AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hasard || Privado, Julie & Howl
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Hasard || Privado, Julie & Howl
Hasard
Cuando despertó, de nuevo era de noche y tenía muchísima hambre, buscó a Gertrude y ésta, sorprendida, le preguntó donde estaban las dos raciones de comida que había llevado en una bandeja hasta su habitación, Fleur, poco acostumbrada a mentir, dijo que lo había entregado a los mastines y éstos habían roto la bandeja, si le creyeron o no, no lo sabría nunca pues abandonó la cocina lo antes posible para ir hasta el comedor a tomar la merienda. Estaría sola, su tía indispuesta ya se había dormido y Marion, seguramente estaría fornicando por ahí, lo pensó pero no lo dijo por supuesto. Comió hasta hartarse y al terminar deambuló por la casa, por cada ventana a decir verdad, como si tuviera la esperanza de ver algo a lo lejos, entre los árboles apenas visibles del bosque; se dio por vencida un rato después y con sueño, volvió a sus aposentos donde Gertrie amable la desvistió y le deseo las buenas noches. Quiso salir, tuvo el impulso de tomar de nuevo la capa y salir corriendo al bosque, pero su buen juicio aún estaba intacto, solamente le quedaban los deseos y sus fantasías, las cuales volvió sombras para revivir lo sucedido esa mañana y esa tarde.
Paró cuando las sombras tomaron vida propia, tomando prestados sus propios pensamientos. Fleur los borró de un plumazo cuando comenzaron a enredarse tanto que no podía percibir donde comenzaba ella y donde terminaba él, Gyuri. Pegó las manos heladas a sus mejillas para calmar los calores y se escabulló debajo de las cobijas, reprendiéndose, molesta y asqueada. —¿Qué me pasa? Dios, qué vergüenza...— Murmuró, quedándose dormida poco después. En sus sueños no estuvo presente, de hecho, de negros se fue a blancos cuando tuvo que abrir los ojos porque Gertrie la descobijaba, avisándole que su tía ordenaba que fueran a hacer un par de diligencias personales. Primero debían ir a la botica y después a buscar quién-sabe-qué-cosas con Monsieur Piqué, uno de esos amigos extraños de la tía, y al parecer, debía ir con Marion a fuerza. Fleur, molesta por la imposición, se escurrió de la cama para vestirse directamente, dejando que Gertrie le hiciera uno de esos moños complicados que tanto le gustaban. Cuando estuvo lista, sin siquiera dedicar una mirada a su hermana, bajó la escalera y salió del castillo para enfilarse hasta el carruaje, cerrado para protegerlas del frío que hacía. Gertrude era quién llevaba las encomiendas anotadas en un papel azul, con la preciosa caligrafía de Madame Rossini, Fleur, concentrada en el camino hacia el bosque, esperaba de nuevo algo que no sucedería.
—¿Será acaso posible que paremos en alguna bizcochería? No me han dado tiempo ni de tomar un vaso de leche—, se quejó Fleur, mientras evitaba a toda costa mirar a Marion. Gertrude, quién las conocía a la perfección, intentó contentarlas poniendo de pretexto que el asiento que le tocaba, a un costado de Fleur, le dañaba la espalda, así que le pidió a Julie que cambiaran. —Pueden ir las dos ahí, caben bien...—, miró a Gertrie con molestia y después a Marion, esquivándola rápidamente para volver la vista hacia el camino, expectante. Gertrie, conciliadora, tomó la mano de Marion y le sonrió con ternura, murmurando palabras de apoyo: "No te preocupes, esto también se arreglará"
Paró cuando las sombras tomaron vida propia, tomando prestados sus propios pensamientos. Fleur los borró de un plumazo cuando comenzaron a enredarse tanto que no podía percibir donde comenzaba ella y donde terminaba él, Gyuri. Pegó las manos heladas a sus mejillas para calmar los calores y se escabulló debajo de las cobijas, reprendiéndose, molesta y asqueada. —¿Qué me pasa? Dios, qué vergüenza...— Murmuró, quedándose dormida poco después. En sus sueños no estuvo presente, de hecho, de negros se fue a blancos cuando tuvo que abrir los ojos porque Gertrie la descobijaba, avisándole que su tía ordenaba que fueran a hacer un par de diligencias personales. Primero debían ir a la botica y después a buscar quién-sabe-qué-cosas con Monsieur Piqué, uno de esos amigos extraños de la tía, y al parecer, debía ir con Marion a fuerza. Fleur, molesta por la imposición, se escurrió de la cama para vestirse directamente, dejando que Gertrie le hiciera uno de esos moños complicados que tanto le gustaban. Cuando estuvo lista, sin siquiera dedicar una mirada a su hermana, bajó la escalera y salió del castillo para enfilarse hasta el carruaje, cerrado para protegerlas del frío que hacía. Gertrude era quién llevaba las encomiendas anotadas en un papel azul, con la preciosa caligrafía de Madame Rossini, Fleur, concentrada en el camino hacia el bosque, esperaba de nuevo algo que no sucedería.
—¿Será acaso posible que paremos en alguna bizcochería? No me han dado tiempo ni de tomar un vaso de leche—, se quejó Fleur, mientras evitaba a toda costa mirar a Marion. Gertrude, quién las conocía a la perfección, intentó contentarlas poniendo de pretexto que el asiento que le tocaba, a un costado de Fleur, le dañaba la espalda, así que le pidió a Julie que cambiaran. —Pueden ir las dos ahí, caben bien...—, miró a Gertrie con molestia y después a Marion, esquivándola rápidamente para volver la vista hacia el camino, expectante. Gertrie, conciliadora, tomó la mano de Marion y le sonrió con ternura, murmurando palabras de apoyo: "No te preocupes, esto también se arreglará"
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/02/2018
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Cuando Gertrude fue a despertarla aquella mañana, Julie estaba ya levantada. No había dormido en casi toda la noche, le costaba horrores desde que su hermana se había mudado de habitación; en la cama le faltaba ella, le faltaba su calor y su perfume, y le sobraba tristeza e impotencia porque no había ningún hechizo para volver el tiempo atrás. No sólo estaba arrepentida de haberle contado, también estaba arrepentida de haberlo hecho y eso, tratándose de Marion, era todo un acontecimiento, pues nunca tenía tales sentimientos hacia lo que en el pasado hubo disfrutado. Nunca lamentaba haberla pasado bien, haber atravesado momentos de fruición y deseo y diversión; hasta ahora, que había encontrado que la indiferencia de su hermana pesaba mucho más que todo eso.
