinaba en el lugar, como si ella quisiera robar la atención de todas aquellas almas que buscaban un consuelo en sus oraciones. Su mirada no estaba posada en ningún sitio en particular y aun así se atrevió a penetrar en sus mentes, en ese misterio que todo ser humano oculta en sus pensamientos. Eran como libros abiertos ahora. Observó cómo sujetaban sus ramos de rosas, sus ofrendas al altar principal, algunos de ellos no poseían mucho color ya. Los murmullos que los salmos pronunciados en los labios de aquellos extraños infestaban la catedral, aquí y allá las escenas se repetían. Esos sentimientos de redención y confidencia entre almas mortales y la divinidad que pendía de una cruz eran reales.
Se podía palpar la autenticidad en sus plegarias. Cada ápice al interior era auténtico: Los cuadros remarcados en oro con imágenes profetizadas en los salmos, imágenes y estatuillas a quienes se les rendía tributo, pero ella era solo un artificio, una extraña que estaba intentando comulgar y depositar sus penas. Y es que el Señor es capaz de perdonar hasta al asesino más despiadado. ¿Por qué a ella no? Las enormes velas de cera resplandecían, titilando. Como si el aura de la asesina produjera una ventisca. Se llevó la mano a la frente, para sanar sus pensamientos de lujuria, después al pecho para sanar los anhelos carnales que hubiera tenido, hacia el lado izquierdo y derecho haciendo honor a los brazos de la cruz. Y finalmente a los labios, porque no hay ofensa más terrible que las palabras que se dicen sin pensarlas. No podría haber un cinismo más grande que el suyo, eso era un hecho innegable.
La paz que confortaba a los presentes fue interrumpida cuando los pasos secos de un extraño se aproximaron hasta la parte contraria de la hilera de bancas. Marion susurró una oración en francés y al girar ligeramente su cuerpo, observó el rostro de aquel hombre. Desde que ella arribó no había mostrado una muestra de arrepentimiento, pero al verle ahí algunos recuerdos removieron algo en su frío corazón.
–Mikolaj– susurró.
Y sin embargo podía moverse a través de ella, por ese sendero de oscuridad que estaba apenas alumbrado por pequeñas velas instaladas en recipientes color marrón. Ardían con luz mortecina ahogando las penumbras. Los sonidos huecos que producían sus pasos, herían la tranquilidad que reinaba en el lugar, como si ella quisiera robar la atención de todas aquellas almas que buscaban un consuelo en sus oraciones. Su mirada no estaba posada en ningún sitio en particular y aun así se atrevió a penetrar en sus mentes, en ese misterio que todo ser humano oculta en sus pensamientos. Eran como libros abiertos ahora. Observó cómo sujetaban sus ramos de rosas, sus ofrendas al altar principal, algunos de ellos no poseían mucho color ya. Los murmullos que los salmos pronunciados en los labios de aquellos extraños infestaban la catedral, aquí y allá las escenas se repetían. Esos sentimientos de redención y confidencia entre almas mortales y la divinidad que pendía de una cruz eran reales.
Se podía palpar la autenticidad en sus plegarias. Cada ápice al interior era auténtico: Los cuadros remarcados en oro con imágenes profetizadas en los salmos, imágenes y estatuillas a quienes se les rendía tributo, pero ella era solo un artificio, una extraña que estaba intentando comulgar y depositar sus penas. Y es que el Señor es capaz de perdonar hasta al asesino más despiadado. ¿Por qué a ella no? Las enormes velas de cera resplandecían, titilando. Como si el aura de la asesina produjera una ventisca. Se llevó la mano a la frente, para sanar sus pensamientos de lujuria, después al pecho para sanar los anhelos carnales que hubiera tenido, hacia el lado izquierdo y derecho haciendo honor a los brazos de la cruz. Y finalmente a los labios, porque no hay ofensa más terrible que las palabras que se dicen sin pensarlas. No podría haber un cinismo más grande que el suyo, eso era un hecho innegable.
La paz que confortaba a los presentes fue interrumpida cuando los pasos secos de un extraño se aproximaron hasta la parte contraria de la hilera de bancas. Marion susurró una oración en francés y al girar ligeramente su cuerpo, observó el rostro de aquel hombre. Desde que ella arribó no había mostrado una muestra de arrepentimiento, pero al verle ahí algunos recuerdos removieron algo en su frío corazón.
