Alfil a torre 4 || Privado.

La vampiresa sabía que su hijo pródigo, el mismo que osaba desafiarla constantemente, estaba a punto de llegar a París en busca de su hermano, aquel que le seguía siendo fiel y jamás le había dicho que no a una de sus peticiones. Porque era así, ella no necesitaba ordenar, sólo pedía y todo aquello que deseaba, se le era concedido. Cuando se tenía un poder como el suyo, someter a los demás resultaba risiblemente sencillo, por eso mismo le había dado cierta libertad a Varinäel y le dejaba comportarse como un joven rebelde. Era divertido. Pero aún y cuando le dejaba hacer y deshacer a su antojo en muchas ocasiones, no le iba a permitir que rompiera otro de sus juguetes favoritos. Así pues, por ese mismo motivo, fue a reunirse con Daredhal para ponerle sobre aviso.
 
Su vástago residía actualmente en una hacienda a las afueras de la ciudad. A pesar de su personalidad dada, antaño, a relacionares con la gente, debido a su condición y a la obsesiva persecución por parte de su hermano, se había visto obligado a optar por una vida discreta, aunque no de total reclusión. Allí tenía sirvientes, doncellas, visitas de gente a la que Indigo le permitía conocer su paradero y que podían ofrecerle charlas amenas u otro tipo de divertimento como juegos de intelecto o deportes de interior y caza nocturna. Así que fue allí hacia donde se dirigió su carruaje hermético, protegido de cualquier rayo de luz y en el que se había introducido en el interior de su propia mansión y del que únicamente saldría, una vez parado en la cochera del caserío, a cubierto del astro mayor, cuyos largos brazos deseaban acabar con ella o cualquiera de su raza.
 
Una vez ya en la hacienda, uno de los sirvientes la recibió y fue abriéndole todas y cada una de las puertas. La vampiresa tenía completo acceso a cualquier rincón en el momento que se le antojara. El lugar era suyo y Daredhal también le pertenecía. El sirviente le preguntó si deseaba anunciar su llegada al señor de la casa e Indigo únicamente le dedicó una ladeada sonrisa y un gesto con la mano para que marchara y les dejara solos. Su vástago sabía que ella se encontraba allí, podía notar su presencia como él lo sentía a él. No hacían falta avisos ni presentaciones, se conocían muy bien. Ella a él, al menos, porque nadie sabía realmente cómo era aquella mujer, ni siquiera ella misma lo hacía por completo. Los demás sólo alcanzaban a ver lo que ella deseaba mostrarles y, muchas veces, tergiversaba la verdad para sus propios fines. Abrió la puerta del despacho en el que se encontraba el muchacho y se acercó a él con paso elegante y calmo.
 
–¿Me has echado de menos, cariño?– Se inclinó sobre la espalda ajena, rozando la parte de atrás de la oreja izquierda del vampiro con la punta de la nariz, aspirando su aroma.
 
–Traigo noticias de Varinäel para ti.– No se anduvo con rodeos, fue directa al grano. Quería ver su reacción, la expresión que se plasmaba en su rostro. Ella se irguió de nuevo y aguardó con la sonrisa tranquila y fría que la caracterizaba. Acababa de mover el alfil en su tablero de juego.

La locura de mi hermano no conocía parangón, siempre fue un joven demasiado impetuoso, incluso cuando solo era un mero humano. Infinidad de veces le dije que eso lo condenaría, de algún modo su rebeldía, su afán de lucha y belicosidad me venia bien, pues juntos formábamos un buen equipo. Yo era el rey, el que ponía la cabeza en todo aquello que hacíamos, el que se encargaba de los negocios, del protocolo y de mantener la paz, por contra, él se ocupaba de que cuando mis intentos por negociar la paz fracasaban, hacer la guerra y doblegar al enemigo que no se había querido avenir razones.

Esa belicosidad, ese afán de venganza que perturbaba la inmortal mente de mi hermano es lo que me mantenía “recluido” en parte en la mansión que mi sire me “prestó”
Condenado por el ataque de locura de Varinäel que pensaba yo era el culpable de que su amada hubiera muerto, tenia que someterme a una vida nómada huyendo de este.
No quería matar a mi hermano, pensaba que su “locura” sería transitoria, peor le paso de los siglos empezaba a ofuscarme y allí frente al tablero de ajedrez empezaba a meditar como aniquilar a la pieza que representaba mi hermano.

La llegada de Indigo me hizo ladear la sonrisa, nunca anunciaba su presencia, a fin de cuentas, para mi era fácil detectarla y estaba en su hogar, así que ..no necesitaba mas que deslizar su cuerpo por aquel lugar con ese ego que se gastaba.
-Siempre te hecho de menos -respondí al sentir su aliento calcinando mi oído, sus labios rozaron la carne tentadora. Alcé el mentón ladeando la cabeza en busca de la boca de la mujer que con una sonrisa y a escasa distancia esperaba aquel juego que siempre se gastaba con todos.

Conocía a Indigo, quizás la diferencia entre yo y otros es que entendía los ritmos de Indigo mejor que ninguno de sus vástagos, si le daba lo que quería, se cansaría deprisa, así que jugaba las escondidas y cuando mis labios rozaban los ajenos devolvía mi vista hasta el tablero.
-Siéntate por favor -musité con la educación que me caracterizaba -¿que quiere ahora mi hermano? -pregunté como si no lo supiera – bueno, supongo que seguirá con su particular intento de venganza, ya lo conocemos, es como un niño con una rabieta...

Ladeé la sonrisa cuando esta se sentó frente a mi silenciosa.
-¿Donde he dejado mi educación? -tomé una campanilla que hice sonar. De inmediato una sirvienta perfectamente uniformada apareció en escena -sirveme una copa de bourbon, la dama quiere un whisky doble.
Pronto ambos estuvimos servidos y llevando el vidrio a nuestros labios nos contemplamos en silencio durante unos instantes.
-¿y bien Indigo? Ademas de querer hablar de tu vástago díscolo ¿vienes porque me echas de menos?
Tu visita siempre me hace pasar un rato..-hice una pausa mirnadola de arriba a bajo -excitante.

La reacción de su vástago la decepcionó y no ocultó aquello en el gesto de su rostro. Chasqueó la lengua, no porque le negara un beso, sino porque la idea de hablar sobre Varinäel ya no alteraba a su pequeño vampiro domesticado. Claro que él no sabía las noticias que traía ni el alcance que estas iban a tener sobre ambos hermanos. Era un as que, lejos de guardarse recelosamente en la manga, se moría por mostrar y pasear frente a las piezas de su tablero.
 