Se miró en el espejo, mientras Gertrude iba por Fleur, tras que Julie hubiera declinado la oferta de ayudarla a vestirse. Podía hacerlo sola, quería estar sola. En el cristal, vio que estaba pálida y demacrada, y sólo ahora que había dejado de llorar, había dejado también de llover, por eso la tía las había mandado a la calle. Marion no quería ir, pues aunque quería estar cerca de Fleur, odiaba el rechazo que percibía cada vez que eso pasaba. Su hermana le había dicho que le daba asco, que no eran más hermanas y procuraba demostrárselo en cada oportunidad con la más atroz sutileza. Por eso salió del cuarto con el ánimo por los suelos y los ojos todavía hinchados por el llanto y el insomnio.
Buscó la mirada de Fleur, pero ésta claramente la evitó, así que no insistió porque le dolía demasiado cada vez que eso ocurría. Fleur le dejó el «buenos días» a la mitad avanzando directamente hacia el carruaje y Julie, sin más, decidió hacer lo mismo. La siguió de cerca y subió detrás de Gertrude, quien quedó en medio de ambas mellizas, aunque no por mucho tiempo. «¿Qué estás haciendo, Gertrude?», pensó con cierto enfado Julie cuando la sirvienta alegó que le dolía la espalda para dejarle el asiento del medio, y que así quedara ella, la melliza menor, al lado de la mayor. Esperablemente, Fleur rechazó la idea de cambiar de asientos y eso fue como una puñalada para Julie. Gertrude pudo percibirlo, pues le dio unas palabras de apoyo que ella recibió de mala manera:
—¿Tú qué sabes? —le espetó, pues Gertrude no había lo que había pasado entre ellas siquiera. Marion retiró la mano para después quedarse mirando en la dirección opuesta mientras el carruaje partía. ¿El destino? La zona comercial de París, a la que arribaron poco más tarde en medio de un abrumador silencio sólo interrumpido por los pasos de los caballos con las herraduras en las patas y el propio sonido de las ruedas girando; más tarde, se le añadieron las voces de la muchedumbre que deambulaba por esas calles concurridas.
Cuando el carruaje se detuvo, Julie bajó de un salto, acomodándose el vestido después. Aguardó que a Fleur bajara, ya sin esperanzas de caminar del brazo con ella, lo cual casi la hizo romper en llanto ahí mismo.
Julie du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/02/2018
Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Fleur bajó más moderadamente del carruaje, después de Marion y Gertrude, se arregló el vestido y los guantes, también el sombrerito que le servía para protegerse del vientro frío de la mañana. Al parecer el primer punto en visitar sería la botica, lugar donde comprarían las sales y otros remedios médicos de la tía quién subestimaba muchísimo el poder de los tés, más aún aquellos que Madame Renoir llevaba y que tanto bien le hacían cuando lograban meterlos en sus comidas a base de chapucerías. Gertrude, quién acostumbraba a ir sola tras las mellizas, ahora no sabía cómo sería el acomode pues ellas siempre iban del brazo, sin embargo, fue Fleur la que acomodó la situación, adelantándose sin decir nada. Sus pasos guiaron el camino ya conocido, pero al llegar a la botica, se volvió para pedirle a Gertrie que la llevara a algún lugar donde poder comprar algún bizcochito de fresas o crema para tener energía.
—¿Usted también quiere comer algo, Mademoiselle Marion?—, preguntó la sirvienta, mientras Fleur rodaba los ojos y se daba la vuelta. No le había pasado desapercibida la palidez de su hermana, ni los ojos rojos o las ganas de llorar tan a flor de piel que parecía tener su gesto, pero si daba su brazo a torcer, todo volvería a ser igual y Marion jamás entendería que estaba comportándose muy mal y eso la llevaría a tener problemas realmente serios. La entendía, un poco más desde la tarde anterior, pero tampoco podía hacerle esa confidencia, conocía más que a ella misma a su melliza y sería como alimentar con maderas ese incendio que ya era. Sabiéndose seguida por las otras dos mujeres, Fleur buscó con cierta ansiedad la pastelería de Madame Candice: un negocio más que visible por su fachada tan colorida y más que nada por el aroma que desprendía, dulce y delicioso como ningún otro. Fue precisamente ese aroma el que la guió hasta ahí, despertando el hambre que sentía y la ansiedad, que la hizo temblar. Volteó de reojo hacia Gertrude para que se diera prisa y entró poco después, yendo directo al mostrador donde las delicias se extendían en todo su esplendor. Pastelillos de todo tipo de cremas y texturas, bañados en jarabes y confites que endulzarían la vida del más miserable de los hombres.
Fue la misma Candice quien las atendió, saludando con cariño a las dos mellizas a las que conocía desde más niñas. —Bonjour, pâtisserie, ¿cómo están mis dos clientas preferidas?—, las saludó cándida, detrás del mostrador. —Mon Dieu, Marion, ¿por qué tienes esa carita? Mira qué pálida estás, oh, oui, oui, yo sé que te animará, mon petite amie, una rebanada de clafoutis...
Fleur, quién tuvo mucho en contra de la pastelera -mote despectivo que le asignó después de que prácticamente pasara de ella para ponerle atención a la meretriz de su hermana -mote doblemente despectivo que comenzó a usar hacia Marion en ese mismo instante, comenzó a toser con molestia, haciéndose notar con enfado. Candice entonces volteó el rostro regordete a la otra pelirroja y después a Gertrude quien le hizo un ademán, dándole a entender que estaban peleadas. La repostera entendió de inmediato y bajó del mostrador después de dar las órdenes para que sirvieran el postre para Marion.
—Oh, mon petit Fleur, ¿tú qué deseas probar? Tengo los pastelitos de crema que devoraste la última vez que viniste...
—No—, respondió tajante. —Ya no quiero nada.
