White Lies | Privado

por **Anne-Lise Buchanan** Lun Abr 09, 2018 6:33 pm

Culpable y solitaria. Su intención nunca había sido llegar a la capital. Sin embargo tenía pocas opciones para sobrevivir, ahora que su pasado estaba demasiado lejos y no tenía a nadie. Se había instalado en un lugar modesto. No pretendía mostrar sus orígenes aunque sus rasgos impecables y belleza misteriosa volvían más difícil la tarea. Dejó el cabello alborotado y mientras tomaba una taza de té, había leído la invitación que se le había hecho llegar. La fachada de la carta lo decía todo. Era una familia de alto nivel quien le estaba pidiendo su compañía. En sus planes nunca había pasado el serlo, puesto que ella detestaba sus orígenes. La superficialidad con que todo mundo hablaba y esas contiguas visitas de aduladores e hipócritas. De mala gana, alborotó su cabello y con gabardina en mano. Se dirigió al punto acordado. Rechazó la oferta de ser llevada a la residencia.

Caminó por un par de horas, dejando que el aire de París le inundara el cuerpo. Se dejó seducir por los encantos de la capital y los colores que esta le ofrecía. Las aceras somnolientas fueron golpeadas por su andar mezquino. Sonreía de vez en cuando al caer en la cuenta de lo que estaba haciendo, usaría el disfraz, como lo había hecho todo este tiempo. Sería una bailarina en busca de mejores oportunidades para ser alguien en la sociedad. Déjalo que fluya. Repetía para sí misma, deja que el engaño cubra tus heridas y el daño que pudiste haber ocasionado a quienes te rodeaban. Usa los colores de la vanidad y ese encanto que todo mundo alababa en su vieja mansión. Sonríe para ellos bríndales el mejor de los espectáculos. Sedúcelos con palabras de educación y cortesía. Sé lo que ellos necesitan y entonces habrá valido la pena todos esos años de encierro.

Estaba sumergida en sus pensamientos, contradictorios. Levantó la mirada y notó que el clima estaría a su favor el día de hoy. De cualquier modo, siempre lo estaba, bastaba una orden para modificarlo y volverlo su aliado. En los bolsillos de la gabardina llevaba ocultas las manos y la carta que había recibido anteriormente. Aceleró el paso y fue de testigo de innumerables acontecimientos a su alrededor, cosas comunes y grises. Al notar la altura de la enorme verja negra que protegía el lugar, supuso que había llegado a su destino. La tupida maleza que cobijaba las paredes le daban un aspecto descuidado y salvaje a la vez. La servidumbre no tardó en notificar su llegada. Y hacerla pasar. Tomaron su abrigo y conservó la invitación entre las manos, se recogió el cabello dejando mechones libres. Su aspecto descuidado les tomó por sorpresa. Fue invitada a tomar lugar en la antesala de igual forma, lo que ahí le esperaba se mantenía oculto.