La momia - Privado -

Llevaba meses tras la pista de ese antiguo túmulo funerario de la IV dinastía egipcia, la del gran constructor Keops. Entre Menfis y Tebas se hallaba la ciudad de Heracleópolis llamada en egipcio Henen-nesut, cuyo dios principal era Herishef, el equivalente en griego a Heracles, de ahí el nombre de la ciudad que fue sede de los faraones de la tercera dinastía.

La necrópolis que iba buscando pertenecía al periodo intermedio y según los anbtiguos papiros en una pirámide roja construida con piedra arenisca se hallaba uno de los tesoros funerarios de Seneferu, padre de Keops, que decidió en última instancia trasladar su sede de sitio. Sin embargo le pareció conveniente resguardar un túmulo  para su reposo eterno en otro lugar fuera de la capital por si no conseguían consolidarse lejos de Heracleópolis. El promotor de la pirámide de Dashur y otras muchas conocidas era un gran seguidor de la diosa Bastet, la gran protectora de los cambiantes felinos y objeto de la obsesión de Colton. Sabía que muchos ocultistas trataban de hacerse con las reliquias de la diosa para utilizarlas en conjuros que consiguieran atar el tótem animal de los cambiantes y así controlarlos a su antojo, y desde luego él no podía permitirlo.

Los papiros de la biblioteca estaban fuertemente custodiados y restringidos a los arqueólogos y eruditos del Louvre, pero él como aventurero en expediciones arqueológica tenía acceso (quizás el hecho de pertenecer al Consejo cambiaformas también le abría muchas puertas). Sabía que su búsqueda no pasaba desapercibida a los brujos que pretendían llevar a cabo tal aberración, pero no iba a detenerse sólo porque fuera peligroso.

Se pellizcó el puente de la nariz, estaba cerca de dar con la localización del túmulo, pero debía adelantarse a los hechiceros o todos los cambiantes felinos estarían en peligro. Su desarrollado oído le alertó de un sonido en uno de los pasillos inferiores. No eran horas de andar paseando por la biblioteca ¿podría ser una emboscada? enrolló el papiro colocándolo en su estuche de cuero y se puso en pie, alerta y con las pupilas dilatadas, su cuerpo en tensión estaría presto para cambiar y defenderse de cualquier ataque.

Sylvana floto entre los numerosos estantes de la silenciosa biblioteca, el muy ligero olor a libros y humedad inundando su muerto olfato.

Mentiría si negara que no hacia eso algunas veces, aprovechar su condición para poder acceder cuando ella quisiera, leyendo toda la noche aquellas montañas de conocimientos que pocas veces pudo tener a su disposición, recordando el modesto librero que su padre tenia en su pequeño despacho.

Sonrió al pensar en las caras indignadas de sus dos hermanos mayores, haciendo muecas idénticas de indignación y reproche por no compartirles aquel secreto. Sin embargo, era obvio que aquello quedaría en segundo plano al entender lo que su querida pequeña era ahora.

Negando con la cabeza, deslizo sus dedos hasta atrapar un libro, hojeándolo un momento antes de devolverlo a su sitio, desviando su atención de un título a otro. Varios estantes ya habían sido leídos en esos pocos años que llevaba ahí, por lo cual era difícil decidir cuál merecía su atención.

Empezó a levitar hacia la sección de mitología, donde debía haber varia información de dioses de distintas culturas cuando algo llamo su atención.

Tomando su forma corpórea, aferro entre sus manos un precioso tomo con tapa dura color rojo que se había caído al no haberlo acomodado de manera correcta, haciendo un leve eco entre los pasillos.

Sylvana se encogió de hombros, sin estar realmente preocupada por el ruido antes de acariciar la fina tapa, asintiendo con aprobación por el tema que contenía.

—Supongo que saber más sobre dioses egipcios nunca hace daño—murmuro para si misma, pasando las hojas con cuidado y deteniéndose en los dibujos que plasmaban ahí con tanto detalle.

Para su pesar el gusto le duro poco, ya que pudo sentir algo distinto en el ambiente, esa leve sensación de ya no estar completamente sola, algo que había desarrollado como cambiante para su propia supervivencia y que se alegraba de conservar como habito.

Mirando a su alrededor se atrevió a cerrar el libro con fuerza, chocando las hojas con tanto estrepito como pudo antes de alzar la voz.