—¿No?... No entiendo—, miró confusa mientras Fleur se daba la vuelta y caminaba directo a la salida, molesta, más por el hambre que por la atención denegada y puesta en la pobre Marion que realmente parecía necesitar un abrazo. Mientras caminaba hacia otro lugar donde al menos comprar un pan salado, sin importarle dejar a Gertrude atrás aunque supuso que saldría por ella mientras Julie comía, comenzó a dar grandes zancadas, refunfuñando en voz baja, ocupándose en jalarse los guantes, pellizcándose la piel de las manos, acción que le valía más enojo y más maldiciones no muy propias de señoritas como ella. Fue en ese momento que tuvo la mala fortuna de darse de frente con lo que percibió como un maldito armario, dio varios pasos hacia atrás debido al rebote y apretó los labios, regresando a la carga para reclamar a quien hubiese dejado algo tan duro y grande en plena calle, pero no había nadie, ni era un objeto, sino precisamente ese par de ojos que la hicieron estremecerse y sentir la boca seca de golpe. Tartamudeó un poco y se quedó pasmada por breves segundos, escuchando la voz de Marion acercarse cada vez más. Una especie de incomodidad la atacó de pronto, haciéndola sentir mezquina, probablemente eran sus pensamientos, mismos que la llevaron a pensar que Marion comenzaría a coquetear con aquel gitano, con su secreto... Tembló, incómoda, furiosa, sin voluntad para moverse.
—¿Usted también quiere comer algo, Mademoiselle Marion?—, preguntó la sirvienta, mientras Fleur rodaba los ojos y se daba la vuelta. No le había pasado desapercibida la palidez de su hermana, ni los ojos rojos o las ganas de llorar tan a flor de piel que parecía tener su gesto, pero si daba su brazo a torcer, todo volvería a ser igual y Marion jamás entendería que estaba comportándose muy mal y eso la llevaría a tener problemas realmente serios. La entendía, un poco más desde la tarde anterior, pero tampoco podía hacerle esa confidencia, conocía más que a ella misma a su melliza y sería como alimentar con maderas ese incendio que ya era. Sabiéndose seguida por las otras dos mujeres, Fleur buscó con cierta ansiedad la pastelería de Madame Candice: un negocio más que visible por su fachada tan colorida y más que nada por el aroma que desprendía, dulce y delicioso como ningún otro. Fue precisamente ese aroma el que la guió hasta ahí, despertando el hambre que sentía y la ansiedad, que la hizo temblar. Volteó de reojo hacia Gertrude para que se diera prisa y entró poco después, yendo directo al mostrador donde las delicias se extendían en todo su esplendor. Pastelillos de todo tipo de cremas y texturas, bañados en jarabes y confites que endulzarían la vida del más miserable de los hombres.
Fue la misma Candice quien las atendió, saludando con cariño a las dos mellizas a las que conocía desde más niñas. —Bonjour, pâtisserie, ¿cómo están mis dos clientas preferidas?—, las saludó cándida, detrás del mostrador. —Mon Dieu, Marion, ¿por qué tienes esa carita? Mira qué pálida estás, oh, oui, oui, yo sé que te animará, mon petite amie, una rebanada de clafoutis...
Fleur, quién tuvo mucho en contra de la pastelera -mote despectivo que le asignó después de que prácticamente pasara de ella para ponerle atención a la meretriz de su hermana -mote doblemente despectivo que comenzó a usar hacia Marion en ese mismo instante, comenzó a toser con molestia, haciéndose notar con enfado. Candice entonces volteó el rostro regordete a la otra pelirroja y después a Gertrude quien le hizo un ademán, dándole a entender que estaban peleadas. La repostera entendió de inmediato y bajó del mostrador después de dar las órdenes para que sirvieran el postre para Marion.
—Oh, mon petit Fleur, ¿tú qué deseas probar? Tengo los pastelitos de crema que devoraste la última vez que viniste...
—No—, respondió tajante. —Ya no quiero nada.
—¿No?... No entiendo—, miró confusa mientras Fleur se daba la vuelta y caminaba directo a la salida, molesta, más por el hambre que por la atención denegada y puesta en la pobre Marion que realmente parecía necesitar un abrazo. Mientras caminaba hacia otro lugar donde al menos comprar un pan salado, sin importarle dejar a Gertrude atrás aunque supuso que saldría por ella mientras Julie comía, comenzó a dar grandes zancadas, refunfuñando en voz baja, ocupándose en jalarse los guantes, pellizcándose la piel de las manos, acción que le valía más enojo y más maldiciones no muy propias de señoritas como ella. Fue en ese momento que tuvo la mala fortuna de darse de frente con lo que percibió como un maldito armario, dio varios pasos hacia atrás debido al rebote y apretó los labios, regresando a la carga para reclamar a quien hubiese dejado algo tan duro y grande en plena calle, pero no había nadie, ni era un objeto, sino precisamente ese par de ojos que la hicieron estremecerse y sentir la boca seca de golpe. Tartamudeó un poco y se quedó pasmada por breves segundos, escuchando la voz de Marion acercarse cada vez más. Una especie de incomodidad la atacó de pronto, haciéndola sentir mezquina, probablemente eran sus pensamientos, mismos que la llevaron a pensar que Marion comenzaría a coquetear con aquel gitano, con su secreto... Tembló, incómoda, furiosa, sin voluntad para moverse.
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
La luna llena había desaparecido de los cielos nocturnos parisinos y Howl ya podía volver a ser Gyuri y tener una vida más o menos normal. Se sentía aliviado de estar de vuelta, sobre todo porque como lobo había estado a punto de morir la última vez que sufrió una transformación. Le debía la vida a una doncella que no conocía, y a la que le había pagado con amenazas ante la inquietud e incertidumbre de saberse descubierto. Lamentaba eso, pero confiaba en que ella entendería (¿a quién le agrada tener sus secretos en manos de desconocidos?) tanto como confiaba en que la volvería a ver.