Tomó asiento al otro lado del escritorio en una cómoda butaca orejera con brazos, revestida de cuero y con esqueleto de resistente y buena madera. Ladeó la sonrisa cuando Daredhal pidió por ella, pues siempre le gustaron los detalles como aquel en los que, al contrario que su hijo díscolo, éste le demostraba su interés por ella, conociendo así sus gustos y desagrados.
 
Esperó a que les sirvieran sendas copas y tomó la suya propia para llevársela a la boca y dar un breve, silencioso y elegante trago. Con la punta de la lengua se perfiló los labios, recuperando así cualquier gota que hubiese podido quedar adherida a la piel de sus carnosidades rojizas. Dejó reposar la copa con calma y cuidado, acariciando seguidamente las vetas de la mesa con la yema de los dedos. Sus uñas, largas y afiladas, flotaron sobre la tabla sin rozarla siquiera.
 
–Aranwill está viva.– Comentó en tono neutro y despreocupado, como si le hablara del tiempo. Con la misma indiferencia que transmitiría si hablara sobre sus propios sentimientos. Mas los que le interesaban eran los de su interlocutor o, mejor dicho, los de ambos hermanos.
 
–Aunque sería más apropiado decir que ha resucitado. ¿Sabías que es una paladín? Sus almas saltan de cuerpo en cuerpo, aunque pasen siglos o milenios.– Su voz seguía sin cambiar el timbre, monótona.
 
–Aunque en este caso es más que eso, porque por lo que he podido comprobar, físicamente es prácticamente igual que hace más de mil años.– Finalmente, una tenue sonrisa comenzó a vislumbrarse en el rostro de la vampiresa.
 
–Varinäel lo sabe, ya se han cruzado.– Los orbes oscuros de la cainita, brillaron con un destello rojizo. Su vástago la conocía hasta ese punto y seguro ya veía que algo tramaba, que había un plan oculto tras información que le facilitaba. Indigo jamás ofrecía nada de manera gratuita, había coste para todo, y siempre muy elevado.
 
–Está intentando conquistarla de nuevo, pero los tres sabemos cómo acabará eso...– De pronto, sin previo aviso, moduló la voz, otorgándole un tono dramático.
 
–Es cierto, que no te lo he dicho. Ella no os recuerda a ninguno, al menos, por ahora.– Ladeó ligeramente la cabeza, ampliando la sonrisa al estrechar la mirada.
 
–¿Crees justo que vuelva a sufrir en manos del despiadado de tu hermano? Ya sabes en lo que se ha convertido… Y seguro que la odia a ella tanto como a ti. Los dos le traicionasteis, le hicisteis el hombre que es ahora.– Retomó su whisky y le dio otro sorbo a la copa. Estaba paladeando el momento más que la bebida. Ahora le tocaba mover ficha a Daredhal.

Como si rumiara algo y lo empujara con la deliciosa copa de vino llevó el vidrio a sus labios rojo fuego que relamió apurando las gotas que quedaban adheridas a sus carnosidades.
Ladeé la sonrisa ligeramente contemplando a mi sire, una mujer bella como ninguna otra con la que mantenía esporádicos encuentros muy gratificantes..
Iba a preguntar a que debía el placer de su presencia cuando como si leyera mi mente soltó con indiferencia que Aranwil estaba viva.

Acababa de captar todo mi interés e Indigo lo sabía por eso no dudó en seguir aportando información sobre la noticia. Así que saltaba de cuerpo en cuerpo y ahora estaba de nuevo allí, dispuesta para comenzar el juego de nuevo.
Dejé que mi espalda se recostara en el respaldo de la silla mientras centraba mi mirada en el tablero.
-Alfil a torre 4 -dije comiéndomela antes de elevar la mirada hasta la de la dama -¿y por que debería importarme eso? Aranwil nunca me perteneció, para que mentirnos, tampoco yo estuve de ella enamorado, fueron las circunstancias las que me llevaron a tomarla como esposa y no otra cosa, así que digamos que..¿por que no dejar que mi hermano viva ese amor que le fue negado?

Indigo solía divertirse con el caos, peor yo veía en esa oportuna noticia mi liberta, si Varinael se centraba en ella olvidaría su particular venganza, quizás esto acaba resultando conveniente para todos.
-No se si el final de la paladín vendrá o no de la mano de mi hermano, mas poco o nada me importa, vivo recluido aquí porque la bestia de tu otro hijo esta empeñado en acabar conmigo, déjale ser feliz y ..quizás tu y yo también podamos serlo.

Conocía sobradamente que Indigo no solo me deseaba a mi, mas no me importaba compartirla, pues también yo tenía relaciones con muchas otras, el paso de los años te enseña a vivir las relaciones de una forma mucho menos posesiva, mas abierta y ese era mi caso, por ocntra a mi hermano lo había hecho huraño, incapaz de “dejarse llevar”
-Deja que Varinael juegue con su preciado tesoro, yo no voy a interponerme de nuevo en su felicidad -atajé alzando la copa dando un profundo trago a modo de brindis.

Mis palabras no parecieron gustarle, mas la verdad es que mi intención no era agradarla, si no salir del agujero donde mi hermano me había recluido.
Me puse en pie y rodeé el cuerpo de Indigo hasta pasar mi diestra por encima apoyándolo en la mesa, mirando el tablero desde atrás de esta.
Mi aliento acarició sus labios delicadamente.
-¿por que no olvidamos a mi hermano y subimos a mi cuarto?

La vampiresa estaba tan centrada en el rostro ajeno, en sus reacciones a las palabras que habían ido saliendo de sus labios, que no prestó atención a la partida que en el pequeño tablero de madera tenía lugar frente a sus ojos. Por ello, desatendió a su torre y el alfil de Daredhal, le dio muerte. Un gruñido gutural escapó de lo más profundo de sus entraña, no por perder la pieza, sino porque la actitud de su vástago no se veía afectada por la gran noticia que acababa de revelarle.
 
Sujetó los laterales de la mesa con ambas manos, clavando sus afiladas uñas en las vetas longitudinales y arañó las tablas, cortando perpendicularmente las líneas naturales del árbol que una vez fue aquel mueble. Cada contestación del inmortal era una astilla en su ennegrecido corazón. El que le había sido fiel toda la vida, de pronto, se negaba a seguirle el juego.
 
La mirada de la mujer se oscureció hasta que el blanco de sus orbes desapareció. Sólo el color azabache se vislumbraba entre aquellos párpados, cubriendo de lagrimal a lagrimal sin un solo milímetro de descanso. Para cuando Daredhal se aproximó a su rostro, el semblante de la dama se mostraba impasible, mas sus apagados luceros lo decían todo. Los labios de la cainita se separaron al entreabrir la boca y un innecesario suspiro escapó de ella.
 
–¿Y cómo crees que voy a conseguir yo la felicidad?– Respondió ante la clara invitación del hombre a retozar en la cama como solían hacer en muchas ocasiones.
 