—Se que no estoy sola, así que estaría agradecida si quienquiera que este aquí se muestre—dijo la fantasma con tono calmado, poniéndose en un sitio donde fuera fácil poder verla—. No seré violenta si usted no lo es conmigo.

Sujetando el libro entre sus manos, lo llevo a su pecho mientras alzaba ligeramente la barbilla en un discreto signo de reto, atenta a cualquier sonido que pudiera delatar la ubicación de la persona que merodeaba cerca, lista para teletransportarse si era necesario.

Se levantó de la mesa dejando apartados los pergaminos que estaba estudiando, cerró su bloc de notas lleno de garabatos y dibujos realizados con mucha pulcritud (Colton era meticuloso, ordenado y muy limpio, como buen cambiante felino le estresaban las cosas fuera de lugar, la suciedad y en general la falta de aseo, ofendían a su naturaleza) y lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón color camel.

Se pasó una mano por la frondosa melena para retirar los mechones imposibles de domar que ahora le caían casi sobre los ojos y con esos andares silenciosos y gráciles como los de un león, atrevesó el pasillo adentrándose en otro, siguiendo el rastro del sonido. Podía notar en sus barbas esa sensación extraña que solía notar en los bigotes en su forma leonina cuando acechaba un peligro. Allí había algo que alteraba la energía y los gatos, más sensibles a eso, captaban de forma instintiva.

Asomó a una intersección y divisó una joven en el pasillo sosteniendo un volumen encuadernado entre las manos, sus palabras sonaban a advertencia, pero su aura revelaba mucho más que materia corpórea. Si había una raza en la naturaleza que podía sentir y ver espectros y fantasmas, esa era la felina. A pesar de que la muchacha estaba encarnada en materia sólida de carne y hueso, el león sintió su energía y de inmediato supo quá había tras ese rostro equilibrado y delicado.

— Buenas noches señorita.— levantó las palmas de las manos, a esas alturas ella también habría detectado su aura.— vengo en son de paz, créame, no tenía pensado acabar la noche con un poltergeist.

Ladeó la sonrisa con ese gesto tan expresivo que solía esgrimir y sus ojos intensamente azules brillaron al atravesar una zona más iluminaba mientras se acercaba a paso quedo.

— ¿Le molesta si me quedo? a estas horas la biblioteca está menos transitada y me concentro mejor...— valiente excusa. Pero es que no iba a contarle a una desconocida que prefería ocultarse de los brujos e inquisidores.— Me llamo Colton ¿y usted?.— ¡Oh, sí! cualquiera pensaría que se comportaba como si hablar con un fantasma fuera lo más normal del mundo. Pero para Colton podría decirse que sí lo era, había asitido al descubrimiento de infinidad de yacimientos arqueológicos y la mayoría tenían sus propios espíritus, así que algo le sonaba el tema.— ¿Me permite?.— le sujetó el libro y lo recolocó en el estante del que se le había caído.— si quiere leer sobre la cultura egipcia, le recomiendo "El enigma de la Piedra", sobre el descubrimiento de Champolion y la Piedra Rosetta, es apasionante. Ese que escogió era un poco aburrido.

Se recolocó la camisa cuando dejó el libro, porque no le gustaba ir desaliñado, aunque esa palabra pocas veces había formado parte de su vida salvo en expediciones largas. Pero en ese caso, si podía, prefería su forma de león que la humana, ya que no era lo mismo lamerse partes inaccesibles del cuerpo en una forma que en otra.

La fantasma se tensó al ver como un hombre salía de entre las sombras. Sin embargo, su andar despreocupado y elegante se le hizo conocido, por lo que dejo caer sus hombros en señal de confianza, sonriendo con diversión por sus palabras.

—¿Poltergeist? —pregunto sin mostrar enojo, riendo con levedad—. Lamento defraudarle, pero no soy muy dada a hacer flotar cosas solo porque sí.

El destello de sus ojos contra la poca luz que entraba al lugar le llamo la atención, observándolo con más atención de lo acostumbrado. Mentiría si dijera que aquel hombre no era apuesto, como un rayo de sol que iluminaba todo a su paso.

—Tan diferente a mi aun cuando no estaba muerta—pensó con cierta resignación. Notaba en él esa forma felina de andar que solo tenían aquellos que fueron sus semejantes, por lo que entendió que tenía que ser un cambiante. En su cabeza, no pudo evitar imaginar que, si ella era un gato negro oculto entre las sombras, aquel hombre era la personificación del orgullo y seguridad.

