AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hab keine Angst vor der Dunkelheit
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Hab keine Angst vor der Dunkelheit
El color escarlata de la sangre fresca de tres jóvenes bañaban la exquisita colcha de terciopelo que descansaba bajo sus cuerpos inertes, que se encontraban cuasi abrazados sobre el colchón. La esbelta figura de una mujer de clase alta, Ophelia, podía verse en una esquina de la ricamente decorada habitación, sentada grácilmente sobre el sofá, admirando la escena con parsimoniosa tranquilidad, con un pincel en una mano y un blanco lienzo sobre sus rodillas. Su vestido, antes de un azul inmaculado, ahora estaba lleno de manchas carmesíes, que besaban la tela como rosas en un invierno helado. Siempre había sido poco recatada a la hora de alimentarse, a diferencia de lo que denotaban sus perfectos modales. Disfrutaba de la caza, así como del noble arte de la tortura. Sutilmente llenaba el cuerpo de sus víctimas de heridas, que como un mapa estrellado, comenzaban a formar perlas de sangre que luego se desprendían para su disfrute. A plena vista no podría saberse cómo la sangre había salido del cuerpo, pero si te acercabas lo suficiente se podían adivinar las marcas, finas, delicadamente dibujadas, pero sumamente profundas. Primero, en las partes menos vitales. Manos, pies, piernas y brazos... Para irse acercando lentamente al centro del cuerpo, y terminar en el cuello, su lugar favorito. ¿Porque quién era ella para contradecir a su propia naturaleza?
Poco a poco, el lienzo blanco fue llenándose de colores. Primero, aquello que rodeaba a la escena principal, y a los actores más importantes. Las paredes, los cuadros, el suelo, las velas, ella misma, como espectadora de lo que acababa de suceder, y el resto de mobiliario. Sus pinceladas eran rápidas pero gráciles, como si no le costase ningún esfuerzo reproducir lo que estaba viendo, y de pronto, se detuvo. Sólo entonces su semblante calmo pasó a convertirse en uno sumamente centrado. Los tres cadáveres se encontraban alineados formando una especie de abanico. Un chico, el más joven, se hallaba en medio. Sus brazos se hallaban cruzados sobre su propio pecho de forma antinatural, como si tratara de atraparse a sí mismo, y sus manos, ahora cerradas de forma inamovible, sujetaban los brazos más delicados de sus dos hermanas. Gemelas. Las piernas de los tres se encontraban unas sobre las otras, como si algo las enredara, y los brazos restantes, colgaban de la cama lánguidamente. Todos miraban hacia el techo, y sus ojos, a pesar de ya no reflejar luz, seguían representando el pánico que hasta hacía unos minutos habían sufrido. Aunque hacía rato que ya no se escuchaban gritos, al ver la escena, primero en vivo, y luego fielmente representada sobre su pieza, la bestia sonrió. Satisfecha. Casi podía sentir que seguían gritando.
Cuando dio por terminado su cuadro, se levantó, y dirigiéndose al borde de la cama, tomó un contenedor sobre el que se había ido derramando la sangre de una de las jóvenes. Sirvió parte en una jarra y dejó el resto tirado a un lado. No le importaba. A veces cazaba, se alimentaba, mataba... por el simple placer de hacerlo y verlo representado. Eso la ayudaba a ahuyentar el tedio que a veces suponía la eternidad. Tras dar un sorbo sangre de una copa, sonrió. Se notaba la juventud de sus víctimas en el sabor, en la acidez, y sobre todo en el regusto que le quedaba al tragarla. Era fascinante. Cuando la sed apremiaba no podía detenerse tanto en el acto de desangrarlos en sí, y a veces ni siquiera importaba el sabor. Sólo querías beber, y dejar de estar sufriendo. Pero aquel no era el caso. Aquella muerte era un juego más, un divertimento. Aunque terriblemente breve. Poco tiempo después salió de la habitación, y tras ordenar a algunos sirvientes que se deshicieran del estropicio, se dirigió sin prisa hacia el gran baño. Allí, el agua cálida y las burbujas la recibieron.