Si bien el sexo liberaba frustraciones, ahora mismo el enfado de Indigo alcanzaba cotas inmensurables. Podría servirle como desahogo echar una cana al aire, además, Daredhal era un amante excelente. Pero no salirse con la suya era frustrante, más aún para ella que siempre conseguía lo que quería y, muy rara vez, le costaba esfuerzo alguno lograrlo.
 
–¿Piensas, acaso, hacerme feliz tú?– Una sonrisa cargada de mofa asomó a los labios de aquella mujer de cabellos negros como una noche sin estrellas y menos aún luna.
 
–Si quieres hacerlo, mata a tu hermano. Quiero ver la mueca de su rostro cuando le atravieses el corazón con una estaca o le cortes la cabeza con una espada de plata.–
 
Sí, aquel suceso pondría fin a su juego, pero en aquellos momentos la ofuscación que sentía era como la rabieta de una niña que no conseguía aquello que ansiaba. Y sólo deseaba tirar al suelo el tablero y pisotear las piezas una a una. Alzó su rostro y los orbes brunos de la vampiresa se encontraron, de nuevo, con los de su vástago.
 
–Vayamos a tu dormitorio.– Las palabras salieron como una orden y no como una aceptación a la propuesta que él le formulara con antelación.
 
Indigo se levantó de la silla, alcanzó su copa, le dio un largo trago y la regresó sobre la mesa, antes de girar sobre los talones y dirigir sus pasos hacia las escaleras que ascendían al piso superior, aquel donde la estancia de Daredhal se encontraba localizada. Ella sabía perfectamente a dónde se dirigía, pero aguardó a que él la alcanzara aún caminando en la planta baja y fuera quien guiara el camino de ambos.
 
–No me gusta no ganar, querido.– La palabra perder no estaba en el vocabulario de la dama de negro, así que tuvo que utilizar otro modo para hacer referencia a lo ocurrido.
 
Una vez frente al dormitorio, él, caballerosamente, abrió la puerta, cediéndole el paso a la inmortal. Ésta cruzó el umbral y se aproximó a la mesita de noche, donde encontró un camafeo de marfil incrustado en un medallón de plata. Lo observó, sosteniéndolo en la palma de su mano, acariciando la silueta tallada delicadamente con la yema del pulgar.
 
–¿De dónde ha salido esto?–

Mis palabras no gustaron a la vampiresa que llevada por la ira hundió sus uñas en la madera de la mesa creando nuevas vetas.
Mis ojos se centraron en los suyos que habían adquirido un tono negruzco fruto del odió que corroía sus entrañas, ella nunca perdía y así me lo había dejado claro con aquellas incisivas palabras.
-No, yo no puedo hacerte feliz Indigo, nadie puede porque no estas dispuesta -aseveré sin el menor miedo a mostrar mi opinión.

Dejé escapar el aire reclinandome sobre la silla mientras mis ojos volvían al tablero, ella fuera de si me pedía un imposible para ser feliz.
-Es mi hermano, te has equivocado de hombre al que pedir eso. Yo no quiero ningún mal para este, ya hemos sufrido ambos bastante, déjalo ser feliz con ella, es su nueva oportunidad y en parte la mía.
Nunca estuve enamorado de esa mujer, forzado por la paz me vi en la obligación de desposarme con ella, la muerte de Aranwil nos llevo a ambos a un purgatorio en vida, nunca mataré a mi hermano.

Cada palabra implicaba una ofensa para ella, pues si algo odiaba era ser contradicha, mi hermano lo hacia constantemente, pero a él se lo permitía, parecía que hasta en eso él me ganaba la partida.
-No te quejas cuando es Varinäel el que te contradice una y otra vez.

Ordenó ir al lecho, como si yo no lo hubiera propuesto, ladeé la sonrisa porque bien la conocía y esperaba que tras un salvaje encuentro Indigo saliera de allí mas calmada si en esa mujer eso era posible dadas sus hazañas.
Me alcé y caminé tras ella en silencio solo deteniéndome ante el portón de mi cuarto para abrirlo y darle paso.
Cerré la puerta a sus espaldas y con calma me acerqué al fuego que habían prendido al atardecer las sirvientas para azuzarlo ligeramente.
Si bien era cierto nosotros no sentíamos frio, era agradable y una costumbre humana caldear el cuarto antes de que nuestros cuerpos se buscaran hambrientos.

Elevé la mirada cuando Indigo con un camafeo en su diestra me exigía información sobre su dueña.
-¿A estas alturas vas a volverte una mujer celosa? -ladeé ligeramente la sonrisa elevándome para acortar la distancia que nos separaba -¿que importa? Bien sabes que muchas calientan mi lecho y no se de cual de los cuellos pendía -aseveré restando importancia a dicha joya mientras mi diestra buscaba la suya para quitárselo de la mano y mi boca era un reclamo para que dejara de pensar en ello.

Por supuesto sabía de quien era, una joven doncella de claros cabellos que había visitado mis aposentos con bastante frecuencia, era la hija de un comerciante, era simpática, inteligente y la belleza la acompañaba, peor decirle eso a Indigo seria firmar la sentencia de muerte de la joven.
Enterré mi lengua entre sus labios dejando caer el colgante al suelo para que ahora si, mi mano libre se perdiera en su nalga y de un tirón la elevé dejando nuestros sexos presos de una ruda fricción.
-Follemos -pedí jadeando contra su boca, mordiendo su inferior hasta sajarlo con los colmillos que emergieron fruto del deseo.

Daredhal, acertado como pocos, tenía razón en sus palabras, era imposible hacer feliz a su sire, porque ella no deseaba ser feliz, lo que ansiaba era hacer infelices a los demás y con ello sentirse satisfecha. La cainita no confiaba en nadie, había conocido la traición de primera mano en su época más vulnerable y por eso, pagarían todos.

Sonrió ladina tras la queja de su vástago al recriminarle la manga ancha que tenía para con su hermano. Indigo era así, daba y quitaba cuando se le antojaba, mantenía siempre la cuerda sujeta, aunque a veces aflojara, porque en el momento menos esperado, tiraría de ella y estrangularía la pieza. Si dejaba de entretenerla, carecería de valor y su existencia ya no valdría para nada.

Ya en la habitación y con aquel camafeo entre sus dedos, elevó su oscura mirada hasta que los pardos se clavaron en los orbes ajenos, afilados, como puñales.

–¿Quién está celoso, dices?–

Su tono de voz, desafiante, marcaba una línea clara en que le decía que no se pasara de listo. El único celoso allí era Daredhal que, incapaz de ganar a Varinäel en nada, desfogaba su frustración entre las piernas de cualquiera. Y no necesitaba escuchar sus mentiras, conocía a su vástago y esa estúpida moral que aún conservaba. Obviamente sabía de quién era ese objeto y lo había dejado allí expresamente para que ella lo encontrara.

