AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
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Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
Un chat dans le poulailler
Al pan, pan; al vino, vino; cartas sobre la mesa.
Vientre del caos. En ocasiones divagaba sobre los motivos ocultos detrás de cada propietario para bautizar a sus locales en favor de la creatividad característica de los simios. Hoyos del terror viril y la lascivia de cada Eva, ostentaban en sus fachadas los nombres de los santos más incautos o los héroes griegos más desdichados. Teseo, evidentemente, no era la excepción y, a pesar de saber que la mujer de su contratista compartía su opinión, luego de haber oído sus airadas sugerencias de renombre, consintió que Teseo fuera, definitivamente, la mejor opción frente a todas ellas. Por su parte, Euphrasie, se distendía en sus descansos elaborando apodos más descriptivos del sitio en cuestión, nido de ratas, caldo de bacalaos, recinto para postulantes del abismo, acopio de jabalíes y su preferido: vientre del caos, juzgado el más creativo de todos ellos.
Las carcajadas guturales eran lo más cercano a la música debajo de aquel techo, puesto que los instrumentos, además de maltrechos, se hallaban desafinados; hacía tiempo que ningún músico se atrevía a firmar un contrato con el administrador, la voz corría deprisa, y el último concertista que había presentado un número en la taberna, había acabado en manos de un médico inexperto y con la sonrisa interrumpida por más de un agujero.
Euphrasie, aunque frágil a primer vistazo, había logrado adaptarse a la atmósfera que se respiraba allí pronto y sin traspiés; aquella curiosa capacidad para desasirse fácilmente de los borrachos, no inmutarse ante la brusquedad de los buscapleitos y convencer con la palabra, le había facilitado el encontrar un sitio que ocupar en el negocio, uno con el que se sentía a gusto. Podía haber sido educada por las monjas, mas el hecho de haber nacido y crecido en las calles la primera mitad de su vida no era historia archivada, sino fuente de utilidades para sobrellevar el estilo de vida que le estaba destinado, al menos hasta lograr reunir el dinero suficiente para cumplir alguno de sus objetivos.
Era sábado por la noche y el arribo del receso del día del Señor se evidenciaba en la falta de prudencia y escrúpulos manifestada por la clientela, habitual en cada jornada, pero particularmente animosa en aquella ocasión. Euphrasie debió salir de su ensimismamiento para servir en las mesas, las órdenes llegaban a raudales, pues las ilusiones inducidas por el alcohol conducían a los hombres a creer que contaban con el dinero suficiente para pagar sus tragos, la tarifa impuesta por las prostitutas y el adicional por sus servicios; a final de mes, la mayoría ostentaba una copiosa deuda que le obligaba a padecer quincenas en abstinencia.
Por fortuna, los comensales aún convivían en relativa abundancia, estimada en los ingresos que los marinos, los cargueros y obreros del puerto podían reunir. Muchos de los visitantes se habían convertido en habituales, puesto que, si bien de mala muerte, Teseo seguía siendo una de las tabernas más decentes en las inmediaciones, factor que, al parecer, sí condicionaba la elección de los trabajadores a la hora de concurrir para distenderse de las obligaciones.
Euphrasie iba de aquí para allá, portando con asombrosa facilidad las bandejas repletas de bebidas y aperitivos, refutando cualquier hipótesis referente a la aparente debilidad de sus delgados brazos.
—Tres pintas de cerveza. La más barata, Teo, sé que ya vas sin tachar cantidad de números en el pozo.
—¡Eh!, esta mujer lleva la cuenta mejor que yo, a ver cuánto te decides a dedicarte a ello por los cobres. —El hombretón atestó una palmada en el trasero de la cambiante, quien, habituada a tal comportamiento, no se inmutó.
—Presiento que iría a la quiebra con todos ustedes, sabandijas. ¡Espabilen antes de que Adélard les chupe la sangre! —Increpó, Euphrasie, a todos los congregados en la mesa, antes de darse la media vuelta y trasladarse en dirección de la barra.
Ciertamente, su vientre del caos se había convertido en un hogar para ella y, aunque tuviese bastante de lo que quejarse, pesaban más las ventajas en la balanza de decisiones. A menos que apareciera una propuesta más beneficiosa, había decidido pasar sus días allí y entre los brutos, reuniendo las monedas que le aproximarían a sus hermanos.
Por un instante, la algarabía cesó entre los congregados cuando un hombre de buen porte ingresó en la taberna. Naturalmente, aquel individuo resaltaba entre el resto, no sólo por su evidente atractivo, sino por el color y pureza que destilaba su complexión en contraste con la de los trabajadores.
—Un faisán se coló en el gallinero. —Murmuró madame Eveline —mujer de Adélard, propietario del local— al presenciar la escena.
A pesar del recelo que el muchacho evidenciaba en el rostro, acabó adentrándose en el recinto. Si bien su arribo causó el desconcierto entre los presentes, poco demoró la euforia en retornar al ambiente y, tan pronto como reinó el silencio, fue suplantado por vociferaciones y carcajadas.
Euphrasie dedicó una sonrisa socarrona a Eveline y se dirigió hacia el sitio que ocupaba aquel curioso joven. No eran las vestiduras o la postura del sujeto los únicos índices que desconcertaban a la chica, sino aquella bruma casi invisible, dotada de aroma, de color, de luminosidad, aquella particularidad indescriptible denominada aura. Pues era diferente de las demás, más poderosa, hasta peligrosa y era la primera vez que se topaba con algo así.
—Señor —le saludó la muchacha, inclinando la cabeza—, ¿qué puedo servirle? —La cordialidad con la que le dirigió la palabra se le hizo ajena de sus propios labios, eran pocas las ocasiones en las que podía ponerla en práctica. Al comprobar que el hombre no le había oído, se aproximó un poco más, apoyando la irregular circunferencia de su bandeja sobre la mesa y recargando el pecho sobre ella.
—Teseo —acotó—, sé que proviene de la mitología griega, pero nadie me contó jamás su historia. Usted —le indicó con la barbilla— parece ser una persona instruida, ¿la conoce?
Las carcajadas guturales eran lo más cercano a la música debajo de aquel techo, puesto que los instrumentos, además de maltrechos, se hallaban desafinados; hacía tiempo que ningún músico se atrevía a firmar un contrato con el administrador, la voz corría deprisa, y el último concertista que había presentado un número en la taberna, había acabado en manos de un médico inexperto y con la sonrisa interrumpida por más de un agujero.
Euphrasie, aunque frágil a primer vistazo, había logrado adaptarse a la atmósfera que se respiraba allí pronto y sin traspiés; aquella curiosa capacidad para desasirse fácilmente de los borrachos, no inmutarse ante la brusquedad de los buscapleitos y convencer con la palabra, le había facilitado el encontrar un sitio que ocupar en el negocio, uno con el que se sentía a gusto. Podía haber sido educada por las monjas, mas el hecho de haber nacido y crecido en las calles la primera mitad de su vida no era historia archivada, sino fuente de utilidades para sobrellevar el estilo de vida que le estaba destinado, al menos hasta lograr reunir el dinero suficiente para cumplir alguno de sus objetivos.
Era sábado por la noche y el arribo del receso del día del Señor se evidenciaba en la falta de prudencia y escrúpulos manifestada por la clientela, habitual en cada jornada, pero particularmente animosa en aquella ocasión. Euphrasie debió salir de su ensimismamiento para servir en las mesas, las órdenes llegaban a raudales, pues las ilusiones inducidas por el alcohol conducían a los hombres a creer que contaban con el dinero suficiente para pagar sus tragos, la tarifa impuesta por las prostitutas y el adicional por sus servicios; a final de mes, la mayoría ostentaba una copiosa deuda que le obligaba a padecer quincenas en abstinencia.
