Give me all [Privado]

por **Alec Windsor** Sáb Mar 31, 2018 1:54 pm

La pesadilla le hizo abrir los ojos de repente. Qué raro, hacía años que no tenía pesadillas. Aquellos limbos en los que se sumía durante unas cuantas horas al día bastaban para que su mente se relajase, pero aquellas imágenes no tenían nada que ver con su típico descanso. Sus ojos dorados se adaptaron rápidamente a la oscuridad, dejando ver los intrincados diseños que se dibujaban al otro lado del dosel de la gran cama de matrimonio que ocupaba el centro de la habitación. Estaba casado… no es que le hubiese preocupado su estatus anteriormente pero ahora, la respiración relajada y placida de la humana a su lado no dejaba lugar a dudas: tenía un peso más en su espalda. No fueron pocos los lobos conocidos por el que le reiteraban una y otra vez que podía deshacerse de su mujer en cuanto tuviese la corona. No obstante, él había optado por otro curso de acción que quizás fuese mas complicado, pero más práctico. Yacer con ella la noche anterior había sido solo el comienzo, estaba convencido de que su nueva esposa no se conformaría con una imagen de matrimonio unido ante el público, sino que optaría por mudarse a sus dependencias y dormir con él todas las noches. La idea le irritaba sobremanera. Alec siempre había preferido tener su propio espacio y ahora se daba cuenta de hasta qué punto ese espacio se había reducido. ¿Qué iba a hacerle? No podía echar a su mujer de su cama nada más pasar la primera noche, eso daría una imagen que dejaría al pueblo en su contra y que haría que los nobles tratasen te esquivarle para colocar a otro pretendiente en la cama de Lena. “¿Sería una noticia tan mala?” Se sorprendió respondiendo que sí. Alec detestaba tener que compartir su vida con una humana, cierto; pero detestaba aún más tener que compartir sus cosas con algún niño de papa que no supiese ni dónde meterla. Lo que más le frustraba de todo era que su mujer parecía completamente afanada en satisfacerle de todas las maneras posibles, pocas mujeres habían demostrado ser tan complacientes y abiertas en su vida. Quizás con un poco de empeño y educación podría se una amante digna de tal nombre, aunque Alec nunca pudiese sacar su verdadero yo con ella. Aparto aquella idea de su mente, no era el momento de pensar en ese aspecto de su mujer. Miró el cuerpo desnudo de la reina a su lado, y se levantó de la cama para salir de la habitación.

Camino hasta el vestidor, ya se habían molestado en poner allí su ropa, trasladándola desde la habitación de invitados del ala oeste. Se puso unos pantalones oscuros y una camisa limpia antes de salir silenciosamente de los aposentos reales. Sus jinetes seguían apostados allí. No le molestaba que hubiesen oído todo lo que le hacía a su mujer, no tenía secretos para ellos, pues estaba convencido de su total lealtad. Les hizo un gesto para que se quedasen en la puerta. Pasase lo que pasase, el castillo debía de seguir pensando que el rey dormía en sus aposentos plácidamente. Camino descalzo por los largos pasillos del palacio, observando como Inglaterra dormía mientras el cavilaba. El reino era suyo por fin, pero eso había sido solo el primer paso. Ahora empezaba lo difícil. Consolidar su posición como rey debía de ser su nueva prioridad, así como extender su influencia en el extranjero. Precisamente por eso era que la primera parada de la noche debía de ser para ella. Torció por un pasillo hasta la gran biblioteca Isabelina, en honor a la famosa reina. Allí había libros suficientes para equipararse a la colección que tenía en Londres, aunque mucho peor conservada. Paseo entre las hileras, buscando ansioso el volumen de su interés. Finalmente lo encontró, no era un libro que faltase nunca en las casas nobles con hijas, y aunque sabía cuál sería su reacción, esperaba que al menos viese la cortesía de un libro con nuevos conocimientos. Salió de la biblioteca y se dirigió al ala oeste, donde la noche anterior había dormido como su última noche de soltero. Doblo una de las esquinas de camino a las escaleras cuando lo oyó, aquel par de voces en mitad de la penumbra. Podían susurrar pero su oído lobuno era demasiado agudo y percibía toda la conversación. - ¿Cómo has osado dejarla pasar? ¿A alguien de su calaña? – Decía una voz masculina en el hueco de la escalera. La voz que le respondía, una fina voz de mujer intentaba apaciguar su evidente ira. – No lo entiendes. Es más importante de lo que tú te crees. Por favor guarda silencio o... – Sin embargo el criado no estaba dispuesto a atener a razones. – ¿Guardar silencio? Es una negra, y la has dejado entrar en el edificio. – Aquello hizo que la sangre de Alec hirviese, y que el lobo que tenía firmemente amarrado gruñese impunemente, ya de por si frustrado. Salió a la fría luz de las velas y ambos criados se fijaron en él. Ambos se arrodillaron, pero la mujer enseguida empezó a desprender un inconfundible tufo a miedo. - ¿Qué expresión has utilizado? – Dijo Alec. Su voz ronca parecía afilada como una navaja de afeitar. – Majestad… le aseguro que sacare a esa basura ahora… - La cabeza del humano salió disparada, sin su cuerpo. La criada ahogo un grito de pánico, y la sangre empezó a desparramarse por el suelo y los cristales, donde se había estrellado lo que quedaba de cráneo. El rey miro a la mujer llorosa. – Eres uno de sus pajaritos… ¿verdad? – La mujer asintió, y alec paso por encima del cadáver como si no existiese. – Saca esta basura.