Quizá, de no haber estado tan centrada en despejar su mente y en deleitarse con lo maravilloso del cuadro que había creído, podría haber notado que de entre los aromas y presencias ya conocidos en el castillo, enmascarado por la excesiva cantidad de sangre desperdigada por doquier, se hallaba el olor de alguien más. De algo más. Alguien que no debía estar allí...
Poco a poco, el lienzo blanco fue llenándose de colores. Primero, aquello que rodeaba a la escena principal, y a los actores más importantes. Las paredes, los cuadros, el suelo, las velas, ella misma, como espectadora de lo que acababa de suceder, y el resto de mobiliario. Sus pinceladas eran rápidas pero gráciles, como si no le costase ningún esfuerzo reproducir lo que estaba viendo, y de pronto, se detuvo. Sólo entonces su semblante calmo pasó a convertirse en uno sumamente centrado. Los tres cadáveres se encontraban alineados formando una especie de abanico. Un chico, el más joven, se hallaba en medio. Sus brazos se hallaban cruzados sobre su propio pecho de forma antinatural, como si tratara de atraparse a sí mismo, y sus manos, ahora cerradas de forma inamovible, sujetaban los brazos más delicados de sus dos hermanas. Gemelas. Las piernas de los tres se encontraban unas sobre las otras, como si algo las enredara, y los brazos restantes, colgaban de la cama lánguidamente. Todos miraban hacia el techo, y sus ojos, a pesar de ya no reflejar luz, seguían representando el pánico que hasta hacía unos minutos habían sufrido. Aunque hacía rato que ya no se escuchaban gritos, al ver la escena, primero en vivo, y luego fielmente representada sobre su pieza, la bestia sonrió. Satisfecha. Casi podía sentir que seguían gritando.
Cuando dio por terminado su cuadro, se levantó, y dirigiéndose al borde de la cama, tomó un contenedor sobre el que se había ido derramando la sangre de una de las jóvenes. Sirvió parte en una jarra y dejó el resto tirado a un lado. No le importaba. A veces cazaba, se alimentaba, mataba... por el simple placer de hacerlo y verlo representado. Eso la ayudaba a ahuyentar el tedio que a veces suponía la eternidad. Tras dar un sorbo sangre de una copa, sonrió. Se notaba la juventud de sus víctimas en el sabor, en la acidez, y sobre todo en el regusto que le quedaba al tragarla. Era fascinante. Cuando la sed apremiaba no podía detenerse tanto en el acto de desangrarlos en sí, y a veces ni siquiera importaba el sabor. Sólo querías beber, y dejar de estar sufriendo. Pero aquel no era el caso. Aquella muerte era un juego más, un divertimento. Aunque terriblemente breve. Poco tiempo después salió de la habitación, y tras ordenar a algunos sirvientes que se deshicieran del estropicio, se dirigió sin prisa hacia el gran baño. Allí, el agua cálida y las burbujas la recibieron.
Quizá, de no haber estado tan centrada en despejar su mente y en deleitarse con lo maravilloso del cuadro que había creído, podría haber notado que de entre los aromas y presencias ya conocidos en el castillo, enmascarado por la excesiva cantidad de sangre desperdigada por doquier, se hallaba el olor de alguien más. De algo más. Alguien que no debía estar allí...
