AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Graveless {Privado}
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Graveless {Privado}
Alchemilla llevaba días obcecada con la misma idea, sin tiempo para pensar en otra cosa, sin margen para defenderme de ella. Sus obsesiones se convertían en repeticiones; sus repeticiones, en mis pensamientos, incluso cuando sabía que debía aislarme y no permitirle tener ese control sobre mí. A ella le daba igual, y quizá a una parte de mí también: la reconocía como la voz de mis pesadillas, que me susurraba imágenes terroríficas cuando cerraba los ojos para dormir y que trataba de mancillar (¿aún más?) los encuentros con los hombres que nos permitían, a ella y a mí, sobrevivir.
Eres tan estúpida, atándote voluntariamente a monstruos y palurdos y sin dejarte llevar por mí, la única que te conoce y sabe cómo podrías ser libre...
Pero no libre de ella, ya lo había intentado y no había tenido éxito. En un mercado de la zona más pobre de la ciudad, al que había ido una mañana en la que no era requerida en el burdel, había encontrado un libro escrito en una lengua que me había parecido desconocida. Alchemilla, sin embargo, casi se derritió de la emoción: el temblor en mis dedos, incontrolable, así lo delataba, incluso cuando sostuve el libro y pagué por él. Resultaba que ese librito de hechizos había sido suyo, contenía embrujos poderosos, e intenté utilizar uno para separarnos, pero no funcionó.
¿Cómo vamos a separarnos si somos una, fulana estúpida?
Ahí fue cuando entendí que ella probablemente tenía razón, y que no podría quitármela nunca del todo de la cabeza, donde estaba anidada como una seta venenosa expandiendo su ponzoña lentamente. La aceptación vino antes que la resignación, y cuando ésta se me instaló en el cuerpo decidí dejar de luchar y aceptar sus sueños y sus pensamientos, que me conducían cada noche, inevitablemente, al mismo barco de pesadilla poblado por espíritus y donde ella estaba convencida de que nos esperaba un poderoso grimorio.
Lo llaman Holandés Errante, fulana, ¿no has oído las historias?
Por supuesto que sí: muchos marineros borrachos hablaban de ese barco y de su terrible capitán, temido en los Siete Mares de forma semejante a otros como el capitán Sangre Negra, pero para mí no habían sido más que historias, nada fuera del otro mundo... ¿no? No, es real. Ella estaba convencida de que así era, y con su certeza empezó a convertirse también la mía; la resignación, por su parte, hizo el resto, y hasta yo empecé a sentir la llamada de sirena de la temible embarcación.
Ah, sí, ¿lo ves? Cuando cedes y me aceptas todo es mucho mejor.
No mentiré: la recibí con alegría. Las voces de los muertos ahogaban la voz de Alchemilla, y sus promesas de riquezas y sabiduría eran mucho mejores que las suyas de poder y más poder para librarnos de todo y arrasar con fuego contra nuestros (sus) enemigos. Pasé de soñar dormida con la nave a soñar despierta con ella; de escuchar a Alchemilla a escuchar a los muertos susurrándome al oído, y todo cuanto hacía, decía o deseaba servía para acercarme más a ese destino que se había convertido en una obsesión: encontrar al Holandés.
Dan igual los métodos, fulana, nuestro objetivo final es el mismo.
Así fue como terminé en un carruaje, dirigiéndome al puerto de Le Havre. Con cada golpe de los cascos de los caballos sobre el empedrado la llamada era más fuerte, más intensa: el barco me reclamaba, y pese a que mi excusa había sido un cliente propio que me pagaría el doble de mi tasa habitual, tanto Alchemilla como yo sabíamos que no habría clientes... Nadie salvo los muertos, que me llamaban y me condujeron hasta el navío.
Míralo ahí, en su sombría gloria, míralo a punto de atraparte entre sus fauces.
Subir fue tan fácil como había sido encontrarlo. De forma intuitiva, sin ningún control por mi parte, encontré los amarres más apropiados y pude colarme en el barco, mecida por los muertos y sus voces que parecían empezar a susurrarme la dirección correcta en medio de aquel tétrico silencio. Yo apenas hacía ruido, me sentía casi ingrávida y con la tela de mis siempre reveladores ropajes flotando a mi alrededor mientras me adentraba en las entrañas del Holandés, en busca de... ¿De qué?
Del grimorio, fulana, buscas el grimorio, ¡no seas estúpida!
Estuve a punto de asentir, pero me contuve. En su lugar, atravesé la cubierta de la nave en la dirección que había tomado y que sabía que era el camarote del capitán: ignoraba mucho de barcos, pero esa certeza sí la poseía. Nadie me frenó, lo cual era sorprendente; los muertos me mecían y me guiaban, me permitieron abrir la puerta y empezar a buscar, y fue su repentino silencio lo que me advirtió de que no estaba sola... Y mis ojos los que, al girar bruscamente, encontraron al capitán del navío mirándome, desde la penumbra.
Eres tan estúpida, atándote voluntariamente a monstruos y palurdos y sin dejarte llevar por mí, la única que te conoce y sabe cómo podrías ser libre...
Pero no libre de ella, ya lo había intentado y no había tenido éxito. En un mercado de la zona más pobre de la ciudad, al que había ido una mañana en la que no era requerida en el burdel, había encontrado un libro escrito en una lengua que me había parecido desconocida. Alchemilla, sin embargo, casi se derritió de la emoción: el temblor en mis dedos, incontrolable, así lo delataba, incluso cuando sostuve el libro y pagué por él. Resultaba que ese librito de hechizos había sido suyo, contenía embrujos poderosos, e intenté utilizar uno para separarnos, pero no funcionó.