–Mikolaj– susurró.
Anne-Lise Buchanan- Humano Clase Alta
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Re: Expiación | Privado
Problemas no tenía, sí complicaciones, pero afortunadamente para él, Mikolaj Lennox había sabido siempre cómo rodearse. Desde niño tenía un don para hacer buenas amistades –estratégicas, como le gustaba denominarlas-, era un experto en leer a las personas y por eso podía tener complicaciones, pero jamás problemas; sus amigos lo cuidaban de eso y él los cuidaba a ellos también.
Elegante como era, Mikolaj se alistó con tiempo para ir al encuentro de una de sus socias en la ciudad capital. Ella lo había citado –suponía que para hablar de negocios-, pero era él quien debía pedirle un favor para que la complicación que tenía no acabase en problema. Se ajustó la camisa satinada, hecha a medida, y se cubrió con el abrigo de piel, el invierno estaba siendo crudo en París.
El trayecto hasta Notre Dame –donde solían encontrarse, pues creían no llamar la atención allí- fue relativamente corto. En el viaje Mikolaj repasó los sucesos recientes y hasta se permitió reír al recordar algunos detalles… ¿Acaso había perdido la cordura? Tal vez. No se arrepentía de lo que había hecho, creía que volvería a matar a su ex socio si ese se le presentaba allí mismo en esos momentos, Martin bien muerto estaba, la complicación sería esconder el cadáver.
Ingresó a Notre Dame sin hacer ninguna reverencia. Había viajado mucho, conocido muchas culturas y diversas formas de adorar a dioses o divinidades. Bajar la vista al entrar en una iglesia no lo hacía ni más ni menos fiel, arrodillarse no lo hacía más devoto pero sí le arrugaba la ropa. A él le daba igual aquello.
-Marion, querida mía –le dijo cuando se le hubo acercado lo suficiente como para no ser oídos por el resto. Ya la llegada tan irreverente del inglés había desatado miradas-. Ven aquí –le pidió, abriendo sus brazos para recibirla con la familiaridad que los unía.
Si que estaba mal, que a la vista de todos una señorita y un hombre se abrazasen. ¿Acaso eso le importaba al descarado Mikolaj? Claro que no. Le acercó su brazo, queriendo que se tomara de él para poder conducirla a uno de los rincones de esa nave de imponente arquitectura. Allí, en el espacio más escondido –casi íntimo- de la iglesia, frente al altar de San José, Mikolaj volvió a hablarle en un tono bajo.
-Marion, no tengo dudas de que me has citado para hablar de cosas de importancia, estimo que tendrá que ver con nuestros aliados en las Américas, pero antes que nada he de confiarte algo, pedirte ayuda en verdad –suspiró y se giró para verla, le sonrió como si acabase de conocerla y quisiera causarle una buena impresión-: He matado a un hombre, a nuestro para nada estimado Martin para ser preciso –hablaba del capitán de uno de los barcos que transportaba para ambos las armas que compraban en Asia-. No sé qué hacer con el cuerpo, estimo que tendrás gente de confianza que pueda hacerlo desaparecer, esa escoria ya nos ha robado lo suficiente, Marion, tampoco es que merezca un funeral. ¿Tienes quién pueda encargarse de esto por algunas monedas de oro?
Elegante como era, Mikolaj se alistó con tiempo para ir al encuentro de una de sus socias en la ciudad capital. Ella lo había citado –suponía que para hablar de negocios-, pero era él quien debía pedirle un favor para que la complicación que tenía no acabase en problema. Se ajustó la camisa satinada, hecha a medida, y se cubrió con el abrigo de piel, el invierno estaba siendo crudo en París.
El trayecto hasta Notre Dame –donde solían encontrarse, pues creían no llamar la atención allí- fue relativamente corto. En el viaje Mikolaj repasó los sucesos recientes y hasta se permitió reír al recordar algunos detalles… ¿Acaso había perdido la cordura? Tal vez. No se arrepentía de lo que había hecho, creía que volvería a matar a su ex socio si ese se le presentaba allí mismo en esos momentos, Martin bien muerto estaba, la complicación sería esconder el cadáver.
