But we don’t talk about it | Privado

Llevaba un poco más de treinta minutos en el mismo sitio, en la misma banca de madera derruida y con patas mohosas; llevaba un tiempo que le empezaba a incomodar, a pesar de que su mirada parecía ausente en la espesa calina que se apoderaba del puerto a esas horas. Apenas se divisaban algunas luces tenues de unas farolas a la distancia, y, aun así, la negrura era absoluta, y sólo los osados más unos cuantos bucaneros borrachos, eran quienes se paseaban de noche por semejante lugar. De acuerdo, lo hacían ellos y él, un hombre que venía de una familia acaudalada, que bien podía estar disfrutando y manejando las riquezas de la estirpe, pero que simplemente se hallaba en un extremo del continente esperando para cumplir un terrible encargo.

Artyom Berdiáyev. ¿Sonaba bien, verdad? Oh, pero sólo para él, como para unos más de la familia, y para Aleksei cuando estaba vivo. Para su abuela Klavdiya, aquella usurpadora desgraciada, asesina en serie además, no era agradable tener que pronunciar ese nombre, y eso a él no le importaba, porque lo que pensara Clava lo tenía sin cuidado, sin embargo, no descartaba la posibilidad de que, en algún momento, se haría cargo de ese asunto inconcluso, y la haría pagar por todas las cosas que había hecho en contra de personas desprotegidas como Katya y la misma Yevgeniya, y también con la hija mayor de su tía Irina. Esa misma mujer lo había conducido a la posición en la que se encontraba en ese instante, y de no ser por Helga, él estaría muerto... Su pequeña hija también. Ninguno hubiera sobrevivido...

Largó un pesado suspiro y se obligó a observar sus manos por unos segundos, porque tampoco podía descuidar su vigilancia. Llevaba un perfecto cálculo del tiempo, y hasta se había educado la vista en las penumbras, a pesar de ser un simple humano. Por eso, cuando supo que ya era hora, se puso de pie y partió hacia la playa, que se hallaba a una distancia bastante corta, al menos desde su punto de vista. Estaba tras un sujeto al que había que... bueno, borrar del mapa. No era una tarea sencilla, pero se le daba bien; algo en él se había acostumbrado a obrar de ese modo, y aunque fuera un hechicero brillante, la magia no resultaba tan atractiva cuando de eliminar personas se trataba. Sí, de eliminarlas de inmediato, sin hacer demasiado, sólo fulminarlas y ya estaba. Además, así era mucho más divertido, le parecía.

Fue tanta su abstracción mental, que ni se dio cuenta en que momento estaba ya paseándose por la playa, sintiendo como sus pies se hundían en la arena. Fue sigiloso, cómo no. Su víctima estaba a una distancia prudencial, y él bien podía dispararle justo en la nuca y poder desaparecer en la niebla, la que podía aprovechar con un poco de abracadabra. Sin embargo, lo que no contó Artyom fue a un tercero en la partida, y cuando el bastardo al que tenía que acabar se quedó de pie frente a alguien, con quién sabe qué intenciones, lo que se le cruzó por la mente fue hacer lo suyo de inmediato. El tipo quedó tendido en la arena, apenas tuvo tiempo de percartarse de dos cosas: Una, que ese alguien era una chica y también un testigo. Dos, que el hombre no iba solo y faltaba poco para que lo descubrieran.

—No me mires de ese modo, sé que no fue lo más sacro, pero por favor, tienes que venir conmigo, sino te alcanzarán los compinches del muerto y no te irá bien —sugirió, echando un vistazo veloz a su alrededor. Si bien él parecía un humano corriente, pudo darse por enterado de que ella no sólo no era una humana más, sino que la conocía desde hacía un tiempo; además, los otros bandidos ya estaban cerca—. Ven, vamos... Nos dará tiempo de salir de aquí.

Por un momento había creído que ella pondría alguna clase de resistencia, pero no fue así. Quizá era porque lo había reconocido y por eso prefirió hacerle caso.

—Ya te lo explicaré mejor en algún momento. Pero lo cierto es que tengo una hija que me necesita vivo...

A Artyom no le gustaba, en lo más mínimo, estar dando explicaciones acerca de las cosas que hacía, ni mucho menos de los negocios en los que se involucraba. Para él eran asuntos demasiado personales, y apenas los trataba con sus empleadores, al menos las partes importantes del trabajo, porque, por mucho dinero que le fueran a pagar, tampoco pretendía que se insmicuyeran en su vida como se fueran amigos de toda la vida. Artyom Berdiáyev dejó de confiar en las personas desde que Klavdiya decidió clavarle el puñal por la espalda, y si tenía algunos pocos cercanos, esos se habían ganado su estima a pulso, sin andarse con rodeos ni nada parecido. Entre esos pocos se encontraba Minerva, y por eso creía que sí, que le debía una explicación a lo que había hecho.

No sabía, a ciencia exacta, como lo tomaría, pero suponía que tampoco iba a escandalizarse tanto. Minerva sabía la historia de Artyom, de que tenía una hija de meses, y que, también estaba relacionado con una mujer que se dedicaba a la piratería. Además, se había convertido en alguien como su protector, a pesar de que ella fuera un licántropo que superaba por mucho a un "simple" hechicero. Un humano corriente con un par de habilidades "abracadabra".

Quizá, en otro contexto, Artyom no tendría que recurrir a semejantes trabajos para sobrevivir, pero desde que había huido de Rusia, las cosas no le resultaron tan sencillas como creyó en su momento. Iban convirtiéndose en una enorme nebulosa que amenazaba con devorarlo todo a su paso. Y por mucho que deseaba, con todas sus fuerzas, vengarse de su desgraciada abuela, aún reconocía que no contaba con el nivel suficiente para hacerle frente de una vez por todas.

El pensamiento le atacó mientras huía con Minerva de la escena del crimen. Parecían dos almas errantes atravesando las arenas oscuras, dejando atrás un pasado funesto que igual terminaría persiguiéndolos. Aunque esta vez se trataban, simplemente, de los sujetos aliados al muerto.

—Ya sé que te la debo, pero primero debemos asegurarnos de estar muy lejos —murmuró, con la respiración agitada mientras caminaban a paso rápido—. Nos da tiempo de subir por aquí y ocultarnos en el puerto. Lo que no quiero es que nos vean, o inmediatamente nos unirán a la muerte de ese tipo. No merecía vivir tampoco. Fue... un encargo.

Ambos ascendieron hacia las proximidades del puerto, dejando atrás la playa, refugiándose por completo entre las penumbras. Entonces se perdieron en la lejanía.

—Creo que por aquí estaremos bien, Min. No te preocupes. Y de nada... Pero no tienes nada que agradecer —habló al cabo de unos minutos—. A veces... hago trabajos ocasionales como sicario. No es lo más digno, sin embargo, he venido arrastrando todas estas cosas desde que abandoné mi tierra natal. Y heme aquí, huyendo para que no me echen el muerto encima. Esa es la verdad, y lamento no haberla contado antes. Pero tampoco es que me queden muchas alternativas.