Seguía frustrada porque ninguno de los hermanos se dignara a entrar en su juego, ¿había dejado de ser divertido jugar con ellos? ¿Era hora de ponerle fin a la partida? Llevaba muchos siglos con ellos, ninguna pieza había durado tanto entre sus dedos. Una ínfima parte de su ser, lamentaría tener que deshacerse de aquel par de vástagos, pero si así debía ser, lo haría sin remordimientos.

Aún con la mirada clavada en los ojos foráneos, entreabrió la boca, dejando libre acceso a la lengua del varón. Acarició ésta con la propia en un rápido serpenteo, a la vez que, de un salto, se aferraba a la cintura contraria con las piernas y al cuello con los brazos. La pesada falda de su vestido colgaba como una cola por la parte de atrás y se arrugaba sobre los antebrazos de Daredhal al caer hacia los lados, completamente arremangada por la parte de delante.

–Pues deja de hablar y actúa.–

Le ordenó, antes de morder el grueso labio inferior ajeno, hundiendo en la carne sus afilados colmillos. Dejó que la sangre brotara despacio, pequeñas gotas. Las observó acumularse sobre la delgada piel partida y las lamió, segundos después, con lascivia.

Se soltó con la diestra que coló entre los cuerpos de ambos, apartando la tela arrugada de su prenda para buscar el botón del pantalón foráneo. Con los dedos índice y pulgar lo desabrochó y deslizó todos hacia el interior en busca de la ya endurecida erección. Rodeó el falo con las falanges, caliente en contraposición a su fría dermis. Lo estranguló de la base, entornando la mirada. Le retaba.

La delirante vitae resbalaba por nuestros labios como un peligrosa cascada, en las lenguas foráneas morían las gotas alimentándonos de la misma esencia para luego serpentear en un mar rojo plagado de violencia.
Gruñí delirando por el poder de su sangre, por lo que en mi producía mientras sus caderas bailaban contra mi miembro.

Entreabrí los labios dando paso a su lengua ávida de deseo, su aliento pugnaba por volverme loco mientras su falda arrugada me enseñaba sus piernas, no encontraba mejor lugar donde perderme que entre ellas.
-No -susurré contra su boca llevando mi diestra a su mandíbula para atraparla y que me mirara -no -repetí jadeando.

Su mano se coló por la cinturilla de mi pantalón, dibujaron sus labios una maquiavélica sonrisa, le gustaba conseguir lo que quería y ahora estrangulando mi falo en la base me retaba.
-No -escupí contra sus labios -mátame, siempre dices que somos peones en el tablero de ajedrez, pues demuéstralo.

Le devolví el reto, exhalando aire entre ellos mientras Índigo me masturbaba despacio observando de frente a su vástago.
No iba a permitir que volviera a jugar con nosotros, sabía como terminaba el juego, llevaba 2500 años huyendo de Varinael y esta era mi oportunidad de dejar de hacerlo ,si mi hermano acaba con Aranwill, yo podría ser libre de empezar una vida en paz, ante mi se presentaba la oportunidad de un final diferente, pero Indigo parecía dispuesta mantener la partida abierta.
-No voy a ser tu peón -gruñí moviendo mi pelvis hacia ella.

Estaba muy excitado, sus dedos se mojaban del brillante liquido que salía por mi uretra. Bajó los pantalones liberando al Kraken, admiró su dureza, su grandeza mientras este pulsaba caliente frente a ella.
-Podemos tener una vida -susurré sintiendo sus dedos recoger las gotas que resbalaban tibias por los pliegues de mi polla -podemos ser felices, olvida a mi hermano... -pedí llevando mi diestra a su nuca.

De un tirón la acerqué mas contra mi, la violencia formaba parte de nuestra forma de aparearnos.
-ven conmigo -susurré devorando sus labios entre gruñidos.

Su vástago se creía con derecho a decidir, a negarse, a salir del juego. Cuán equivocado estaba si pensaba que nunca había tenido una oportunidad de salir con vida de aquel entuerto. Era una pieza de su tablero, podía ser vieja y estar bien cuidada, pero cuando dejara de ser útil, sería hecha astillas con el resto.
 
–¿No?–
 
Preguntó, dándole una opción para redimirse, una salida del pozo en el que, con una sola sílaba, acababa de meterse. Pero éste, necio como ninguno, optimista como el que más, ingenuo como un niño, respondió con la misma palabra de nuevo.
 
–No puedes elegir lo que quieres ser, Daredhal. Me perteneces.–
 
Sentenció cuando el contrario aseguró que no iba a ser su peón. Ella le había creado, le había entregado la eternidad y, del mismo modo, podía arrebatársela. Era su sire, su creadora, su diosa y, como tal, tenía total control sobre él. Porque este era el hermano obediente, el que siempre hacía lo que Indigo decía, aunque fuera a regañadientes. Le poseía y no sólo su cuerpo, sino su mente, su supuesta alma. La vampiresa conocía los sentimientos de su vástago y los utilizaba en su propio beneficio.
 
–La felicidad es un matiz, cariño. No es tangible…–
 
Le contestó, antes de que él la atrajera de la nuca con fiereza. Le gustaba cuando el bueno de Daredhal perdía los estribos, cuando se dejaba llevar por el instinto y la deseaba sin control. Le mordió de nuevo, con saña, haciéndole sangrar, bebiendo de su ponzoña. Mientras, con los dedos seguía masturbándole, hasta que, de repente, se detuvo y de un poderoso empujón, salió despedida hacia atrás y levitó quedando de puntillas en el suelo, descendiendo hasta que los talones también tocaron los tablones del parqué.
 
Estaban separados por cerca de tres metros cuando la cainita, usando la afilada uña del índice, bajó lentamente por el centro del vestido, cortando el cordón que le cerraba el corpiño. Sus pechos dejaron de estar oprimidos y enseguida fueron liberados al completo, expuestos. Se quitó la rasgada prenda, sacando un brazo y luego el otro, hasta que todo quedó suspendido de sus anchas caderas. Empujó con ambas manos hacia abajo, cayendo así la pesada tela a sus pies.
 
–¿A qué estás esperando?–
 
Le recriminó la lentitud, el que no actuara aunque ella se lo hubiera dicho ya anteriormente. ¿Esperaba que le pidiera que la tomara? Porque si era eso lo que pretendía, ya podía darse media vuelta y salir por la puerta. Indigo no pedía nada, ordenaba, y que alguien la deseaba no requería ningún esfuerzo, porque ella era espectacularmente deliciosa y lo sabía. Si el vampiro no se sentía dispuesto, encontraría a otro que lo hiciera, pero no se iría a la cama sin tener a un hombre entre las piernas.