Última edición por Ophelia M. Haborym el Mar Oct 23, 2018 2:09 pm, editado 1 vez
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Hab keine Angst vor der Dunkelheit
Las últimas semanas habían pasado tan despacio que se me antojaron como un auténtico calvario. Desde el último trabajo que había realizado, esta vez ayudando a obtener información acerca de una treintena de nobles para espías procedentes de Alemania con los que mantenía contacto, me encontraba mirando a mi espalda de reojo con más frecuencia de lo que estaba dispuesto a reconocer. Al menos, en voz alta. No sé si describiría la sensación como miedo. Evidentemente, me ponía nervioso saber que estaba en inminente peligro, especialmente cuando la sensación de estar siendo observado era casi una constante desde aquel trabajo, pero no estaba asustado, al menos no en el sentido del que cualquiera dotaría a la palabra. Lo que más me preocupaba no era la amenaza de sufrir daño físico, o incluso de morir. Pueden llamarme excéntrico, pero siempre he pensado de la muerte no era la gran cosa. Una vez tu vida acaba, las preocupaciones también lo hacen, así que como destino, tampoco era tan desagradable si lo comparabas a lo que la tortura en vida podía significar. Lo que más me fastidiaría, aparte de que me encerraran en un calabozo para partirme los dedos o arrancarme las uñas -soy bastante hombre para reconocer que esa simple idea me erizaba todos los vellos a la vez-, sin duda era perder el respeto que había conseguido con el paso del tiempo, tras haberme centrado de lleno en el negocio y así proseguir con la “misión” iniciada por mi maestro. Perder el respeto que me tenían significaría atentar contra su memoria. Y sí, más terrorífico que la muerte sin duda sería tener al fantasma del viejo rondándome y recordándome que era un completo fracaso. No es que creyera que algo así fuera posible, pero nunca se puede ser lo bastante precavido. Podía parecer estúpido, pero era esa idea, ese miedo tan estúpidamente irracional lo que me llevaba a esforzarme en hacer un buen trabajo, lo cual se traducía en muchas ocasiones en ser capaz de limpiar mis huellas a la perfección. Y no dudaba de que lo había hecho, ¡por todos los dioses, jamás me habría equivocado en algo así! Pero algo, una voz al fondo de mi subconsciente me susurraba continuamente que algo no olía bien en todo aquel asunto. Y no por la parte de los perjudicados, sino por parte de aquellos que me habían mandado el trabajo. Apestaba a traición. Lo único peor que ser descubierto por una víctima, era sin duda ser acusado por un antiguo cómplice. Porque éstos sabían lo bastante de ti como para ser peligrosos.
Cuando la sensación de irritabilidad, nerviosismo y cansancio se hizo tan pesada que no me dejaba dormir, asumí que quizá la mejor idea sería llevar un perfil bajo por los próximos meses, hasta que los rumores se disiparan del todo y pudiera volver a respirar tranquilo. Lanzarme de lleno a otro trabajo no era una opción, ya que era sencillo levantar sospechas cuando tu rostro resulta más familiar. Hacer un trabajo de investigación de tantas familias nobles distintas me había llevado a interactuar con mucha gente al mismo tiempo, y con algunos, en más de una o dos ocasiones. Eso no era lo más ideal, ya que mi capacidad para captar la atención ajena era estupenda, al igual que lo era mi facilidad para volverme invisible con un simple cambio de registro, de aspecto, o de historia que contar. Pero cuando te volvías familiar para alguien, era difícil que se olvidasen, al menos, hasta no pasado un buen tiempo. No es que considerara a nadie lo bastante inteligente como para atar cabos y asumir que yo era el culpable de las filtraciones de información, pero nunca se podía ser bastante precavido. Tal y como mi mentor me había enseñado, en esta clase de trabajo prevenir siempre era mejor que lamentar, porque probablemente cuando hayas llegado a la etapa del lamento, ya sea demasiado tarde para recular. Perderlo todo es muy sencillo, y más aún cuando no tienes a alguien que te respalde. Su vida era solitaria, siempre lo había sido y siempre lo sería. Era más sencillo.
