Waiting for the customers who only come at night +18

Eran muy pocas las veces que se decantaba por ir a la Molly House, prefería la tranquilidad de la soledad y si bien aún ansiaba el poder tener un compañero que le acompañase en esa vida a la que había sido condenado, esperaba que de alguna manera, sucediera repentinamente y preferiblemente en su casa. Sin embargo, esa noche era diferente, aquella noche cumplía un año más desde que Hywel lo había convertido en un vampiro y lo había dejado a su suerte. En noches como aquella, Jerome era incapaz de quedarse hacinado en su adosado hogar. Tenía pensando ir a cualquier sitio menos a un burdel de hombres jóvenes, no le gustaban las habladurías y los chismorreos y si alguien se encontraba de tope con su persona entrando a semejante lugar, qué sería de su reputación.

De su familia no había vuelto a tener noticias, el sujeto al que le había pagado para que averiguara con cautela que estaba sucediendo en Lyon y sobre todo que hacían los demás integrantes del caserón Césaire, no había retornado a París. Casi temía que se hubiese llevado los francos con la promesa de traerle información, pero escapando sin hacerlo en lo absoluto. Podría utilizar su poder de rastreo, se había quedado con una prenda robada del hombre, lastimosamente su capacidad de rastreo aún no era muy amplia, por el contrario, la de seducción parecía acrecentar con el pasar de las noches y a veces le abrumaba la facilidad con la que podía atraer a hombres y a mujeres, no quería pensar que su vida amorosa se vería encuadrada a sus habilidades en la seducción. Quería que alguien se enamorara de él, por quien era y no por sus poderes sobrenaturales. Detuvo sus pensamientos cuando el coche de punto también lo hizo, a veces parecía que su cochero sabía más lo que deseaba que él, le había solicitado que lo transportara a un sitio de entretención, esperaba que el humano lo acercara a su lugar de trabajo o incluso que lo llevase a la ópera, todo aquel que conocía de cerca a Jerome, sabía que era un amante de la ópera. En su lugar, lo había llevado a la Molly House. Se acomodó su frac y su sombrero de copa y descendió las escalinatas del coche de punto, hizo una pequeña genuflexión y el humano cabeceó en su dirección, chasqueando las riendas del caballo para alejarse un poco del lugar.

Jerome se adentró al tumulto de gente y corazones palpitantes, había un profundo aroma desagradable en el ambiente que le hizo fruncir la nariz, era una de las cosas más complejas que había adquirido tras su dolorosa conversión. Podía percibir aromas por debajo de los que usualmente podía percibir un humano, también sucedía lo mismo con sus otros sentidos. Divisó al mar de gente, un montón de hombres de su círculo social disfrutando de los afectos de jovencitos—tanto maquillados como naturales—sobre sus regazos.

Atravesó la multitud con los ojos bien puestos en el bar del lugar. Se sentaría un rato a analizar el ambiente y tal vez, si la suerte estaba de su lado, se animaría a llevar a un chico a su cama. Después de todo, no podía negarse el placer de tomar un cuerpo terso y en la plenitud de su juventud para disfrutar en una noche tan melancólica como aquella.

Aguzó su oído durante un rato, hasta que una conversación le llamó la atención, más cerca de lo que esperaba. Giró su rostro y contempló el perfil de un joven que dialogaba con el que servía las bebidas para los comensales. Hizo una mueca ante las repugnantes palabras del hombre que se hacía llamar Remy había dicho sobre el que había sido hacía unos momentos el cliente del chico con rostro de ángel. Se aclaró la garganta para introducirse, le había gustado su ingenio y carisma. No era para nada un mal partido para pasar esa noche. Tratando de ser muy sutil, no sonrió para no alertar al joven y a su compañero de los colmillos que ahora le pertenecían.

—Sin duda alguna, esta ciudad está llena de depravados. Disculpe la intromisión, no pude evitar escuchar las fatalidades de algunos hombres que asisten a este lugar. Mi nombre es Jerome Césaire. ¿Cuál es el suyo?

No era tonto, si algo había aprendido en los pocos años que llevaba de su no vida, era a leer a las personas. El joven Emile era simplemente encantador, sin embargo, los ojos del vampiro cayeron brevemente en el semblante tenso del hombre aquel, Remy si mal no recordaba, quien había echado un vistazo a los guardias del lugar. El vampiro tuvo que esconder la sonrisa que lo delataría, por supuesto, el jovencito tarde o temprano sabría que él no era como uno de sus clientes recurrentes, lo sabría en el momento en que abriera su boca y sus colmillos relucieran, siendo incapaz de esconderlos. Se permitió, no obstante, disfrutar de la situación, del nervioso ir y venir de los ojos del cantinero y de las palabras del maravilloso joven. Hacía mucho tiempo que no reía, hacía mucho tiempo que había perdido la gracia, entre las constantes de esconder su condición cuando aún lo vigorizaba la humanidad de un corazón bombeando y unas mejillas sonrojadas por la sangre que circulaba y la posterior pérdida de dignidad a manos de quien había sido su Domitor, la alegre juventud lo había abandonado dejando ese resquicio desesperanzador de hombre muerto y resucitado por el diablo para servirle en la oscuridad.  