Mi respiración cada vez era mas errática, mi aliento golpeaba con el suyo mortecino delatando lo muertos que estábamos y sin embargo a la inmortalmente vivos.
El mundo podía ser nuestro, pero Indigo no parecía querer eso, estaba vacía, por dentro solo había oscuridad, caos y sus pozos negros se hundieron en los míos al ver en mi rostro reflejado el placer de la masturbación que me estaba haciendo.

Y como siempre, bastó que las cosas dichas supusieran demasiado para ella como para detenerse sin mas y alejarse de mi provocándome un gruñido de rabia, frustración y en parte de sentirme nuevamente rechazado por ella.
Indigo era única, se sabía hermosa, con un cuerpo cincelado por los mismos dioses para el deseo. Indigo era la mujer que me otorgó la inmortalidad y no dejaba de recordarme que solo era eso, una posesión, un buen hijo que debía cumplir con ss designios.
-¡No! -responde cuando me pidió que fuera tras desnudar su cuerpo -¡no!

Me di la vuelta subiéndome de nuevo los pantalones, mi pecho danzaba al ritmo de las mismas llamas que lamían su cuerpo perfecto.
-¿No que? -preguntó seguramente no comprendiendo como por primera vez dejaba su cuerpo desnudo desatendido ante mis ojos.
-Que te folle mi hermano, parece que aquel que es díscolo es premiado, así que me largo -rugí cerrando tras de mi la puerta de un portazo.

Mary era una buena mujer, siempre parecía clamar mi desazón con Indigo, supongo que ella podía darme aquello que la vampiresa me negaba, un futuro acompañado, la soledad empezara a pesar sobre los hombros de un milenario.
Su camafeo reposaba en mi bolsillo trasero, quizás era el momento de devolvérselo y por primera vez ceder a sus deseos, no solo usar su cuerpo para una noche de pasión desmedida, si no quedarme a dormir allí, a vivir quizás ¿asco no queríamos ambos una vida similar?

Golpeé la puerta de la mansión, la doncella abrió con un galante saludo y sujetando mi abrigo me hizo pasar.
Mary sorprendida me esperaba frente a la lumbre con una sonrisa tibia en sus labios y una copa de burdeos en su mano.
-Hola -atajé a decir antes de con mi velocidad sobrenatural buscar en su cuerpo el desahogo que antes no había obtenido.
La pared se convirtió en lecho mi cuerpo en una cárcel de piel y huesos y entre gruñidos nos devoramos los labios jadeando.
-Venia a devolverte el camafeo -su sonrisa se ladeo chocando con mi boca antes de morder, lamer y succionar mi belfo interior.

–¿No qué?–
 
Quiso saber la inmortal, incapaz de concebir que se negara a encamarse con ella como miles de veces había hecho anteriormente. Daredhal le pertenecía, era suyo en cuerpo y alma. Varinäel podía no respetarla ni amarla, pero su hermano lo hacía y la vampiresa lo sabían. Sin embargo, en ese instante la estaba rechazando. Le daba la espalda. Y con el portazo del hijo hasta aquel momento obediente, se desataron los siete infiernos en cielo.
 
Tantos años a su lado y el insensato de su hijo aún no sabía con quién jugaba. Ninguno de los dos tenía ni idea de lo que hacía cuando la retaba. El poder de Indigo tenía alcances que ninguno de los dos llegaba a imaginar, pero pronto descubrirían que desobedecer a su sire, tenía consecuencias nefastas.
 
Fue a buscar su batín de seda negra y se cubrió con él, pero sin atarlo con el cinto fino que quedó colgando a ambos lados de sus caderas. La tela suave quedó cubriendo sus hombros, cruzando por el centro de sus pechos, oscilando a cada paso que daba hacia el balcón. Las hojas de madera y cristal se abrieron solas sin que ella tuviera que tocar siquiera la perilla, cediéndole paso al exterior, a la oscura noche de luna creciente y brillante en el firmamento.
 
El haber tocado aquel camafeo le había otorgado un vínculo con su propietaria. Podía ver su mente, su corazón. Aquella humana amaba a Daredhal, lo notaba en sus latidos, en el susurro de sus pensamientos. Demasiadas veces se había acostado el insensato con ella y, no sólo eso, sino que le había mentido a la cara. Y ahora dirigía sus pasos a verla, a buscar consuelo en sus brazos.
 
El semblante serio de la cainita se apagó al tornarse negra su mirada. Alzó los brazos al cielo y pronto cientos de cuervos cubrieron el terreno con su vuelo. Se alzaron todos a la vez y embistieron a la vampiresa hasta atravesarla, mas sólo fue una ilusión óptica, antes de envolverla en un remolino y a toda prisa arrastrarla con ellos hacia la casa de la desdichada cuya muerte había sido anunciada.
 
Indigo fue depositada en el suelo con una gracilidad digna de la mejor de las bailarinas rusas. Las aves, sin emitir graznido alguno, se desintegraron, convirtiéndose en ceniza que pronto mancilló el suelo, tornando aquella tierra fértil en un cementerio.
 
Dio lentos y pausados pasos hasta que las dos figuras de los amantes aparecieron al otro lado de la ventana. La cainita alargó el brazo derecho y como si cogiera un objeto invisible, comenzó a apretar. En el interior de la masía, Mary sentía hincharse su lengua y se llevaba los dedos al cuello, intentando zafarse de una soga que no existía. Con la zurda, la inmortal extendió tres dedos y clavó sus afiladas uñas en el aire, perforando el hígado de la mortal, cuyo vientre comenzó a sangrar. La humana, vencida, se fue de rodillas al suelo, con una mano en el abdomen y la otra cubriendo la garganta. Frente a sus ojos apareció la visión de una morena que sonreía ladina, justo antes de arrebatarle, definitivamente la vida.
 
–Se acabó el juego para ti.–
 
El cuerpo sin vida de Mary quedó tendido en un charco de sangre, apoyada en el regazo de un Daredhal arrodillado e incapaz de arreglar lo que él había provocado.

Allí estaba Indigo, dispuesta a darme la lección mas importante de mi no vida, le pertenecía, podía fornicar con putas, rameras de un día pero el abandono no lo contemplaba para conmigo ni siquiera la traición de un nuevo día.
Con el cuerpo de Mary aun caliente entre mis brazos, con mis manos manchadas de carmesí y mis ojos rojos de rabia de odio y de sed, una profunda y no de sangre si no de venganza y muerte.