Respirando profundo aun cuando no lo necesitaba, negó con la cabeza mientras ladeaba la cabeza en un gesto bastante gatuno, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa cómplice.

—Fingiré que le creo y que está aquí porque, como yo, prefiere entrar cuando no hay nadie —contesto Sylvana, observándolo con cierta cautela, preguntándose el motivo real por el cual estaría ahí a esas horas de la noche—. Me llamo Sylvana, Sylvana Di Angelo. Un gusto, monsieur Colton—se presento la mujer, haciendo una pequeña y grácil reverencia antes de mirarlo con extrañeza, dejando que tomara el libro de entre sus manos.

Se cruzo de brazos antes de alzar una ceja cuando noto como ponía el tomo de nuevo en la estantería mientras le recomendaba otro libro del cual no le sonaba de nada. Por sus palabras, estaba segura que aquel cambiante debía saber mucho sobre el tema.

—Si no es mucha molestia—empezó Sylvana—, ¿podría mostrarme de cual libro habla? Debo admitir que no se mucho sobre otras culturas y no he buscado libros sobre ello—admitió la fantasma con cierta pena—. Usted parece saber bastante del tema, me ayudaría mucho algunas recomendaciones. Puedo tomarlo como un pago por mi silencio si quiere —agrego a manera de chiste, riendo un poco antes de mirarlo a los ojos, esperando su respuesta.

Hizo un gesto con la mano invitándola a pasar primero, ante todo era un caballero de férrea educación británica. Aunque su familia se mudó a las colonias de Sudáfrica, su madre y su padre se esmeraron en inculcarles a su hermano y a él la educación de la rancia nobleza inglesa. El haber perdido los títulos a él no le afectaba en demasía, pero a su madre y a Bash sí, y seguían urdiendo y tramando complots para recuperarlos. Él prefería ser libre como el viento y recorrer el mundo, saciando su insaciable curiosidad felina con las grandes maravillas de la humanidad.

Había visto mucho tipos de espectros, las tumbas y yacimientos estaban llenos de ellos; algunos eran como almas en pena, ajenos a la existencia de los demás, penando y vagando sin rumbos. Otros estaban muy cabreados, derribaban frisos y puertas y podían dejarte sepultado en una pirámide con un par de soplidos. La mayoría eran inofensivos y hasta se acercaban, curiosos, a tratar de coger de nuevo el pulso a la vida corpórea. Quizás la señorita fuera de estos últimos.

Le retiró una silla en una mesa apartada, en un rincón de la sala bastante fuera de la vista, y él se sentó a su lado abriendo el libro por la página que buscaba. Señaló con el dedo una ilustración a plumilla muy fiel.

—¿Ve? esta es la piedra Rosetta. La descubrió un francés llamado Champolion, es un fragmento de roca donde hay un texto escrito en jeroglíficos egipcios, el mismo en egipcio demótico y finalmente en griego antiguo. Gracias a esta piedra sabemos interpretar hoy en día la escritura egipcia. Pruebe... es muy divertido, es como descubrir un código secreto.

Garabateó en su libreta unos cuantos dibujos, si la señorita se fijaba en la equivalencia de los símbolos con lo que significaban y que estaban desglosados en una tabla, se daría cuenta que ponía en el mensaje "Nos están observando, salgamos por la puerta de atrás a mi señal".

Seis pasillos más allá dos sicarios de la Inquisición estaban preparados para saltar sobre Colton, tanto ellos como la Logia de brujos estaban ineteresados en su búsqueda de las reliquias de Bastet, los primeros para acabar con todos los cambiantes felinos y los segundos para controlarlos.  Ciertamente Bradley era un tipo popular, pero no se amedrentaba ante las amenazas ni el peligro, si a alguien le correspondían esas reliquias era a los Bastet, a los cambiaformas regidos por la diosa gato.

Dejo que el hombre la guiara hacia el sitio que él quería, sentándose en la silla que le había acercado de forma tan amable, haciendo notar lo acostumbrado que estaba a tener esos detalles. Aliso la falda de su vestido aun cuando no tenia ninguna arruga y escucho con atención aquello que le contaba con verdadero interes.

Se le notaba lo seguro que estaba del tema, la firmeza en como escribía algunos dibujos que para ella eran un lenguaje completamente nuevo.

—Es fascinante como hay escrituras totalmente diferentes —murmuro casi para si misma, acariciando con las yemas de sus dedos los primeros trazos antes de empezar a intentar descifrarlos, tratando de ubicarlos en la pagina que le mostraba el libro.