Lo siguiente que tenía que hacer, era encontrar un lugar en el que instalarme mientras las aguas se calmaban. Algo me decía que lo más seguro sería alejarme de la ciudad tanto como me fuera posible. No eran pocos los caserones o castillos abandonados en las afueras, que con un poco de trabajo -y sin duda ocuparme con tareas manuales me vendría bien para olvidarme de mis problemas- quedarían más que presentables. Incluso podrían suponerme un buen negocio si, al restaurarlos, me disponía a hacer escrituras para luego vender las propiedades al mejor postor. Falsificar esa clase de poderes era otra de mis especialidades, además de ser bastante provechosa. Eso fue lo que me arrastró hasta allí. Rodeada por un denso bosque, la construcción se alzaba, orgullosa, rezumando poderío, en medio de la nada. Lo cierto era que todos mis sentidos me decían, me gritaban, desesperados, que aquella era una mala idea, probablemente la peor que había tenido jamás. Pero, ¿cómo resistirse? El castillo, imponente, parecía completamente deshabitado, lo cual era extraño, dado que lucía en perfecto estado. La oscuridad que lo rodeaba, y especialmente, el silencio sepulcral que parecía querer colarse hasta el interior de mis huesos, reflejaba su abandono. O eso era lo que quise creer, aunque esa voz a la que tan bien había aprendido a ignorar me susurrara que estaba muy equivocado, murmullo que venía acompañado por un escalofrío que me puso los vellos de punta. La curiosidad venció a la aprensión, por supuesto, y como de costumbre. Y no tardaría mucho en comprender que a veces, la oscuridad oculta cosas mucho más terribles de lo que la mente humana puede predecir. Una puerta trasera. Lo que parecía una cocina, desierta. Y el murmullo, la prueba de vida dentro del lugar, me avisaron de que el silencio del exterior no reflejaba el interior. Y quise darme la vuelta, pero el mundo se hizo negro antes incluso de que me diera cuenta de lo que había pasado.
Cuando la sensación de irritabilidad, nerviosismo y cansancio se hizo tan pesada que no me dejaba dormir, asumí que quizá la mejor idea sería llevar un perfil bajo por los próximos meses, hasta que los rumores se disiparan del todo y pudiera volver a respirar tranquilo. Lanzarme de lleno a otro trabajo no era una opción, ya que era sencillo levantar sospechas cuando tu rostro resulta más familiar. Hacer un trabajo de investigación de tantas familias nobles distintas me había llevado a interactuar con mucha gente al mismo tiempo, y con algunos, en más de una o dos ocasiones. Eso no era lo más ideal, ya que mi capacidad para captar la atención ajena era estupenda, al igual que lo era mi facilidad para volverme invisible con un simple cambio de registro, de aspecto, o de historia que contar. Pero cuando te volvías familiar para alguien, era difícil que se olvidasen, al menos, hasta no pasado un buen tiempo. No es que considerara a nadie lo bastante inteligente como para atar cabos y asumir que yo era el culpable de las filtraciones de información, pero nunca se podía ser bastante precavido. Tal y como mi mentor me había enseñado, en esta clase de trabajo prevenir siempre era mejor que lamentar, porque probablemente cuando hayas llegado a la etapa del lamento, ya sea demasiado tarde para recular. Perderlo todo es muy sencillo, y más aún cuando no tienes a alguien que te respalde. Su vida era solitaria, siempre lo había sido y siempre lo sería. Era más sencillo.
Lo siguiente que tenía que hacer, era encontrar un lugar en el que instalarme mientras las aguas se calmaban. Algo me decía que lo más seguro sería alejarme de la ciudad tanto como me fuera posible. No eran pocos los caserones o castillos abandonados en las afueras, que con un poco de trabajo -y sin duda ocuparme con tareas manuales me vendría bien para olvidarme de mis problemas- quedarían más que presentables. Incluso podrían suponerme un buen negocio si, al restaurarlos, me disponía a hacer escrituras para luego vender las propiedades al mejor postor. Falsificar esa clase de poderes era otra de mis especialidades, además de ser bastante provechosa. Eso fue lo que me arrastró hasta allí. Rodeada por un denso bosque, la construcción se alzaba, orgullosa, rezumando poderío, en medio de la nada. Lo cierto era que todos mis sentidos me decían, me gritaban, desesperados, que aquella era una mala idea, probablemente la peor que había tenido jamás. Pero, ¿cómo resistirse? El castillo, imponente, parecía completamente deshabitado, lo cual era extraño, dado que lucía en perfecto estado. La oscuridad que lo rodeaba, y especialmente, el silencio sepulcral que parecía querer colarse hasta el interior de mis huesos, reflejaba su abandono. O eso era lo que quise creer, aunque esa voz a la que tan bien había aprendido a ignorar me susurrara que estaba muy equivocado, murmullo que venía acompañado por un escalofrío que me puso los vellos de punta. La curiosidad venció a la aprensión, por supuesto, y como de costumbre. Y no tardaría mucho en comprender que a veces, la oscuridad oculta cosas mucho más terribles de lo que la mente humana puede predecir. Una puerta trasera. Lo que parecía una cocina, desierta. Y el murmullo, la prueba de vida dentro del lugar, me avisaron de que el silencio del exterior no reflejaba el interior. Y quise darme la vuelta, pero el mundo se hizo negro antes incluso de que me diera cuenta de lo que había pasado.