Cerré los ojos un instante, no solo la mataba me obligaba a librarme de su cadáver dejándome en una situación comprometida pues yo era el ultimo en atravesar el umbral de aquella casa.
Me habían visto las doncellas, el mayordomo, todos, se me acusaría de un asesinato no cometido.
Entonces fue cuando me di cuenta de que solo la cárcel podría alejarme de ella, dañar a Indigo con mi ausencia, esa era una venganza dulce para alguien como yo cansado de este juego de muerte y destrucción.

Grité, lo hice a propósito y sentí tambalearse los cimientos de esa mujer que no me quería, pero tampoco ansiaba perder a su complaciente juguete.
El mayordomo entro en la cámara alertado por mi llamada encontrando a una pobre doncella muerta y a un asesino frente sus ojos.

La policía fue llamada presentándose de inmediato en la estancia, yo, el único capaz de cometer el crimen fui capturado y llevado a dependencias policiales, ladeé la sonrisa, puede que este encierro significara mi libertad, a fin de cuentas estaba muerto, poco o nada me costaría fingir mi propia muerte.

Una semana después:

La bastilla condenado a cadena perpetua, celda fría, húmeda y plagada de ratas, me ahorqué en ella, no puede morir lo que ya esta muerto y cuando me encontraron en ese estado ademas de bromas varias sobre el asesino de una inocente doncella lanzaron mi cuerpo por un acantilado cercano plagado de otros cuerpos, mi libertad, lejos de Indigo empezaba.

La morena abandonó a su vástago para que meditara lo que había hecho, mas en vez de asumir su craso error y volver arrastrándose a ella, suplicando su perdón, no hizo sino decepcionarla al permitirse ser atrapado por los gendarmes franceses, policías ineptos donde los hubiera. No eran rivales para un cainita como su hijo y eso la inmortal lo sabía. De nuevo intentaba huir de ella.

Daredhal creyó que, a pesar de haber perdido la batalla, con los actos de su sire, lograría ganar la guerra. Pero era un completo iluso si pensaba que las cosas sucederían como él había planeado. Si tenía la idea de que Indigo, sin más, olvidaría su afrenta y perdonaría su traición. Él le pertenecía y lo haría hasta el día de su desaparición, la cual no permitiría que fuera pronta, pues aún tenía partidas que jugar con aquel peón.


Había transcurrido una semana, un periodo de tiempo suficiente como para que su hijo, ahora también díscolo, recapacitara sobre sus decisiones. Así pues, decidió que iría a visitarle aquella noche a prisión, mas cuál fue su “sorpresa” al descubrir que había fingido su propia muerte y logrado que le metieran en un saco y lo lanzaran a una fosa común. Los ojos de la vampiresa fulguraron llenos de rabia por la incompetencia de los mortales, matando a uno de ellos tras indagar en su mente para localizar la última ubicación conocida de su vástago. Tiró el cuerpo inerte a un lado, frente a los otros paralizados gendarmes.

–Si no tuviera prisa, me encargaría de vosotros uno por uno. Pero no os preocupéis, volveré a saldar cuentas, queridos.–

Anunció con su habitual vez inalterable y ese tono sensual que la caracterizaba, sibilina como una serpiente, atrayente como la brillante tela de araña para las moscas. No perdonaría a Daredhal, pero tampoco a aquellos estúpidos humanos que en vez de sangre, parecían tener agua en las venas y en sus cabezas anidaban aves.

Giró sobre sus pasos y una vez en la parte trasera del callejón, fue envuelta por una bandada de cuervos que la hizo desaparecer, transportándola hasta la cantera llena de pútridos cadáveres. La depositaron en el suelo con la gracia de una pluma al caer transportada por un suave y cálido viento.

–¡Daredhal!–

Exclamó con ira la sire, reclamando la inmediata presencia de su hijo, que había osado, con tanta desfachatez, intentar escapar de sus manos.

Cabreo, frustración, rabia y un grito desesperado ,eso era lo que alcanzaba a notar cuando aquel vinculo que me ata a Indigo arrasó como una corriente eléctrica devorando el contenido de sangre de mis venas, hirvieron, como ahora mismo mi sire hervia por la perdida de su buen hijo, me reclamaba, mas yo no acudía, ni lo haría porque...

Frente al consejo.

La ciudad era un autentico hervidero, el consejo al parecer había dictado unas normas, unos estamentos para garantizar no solo un convivencia en el mundo de los humanos, sin no para asegurar nuestra supervivencia, pasar desapercibidos, fundirnos con lo que un día fuimos pero atesorando dinero, poder...

-Necesito hospedarme en un lugar donde nadie pueda rastrearme, mi situación es delicada.
El consejo meditó mis palabras, susurraban entre ellos una respuesta adecuada, me limité a esperar en pie, en el centro de la circunferencia su deliberación, era consciente de que me querían en su bando, pero también que necesitaban a mi hermano y ambos no podíamos estar en el mismo lado, sus ansias por matarme eran proporcionales a su sed de venganza ya parecer no menguaba con el tiempo.

Uno de lo antiguos se alzó de su silla, un nombre escrito en una tarjeta, la orden de los cazadores, según ellos allí me darían cobijo y se encargarían de que no me localizaran hasta que yo pudiera por mi mismo garantizar mi seguridad.
Seguir bajo el ala protectora de mi sire no era para mi una opción, me ocuparía de mi mismo, tenia que hacer comprender a Varinael que yo no era su enemigo, que teníamos que aunar fuerzas contra Indigo, cortar el cordón umbilical con ella, ese que ella se esforzaba por mantener bien atado.

Le ofrecí mi amor, mi no vida, todo, hubiera hecho todo pr que fuera feliz a mi lado y aun así ella me había escupido en la cara, se acabó.
Aquella misma noche Axel me alojo en una pequeña casa cerca de la playa, según él, brujos habían convertido aquel lugar a simple vista...fácil de derribar en algo inexpugnable, no me localizaría a no ser que yo así  lo quisiera.

Que su vástago no respondiera al llamado era un ultraje, uno que Indigo no pasaría por alto. Daredhal se suponía que era el obediente y ahora se rebelaba como un dichoso adolescente. ¿Cómo osaba, después de mil años a su cuidado, darle la espalda? Cualquiera diría que había estado en contacto con Varinäel y que la estupidez se le había contagiado.
 
La furia que irradiaba la mirada de la sire no tenía límite, sus pupilas se habían dilatado hasta ocupar todo el orbe sin espacio alguno en blanco. Sus ojos eran dos pozos negros, dos puertas al vacío más absoluto, a una oscuridad inmensamente profunda.
 