Curiosa por su naturaleza felina aun tan arraigada en su ser, se acerco todo lo que pudo hacia el cuaderno donde escribía, tensando los hombros al entender la primera parte.

—¿Cuantos? —murmuro la fantasma, mirando de reojo a su acompañante antes de seguir decodificando el resto del mensaje.

Sonrió de lado al entenderlo, sin mostrar una preocupación real antes de mover con levedad su mano, haciendo que el aire vibrara lleno de energía.

—Usted sabe, yo realmente no corro peligro —empezó Sylvana, hablando tan bajo que apenas era un susurro, pero estando segura que sería escuchada—. Y viendo la situación, algo me dice que esta metido en algo realmente importante, así que si mi ayuda le es conveniente no me importaría quitarle a esas moscas de encima.

Lo observo impasible pero segura de su decisión, moviendo de vez en cuando su mano en elegantes gestos, ladeando la cabeza sin borrar su sonrisa.

—Claro que si lo que requiere es una huida rápida y sin daños puedo apoyarlo en ello también —dijo la joven, dejando que él tomara la opción que más le favoreciera.

Se levantó de la mesa retirándole la silla a la señorita galantemente, cerró el cuaderno, lo introdujo en un bolsillo interior de su chaleco, pues ese día venía de una reunión con el consejo y se había vestido de traje, colgó la estilográfica por la parte interna del bolsillo del pecho y le tendió la mano a la mujer para enfilar el pasillo interior. Serpentearon por el entramado de estanterías, recovecos y corredores tratando de llegar a la salida sin provocar un enfrentamiento, los inquisidores a menudo contaba con brujos entre sus filas, licántropos o cainitas muy capaces de dar caza al león o de neutralizar a un espíritu mediante las artes oscuras.

No quería montar un revuelo allí, pero a veces las cosas no salen como unno desea porque no dependen de uno mismo. Uno de esos condenados les cortó el paso interceptándolos a dos pasillos de la salida.

— Ajá. Así que de lectura nocturna. La libreta...¡ahora!.— El inquisidor ostentaba una fea cicatriz que cruzaba desde la barbilla hasta la frente, afectando al párpado que estaba deformado con el ojo blanquecino. Por su aura se trataba de un licántropo, la suerte es que no era luna llena.

— Buenas noches, pues en realidad vengo a la biblioteca a seducir a bellas jóvenes, así que dejémonos de tonterías que llevamos prisa.— La sonrisa provocadora del león hizo torcer el gesto al inquisidor. Lo iban sigueindo ya un tiempo y sabían que era un asiduo del Molly House, además de cambiante era homosexual, una aberración de la naturaleza lo mirasen por donde lo mirasen.

El tipo no se lo pensó dos veces y agarró a la joven de una muñeca tirando de ella para voltearla y colocar un cuchillo en su garganta, sabía que Bradley no se largaría silbando si tenía presa a una inocente.

— La libreta o la mato...— Colton enarcó una ceja. ¿Se le podía rajar el gaznate a un fantasma? no tenía ni idea, pero diría que no, quizás se pudiera desvanecer en la nada o algo similar antes de que el desgraciado aquel ejecutase su amenaza. Se cruzó de brazos.

— Esas no son formas de tratar a una dama. Con razón todos los curas se excusan con eso del celibato...aunque en su caso igual es por el olor corporal, tiene un problema importante, amigo.— Las palabras mordaces del británico sonaron a burla en toda regla, pero como buen león, le gustaba jugar con su presa antes de darle un golpe de gracia. Si ese pazguato no sabía cuándo retirarse, era su problema.

El licántropo no estaba solo y Colton lo sintió a sus espaldas, el otro compañero se abalanzó contra él sin mediar palabra, pero el felino, más rápido y ágil, se zafó del agarre lanzándolo contra una pila de libros utilizando la propia inercia que portaba el atacante. Aquello ya se había disparado, esperaba que la fantasma pudiera encargarse de su agresor porque él aunque era rápido, no hacía milagros, no podía estar conteniendo a uno y quitándole el arma al otro.

Cuando le retiro la silla y le tendió la mano supo que el problema en el que su acompañante estaba metido debía ser bastante delicado como para rechazar su ayuda y preferir un escape más discreto. Observándolo, podía notar que, aunque conservaba ese aire lleno de seguridad, había una ligera tensión en su mandíbula que lo delataba.