Se le dio la oportunidad aquella mañana, cuando estaba en la tienda de artesanías que dirigía y sintió en el aire aquel perfume tan característico. Salió de inmediato de detrás del mostrador y caminó a toda prisa hacia la puerta del local. Miró a los alrededores; no la vio, sin embargo, seguía sintiendo el aroma en la brisa gélida del invierno. Entonces, supo que sería cuestión de tiempo hasta que apareciera. Resolvió, mientras tanto, armar un cigarro. Sacó del bolsillo de los pantalones marrones algo harapientos una cajita donde guardaba el tabaco y echó un poco sobre un papelillo de arroz que sacó del otro bolsillo con la otra mano. Mantuvo la preparación en la palma mientras guardaba de vuelta el tabaco y, después, con la mano ahora libre, enrolló el papel, envolviendo el tabaco, hasta que tuvo forma de cilindro. Otra cosa que llevaba en los bolsillos eran cerillos; utilizó uno para encender el cigarro, echarse hacia atrás contra el marco de la puerta de la tienda y, así, hacer más llevadera la espera, lanzando el cerillo usado en el suelo de forma despreocupada.
Se concentró tanto en el acto de fumar que no vio a Fleurtrude viniendo hacia él. No fue de extrañar que chocasen. O tal vez sí, era una casualidad tremenda, casi divina. Apenas Howl sintió el impacto, apartó el cigarro para no quemarla, incluso desde antes de reconocerla. Lo hizo unos instantes más tarde, mientras decía con una pequeña sonrisa:
—Cuidado, Mademoseil… ¿Fleurtrude? —se interrumpió a sí mismo, ensanchando más la sonrisa—. Si ese es tu nombre siquiera… ¿Qué tal? ¿Qué haces aquí? No vienes a extorsionarme, ¿verdad? —pensó que le había dejado claro que el poder lo tenía él, no ella. Al alzar la vista, vio a otra chica pelirroja correr hacia ellos—. ¿Tu melliza?... —preguntó, señalándola mientras daba otra gran calada al cigarro y no perdía el tiempo tratando de desviar el humo hacia otra parte que no fuera la misma Fleurtrude.
Howl- Licántropo Clase Media
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
La voz de ese hombre le sacó los colores de inmediato, olvidando por unos instantes que su hermana estaba acercándose a ellos, además, notó que ahora le hablaba con ligereza, ¿cómo era eso de estarla hablando de tú?, ¿quién se creía? Fleur se recompuso de inmediato y se llevó instintivamente la mano hacia el rostro, arreglándose los cabellitos que a la luz del día eran rubios, pero si se les ponía la atención debida, tomaban un tono verdoso particular. —Mi nombre es Mademoiselle du Bouëxic de Guich, no Fleurtrude—, aclaró, fingiendo una molestia que estaba lejos de sentir, no para con él, sino por la situación apremiante.
Tosió escandalosa y abanicó la mano enguantada para alejar ese pestilente humo que la hizo marearse, ¿qué demonios era eso? Miró con atención el tubito que él sostenía entre los dedos y disimuló su interés, carraspeando. —Pero, ¿cómo se atreve? Lo que yo haga en la calle no es asunto suyo, Gyuri—, dijo, pronunciando su nombre en voz alta, lo cual la hizo sentir un vuelco en el estómago; cuando él preguntó si Marion, ya a unos metros, era su hermana, Fleur asintió y dio todo por perdido, ahora el interés de él seguramente pasaría a los coqueteos descarados de su hermana y a esa pose de víctima con la que había amanecido, Fleur se arrepintió un poco de haber pedido compasión por pensar en ella.
La hubiese asesinado, a ver quién le cubría la espalda a la descarada esa. —Si me disculpa...— Se despidió, utilizando esa opción (aunque no la deseara) para poder saltar el hecho de que ellos dos hablaran y el coraje hacia su hermana aumentó una buena cantidad. Pasó a un costado del gitano y caminó muy despacio hacia ningún sitio, porque todo ya se le había olvidado. De reojo, miró al gitano y a su hermana, sintiendo un sudor frío que la molestaba sobremanera, pero no podía ponerle nombre a esa molestia, no la había sentido nunca antes y culpaba a Marion, porque todo lo malo que sucedía era su causa, por supuesto.
Tosió escandalosa y abanicó la mano enguantada para alejar ese pestilente humo que la hizo marearse, ¿qué demonios era eso? Miró con atención el tubito que él sostenía entre los dedos y disimuló su interés, carraspeando. —Pero, ¿cómo se atreve? Lo que yo haga en la calle no es asunto suyo, Gyuri—, dijo, pronunciando su nombre en voz alta, lo cual la hizo sentir un vuelco en el estómago; cuando él preguntó si Marion, ya a unos metros, era su hermana, Fleur asintió y dio todo por perdido, ahora el interés de él seguramente pasaría a los coqueteos descarados de su hermana y a esa pose de víctima con la que había amanecido, Fleur se arrepintió un poco de haber pedido compasión por pensar en ella.
La hubiese asesinado, a ver quién le cubría la espalda a la descarada esa. —Si me disculpa...— Se despidió, utilizando esa opción (aunque no la deseara) para poder saltar el hecho de que ellos dos hablaran y el coraje hacia su hermana aumentó una buena cantidad. Pasó a un costado del gitano y caminó muy despacio hacia ningún sitio, porque todo ya se le había olvidado. De reojo, miró al gitano y a su hermana, sintiendo un sudor frío que la molestaba sobremanera, pero no podía ponerle nombre a esa molestia, no la había sentido nunca antes y culpaba a Marion, porque todo lo malo que sucedía era su causa, por supuesto.
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Tal y como esperó, Fleur no la tomó del brazo. Gertrude le ofreció el suyo, pero no era lo mismo. Lo rechazó y caminó delante de la criada y detrás de Fleur, diciendo en voz alta que no quería nada. Así como no tenía sueño, tampoco tenía hambre. Si entró a esa pastelería fue porque su hermana lo hizo primero y aún así, recibió más atención que ésta, probablemente por sus ojeras y su inocultable aflicción. O su palidez, como bien había dicho Candice. Daba lo mismo. Julie rodó los ojos cuando ella no la estaba viendo. No había venido por un maldito clafoutis.
Miró a Fleur, atraída por la forma en que tosía. ¿Acaso estaba celosa? «Al menos eso quiere decir que me nota», pensó y se sintió rara al hacerlo y más aún porque encontró cierta satisfacción en ello. Al menos ya no era tan invisible para ella. Sin embargo, tampoco esperó que reaccionara de una manera tan radical.