Ingresó a Notre Dame sin hacer ninguna reverencia. Había viajado mucho, conocido muchas culturas y diversas formas de adorar a dioses o divinidades. Bajar la vista al entrar en una iglesia no lo hacía ni más ni menos fiel, arrodillarse no lo hacía más devoto pero sí le arrugaba la ropa. A él le daba igual aquello.
-Marion, querida mía –le dijo cuando se le hubo acercado lo suficiente como para no ser oídos por el resto. Ya la llegada tan irreverente del inglés había desatado miradas-. Ven aquí –le pidió, abriendo sus brazos para recibirla con la familiaridad que los unía.
Si que estaba mal, que a la vista de todos una señorita y un hombre se abrazasen. ¿Acaso eso le importaba al descarado Mikolaj? Claro que no. Le acercó su brazo, queriendo que se tomara de él para poder conducirla a uno de los rincones de esa nave de imponente arquitectura. Allí, en el espacio más escondido –casi íntimo- de la iglesia, frente al altar de San José, Mikolaj volvió a hablarle en un tono bajo.
-Marion, no tengo dudas de que me has citado para hablar de cosas de importancia, estimo que tendrá que ver con nuestros aliados en las Américas, pero antes que nada he de confiarte algo, pedirte ayuda en verdad –suspiró y se giró para verla, le sonrió como si acabase de conocerla y quisiera causarle una buena impresión-: He matado a un hombre, a nuestro para nada estimado Martin para ser preciso –hablaba del capitán de uno de los barcos que transportaba para ambos las armas que compraban en Asia-. No sé qué hacer con el cuerpo, estimo que tendrás gente de confianza que pueda hacerlo desaparecer, esa escoria ya nos ha robado lo suficiente, Marion, tampoco es que merezca un funeral. ¿Tienes quién pueda encargarse de esto por algunas monedas de oro?
Mikolaj Lennox- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/03/2017
Re: Expiación | Privado
Había construido un imperio de sangre y oro a base de sus asesinatos y la peculiar forma de negociar sus actos. El concepto de perfección estaba tatuado en su piel y no existía poder humano que tuviera el peso suficiente para hacerla cambiar de parecer, para ella la apariencia lo era todo y quizás en ese aspecto era similar a muchos de sus compañeros de “trabajo” que había conocido un par de años atrás. A pesar de que ella y su hermano se habían asociado con la inmundicia de muchos rincones en Europa, la bella Marion optó por buscar contactos propios y de ese modo adelantarse en los movimientos de Grayson si las cosas se tornaban más peligrosas. No hacía falta la cordialidad entre ambos puesto que nunca había sido lo suyo, pero sí de fingir ante la sociedad se trataba, ella era una maestra del cinismo. Le había escrito un par de semanas atrás y aunque dejó de escuchar de Mikolaj durante un tiempo estaba segura que no faltaría a su encuentro. La línea de sus labios tersos lentamente trazaba una semi curva y finalmente soltó una ligera carcajada que atrajo la atención de los presentes quienes no duraron el reprocharle con la mirada la falta de recato en un recinto como lo era la Catedral.
Ambos sabían a la perfección que no eran bien vistos en ese espacio y era precisamente ese dejo de repudio lo que ella disfrutaba tanto.
–Miren quien está ahí–
Sus manos enguantadas aplaudieron ligeramente y con rapidez se apresuró a abrazarle.
–No has cambiado nada–
Enseguida depositó un beso ligero en la mejilla del hombre y aceptó la invitación de caminar por el lugar, entrelazó su brazo con el ajeno y los ecos de sus zapatillas molestaban a más de uno seguramente. Asintió a la aseveración de Mikolaj.
–Así es cariño hace mucho tiempo que no sabía nada de ti y esperaba a que respondieras a mi invitación. Sé que no es el lugar idóneo pero de momento tengo una maldita rata metida en la mansión–
Soltó con odio desviando su mirada hacia un costado.
–En fin, son asuntos familiares que debo resolver a la brevedad posible, pero dime ¿Qué te ha hecho ese pobre hombre?– rio de forma descarada al reconocer de inmediato el nombre.
–Tarde o temprano alguien lo iba a hacer mon ami, era un imbécil que no sabía cómo cerrar la boca, así que no te culpo por tus actos, creo que has hecho lo que cualquiera pensó en su momento, aprovechaste perfectamente la oportunidad– Guiñó un ojo en seña de complicidad.