Valoro sus opciones. Cierto era que, aunque no había casi nadie que pudiera dañarla, estaba la posibilidad de que hubiera un hechicero cerca y, si este sabia algo sobre controlar almas estaría a su merced.

Resignada y entendiendo su decisión lo siguió por las estanterías y corredores, caminando a su paso con relativa sencillez hasta que se encontraron a un hombre frente a ellos.

Cuando el hombre hablo exigiendo una libreta aquello la tomo por sorpresa. Una libreta no era exactamente lo que esperaba que estuvieran buscando, pero después recordó como ella misma había robado un libro de la inquisición.

El recuerdo de la caza junto con la muerte que le dieron hizo que apretara la mano del cambiante a su lado, empezando a sentir como la ira quería colarse entre las grietas de su autocontrol.

Aquello solo empeoro al ver la cara del hombre. La cicatriz que cruzaba por su rostro era demasiado parecida a la que ella le había hecho a uno de sus atacantes y, aunque Sylvana sabía que no había logrado afectar su ojo como a aquel desgraciado, la similitud era demasiada.

Su rencor y odio solo empeoro cuando fue alejada del cambiante para terminar con un cuchillo en su cuello y el aliento del atacante cerca de su cara. Apretó las manos hasta hacerlas puño y estuvo a punto de maldecirlo cuando otro hombre trato de saltar hacia Colton. Sylvana alzo una mano para tratar de alejarlo, pero el cambiante pudo defenderse por sí mismo, haciéndola sonreír con alivio.

—¡Te dije que no te movieras! —grito el hombre que quedaba, apretando el cuchillo contra la garganta de la joven. Esta solo chasqueo la lengua, enfurecida por como la zarandeaba del brazo, como si realmente tuviera el control de la situación.

—Ya me tiene harta. —Usando sus dos manos canalizo la energía suficiente como para alzar a su atacante en el aire antes de que pudiera reaccionar, girándose a verlo con una expresión de burla antes de estamparlo con fuerza hacia el mismo lugar donde el cambiante había lanzado al otro hombre.

Después camino hacia ellos con calma, aprovechando el aturdimiento de ambos para agacharse un momento y alzar sus rostros con cada mano, observándolos con atención.

—Nunca he intentado esto —comento la mujer con voz queda, como si hablara para sí misma—, pero siempre hay una primera vez para todo.

Concentrándose lo mejor que pudo y sin dejar de tocarlos les creo visiones horrendas, los sumergió en una espiral de dolor y falsas muertes donde ellos eran las victimas y no los victimarios. Les dejo gritar y maldecir hasta que las emociones fueron demasiadas para ellos, cayendo en la inconsciencia.

Después solo se levanto con delicadeza, sus ojos sin mostrar emoción alguna antes de girarse hacia su acompañante, cruzándose de brazos.

—Déjeme adivinar —comenzó Sylvana, señalando a los dos hombres inconscientes—. ¿Problemas con la inquisición por meterse donde no debía?

Observó el movimiento de la muchacha, que lejos de ponerse nerviosa o mostrar signos de miedo, resopló resignada, tan tranquila como si la hubieran mandando a bordar, leer o cocinar y sin apenas pestañear se deshizo de su atacante estampándolo contra la pared. Su cuerpo rebotó en ella y cayó al suelo con crujido de huesos rotos. Pero no contenta con eso, invocó algún tipo de poder que les inflingía dolor mental o algo similar porque ambos inquisidores se revolvieron por el suelo con las manos en los oídos, como intentando silenciar algo que estaba dentro.

No le pasó desapercibido el gesto de contrariedad de la fantasma cuando vio al de la cicatriz, quizás le recordase a alguien de su pasado. Durante todo el ataque y la defensa que ambos ejercieron (aunque a la chica le cundió mucho más) había mostrado multitud de expresiones, pero al acabar y girarse hacia él su rostro era una máscara inexpresiva. ¿A qué se debía ese cambio? Colton era observador y muy curioso, así que iba anotando preguntas mentalmente que haría en el momento adecuado. O quizás no, porque a veces tendía a ser un poco bocazas cuando cogía confianza..