Alec subió las escaleras hasta el pasillo de sus habitaciones en la tercera planta, tratando de calmar las pulsaciones, pero los colmillos aun asomaban por sus labios, y dudaba que pudiese contenerse con otro humano si se ponía en su camino. ¿Cómo se atrevían? Escoria miserable e inferior. Finalmente llego hasta las puertas de su antigua habitación y se coló con todo el silencio del que fue capaz, pero sin parecer furtivo, sabía que ella le oiría de una manera o de otra. Todo estaba tal y como lo había dejado la noche anterior, y el dormitorio seguía impoluto tras el paso del servicio, salvo por la forma femenina que dormía en uno de los lados de la cama de matrimonio. Alec camino hasta ponerse a su lado y se sentó en la cama, sabía que ella ya estaba despierta. Se inclinó para darle un beso en la mejilla y susurrarle – Tengo un regalo para ti. - dijo mientras pasaba los dedos por su delicada piel de ébano. Hasta que se dio cuenta de que estaban manchados de sangre… que mejor forma de despertarla. – ¿Vas a quedarte en la cama toda la noche?

por **Tiaret Farey** Jue Abr 05, 2018 2:59 pm

Los ojos de Tiaret se abrieron despacio ante el murmullo de las voces de los sirvientes. Las grandes estancias donde la acústica era perfecta no le agradaban pero todo eso no era según su gusto y placer, sino según Alec y él quería estar ahí. Si hubiese sido por ella, nunca habría entrado en aquel lugar para no tener que escuchar a aquellos humanos chismorrear por su color de piel, pero a la vez le importaba bien poco. Sus compañeros y su alfa la aceptaban tal cual era, por lo que nada podía herir su orgullo, básicamente porque su loba se sentía constantemente querida. Un suspiro salió de los labios de la mujer puesto que estaba pensando, muy seriamente, en levantarse de la cama y encararse a aquellos desechos. Sus músculos casi se estaba preparando para la acción pero unos leves pasos la hicieron detenerse. Los conocía, conocía ese andar incluso desde la distancia y no era otro que el de Alec. ¿Qué hora era? Miró a la ventana para darse cuenta de que aún quedaba mucho tiempo para que gran parte de la corte se despertara, lo que suponía que su alfa se había desvelado por alguna extraña razón en particular. ¿Es que la reina no le había satisfecho los deseos? Teniendo en cuenta que era humana, Tiaret lo dudaba pero a veces esos asquerosos seres eran capaces de sorprender incluso al mismo diablo y ella más que nadie lo sabía. Volvió a cerrar los ojos ante el horroroso grito que vino del pasillo y luego esperó pacientemente la llegada de su majestad. La loba no pensaba llamarle nunca así en persona ya que para ella era simple y llanamente Alec, sin más.