Sus vivencias pasadas eran pocas pero lo suficientemente vívidas en su mente para ser recordadas una y otra vez, el aparente júbilo desvaneció por completo de su rostro cuando escuchó la petición, no porque le molestara ayudar a un viejo amigo, sino porque su situación actual con su hermano no le permitían del todo moverse libremente.
–Me temo que los pocos asesinos– carraspeó la garganta –Es decir, amigos que conozco en la capital están un par de metros bajo tierra, pero si me permites un par de días buscaré la manera de ocultar tu secreto–
Se detuvo en seco para responder a su propuesta.
–Un par de monedas no le caen nada mal a nadie, ahora que si gustas podría hacerlo yo misma, solo que esta vez, tengo un favor que pedirte a cambio también–
De inmediato en su mente se empezaba a cristalizar la idea de matar de una vez por todas a su hermano, el precio sería alto pero estaba dispuesta a negociar.
Ambos sabían a la perfección que no eran bien vistos en ese espacio y era precisamente ese dejo de repudio lo que ella disfrutaba tanto.
–Miren quien está ahí–
Sus manos enguantadas aplaudieron ligeramente y con rapidez se apresuró a abrazarle.
–No has cambiado nada–
Enseguida depositó un beso ligero en la mejilla del hombre y aceptó la invitación de caminar por el lugar, entrelazó su brazo con el ajeno y los ecos de sus zapatillas molestaban a más de uno seguramente. Asintió a la aseveración de Mikolaj.
–Así es cariño hace mucho tiempo que no sabía nada de ti y esperaba a que respondieras a mi invitación. Sé que no es el lugar idóneo pero de momento tengo una maldita rata metida en la mansión–
Soltó con odio desviando su mirada hacia un costado.
–En fin, son asuntos familiares que debo resolver a la brevedad posible, pero dime ¿Qué te ha hecho ese pobre hombre?– rio de forma descarada al reconocer de inmediato el nombre.
–Tarde o temprano alguien lo iba a hacer mon ami, era un imbécil que no sabía cómo cerrar la boca, así que no te culpo por tus actos, creo que has hecho lo que cualquiera pensó en su momento, aprovechaste perfectamente la oportunidad– Guiñó un ojo en seña de complicidad.
Sus vivencias pasadas eran pocas pero lo suficientemente vívidas en su mente para ser recordadas una y otra vez, el aparente júbilo desvaneció por completo de su rostro cuando escuchó la petición, no porque le molestara ayudar a un viejo amigo, sino porque su situación actual con su hermano no le permitían del todo moverse libremente.
–Me temo que los pocos asesinos– carraspeó la garganta –Es decir, amigos que conozco en la capital están un par de metros bajo tierra, pero si me permites un par de días buscaré la manera de ocultar tu secreto–
Se detuvo en seco para responder a su propuesta.
–Un par de monedas no le caen nada mal a nadie, ahora que si gustas podría hacerlo yo misma, solo que esta vez, tengo un favor que pedirte a cambio también–
De inmediato en su mente se empezaba a cristalizar la idea de matar de una vez por todas a su hermano, el precio sería alto pero estaba dispuesta a negociar.
Anne-Lise Buchanan- Humano Clase Alta
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Re: Expiación | Privado
¿Pobre hombre? Si había algo que Martin nunca había sido eso era, justamente, pobre y eso gracias a todo lo que por años les había robado; Lennox no podría jamás sentir lástima de alguien como ese canalla. En lo que a Mikolaj Lennox respectaba, el pirata bien muerto estaba. Más aun, él les había hecho un favor a todos los que tenían negocios con ese tipejo.
-Te aseguro, querida, bien muerto está. Ya no podrá robarnos más, al principio decidí mirar hacia otro lado porque me redituaba más de lo que me quitaba, pero este último tiempo ya se estaba haciendo intolerable, insostenible.
Lo que más le gustaba de su relación con Marion era la franqueza con la que podían manejarse. El tiempo pasaba para ellos, así como para el resto de la humanidad, pero pese a que podían pasar largos periodos sin verse, la confianza estaba intacta. Mikolaj no tenía que andarse con rodeos ni adornar sus frases con palabras bonitas –como hacía en general con las damas- con Marion, porque ella parecía no apreciar esos detalles, su mente estaba siempre puesta en lo que en verdad importaba.