Por fortuna, los comensales aún convivían en relativa abundancia, estimada en los ingresos que los marinos, los cargueros y obreros del puerto podían reunir. Muchos de los visitantes se habían convertido en habituales, puesto que, si bien de mala muerte, Teseo seguía siendo una de las tabernas más decentes en las inmediaciones, factor que, al parecer, sí condicionaba la elección de los trabajadores a la hora de concurrir para distenderse de las obligaciones.
Euphrasie iba de aquí para allá, portando con asombrosa facilidad las bandejas repletas de bebidas y aperitivos, refutando cualquier hipótesis referente a la aparente debilidad de sus delgados brazos.
—Tres pintas de cerveza. La más barata, Teo, sé que ya vas sin tachar cantidad de números en el pozo.
—¡Eh!, esta mujer lleva la cuenta mejor que yo, a ver cuánto te decides a dedicarte a ello por los cobres. —El hombretón atestó una palmada en el trasero de la cambiante, quien, habituada a tal comportamiento, no se inmutó.
—Presiento que iría a la quiebra con todos ustedes, sabandijas. ¡Espabilen antes de que Adélard les chupe la sangre! —Increpó, Euphrasie, a todos los congregados en la mesa, antes de darse la media vuelta y trasladarse en dirección de la barra.
Ciertamente, su vientre del caos se había convertido en un hogar para ella y, aunque tuviese bastante de lo que quejarse, pesaban más las ventajas en la balanza de decisiones. A menos que apareciera una propuesta más beneficiosa, había decidido pasar sus días allí y entre los brutos, reuniendo las monedas que le aproximarían a sus hermanos.
Por un instante, la algarabía cesó entre los congregados cuando un hombre de buen porte ingresó en la taberna. Naturalmente, aquel individuo resaltaba entre el resto, no sólo por su evidente atractivo, sino por el color y pureza que destilaba su complexión en contraste con la de los trabajadores.
—Un faisán se coló en el gallinero. —Murmuró madame Eveline —mujer de Adélard, propietario del local— al presenciar la escena.
A pesar del recelo que el muchacho evidenciaba en el rostro, acabó adentrándose en el recinto. Si bien su arribo causó el desconcierto entre los presentes, poco demoró la euforia en retornar al ambiente y, tan pronto como reinó el silencio, fue suplantado por vociferaciones y carcajadas.
Euphrasie dedicó una sonrisa socarrona a Eveline y se dirigió hacia el sitio que ocupaba aquel curioso joven. No eran las vestiduras o la postura del sujeto los únicos índices que desconcertaban a la chica, sino aquella bruma casi invisible, dotada de aroma, de color, de luminosidad, aquella particularidad indescriptible denominada aura. Pues era diferente de las demás, más poderosa, hasta peligrosa y era la primera vez que se topaba con algo así.
—Señor —le saludó la muchacha, inclinando la cabeza—, ¿qué puedo servirle? —La cordialidad con la que le dirigió la palabra se le hizo ajena de sus propios labios, eran pocas las ocasiones en las que podía ponerla en práctica. Al comprobar que el hombre no le había oído, se aproximó un poco más, apoyando la irregular circunferencia de su bandeja sobre la mesa y recargando el pecho sobre ella.
—Teseo —acotó—, sé que proviene de la mitología griega, pero nadie me contó jamás su historia. Usted —le indicó con la barbilla— parece ser una persona instruida, ¿la conoce?
Euphrasie- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 15/02/2018
Re: Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
Lo primero que hizo ese día al despertar fue quedarse sentado al borde la cama, con la mirada fija en el suelo, mirando a la nada, y al mismo tiempo, observando algo. Sí, su visión estaba muy centrada en ese recuerdo de hacía un par de días atrás, cuando se hallaba en aquella pocilga en la que entraba por primera vez en su vida, o mejor dicho, lo habían obligado a entrar, debido a la inconsciencia, y también, a que lo tenían atado. Se suponía que era un regalo "especial" de una tal Isolde hacia ese hombre que Bajnok no conocía de nada, a pesar de la familiaridad que le causó en un principio. Familiaridad que llegó a hacerse más latente a medida que avanzaron los minutos, cuando aquel empezó a hablar poco después de leer la nota que acompañaba a la "entrega especial".
Bajnok von Ferstel. No, no era así. Pudo haber sido Bajnok Rákóczi, porque así era el apellido de su supuesta madre, pero él ahora poseía el de su padre adoptivo. ¡Si tan sólo fuera tan fácil saberlo! Ahora tenía un montón de dudas en su cabeza, agolpándose una sobre la otra, convirtiéndose en un peso que, en definitiva, no quería llevar. Ya suficiente tenía con el recuerdo de Angela.
Sin embargo, si él había decidido viajar a París, no era simplemente por mejorar su ánimo con respecto a la pérdida de su joven esposa, sino, para averiguar más sobre su pasado; para saber quién era él en realidad. Su origen le llegó a inquietar lo suficiente como para seguir recordando el inesperado encuentro con aquel tipo. Miklós, así se llamaba. Y quien probablemente sería su medio hermano; también podría caber la posibilidad de que su padre adoptivo resultara ser su padre biológico, sobre todo dada la reputación que tenía la que, tal vez, fuera su madre real. Todo resultaba demasiado complejo, incluso para él, que era un ñoño hecho y derecho.
Cuando volvió a abrir los ojos, de manera metafórica desde luego, se encontró de nuevo en su habitación. Cada cosa se hallaba en su respectivo lugar, tal y como le gustaba que estuvieran. Pero esa vez lo ignoró, porque seguía pensando en las cosas que le había dicho Miklós, y, de algún modo, le atraía la idea de tener a un medio hermano. Pocas veces llegó a compartir con otros de su especie; ni siquiera cuando era un chico logró relacionarse mucho con niños de su edad, ya que el abad de Melk no se lo permitía. No fue algo que le afectó en demasía, porque Bajnok prefería leer y leer en vez de jugar, sin embargo, ya cuando los años empezaron a transcurrir, y no en vano, algunos pensamientos los fue despojando de su cabeza.
Así fue, cuando sin pensárselo mucho, terminó metido en un sitio de esos, en donde suponía, solía estar el otro cambiante. Tenía que aceptarlo, Miklós no se veía alguien de tan buenos hábitos, a diferencia de él mismo, que derrochaba buenos modales hasta cuando exhalaba. No se culpaba, le gustaba su posición; no le exigía tanto a la vida, sólo tranquilidad y lo necesario para vivir.
Por un momento dudó, sobre todo cuando el hedor casi le hace vomitar, pero se contuvo. Por su necedad, tenía que hacerlo. Tenía un objetivo bien sustentado, y debía cumplirlo, tal y como lo haría su padre en cualquier circunstancia difícil, pensó. Así que se adentró en el interior de aquel lugar, aún dudando en si era buena idea estar ahí, incluso llegó a aclararse la garganta, cuando notó las miradas sobre él. Quizá sí había sido una muy mala idea. Sin embargo, pasó de todos y fue a sentarse en alguna mesa vacía, deseando que ya no lo notaran más. Esperaba encontrar a su hermano por ahí, bebiendo, o lo qué sea; sólo se aferraba a esa escasa pizca de esperanza en su interior.
Pero, en vez de encontrar a quien buscaba, terminó llamándole la atención una joven. Pudo intuir que trabajaba en la taberna esa, aun así, conservó sus dudas al respecto, sobre todo cuando le habló de algo que solía ser parte de su trabajo. Justamente había dado con un tema al que él se acostumbró durante sus estudios de Filosofía e Historia de la Antigua Grecia. No obstante, por ser Bajnok, la pregunta le fue muy lejana, porque sus pensamientos estaban todos revueltos.
