Alfil a torre 4 || Privado.

Recuerdo del primer mensaje :

La vampiresa sabía que su hijo pródigo, el mismo que osaba desafiarla constantemente, estaba a punto de llegar a París en busca de su hermano, aquel que le seguía siendo fiel y jamás le había dicho que no a una de sus peticiones. Porque era así, ella no necesitaba ordenar, sólo pedía y todo aquello que deseaba, se le era concedido. Cuando se tenía un poder como el suyo, someter a los demás resultaba risiblemente sencillo, por eso mismo le había dado cierta libertad a Varinäel y le dejaba comportarse como un joven rebelde. Era divertido. Pero aún y cuando le dejaba hacer y deshacer a su antojo en muchas ocasiones, no le iba a permitir que rompiera otro de sus juguetes favoritos. Así pues, por ese mismo motivo, fue a reunirse con Daredhal para ponerle sobre aviso.
 
Su vástago residía actualmente en una hacienda a las afueras de la ciudad. A pesar de su personalidad dada, antaño, a relacionares con la gente, debido a su condición y a la obsesiva persecución por parte de su hermano, se había visto obligado a optar por una vida discreta, aunque no de total reclusión. Allí tenía sirvientes, doncellas, visitas de gente a la que Indigo le permitía conocer su paradero y que podían ofrecerle charlas amenas u otro tipo de divertimento como juegos de intelecto o deportes de interior y caza nocturna. Así que fue allí hacia donde se dirigió su carruaje hermético, protegido de cualquier rayo de luz y en el que se había introducido en el interior de su propia mansión y del que únicamente saldría, una vez parado en la cochera del caserío, a cubierto del astro mayor, cuyos largos brazos deseaban acabar con ella o cualquiera de su raza.
 
Una vez ya en la hacienda, uno de los sirvientes la recibió y fue abriéndole todas y cada una de las puertas. La vampiresa tenía completo acceso a cualquier rincón en el momento que se le antojara. El lugar era suyo y Daredhal también le pertenecía. El sirviente le preguntó si deseaba anunciar su llegada al señor de la casa e Indigo únicamente le dedicó una ladeada sonrisa y un gesto con la mano para que marchara y les dejara solos. Su vástago sabía que ella se encontraba allí, podía notar su presencia como él lo sentía a él. No hacían falta avisos ni presentaciones, se conocían muy bien. Ella a él, al menos, porque nadie sabía realmente cómo era aquella mujer, ni siquiera ella misma lo hacía por completo. Los demás sólo alcanzaban a ver lo que ella deseaba mostrarles y, muchas veces, tergiversaba la verdad para sus propios fines. Abrió la puerta del despacho en el que se encontraba el muchacho y se acercó a él con paso elegante y calmo.
 
–¿Me has echado de menos, cariño?– Se inclinó sobre la espalda ajena, rozando la parte de atrás de la oreja izquierda del vampiro con la punta de la nariz, aspirando su aroma.
 
–Traigo noticias de Varinäel para ti.– No se anduvo con rodeos, fue directa al grano. Quería ver su reacción, la expresión que se plasmaba en su rostro. Ella se irguió de nuevo y aguardó con la sonrisa tranquila y fría que la caracterizaba. Acababa de mover el alfil en su tablero de juego.

Una vez llegaron a la mansión, las negras aves se adentraron por un largo pasillo que conducía desde la parte trasera del caserío hasta las mazmorras. ¿Qué clase de vampiresa sería sin unos calabozos en los que poder torturar a sus víctimas? Una insulsa, aburrida y poco ilustrada en las leyendas a las que encarnaba.

La morena disfrutaba de infligir tormento como la que más, aunque era más partidaria de la psicología que del martirio físico, porque perduraba más en el tiempo y se ocultaba con facilidad, lo que hacía que fuera mucho más divertido jugar con las presas que marcaba.

Una vez acomodado su nuevo invitado en la celda, amarró ambas muñecas del cainita con cadenas de plata alquímica grabadas con unas runas muy particulares, unas que ella misma había creado hacía siglos. No había llave alguna, ácido o hechizo que pudiera abrir los grilletes. Únicamente la sangre de Índigo y su voz podían hacerlo. Ese era el regalo que le otorgaba a su querido vástago.

