First... encounter? | Privado | Varinäel

Recuerdo del primer mensaje :

Tabitha, la mediana de sus hermanas, iba a contraer matrimonio y su padre quería organizar una fiesta para celebrarlo. Pero, como siempre, él estaba demasiado ocupado para encargarse de los preparativos, así que le encargó a Aranwill que lo hiciera. A ella le resultaba fácil hablar con el servicio, repartir tareas, preparar tablas con horarios y fechas, así que enseguida lo tuvo todo dispuesto, quedándose ella con aquellas cosas que sabía su padre sería más exigente, como la elección del menú, el vino y, en honor a su madre, las flores.
 
Tras rascar algo de información a los criados, descubrió cuál era el vino favorito de su padre y decidió encargar unas cuantas botellas para el gran acontecimiento. Si sólo quisiera un par, podría ir a buscarlas al mercado, pero necesitaban muchas y para un cargamento tan grande, lo mejor era ir directamente a la fuente o, al menos, a un distribuidor grande. Por suerte para ella, a las afueras de la ciudad estaba uno de los viñedos del sello que buscaba, así que cogió a su yegua, Raimar, y cabalgó hacia allí cuando aún brillaba el sol en el firmamento, pero en dirección descendente en el horizonte.
 
Cuando alcanzó el campo de vid, redujo el tiempo del caballo, pasando del galope al trote y, finalmente al encaminarse por el sendero, al paso. Su yegua era un ejemplar excelente, un caballo andaluz que su padre había traído siendo sólo una potrilla de España, de las tierras del sur, lugar de la procedencia de aquella raza. Ya cerca de la gran masía, desmontó y tomando las riendas se aproximó a uno de los trabajadores que había clasificando uvas. –Buenas tardes, buen hombre. Quisiera hablar con un responsable, ya que necesito encargar una gran cantidad de sus vinos.– Sonrió amablemente, al inclinarse un poco y aguardó su respuesta. El hombre se incorporó, tenía ya una avanzada edad y se notaba que le dolía la espalda por cómo se movía, seguramente por pasarse tantas horas encorvado sobre la mesa y las cubas llenas de uva. –Si quiere hablar con el responsable, debe dirigirse a la masía, señorita, allí dentro está el propietario que nos ha venido a visitar esta semana. No encontrará a nadie por encima de él aquí.– La mano cuyo dedo señalaba la casona, temblaba ligeramente. Aranwill rodeó ésta con las propias y sonrió al, con un tierno gesto, besarle el dorso. El pobre anciano no lo sabía, pero ella acababa de regalarle algo, le había calmado el dolor con un simple roce. –Muchas gracias, buen hombre. Tenga una buena noche.– Le soltó y se dirigió allí a donde le había indicado. Llamó a la puerta y enseguida le abrió una mujer regordeta y con cara de pocos amigos, aunque en su rostro se veían arrugas de expresión que denotaban que, en algún momento, había sido muy risueña. –¿Qué desea?– La muchacha hizo una leve inclinación de cabeza a modo de saludo cortés antes de dirigirle la palabra. –Quisiera hablar con el dueño de las bodegas, madame. Vengo a encargarle una gran cantidad de sus vinos.– La mujer la observó de arriba a abajo antes de, con un pesado suspiro, dejarle pasar al interior. –Espere aquí.– Le indicó con un gesto que se apartara de la entrada y aguardara junto a un estante con distintos modelos de botella, todos ellos vacíos, y se retiró, seguramente para ir a buscar al mandamás. La hechicera quedó allí esperando, mientras observaba el lugar y se impregnaba con el aroma que allí abundaba.

Cuando cayo el sol y la luna lo precedió, me alcé del lecho, durante parte de ese duermevela había meditado que sería lo más correcto, admito que la idea de mandar a mi cochero frente a ella y que este disculpara mi ausencia pues negocios de vital impotencia me ocupaban había tomado fuerza, mas finalmente desistí de la idea y bajé al salón para enfrentar de nuevo a mi primer y único amor.
-Buenas noches Arawill, siento no haber podido atenderte hasta estas horas, admito dormí hasta tarde la borrachera y después he tenido que ocuparme de ciertos asuntos que reclamaban mi presencia.