—¿Teseo? —inquirió, absorto. Luego sacudió la cabeza—. Ah, sí, sí. El mito, bueno, no, el personaje mítico —corrigió, frunciendo el ceño luego—. Disculpe, pero, ¿qué tiene que ver eso ahora? Veo que trabaja aquí, ¿no? —Dejó escapar un suspiro. Tal vez ella sabría del tipo a quien él buscaba—. ¿Tengo que beber algo obligatoriamente? No soy muy tolerante al alcohol. Sólo vine aquí porque espero, mejor dicho, busco a alguien.
Tamborileó los dedos sobre la mesa, suponiendo que aquello realmente fuera convincente o no. Lo cierto es que luego se fijó mejor en la muchacha. ¡Ella era una cambiante también!
—No me parece apropiado que alguien como usted trabaje aquí. Podrían faltarle el respeto...
Bajnok von Ferstel. No, no era así. Pudo haber sido Bajnok Rákóczi, porque así era el apellido de su supuesta madre, pero él ahora poseía el de su padre adoptivo. ¡Si tan sólo fuera tan fácil saberlo! Ahora tenía un montón de dudas en su cabeza, agolpándose una sobre la otra, convirtiéndose en un peso que, en definitiva, no quería llevar. Ya suficiente tenía con el recuerdo de Angela.
Sin embargo, si él había decidido viajar a París, no era simplemente por mejorar su ánimo con respecto a la pérdida de su joven esposa, sino, para averiguar más sobre su pasado; para saber quién era él en realidad. Su origen le llegó a inquietar lo suficiente como para seguir recordando el inesperado encuentro con aquel tipo. Miklós, así se llamaba. Y quien probablemente sería su medio hermano; también podría caber la posibilidad de que su padre adoptivo resultara ser su padre biológico, sobre todo dada la reputación que tenía la que, tal vez, fuera su madre real. Todo resultaba demasiado complejo, incluso para él, que era un ñoño hecho y derecho.
Cuando volvió a abrir los ojos, de manera metafórica desde luego, se encontró de nuevo en su habitación. Cada cosa se hallaba en su respectivo lugar, tal y como le gustaba que estuvieran. Pero esa vez lo ignoró, porque seguía pensando en las cosas que le había dicho Miklós, y, de algún modo, le atraía la idea de tener a un medio hermano. Pocas veces llegó a compartir con otros de su especie; ni siquiera cuando era un chico logró relacionarse mucho con niños de su edad, ya que el abad de Melk no se lo permitía. No fue algo que le afectó en demasía, porque Bajnok prefería leer y leer en vez de jugar, sin embargo, ya cuando los años empezaron a transcurrir, y no en vano, algunos pensamientos los fue despojando de su cabeza.
Así fue, cuando sin pensárselo mucho, terminó metido en un sitio de esos, en donde suponía, solía estar el otro cambiante. Tenía que aceptarlo, Miklós no se veía alguien de tan buenos hábitos, a diferencia de él mismo, que derrochaba buenos modales hasta cuando exhalaba. No se culpaba, le gustaba su posición; no le exigía tanto a la vida, sólo tranquilidad y lo necesario para vivir.
Por un momento dudó, sobre todo cuando el hedor casi le hace vomitar, pero se contuvo. Por su necedad, tenía que hacerlo. Tenía un objetivo bien sustentado, y debía cumplirlo, tal y como lo haría su padre en cualquier circunstancia difícil, pensó. Así que se adentró en el interior de aquel lugar, aún dudando en si era buena idea estar ahí, incluso llegó a aclararse la garganta, cuando notó las miradas sobre él. Quizá sí había sido una muy mala idea. Sin embargo, pasó de todos y fue a sentarse en alguna mesa vacía, deseando que ya no lo notaran más. Esperaba encontrar a su hermano por ahí, bebiendo, o lo qué sea; sólo se aferraba a esa escasa pizca de esperanza en su interior.
Pero, en vez de encontrar a quien buscaba, terminó llamándole la atención una joven. Pudo intuir que trabajaba en la taberna esa, aun así, conservó sus dudas al respecto, sobre todo cuando le habló de algo que solía ser parte de su trabajo. Justamente había dado con un tema al que él se acostumbró durante sus estudios de Filosofía e Historia de la Antigua Grecia. No obstante, por ser Bajnok, la pregunta le fue muy lejana, porque sus pensamientos estaban todos revueltos.
—¿Teseo? —inquirió, absorto. Luego sacudió la cabeza—. Ah, sí, sí. El mito, bueno, no, el personaje mítico —corrigió, frunciendo el ceño luego—. Disculpe, pero, ¿qué tiene que ver eso ahora? Veo que trabaja aquí, ¿no? —Dejó escapar un suspiro. Tal vez ella sabría del tipo a quien él buscaba—. ¿Tengo que beber algo obligatoriamente? No soy muy tolerante al alcohol. Sólo vine aquí porque espero, mejor dicho, busco a alguien.
Tamborileó los dedos sobre la mesa, suponiendo que aquello realmente fuera convincente o no. Lo cierto es que luego se fijó mejor en la muchacha. ¡Ella era una cambiante también!
—No me parece apropiado que alguien como usted trabaje aquí. Podrían faltarle el respeto...
Bajnok von Ferstel- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 05/11/2017
Re: Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
Un chat dans le poulailler
La torpeza es virtud de los inocentes y condena de su extraversión.
Ahora que lo tenía cerca y podía apreciar con mayor minuciosidad sus facciones, Euphrasie descubrió cuán atractivo era su cliente inusual. Es decir, estaba habituada a deambular entre hombretones de complexión corpulenta, idéntica cantidad de cicatrices que de arrugas, con las uñas repletas de mugre y un aliento digno de las catacumbas; claro que cualquier señorito que se aseara un mínimo de dos veces a la semana clamaría su atención, pero, en este caso, aquel factor evidente al joven era uno más entre otros tantos. La muchacha se centró en sus ojos, de un profundo, aunque turbado, azul verdoso; pero no era el color o la forma de éstos el punto de inflexión, sino lo que delataban. Euphrasie descubrió en aquel par de orbes los indicios del conocimiento. ¡Sabía que no había errado en su suposición! Aquel hombre debía ser uno muy culto y a ella esa facultad le generaba sólida admiración, además de una creciente curiosidad.
Un estruendo y el consiguiente coro de eructos en derredor le recordaron inmediatamente dónde se encontraba y cuál era su posición. A veces se afligía a raíz de sus propias ensoñaciones.
—¿Cómo dice? —inquirió Euphrasie, anonadada. Aquel individuo no sólo se dirigía hacia ella con un respeto casi absurdo, sino que manifestaba preocupación. ¿En qué momento se había quedado dormida?
—Oh, no, no; no se angustie. No me crie en un sitio mucho mejor que éste, no podría esperarse otra cosa de cualquiera de nosotros, pero usted… —se mordió el labio inferior, obligándose a jalar las riendas de su discurso, ¿qué tonterías estaba pensando en decir?, ¡oh!, si las monjas le hubiesen escuchado, un escarmiento no habría sido suficiente para remendar su desvergüenza. Se aclaró la garganta.
—Si no bebe nada, quien se meterá en líos seré yo. Déjeme ver qué puedo conseguir, fuera del alcohol no hay mucha variedad, sin embargo, estoy en buenos términos con el encargado. —Se puso de pie—, ya regreso.
Euphrasie avanzó rumbo a la barra, sintiendo cómo, con cada nuevo paso, su espíritu se veía devorado por la barbarie. Resultaba increíble el hecho de que un breve instante en compañía de un forastero diera permiso a la ilusión de un mundo generoso alojado al otro lado de la puerta para increpar a los miserables sobre sus decisiones en la vida. Afortunadamente, los carcajadas y vozarrones locuaces eran, para la cambiante, más melodiosos en su sendero hacia la prosperidad que un montón de palabras bonitas.
Al llegar a la barra, se recargó sobre los codos y, con su mejor rostro de súplica, abordó a quien la atendía: Frery.