—¡Fleur! —la llamó, saliendo de la pastelería detrás de ella—. ¿Adónde vas?
Se detuvo por unos momentos cuando la vio chocar y medio hablar con aquel hombre de cabello negro que a todas luces era un gitano. Intrigada, retomó la marcha, llegando a tiempo para escuchar que Fleur lo llamaba por el nombre: Gyuri. Entonces, ¿lo conocía? Confundida, miró al hombre y miró a Fleur, quien se despidió de él y siguió camino a quién-sabe-dónde; a Julie no le quedó más opción que ir detrás de ella otra vez, no sin antes hacerle una reverencia al hombre, más educada que coqueta pues la pelea con Fleur le había quitado todo deseo relativo a la seducción. No le dirigió la palabra a él, corrió tras Fleur y, una vez estuvo a la par, le preguntó, algo agitada:
—¿Quién era? ¿De dónde lo conoces? Y no te atrevas a decirme que no lo conoces porque oí que lo llamaste «Gyuri». ¿Desde cuándo te hablas con gitanos tú?
Julie du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/02/2018
Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Le sorprendió el hecho de que Julie no se quedara a coquetear con el gitano, sin embargo, no detuvo su marcha, ahora más rápida y molesta porque llevaba detrás a su hermana, hablándole o más bien, cuestionándola de cosas que no eran de su incumbencia. Fleur, poco acostumbrada a llamar la atención en la calle como cualquier joven de su posición, detuvo sus pasos y giró despacio para encarar a una Marion completamente desmejorada, casi se sintió culpable, pero no podía olvidar lo que había hecho, ¿cómo hacerlo? De nuevo le tuvo mucho rencor y fue por eso que su sino preocupado al principio, se endureció hasta el punto de no mostrar ninguna emoción positiva. —¿Se te olvida que puedo saber el nombre de la gente sin preguntar?—, dijo en voz baja, pues era una de las cosas básicas que Madame Renoir les había enseñado, así, ningún truan se aprovecharía de ellas jamás. —Vuelve con Gertrude, iré a comprar algunas cosas yo sola, no quiero que me vean contigo—, espetó finalmente, con más veneno del que Marion merecía.
—O quizás prefieras ir tras el gitano, ¿no? Al parecer tienes debilidad por cualquier cosa que tenga eso y sea un miserable—, no merecía ese trato y de inmediato se arrepintió por decir una barbaridad de ese tamaño, pero tampoco iba a arrepentirse. No sabía porque era así con Marion, cuando desde pequeñas siempre su deber había sido protegerla, quizás era el hecho de que había fallado precisamente en eso, no supo prever la situación y el temperamento de su hermana como para evitar que un esclavo la desflorara, poniendo en riesgo no sólo su reputación, sino también su vida; lo peor era que ella no se daba cuenta, Marion creía que todos la tenían en alta estima y no se daba cuenta en realidad de los chismes que corrían tras ella, siempre alentados por mujeres con los cascos más ligeros, sí, pero con la suficiente envidia por su juventud y debía admitirlo, belleza. Se dio la vuelta de nuevo y comenzó la marcha, deseando alejarse de la profunda herida que le había hecho a su hermana, asqueada de sí misma.
—O quizás prefieras ir tras el gitano, ¿no? Al parecer tienes debilidad por cualquier cosa que tenga eso y sea un miserable—, no merecía ese trato y de inmediato se arrepintió por decir una barbaridad de ese tamaño, pero tampoco iba a arrepentirse. No sabía porque era así con Marion, cuando desde pequeñas siempre su deber había sido protegerla, quizás era el hecho de que había fallado precisamente en eso, no supo prever la situación y el temperamento de su hermana como para evitar que un esclavo la desflorara, poniendo en riesgo no sólo su reputación, sino también su vida; lo peor era que ella no se daba cuenta, Marion creía que todos la tenían en alta estima y no se daba cuenta en realidad de los chismes que corrían tras ella, siempre alentados por mujeres con los cascos más ligeros, sí, pero con la suficiente envidia por su juventud y debía admitirlo, belleza. Se dio la vuelta de nuevo y comenzó la marcha, deseando alejarse de la profunda herida que le había hecho a su hermana, asqueada de sí misma.
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
—¿Y tú eres tan descuidada de llamar a la gente por su nombre si ellos no te lo han dicho? —preguntó Marion, incrédula. ¡Vaya forma tonta de revelar el poder! No; definitivamente, no creía que Fleur fuera tan tonta. Aquel gitano debía haberle dicho que se llamaba Gyuri a pesar de que ella ya lo supiera de antemano, de otra manera, Fleur no lo habría utilizado a menos que deliberadamente quisiera revelar que era una bruja; poco probable, dada la persecución que sufrían por parte de la Inquisición y el hecho de que hasta a un gitano espantaría tal demostración de verdadero poder adivinatorio (no como el que ellos profesaban, puro timo); y presentía que Fleur lo último que quería era espantar a Gyuri.
Debía tener razón, debía haberla hecho sentir atrapada en la mentira porque Fleur reaccionó echándola y luego, agrediéndola, usando contra ella el secreto que le había confiado respecto de lo ocurrido con el esclavo, a nada más podía estar haciendo referencia al decir que le atraían los miserables. Marion la miró con los labios apretados y los ojos brillosos con lágrimas de rabia, nunca tan arrepentida de haberle contado una intimidad. Al parecer, las hermanas du Bouëxic de Guich ya no podían compartirlo todo y eso era lo que más le dolía; por primera vez, para Julie, depositar su confianza en su hermana resultaba en ofensas y reclamos con los que no era capaz de lidiar. Y fue por eso que, cuando pudo reaccionar, detuvo a Fleur, alzó la mano y, sin pensarlo casi, le dio una fuerte bofetada en la mejilla. Después, regresó a toda prisa con la criada:
—¡Nos vamos, Gertrude!
Julie du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Rió ante el enfado de la muchacha, fuera real o no.