¿Cómo vamos a separarnos si somos una, fulana estúpida?
Ahí fue cuando entendí que ella probablemente tenía razón, y que no podría quitármela nunca del todo de la cabeza, donde estaba anidada como una seta venenosa expandiendo su ponzoña lentamente. La aceptación vino antes que la resignación, y cuando ésta se me instaló en el cuerpo decidí dejar de luchar y aceptar sus sueños y sus pensamientos, que me conducían cada noche, inevitablemente, al mismo barco de pesadilla poblado por espíritus y donde ella estaba convencida de que nos esperaba un poderoso grimorio.
Lo llaman Holandés Errante, fulana, ¿no has oído las historias?
Por supuesto que sí: muchos marineros borrachos hablaban de ese barco y de su terrible capitán, temido en los Siete Mares de forma semejante a otros como el capitán Sangre Negra, pero para mí no habían sido más que historias, nada fuera del otro mundo... ¿no? No, es real. Ella estaba convencida de que así era, y con su certeza empezó a convertirse también la mía; la resignación, por su parte, hizo el resto, y hasta yo empecé a sentir la llamada de sirena de la temible embarcación.
Ah, sí, ¿lo ves? Cuando cedes y me aceptas todo es mucho mejor.
No mentiré: la recibí con alegría. Las voces de los muertos ahogaban la voz de Alchemilla, y sus promesas de riquezas y sabiduría eran mucho mejores que las suyas de poder y más poder para librarnos de todo y arrasar con fuego contra nuestros (sus) enemigos. Pasé de soñar dormida con la nave a soñar despierta con ella; de escuchar a Alchemilla a escuchar a los muertos susurrándome al oído, y todo cuanto hacía, decía o deseaba servía para acercarme más a ese destino que se había convertido en una obsesión: encontrar al Holandés.
Dan igual los métodos, fulana, nuestro objetivo final es el mismo.
Así fue como terminé en un carruaje, dirigiéndome al puerto de Le Havre. Con cada golpe de los cascos de los caballos sobre el empedrado la llamada era más fuerte, más intensa: el barco me reclamaba, y pese a que mi excusa había sido un cliente propio que me pagaría el doble de mi tasa habitual, tanto Alchemilla como yo sabíamos que no habría clientes... Nadie salvo los muertos, que me llamaban y me condujeron hasta el navío.
Míralo ahí, en su sombría gloria, míralo a punto de atraparte entre sus fauces.
Subir fue tan fácil como había sido encontrarlo. De forma intuitiva, sin ningún control por mi parte, encontré los amarres más apropiados y pude colarme en el barco, mecida por los muertos y sus voces que parecían empezar a susurrarme la dirección correcta en medio de aquel tétrico silencio. Yo apenas hacía ruido, me sentía casi ingrávida y con la tela de mis siempre reveladores ropajes flotando a mi alrededor mientras me adentraba en las entrañas del Holandés, en busca de... ¿De qué?
Del grimorio, fulana, buscas el grimorio, ¡no seas estúpida!
Estuve a punto de asentir, pero me contuve. En su lugar, atravesé la cubierta de la nave en la dirección que había tomado y que sabía que era el camarote del capitán: ignoraba mucho de barcos, pero esa certeza sí la poseía. Nadie me frenó, lo cual era sorprendente; los muertos me mecían y me guiaban, me permitieron abrir la puerta y empezar a buscar, y fue su repentino silencio lo que me advirtió de que no estaba sola... Y mis ojos los que, al girar bruscamente, encontraron al capitán del navío mirándome, desde la penumbra.
Invitado- Invitado
Re: Graveless {Privado}
Afuera no había ninguna tormenta, mas parecía como si un temporal estuviera a punto de desatarse. Pero no, la tempestad se abatía en su interior removiéndole la cordura, dando paso al vacío de su mente. Lo aisló en las penumbras sofocadas por el silencio, luego llegaron las voces espectrales de todos los tiempos, aquellas que quedaron atrapadas en el maldito Holandés desde su creación; desde que su capitán real decidiera hacerle cosquillas a los dioses del abismo, desafiando a la furia del mar. Y él, que provenía de un mundo arcaico plagado de creencias paganas, no podía concebirlo de otro modo, incluso llegó a recordar al continente perdido, hundido en las profundidades del océano por la osadía de sus habitantes. Sin embargo, El Holandés Errante, pese a todo malestar, continuaba invicto sobre las aguas del mar, derribando a cuanto marinero atrevido se le atravesara, y él, para su pésima fortuna, se había convertido en una parte del barco. Podría ser su capitán, aun así, no dejaba de ser una pieza más para que el demonio avanzara a sus anchas, hasta que su dueño retornara de la oscuridad de su tumba algún día. ¿Sería eso posible?
Willem van der Decken, un usurpador, un ambicioso que, al asesinar al verdadero, se aferró a la maldición sin esperárselo. Para cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde. El Holandés se había metido bajo su piel como una sanguijuela, y lentamente iba drenándole lo poco que le quedaba al espíritu de un maldito inmortal nacido en la gloria de la antigua Esparta. Cyril había superado a la locura misma, pero no fue tan fácil deshacerse de la avaricia, de esa sed de poder que lo llevó a condenarse sin ninguna señal de salvación.