—¿Con qué me vienes esta vez, preciosa? —Interrogó el aludido, impaciente. La joven pocas veces le llegaba con disparates, pero cuando lo hacía, inevitablemente acababa con dolores de cabeza.
—¡Oh!, no seas así. En medio de esta algarabía, ¿qué tan descabellada puede ser mi demanda?, ¿eh? —le increpó, actuando como la niña que a él le encantaba que fingiera ser. Hacía tiempo que los escrúpulos habían cedido al juicio de las conveniencias.
—Esta noche contamos con la presencia de un cliente especial y estaría siendo imperante que me prepares una sabrosa bebida sin alcohol.
—¿Cómo dices? —Saltó, estupefacto. Euphrasie le conocía como a la mugre de su delantal, Frery tenía un mal carácter que daba escalofríos y era innecesariamente selectivo con el trato aplicado a sus clientes, dependiendo de si le caían bien o no. El hombre vislumbró al recién llegado entre la multitud y, por el modo en que frunció el ceño, la joven dedujo que lo había enlistado entre los ingratos. A veces la cambiante llegaba a exasperarse por los celos injustificados que guiaban la mayoría de las acciones de Frery. Pero era el sobrino de madame Eveline, así que armarse de paciencia era siempre la mejor opción.
Si bien a regañadientes, el sujeto accedió a preparar la bebida. Cuando regresó con una taza de té humeante, Euphrasie debió hacer un soberano esfuerzo por contener la risa.
—¡Gracias, guapetón!, con esto quedamos a mano. —Sentenció la joven, cargando los recipientes de cerámica sobre la bandeja. Cuando se apartó de la barra, la posibilidad de que Frery hubiese envenenado la infusión le cruzó fugazmente la mente; pero Euphrasie sabía que, además de terco y algo degenerado, el sujeto también era cobarde, así que descartó el hecho de inmediato.
Al llegar a la mesa, alojó la taza sobre el plato frente al cliente y un tarro repleto de azúcar húmeda en un costado, la cucharilla en su interior.
—No es el tentempié más prometedor para un sábado por la noche, pero es lo mejor que pude conseguirle. —Acotó, alzando los hombros—, lo siento.
Se mantuvo de pie, al otro lado de la mesa, le agradaba la sensación que le infundía aquel individuo; sentía que había algo que compartían, que los aislaba del montón de cuerpos exaltados. Sin embargo, la distancia entre ellos no estaba impuesta, solamente, por el mobiliario; habitaban dos universos distintos, cuyos límites resultaban imposibles de surcar a expensas de una plática y un té.
Euphrasie reparó en que su zapatilla se hallaba agujerada, seguramente fuese resultado del pisotón que le había infligido un borracho con su silla al comienzo de la jornada. Ahora su mente divagaba entre los colores de hilo que le quedaban en su costurero y si, acaso, no se le había acabado el que precisaba.
—¿Sí? —Preguntó, en un tono de voz más alto del que pretendió—. Lo siento, ¿me habló? —Volvió en sí y las mejillas se le arrebolaron, a conciencia de que, posiblemente —y no por vez primera—, hubiese cometido un error.
Un estruendo y el consiguiente coro de eructos en derredor le recordaron inmediatamente dónde se encontraba y cuál era su posición. A veces se afligía a raíz de sus propias ensoñaciones.
—¿Cómo dice? —inquirió Euphrasie, anonadada. Aquel individuo no sólo se dirigía hacia ella con un respeto casi absurdo, sino que manifestaba preocupación. ¿En qué momento se había quedado dormida?
—Oh, no, no; no se angustie. No me crie en un sitio mucho mejor que éste, no podría esperarse otra cosa de cualquiera de nosotros, pero usted… —se mordió el labio inferior, obligándose a jalar las riendas de su discurso, ¿qué tonterías estaba pensando en decir?, ¡oh!, si las monjas le hubiesen escuchado, un escarmiento no habría sido suficiente para remendar su desvergüenza. Se aclaró la garganta.
—Si no bebe nada, quien se meterá en líos seré yo. Déjeme ver qué puedo conseguir, fuera del alcohol no hay mucha variedad, sin embargo, estoy en buenos términos con el encargado. —Se puso de pie—, ya regreso.
Euphrasie avanzó rumbo a la barra, sintiendo cómo, con cada nuevo paso, su espíritu se veía devorado por la barbarie. Resultaba increíble el hecho de que un breve instante en compañía de un forastero diera permiso a la ilusión de un mundo generoso alojado al otro lado de la puerta para increpar a los miserables sobre sus decisiones en la vida. Afortunadamente, los carcajadas y vozarrones locuaces eran, para la cambiante, más melodiosos en su sendero hacia la prosperidad que un montón de palabras bonitas.
Al llegar a la barra, se recargó sobre los codos y, con su mejor rostro de súplica, abordó a quien la atendía: Frery.
—¿Con qué me vienes esta vez, preciosa? —Interrogó el aludido, impaciente. La joven pocas veces le llegaba con disparates, pero cuando lo hacía, inevitablemente acababa con dolores de cabeza.
—¡Oh!, no seas así. En medio de esta algarabía, ¿qué tan descabellada puede ser mi demanda?, ¿eh? —le increpó, actuando como la niña que a él le encantaba que fingiera ser. Hacía tiempo que los escrúpulos habían cedido al juicio de las conveniencias.
—Esta noche contamos con la presencia de un cliente especial y estaría siendo imperante que me prepares una sabrosa bebida sin alcohol.
—¿Cómo dices? —Saltó, estupefacto. Euphrasie le conocía como a la mugre de su delantal, Frery tenía un mal carácter que daba escalofríos y era innecesariamente selectivo con el trato aplicado a sus clientes, dependiendo de si le caían bien o no. El hombre vislumbró al recién llegado entre la multitud y, por el modo en que frunció el ceño, la joven dedujo que lo había enlistado entre los ingratos. A veces la cambiante llegaba a exasperarse por los celos injustificados que guiaban la mayoría de las acciones de Frery. Pero era el sobrino de madame Eveline, así que armarse de paciencia era siempre la mejor opción.
Si bien a regañadientes, el sujeto accedió a preparar la bebida. Cuando regresó con una taza de té humeante, Euphrasie debió hacer un soberano esfuerzo por contener la risa.
—¡Gracias, guapetón!, con esto quedamos a mano. —Sentenció la joven, cargando los recipientes de cerámica sobre la bandeja. Cuando se apartó de la barra, la posibilidad de que Frery hubiese envenenado la infusión le cruzó fugazmente la mente; pero Euphrasie sabía que, además de terco y algo degenerado, el sujeto también era cobarde, así que descartó el hecho de inmediato.
Al llegar a la mesa, alojó la taza sobre el plato frente al cliente y un tarro repleto de azúcar húmeda en un costado, la cucharilla en su interior.
—No es el tentempié más prometedor para un sábado por la noche, pero es lo mejor que pude conseguirle. —Acotó, alzando los hombros—, lo siento.
Se mantuvo de pie, al otro lado de la mesa, le agradaba la sensación que le infundía aquel individuo; sentía que había algo que compartían, que los aislaba del montón de cuerpos exaltados. Sin embargo, la distancia entre ellos no estaba impuesta, solamente, por el mobiliario; habitaban dos universos distintos, cuyos límites resultaban imposibles de surcar a expensas de una plática y un té.
Euphrasie reparó en que su zapatilla se hallaba agujerada, seguramente fuese resultado del pisotón que le había infligido un borracho con su silla al comienzo de la jornada. Ahora su mente divagaba entre los colores de hilo que le quedaban en su costurero y si, acaso, no se le había acabado el que precisaba.
—¿Sí? —Preguntó, en un tono de voz más alto del que pretendió—. Lo siento, ¿me habló? —Volvió en sí y las mejillas se le arrebolaron, a conciencia de que, posiblemente —y no por vez primera—, hubiese cometido un error.