Charlie G. Levallois- Humano Clase Baja
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 27/03/2018
Re: Hab keine Angst vor der Dunkelheit
Después de sumergir la cabeza bajo el agua, a fin de mojar sus cabellos y, de paso, despejar su mente, volvió a tomar el cuadro, que ahora descansaba sobre una silla junto a la bañera, y lo examinó nuevamente, con una sonrisa complacida. - Esta es, sin duda, una de mis mejores obras... -Comentó para sí misma, recorriendo con la mirada cada trazo, que mostraba con absoluta perfección la imagen que había tenido ante sus ojos. Lo cierto es que disfrutaba de aquellos momentos posteriores al crimen, casi tanto o incluso más que del momento en que lo cometía. Después de hacer gritar a sus víctimas, de luchar con ellas, mientras éstas forcejeaban, incapaces de aceptar su destino sin presentar pelea, ¿acaso había algo mejor para relajarse que disfrutar de un buen baño, y del fruto de sus esfuerzos convertidos en una obra de arte? A diferencia de los cuerpos que probablemente aún siguieran en la cama, que acabarían pudriéndose y desapareciendo, aquel cuadro perduraría, como un cruel recordatorio de lo sucedido. A veces le sorprendía que a lo que ella hacía, otros le llamaran "brutalidad", "falta de principios", o "crueldad desmedida". Francamente, no le parecía tan raro. Otros pintaban cuadros de sí mismos para no olvidarse de cómo lucían cuando eran jóvenes. Pero ella siempre tendría el mismo aspecto, así que debía buscar otro tipo de estímulos.
Su momento de tranquilidad, sin embargo, no duró mucho. Pronto comenzó a escuchar las voces agitadas en el exterior, lo que le hizo suponer que alguien se había colado en la mansión aprovechando su despiste. A veces pasaba, así que no le dio más importancia. Muchos forasteros se invitaban a sí mismos al interior, y por ese motivo encontraban su muerte. Claro que antes de decidir si iban a ser su aperitivo o el de sus sirvientes, Ophelia siempre se encargaba de revisar la "mercancía". Si le parecían merecedores de su tiempo, se convertían en su banquete principal y acababan siendo inmortalizados, tal y como aquellos tres hermanos. Si no era así, dejaba que el resto se los repartiesen. En aquella ocasión no iba a ser diferente. Todos cuanto tenía contratados eran lo bastante fuertes como para defenderse, y en caso de no poder, y acabar muertos a manos del intruso, era porque se lo merecían. El mundo, su mundo, no estaba hecho para los débiles ni la escoria incapaz de protegerse a sí mismo o a su Ama. Sus empleados habían aceptado aquello antes de decidir entrar a formar parte del gobierno tiránico que era la residencia Haborym.
Cuando se abrió la puerta, y los dos neófitos entraron al interior del baño, arrastrando consigo al humano que había sido tan estúpido como para entrar a su guarida, la vampiresa refunfuñó por lo bajo, para luego hacer un gesto con la mano dándoles permiso para que se acercasen. Normalmente ese tipo de tareas estaban encomendadas a sirvientes que llevaban más tiempo trabajando para ella, pero los veteranos siempre son mucho más listos que los novatos: cuando te enfrentas a un ser como Ophelia, toda precaución es propia, y las interrupciones, especialmente tras haber cometido un crimen y estar en su momento de relax, solían provocar un arrebato de rabia en la mayoría de las ocasiones, así que acababan encomendando tales recados a aquellos que pensaban más prescindibles. No es que le importara mucho, mientras todos tuvieran claras sus funciones le importaba bastante poco quién las hiciera. Por suerte para los dos vampiros, que la observaban con las cabezas gachas, como si no supieran bien que hacer, su humor no era del todo terrible en aquellos momentos. La satisfacción de un trabajo bien hecho la había animado lo bastante como para ignorar el hecho que la hubieran sacado de su baño por un simple humano.