–La desobediencia tiene un precio muy caro, querido.–
 
Aseguró con una ladina sonrisa al adentrarse en su propia mansión e ir a la biblioteca donde guardaba libros aún más antiguos que su propia existencia, escritos en lenguas que ya hacía siglos eran consideradas muertas. Osciló los dedos de su diestra en el aire y un tomo flotó desde el último de los estantes hasta posarse abierto por la mitad en el escritorio. Pasó las hojas sin necesidad de tocarlas, éstas se movían con sólo pensar en que ella así lo deseaba. Rebuscó entre los encantamientos hasta dar con uno que le resultaría útil para localizar a su pequeño revoltoso.
 
Preparó los ingredientes necesarios, uno de ellos lo hizo ir a buscar al mercado negro, y en cuanto lo tuvo todo listo, fabricó un péndulo que la guiaría hasta el escondrijo de la pequeña rata que pretendía ocultarse de ella. Iluso y adorable Daredhal que se creía capaz de mantenerse a salvo de las garras de su sire. Mas la inmortal no tenía intención alguna de presentarse allí con las manos vacías. Era una mujer elegante y con clase, así que antes de seguir las señas del colgante, fue a buscar un bonito regalo con el que obsequiar al anfitrión de la guarida.
 
Llegó a un lugar que parecía estar a punto de caerse a pedazos, pero olía la magia a la legua, hechizos poderosos. Pero no necesitaba entrar en el agujero, porque traía delicioso queso para que el roedor saliera a recibirla.
 
–¿Por qué no sales a darme un beso, amor mío?–
 
Sonrió la vampiresa con la luna en cuarto creciente iluminando el lado derecho de su perfecto rostro. Su brazo izquierdo estaba extendido y al final, sujeto con escasa fuerza de sus dedos, había un niño.
 
–El hermano pequeño de Mary ha venido a verte.–
 
Se inclinó hacia el muchacho que debía rondar los diez años y le susurró al oído.
 
–Daredhal fue el último en ver a tu querida hermana con vida, ¿sabes? Porque eran muy buenos amigos… Demasiado buenos, diría yo. Pero bueno, a veces los amigos discuten y…–
 
Se encogió de hombros, volviendo a erguirse. El chavalín la miraba con el temor pintado en la cara. No entendía nada de lo que la morena le decía, pero sabía que era peligrosa, su instinto primario se lo decía. Por eso mismo una mancha oscurecía sus pantalones, ahora empezaba a secarse pero aún olía.

Mi error, subestimarla, siempre fue ese mi mayor delito, parecía no aprender que su maldad no conocía parangón, que estaba vaciá y que de nada le importaba mi amor.
Apreté los puños, era consciente que no podía entrar, por eso trajo consigo el señuelo perfecto, sabía que mi humanidad no estaba muerta, que la mantenía viva porque de no ser así me trasformaría en mi hermano.
Dejé escapar el aire furibundo y antes de que al niño le pasara nada abrí el portón y me encamine con paso firme hacia los dos.
-Suéltalo -pedí mas que ordene porque mi tono podía hacer que al crio lo hiciera arder -estoy aquí como querías, suéltalo.

Su sonrisa ladina se pintó en sus labios, era difícil saber en lo que estaba pensando, pero una ofensa podía lograr que acabara con el pequeño, no temía por mi vida y eso ella lo sabía por eso no soltaba el hombro de la criatura porque para dañarme solo tenía que matarlo, no habría herida impartida en mi cuerpo que pudiera doblegarme.
-Vamos Indigo, estoy aquí como querías, dejale ir. Una vez dijiste que cuando te aburriera me matarías ¿no llevamos demasiado tiempo jugando sobre el tablero? Cumple tu palabra Indigo y acaba de una vez conmigo -pedí logrando atisbar un punto extraño en su mirada.

¿Duda quizás? Fuere lo que fuere basto para que el niño de un tiran se zafara de su zarpa.
-'¡Corre pequeño, entra! -le ordene señalandole la casa, allí estaría a salvo.
Me interpuse en el camino entre la inmortal y el niño.
-Olvidate de él ¿que quieres Indigo?

Sabia que odiaba que la desobedecieran, claro que a mi hermano se lo había perdonado durante siglos.
-¿quizás te estas ablandando? O quizás es que si desobedezco me convierto en una pieza mas entretenida en tu tablero?

Como ella ya había calculado, Daredhal no tardó en aparecer. Aquella artimaña con Varinäel no hubiese funcionado, porque era un ser vacío que se había cerrado a sentir nada por nadie. Había descubierto el placer que producía aprovecharse de la humanidad sin apegarse a nada, sin valorar aquellas efímeras vidas más de lo que, realmente, podían significar. Pero el mayor de los hermanos seguía siendo muy sentimental, demasiado. Pero eso era lo que le convertía en un vampiro diferente, en un inmortal único. Eran escasos los seres de la noche capaces de empatizar después de mil años. Pero Indigo no le diría eso a su vástago, no le daría semejante satisfacción.

Sonrió de medio lado, tras incorporarse de nuevo y miró un instante al pequeño, que temblaba como una hoja mecida por el frío y seco viento de otoño. Aunque él, precisamente seco, no estaba.

–¿Por qué debería soltarte? Joseph y yo nos hemos hecho amigos. Y venimos a hacerte una visita conjunta.–

Deslizó sus largos y heladores dedos del cuello al hombro del chiquillo y de ahí, descendió hasta buscarle la mano, tomándole de esta como si fueran, en verdad, conocidos y no una raptora y su secuestrado.

–Saluda a Daredhal, cariño.–

El niño la miró a ella y después al hombre que tenía a varios metros, delante. Despegó los labios, tembloroso, intentando articular una palabra, pero siendo incapaz de lograrlo. Fue entonces que el cainita retó a su sire a terminar con él, como si fuera ese su deseo. La morena le fulminó con la mirada, tensando todo su cuerpo. Lo hizo de tal modo, que incluso el ridículo mortal se percató y aprovechó el momento para soltarse y correr.

La inmortal levitó tras el mocoso, pero su vástago osó interponerse en su camino, logrando que sus inertes y fríos cuerpos, chocaran. Los ojos de la mujer eran oscuros como la noche, pero con un matiz rojizo sangre.

–Si desobedeces te conviertes en un clon de tu hermano y haces que pierda el interés. Pero sé que sólo intentas lo contrario.–

Se olvidó enseguida del retoño humano, a fin de cuentas, el pequeño le importaba menos que nada. Ya había servido a su propósito y si no era aquella noche, lo encontraría en el futuro y lo despellejaría, sólo para pasar el rato.

–Pero deja que te diga una cosa, querido...–

Se inclinó hacia delante, acariciando la mejilla ajena con sus ondulados mechones azabache y le susurró al oído, rozándole la ternilla con su gélido aliento y tersos labios.

–Deja de hacerte el héroe, porque a mí no me engañas. Nadie en el mundo te conoce mejor que yo, ni siquiera tú mismo. No deseas morir a mis manos.–

Se separó de nuevo, enfrentando aquella mirada desafiante que impostaba su querido hijo que intentaba ser díscolo, pero no podía.