Euphrasie- Cambiante Clase Baja
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Re: Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
Nunca en su existencia se le había cruzado la posibilidad de poner un pie en una taberna, menos en un fumadero de esos en donde acudían los viciosos, pero ahí estaba, en uno de esos dos lugares luego de haber sido llevado, sin siquiera esperárselo, a otro. París parecía convertirse en la opción correcta para hallar las respuestas con respecto a su pasado, de saber quién era realmente; de enterarse de ese origen que llegó a desconocer por tanto tiempo. Quizá podía dejar las cosas así, llegó a repetirse en varias ocasiones, incluso luego de haber visto como Angela se desvanecía frente a sus ojos. Entonces se quedó observando a los presentes. Algunos sólo estaban ahí por el vicio, por capricho, o porque les daba la gana, sin embargo, otros se hundían en esos sitios para intentar borrar sus penas; olvidarse de una vez por todas del pasado, y hasta del presente. Él jamás llegó a considerarlo como una alternativa... Luego recordó a Miklós, que no parecía de los que acudían a ese mal por diversión.
¿Cuánto daño les había hecho su propia madre? Al menos él la había tenido fácil, pero su hermano mayor no, y no sabía muy bien cómo sentirse al respecto. Tal vez se empezaba a asemejar a esos jóvenes caprichosos de alta sociedad, que sólo velaban por sus propios intereses, y lo menos que quería Bajnok era eso. Se crió en un monasterio en donde se le inculcó preocupación por el prójimo, a tener compasión por los más necesitados y a no hacerle daño a otros. Aun así, cuando llegaba a esa última parte, recordaba que su madre no había seguido esas reglas de vida. El rencor que iba creciendo lentamente en su interior le atormentaba la conciencia. Luego recordó su lugar en ese momento, y cuando se dio cuenta, ya se hallaba solo. La jovencita que lo había atendido ya no estaba. Recordó algo como "líos. Ya regreso".
Volvió a observar al grupo de hombres reunidos a su alrededor, y seguramente su cara era una completa máscara de compasión. Supuso que no encontraría a su hermano ahí, no esa vez, lo que lo dejaba sin muchas garantías. ¿Cómo podía volver a contactarlo? Tal vez podría ofrecerle su ayuda, ahora que era un hombre independiente y no tenía problemas económicos. Sin embargo, cabía preguntarse una cosa: ¿Miklós accedería?
Se humedeció los labios, y al azar la mirada, la chica estaba de nuevo presente. Le había conseguido un té. A Bajnok le sacó una sonrisa, porque era realmente extraño ponerse a beber té en una taberna, pero se lo agradecía. Él detestaba el alcohol.
—Lamento haberla puesto en apuros, señorita. Pero, de verdad, le agradezco el gesto. Espero que no le haya causado problemas —habló, y tuvo que alzar la voz para poder sonar perfectamente audible entre tanto escándalo—. ¿Por qué me preguntó sobre Teseo? ¿Le gusta la mitología...?
No pudo culminar la pregunta, ella parecía abstraída por quién sabe. Bien, tampoco era nadie para meterse en los pensamientos de los demás. El lugar también empezaba a incomodarlo bastante, y la única idea de salir de ahí ya se le repetía muchas veces en la cabeza. Sin embargo, fijándose de nuevo en la muchacha, no evitó sentirse ligeramente preocupado. ¿Por qué había terminado como empleada en aquella pocilga?
—Dije que me llamo Bajnok, ¿cuál es su nombre? Oh, no se sienta en la obligación de decírmelo si no quiere. Soy un desconocido y lo entiendo. Pero tal vez pueda acercarse alguna vez a la Academia de París, soy profesor de Filosofía e Historia de Grecia Antigua. Si le interesa... —Guardó silencio. Se percató de que estaba siendo imprudente, pero, algunas veces, era algo que no podía hacer a un lado con facilidad, tanto como su manía de mantener todo en orden.
¿Cuánto daño les había hecho su propia madre? Al menos él la había tenido fácil, pero su hermano mayor no, y no sabía muy bien cómo sentirse al respecto. Tal vez se empezaba a asemejar a esos jóvenes caprichosos de alta sociedad, que sólo velaban por sus propios intereses, y lo menos que quería Bajnok era eso. Se crió en un monasterio en donde se le inculcó preocupación por el prójimo, a tener compasión por los más necesitados y a no hacerle daño a otros. Aun así, cuando llegaba a esa última parte, recordaba que su madre no había seguido esas reglas de vida. El rencor que iba creciendo lentamente en su interior le atormentaba la conciencia. Luego recordó su lugar en ese momento, y cuando se dio cuenta, ya se hallaba solo. La jovencita que lo había atendido ya no estaba. Recordó algo como "líos. Ya regreso".
Volvió a observar al grupo de hombres reunidos a su alrededor, y seguramente su cara era una completa máscara de compasión. Supuso que no encontraría a su hermano ahí, no esa vez, lo que lo dejaba sin muchas garantías. ¿Cómo podía volver a contactarlo? Tal vez podría ofrecerle su ayuda, ahora que era un hombre independiente y no tenía problemas económicos. Sin embargo, cabía preguntarse una cosa: ¿Miklós accedería?
Se humedeció los labios, y al azar la mirada, la chica estaba de nuevo presente. Le había conseguido un té. A Bajnok le sacó una sonrisa, porque era realmente extraño ponerse a beber té en una taberna, pero se lo agradecía. Él detestaba el alcohol.
—Lamento haberla puesto en apuros, señorita. Pero, de verdad, le agradezco el gesto. Espero que no le haya causado problemas —habló, y tuvo que alzar la voz para poder sonar perfectamente audible entre tanto escándalo—. ¿Por qué me preguntó sobre Teseo? ¿Le gusta la mitología...?
No pudo culminar la pregunta, ella parecía abstraída por quién sabe. Bien, tampoco era nadie para meterse en los pensamientos de los demás. El lugar también empezaba a incomodarlo bastante, y la única idea de salir de ahí ya se le repetía muchas veces en la cabeza. Sin embargo, fijándose de nuevo en la muchacha, no evitó sentirse ligeramente preocupado. ¿Por qué había terminado como empleada en aquella pocilga?
—Dije que me llamo Bajnok, ¿cuál es su nombre? Oh, no se sienta en la obligación de decírmelo si no quiere. Soy un desconocido y lo entiendo. Pero tal vez pueda acercarse alguna vez a la Academia de París, soy profesor de Filosofía e Historia de Grecia Antigua. Si le interesa... —Guardó silencio. Se percató de que estaba siendo imprudente, pero, algunas veces, era algo que no podía hacer a un lado con facilidad, tanto como su manía de mantener todo en orden.
Bajnok von Ferstel- Cambiante Clase Alta
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Re: Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
Un chat dans le poulailler
Margaritas a los cerdos y espuma a las almejas.
Cuando el joven sonrió, Euphrasie extravió la atención en el perfecto orden de sus dientes. Hacía tiempo que no veía una sonrisa completa y radiante, la mayoría de comensales en Teseo se enorgullecía de sus cicatrices y moratones, de la ausencia de alguna muela y la variedad cromática de las restantes. Narrar las hazañas ocultas detrás de cada estigma era tópico privilegiado durante las veladas tormentosas, así nacían las leyendas y devenían los pleitos para confirmar su verosimilitud.
Cualquiera que visitara desde el exterior aquel selecto entorno social tacharía de bárbaro y engañoso al discurso que se manejaba entre marinos y prostitutas, pero aquellos que giraban en torno al mismo caldero, resguardaban las ilusiones como marca de identidad. En el interior de la taberna, nadie era por sí mismo, sino por lo que se decía de él. Ninguno de los personajes ostentaría una larga vida, ya fuese por el acecho de las enfermedades o la voluntad de las mareas, así que, al final de cuentas, más pesaba la huella de los susurros en la memoria que la fidelidad de la reputación respecto del individuo.