Me acerqué a la mesa y tomando asiento tras un cortés saludo pedí a una de las doncellas que llenara mi copa de vino.
-¿Como lo habéis pasado? -pregunté -espero que os hayan atendido bien y hayáis disfrutado de la estancia.*

Justo mordía una rebanada de pan untada en queso fresco cuando vio entrar al anfitrión. Bajó enseguida la hogaza, dejándola sobre el plato y se limpió la boca con la servilleta mientras terminaba de masticar y tragaba.

-Buenas noches, Varinäel.

Le dedicó una leve y cordial sonrisa, al tiempo que asentía con la cabeza a modo de saludo.

-Me han atendido muy bien, aunque yo no creo haber sido la invitada ideal, precisamente. Tal vez debería disculparme con las doncellas y, especialmente, con la cocinera. Ya que no bajé a comer al mediodía.

Odiaba mentir y aunque decir aquello no era necesario, porque él no le había preguntado expresamente por nada concreto, ella consideró que debía mencionarlo. Tarde o temprano alguien comentaría que la dama no había comido y mejor ser ella quien lo verbalizara frente al vampiro y no la servidumbre a sus espaldas.

-Espero que los negocios hayan sido fructíferos.*

Elevé la mirada hundiendo mis azules en sus dos orbes, siempre fue así, abanderaba la verdad aun cuando no debía.
No pude evitar recordar cuando me pidió que nos fugáramos, cuando me pidió que luchara, que no permitiera ese matrimonio de conveniencia, irnos al alba, vivir como campesinos, ganarnos con las manos y trabajo una vida lejos de reinos..pero ¿cómo hacerlo? su unión con mi hermano garantizaba la paz entre ambos reinos, el fin de las muertes de tantos y tantos que regaban con su sangre nuestras tierras.

En aquel entonces yo era sólo un humano, un joven lleno de principios, pensé que la paz merecía la pena y por eso me marché, para no estropear aquello que traería harmonía a nuestros reinos aunque con ese acto condenaba mi vida.
Luego..luego me convertí en vampiro y ese muchacho que amo desapareció, era por eso que ahora ella tenía la oportunidad de ser feliz y yo se la daría, se la debía..hoy sólo era un monstruo, uno que hacía mucho tiempo apagó sus ganas de sentir amor.*

Esperaba que él le dijera algo, pero no separó siquiera los labios. Ladeó un poco la cabeza y con cierta timidez estiró el brazo, moviendo despacio la mano frente al rostro del cainita.

-¿Varinäel? ¿Todo bien?

No sabía si, tal vez, estaba pensando precisamente en el trabajo debido a su pregunta. Era consciente de lo complicados que podían llegar a ser los negocios, pues su padre era un hombre que siempre andaba trabajando de un lado para otro, reuniéndose con gente importante, convenciéndoles de que invirtieran en comprar campos, ganado, que ayudaran al pueblo a salir adelante.

Se mordió el labio, recogiendo de nuevo el brazo hasta pegarlo contra su pecho y centró la vista en el ligero humo que aún emergía de su taza.*

-Perdón -dije sobresaltado al ser consciente de que me había quedado ensimismado mirándola - estaba dándole vueltas a unos asuntos, menudo anfitrión -dije quejándome de mi mismo antes de ensanchar la sonrisa en su dirección -los negocios bien, pero como todo necesitan supervisión y atención, así que el día tiendo a pasarlo demasiado ocupado y bueno, la noche supongo que es el momento que tengo para...socializar.

Llevé la copa a mis labios y di un sorbo.
-Deberíais haber comido, mi cocinera es excelente, os aseguro hubierais acabado complacida. Comer es uno de los placeres de la vida.- No pude ser más sincero en dicha afirmación, pues los muertos no nos alimentábamos precisamente de carne, pescado, verduras, si algo podía echar de menos era eso, disfrutar del alimento recién preparado y que ahora sólo me sabía a ceniza.
-¿deseáis os lleve a casa? ¿o quizás ...queréis cenar algo?*

Al ver que reaccionaba y se disculpaba, negó, riendo bajo cuando le escuchó regañarse a sí mismo por no ser un anfitrión lo suficientemente bueno.