- A ver qué tenemos aquí... -Murmuró por lo bajo, para luego salir de la bañera sin molestarse en cubrirse. La desnudez era un estado natural, y la desvergüenza otro de los puntos de su carácter. Uno de los neófitos la repasó con intensidad de arriba abajo, pero ella se limitó a ignorarlo. Su gusto era bastante más refinado, y especialmente tras una buena comida, lo que menos necesitaba era un amante mediocre. Tras acuclillarse ante el cuerpo inerte que habían dejado tirado sobre el suelo blanquecino, ladeó la cabeza, pensativa. - Bueno, por lo menos es apuesto, y no huele mal del todo. ¿Con qué lo habéis golpeado para dejarlo inconsciente? Apenas está respirando. -Cuestionó con tono monótono y aburrido. No estaba preocupada por el mortal, pero si alguien se había atrevido a probar bocado antes de obtener su consentimiento expreso quería saberlo, para así aleccionar al atrevido. No había marcas de colmillos, ni olía a sangre, así que asumió que habrían usado alguna clase de objeto.
- Creo que un candelabro, Señora. No estábamos presentes, pero nos dijeron que debíamos traerlo y luego disponer de los cuerpos en la alcoba.
- Como sea, dejadlo ahí atado y sacad a los hermanos de mis aposentos. Podéis hacer con ellos lo que os plazca, igual con la sangre que recogí en la jarra. No me importa. A este me lo quedaré un rato. Quiero saber cómo demonios llegó hasta aquí sin que nadie se percatase. -Los dos jóvenes asintieron al unísono y se apresuraron a marcharse a la habitación contigua, la cual comenzaron a acomodar tal y como la vampiresa les había ordenado. Era curioso, pero algunas veces los más jóvenes resultaban ser más eficientes que el resto. Tomó al joven que ahora estaba maniatado en una silla por el mentón para observarlo con más detenimiento. Por alguna razón, le resultaba familiar. Además, a pesar de ser claramente humano, su aroma era poco perceptible, incluso estando tan cerca. Encogiéndose de hombros, se volteó para luego volver a sumergirse en la bañera. Tenía tiempo para hacer preguntas, y también para decidir qué hacer con su nuevo juguete. Pero por el momento tenía otros asuntos que atender. El agua estaba ya más bien tibia, pero el aroma a jazmín que había aplicado seguía resultándole agradable. Jazmín y sangre joven. Era una deliciosa combinación.
Su momento de tranquilidad, sin embargo, no duró mucho. Pronto comenzó a escuchar las voces agitadas en el exterior, lo que le hizo suponer que alguien se había colado en la mansión aprovechando su despiste. A veces pasaba, así que no le dio más importancia. Muchos forasteros se invitaban a sí mismos al interior, y por ese motivo encontraban su muerte. Claro que antes de decidir si iban a ser su aperitivo o el de sus sirvientes, Ophelia siempre se encargaba de revisar la "mercancía". Si le parecían merecedores de su tiempo, se convertían en su banquete principal y acababan siendo inmortalizados, tal y como aquellos tres hermanos. Si no era así, dejaba que el resto se los repartiesen. En aquella ocasión no iba a ser diferente. Todos cuanto tenía contratados eran lo bastante fuertes como para defenderse, y en caso de no poder, y acabar muertos a manos del intruso, era porque se lo merecían. El mundo, su mundo, no estaba hecho para los débiles ni la escoria incapaz de protegerse a sí mismo o a su Ama. Sus empleados habían aceptado aquello antes de decidir entrar a formar parte del gobierno tiránico que era la residencia Haborym.