—El placer es todo mío, joven Emile —susurró, agarrando la mano del joven para, con delicadeza, besarle los dedos corazón y medio, como lo haría un verdadero caballero, primero, para demostrar el respeto que le profesaba al objeto de sus anhelos y segundo, para medir la excitación que poseía al poder sentir los latidos de su corazón. Era claro que Jerome podía hacerlo sin necesidad de acercarse tanto al ángel de ojos como el mar, pero le gustaba mantener esa tradición, le gustaba creer que, a pesar de beber sangre humana para saciar su sed irreverente, aún podía actuar como alguien que había gozado de humanidad, antes de convertirse en ese monstruo morador de la noche—. Me encantaría poder pasar lo que queda de esta noche con usted. Le prometo que no seré como los hombres que seguramente… no han sido lo suficientemente cuidadosos con un ángel de su talla. —Trató de ser incluso más sutil al decir aquello, no quería ahuyentar al pobre chico con esas palabras, sabía que muchos de los prostitutos de la Molly House habían tenido que pasar por las peores circunstancias y esa era la única vida que se habían podido tomar. Pero tampoco le gustaba juzgar a un libro por su portada, por lo que lo dejó al aire, libre a millares de interpretaciones, después de todo, ese chico quizá necesitaría los francos que su bolsillo estaría dispuesto a obsequiar y él necesitaría, sin duda alguna, una compañía para lo que quedaba de esa noche.

Miró una vez más a Remy, alzó una ceja en su dirección, como invitándole a interferir a su pregunta.

—¿Qué dice, me permite terminar esta noche a su lado, joven Emile? —Y, finalmente, sonrió, gozando de la oscuridad del presente lugar y las pocas velas y candelabros que reposaban en todo el recinto. Si el chico veía o no sus colmillos, ya era hora de que supiera qué clase de ser estaría metiendo entre las sábanas de un dormitorio para disfrutar de los placeres carnales.

Esperó su respuesta, con un nuevo aire de fascinación infantil desprendiéndose de su cuerpo, sabía que su poder de seducción quería abrirse paso de sus entrañas y se permitió, por una vez, hacerlo a sabiendas de lo que aquello podría acarrearle.

Observó el pálido cuello del joven ángel ladeado y tuvo que tragar saliva, mientras que sus ojos se instalaban de manera instantánea en aquel punto que llamaba a la bestia más profunda de su monstruoso ser. De alguna manera, aquella sumisión también lo había encendido. Estaba acostumbrado a ser él quien se entregaba en el acto carnal, así había sido enseñado por un hombre tan varonil y experimentado como lo había sido su Domitor. La idea de recordarlo le suponía un trago amargo, a veces se quedaba dentro de su ataúd mirando a la nada y pensando en aquellos tiempos en los que el romance parecía ser el cuadro de su vida, una maravillosa obra realizada por Henry Scott Tuke enmarcando sus horas de música, familia y posteriormente, un amor tan sincero pero a su vez, tan burdo y aplastado por las realidades de una oscuridad condensada con el pasar de los años. Volvió a la realidad, cuando las palabras pecaminosas del joven ángel llenaron sus oídos desarrollados. No tuvo tiempo de obsequiarle una respuesta apropiada cuando lo vio deslizarse entre la multitud dirigiéndose a su lugar de encuentro. Estaba acostumbrado a ser él quien se entregaba, sí, pero esta absurda y pomposa nueva vida nocturna le había otorgado junto con un par de dones interesantes, un sentimiento de poder sobre la carne humana que no podía evitar. De hecho, se encontraba fascinado con la sumisión de la que había sido su anterior raza; era un deleite para sus sentidos el tener este poder corriendo por sus venas muertas. Casi como si se tratase de una tragedia griega.

Jerome era un hombre particular, disfrutaba de las pasiones carnales, pero también le gustaba obsequiar la misma cantidad de placer, no haría nada que no hiciera al joven Emile sentirse cómodo. La belleza y la sutileza de la pasión más recóndita, elaboraba su camino a la superficie con la dosis exacta del placer compartido. Era algo que había aprendido por su cuenta, su Domitor claramente se preocupaba por sí mismo y aunque le otorgaba ciertos ánimos avasalladores entre las sábanas de su cama, desde el principio había sido claro que él iba primero, que por ser un humano, Jerome era un ser inferior, un insulso pedazo de carne al cual poseer; su cortesía previa siendo solo una teatralidad de su empírico y añejo vagar.