Se quedó en las sombras en completa soledad. Sólo estaban él y El Holandés, en una plática silenciosa que dejaba mucho qué pensar. El resto de la tripulación se había ido a deambular por los lugares más deprimentes de la ciudad, mientras que Cyril permanecía en ese barco que bien podía ser suyo, como que no lo era. O quizá fuera él quien le perteneciera a esa bestia.
¿Temería acaso por algún ladronzuelo curioso que decidiera internarse en las tinieblas del Holandés? ¡Que lo intentara el osado! Porque no saldría con vida, y si la conservaba, era porque su alma había sido arrastrada por el demonio del mar. Ni siquiera los brujos más adiestrados eran capaces de hacerle frente a ese monstruo. Solamente habían existido dos personajes capaces de lidiar con ese terror, además de él, cuyo espíritu se necesitaba. Willem, el real, y su amante. Ellos tenían ese poder para domar a un animal como ese barco. Pero uno ya estaba muerto, con la posibilidad de que su alma estuviera deambulando por ahí; Helga, ella... ¿Qué había sido de ella? Era una magnífica maestra en las artes arcanas, descendiente de un poderoso alquimista, sin embargo, Cyril no confiaba en que pudiera haber otra más...
Se deslizó por la bodega cuando escuchó la advertencia del maldito. Alguien, con osadía suficiente y una ambición interna como la suya, se había encargado de profanar la quietud de navío. Cyril permaneció un breve instante más entre las sombras. Si hubiera sido humano, estaría sofocado ante la pesadez que se sentía ahí abajo, en la nada misma, pero era un vampiro, y eso le sumaba puntos a su fortaleza. Sacudió la cabeza y decidió ir en busca del necio que se había adentrado en las fauces del demonio.
No se sorprendió ni un poco al ver que el intruso, en realidad, era intrusa. Sabía que las mujeres tenían las mejores capacidades como brujas, ya había sido testigo en varias ocasiones, y no por nada eran tan señaladas, y al mismo tiempo, tan necesarias en muchísimos ritos. Así pues, Cyril se quedó observándola. El Holandés sólo le hablaba a él, y los muertos, sus trovadores, la habían llevado hasta ahí. No iba sola, existía alguien más en su interior. Dos almas por el precio de una, ¿no es así, maldito?
—¿Qué buscas? ¿Un grimorio para...? ¿Para qué? —inquirió, con la voz áspera, producto de haber pasado tanto tiempo en compañía de un ser demencial—. Pierden su tiempo, brujas. Su dueño, que falleció hace dos siglos, se llevó los grimorios consigo.
Sonrió, pero lo hizo con malicia. Uh, si su antiguo compañero de armas lo viera, lo alentaría sin descanso. Tampoco era necesario, porque ya había alguien (algo) más haciéndolo... Y por eso fue a parar frente a la mujer, rodeándole el cuello con la mano, sin apretar lo suficiente, de lo contrario, ya le habría roto los huesos.
—Él estaría encantado de devorarte, a ti, y a la pobre estúpida que has traído... Nunca le hagas cosquillas al demonio, porque podrías lamentarlo.
Y no era Cyril. Era El Holandés Errante quien reclamaba sus dominios; quien se hallaba hambriento de más poder, anunciándole a su dueño su presencia inmortal en el mar.
Willem van der Decken, un usurpador, un ambicioso que, al asesinar al verdadero, se aferró a la maldición sin esperárselo. Para cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde. El Holandés se había metido bajo su piel como una sanguijuela, y lentamente iba drenándole lo poco que le quedaba al espíritu de un maldito inmortal nacido en la gloria de la antigua Esparta. Cyril había superado a la locura misma, pero no fue tan fácil deshacerse de la avaricia, de esa sed de poder que lo llevó a condenarse sin ninguna señal de salvación.
Se quedó en las sombras en completa soledad. Sólo estaban él y El Holandés, en una plática silenciosa que dejaba mucho qué pensar. El resto de la tripulación se había ido a deambular por los lugares más deprimentes de la ciudad, mientras que Cyril permanecía en ese barco que bien podía ser suyo, como que no lo era. O quizá fuera él quien le perteneciera a esa bestia.
¿Temería acaso por algún ladronzuelo curioso que decidiera internarse en las tinieblas del Holandés? ¡Que lo intentara el osado! Porque no saldría con vida, y si la conservaba, era porque su alma había sido arrastrada por el demonio del mar. Ni siquiera los brujos más adiestrados eran capaces de hacerle frente a ese monstruo. Solamente habían existido dos personajes capaces de lidiar con ese terror, además de él, cuyo espíritu se necesitaba. Willem, el real, y su amante. Ellos tenían ese poder para domar a un animal como ese barco. Pero uno ya estaba muerto, con la posibilidad de que su alma estuviera deambulando por ahí; Helga, ella... ¿Qué había sido de ella? Era una magnífica maestra en las artes arcanas, descendiente de un poderoso alquimista, sin embargo, Cyril no confiaba en que pudiera haber otra más...
Se deslizó por la bodega cuando escuchó la advertencia del maldito. Alguien, con osadía suficiente y una ambición interna como la suya, se había encargado de profanar la quietud de navío. Cyril permaneció un breve instante más entre las sombras. Si hubiera sido humano, estaría sofocado ante la pesadez que se sentía ahí abajo, en la nada misma, pero era un vampiro, y eso le sumaba puntos a su fortaleza. Sacudió la cabeza y decidió ir en busca del necio que se había adentrado en las fauces del demonio.