— Bueeeeeeno…— Se rascó la nuca con gesto de niño al que han pillado con las manos en el tarro de galletas.— Hace una bonita noche para estar aquí rodeados de libros y de gentuza ¿no crees? vamos, te lo cuento por el camino.— Le tendió el brazo para salir de aquella biblioteca, podía permitirse el lujo de darles la espalda, sus sentidos felinos le avisaban hasta de la más mínima vibración del aire y si se atrevían a levantarse y cargar contra ellos se daría cuenta a tiempo.

La biblioteca se encontraba en un barrio bastante espléndido de París, al salir de ella los faroles de gas iluminaban el suelo adoquinado y bastante limpio, no se encontraban en los suburbios, así que el paseo podía ser relativamente seguro.

— ¿me permites invitarte a un café? ¿los fantasmas podéis comer? perdona, es que nunca he hablado con ninguno que no estuviera muy cabreado porque alguien ha abierto su pirámide. ¿Y duermes en algún lugar? es decir… te invitaría a mi casa, pero sería lo que le faltaba a mi mujer para acabar de odiarme.

Caminaron un buen trecho solamente hablando, lo ocurrido allí entre papiros y legajos le había hecho reflexionar sobre algunas cosas.

— La Inquisición siempre tiene problemas con todos aquellos que son diferentes, que opinan distinto o que no entran en sus rígidos cánones. Pretenden someter a todos los míos hallando las viejas reliquias de la diosa Bastet en Egipto, en la tumba de Seneferu, el padre de Keops. La ubicación de dicha tumba está a punto de ser descubierta y si yo la hallo antes, ocultaré las reliquias de todo aquel que las quiera para hacernos daño.— Se llevó la mano instintivamente al bolsillo del chaleco.— es posible que breve tiempo emprenda el viaje a Egipto. ¿Vendrías conmigo? tu ayuda sería un regalo del cielo. ¿Puedo convencerte de algún modo? ¿Pagarte con algo que pueda hacer por ti?

El león era impulsivo y se fiaba mucho de sus instintos, de alguna forma esos sentidos habían aceptado a la fantasma como alguien de confianza y pensó que sería mucho mejor ir acompañado de alguien que no puede ser dañado por la enfermedad, las balas o la picadura de un escorpión, el viaje se haría más corto y juntos podrían superare muchas más pruebas. Porque sabía que aquello pondría a prueba toda su resistencia, su ingenio y su cordura.

Entraron en un café que aún seguía abierto a esas horas y pidió mesa, ordenando después la comanda. Estaba hambriento, se le habían ido las horas en un vuelo mientras leía y tomaba notas. Le trajeron un chocolate caliente con unas gotas de licor de naranja y unos bollos de fragante canela. Era un gourmet, como buen gato no se echaba a la panza un alimento que no oliese exquisito y pareciese una pequeña obra de arte.

— Lo peor es el barco. Tanta agua, tanto marinero que apesta a pescado podrido, el mar que se mueve a todas horas...pero por suerte son sólo siete días hasta Alejandría. Allí la luz es pecial, es dorada y rojiza, el sol asciende por el horizonte pintado de amarillo por las dunas y se pierde en las azules aguas del Maditerráneo. El camino comienza en la desembocadura del Nilo, descendiendo hacia el Valle de los Reyes. Henen-nesut se encuentra muy cerca del gran rio, los griegos la llamaron Heracleópolis Magna porque el dios venerado allí erea Herishef, el equivalente a Heracles, dios de la justicia y la fertilidad. Tiene una cabeza de carnero y posteriormente se le confundió con Osiris y Shu. Seneferu estableció en esa ciudad su lugar de descanso eterno, pero como sabían que escondería grandes tesoros, mandó construir unas redes de túneles que comunicaban algunas pirámides bajo tierra y dio órdenes a su séquito mortuorio para que lo trasladasen después a un túmulo que construyó de forma más discreta. Así estaría a salvo de los saquadores y los ladrones de tumbas. Ese túmulo ha estado perdido durante milenios, pero creo que puedo localizarlo. El Nilo es un paraíso, es la tierra más fértil que jamás he visto, pero hay que tener cuidado con los cocdrilos.

Cuando hablaba de África se le iluminaban los ojos, a pesar de ser británico había crecido en Sudáfrica y llevaba media vida explorando el continente negro. Miró a la joven, ahora que estaban más o menos cómodos hablando se decidió a preguntar.

—¿te recordó a alguien? el tipo de la cicatriz...Perdona, es que me di cuenta del detalle, si no quieres hablar de ello, no tienes por qué.

Recuperando su temple después de que el peligro pasara, Sylvana se permitió sonreír con levedad, aceptando la invitación del cambiante para tomar algo, dejándole guiar el camino.