-Habéis sido mejor que bueno, os lo aseguro.

Tomó la taza de té y le dio un sorbo lento, sintiendo el calor bajar por la garganta hasta la boca del estómago, cubriéndole el pecho, casi asemejándose a aquello que sentía cuando miraba al hombre que tenía delante.

-Comer es algo que me gusta mucho, pero estaba absorta en la lectura y no quise dejar el libro hasta terminarlo... Lo lamento.

Se disculpaba, no sólo porque, de hecho él podría haber estado a la mesa esperando y ella no haber aparecido, aunque por suerte aquello no había sucedido. Pero también pedía perdón por haber cogido el libro sin pedir permiso.*

-¿El del caballo? ¿era uno de vuestros... de mis favoritos? está escrito con cierto humor, supongo que engancha cada pagina. Os disculparé por esta vez -bromeé guiñándole un ojo -cuando os lleve dejaré un par de botellas de vino en vuestra casa, sé que se acerca la boda de vuestra hermana y estoy seguro que de alguna manera si prueba los caldos podréis elegir el mejor con más... acierto. ¿Os parece? -dije tratando de llevar aquella conversación a algo meramente... de trabajo.
No podía cometer errores con ella y en ocasiones, olvidaba que aquel par de enamorados se esfumó con mi decisión de que la paz de nuestros reinos era más importante que nuestra relación.*

La situación era complicada para la hechicera, no por la actitud del contrario, que lejos de ponerle las cosas difíciles se las facilitaba todo el tiempo. Sino por ella, porque aunque sabía que después de lo ocurrido la noche anterior lo correcto era marcharse, no deseaba irse.

-Sí, el del caballo. ¿Es de sus favoritos? Me pareció muy entretenido y jamás esperé ese final. Me sorprendió gratamente.

Aseguró con una sonrisa. Un leve rubor tiñó sus mejillas cuando él la disculpó, sintiéndose culpable por el feo que había hecho como invitada, cuando todos se habían portado tan bien con ella.

-Muchas gracias, sois un buen hombre. Y vuestro servicio es impecable, son todos muy amables.

Cogió de nuevo el pan y le dio otro mordisco. Lo cierto era que acumulaba hambre y aunque sabía que estaban hablando, contenerse era difícil cuando esa comisa estaba justo delante.*

Era extraño estar allí frente a ella, la misma mujer por la que hubiera traicionado a mi reino, por la que hubiera destruido un pacto y por la que termine siendo lo que hoy era, la misma a la que condené a muerte y ahora por una burla del destino enfrentaba de nuevo ante mis ojos como una oportunidad plausible de enmendar el destino.
-Salgamos, la noche apenas acaba de comenzar, a las afueras hay un campamento gitano, estoy seguro que te divertirás, hay...buena bebida -bromeé -después te llevaré a casa ¿quieres ver otra forma distinta de vida alejada de las aburridas fiestas de salón a las que de seguro acudimos los dos?

Sabía que aquello era u n error, que lo correcto era dejarla en casa, despedirme como un caballero y servirle las botellas de vino para la boda de su preciosa hermana sin mas, pero algo me empujaba a disfrutar con ella una noche mas, la última pues de seguir a mi lado, solo encontraría caos.
Indigo quería reproducir la escena en tres actos y bueno...se lo impediría, aunque para ello tuviera que pactar con mi hermano o con los Black o con un demonio en particular.

Aranwill merecía una vida lejos de monstruos, lejos de mi, lejos de Daredhal, una vida como humana y eso era lo que le íbamos a dar, se lo debíamos.
Extendí mi mano para que la atrapara con una sonrisa ladina en mis labios.
-Una noche de bailes frente al fuego y después...algodón de azúcar, el circo gitano …

Supongo no eran pocas las veces que la habían llevado la teatro pero si bien conocía y era la misma Aranwill de antaño, esa salvaje paladín que batalla con espada y arco, seguramente este plan no se le antojaría nada descabellado.