Cuando se abrió la puerta, y los dos neófitos entraron al interior del baño, arrastrando consigo al humano que había sido tan estúpido como para entrar a su guarida, la vampiresa refunfuñó por lo bajo, para luego hacer un gesto con la mano dándoles permiso para que se acercasen. Normalmente ese tipo de tareas estaban encomendadas a sirvientes que llevaban más tiempo trabajando para ella, pero los veteranos siempre son mucho más listos que los novatos: cuando te enfrentas a un ser como Ophelia, toda precaución es propia, y las interrupciones, especialmente tras haber cometido un crimen y estar en su momento de relax, solían provocar un arrebato de rabia en la mayoría de las ocasiones, así que acababan encomendando tales recados a aquellos que pensaban más prescindibles. No es que le importara mucho, mientras todos tuvieran claras sus funciones le importaba bastante poco quién las hiciera. Por suerte para los dos vampiros, que la observaban con las cabezas gachas, como si no supieran bien que hacer, su humor no era del todo terrible en aquellos momentos. La satisfacción de un trabajo bien hecho la había animado lo bastante como para ignorar el hecho que la hubieran sacado de su baño por un simple humano.
- A ver qué tenemos aquí... -Murmuró por lo bajo, para luego salir de la bañera sin molestarse en cubrirse. La desnudez era un estado natural, y la desvergüenza otro de los puntos de su carácter. Uno de los neófitos la repasó con intensidad de arriba abajo, pero ella se limitó a ignorarlo. Su gusto era bastante más refinado, y especialmente tras una buena comida, lo que menos necesitaba era un amante mediocre. Tras acuclillarse ante el cuerpo inerte que habían dejado tirado sobre el suelo blanquecino, ladeó la cabeza, pensativa. - Bueno, por lo menos es apuesto, y no huele mal del todo. ¿Con qué lo habéis golpeado para dejarlo inconsciente? Apenas está respirando. -Cuestionó con tono monótono y aburrido. No estaba preocupada por el mortal, pero si alguien se había atrevido a probar bocado antes de obtener su consentimiento expreso quería saberlo, para así aleccionar al atrevido. No había marcas de colmillos, ni olía a sangre, así que asumió que habrían usado alguna clase de objeto.
- Creo que un candelabro, Señora. No estábamos presentes, pero nos dijeron que debíamos traerlo y luego disponer de los cuerpos en la alcoba.
- Como sea, dejadlo ahí atado y sacad a los hermanos de mis aposentos. Podéis hacer con ellos lo que os plazca, igual con la sangre que recogí en la jarra. No me importa. A este me lo quedaré un rato. Quiero saber cómo demonios llegó hasta aquí sin que nadie se percatase. -Los dos jóvenes asintieron al unísono y se apresuraron a marcharse a la habitación contigua, la cual comenzaron a acomodar tal y como la vampiresa les había ordenado. Era curioso, pero algunas veces los más jóvenes resultaban ser más eficientes que el resto. Tomó al joven que ahora estaba maniatado en una silla por el mentón para observarlo con más detenimiento. Por alguna razón, le resultaba familiar. Además, a pesar de ser claramente humano, su aroma era poco perceptible, incluso estando tan cerca. Encogiéndose de hombros, se volteó para luego volver a sumergirse en la bañera. Tenía tiempo para hacer preguntas, y también para decidir qué hacer con su nuevo juguete. Pero por el momento tenía otros asuntos que atender. El agua estaba ya más bien tibia, pero el aroma a jazmín que había aplicado seguía resultándole agradable. Jazmín y sangre joven. Era una deliciosa combinación.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Hab keine Angst vor der Dunkelheit
¿Cuántas veces había escuchado eso de "la curiosidad mató al gato"? Probablemente más veces de las que era capaz de recordar, teniendo en cuenta que no solía prestar demasiada atención a ese tipo de frases y dichos, pero quizá debía haber estado más atento. Puede que eso me hubiera prevenido de meterme en la boca del lobo sin siquiera saberlo. No es que nada en aquel castillo diera pistas acerca de su propietario, no se trataba de eso. Pero de haber estado más atento, o al menos, haber investigado antes la propiedad, me hubiera percatado de que no estaba abandonada en absoluto antes de cometer el error de principiante de entrar en la residencia cuando sus ocupantes estaban dentro. Claro que golpear a un intruso sin avisar antes no solía ser una acción demasiado frecuente, pero tampoco es que pudiera culparles. Al fin y al cabo, estaba cometiendo un delito. Traté de decir algo, pero un segundo impacto en la cabeza hizo que el mundo se nublara por completo. A pesar de haber perdido el conocimiento, podía percibir a lo lejos algunos sonidos. Pasos yendo y viniendo. Definitivamente, muchos más habitantes de los que había imaginado siquiera. Pero todo me dolía, y estaba demasiado cansado, así que me dejé llevar, y mis sentidos se apagaron por completo al poco tiempo.