—Claro, claro… —fue todo lo que le dijo, excusándose falsamente, pues en realidad no consideraba haber hecho o dicho algo tan malo como ella lo hacía parecer.
Siguió fumando (y echándole el humo en la cara a la doncella), hasta que ella se despidió. Le pareció demasiado pronto, pero entendió que tenía que ver con el hecho de que su hermana se estaba acercando hacia ellos. Quizá no quería que interactuasen y lo logró, pues al final la hermana sólo le hizo una reverencia también de despedida para ir después detrás de la otra. No le importó, no es que le interesara especialmente conocer a la otra melliza, pero tal vez lo más adecuado hubiera sido que los presentara; en fin, sus razones tendrá, pensó.
Se las quedó observando desde la puerta de la tienda sin decir nada, sólo fumando hasta que el cigarro empezó a quemarle los dedos; entonces lo desechó. De fondo, escuchaba un murmullo, eran las voces de las hermanas que hablaban, podía detectar en el tono que utilizaban, con cierta hostilidad, ¿estaban enfadadas? No pudo, sin embargo, establecer con claridad y exactitud qué decían, pues aunque tenía una gran audición, ésta afloraba especialmente cuando estaba convertido, uno; y dos, cuando no había tanto ruido propio de la vía pública. Tenía una gran audición, sí, pero no era selectiva y las palabras sueltas que escuchó no le sirvieron de mucho.
La cosa se le hizo divertida hasta que alzó la mirada y vio el momento preciso en que una melliza le giraba la cara de un cachetazo a la otra. Se llevó una mano a la boca, cubriéndosela en señal de sorpresa.
—Uhhh…
La agresora pasó por delante de él, esta vez ni siquiera le dirigió la mirada, sólo se fue por donde había venido, con una expresión de indignación. Él no podía irse de la tienda pero Fleurtrude no estaba tan lejos, dio unos pasos hacia ella para ponerle una mano en el hombro y preguntar:
—¿Qué rayos acaba de pasar? ¿Estás bien?
Howl- Licántropo Clase Media
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
La reacción generalizada fue de sorpresa, seguida de inmediato de murmullos y un par de mujeres que miraron a las dos niñas con intención de acercarse. Aquello era un escándalo de niveles insospechados, ¿las habían reconocido?, ¿alguien?, ¿sabían que se trataba de las mellizas du Bouëxic de Guich? Fleur, aún con la mano sobre la mejilla ardiente, miró la silueta de su hermana alejarse; ante el golpe, no pudo reaccionar, solamente vio blancos por el ojo del lado afectado y después sintió un calor doloroso en la piel. Le temblaban las manos y el labio inferior, levemente hacia abajo, la boca seca la hizo toser y en cuanto sintió un toque en su hombro, dio un respinguito de sorpresa, alzando el rostro lo más posible para ver de quién se trataba: el gitano. Como si no bastara lo que la imprudente de su hermana había hecho, ahora iba ese pelado a hablarla con tanta confianza (¡Qué descaro tutearla frente a todos!).
Fleur lo miró algo ida por unos minutos, pero después, recobrándose, apretó el puño contra su mejilla y alzó el rostro, altiva aunque muerta de vergüenza. —Estoy bien, monsieur, gracias...— Respondió, mientras miraba discreta a la concurrencia que seguía atenta a ella y al gitano que la acompañaba. Intentó dar un par de pasos, sonriente para aparentar que todo estaba bien, cuando era evidente que no, pero las piernas temblorosas le fallaron y todo se fue a blancos. Un desmayo de nervios, de horror, de pena, de salvación, de lo que fuera. Cuando cayó al suelo, de costado y con toda la gracia casi practicada, entonces si comenzaron a acercarse las personas, una de ellas, una dama de vestido negro y tocado lúgubre, la llamó "la bruja du Bouëxic" y otra, menos prejuiciosa, solamente la nombró "la hija del almirante". Entre la muchedumbre, había varios motes, el más respetuoso fue el que mencionó su nombre, Mademoiselle Fleur, seguida de la petición histérica por sales o algo para reanimarla, aunque no estaba inconsciente del todo, veía como rayos los rostros amorfos de la gente, intentando adivinar entre ellos el de Gertrude o el de Marion misma; cuando pensó en su hermana, un fuerte dolor le atravesó el pecho, provocando que un quejido suave saliera de sus labios.
Fleur asistió a un espectáculo de colores que incluso podía percibir con el olfato, había muchísima energía a su alrededor y toda despedía una luz y oscuridad particular, entre todas ellas, la de aquel gitano fue la que más le llamó la atención. Lo miró entre todos los rostros y le imploró con un simple gesto que la sacara de ahí, condenándose a que esa noche en los salones de té y bollerías, su nombre y el de su hermana fuese el más pronunciado. No le importó, no en el punto en el que la oscuridad comenzó a ganarle a los colores suaves que podía ver y sentir. —Déjenla respirar—, pidió alguien, moviendo los brazos suavemente para alejarlos, la mejilla de Fleur que antes había sido golpeada, seguía muy roja y levemente hinchada. A pesar de su debilidad, intentó hacer uso de su poder, desobedeciendo a Madame Renoir pero, en ese momento, estaba más que desesperada.
Fleur lo miró algo ida por unos minutos, pero después, recobrándose, apretó el puño contra su mejilla y alzó el rostro, altiva aunque muerta de vergüenza. —Estoy bien, monsieur, gracias...— Respondió, mientras miraba discreta a la concurrencia que seguía atenta a ella y al gitano que la acompañaba. Intentó dar un par de pasos, sonriente para aparentar que todo estaba bien, cuando era evidente que no, pero las piernas temblorosas le fallaron y todo se fue a blancos. Un desmayo de nervios, de horror, de pena, de salvación, de lo que fuera. Cuando cayó al suelo, de costado y con toda la gracia casi practicada, entonces si comenzaron a acercarse las personas, una de ellas, una dama de vestido negro y tocado lúgubre, la llamó "la bruja du Bouëxic" y otra, menos prejuiciosa, solamente la nombró "la hija del almirante". Entre la muchedumbre, había varios motes, el más respetuoso fue el que mencionó su nombre, Mademoiselle Fleur, seguida de la petición histérica por sales o algo para reanimarla, aunque no estaba inconsciente del todo, veía como rayos los rostros amorfos de la gente, intentando adivinar entre ellos el de Gertrude o el de Marion misma; cuando pensó en su hermana, un fuerte dolor le atravesó el pecho, provocando que un quejido suave saliera de sus labios.