—Prefiero más el té —contesto la joven, encogiéndose de hombros—. Aunque debo admitir que ya nada me sabe igual. Los olores son demasiado tenues, casi inexistentes y el sabor es apenas una cuarta parte de lo que debería ser. El tacto es como si el cuerpo estuviera entumido por el frio…—negó con la cabeza, ligeramente frustrada—. En fin, puedo comer, pero en si no es algo que necesite ya.

Observando el perfil de su acompañante, noto el ligero descontento al mencionar a su esposa, haciéndole ladear la cabeza en un gesto de curiosidad gatuna innata.

—¿Tiene razones de peso para odiarle, monsieur Colton? —pregunto la mujer, sonriendo con ligera diversión—. El odio de una mujer es algo terrible, ¿No le parece? Un arma horrenda en aquellas que saben manejarlo. —Desvió la mirada al piso, apretando con levedad el brazo del cambiante —. De todos modos, aunque aprecio su preocupación no es necesario, tengo un lugar al cual volver y no me gustaría traerle problemas.

La mención de la inquisición casi le hizo chasquear la lengua, su expresión cambiando con rapidez a una máscara de fría serenidad para tratar de controlar sus poderes en la mayor medida posible. Sin embargo, el sonido tintineante de cascabeles escapo de su control por un momento al oír el peligro que corría su raza.

—¿Bastet, la diosa gato? —pregunto en un murmullo, sintiendo una horrible inquietud.

El peligro inminente seria contra el mismo grupo a la que ella había pertenecido, eso lo hacia personal, por lo que aun antes de ofrecer su ayuda, Colton ya estaba tratando de convencerla, sorprendiéndola por un momento.

—No tiene que convencerme de ninguna forma —aclaro Sylvana, riendo un poco—. De hecho, yo misma iba a proponerme voluntaria antes de que lo ofreciera. Pero sobre pagarme…¿Tal vez se pueda con información? —cuestiono la fantasma, sonriendo de lado. Generalmente no pedía nada a cambio, pero sabía cuándo podía sacar provecho de las oportunidades—. Cualquier cosa que usted sepa de importancia para los cambiantes o cualquier otra raza seria en extremo beneficioso. Vera, yo soy una informante. Tome ese papel por mi misma para poder advertirles del peligro a cualquiera que lo necesite. Aun así, me temo que yo sola aun siendo lo que soy no puedo estar en todos los sitios correctos a la vez y recaudar información de los inquisidores no es fácil, así que me ayudaría bastante tener a alguien más que este atento por si escucha algo.

Al entrar al lugar Sylvana prefirió no pedir nada. Cierto era que le gustaba al menos pedir un té y algún postre con un sabor lo bastante fuerte para que pudiera al menos detectarlo. Pero al salir hacia la biblioteca no fue en su forma corpórea, por lo que no llevo ninguna pertenencia con ella ni dinero para pagar.

Así que dejo que Colton ordenara para sí mismo, notando lo refinado que era incluso en sus elecciones para comer. Ella solo hizo una señal con la mano, haciendo entender que no pediría nada.

Al poco tiempo con la comida ya puesta en la mesa, la joven escuchaba con atención lo que el cambiante le platicaba. Al ya no necesitar viajar en barco casi había olvidado lo que era sentir las olas y el bamboleo. Todas las descripciones que le decía trataba de formarlas en su cabeza, haciéndole sonreír la clara emoción que mostraba en su expresión.

Para su pesar, su sonrisa murió con rapidez al escuchar su ultima pregunta, apretando los puños debajo de la mesa.
Tenia el deseo de respirar con profundidad, pero en cambio solo dejo caer los hombros, sintiéndose cansada de repente, el rencor y odio por el recuerdo siendo sustituidos por la triste aceptación.

—Se parecía a uno de los inquisidores que me dieron caza para asesinarme —contesto con voz calmada—. Logre hacerle tres heridas en su mejilla antes de morir, pasando casi por el ojo hasta el mentón, pero se que eso no afecto su vista como aquel hombre —siguió explicando, recalcando el punto con tres de sus dedos en su mejilla, trazando el recorrido para después dejarla caer, tratando de sonreír para aligerar el ambiente—. De todas formas, eso ya es pasado. Ahora es mucho mas importante el evitar que la inquisición logre su objetivo.