-Claro que sí, puede esperar unos días. Lo he dejado bajo tierra, pero me temo que no está en un lugar del todo seguro. He hecho lo que pude con él, pues no tuve tiempo de planificar el hecho, fue algo... del momento diría yo, me entiendes bien, estoy seguro de ello.
No, no estaba en un sitio seguro, había quedado en el invernadero del jardín botánico y Mikolaj temía que lo hallasen pronto. A nadie le importaría demasiado, estaba seguro de que Martin no tendría quien lo echase de menos, pero no quería levantar revuelo en torno a su muerte, prefería que el cuerpo desapareciese y ya.
-¿Tú misma? Claro, confío en ti y lo sabes, pero solo ruego que eso no te traiga inconvenientes –tomó la mano delicada de la mujer, esa con la que había ejecutado a varios, y se la llevó a los labios. Le sonrió de manera seductora antes de besarla-. Siendo así, me quedo absolutamente en paz pues el asunto no puede quedar en mejores manos, querida mía.
¿Un favor a cambio? ¿Por qué no? Podía ayudarla en lo que necesitase, hasta le parecía justo… Ya decían en su tierra que un favor con otro favor se paga. Miró hacia la figura que tenían en frente y se sintió extraño al estar pactando sus acuerdos allí, un lugar en el que tantos depositaban su fe.
-Me intrigas, Marion. Nadie podría jamás decir de ti que no eres una mujer cautivante. Pide, pide lo que necesites, que procuraré que te sea hecho.
-Te aseguro, querida, bien muerto está. Ya no podrá robarnos más, al principio decidí mirar hacia otro lado porque me redituaba más de lo que me quitaba, pero este último tiempo ya se estaba haciendo intolerable, insostenible.
Lo que más le gustaba de su relación con Marion era la franqueza con la que podían manejarse. El tiempo pasaba para ellos, así como para el resto de la humanidad, pero pese a que podían pasar largos periodos sin verse, la confianza estaba intacta. Mikolaj no tenía que andarse con rodeos ni adornar sus frases con palabras bonitas –como hacía en general con las damas- con Marion, porque ella parecía no apreciar esos detalles, su mente estaba siempre puesta en lo que en verdad importaba.
-Claro que sí, puede esperar unos días. Lo he dejado bajo tierra, pero me temo que no está en un lugar del todo seguro. He hecho lo que pude con él, pues no tuve tiempo de planificar el hecho, fue algo... del momento diría yo, me entiendes bien, estoy seguro de ello.
No, no estaba en un sitio seguro, había quedado en el invernadero del jardín botánico y Mikolaj temía que lo hallasen pronto. A nadie le importaría demasiado, estaba seguro de que Martin no tendría quien lo echase de menos, pero no quería levantar revuelo en torno a su muerte, prefería que el cuerpo desapareciese y ya.
-¿Tú misma? Claro, confío en ti y lo sabes, pero solo ruego que eso no te traiga inconvenientes –tomó la mano delicada de la mujer, esa con la que había ejecutado a varios, y se la llevó a los labios. Le sonrió de manera seductora antes de besarla-. Siendo así, me quedo absolutamente en paz pues el asunto no puede quedar en mejores manos, querida mía.
¿Un favor a cambio? ¿Por qué no? Podía ayudarla en lo que necesitase, hasta le parecía justo… Ya decían en su tierra que un favor con otro favor se paga. Miró hacia la figura que tenían en frente y se sintió extraño al estar pactando sus acuerdos allí, un lugar en el que tantos depositaban su fe.
-Me intrigas, Marion. Nadie podría jamás decir de ti que no eres una mujer cautivante. Pide, pide lo que necesites, que procuraré que te sea hecho.
Mikolaj Lennox- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/03/2017
Re: Expiación | Privado
Estar reunida con Mikolaj dentro de aquel recinto carecía de importancia. El carácter desenfadado de la rubia era una constante en cualquier lugar, aunque no dejaba de ser algo incongruente dado que la mayoría de las personas buscaban en la Catedral respuestas a sus interrogantes y lamentaciones, en cambio ellos hablaban de muerte, el lenguaje nato de los asesinos que eran en realidad. Años atrás habían trabajado en un par de ocasiones y aunque sus encuentros se tornaron esporádicos, ella confiaba ciegamente en que él era la pieza en su rompecabezas que necesitaba para salir avante del yugo de su hermano mayor ¿Sería que ambos estaban jugando con fuego? Que más daba, a esas alturas los actos que les precedían eran demasiados como para vestir el disfraz de ovejas sin pastor. Las facciones en el rostro de Marion se tornaron circunspectas, porque lejos de esa ornamenta en su dictamen, realmente estaba segura que le retribuiría el favor de acabar con Grayson. El mayor de los Buchanan en más de una ocasión había dejado ver que al menor descuido sería el primero en atacar, que no le importaba en realidad si Marion vivía o no, al contrario, tenerla respirando aún le complicaba muchos de sus planes.
