Une lune rouge sang (Maggie)

Acababa de esconder la ropa en el hueco de un tronco vació de un anciano roble. Acarició la rugosa madera con las manos mientras sentía el húmedo aire estremecer su cuerpo desnudo. Veía como las desfiguradas sombras de los árboles empezaban a desaparecer del suelo debido a la cada vez menos luminosidad del ambiente. Alzó la mirada al horizonte, disfrutando de los anaranjados colores del crepúsculo, volviéndose a cada segundo más violetas, más irreales y como todas las noches de luna llena, sintió miedo. Miedo de perderse a si mismo, miedo a que el alma de la bestia no se retirara nunca más de su cuerpo, miedo de herir a un inocente, pero sobre todo, miedo de si mismo, de disfrutar aquella sensación de libertar y fuerza, miedo de disfrutar con la interminable cacería del lobo, miedo de que aquel ser fuera tan solo el reflejo oscuro de su horrible alma. Pero sobre todo, como cada una de aquellas noches, una desoladora soledad invadió cada fibra de su ser, al ser dos cosas a la vez y ninguna, al ser dos seres compartiendo un mismo cuerpo, en continua lid.

Cuando los primeros rayos de la Luna titilaron en el horizonte, el monstruo, apenas contenido hasta entonces, chilló de alegría dentro de su ser, el sudor empezó a perlar su cuerpo pese al frío ambiental, los irises antaño azules y cristalinos se tiñeron del verde intenso de su nuevo propietario. Después cada músculo del cuerpo se tensó para la agonía de Bernard, que cayó al suelo entre espasmos de dolor. Con un cruel y antinatural movimiento, su cuello se giró hacia el nuevo astro dominante del cielo nocturno. Sus tendones se desgarraron de la infinita tensión provocada, sus huesos se retorcieron y alargaron, mientras sus labios se retraían incapaces de sostener a sus crecientes mandíbulas. Una creciente capa de pelo dorado empezó a crecer, tapando los convulsionantes músculos de su espalda, para extenderse después a todo el cuerpo. Cuando las pupilas se estrecharon enfocando a la redonda luna que lo llamaba como una amorosa madre, ya no quedaba ni rastro de humanidad en ellos. Está, había sido sustituida por una furia animal apenas contenida. Alzándose sobre sus patas traseras en una postura imposible para un lobo normal, el licántropo aulló de júbilo al cielo nocturno, un sonido tan antinatural que helaba la sangre del propio bosque, hiriendo al cielo nocturno.

Cuando volvió a posar las garras delanteras sobre el mullido suelo del bosque, su poderoso olfato ya le había marcado su próximo objetivo. Un solo pensamiento obsesionaba toda la psique del alfa: Intrusos. Un pensamiento capaz de despertar en él una ira primigenia y oscura que lo consume y espolea, haciendo que sus garras vuelen sobre la húmeda hojarasca del bosque. La cacería había comenzado.


Una pequeña caravana gitana había acampado al norte de París, en uno de los lados del camino. Una de las innumerables paradas en su interminable viaje. Aprovechando el aumento de las temperaturas y el descanso que daban aquellos días las lluvias primaverales, celebraban con el típico ambiente festivo de su raza en una mesa al aire libre, en el centro de las tres caravanas que componían aquella familia. Algunas pequeñas hogueras arrojaban luces y sombras irreales por todo el claro, amenizado por la música de las guitarras y algunos cánticos.

Nadie reparó en la extraña quietud de los bueyes, ni en el relinchar nervioso de los caballos, tampoco en el silencio que había caído repentinamente en el bosque a su alrededor como si de una mortaja de tratase. Todos prestaban atención a las historias de un pequeño hombre de aspecto mayor pero fuerte, sentado en el centro de la improvisada reunión. Hablaba con la voz autoritaria y segura de los patriarcas de aquella familia, hablándole a los suyos sobre sus orígenes y la historia de su familia.
Con una rapidez tan imposible como precisa, una enorme sombra salto al claro desde la maleza, justo por detrás del anciano, reduciendo la distancia con este de varias vertiginosas zancadas antes de caer sobre su desprevenida víctima. Los sorprendidos humanos apenas pudieron lanzar varios gritos de horror mientras veían como el mayor y más respetado miembro de su comunidad caía al suelo entre las poderosas garras de la bestia, ahora manchadas de un horrendo color carmesí al transformar el pecho del anciano en una masa destrozada. Con triunfal júbilo, el monstruo acabó con sus fauces con los lastimeros quejidos húmedos del anciano, aplastando con facilidad el cuello del mismo bajo sus poderosos colmillos.