Aún estaba tragando el trozo de pan con un poco de agua cuando le escuchó invitarla a salir al exterior y, no sólo eso, sino que hizo alusión al mal beber que tenía y que ambos habían descubierto tras su desmayo y posterior dolor pulsante de cabeza cuando despertó. El rubor alcanzó sus mejillas, difícil ocultarlo cuando su piel era tan clara como la nieve misma. Sin embargo, lo que más resplandecía no eran sus pómulos sonrosados, sino el brillo de sus orbes azulados, cuyas pupilas se dilataban un poco más con cada palabra pronunciada por el anfitrión de la casa en la que se encontraba.
 
Observó aquella mano un instante y de nuevo volvió a ascender hasta encontrarse con los ojos ajenos, extendiendo su propia diestra para tomar la foránea, al tiempo en que se alzaba de la silla como si acabara de saltar un resorte bajo su trasero. –¿Qué es algodón de azúcar?– Preguntó, bordeando la mesa hasta quedar de pie frente al vampiro. Él le sacaba media cabeza y tenía que alzar ligeramente la cabeza para que sus miradas se cruzasen directamente. La expectación teñía el roso de Aranwill que, como una niña pequeña, ya se había ilusionado ante el escenario que el cainita le había descrito. –¿Prometes que esta vez no me mancharé el vestido hasta los hombros?– Bromeó, haciendo referencia a los bailes en la tina de uva de la tarde anterior. Se lo había pasado muy bien, no iba a negarlo, aunque no deseaba tener que pedir más ropa prestada. Sentía que eso era aprovecharse del contrario y aunque él se mostrara sumamente caballeroso con ella, seguro que también tenía un límite y la hechicera no deseaba alcanzarlo.
 
Dio un paso atrás, como si estando tan pegada a él le faltara el aliento. Dio una bocanada de aire algo exagerada sin poder evitarlo, percatándose del efecto que ello había causado, pues Varinäel, obviamente, se había fijado. –Disculpa, no sé qué ha sido eso...– Comentó con una leve y avergonzada risa. Desvió la vista al suelo por un par de segundos, buscando recuperar la compostura antes de volver a encontrar los orbes lapislázuli del inmortal. –Venga, vamos, cuanto antes salgamos, antes podremos empezar a bailar frente al fuego y… comer algodón de azúcar.– Sonrió, porque aunque no sabía lo que era, como sonaba a dulce le bastaba. Ella era una apasionada de cualquier cosa con melazas, mieles, azúcares, etc. Su padre siempre se lo recriminaba diciendo que se le iban a caer todos los dientes, pero por ahora no le faltaba ninguno y siempre salía airosa en aquellas tontas discusiones familiares. Tiró un poco de la mano que aún sostenía, instando al vampiro a iniciar camino hacia el carro o donde fuera que debieran ir para llegar, posteriormente, al asentamiento gitano.

La cercanía para ambos era una peligrosa red, demasiado cerca mi cuerpo recordaba el candor del suyo y el suyo parecía anhelar mi piel, ella suspiró buscando distancia y yo me limité a relamer mis labios dejando que el aliento acelerado los resecara de nuevo.
Ella era pasado, no quería futuro en cuanto a mujeres se refería, sabía lo que era sentir y lo que era dejar de hacerlo.
-No puedo prometer eso -bromeé – conociéndote eres capaz de acabar nadando vestida.
Ella sonreía como una niña con los ojos centelleando tirando de mi para ir al fantástico lugar que le había narrado.
-Algodón de azúcar , deja que mantenga la sorpresa hasta llegar al circo.

Cogimos mi montura, francamente ir en carruaje por aquellas zonas era una locura, estaba en las afueras de París y aunque el campamento quedaba dispuesto en un llano para alcanzarlo tuvimos que sortear un paso bastante complicado.
Las ramas que sobresalían por la cornisa dificultaban el paso de un numero elevado de caballos, supongo así se aseguraban de que la guardia de París no fuera a tocarles los cojones mas de la cuenta.