–Mataré a un niño cada día. Mejor aún, mataré, exponencialmente, a un niño más cada día que transcurra sin que vuelvas a mi lado. Tómatelo como un castigo por intentar ser algo que no eres. Desobediente.–

Indigo sabía que la partida la tenia perdida y sobre mi oído susurró algo que funcionaria para que volviera a su perro como un fiel perro.
Aseguraba yo no era Varinael, no se equivocaba, él se echaría a reír, poco le importaban los niños desconocidos mientras no afectaran a su “idílica vida sin sentimientos” por contra yo aun guardaba intacta mi humanidad y por eso era la mascota de Indigo, el hombre al que era incapaz de tomar en serio.
Solo era el pobre infeliz que dejaba y tomaba a voluntad.
-Iré, poseerás mi cuerpo pero nunca mas mi alma -aseguré como desafiante amenaza esperando escuchar la risa de mi sire, la vencedora de esta justa y de todas.

Mi cuerpo se rindió, relajado me planté frente a ella esperando su orden siguiente.
-En algo te equivocas -sentencié cuando me dio la espalda para empezar a andar tirando de la imaginaria correa que pensaba llevar presa de mi pescuezo.
-No soy el cobarde que crees y no temo a la muerte.

Hundí mi diestra en el pecho sin pensarlo y hubiera terminado la obra siendo solo arena sobre el suelo de no ser porque Indigo aterrorizada sujetó mi antebrazo para evitar que cumpliera mi cometido.
Por unos instantes nos miramos desafiantes, jadeé por el dolor mientras sentía mi orégano aun latir en mi pecho, digamos que esto eran unas tablas y ella lo sabía porque si apretaba lo suficiente no sería necesario arrancarlo, podía destrozarlo.

Ladeé la sonrisa contemplándola, francamente era bella, la amaba, siempre la había amado pero para ella yo era un peón de su tablero y sabía que solo me usaba para mantener vivo su juego con mi hermano.
-Estas preciosa -alegué con un gruñido de dolor mientras la vista se me emborronaba.

Poseer el alma de un vampiro era absurdo, igual que anhelar poseer el aire. Algo efímero y sin valor alguno, porque los cainitas no poseían espíritu. Lo perdían tras el abrazo y únicamente el demonio quedaba ocupando su cuerpo. Sin embargo, había pequeños seres distintos, como Daredhal, que conservaban algo que todos desechaban enseguida: Su humanidad.

Indigo ni se molestó en responder a tal tontería, sencillamente le dio la espalda a su vástago y emprendió camino, convencida de que el inmortal la seguiría como un cachorrito. Escuchó sus palabras, pero no se giró hasta que llegó el silencio y con una ceja alzada dio la vuelta, enfrentando la mirada ajena con sus orbes oscuros como la noche más sádica cubierta de sangre.

–¡No seas estúpido!–

Gritó la morena, agarrando el antebrazo foráneo para detener lo que estaba haciendo. Los ojos de la sire se prendieron como llamas en el mismísimo infierno cuando su rostro se acercó tanto al del contrario que sus narices casi se rozaron.

–Dije que no deseabas morir a mis manos, no que temieras morir. Deja de comportarte como el imbécil de tu hermano. Se supone que tú eres el inteligente, el estratega. No el engreído impulsivo.–

Espetó, sabiendo que mencionar de nuevo a Varinäel al hombre que tenía delante no le gustaría. Pero parecía ser el único modo de hacerle reaccionar. Daredhal aseguraba ser diferente pero en muchas ocasiones, llevado por los celos o a saber qué otro tipo de sentimiento humano, se comportaba exactamente igual que aquel al que tanto decía no soportar por acaparar la atención de Indigo.

Rodó los ojos al escuchar aquel halago y de un golpe seco le obligó a sacar la mano del pecho. Era un vampiro, sanaría de inmediato, pero eso no quitaba que estuviera actuando como el más necio e insensato de todos los tiempos.

–Me saldría más a cuenta tener un perro.–

Aseguró y tras dar un leve golpe en la frente ajena con la base de la palma de la mano derecha, el cainita perdió la consciencia y cayó contra su brazo izquierdo. La inmortal lo cargó unos instantes mientras reclamaba la presencia de sus amigos los cuervos y éstos fueron los encargados de transportar al dormido Daredhal hasta la casa de la reina de la noche. No le llevaría de nuevo a la casucha que él ocupaba, le quería tener vigilado para que se dejara de sandeces y se centrara en volver a ser lo que ella esperaba. Decepcionar a la morena nunca era una buena idea.

Cuando abrí los ojos estaba en una cámara, conocía aquel lugar, la mismísima casa del demonio que hace ya unos milenios entro en mi vida sin avisar arrastrándome a una vida inmortal demasiado larga en mi opinión, con una sucesión de perdidas difíciles de asumir y que me había llevado al enfrentamiento con aquel que un día fue mi hermano y que ahora me odiaba hasta tal punto que de ser él el que hubiera tenido su mano en mi corazón lo hubiera arrancado con desprecio y hubiera con el alimentado a los cerdos..

Iba a levantarme cuando escuché el ruido metálico de las cadenas, giré aun aturdido mi cabeza hacia el lado derecho para encontrar mi muñeca rodeada de un grillete que arrastraba un gruesa cadena.
-¡Indigo! -rugí furibundo sintiendo como el mareo seguía instaurado en mi, algo extraño teniendo a considerar que yo era un maldito vampiro y que la herida de mi pecho debía haber sanado ya.

Fue entonces cuando en esa neblina que llevaba encima similar a la de una borrachera giré la cabeza hacia el lado izquierdo, allí otro grillete, peor en mi vena quedaba puesta una aguja, un pequeño conducto de plástico ascendiente que iba directo a un gotero.
-¿que cojones es esto? -pregunté arrastrando las palabras al sentir como la cainita que acaba de cruzar el umbral de la puerta al saberme despierto entraba con una radiante sonrisa.

Era verbena, trataba de mantenerme sedado y tranquilo seguramente con la intención de que no cumpliera mi amenaza y me arrancara el corazón allí mismo.
Mi sire podía ser muy persuasiva, peor cuando las cosas no podía conseguirlas por las buenas no le importaba usar la fuerza y este era su pequeño despliegue de poder.
-¡Suéltame! -ordené

Indigo deslizó sus dedos por mi piel fría, dibujando mis labios, mi mandíbula mientras me instaba con un siseo a que no me alterara y guardara silencio.
-¿que quieres? -pregunté
Que mas quería de mi, ya había quemado la ficha que yo representaba sobre el tablero ¿y ahora? Que posición necesitaba para este nuevo juego.