Como no quería perder tiempo y mucho menos permitir que aquel hermoso ángel cayera en los brazos de Morfeo sin antes tener una conversación más prolongada y compartir ciertos afectos, se propuso encaminarse hacia la tercera habitación, pero una voz agria le detuvo. Se giró ante el tono peliagudo del hombre que lucía enfermo con su presencia. Jerome no era muy adepto de las criaturas que se ocultaban en su mundo y mucho menos de aquellos que reconocían su diabólica existencia, los seres humanos estaban bien en su ignorancia, los que por el contrario, sabían de los secretos que aportaban las noches más oscuras, podían llegar a ser de temer. Jerome frunció el ceño, utilizando cada gota predadora de su ser para alejar a Remy de su camino. No tenía intención alguna de herir al joven Em... Angele, lo único que buscaba era compañía, esa noche estaba deslizándose muy rápidamente de sus manos y tendría que salir hacia su hogar con prontitud, antes de que el sol tocara tierra firme y se obligara a cerrar las cortinas y a confinarse en su ataúd para tomar una siesta que no necesitaba en lo absoluto; para matar el tiempo en la oscuridad de su maldición, hecha por el hombre que alguna vez había creído amar.

—No pretendo lastimarlo, caballero. —Sabía que no necesitaba darle explicaciones a Remy, estaba bien que cuidara a los jóvenes que trabajaban en la Molly House, pero no debía entrometerse y mucho menos amenazar a un cliente del lugar. Terminó su pequeño discurso, siendo lo suficientemente agrio para no dar a paso a nuevas intervenciones del hombre—. De todas maneras, todavía no estoy lo suficientemente hambriento.

Se alejó, colocándose su sombrero de copa y ajustando su frac para seguir los pasos previos del ángel que tendría el placer de fornicar... Si el joven Angele se lo permitía.

Se encaminó escaleras arriba para encontrarse con el joven de ojos como el mar, relamió sus labios mientras llevaba sus manos a ajustar mejor el sombrero que se había ladeado luego de virarse bruscamente cuando había tenido la discusión con Remy. De haber sido humano, probablemente habría tenido las mejillas encendidas sin necesidad de golpearlas, la nariz igual de ruborizada, los cabellos salvajes en todas las direcciones y un leve rastro de sudor cayendo por su sien, sin contar el latido absurdo de su corazón contra su pecho. Sin embargo, ahora eran un ser que podía confundirse con algo inerte, era, en efecto, un ser sin vida corriendo por sus venas, solo carne manteniéndose alejada de la putrefacción tras consumir la sangre que le proveía cuando la sed se volvía insoportable y quemaba como fuego su garganta, por lo que todas esas cualidades puramente humanas habían quedado relegadas a una vida que se le había arrebatado por caer enamorado perdidamente de un monstruo.

Eso era lo que tenía que evitar a toda costa, pensar en Hywel le hacía doler el estómago cuando sabía bien que era incapaz de sentir algo así, le hacía doler la cabeza, cuando tiempo atrás esas penurias humanas habían desaparecido de su llana existencia. Él permanecía en su memoria como una enfermedad incurable, una condena peor que la tisis o la horca.

Sus oídos percibieron todos y cada uno de los sonidos pecaminosos que provenían de las otras habitaciones y una sensación de malestar que era solo mental, le golpeó cada poro de su ser. Era difícil para un hombre como él venir a sitios como la Molly House, se sentía sucio al pagar unos cuantos francos para que un joven de bella piel abriera sus piernas y le dejara penetrarlo y desearlo por unas cuantas horas. A veces se dejaba llevar mucho por el sentimiento y sabía que era algo completamente absurdo; algo de lo que sus pares bebedores de sangre se burlarían sin ton ni son. Jerome era un hombre que parecía actuar como un humano cuando aquella apariencia mortal había quedado cuatro años atrás en Lyon junto a su amada familia, que, imperfecta y tradicional, seguía siendo la única que le habían profesado amor, viviendo en la ignorancia sobre su condición sodomita.

Apresuró el paso, tratando de ahogar los ruidos carnales de los otros clientes y sus jóvenes presas y se concentró en llegar a la tercera habitación, procuró tocar porque siempre se había considerado a sí mismo un caballero y cuando las palabras del ángel llegaron a sus oídos, no pudo evitar sonreír, con colmillos a la vista. Cerró la puerta tras de sí y mordió su labio inferior al ver como aquel dulce chico lo recibía. Sintió la incomodidad en sus pantalones y tuvo que inspirar, aún cuando el oxígeno era innecesario, todo ello debido a que Angele era simplemente una visión en todo su esplendor, desde sus rizos hasta la poca piel que podía ver, lo demás escondido en sus ropas, invitándole a ser él quien tuviera el placer de descubrir lentamente cada tramo, cada curva y cada aroma de su maravilloso cuerpo.