Una vez llegamos el olor a cerveza invadió nuestras fosas nasales y el crepitar del fuego se adentro en nuestros oídos entremezclado con una bella melodía plagada de palmas.
Las mujeres bailaban frente a una higuera improvisada al ritmo de unas guitarras, sus faldas azuzaban el fuego que ellas mismas destilaban, piles oliva, pelos azabaches llenos de curvas, esas mujeres eran dignas de pocos hombres y por eso los suyos las celaban.

Conocía a una vieja, una cambia cuerpos, habíamos tenido antaño algún “esporádico” encuentro, algo pasional sin mas, ella no se ataba a los hombres y yo rehuía el amor como a una maldición.
Tiré de una Aranwil completamente anonadada por el espectáculo de luz, por las carpas de colores que sujetadas a los carros dotaban el lugar de un paisaje étnico, distinto al que de seguro ella había visitado.
-Vamos a por cerveza y acerquémonos al fuego.

Ella asintió, uno de los gitanos que me conocía me paso dos jarras llenas, tan frías y espesas que se podían masticar y que sin duda lograban aplacar la sed.
-Bebe, es lo mejor que has probado, sin contar mi vino claro -bromeé -¿vas a bailar para mi? -pregunté con diversión -es tradición.

Ir en un mismo caballo con el inmortal no le facilitó la situación a Aranwill. Había intentado mantener cierta distancia porque cada vez que se juntaban, se rozaban o sus alientos chocaba, sentía que el corazón se le detenía primero y luego se le desbocaba. Pero durante el trayecto no pudo hacer nada, el cainita había decidido que iban a ir juntos y ya que ella era la invitada, no podía decir que la idea no le gustaba, además de que decir tal cosa sería una completa mentira. El problema era que lo hacía, que la cercanía con Varinäel le agradaba en demasía. Por suerte, según creía ella, el sonido de los cascos amortiguaba el bombeo incesante de su corazón.

Cuando llegaron al asentamiento gitano, el ambiente les envolvió de inmediato. Las risas, el olor de la comida, la música alegre y las palmas que animaban a los bailes. Un festival de colores, hogueras y espectáculos variados. La mirada azul de la hechicera se perdía en aquella imagen. Jamás había visto algo parecido y eso que ya le había sorprendido la fiesta de la cosecha, pero aquello… era completamente distinto. Las mujeres agitaban faldas y velos al dar vueltas sobre sí mismas, creando unas corrientes que parecían contagiar a todo el público con amplias sonrisas y chispas en los ojos. La bruja no era una excepción y no por algo lujurioso, sino que era pura fascinación.

Cuando el vampiro tiró de ella, pareció volver en sí tras un lapso de tiempo en el que se había visto hipnotizada por el danzar del fuego. –El ritmo es… contagioso.– Comentó, sonriendo, al percatarse de que sus pies y caderas se movían ligeramente sin que ella hubiese sido consciente de ello. Tomó la jarra con ambas manos y olió el oscuro contenido, cubierto por una espesa espuma entre blanca y amarillenta. Se manchó la punta de la nariz con ésta, pero no se dio ni cuenta y le dio un trago. Su ceño se frunció, porque sabía amarga, aunque estaba fresca. –Creo que prefiero el vino, sí...– Comentó algo avergonzada, mirando de soslayo a sus lados para asegurarse que nadie de allí la escuchaba, porque no pretendía ofenderlos.

La pregunta ajena le sonó sospechosa porque aquella sonrisa ladina, empezaba a reconocerla. –¿Tradición para quién?– Quiso saber, dándole, de manera inconsciente y llevada por los gestos del resto, otro trago a la cerveza negra. –Ay, quítame esto de las manos...– Se echó a reír, negando, al devolverle la jarra para que la cogiera. Se frotó el paladar con la lengua, como si le cosquilleara e intentara aplacar el hormigueo. Pero aún antes de que el inmortal pudiera decir algo, una chica tiró de Aranwill y la llevó hacia la hoguera, incitándola a que se moviera, a que bailara como ella. La hechicera se sujetó la falda del vestido y la alzó para verse los pies, intentando imitar los pasos que efectuaba la gitana, riendo porque le costaba seguir el ritmo que, claramente, aquellas mujeres portaban en la sangre.