No se sorprendió ni un poco al ver que el intruso, en realidad, era intrusa. Sabía que las mujeres tenían las mejores capacidades como brujas, ya había sido testigo en varias ocasiones, y no por nada eran tan señaladas, y al mismo tiempo, tan necesarias en muchísimos ritos. Así pues, Cyril se quedó observándola. El Holandés sólo le hablaba a él, y los muertos, sus trovadores, la habían llevado hasta ahí. No iba sola, existía alguien más en su interior. Dos almas por el precio de una, ¿no es así, maldito?
—¿Qué buscas? ¿Un grimorio para...? ¿Para qué? —inquirió, con la voz áspera, producto de haber pasado tanto tiempo en compañía de un ser demencial—. Pierden su tiempo, brujas. Su dueño, que falleció hace dos siglos, se llevó los grimorios consigo.
Sonrió, pero lo hizo con malicia. Uh, si su antiguo compañero de armas lo viera, lo alentaría sin descanso. Tampoco era necesario, porque ya había alguien (algo) más haciéndolo... Y por eso fue a parar frente a la mujer, rodeándole el cuello con la mano, sin apretar lo suficiente, de lo contrario, ya le habría roto los huesos.
—Él estaría encantado de devorarte, a ti, y a la pobre estúpida que has traído... Nunca le hagas cosquillas al demonio, porque podrías lamentarlo.
Y no era Cyril. Era El Holandés Errante quien reclamaba sus dominios; quien se hallaba hambriento de más poder, anunciándole a su dueño su presencia inmortal en el mar.
Willem van der Decken- Vampiro Clase Media
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Re: Graveless {Privado}
Oh, no, estamos en problemas, hagas lo que hagas aléjate del Capitán, vamos, ¡no te quedes quieta y muévete!
Pero no podía, me sentía paralizada. Aunque todo en mí, incluida ella (especialmente ella) me estaba diciendo que debía marcharme, había quedado quieta por el miedo que sentía y que él estaba provocándome sólo con su mirada, antes siquiera de que me hablara. Es más, ni siquiera necesitó hacerlo, pues ya me encontraba temblando antes de que sus labios se abrieran y pudieran vérsele los colmillos. ¿Era normal que fueran así de largos? No podía serlo, no parecía en absoluto como otros vampiros, no...
¡Pues claro que no, estúpida, es el Capitán del Holandés Errante, no es un vampiro cualquiera!
Sus palabras no me decían nada, no en mi estado de pánico. Sin embargo... Creí ver algo. Era complicado con los gritos de Alchemilla en mi cabeza y los muertos cantándonos historias de ese poderoso grimorio que, según el vampiro, ya no se encontraba allí. No podía saberlo seguro, sino que sólo era una intuición de esas que a veces sentía, como las que me sugerían que utilizara determinados aromas con ciertos clientes del burdel o que eligiera unas ropas u otras; no tenía motivo para creerlo, y sin embargo quise hacerlo.
No, él es un monstruo, no te confíes. ¡Vas a ponernos en riesgo a las dos con tu estupidez, maldita estúpida!
¿Tenía razón? Tal vez. Él se comportó como ella sugería que lo haría, abalanzándose sobre mí como una criatura de pesadilla que buscaba herirme y demostrarme que no tenía el control, ¡como si no lo supiera! Justo por eso creía ver que él tampoco estaba completamente solo, que había algo controlando sus movimientos y esa influencia era la que le provocaba ese comportamiento errante, como el mismo barco, del que hacía gala. No quería responderle, no sabía cómo responderle, porque además se me estaba haciendo difícil respirar por su presión sobre mi cuello; aun así, lo intenté, porque no me quedaba más remedio que hacerlo, o así lo sentía yo.
– No lo sé. Los muertos cantaban que debía venir aquí, que... que había algo que necesitaba obtener y sólo lo encontraría a bordo del barco. – respondí, como pude, atascándome en las palabras porque me costaba encontrar el aliento suficiente para poder hacerlas comprensibles. Por un momento, aunque fuera peligroso, cerré los ojos y mi cuerpo tomó el control por encima de mi mente, y sobre todo por encima de Alchemilla, aunque eso no calló sus constantes quejas, a punto de volverme más loca aún de lo que ya estaba.
¡Ni se te ocurra, no hagas lo que estás pensando, nunca es la maldita solución y mucho menos lo va a ser ahora con el monstruo de las pesadillas que nos está matando, te lo prohíbo!
Ah, qué bien se sintió ignorarla. Aunque al principio me costaba más, al creer que ella era yo y que siempre tenía mi beneficio en sus (mis) pensamientos, cada vez, a medida que me iba dando cuenta de que éramos dos diferentes aunque ella pretendiera ser la única, se me iba haciendo más fácil resistirme a su control y a ese maldito canto, casi de sirena, que pretendía ejercer sobre mí. Y, de acuerdo, tal vez no era la mejor idea, tal vez nos ponía más en peligro, pero no podía evitarlo igual que no podía evitar escucharla, así que actué sin pensar, y ya estaba.
Me voy a vengar de ti por esto, ¿lo sabes? Ahora ya sí. Lo vas a lamentar, te doy mi maldita palabra.