Sus pasos no tardaron en acercarse a los aposentos y al final la puerta de la habitación se abrió, para dejar paso al lobo más feroz conocido pero Tiaret no movió ni un músculo de su cuerpo. Incluso su respiración era pausada lo que parecía indicar un sueño profundo, nada más lejos de la verdad. Le escucho subirse a la cama y cuando beso su mejilla, con el cariño de un semejante, la loba abrió los ojos por segunda vez para luego moldear su cuerpo a sus caricias, recibiendo cada una de ellas y dejando que el olor de la sangre empapara sus fosas nasales. Su alfa era capaz de matar por ella y una vez más lo había demostrado, aunque había sido muy imprudente por su parte dejar a la otra mujer con vida. –Y toda la mañana si hace falta. Estoy en mi derecho después de haber espiado las conversaciones de borrachos de aquellos indeseados nobles, por ti– recalcó aquellas últimas palabras como si fuese una acusación, aunque realmente Alec sabía que a ella nunca le importaba desempeñar tan ardua función, porque lo era. Había sido creada para cubrirle las espaldas y eso era lo que estaba haciendo.

Se desperezó girándose en la cama hasta quedarse mirándolo desde su posición inferior. Su alfa, tan bello como siempre, lucía desalineado y la sangre le añadía un toque de peligrosidad muy atrayente a los ojos de la loba, porque no había nada más sexy que un lobo cubierto con la sangre de los desgraciados humanos. –¿Te das cuenta de lo adorable que eres?– le preguntó cogiendo su brazo derecho, para llevar su mano llena de sangre a los labios y lamer aquello que a ellos les daba la vida. No era ese líquido rojo en si lo que les sustentaba sino su significado. Cuanto más mataban a los que les amenazaban mejor protegida estaba la manada y él lo había hecho sin ningún miramiento; de hecho, Tiaret estaba segura de que apenas había pestañeado al acabar con la vida de aquel individuo. Juguetonamente le mordió el dedo índice y luego le dejó marchar la extremidad para incorporarse y darle un beso igual de cariño en la frente, que estaba perlada por gotas de sudor casi imperceptibles a los ojos de los demás, pero no para ella. –Antes de darme mi regalo, dime que tal fue tu noche. El esfuerzo no debe haber sido fácil para ti en absoluto– acostarse con un humano era fácil si a uno no le importaba herirle, pero ese no había sido el caso de Alec. Necesitaba a la reina viva, al menos al principio del todo y eso Tiaret lo tenía muy claro. Iba a proteger a la bastarda igual que a Alec mientras fuese útil y luego si el destino la alejaba de un modo u otro era ya otra cosa. Pasó los dedos por su pelo y tras un largo suspiro dejó caer la cabeza sobre su hombro, como si él fuese su cojín en vez de aquellos que estaban bajo ellos, ricamente adornados y probablemente hechos de las más finas plumas. –Alec tienes que ser más cuidadoso con tus acciones ahora más que nunca. No te dejes llevar por tu lobo– la loba le acaricio el pecho, aquel lugar donde tenía la marca del mordico, para dejarle saber que no tenía nada en contra de su parte lobuna pero que, a su vez, lo que le estaba diciendo era importante y tenía que escuchar. –Ellos esperan cualquier desliz para acabar contigo. No quiero tener que enterrarte porque si he de hacerlo nadie va a salir vivo de esta casa. Sabes que hablo muy en serio– era capaz, literalmente, de matarlos uno a uno por Alec y por sus jinetes. Nadie se merecía más su amor y a nadie más se lo iba a entregar.

por **Alec Windsor** Vie Abr 13, 2018 6:19 am

Posiblemente la loba más peligrosa que había creado. Tiaret, a diferencia del resto de sus alumnos, no fue convertida ni por necesidad ni por accidente. Ella era deleite, inspiración y perfección en lo que a los licántropos se referia. Recordaba perfectamente la primera vez que la había visto, apenas una niña con aquellos mismos ojos oscuros que ahora le miraban en la penumbra. Como había adorado a aquella mujer; y seguía haciéndolo. No le gustaba verse recriminado por nadie, ni si quiera de manera suave y educada pero, por alguna razón, ella siempre había conseguido tener total autonomía para decirle cualquier cosa sin que el se molestase. ¿Qué clase de debilidad era esa? Así como había conocido a una loba que sacaba todo lo irracional y salvaje de su mismo, Tiaret conseguía sacar una versión muy diferente de él. ¿La amaba? Si, desde luego. No como los humanos solían entender el amor, claro está. Sin embargo, no podía evitar que ella sacaba ciertos aspectos sentimentales de él que nadie más había logrado ver. Muchos decían que solamente era su exótica apariencia, pero no estaba de acuerdo. Era una mujer preciosa, llena de impulso y determinación, y eso no tenía nada que ver con el color de la piel. No… Alec creía saber por qué significaba tanto: la había hecho a su imagen y semejanza. Por eso siempre le permitía todo, porque es como consentirse a sí mismo, una parte de él oscura y llena de impulsos descontrolados que no podían existir en el mundo real pero, en ella… en ella todo era posible. Si eso era lo que algunos podían interpretar como amor… bueno, la vida estaba llena de definiciones inconcebibles, y tampoco pretendía poner corrección a todas ellas. No la saco de las colonias y la convirtió en un dios para responder a las preguntas de otros. Sus jinetes no tenían explicación ni sentido para nadie. Solo para él.