Fleur asistió a un espectáculo de colores que incluso podía percibir con el olfato, había muchísima energía a su alrededor y toda despedía una luz y oscuridad particular, entre todas ellas, la de aquel gitano fue la que más le llamó la atención. Lo miró entre todos los rostros y le imploró con un simple gesto que la sacara de ahí, condenándose a que esa noche en los salones de té y bollerías, su nombre y el de su hermana fuese el más pronunciado. No le importó, no en el punto en el que la oscuridad comenzó a ganarle a los colores suaves que podía ver y sentir. —Déjenla respirar—, pidió alguien, moviendo los brazos suavemente para alejarlos, la mejilla de Fleur que antes había sido golpeada, seguía muy roja y levemente hinchada. A pesar de su debilidad, intentó hacer uso de su poder, desobedeciendo a Madame Renoir pero, en ese momento, estaba más que desesperada.
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Gyuri fue uno de los primeros en acercarse y no esperó a que de entre la multitud saliera alguien a decir que era médico. Él tenía sus propios métodos para ayudar a alguien desmayado. Aunque no entendió por qué le había pasado eso (¿cuándo una bofetada de niña causó un desvanecimiento?), lo cierto es que en el momento sólo atinó a auxiliarla, sin pensar en nada más.
—¡Permiso, permiso! —Se impuso ante la gente que sólo quería estar cerca para curiosear, no para dar una mano—. Denle aire —les pidió a algunos para que al menos fueran algo útiles, ya que estaban ahí, observando como tontos el rostro grogui de la jovencita.
Así, mientras mujeres con abanicos y hombres con las manos ventilaban a la muchacha, él se agachó, la tomó por los tobillos y le levantó las piernas, causando el horror en casi todos los presentes, que ahogaron un grito al unísono.
—¡¿Qué hace, degenerado?! —le soltó una dama, pegándole con el abanico para que soltara a la joven desfallecida.
Otra mujer le cubrió los ojos al que aparentemente era su marido, pues se había levantado un poco el vestido de Mademoiselle du Bouëxic de Guich, tornando visible una parte de la pierna entre la rodilla y el tobillo envuelto en la mano de Gyuri, lo cual suscitó todo tipo de expresiones escandalosas. Gyuri tuvo que explicar:
—¡Es para que le vuelva la sangre al cuerpo!
—Qué sabrá usted, gitano cochino —le dijo con indignación una señora.
Fue en ese momento que, de entre el tumulto, salió una señora blanca llamando a la chica:
—¡Fleur, Fleur! Oh, Dios mío, ¿qué le sucede?
—¿La conoce? —preguntó Gyuri.
—Soy Gertrude, ella es mi ama, ¡hay que llevarla con un médico de inmediato! Por favor, ¡ayúdeme a cargarla al carruaje! —le rogó la mujer, intentando tomar a Fleur por los brazos para aprovechar que Gyuri la tenía agarrada de las piernas y así llevarla entre los dos, pero no hizo falta. Gyuri le soltó los tobillos, le pasó un brazo por debajo de las rodillas y la rodeó con el otro por la espalda para así alzarla como a una novia. Aún con toda la gente curiosa siguiéndolos, la llevó de esta manera hasta el carro que Gertrude le indicó.
Howl- Licántropo Clase Media
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Pisotón tras pisotón, Julie caminó indignada hasta que una extraña sensación le invadió el pecho. Frenó de golpe y, a sus espaldas, escuchó un murmullo alterado. No pudo reconocer lo que esas voces decían, pero se dio la vuelta y ahí estaban los dueños de ellas, formando un círculo alrededor de algo… o alguien. Pensó en Fleur, en que ese era justo el último lugar donde la había visto y, cuando Gertrude salió corriendo llamándola, supo que su mal presentimiento era cierto: algo andaba mal con su hermana.
Salió corriendo detrás de Gertrude. Apartó a empujones a la gente que rodeaba a Fleur y lo primero que vio fueron sus calzones. El gitano le había levantado las piernas, ¡¿cómo osaba?! Ahogó un grito de indignación y quiso detenerlo, pero mucha gente ya había reaccionado de la misma manera y él de todos modos enseguida la soltó; la tomó en brazos y pasó por delante de ella sin verla (iba con la mirada hacia el frente, puesta en el carruaje) o tal vez sin reconocerla.
—¡Fleur! ¿Qué diablos pasó? —dijo con ese lenguaje poco apropiado para una señorita. Gertrude la miró algo sorprendida, la hubiera regañado de haber tenido autoridad para ello—. ¡Dios mío, tus tobillos! —exclamó al ver que el vestido se levantaba, estirándolo hacia abajo para cubrir bien las piernas de su hermana—. ¿Fue por mi bofetada? —le preguntó, preocupada, al gitano, como si éste tuviera la respuesta.
Finalmente llegaron al coche.
—Abre la puerta, Julie, por favor —le pidió Gertrude, quien pretendía ayudar a llevar a Fleur. Julie obedeció de inmediato.
Julie du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Hasard || Privado, Julie & Howl
Lo que a continuación vino, fue suficiente para dejar en shock a Fleur. Aquel gesto, por demás impropio, la avergonzó tanto o más que la bofetada de Marion así que sus delicados nervios no pudieron soportarlo: se desvaneció en cuanto vio las pesadas faldas de su vestido volar en el aire y el contacto tibio de las enormes manos del gitano sobre sus pequeños tobillos, le electrificó todo el cuerpo. Si no hubiese quedado inconsciente del todo, quizás habría sentido con más intensidad ese cosquilleo interno que la enervó, ¿así se sentía el contacto con un hombre? El gitano claro, nunca sabría que él era el primero en tocarla en aquella zona o más bien, en cualquier otra, ningún otro varón, más que ese desagradable primo, la había tocado jamás.