Pese a que la falta de aire me dolía en el pecho, contra las costillas, abrí los ojos y busqué los suyos, tan atormentados como había creído en un primer momento que lo habían estado: en eso sí tenía razón. Resistiéndome a la constante tentación de abandonarme a la paz y al sueño, deslicé las manos por su brazo, el mismo que estaba ahogándome, con una delicadeza que contrastaba con su propia actitud dominante, e incluso permití que mi cuerpo buscara una posición más cómoda contra aquella pared, quizá imaginando que se trataba de él porque era más fácil así.
– Puedo ayudarte. – murmuré. No supe de dónde habían venido las fuerzas porque notaba el resquemor de Alchemilla y, también, su curiosidad ante semejante afirmación, pero estaba segura. Y, es más, incluso una de mis manos se separó de su brazo y fue a parar a su sien, donde se apoyó con firmeza y, tras pronunciar unas palabras con casi mi último aliento, ayudé a que parte de su mente se quedara quieta y sola: la suya propia. Si tan sólo pudiera hacer eso conmigo misma... – No durará mucho. Lo sien... – farfullé, y entonces todo se volvió negro.
Pero no podía, me sentía paralizada. Aunque todo en mí, incluida ella (especialmente ella) me estaba diciendo que debía marcharme, había quedado quieta por el miedo que sentía y que él estaba provocándome sólo con su mirada, antes siquiera de que me hablara. Es más, ni siquiera necesitó hacerlo, pues ya me encontraba temblando antes de que sus labios se abrieran y pudieran vérsele los colmillos. ¿Era normal que fueran así de largos? No podía serlo, no parecía en absoluto como otros vampiros, no...
¡Pues claro que no, estúpida, es el Capitán del Holandés Errante, no es un vampiro cualquiera!
Sus palabras no me decían nada, no en mi estado de pánico. Sin embargo... Creí ver algo. Era complicado con los gritos de Alchemilla en mi cabeza y los muertos cantándonos historias de ese poderoso grimorio que, según el vampiro, ya no se encontraba allí. No podía saberlo seguro, sino que sólo era una intuición de esas que a veces sentía, como las que me sugerían que utilizara determinados aromas con ciertos clientes del burdel o que eligiera unas ropas u otras; no tenía motivo para creerlo, y sin embargo quise hacerlo.
No, él es un monstruo, no te confíes. ¡Vas a ponernos en riesgo a las dos con tu estupidez, maldita estúpida!
¿Tenía razón? Tal vez. Él se comportó como ella sugería que lo haría, abalanzándose sobre mí como una criatura de pesadilla que buscaba herirme y demostrarme que no tenía el control, ¡como si no lo supiera! Justo por eso creía ver que él tampoco estaba completamente solo, que había algo controlando sus movimientos y esa influencia era la que le provocaba ese comportamiento errante, como el mismo barco, del que hacía gala. No quería responderle, no sabía cómo responderle, porque además se me estaba haciendo difícil respirar por su presión sobre mi cuello; aun así, lo intenté, porque no me quedaba más remedio que hacerlo, o así lo sentía yo.
– No lo sé. Los muertos cantaban que debía venir aquí, que... que había algo que necesitaba obtener y sólo lo encontraría a bordo del barco. – respondí, como pude, atascándome en las palabras porque me costaba encontrar el aliento suficiente para poder hacerlas comprensibles. Por un momento, aunque fuera peligroso, cerré los ojos y mi cuerpo tomó el control por encima de mi mente, y sobre todo por encima de Alchemilla, aunque eso no calló sus constantes quejas, a punto de volverme más loca aún de lo que ya estaba.
¡Ni se te ocurra, no hagas lo que estás pensando, nunca es la maldita solución y mucho menos lo va a ser ahora con el monstruo de las pesadillas que nos está matando, te lo prohíbo!
Ah, qué bien se sintió ignorarla. Aunque al principio me costaba más, al creer que ella era yo y que siempre tenía mi beneficio en sus (mis) pensamientos, cada vez, a medida que me iba dando cuenta de que éramos dos diferentes aunque ella pretendiera ser la única, se me iba haciendo más fácil resistirme a su control y a ese maldito canto, casi de sirena, que pretendía ejercer sobre mí. Y, de acuerdo, tal vez no era la mejor idea, tal vez nos ponía más en peligro, pero no podía evitarlo igual que no podía evitar escucharla, así que actué sin pensar, y ya estaba.
Me voy a vengar de ti por esto, ¿lo sabes? Ahora ya sí. Lo vas a lamentar, te doy mi maldita palabra.
Pese a que la falta de aire me dolía en el pecho, contra las costillas, abrí los ojos y busqué los suyos, tan atormentados como había creído en un primer momento que lo habían estado: en eso sí tenía razón. Resistiéndome a la constante tentación de abandonarme a la paz y al sueño, deslicé las manos por su brazo, el mismo que estaba ahogándome, con una delicadeza que contrastaba con su propia actitud dominante, e incluso permití que mi cuerpo buscara una posición más cómoda contra aquella pared, quizá imaginando que se trataba de él porque era más fácil así.
– Puedo ayudarte. – murmuré. No supe de dónde habían venido las fuerzas porque notaba el resquemor de Alchemilla y, también, su curiosidad ante semejante afirmación, pero estaba segura. Y, es más, incluso una de mis manos se separó de su brazo y fue a parar a su sien, donde se apoyó con firmeza y, tras pronunciar unas palabras con casi mi último aliento, ayudé a que parte de su mente se quedara quieta y sola: la suya propia. Si tan sólo pudiera hacer eso conmigo misma... – No durará mucho. Lo sien... – farfullé, y entonces todo se volvió negro.