Cuando finalmente me desperté, lo primero de lo que me percaté fue de que no podía moverme. Estaba maniatado. Lo segundo, era el fuerte dolor a un lado y detrás de la cabeza, unido a la dificultad para abrir el ojo izquierdo, todo ello fruto de los golpes. Y lo tercero, y que borró de golpe toda la importancia que lo demás podía tener, era de la presencia de una mujer, de una hermosa mujer, completamente desnuda, observándome desde una gran bañera que ocupaba el centro de la sala. De no haber estado tan aturdido me hubiera recordado a mi mismo que lo educado solía ser no dirigir la mirada a sus senos de forma tan descarada, pero, francamente, no tenía la fortaleza mental en esos momentos para preocuparme por ser cortés. - Eh... Oh... ¿ah? Q-qué... ¿Qué demonios? -Fue todo cuanto fui capaz de articular, antes de que me pusiera tan rojo como un tomate y bajara la vista, consciente de que los ojos de la fémina estaban clavados sobre mi. No entendía qué demonios estaba pasando, ni qué estaba haciendo yo allí, pero definitivamente debía sentirme más preocupado por mis circunstancias que excitado, y ese no era el caso en absoluto.
Para más inri, la mujer se dio cuenta, y no sólo se carcajeó de forma audible, sino que añadió más leña al fuego al levantarse y, ahora sí, mostrarme la belleza de su fisionomía en su totalidad. Tragué saliva de ruidosamente, torpe en mis reacciones, e incapaz de deducir qué iba a pasar a continuación, tan sólo suplicaba que la joven se cubriera antes de que los ojos se me cayeran de las cuencas, algo que sin duda añadiría más comicidad a la situación si cabía.
***
Cuando finalmente me desperté, lo primero de lo que me percaté fue de que no podía moverme. Estaba maniatado. Lo segundo, era el fuerte dolor a un lado y detrás de la cabeza, unido a la dificultad para abrir el ojo izquierdo, todo ello fruto de los golpes. Y lo tercero, y que borró de golpe toda la importancia que lo demás podía tener, era de la presencia de una mujer, de una hermosa mujer, completamente desnuda, observándome desde una gran bañera que ocupaba el centro de la sala. De no haber estado tan aturdido me hubiera recordado a mi mismo que lo educado solía ser no dirigir la mirada a sus senos de forma tan descarada, pero, francamente, no tenía la fortaleza mental en esos momentos para preocuparme por ser cortés. - Eh... Oh... ¿ah? Q-qué... ¿Qué demonios? -Fue todo cuanto fui capaz de articular, antes de que me pusiera tan rojo como un tomate y bajara la vista, consciente de que los ojos de la fémina estaban clavados sobre mi. No entendía qué demonios estaba pasando, ni qué estaba haciendo yo allí, pero definitivamente debía sentirme más preocupado por mis circunstancias que excitado, y ese no era el caso en absoluto.
Para más inri, la mujer se dio cuenta, y no sólo se carcajeó de forma audible, sino que añadió más leña al fuego al levantarse y, ahora sí, mostrarme la belleza de su fisionomía en su totalidad. Tragué saliva de ruidosamente, torpe en mis reacciones, e incapaz de deducir qué iba a pasar a continuación, tan sólo suplicaba que la joven se cubriera antes de que los ojos se me cayeran de las cuencas, algo que sin duda añadiría más comicidad a la situación si cabía.
Charlie G. Levallois- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 27/03/2018
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