La música invadía alegre el campamento gitano fundiéndose con el movimiento de los arboles.
Faldas que azuzaban el fuego con su vuelo mientras las mujeres volteaban presas del mismo infierno hundiendo sus azabache en los hombres fuentes de sus anhelos.
Los gitanos palmeaban animándolas, algunos se marcaban un solo de guitarra mientras una mujer anciana cantaba al ritmo que otros se partían la camisa.

Ladeé la sonrisa al ver como ataban a sus caderas un vivo pañuelo lleno de monedas, Aranwill era inocente, hermosa y reía agradecida tratando de seguir los pasos de las gitanas que movían sus caderas de forma francamente pecaminosa..
Con las manos parecían llamarte en un baile incitante que Aranwill trataba de imitar sin demasiado éxito a decir verdad.
No podía evitar reír mirándola, dando tragos a la espesa y fría jarra.

Una noche como muchas que hubiéramos podido juntos tener, un pasado que nos fue arrebatado por el destino o por los fuegos de artificio de Indigo.
Mi sire era peligrosa, lo sabía por eso esto nunca funcionaria, ella merecía estar con un hombre bueno y yo era de todo menos eso.

Se acercó y tiró de mi entre risas para que me animara a bailar con ella, me costó un poco despegar el culo de mi asiento pero acabé cediendo apurando el contenido de la jarra dejándola apoyada sobre un bidón vació.
Bailamos juntos, mi diestra se afianzó en su cintura mientras ella hacía retumbar las moneditas muerta de la risa.

No se el tiempo que estuvimos allí, pero Aranwill acabó pidiendo que cumpliera mi promesa, algodón de azúcar.
-Pues vamos al circo gitano, esta cerca de aquí, hay tómbola, seguro que puedo ganarte alguna cosa y si, también algodón de azúcar.

El tintineo de las monedas cosidas al pañuelo se entremezclaba con el de las palmas y las guitarras. La hechicera no dejaba de reír, consciente de su propia torpeza. Sabía bailar, pero aquel ritmo era muy movido y no recordaba dar tantos brincos desde que su infancia, al menos. Pero se lo pasaba bien y quería hacer partícipe a Varinäel, así que fue a tomarle de las manos para que la acompañara en el baile. Él se hizo un poco de rogar, pero finalmente cedió y ambos se pasaron un buen rato sumidos en el ambiente musical gitano.

Se detuvieron cuando la morena dio un traspiés y por poco no se fue de culo al suelo, evitando que ello sucediera el brazo del inmortal que la sostenía firmemente de la cintura en todo momento. Los ojos azul intenso de Aranwill se fijaron en los fríos del cainita. –Quiero probar el algodón de azúcar...– Comentó en un murmuro, como la súplica de una niña que anhela cumplir su mayor deseo, pero que teme pedir ayuda, aún sabiendo que la necesita. La sonrisa apareció de nuevo en los labios de la bruja cuando el vampiro aceptó y dijo de dirigirse juntos al circo.

Era cierto que estaba cerca, no tardaron ni cinco minutos en llegar y si el ambiente en el campamento había sido animado, allí se volvió espectacular. Había un oso caminando sobre una enorme esfera de madera y dos tigres turnándose la cabeza de una mujer que, sin miedo algo, se empeñaba en ofrecerse como comida, sin éxito, al parecer. Los ojos de Aranwill brillaban con fascinación. Nunca había visto aquellos animales fuera de los libros, porque no se encontraban en las zonas que ella visitaba de Francia. Allí, como mucho, había visto zorros, lobos y algún lince. –¿De dónde los han sacado?– Lo que más le sorprendía era que, aquellas “fieras”, eran consideradas peligrosas y, sin embargo, ni siquiera estaban atadas. Parecían obedecer a los gitanos, ser sus amigos y eso era, cuanto menos, maravilloso. Adultos y niños disfrutaban con el espectáculo, reían, aplaudían y animaban a los animales y a sus compañeros humanos. La morena se quedó allí parada, olvidando por unos minutos el motivo por el que habían acudido, hasta que el susurro de Varinäel, rozando la ternilla de su oreja, le erizó el vello de la nuca y le hizo dar un respingo, llevándose una mano al pecho. –Qué susto...– Comentó con una leve sonrisa, sabiendo que era tonto sorprenderse, pero no era algo que pudiera controlar sin más. Apretó un poco la zurda ajena que aún sostenía entre los dedos y le dio un suave tirón. –¡Algodón de azúcar!– Exclamó, como si no fuera ella, sino él, quien hubiese olvidado que lo quería probar y, ante todo, descubrir lo que era.