Invitado- Invitado
Re: Graveless {Privado}
Había sobrevivido a las guerras de su época, incluso lo había conseguido en los siglos siguientes; batalló por la supervivencia y por el gusto de mantenerse activo en uno de sus intereses favoritos, sin embargo, fue rozando los bordes de la locura, cada vez, hasta que consiguió escapar. ¿O no? Cyril terminó cediendo a los caprichos de su ambición, y eso lo llevó a naufragar en aguas desconocidas aliándose con la cosa con la que menos debía: El Holandés Errante. Un barco maldito que, lentamente, iba drenándole lentamente la conciencia. Pero tal vez él era demasiado testarudo y no pretendía ceder así nada más, aunque la lucha no estaba siendo muy sencilla.
En ese momento realmente no se hallaba muy consciente de sus actos, porque, una vez más, El Holandés había intentado poseer sus pensamientos, sumergiéndolos en las tinieblas de la ignorancia, tomando el control de sus acciones como si se tratara de un títere de su maldad. Quizá hasta el vampiro podía considerarse afortunado, porque la mujer había llegado en el instante indicado; o tal vez no. ¿Sería ella una infeliz víctima del apetito abismal de aquel monstruo de mar? Si Cyril luchaba para retomar el control de su razón, podría ella ser salvada a tiempo, antes de que las garras de él terminaran por fracturar su cuello...
Aun así,no hubo ni un segundo en el que El Holandés no quisiera acabar con la intrusa, observándola con genuina rabia a través de los ojos del vampiro, yendo más allá, atreviéndose, incluso, a descubrir que en ese cuerpo habían dos. Sí, dos almas que podía devorar para hacerse más fuerte. ¿Acaso creían que con unos cuantos hechizos iban a conseguir dominarlo? No. Eso sólo conseguiría atarlas a él, por toda la eternidad. Algo así como le ocurría a Cyril, con la diferencia de que el vampiro, en cuestión, se había hecho con la posición del capitán al asesinar al real, y eso era algo que navío admiró en su momento, aunque no dejara de clamar al fantasma errante de su legítimo dueño.
—Una vez que pisas mis dominios, no consigues librarte jamás de mis garras. Una vez que decides molestarme, no podrás huir, pobre alma abandonada a la ambición. Tus actos serán tu condena —habló El Holandés a través del hombre al que dominaba. Su voz sonaba áspera, como un demonio intentando modular su voz, pero fracasando en el intento—. ¿Quién desea tener mi poder? ¡Una pobre estúpida que no es capaz de controlar un cuerpo! ¡Una infeliz sólo vive atada a la locura! Cuando seas expulsada de ese cuerpo, irás a parar al océano en donde te devorarán las bestias marinas...
Se apartó bruscamente, empujando, al mismo tiempo, a la mujer, dejándola caer al suelo. Se llevó las manos a la cabeza para tirar de los cabellos mientras gruñía y hablaba en su lengua natal. Balbuceaba cosas sin sentido, incluso hizo a un lado un taburete con rabia e impotencia.
Después de la tormenta de su mente, vino la calma. Ese silencio que tanto había extrañado, y que también le había dirigido a las fauces del demonio del mar.
—No debiste haber hecho eso mujer. No debiste haber venido aquí en primer lugar, ni mucho menos fastidiar a esa bestia. ¿Qué necesidad, a ver? —gruñó, Cyril, ya más recuperado cuando el maldito regresó a su lugar, ocultándose en cada sombra que dominaba en el navío—. La única persona que puede hacerle frente a ese monstruo está muerta. Nadie me puede ayudar; apenas puedo hacerlo yo mismo, aunque cada vez esté perdiendo más la batalla.
Se sacó el rosario budista de su bolsillo, mirándolo en silencio por unos minutos. Al girarse, ella aún continuaba inconsciente en el suelo. Cyril bufó con hastío, yendo hasta el cuerpo para cagarlo y dejarlo en reposo sobre el lecho. Aún seguía viva, podía escuchar la sangre corriendo por sus venas, y los latidos débiles de su corazón. Ventajas de ser un vampiro, suponía, aunque era lo menos que deseaba en ese instante.
En ese momento realmente no se hallaba muy consciente de sus actos, porque, una vez más, El Holandés había intentado poseer sus pensamientos, sumergiéndolos en las tinieblas de la ignorancia, tomando el control de sus acciones como si se tratara de un títere de su maldad. Quizá hasta el vampiro podía considerarse afortunado, porque la mujer había llegado en el instante indicado; o tal vez no. ¿Sería ella una infeliz víctima del apetito abismal de aquel monstruo de mar? Si Cyril luchaba para retomar el control de su razón, podría ella ser salvada a tiempo, antes de que las garras de él terminaran por fracturar su cuello...
Aun así,no hubo ni un segundo en el que El Holandés no quisiera acabar con la intrusa, observándola con genuina rabia a través de los ojos del vampiro, yendo más allá, atreviéndose, incluso, a descubrir que en ese cuerpo habían dos. Sí, dos almas que podía devorar para hacerse más fuerte. ¿Acaso creían que con unos cuantos hechizos iban a conseguir dominarlo? No. Eso sólo conseguiría atarlas a él, por toda la eternidad. Algo así como le ocurría a Cyril, con la diferencia de que el vampiro, en cuestión, se había hecho con la posición del capitán al asesinar al real, y eso era algo que navío admiró en su momento, aunque no dejara de clamar al fantasma errante de su legítimo dueño.
