EL LIBERTINO CASTIGADO » Chanel Clutterbuck

Bufó mientras su criada aplicaba presión al corsé tal como su madre le había exigido. Tuvo que respirar profundamente para no girarse y arrancarse cada cuerda del corsé. Detestaba salir con sus padres, odiaba mirar la burla en los ojos de sus pares mientras que ellas ya cargaban hijos en sus vientres, pero se sonrojaban al respecto porque era de muy mala educación hablar sobre lo que sucedía al interior de las casas y en los matrimonios. Le parecía absurdo tener que ir con sus padres como si se tratara de una damita que buscaba por algún pretendiente que la aceptara, aquello la hacía sentir inferior y encerrada en una cajita de la cual quería escapar pero no podía. Mary, la criada, se disculpó con la mirada una vez hubo terminado su labor con la joven Viveka. Se alejó sin hacer ruido fuera de la habitación mientras la pelirroja presionaba su abdomen buscando respirar con mayor facilidad en ese vestido endemoniado.

Sabía que su madre no vendría por ella, desde que había acabado con su compromiso con Lord Fasberger, no le dirigía ni una simple mirada, pero se empeñaba en hacerle la vida imposible, evitándole hacer sus salidas nocturnas o incluso diurnas por su falta de entereza. Se miró al espejo, encontrándose con un reflejo que contemplaba con tristeza. Esa de ahí era una ella que no quería reconocer, una mujer con el cabello finamente peinado, lleno de incrustaciones de joyas y un vestido que absorbía cada una de sus curvas y acentuaba sus enormes pechos sin dejar de lado el recato propio de una dama de sociedad como ella.

Llevó la mano a su boca, sus labios hinchados de tanto mordérselos mientras su criada la vestía, suspiró una vez más antes de salir de su habitación. Irían en familia a ver un espectáculo muy esperado por su padre. El libertino castigado era la función y solo porque era algo que haría feliz a su padre, se permitió caminar para acompañarlo. No le interesaba las artimañas de su madre, quería mucho que su padre dejara de sufrir por sus discusiones con la mujer que le había dado la vida y por ende, estaba empecinada a no arruinar esa noche. Incluso si tendría que tragarse la lengua cuando su madre empezara a hablar despectivamente de ella con quien pudiera, siendo tan sutil y venenosa como lo era por excelencia.

Bajó las escaleras, bien agarrada del mango de las escalinatas mientras le sonreía a su padre y a su madre, aunque esta última no le produjera ni la más mínima alegría. Estuvo a punto de enganchar su brazo con el de su padre, pero recordó que aquello sería una imprudencia y que había tomado una decisión esa noche. Le dio una sonrisa tirante a su padre y una genuflexión a su madre y se encaminó detrás de ellos, con sus hermanas menores caminando en fila, como si se trataran de estudiantes de un internado. Gruñó por ello, pero finalmente se montó en el carruaje junto a su familia y el cochero inició el camino hacia la Ópera.

—Recuerdo cuando la vi por primera vez, es un deleite completo. ¡No puedo esperar a verla por segunda vez! —Viveka sonrió al escuchar la alegría infantil de su padre, le encantaba verlo así de vivaz, los negocios muchas veces lograban sacar sus versiones más serias, pero su padre aún conservaba ese joven alegre que hacía unos años atrás cautivaba a toda dama con la que se encontraba. Supuso que, a pesar de sus pleitos con su madre y que ese vestido iba a matarla por asfixia, disfrutaría esa velada porque muchas de las cosas que le gustaban a su padre, le gustaban a ella porque compartían cualidades y pensamientos similares.

Miró por la ventanilla del carruaje, el movimiento constante de algunos ciudadanos de París. Vivían entre los pudientes y su madre portaba orgullosamente su lugar junto a su padre. A veces, Viveka creía que esa mujer nunca había sentido amor por su padre, aunque su matrimonio fuera arreglado, también reconocía que su padre si se sentía enamorado de esa vil mujer que ella tenía que llamar madre, mientras que su madre, por el contrario, parecía solo deleitarse por los lujos que venían con la vida que su padre le había obsequiado al casarse.

Cuando llegaron a la Ópera, Viveka sonrió abiertamente a su padre antes de salir en fila con sus hermanas para hacer su camino tras sus padres. Tal vez se encontraría miradas indecorosas y también envidiosas, tal vez cuchichearan sobre ella en la hora del té mañana, pero no permitiría que nada de eso le arruinara esos ánimos con los que había llegado y si al final encontraba a algún Monsieur con el que cual pudiera escaparse para hacer aquello que estaba prohibido hablar a la ligera, su noche coronaría de la manera más gloriosa posible