Rio por lo bajo en aquella habitación, una oscura sala que para el parecía iluminada como si la chimenea estuviese encendida. Su tono no era de recriminación claro, era más bien una anotación a pie de página dando a entender cuando le desagradaba aquella situación, pero que la aceptaba. Su lealtad era inquebrantable y su voluntad de hierro. Podria pedirle cualquier cosa y ella guardaría sus secretos hasta la muerte. No por nada Tiaret era el jinete negro, el que simbolizaba el hambre, una muerte mucho más lenta y desesperante que cualquier otra que uno pueda conocer. – Y precisamente por eso te he traído un regalo. Y algunas noticias adicionales también que, creo yo, te resultaran de sumo interés. – Sus planes para asegurar el poder en Inglaterra solo bajo su cabeza ya estaban en marcha. Sin embargo, la mujer con la que ahora compartía el trono tenía ciertos secretos ocultos, algunos de los cuales podrían haber supuesto un problema de ser ciertos. Fue la propia Tiaret quien le hizo saber lo relevante de esos secretos. La loba le había informado de que Lena había desviado una cantidad de dinero importante de las arcas del tesoro hasta unas cuentas en nombre de un príncipe rumano. La segunda parte de la información recalcaba que ella y el príncipe en cuestión se habían reunido en secreto en diversas ocasiones, y que la tensión entre ellos podría ser sugerente. – No tengo nada de adorable. Tú, sin embargo, me estas tentando más de lo humanamente soportable. Suerte que no soy humano… ¿verdad? – Dijo mientras su alumna lamia la sangre de sus dedos. Ella sí que sabía cómo orientar los deseos de la gente, hasta ese punto era peligrosa.

- Virginal. Así es como ha ido la noche. – Nunca era fácil mantener relaciones con humanos, siempre tenían ese olor tan… normal en ellos, como si no pudiesen evitar ser simples criaturas del montón. Y si, no iba a negar que Lena había sido más inspiradora de lo que creía, pero también estaba seguro de otra cosa. – Nos equivocamos. Sea lo que sea lo que mi ahora esposa hizo con ese príncipe… no llego a más. – No había duda de que la reina era virgen, por mucho talento que hubiese demostrado en el dormitorio, por lo que su principal fuente de preocupación había pasado a lo siguiente: el dinero. Dos millones de libras no eran fáciles de ocultar, y antes o después el parlamento empezaría a hacerse preguntas a ese respecto. ¿Cómo iba a explicarlo? Como si le leyese la mente, su alumna sabía que todos los nobles estaban más que dispuestos a acabar con él, o por lo menos a tenerle de títere. Pobres idiotas. – Tranquila, se perfectamente lo que quieren y sé que cumples tus amenazas. – Dijo apartándose para mirarla a los ojos, aquella cara solo mostraba determinación y convencimiento. – Ahora… - dijo susurrando. – Tu regalo. – Se levantó de la cama y camino hacia el salón en la habitación de al lado. Allí había mucha más luz y sería mejor para lo que tenía que enseñarle. Se sentó en uno de los sofás tapizados de la sala, con la chimenea crepitando no muy lejos de él. El fuego arrancaba destellos dorados de sus ojos, justo los que solían delatarle como sobrenatural. Cuando Tiaret llego, dejo su regalo encima de una mesita al lado de su butaca. Era un manual de geografía, completamente detallado sobre ciertas regiones del mundo. – Lo que te estoy dando ahora, es lo que nadie más sabe…. Te doy mi imperio. – Si, el manual de geografía detallaba todo lo que no había sido explorado aun… de la India. Había perdido las colonias, Inglaterra necesitaba una nueva fuente de recursos, y Alec establecería un nuevo mundo. El imperio de Inglaterra comenzaba con una sola cosa: él. - Ahora solo queda una cosa. Tenemos que empezar a movernos rápido.

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