Le dejó descansar mientras ella iba a cambiarse de ropa, considerando que la que portaba olía a cachorro de humano. Arrugó la nariz ante lo que para la inmortal era hedor y para cualquier otro un aroma a penas perceptible. Se quitó las prendas, las echó a la hoguera que se había prendido nada más entrar ella en la estancia, y se atavió con un vestido negro de una sola pieza, de seda.

En cuanto escuchó sus amadas cadenas, sonrió y regresó a las catacumbas a darle los buenos días a su pequeño y querido siervo recientemente empeñado en rebelarse.

–¿Ya estás despierto, cariño?–

Se aproximó a él levitando, con el bajo de la ropa rozando el suelo como si lo acariciara. Y eso mismo hizo ella con el rostro ajeno, paseando sus largos y finos dedos por cada curvatura. Acercó su cara a la foránea hasta que su gélido aliento humedeció los labios del vampiro.

–Te quiero a ti. Obedeciéndome como te corresponde. Quiero de regreso a mi adorado Daredhal.–

Le mordió el belfo inferior y tiró de él hasta que se escurrió de entre sus dientes. Se relamió, saboreando la saliva que había quedado adherida a sus propias carnosidades. El cainita la miraba desafiante con los ojos rojos como la sangre.

–Si haces eso me entra hambre, querido.–

La morena se había alimentado de su vástago en más de una ocasión, no porque lo necesitara, no porque la ponzoña ajena le nutriera ni le aportara algo importante. Lo hacía por dominancia, por marcar el territorio, porque le excitaba saber que era su dueña y que él se doblegaba gustoso ante ella. Que un inmortal se dejara morder no era algo normal, incluso cuando alimentaban a sus esclavos solían cortarse y darles de beber en una copa y permitían que les lamieran el antebrazo. Pero el mordisco era algo hasta cierto punto vejatorio. Eso Daredhal lo sabía y aún así había accedido a que Índigo lo hiciera.

Giró el rostro y se movió hasta que los labios acariciaron la oreja del varón, allí donde con un seductor e incitante tono de voz le susurró.

–¿Cuánto tiempo hace que no sientes mis colmillos perforando tu piel? Sé que lo echas de menos. Dime que lo deseas.–

No se que cojones esperaba que hiciera tras esa afirmación, le mostré los colmillos tirando de las cadenas, su risa retumbó en la estancia porque sabia que por mas que luchara no lograría deshacerme de ellas, bonita paradoja con su piel cuanto mas trataba de huir de su tez mas ganas tenian mis labios de recorrerla como una droga que necesitaba, yo, el yonqui de su boca.
“–Te quiero a ti. Obedeciéndome como te corresponde. Quiero de regreso a mi adorado Daredhal.”

Giré la cara para no enfrentar su intensa forma de mirarme, aquella mofa que implicaba el modo de acariciarme, me trataba como a un niño, nunca me consideró un hombre, no para eso ya tenia al rebelde de mi hermano que jamas consentía en ningún capricho que se le antojara a su sire.
-Mucho tiempo fui ese “Daredhal obediente” que ahora reclamas, uno calmo que trató de hacerte entender que tu oscuridad podía tener a mi lado una connotación diferente y lo único que he encontrado ha sido desprecio en cada una de tus frases, me he cansado de seguirte como un fiel perro, piensa lo que quieres porque el único modo de tenerme será encadenado.

Indigo no me tomaba en serio lo supe cuando atrapo mi labios inferior lamiéndolo y mordiéndolo, mis ojos rojos como el fuego la desafiaron ¿que es lo que no escuchaba?
Tensé el gesto al escuchar contra la ternilla de mi oído que deseaba alimentarse de mi.
Se lo había permitido muchas veces no porque fuera algo que necesitara si no porque no había nada que no le consintiera a esa mujer que parecía dueña de mi sino, de mi voluntad y de mis besos.

Su boca dejó un reguero de lamidas por mi cuello, sintiendo mi sangre arder por mis venas bajo sus labios diabólicos. Pretendía reclamar como suyo al hombre que tenia encadenado, mas aparté mi cuello de su boca de fuego dando un tirón.
-No -rugí.
Alimentarse implicaba mucho para dos vampiros podía ser algo común, algo que fruto del deseo surgiera como un vinculo, mas por contra Indigo a mi no me permitía alimentarme de ella excepto en ocasiones muy efímeras.
Cuando solo lo hacia uno de los vástagos el motivo era supremacía esa que Indigo tenía sobre todos y cada uno de sus hijos.
-Estas perdiendo encanto preciosa, este es el único modo que tienes de mantenerme a tu lado, vaya, creo que algo se esta rompiendo en ti - fui irónico, sabía que eso la enfadaría, pero no pensaba ceder esta vez -Por que no me sueltas y comprobamos si sigues ejerciendo el mismo poder sobre mi que antaño.