La pregunta del muchacho quedó suspendida en el aire y la cambiante reparó demasiado tarde en que, quizá, se había demorado mucho en darle una respuesta.
—¡Oh!, no es tanto que me guste, simplemente me dio curiosidad… —calló antes de acabar, puesto que se había salteado un pedazo de discurso y su repentino cuestionamiento había conducido a su interlocutor a reiterarlo. Qué vergüenza.
—Bajnok —repitió, encandilada; curiosa por el origen de un nombre tan inusual—. ¿Cómo se escribe?, —inquirió, ahora ensimismada; sin reparar en cuán irrespetuoso pudo haber sonado aquello.
En ocasiones olvidaba comportarse con el reparo y rigidez que las monjas le habían inculcado, ¡tantas horas de pasear con libros en la cabeza echadas al desperdicio! Nadie pretendía de ella que se convirtiera en una dama, al final de cuentas, quien nacía en las calles, allí se quedaba hasta el final de sus días y, si bien la joven había contado con incuestionable buena suerte en su vida, su destino lejos estaba de dar un giro descomunal. Tratar con los brutos todas las noches la había distanciado aún más de todo cuanto se suponía que hiciera una mujer bien educada.
—¿La Academia de París?, ¿es usted un profesor allí?, ¡eso es maravilloso! —exclamó, entrelazando las manos sobre su pecho. Había transitado innumerables ocasiones frente a las puertas de la institución, mas lejos estaba de poder ingresar portando su habitual aspecto. Admiraba, claro que sí, sus propias ensoñaciones sobre lo que se encontraría en el interior.
—Euphrasie, Monsieur; ese es mi nombre. Nadie es un desconocido una vez se adentra en esta taberna —expresó, esbozando una sonrisa.
—Agradezco enormemente su invitación —prosiguió, abriendo los ojos ligeramente a la realidad—, pero dudo que me permitieran entrar incluso si lo intentara. A mi mejor vestido le hacen falta algunos remiendos y moriría de pena si creyeran que tiene malas juntas, no se lo tome a mal, es sólo que… bueno, así son las cosas. —Se encogió de hombros, con las mejillas arreboladas, repentinamente consciente de que su sinceridad podría ser mal recibida.
Se encontraba de pie junto a la mesa, en el lado opuesto al que ocupaba el joven profesor y fue por ello, además de su falta de atención, que no se percató del alboroto alojado a setenta y cinco grados hacia su derecha. Un taburete surcó el aire en su dirección y Euphrasie, instintivamente, lo evadió inclinándose sobre el mobiliario que tenía delante. A raíz del impacto, debido a que se aferró a los bordes de la tabla, el contenido de la taza de té se volcó por los costados, restando apenas un dedo de infusión en el interior.
La muchacha se incorporó para contemplar el asiento destrozado que yacía a sus espaldas, sobre el suelo, e, inmediatamente después, al responsable de su travesía aérea.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo, Codos?, ¿querías decapitarme con esa cosa?, ¿cuándo se te quitará esa terrible costumbre de arrojar muebles cuando pierdes los estribos? —Increpó apartándose de la mesa y cruzándose de brazos entre Bajnok y el acusado.
—¡Este idiota vació la manga mientras jugábamos a las cartas!, ¿qué quieres que haga? —respondió el hombretón aludido, entre gruñidos.
—¿Y a mí qué me importa lo que hagan él o tú en sus sucias apuestas?, ¿acaso estás buscando que Adélard te entierre el plomo con su escopeta preferida? Juraría que tiene una bala con tu nombre en ella y la pule todos los días.
El sujeto lanzó un escupitajo al suelo y paseó la mirada entre Euphrasie y su oponente antes de hacerse a un lado.
—Sea lo que sea que tengan que resolver —indicó la muchacha, señalando la puerta de ingreso—, lo harán afuera.
Varios presentes abandonaron el edificio para seguir al par de brutos que se desplazó hacia el exterior; otros tantos conservaron sus lugares y prosiguieron con sus actividades como si nada hubiera sucedido. Episodios como aquel eran moneda corriente en ese tipo de establecimientos, la cambiante estaba tan habituada a ellos que hasta ya le empezaban a aburrir.
Volvió la vista a la mesa del único comensal que parecía usar la cabeza antes que los puños y, ensombreciéndose su rostro, se descolgó un trapo de la cintura para limpiar el desastre.
—Lo siento tanto, tanto —se disculpó, indignada—. ¿Sabes?, no voy a mentirte, estas cosas pasan a menudo, no voy a juzgarte si decides marcharte. —Hizo una pausa, incorporándose para mirarle. La imponente aura que aquel sujeto irradiaba no dejaba de intrigarle enormemente—. Pero si, por el contrario, decides quedarte, podría conseguirte otra taza de té.
Cualquiera que visitara desde el exterior aquel selecto entorno social tacharía de bárbaro y engañoso al discurso que se manejaba entre marinos y prostitutas, pero aquellos que giraban en torno al mismo caldero, resguardaban las ilusiones como marca de identidad. En el interior de la taberna, nadie era por sí mismo, sino por lo que se decía de él. Ninguno de los personajes ostentaría una larga vida, ya fuese por el acecho de las enfermedades o la voluntad de las mareas, así que, al final de cuentas, más pesaba la huella de los susurros en la memoria que la fidelidad de la reputación respecto del individuo.
La pregunta del muchacho quedó suspendida en el aire y la cambiante reparó demasiado tarde en que, quizá, se había demorado mucho en darle una respuesta.
—¡Oh!, no es tanto que me guste, simplemente me dio curiosidad… —calló antes de acabar, puesto que se había salteado un pedazo de discurso y su repentino cuestionamiento había conducido a su interlocutor a reiterarlo. Qué vergüenza.
—Bajnok —repitió, encandilada; curiosa por el origen de un nombre tan inusual—. ¿Cómo se escribe?, —inquirió, ahora ensimismada; sin reparar en cuán irrespetuoso pudo haber sonado aquello.
En ocasiones olvidaba comportarse con el reparo y rigidez que las monjas le habían inculcado, ¡tantas horas de pasear con libros en la cabeza echadas al desperdicio! Nadie pretendía de ella que se convirtiera en una dama, al final de cuentas, quien nacía en las calles, allí se quedaba hasta el final de sus días y, si bien la joven había contado con incuestionable buena suerte en su vida, su destino lejos estaba de dar un giro descomunal. Tratar con los brutos todas las noches la había distanciado aún más de todo cuanto se suponía que hiciera una mujer bien educada.
—¿La Academia de París?, ¿es usted un profesor allí?, ¡eso es maravilloso! —exclamó, entrelazando las manos sobre su pecho. Había transitado innumerables ocasiones frente a las puertas de la institución, mas lejos estaba de poder ingresar portando su habitual aspecto. Admiraba, claro que sí, sus propias ensoñaciones sobre lo que se encontraría en el interior.
—Euphrasie, Monsieur; ese es mi nombre. Nadie es un desconocido una vez se adentra en esta taberna —expresó, esbozando una sonrisa.
—Agradezco enormemente su invitación —prosiguió, abriendo los ojos ligeramente a la realidad—, pero dudo que me permitieran entrar incluso si lo intentara. A mi mejor vestido le hacen falta algunos remiendos y moriría de pena si creyeran que tiene malas juntas, no se lo tome a mal, es sólo que… bueno, así son las cosas. —Se encogió de hombros, con las mejillas arreboladas, repentinamente consciente de que su sinceridad podría ser mal recibida.
Se encontraba de pie junto a la mesa, en el lado opuesto al que ocupaba el joven profesor y fue por ello, además de su falta de atención, que no se percató del alboroto alojado a setenta y cinco grados hacia su derecha. Un taburete surcó el aire en su dirección y Euphrasie, instintivamente, lo evadió inclinándose sobre el mobiliario que tenía delante. A raíz del impacto, debido a que se aferró a los bordes de la tabla, el contenido de la taza de té se volcó por los costados, restando apenas un dedo de infusión en el interior.