Se movió hacia la cama para sentarse a su lado, mirando la espalda forrada del joven y deleitándose con su traviesa forma de ser, le encantaba el hecho de que no se dejara intimidar, de alguna manera, lo hacía sentir esa humanidad que tanto añoraba.

—Sería incapaz de hacerlo, es usted toda una visión, Angele —pronunció su verdadero nombre, dándole a entender que lo había descubierto, todo había sido culpa de las preocupaciones del cantinero. Sería, también, una forma de hacerle pagar al hombre por su imprudencia y por juzgar a Jerome solo por ser un vampiro. Se preguntó cómo se vería el joven enojado, se preguntó si alguna vez tendría el placer de verlo así, desatado por las emociones contradictorias de su mortalidad; millares de escenarios fluyeron por su cabeza como una carrera de caballos, pensando en todas las posibilidades. Se aseguraría de brindarle a Angele la misma cantidad de placer que él le otorgaría, tal vez podría invitarlo a su hogar, tal vez, tal vez, tal vez...  

Cerró los ojos por unos cuantos minutos y entonces deslizó una mano atrevida por la espalda baja del chico, pidiéndole que lo mirase.

—¿Me permite besarle...? —Se preguntó también si el joven se burlaría por su cortés manera de hablar, no podía evadir la costumbre, sin embargo, era algo que había crecido con su humanidad y que pertenecía a su no vida actual. No obstante, sonrió, dejando relucir sus colmillos puntiagudos y agregó—: ¿...Cada parte de su delicioso cuerpo, caballero?

La molestia en sus pantalones se hizo más evidente cuando de los labios sonrosados del pequeño ángel salieron esas palabras. Por supuesto que quería besarlo, quería hacer más que besarlo, acariciar hasta el rincón más profundo de su ser, quería hacerlo gritar, suplicar y finalmente darle el regocijo más exquisito cuando el límite ya fuese demasiado para ambos. Sus ojos siguieron el movimiento de los suaves dedos del joven Angele sobre el primer botón de su camisa y soltó un gemido cuando el chico se aventuró sentándose en su regazo, sin rodeos, acostumbrado a la materia. Relamió sus labios mientras los ágiles dedos del joven se enredaban en sus cabellos, recibió sus labios con gusto, devolviendo tal afecto con la misma parsimonia que se tiene al cuidar de una flor en plena primavera. Pudo sentir su respiración temblorosa contra sus labios y cerró sus ojos cuando todo lo que pudo sentir fue el latir de su corazón bombeando sangre a través de sus deliciosas venas. Le tomó toda la fuerza de voluntad que tenía no morder una de sus sonrojadas mejillas y hundir sus colmillos en el cuello del muchacho. La excitación estaba alcanzando un nuevo nivel.

Apartó su húmeda boca de la Angele y analizó su semblante angelical, deslizó el dorso de la mano por uno de sus pómulos de querubín y luego pasó su pulgar por el hinchado labio inferior del maravilloso joven.

—¿Tienes miedo, dulce criatura? —Dejó a un lado las formalidades al compartir un momento tan íntimo como aquel. Aunque nadie lo creyese debido a su naturaleza, Jerome si que se preocupaba por sus amantes, le gustaba que se sintieran cuidados, queridos e incluso protegidos. Quería que obtuvieran aquello con lo que le había engatusado Hywel antes de volverlo su esclavo de sangre. Solo que había una gran diferencia entre el hombre que había sido su Domitor y Jerome: este último era auténtico.

Aprovechando su fuerza sobrenatural, ubicó sus manos sobre las caderas del joven Angele y lo giró, dejándolo caer sobre la cama, posicionándose encima de él, regresó a sus labios y deslizó uno de sus colmillos por el labio inferior de su contrario, probablemente le haría una pequeña abertura para nada alarmante, descendió sus labios —ahora cerrados— por la barbilla y luego el cuello, llegando a sus clavículas y levantando los brazos del muchacho por encima de su cabeza, enterrando sus muñecas en el suave edredón de la cama, obligándole a quedarse quieto mientras su boca exploraba cada resquicio de su cuerpo con la ternura que tenía un artista al pintar sobre un lienzo con la obra de su vida a punto de ser finalizada.

Antes de proseguir, regresó rápidamente a su boca, miró sus intensos ojos azules y sonrió mostrando sus colmillos al muchacho.

—Te prometo tanto placer como tú estás enseñado a dar, precioso. Cree en mí cuando te digo que no me placería lastimarte solo para hacerte daño. —Besó castamente sus labios, queriendo que el joven Angele de verdad considerara sus palabras—. Yo también quiero que disfrutes, dulce criatura. Así que, déjate llevar...