Era por tal motivo que la asesina estaba dispuesta a apostar todo.
Una línea de cinismo se remarcó en sus labios tersos al sentir el beso suave sobre su mano.
–Soy tu mejor opción en este lugar y lo sabes, duerme tranquilo que no me tomará un par de días para deshacerme de nuestro viejo amigo–
Giró levemente su cuerpo, de frente a la figura de yeso que sostenía un rosario, la luz mortecina de las velas alumbraban el rostro del mismo y la fragancia a rosas que estaban depositadas a sus pies inundaban el espacio, pero sobre todo ese escenario pesaba la sombra de sus consciencias, las que seguramente arderían en el infierno cuando la vida misma les cobrara cuentas.
–¿Recuerdas a Grayson?– susurró mientras con sus dedos tomaba una rosa, acariciando con suavidad el tallo lleno de espinas.
–El muy bastardo está en Paris, no le tomó mucho tiempo localizarme y a pesar de que mi respuesta fue un rotundo no, el imbécil se ha instalado en la mansión donde actualmente resido–
Suspiró de mala gana ante su descontento.
–Dime Mikolaj cuando a un paciente se le detecta un malestar en uno de sus miembros ¿Se asesina al mismo?– Negó con la cabeza –No cariño, quienes somos para dictaminar tal sentencia–
Su palma desnuda se cerraba eventualmente para apretar el tallo, con suavidad las espinas provocaban un ligero sangrado en su diestra que descendía desde sus dedos a través de la manga de su suntuosa vestimenta.
–Simplemente se le amputa. Y eso es precisamente lo que necesito cariño, que asesines a Grayson antes de que él lo haga conmigo–
Los ojos de rabia en Marion expresaban a la perfección que ciertos lazos nunca debieron existir, que estaba segura él haría dicha tarea sin importar las condiciones, porque eso misma haría ella por el inglés.
Era por tal motivo que la asesina estaba dispuesta a apostar todo.
Una línea de cinismo se remarcó en sus labios tersos al sentir el beso suave sobre su mano.
–Soy tu mejor opción en este lugar y lo sabes, duerme tranquilo que no me tomará un par de días para deshacerme de nuestro viejo amigo–
Giró levemente su cuerpo, de frente a la figura de yeso que sostenía un rosario, la luz mortecina de las velas alumbraban el rostro del mismo y la fragancia a rosas que estaban depositadas a sus pies inundaban el espacio, pero sobre todo ese escenario pesaba la sombra de sus consciencias, las que seguramente arderían en el infierno cuando la vida misma les cobrara cuentas.
–¿Recuerdas a Grayson?– susurró mientras con sus dedos tomaba una rosa, acariciando con suavidad el tallo lleno de espinas.
–El muy bastardo está en Paris, no le tomó mucho tiempo localizarme y a pesar de que mi respuesta fue un rotundo no, el imbécil se ha instalado en la mansión donde actualmente resido–
Suspiró de mala gana ante su descontento.
–Dime Mikolaj cuando a un paciente se le detecta un malestar en uno de sus miembros ¿Se asesina al mismo?– Negó con la cabeza –No cariño, quienes somos para dictaminar tal sentencia–
Su palma desnuda se cerraba eventualmente para apretar el tallo, con suavidad las espinas provocaban un ligero sangrado en su diestra que descendía desde sus dedos a través de la manga de su suntuosa vestimenta.
–Simplemente se le amputa. Y eso es precisamente lo que necesito cariño, que asesines a Grayson antes de que él lo haga conmigo–
Los ojos de rabia en Marion expresaban a la perfección que ciertos lazos nunca debieron existir, que estaba segura él haría dicha tarea sin importar las condiciones, porque eso misma haría ella por el inglés.
Anne-Lise Buchanan- Humano Clase Alta
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