El caos se instaló en aquel claro, con los humanos intentando alcanzar las puertas de sus casas rodantes a la mayor velocidad posible. Dos ingenuos y aguerridos jóvenes intentaron encararse a aquella abominación, consiguiendo uno impactar con su rifle de caza en el hombro de la bestia que gimió de dolor por un instante, antes de poner la atención de sus coléricos ojos verdes sobre ambos contrincantes. Alzándose sobre sus patas traseras, aulló de nuevo a la Luna con su desgarradora voz, haciendo que uno de los jóvenes callera al suelo con las manos en sus sangrantes orejas, mientras el otro quedaba inconsciente. Para la angustia de sus congéneres que miraban ahora aterrorizados desde las ventanas aquel lobo beige saltó con furia contra su sangrante e incapacitado adversario, clavando con fuerza sus enormes colmillos entre la clavícula y el cuello, antes de desgarrarlo con fuerza con dientes y garras, convirtiendo al muchacho en una pulpa sanguinolenta en segundos.

Un sepulcral silencio envolvía aquella noche la entrada del bosque donde me había detenido para dejar la montura a salvo y continuar a pie por el empedrado camino que me llevaría hasta el corazón del mismo. Todavía con la pesadumbre de haber discutido con Kalen por mi salida aquella noche, ataba con tranquilidad las riendas de mi caballo a uno de los robustos nogales que bordeaban el sendero.
Comprendía su preocupación y su angustia, podía verlas reflejada en sus preciosos ojos pardos. Era el mismo brillo de temor por perder a la persona amada que había visto cada noche en las pupilas de mi madre cada vez que mi padre y yo salíamos de caza. Pero el brujo me había conocido siendo cazadora, sabía que esa era mi vida igual que yo era consciente que la suya bailaba al son de la magia. No era justo que ninguno de los dos le negase al otro que hiciese aquello para lo que había nacido.

La oscuridad comenzaba a cernirse sobre las humedecidas copas de los árboles, dando el pistoletazo de salida de una noche que esperaba que pasase lo más rápido posible; no me gustaba discutir con él, y mucho menos marcharme sin haber arreglado antes las cosas. Suspiré contrariada mientras acariciaba pensativa la silla de montar de cuero que había pertenecido a mi padre. Recordé aquella noche en que éste exhaló su último aliento entre mis brazos, en una noche de cacería que no pensábamos que sería muy distinta de las anteriores. Sin embargo, ese amanecer él no volvió a casa junto a mí; no volvió a besar a mi madre y abrazarla con ese amor que todavía se profesaban. Habíamos salido de casa como todas las noches imaginando que todo marcharía como de costumbre, y sin embargo su vida llegó a su fin sin que pudiese despedirse de mi madre.

Un ligero escalofrío recorrió toda mi espalda y pude sentir como cada poro de mi piel se erizaba ante esa sensación, algo que no había sentido nunca antes. Era miedo a ser derrotada. Y es que de pronto tenía una razón para volver a casa cuando el amanecer comenzase a despuntar por el horizonte; aquel brujo cabezota y medio loco que había sido capaz de poner mi mundo patas arriba con solo su presencia. Sonreí de medio lado al tiempo que negaba con la cabeza soltando de nuevo las riendas de mi corcel. Había tomado la decisión de volver al hostal, a liberarme por una noche de ese sentido de responsabilidad de salvar a la humanidad de las bestias que nos rodeaban y por una noche, dedicarme en cuerpo y alma a aquel brujo que me había hechizado sin necesidad de utilizar la magia.

Más cuando me disponía a montar de nuevo en el caballo, un espeluznante aullido acalló los pocos sonidos de otros animales que comenzaban a escucharse alrededor. Entonces, y haciendo acopio de valor, volví a atar de nuevo las riendas y cogí mis armas adentrándome en el sinuoso sendero que me llevaría hasta la espesura del bosque, donde esperaba encontrar a aquella bestia que debía ser destruida.- Prometo que esta es la última noche.- susurré para mí misma, tomando la decisión de no poner mi vida más en peligro de aquella forma tan gratuita, y buscar otra forma de ganarme la vida en lugar de perderla.