—Una vez que pisas mis dominios, no consigues librarte jamás de mis garras. Una vez que decides molestarme, no podrás huir, pobre alma abandonada a la ambición. Tus actos serán tu condena —habló El Holandés a través del hombre al que dominaba. Su voz sonaba áspera, como un demonio intentando modular su voz, pero fracasando en el intento—. ¿Quién desea tener mi poder? ¡Una pobre estúpida que no es capaz de controlar un cuerpo! ¡Una infeliz sólo vive atada a la locura! Cuando seas expulsada de ese cuerpo, irás a parar al océano en donde te devorarán las bestias marinas...
Se apartó bruscamente, empujando, al mismo tiempo, a la mujer, dejándola caer al suelo. Se llevó las manos a la cabeza para tirar de los cabellos mientras gruñía y hablaba en su lengua natal. Balbuceaba cosas sin sentido, incluso hizo a un lado un taburete con rabia e impotencia.
Después de la tormenta de su mente, vino la calma. Ese silencio que tanto había extrañado, y que también le había dirigido a las fauces del demonio del mar.
—No debiste haber hecho eso mujer. No debiste haber venido aquí en primer lugar, ni mucho menos fastidiar a esa bestia. ¿Qué necesidad, a ver? —gruñó, Cyril, ya más recuperado cuando el maldito regresó a su lugar, ocultándose en cada sombra que dominaba en el navío—. La única persona que puede hacerle frente a ese monstruo está muerta. Nadie me puede ayudar; apenas puedo hacerlo yo mismo, aunque cada vez esté perdiendo más la batalla.
Se sacó el rosario budista de su bolsillo, mirándolo en silencio por unos minutos. Al girarse, ella aún continuaba inconsciente en el suelo. Cyril bufó con hastío, yendo hasta el cuerpo para cagarlo y dejarlo en reposo sobre el lecho. Aún seguía viva, podía escuchar la sangre corriendo por sus venas, y los latidos débiles de su corazón. Ventajas de ser un vampiro, suponía, aunque era lo menos que deseaba en ese instante.
Willem van der Decken- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/08/2017
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Re: Graveless {Privado}
Ni siquiera con esa oscuridad vino la calma. No recordaba mucho de mí misma y de mi pasado, ignoraba quién había sido antes de despertar dolorida y más llena de mí y de otra de lo que habría deseado jamás, pero no era la primera vez que quedaba inconsciente, y solía ser algo pacífico... Un manto negro, de seda quizá, o de alguna tela suave y agradable que se desliza suavemente por la vista e impide ver nada, pero que se siente al mismo tiempo protector, como un refugio en medio de una tormenta.
Así era como recordaba; así, como me gustaba. El que se apoderó de mí, no obstante, fue atronador y doloroso, como una avalancha de nieve y rocas (¿nieve? ¿Dónde había visto yo eso, si no recordaba inviernos tan rigurosos en París...?) que ves venir, pero de la que no puedes huir porque eres demasiado poco, demasiado insignificante para evitarla. Y yo lo había sabido, oh, sí; una parte de mí, ella e incluso yo misma, había sabido que nada de todo aquel asunto terminaría bien, y aun así allí había terminado, prisionera en esa oscuridad agobiante.
No, no era como algo que caía sobre mí, sino como hundirme yo en lo más profundo de un hoyo del que no sabía si vería alguna vez el fin, y que se iba volviendo cada vez más estrecho a medida que yo seguía cayendo, completamente sola y absolutamente desesperada. Mas no estaba sola, oía las voces crueles de los muertos y del navío, ese espectro que olía a muerte y sonaba a cuchillo desafilado, alentarme en la caída, obligándome a seguir sufriendo hasta que me entregara voluntariamente. ¿A qué? Ni siquiera lo sabía.
Al Holandés. Esta maldita criatura busca que nos unamos a su estúpida tripulación. ¡No, no, yo sólo quería el grimorio, no quería ni un vampiro ni un barco ni a todos estos muertos...!
Pero era lo que teníamos, las dos, y no podíamos quejarnos. Sólo podíamos tratar de sobreponernos a la oscuridad y a la caída, y aunque cada vez me sentía más débil y más fácil de arrastrar por esa fuerza que parecía superar a la mía, hubo un pequeño cambio que ayudó a que me concentrara mejor. Al principio, fue algo tan sutil que ni siquiera lo noté, apenas un roce en un cuerpo que sabía que era mío, pero que no se sentía como tal; después, sin embargo, me obligué a centrarme en esa sensación, en el frío de esas manos... en el vampiro que me sostenía.
¿Nos está ayudando? ¡No, fulana, no te lo creas, sólo busca robarnos el grimorio y unirnos a esa tripulación de muerte suya!
La ignoré. Su voz era fácil de perder en la amalgama que estaba escuchando sin parar y sin control, de tan molesta que era silenciarla era una tarea tan sencilla que no tuve ni que pensar en ella, y ello ayudó a que prestara más atención a las manos del vampiro, a su cuerpo sosteniéndome y al lecho suave y blando como debían de ser las nubes en el que me encontré justo después. Vagamente quise recordar que su voz sonaba como la de un hombre, y no como la de un espectro, pero de eso no estuve segura; demonios, ni siquiera me atrevía a abrir los ojos...