Era tan extraño, tan fuerte e intensa la emoción que fue bloqueada, cuando instantes después se sintió flotando en el aire, abrió un poco los ojos y miró tan de cerca el rostro tostado de Gyuri, sintiendo su fuerte aroma y su agarre; Fleur era tan pequeña entre sus brazos, contra su pecho robusto y visible en esa camisa medio abierta, pudo ver incluso como la piel bailaba entre sus clavículas con cada latido de su corazón. Después la voz de Marion, había vuelto, casi sintió alivio por eso hasta que mencionó sus tobillos, después nada, de nuevo blancos. —Por favor, ahí, con cuidado, Marion, súbete y apoya su cabeza en ti—, dio instrucciones una Gertrude más que preocupada, casi llorosa al ver a su ama así. A lo lejos, la gente seguía hablando sobre aquel gesto del gitano, su libertad para tocar a una señorita como Fleur, todo eso no fue más que el cultivo de las habladurías de la tarde, si ya se hablaba de la coquetería de la hermana, ahora resultaría que la otra era igual o peor, al ser objeto de deseo de gitanos. Aquel disparate fue el bocadito de la hora del té, el desayuno del día siguiente y de nuevo otra hora del té. Pocos enviaron misivas a la Mansión del Almirante preguntando por la salud de la jovencita quien, volviendo a ese momento, seguía perdida entre los blancos.
—Disculpe—, dijo Gertrude al gitano, quién seguía sobre el carruaje. —Bájese, tenemos que irnos—, dijo, mandona como pocas veces, mientras subía al carruaje y miraba al gitano y luego a Marion, preguntándole en voz baja si lo conocía. Fleur, apoyada entre los brazos de su hermana a quien reconoció a lo lejos por su calor y aroma, entreabrió despacio los ojos y vio al gitano mientras el coche comenzaba a mecerse por el movimiento de los caballos, le sonrió, sin embargo y después abrazó a Marion, ajena por completo a todo lo que había pasado, aunque sin duda, cuando se enterara de lo que sucedió estando ella completamente ida, querría volver a desmayarse y de paso morirse. Cuando llegaron a casa, fue el mayordomo de Madame Rossini quién la llevó directo a su habitación, donde Gertrude la atendió después de hacer llamar a Madame Renoir. Cuando la mujer llegó, un perfume a gardenias invadió la mansión completa, enfureciendo a la tía y calmando a las mellizas. Al entrar a la habitación, se aproximó rápidamente a Fleur aún dormida y, pasando una mano sobre su rostro, la hizo abrir los ojos, sonriendo para que eso fuese lo primero que sus ojos oscuros divisaran.
—Bonsoir, ma chérie, ¿estás bien?—, preguntó con esa voz aterciopelada que hizo sonreír y asentir a Fleur. —¿Qué sucedió?— Preguntó, mirando a Marion, no hacía falta que le dijeran o intentaran disimular porque las conocía de sobra y además, lo sabía desde que las había visto. —Esta enemistad entre ustedes llegó muy lejos, mes filles... Mira cómo está tu hermana, Marion.
—Fue mi culpa—, intervino Fleur, mirando hacia abajo. —Lo siento, Mimí...
Era tan extraño, tan fuerte e intensa la emoción que fue bloqueada, cuando instantes después se sintió flotando en el aire, abrió un poco los ojos y miró tan de cerca el rostro tostado de Gyuri, sintiendo su fuerte aroma y su agarre; Fleur era tan pequeña entre sus brazos, contra su pecho robusto y visible en esa camisa medio abierta, pudo ver incluso como la piel bailaba entre sus clavículas con cada latido de su corazón. Después la voz de Marion, había vuelto, casi sintió alivio por eso hasta que mencionó sus tobillos, después nada, de nuevo blancos. —Por favor, ahí, con cuidado, Marion, súbete y apoya su cabeza en ti—, dio instrucciones una Gertrude más que preocupada, casi llorosa al ver a su ama así. A lo lejos, la gente seguía hablando sobre aquel gesto del gitano, su libertad para tocar a una señorita como Fleur, todo eso no fue más que el cultivo de las habladurías de la tarde, si ya se hablaba de la coquetería de la hermana, ahora resultaría que la otra era igual o peor, al ser objeto de deseo de gitanos. Aquel disparate fue el bocadito de la hora del té, el desayuno del día siguiente y de nuevo otra hora del té. Pocos enviaron misivas a la Mansión del Almirante preguntando por la salud de la jovencita quien, volviendo a ese momento, seguía perdida entre los blancos.
—Disculpe—, dijo Gertrude al gitano, quién seguía sobre el carruaje. —Bájese, tenemos que irnos—, dijo, mandona como pocas veces, mientras subía al carruaje y miraba al gitano y luego a Marion, preguntándole en voz baja si lo conocía. Fleur, apoyada entre los brazos de su hermana a quien reconoció a lo lejos por su calor y aroma, entreabrió despacio los ojos y vio al gitano mientras el coche comenzaba a mecerse por el movimiento de los caballos, le sonrió, sin embargo y después abrazó a Marion, ajena por completo a todo lo que había pasado, aunque sin duda, cuando se enterara de lo que sucedió estando ella completamente ida, querría volver a desmayarse y de paso morirse. Cuando llegaron a casa, fue el mayordomo de Madame Rossini quién la llevó directo a su habitación, donde Gertrude la atendió después de hacer llamar a Madame Renoir. Cuando la mujer llegó, un perfume a gardenias invadió la mansión completa, enfureciendo a la tía y calmando a las mellizas. Al entrar a la habitación, se aproximó rápidamente a Fleur aún dormida y, pasando una mano sobre su rostro, la hizo abrir los ojos, sonriendo para que eso fuese lo primero que sus ojos oscuros divisaran.
—Bonsoir, ma chérie, ¿estás bien?—, preguntó con esa voz aterciopelada que hizo sonreír y asentir a Fleur. —¿Qué sucedió?— Preguntó, mirando a Marion, no hacía falta que le dijeran o intentaran disimular porque las conocía de sobra y además, lo sabía desde que las había visto. —Esta enemistad entre ustedes llegó muy lejos, mes filles... Mira cómo está tu hermana, Marion.
—Fue mi culpa—, intervino Fleur, mirando hacia abajo. —Lo siento, Mimí...
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