La muchacha se incorporó para contemplar el asiento destrozado que yacía a sus espaldas, sobre el suelo, e, inmediatamente después, al responsable de su travesía aérea.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo, Codos?, ¿querías decapitarme con esa cosa?, ¿cuándo se te quitará esa terrible costumbre de arrojar muebles cuando pierdes los estribos? —Increpó apartándose de la mesa y cruzándose de brazos entre Bajnok y el acusado.
—¡Este idiota vació la manga mientras jugábamos a las cartas!, ¿qué quieres que haga? —respondió el hombretón aludido, entre gruñidos.
—¿Y a mí qué me importa lo que hagan él o tú en sus sucias apuestas?, ¿acaso estás buscando que Adélard te entierre el plomo con su escopeta preferida? Juraría que tiene una bala con tu nombre en ella y la pule todos los días.
El sujeto lanzó un escupitajo al suelo y paseó la mirada entre Euphrasie y su oponente antes de hacerse a un lado.
—Sea lo que sea que tengan que resolver —indicó la muchacha, señalando la puerta de ingreso—, lo harán afuera.
Varios presentes abandonaron el edificio para seguir al par de brutos que se desplazó hacia el exterior; otros tantos conservaron sus lugares y prosiguieron con sus actividades como si nada hubiera sucedido. Episodios como aquel eran moneda corriente en ese tipo de establecimientos, la cambiante estaba tan habituada a ellos que hasta ya le empezaban a aburrir.
Volvió la vista a la mesa del único comensal que parecía usar la cabeza antes que los puños y, ensombreciéndose su rostro, se descolgó un trapo de la cintura para limpiar el desastre.
—Lo siento tanto, tanto —se disculpó, indignada—. ¿Sabes?, no voy a mentirte, estas cosas pasan a menudo, no voy a juzgarte si decides marcharte. —Hizo una pausa, incorporándose para mirarle. La imponente aura que aquel sujeto irradiaba no dejaba de intrigarle enormemente—. Pero si, por el contrario, decides quedarte, podría conseguirte otra taza de té.
Euphrasie- Cambiante Clase Baja
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Re: Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
Quizás resultaba una suerte de alivio que se hubiera encontrado a alguien diferente en aquella pocilga, tenía que reconocerlo, sin embargo, no dejaba de sentirse un tanto incómodo, no por ella, sino por cuestionarse por qué tenía que estar trabajando ahí, con todos los riesgos que podía correr. Sabía como solían ser tratadas las mujeres, y aunque él no estuviera de acuerdo en ello, entraba en la minoría de los que, simplemente, repudiaban dichas actitudes en contra de las féminas. Aun así, Bajnok luego terminó dándose cuenta de que a la muchacha no era algo que le incomodara; tal parecía como si se sintiera bien en aquel sitio, o al menos en apariencia. ¿Quién era él para juzgarla? Un simple desconocido que iba a beber té en vez de alcohol.
Así pues, pese a que el sitio no fuera el ideal, y atendiendo a las peticiones de la joven, Bajnok buscó entre su abrigo un pequeño cuadernillo de notas que cargaba consigo siempre. Le mostraría cómo se escribía su nombre, pese a todo el alboroto de la taberna, consiguió ignorarlo todo y centrarse en su labor. Cuando finalmente dio con su objetivo, le extendió el cuadernillo para mostrarle, esperando que, al menos, supiera leer, sino tendría que deletrearlo, pero... quizás quedaría en las mismas.
—Se escribe de esta forma, señorita Euphrasie —pronunció en voz alta, esbozando una sonrisa—. Quizá no le parezca tan familiar porque yo no soy francés, nací en Austria. He venido a pasar una temporada en París, no sé cuánto tiempo me quede...
Se quedó un poco absorto. Lo cierto era que no se hallaba muy convencido con respecto a su regreso, porque sentía que tenía muchos asuntos que resolver en la ciudad francesa. Primero estaba la superación de la muerte de Angela, luego averiguar el origen de su familia real, que ya había empezado con el reencuentro inesperado con su medio hermano Miklós. Pero Bajnok siempre estaba ávido de conocimiento, y no se conformaba con lo que se enteró en el otro lugar de mala muerte de la vez anterior. Sentía que fallaba la información, y necesitaba más.
—No se preocupe por nimiedades. Aunque, ciertamente, las personas ahí tiendan a ser superficiales, eso es algo que puede solucionarse igualmente. Yo mismo me... —afirmó, guardándose el cuadernillo en el bolsillo interno de su abrigo, justo en el instante en el que se quedaba con los ojos muy abiertos al ver el objeto volar por el aire—. ¡Pero qué...?
Se quedó perplejo en su lugar, incluso ignorando que el té se había derramado, goteando un poco hasta caer en un abrigo, algo que ignoró por completo. Simplemente se centró en la chica, que ya se encontraba muy centrada discutiendo con el culpable de haber hecho volar el taburete.
—¡Dios mío! ¿Estás bien? —inquirió, preocupado, poniéndose de pie de inmediato, pero deteniéndose al verla que se hallaba en perfectas condiciones—. Voy a serle honesto, Euphrasie. No estoy acostumbrado a esta clase de escándalo y comportamiento. Fui criado en un monasterio y... Estoy dispuesto a ofrecerle empleo en mi casa para que se salga también de tamaña pocilga. Y no crea que miento, estoy siendo muy sincero en mi ofrecimiento.
Así pues, pese a que el sitio no fuera el ideal, y atendiendo a las peticiones de la joven, Bajnok buscó entre su abrigo un pequeño cuadernillo de notas que cargaba consigo siempre. Le mostraría cómo se escribía su nombre, pese a todo el alboroto de la taberna, consiguió ignorarlo todo y centrarse en su labor. Cuando finalmente dio con su objetivo, le extendió el cuadernillo para mostrarle, esperando que, al menos, supiera leer, sino tendría que deletrearlo, pero... quizás quedaría en las mismas.
—Se escribe de esta forma, señorita Euphrasie —pronunció en voz alta, esbozando una sonrisa—. Quizá no le parezca tan familiar porque yo no soy francés, nací en Austria. He venido a pasar una temporada en París, no sé cuánto tiempo me quede...
Se quedó un poco absorto. Lo cierto era que no se hallaba muy convencido con respecto a su regreso, porque sentía que tenía muchos asuntos que resolver en la ciudad francesa. Primero estaba la superación de la muerte de Angela, luego averiguar el origen de su familia real, que ya había empezado con el reencuentro inesperado con su medio hermano Miklós. Pero Bajnok siempre estaba ávido de conocimiento, y no se conformaba con lo que se enteró en el otro lugar de mala muerte de la vez anterior. Sentía que fallaba la información, y necesitaba más.
—No se preocupe por nimiedades. Aunque, ciertamente, las personas ahí tiendan a ser superficiales, eso es algo que puede solucionarse igualmente. Yo mismo me... —afirmó, guardándose el cuadernillo en el bolsillo interno de su abrigo, justo en el instante en el que se quedaba con los ojos muy abiertos al ver el objeto volar por el aire—. ¡Pero qué...?
Se quedó perplejo en su lugar, incluso ignorando que el té se había derramado, goteando un poco hasta caer en un abrigo, algo que ignoró por completo. Simplemente se centró en la chica, que ya se encontraba muy centrada discutiendo con el culpable de haber hecho volar el taburete.
