¿Quien guia tu destino? (privado)

Paramos en varios de los puestos, donde Erika negocio tratando de sacar los mejores precios. La verdad es que resultaba aburridísimo verla parlotear con los comerciantes, aunque supuse que eso era como un ritual.
Tras unas interminables horas, conseguimos todo lo necesario para el viaje y decidimos salir de entre la muchedumbre. La cabeza me dolía y los gritos de los comerciantes, y el murmullo de todos los clientes no ayudaba en nada. Eso por no hablar de lo complicado que resultaba moverse con los caballos por allí. Tras atravesar varias calles llegamos al puerto.
En el flamante barco estaban embarcando a las monturas de unas personas vestidas con hermosos ropajes, aunque a su vez aparentaban ser tremendamente incómodos.
Por un momento pensé que algunas de aquellas damas desfallecerían en el acto, menuda calor debían pasar con aquellos ropajes.
Portaban unos vestidos de distintos colores, aunque todos ellos demasiado llamativos como para conseguir pasar desapercibidas. Los vestidos eran largos hasta los pies y de ellos solo salían unos zapatos, con la punta retorcida que me parecieron tremendamente incómodos, tenían una gran cantidad de bordados en distintos tonos que daban una sensación de lujo. Los vestidos se estrechaban en los brazos para terminar ensanchándose en forma de farolillos en las mangas. Todas ellas se esforzaban por marcar unas delgadísimas cinturas. Sobre sus hombros, portaban unas capas, siempre a juego con el vestido, y sobre sus cabezas unas cofias con un velo que les cubría todo el cabello.
El hombre al igual que la mujer parecía no desear pasar desapercibido, los colores de los ropajes eran tan llamativos como los de ellas, e igual de bordados.
Portaban las calzas, la sobre túnica, y el capote, dejado caer sobre un hombro.
Aunque de lo que más presumían aquellos hombres era de aquello que portaban de sus brazos, sus mujeres. Una lástima pensé, en París la mujer parecía una mera decoración para la clase alta, y un cero a la izquierda para la baja.
Tras embarcar a nuestras monturas, subimos por la escalinata que nos llevaría al interior del barco, como al resto de pasajeros. Me sentí ligeramente observado, la verdad es que parecían educados hasta para eso, sonreí.
-¿Te has fijado que estos tíos andan como si les hubieran metido un palo por el culo? –me pregunto Erika tratando de hablar bajito, aunque en ella eso resultaba imposible.
La mire con una sonrisa irónica, he de confesar que yo había pensado lo mismo, pero supongo no era plan de decirlo.
El hombre de vestimenta blanca que encontramos la noche anterior, y que más tarde descubrí era el capitán del barco, estrechaba la mano de todos los pasajeros cortésmente en señal de bienvenida, se entretenía especialmente con las damas, cubriéndolas de halagos, mientras besaba sus manos en señal de respeto.
-Señores que tengan un buen viaje –nos dijo al llegar a su altura- su camarote es el ocho.
Cogimos las llaves y así comenzó el viaje hacia la ciudad.