– ¿Capitán? – pregunté. Odié lo débil que sonó mi voz, como si me la hubieran arrancado del pecho y me hubieran puesto una roca de las de la avalancha inicial encima para que no pudiera seguir hablando; aun así, fue suficiente para que me obligara a abrir los ojos despacio y a mirarlo, quizá asegurándome de que se trataba de él y no de los espectros del barco en el que nos encontrábamos los dos, yo por voluntad propia y él... ¿Por qué?
– No sé bien por qué he venido. Es algo que no he podido controlar, creía que encontraría una cosa y... Lo lamento. – me disculpé, bajando la mirada, aunque de inmediato me incorporé y me deslicé sobre el lecho, ignorando la ropa moviéndose o incluso las sábanas arrugándose debajo de mí, para acercarme a él. Seguía sin pensar bien en lo que estaba haciendo, esa era la mejor explicación posible, y por eso acaricié las cuentas del rosario, sin mirarlo y sin atreverme a que fuera su piel la que rozara.
– Tiene que haber alguna solución. Me niego a creer que todo esté perdido. Si yo creo que puedo librarme de esto... Tú tienes que tener alguna manera. ¿No? – pregunté. Era la desesperación de dos seres, él y yo, atados por fuerzas que amenazaban con controlarnos; ese elemento en común que repentinamente descubríamos que poseíamos y que en él era más fuerte que en mí, pero sólo porque él podía aguantarlo mucho mejor que yo, de eso estaba segura.
Así era como recordaba; así, como me gustaba. El que se apoderó de mí, no obstante, fue atronador y doloroso, como una avalancha de nieve y rocas (¿nieve? ¿Dónde había visto yo eso, si no recordaba inviernos tan rigurosos en París...?) que ves venir, pero de la que no puedes huir porque eres demasiado poco, demasiado insignificante para evitarla. Y yo lo había sabido, oh, sí; una parte de mí, ella e incluso yo misma, había sabido que nada de todo aquel asunto terminaría bien, y aun así allí había terminado, prisionera en esa oscuridad agobiante.
No, no era como algo que caía sobre mí, sino como hundirme yo en lo más profundo de un hoyo del que no sabía si vería alguna vez el fin, y que se iba volviendo cada vez más estrecho a medida que yo seguía cayendo, completamente sola y absolutamente desesperada. Mas no estaba sola, oía las voces crueles de los muertos y del navío, ese espectro que olía a muerte y sonaba a cuchillo desafilado, alentarme en la caída, obligándome a seguir sufriendo hasta que me entregara voluntariamente. ¿A qué? Ni siquiera lo sabía.
Al Holandés. Esta maldita criatura busca que nos unamos a su estúpida tripulación. ¡No, no, yo sólo quería el grimorio, no quería ni un vampiro ni un barco ni a todos estos muertos...!
Pero era lo que teníamos, las dos, y no podíamos quejarnos. Sólo podíamos tratar de sobreponernos a la oscuridad y a la caída, y aunque cada vez me sentía más débil y más fácil de arrastrar por esa fuerza que parecía superar a la mía, hubo un pequeño cambio que ayudó a que me concentrara mejor. Al principio, fue algo tan sutil que ni siquiera lo noté, apenas un roce en un cuerpo que sabía que era mío, pero que no se sentía como tal; después, sin embargo, me obligué a centrarme en esa sensación, en el frío de esas manos... en el vampiro que me sostenía.
¿Nos está ayudando? ¡No, fulana, no te lo creas, sólo busca robarnos el grimorio y unirnos a esa tripulación de muerte suya!
La ignoré. Su voz era fácil de perder en la amalgama que estaba escuchando sin parar y sin control, de tan molesta que era silenciarla era una tarea tan sencilla que no tuve ni que pensar en ella, y ello ayudó a que prestara más atención a las manos del vampiro, a su cuerpo sosteniéndome y al lecho suave y blando como debían de ser las nubes en el que me encontré justo después. Vagamente quise recordar que su voz sonaba como la de un hombre, y no como la de un espectro, pero de eso no estuve segura; demonios, ni siquiera me atrevía a abrir los ojos...
– ¿Capitán? – pregunté. Odié lo débil que sonó mi voz, como si me la hubieran arrancado del pecho y me hubieran puesto una roca de las de la avalancha inicial encima para que no pudiera seguir hablando; aun así, fue suficiente para que me obligara a abrir los ojos despacio y a mirarlo, quizá asegurándome de que se trataba de él y no de los espectros del barco en el que nos encontrábamos los dos, yo por voluntad propia y él... ¿Por qué?
– No sé bien por qué he venido. Es algo que no he podido controlar, creía que encontraría una cosa y... Lo lamento. – me disculpé, bajando la mirada, aunque de inmediato me incorporé y me deslicé sobre el lecho, ignorando la ropa moviéndose o incluso las sábanas arrugándose debajo de mí, para acercarme a él. Seguía sin pensar bien en lo que estaba haciendo, esa era la mejor explicación posible, y por eso acaricié las cuentas del rosario, sin mirarlo y sin atreverme a que fuera su piel la que rozara.
– Tiene que haber alguna solución. Me niego a creer que todo esté perdido. Si yo creo que puedo librarme de esto... Tú tienes que tener alguna manera. ¿No? – pregunté. Era la desesperación de dos seres, él y yo, atados por fuerzas que amenazaban con controlarnos; ese elemento en común que repentinamente descubríamos que poseíamos y que en él era más fuerte que en mí, pero sólo porque él podía aguantarlo mucho mejor que yo, de eso estaba segura.
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