Aranwill estaba completamente anonadada por la cantidad de estímulos visuales que llegaban a sus preciosos ojos. Animales de todo tipo, gente haciendo acrobacias, magia de cartas y pañuelos, un trilero, sin duda aquello era un espectáculo digno de muy pocos y nosotros teníamos la suerte de poder admirarlo.
-Te imaginas con esa barba -le dije señalando a una mujer barbuda haciéndola reír sin parar -supongo que los han criado desde cachorros, los gitanos son una raza bastante “ especial” muchos poseen dones, como el de la videncia -dije señalando una caravana de colores donde una bruja frente a su bola de cristal leía el sino de una pareja de enamorados que sonreía feliz ante las palabras de la anciana.

-Son nómadas, no se instalan en el mismo sitio demasiado tiempo, por eso pueden conseguir animales que aquí no son típicos pero si en otras partes del mundo ¿entiendes?
Ella asintió sin apartar sus ojos de un cachorro de oso que se movía sobre una pelota mientras los niños aplaudían con entusiasmo.
La sonrisa de Aranwill se ensancho cuando tras el susto recordó que habíamos venido a probar el delicioso algodón de azúcar prometido.

Aferró su mano a la miá y de un tirón me llevó corriendo hacia un carro lleno de colores y dulces varios, sin duda lo que mas destacaba eran esos palos largos de madera y sobre ellos en forma de nube algodón de muchos colores.
-¿cual quieres? -pregunté casi notando como daba saltos a mi lado como si tuviera cinco años.
Señalo uno rosa y el hombre no dudo en bajarlo para dárselo a la señorita.
Deposité en las manos de anciano de ojos profundos y nariz aguileña un par de monedas y seguimos nuestro camino para seguir viendo la feria.
-¿esta bueno? -pregunté al verla relamerse los dedos.

A mi hacia tiempo que la comida me sabia a ceniza, era una pena, porque casi podía paladear aquel sabor dulce.
Aranwill cargó un trozo con sus dedos para llevarlo a mis labios, ladeé la sonrisa y abrí la boca para cogerlo tratando de recordar gracias a su textura.
-muy bueno -mentí porque en el fondo no podía saborearlo.

Pasamos la noche entre risas, bromas, caricias y embriagándonos de nuestra propia compañía, recordé por unas horas lo que era “ser feliz, sentirse amado y amar, eso que tenia olvidado” pero todo cuento tiene un final y sabía que este seria trágico como el que mas, la dejaba ir porque la quería, no cometería el mismo error de antaño.
El espectro se detuvo frente a su casa, ladeé la sonrisa cuando una Aranwill feliz me invitó a entrar.
-espera -pedí tirando de sus manos para que frenara un poco y me mirara a los ojos – cuando entres ahí dentro no me recordaras, no recordaras que cuando viniste a comprar vino para la boda de tu hermana fui yo quien te atendí, no recordaras lo que sentiste al verme. Nunca hubo una fiesta de la cosecha, ni bailamos en ella, nuestras miradas nunca se cruzaron, ni mi aliento frio rozó tus labios, no existieron esas ganas que ahora tengo de besarte, ni mi habitación, ni yo, ni esta noche en la feria, solo... -mi voz se quebró mientras una lagrima escurría por mi mejilla emergiendo de mis vidriosos ojos – Solo soy un fantasma que nunca existió.