—¡Dios mío! ¿Estás bien? —inquirió, preocupado, poniéndose de pie de inmediato, pero deteniéndose al verla que se hallaba en perfectas condiciones—. Voy a serle honesto, Euphrasie. No estoy acostumbrado a esta clase de escándalo y comportamiento. Fui criado en un monasterio y... Estoy dispuesto a ofrecerle empleo en mi casa para que se salga también de tamaña pocilga. Y no crea que miento, estoy siendo muy sincero en mi ofrecimiento.
Bajnok von Ferstel- Cambiante Clase Alta
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Re: Un chat dans le poulailler —Priv. Bajnok
Un chat dans le poulailler
Tratos los hay con Dios y con el Diablo, es decisión de cada uno si sacrificar la espera o el alma.
¿Era aquella caligrafía característica de los profesores universitarios?, Euphrasie se quedó absorta contemplando la suavidad de los trazos. Usualmente debía arreglárselas para leer notas terriblemente garabateadas por Adélard en un francés bastante cuestionable, puesto que madame Eveline era analfabeta, los encargos siempre se relegaban a ella, a la cambiante, porque era la única que podía descifrarlas —aunque no sin arduo esfuerzo— cuando el propietario no se hallaba por allí.
Las monjas le habían enseñado a escribir a temprana edad, recordaba haber pasado prolongadas horas sentada en un escritorio transcribiendo salmos redactados por la hermana con caligrafía más noble, como lo habrían hecho los escribas hacía algunos siglos. Si bien comprendía el orden de los signos alfabéticos y su pronunciación, poco sabía de gramática o redacción; había sido educada para leer en voz alta en caso de que se le fuese solicitado que lo hiciera, pero definitivamente no para plasmar poemas en papel.
Retornando a los hechos, la jovencita no halló magistral sorpresa en el hecho de que su comensal fuese extranjero. Los franceses tenían cierto espíritu revolucionario que, en menor o mayor medida, les era imposible de ocultar; pero Bajnok aparentaba otra cosa, como si, por lo menos en aquel instante, la paciencia fuese su mejor aliada. Su nuevo descubrimiento le sacó una sonrisa.
Aquella aparente perpetua serenidad se vio alterada por los incidentes entre borrachos y Euphrasie realmente deseó regresar el tiempo atrás. El té se había derramado en todas direcciones y el trapo ya se había humedecido demasiado como para absorber el líquido restante.
La preocupación que manifestó el profesor respecto de su bienestar le tomó por sorpresa, más por el hecho de que, en realidad, ella se encontraba de maravilla, algo que no podía afirmar sobre las prendas del muchacho.
La joven estaba lista para presenciar una réplica extraordinaria sobre la barbarie que se respiraba en esa pocilga, pero lo que recibió, en cambio, fue una propuesta que la dejó completamente perpleja.
Permaneció inmóvil, contemplando el rostro de Bajnok con los ojos bien abiertos; antes de abrir la boca, miró hacia los lados, en búsqueda de complicidad, de alguien que estallara en carcajadas y le confirmara que aquello era una broma antes de que comenzara a ilusionarse. Desafortunadamente, todos estaban demasiado ocupados en sus propios asuntos y nadie parecía haber escuchado el diálogo mantenido entre ellos dos.
—¿Cómo dices? —debió verificar para asegurarse de que no había escuchado mal—, es… es que yo… —presionó los labios, sin saber qué decir, era demasiado pronto para que lograra digerirlo todo.
Aprovechó la ocasión para aferrar el extremo de su delantal de cintura y, con cautela, limpiar el abrigo de Bajnok.
—¿Lo que propones… es en serio? —inquirió, algo más centrada, mirándole a los ojos para comprobar su veracidad—. Nunca se me ocurrió la posibilidad de apartarme de este mundo —sugirió, haciendo un ademán para señalar a su alrededor—, ¿no se supone que las empleadas domésticas sean algo más presentables?
La joven, tras asegurarse de haber absorbido la mayor cantidad de humedad posible de la tela, liberó el sobretodo del austríaco y se acomodó la falda, en respuesta a un acto reflejo.
—Hagamos lo siguiente —definió, al cabo de escasos segundos de meditación—, no quiero suponer que tus buenas intenciones son resultado de un impulso momentáneo, la verdad es que pareces un buen tipo y no soy quién para juzgarte. Puedo traerte otra taza de té y resumir la velada o, bien, puedes regresar a casa y sentarte a meditar si realmente necesitas una mucama.
»Cuando acabes, puedes regresar y hacérmelo saber, si acaso sí es más que un arrebato o simplemente te ha gustado el poco té que has podido probar —concluyó, esbozando una amplia sonrisa.
Las monjas le habían enseñado a escribir a temprana edad, recordaba haber pasado prolongadas horas sentada en un escritorio transcribiendo salmos redactados por la hermana con caligrafía más noble, como lo habrían hecho los escribas hacía algunos siglos. Si bien comprendía el orden de los signos alfabéticos y su pronunciación, poco sabía de gramática o redacción; había sido educada para leer en voz alta en caso de que se le fuese solicitado que lo hiciera, pero definitivamente no para plasmar poemas en papel.
Retornando a los hechos, la jovencita no halló magistral sorpresa en el hecho de que su comensal fuese extranjero. Los franceses tenían cierto espíritu revolucionario que, en menor o mayor medida, les era imposible de ocultar; pero Bajnok aparentaba otra cosa, como si, por lo menos en aquel instante, la paciencia fuese su mejor aliada. Su nuevo descubrimiento le sacó una sonrisa.
Aquella aparente perpetua serenidad se vio alterada por los incidentes entre borrachos y Euphrasie realmente deseó regresar el tiempo atrás. El té se había derramado en todas direcciones y el trapo ya se había humedecido demasiado como para absorber el líquido restante.
La preocupación que manifestó el profesor respecto de su bienestar le tomó por sorpresa, más por el hecho de que, en realidad, ella se encontraba de maravilla, algo que no podía afirmar sobre las prendas del muchacho.
La joven estaba lista para presenciar una réplica extraordinaria sobre la barbarie que se respiraba en esa pocilga, pero lo que recibió, en cambio, fue una propuesta que la dejó completamente perpleja.
Permaneció inmóvil, contemplando el rostro de Bajnok con los ojos bien abiertos; antes de abrir la boca, miró hacia los lados, en búsqueda de complicidad, de alguien que estallara en carcajadas y le confirmara que aquello era una broma antes de que comenzara a ilusionarse. Desafortunadamente, todos estaban demasiado ocupados en sus propios asuntos y nadie parecía haber escuchado el diálogo mantenido entre ellos dos.
—¿Cómo dices? —debió verificar para asegurarse de que no había escuchado mal—, es… es que yo… —presionó los labios, sin saber qué decir, era demasiado pronto para que lograra digerirlo todo.
Aprovechó la ocasión para aferrar el extremo de su delantal de cintura y, con cautela, limpiar el abrigo de Bajnok.
—¿Lo que propones… es en serio? —inquirió, algo más centrada, mirándole a los ojos para comprobar su veracidad—. Nunca se me ocurrió la posibilidad de apartarme de este mundo —sugirió, haciendo un ademán para señalar a su alrededor—, ¿no se supone que las empleadas domésticas sean algo más presentables?
La joven, tras asegurarse de haber absorbido la mayor cantidad de humedad posible de la tela, liberó el sobretodo del austríaco y se acomodó la falda, en respuesta a un acto reflejo.
—Hagamos lo siguiente —definió, al cabo de escasos segundos de meditación—, no quiero suponer que tus buenas intenciones son resultado de un impulso momentáneo, la verdad es que pareces un buen tipo y no soy quién para juzgarte. Puedo traerte otra taza de té y resumir la velada o, bien, puedes regresar a casa y sentarte a meditar si realmente necesitas una mucama.
»Cuando acabes, puedes regresar y hacérmelo saber, si acaso sí es más que un arrebato o simplemente te ha gustado el poco té que has podido probar —concluyó, esbozando una amplia sonrisa.
Euphrasie- Cambiante Clase Baja
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