El vástago seguía comportándose como un rebelde, aferrándose a la idea de imitar a su hermano como si eso fuera lo que a Indigo le gustaba. La inmortal echó ligeramente hacia atrás la cabeza, pero sin llegar a dar un paso que interpusiera entre ellos algo de distancia.

–Eres tan tozudo que cualquiera diría que en vez de un vampiro eres un pulgoso lobo de tres al cuarto.–

Arrugó la nariz como si el contrario incluso apestara a perro mojado. Le dio una bofetada que resonó en todo el sótano y se retiró, dejando a más de un metro al prisionero, cuyas muñecas seguían aferradas por los grilletes de plata.

–Tu alma.–

Comentó la morena al girarse con una sonrisa dibujada en sus labios. Se pasó la lengua por el inferior, despacio, como si saboreara las palabras que acababa de pronunciar y les preparara el terreno a las que vendrían a continuación.

–Hay una creencia popular, una burda mentira, que asegura que todas las almas se echan a perder con el abrazo.–

Hizo una pausa expresa para añadir dramatismo al momento, porque Indico era ese tipo de mujer maliciosa que disfrutaba con el tormento ajeno. Incluso su propio sufrimiento le producía placer, pero no había nadie en el mundo capaz de causárselo a esas alturas.

–Eso es cierto en muchos casos, pero no en todos. Porque pocos vampiros hay tan poderosos como yo y no sólo por los siglos que cargo a mis espaldas.–

Alzó la mano derecha con la palma hacia abajo y los dedos juntos como el pico de un ave. Los movió uno a uno cual pequeño abanico, formando ondas, al tiempo en que giraba la diestra y la orientaba hacia el techo. Una espera sin límites iluminó la estancia. Parecía latir como un corazón, emitiendo un bajo pero insistente sonido similar a un quejido de un pequeño animal moribundo.

–¿Crees que las almas sufren, querido?–

La sonrisa de la vampiresa se amplió, dejando asomarse el final de sus afilados colmillos. Aga-chó ligeramente la cabeza hasta casi rozar la bola de energía y, dejando caer los párpados, aspiró despacio el aroma que desprendía.

–Siempre oliste a arándanos frescos con una pizca de azafrán.–

Comentó en un susurro, aún con los ojos cerrados. Al abrirlos de repente, estos brillaban como dos luceros blancos, pero no era sino el reflejo de aquella alma titilante en sus dos pozos negros. En ese abismo que tenía ella dentro.

“Condúcenos de lo irreal a lo real, Condúcenos de la oscuridad a la luz. Condúcenos de la muerte a la inmortalidad.”

El alma, no contenta con haberme despojado de ella tras el abrazo ahora Indigo se mofaba de mi mostrándomela.
-Eres cruel -aseguré escupiendo a su cara esas palabras mientras ella se reía dispuesta a torturar mi humanidad.
-La perdí hace tiempo ¿por que a estas alturas debería importante si torturas algo que ya no me pertenece.

La amaba, amaba a esa mujer que tenía delante, por ella hubiera hecho todo cuanto me hubiera pedido pero empezaba a asumir que Indigo no era una mujer que permitiría eso, ella disfrutaba del dolor, de la tortura y si mi hermano y yo seguíamos vivos era porque de un modo u otro eramos piezas que aun le complacían sobre el tablero de juego.

Tiré de las cadenas de nuevo, ordenandole que me soltara, peor cada palabra que escupió mi cara representaba para ella un nuevo juego.
-Indigo -la llamé finalmente captando su atención -puedo antes de que empieces la tortura hacerte una pregunta?

Mi voz calma la sorprendió, creo que por unos instantes creyó que había recuperado la cordura por le miedo a que destruyera pro completo mi alma, así que deslizó sus dedos por mis labios dando pie a que hablara.
-¿Alguna vez has sentido por mi algo mas que el placer de moverme sobre tu tablero?
Mi mirada afilada se hundió en la suya, puede que la pregunta fuera estúpida, sabía que ella no podía amar, de echo mi proposición había resultado estúpida y motivo de mofa para la inmortal, pero..necesitaba escuchar de sus labios esa verdad.