Escuchó a su acompañante con atención, Sylvana parecía una mujer educada, gentil, de sutiles modales. Hablaba de forma instruida, era agradable escucharla pero le removió alguna cosa por dentro cuando dijo que la Inquisición la asesinó. Evidentemente, para ser un fantasma debías estar muerto, y bueno, normalmente nadie quiere morirse. Así que el final trágico de una muchacha que podría haber tenido una bonita vida por delante le tocó la fibra sensible.

De forma automática y espontánea alargó la mano para tomar la de la joven entre las suyas, cálidas como buen cambiante felino que siempre tenía algunos grados más de temperatura, y elevó los ojos de ese profundo azul hacia los verdosos pantanos de la fantasma.

— Lo siento… no debió de ser fácil. Hay golpes que a veces parece que van a desmontar todo tu mundo. Pero como siempre digo, para empezar a construir hay que demoler y destruir primero. Quizás el mundo de los vivos te resulte ya lejano, pero aún puedes tener una vida plena ¿por qué no? Los límites siempre nos los imponemos nosotros mismos.

Retiró la mano después de darle dos toques cariñosos, como de apoyo, pero acababa de conocerla, y aunque él era muy campechano y se tomaba confianzas con todo el mundo, pensó que quizás se pudiera sentir intimidada.

— Esa es la actitud, el pasado es pasado y lo mejor siempre es mirar hacia delante. ¿Entonces te apuntas a esta locura? ¡Bienvenida abordo! Jajajaja no va a ser un paseo, yo lo vendo muy bien y muy bonito, pero lo cierto es que me pisan los talones tipos peligrosos, los lugares donde viajaremos posiblemente me provoquen diarreas o descomposición por alimentos en dudoso estado, y con suerte pueda ducharme una vez cada diez días. ¿Lo ves? No está del todo mal ser incorpórea.

Rellenó las tazas de té, uno de esos placeres británicos que él no perdonaba y se recostó en la silla unos segundos.

— No odio a mi esposa, ella sólo se merece ser feliz, es una gran mujer, es arqueóloga y siempre fue mi mejor amiga. Pero se casó conmigo para evitar matrimonios de conveniencia sabiendo que yo no podía corresponderla del mismo modo, porque me gustan los hombres. Pasó el tiempo y lo que yo me temía sucedió: ya no era suficiente para ella ser buenos amigos. Y no puedo sentirlo más, pero me resulta imposible cambiar esa parte de mi. No sé cómo solucionar esto, lo único que puedo hacer es darle el espacio que necesita para hacer su vida por su cuenta sin mi.

El camarero trajo la cuenta y el león la pagó dejando propina. No podían entretenerse mucho, pues cuanto antes salieran de París rumbo a Alejandría, mejor. Se puso en pie tendiéndole la mano a su nueva compañera de viaje.

— Vamos, mañana temprano nos dirigiremos hacia Le Havre y allí embarcaremos rumbo al mediterráneo. Lleva el equipaje justo, cuando lleguemos podremos comprar ropa más adecuada a los rigores del desierto Egipcio, esto es una expedición, no un viaje de placer, así que lo mejor será ir cómodos. ¿Nos vemos mañana?


Al día siguiente en el puerto de Le Havre…

El barco que los llevaría hasta Marruecos se llamaba Apollon y era un carguero ligero, en una semana pisarían las tierras cálidas de la ciudad que miraba a oriente y occidente por igual, pronto avistarían sus torres blancas, las que llamaban a la oración, el sol poniéndose por su impresionante zoco donde las sedas, el incienso y el cuero repujado. La fragancia exótica de las mil y una noches les daría la bienvenida y sería un alto momentáneo en el camino hasta poder alcanzar el primer punto de su expedición: Alejandría y el Cairo.

— Buenos días señorita Sylvana. ¿Preparada?.— Agitó los pasajes delante de ella con la sonrisa marcada en el rostro, pero llevaba un revólver oculto en la parte baja de su espalda, porque podían encontrarse con sorpresas a bordo, quizás algún tripulante fuera miembro de la inquisición y si atentaban contra ellos, quería estar prevenido.

El gentil toque del cambiante la tomo por sorpresa, viéndolo con atención por sus palabras, sonriendo con levedad antes de asentir, estando de acuerdo en su manera de pensar.

—Cierto es que muchas veces siento que el mundo donde vivía esta demasiado lejano de mis manos —empezó la fantasma—, pero de alguna forma es como…renacer, así que trato de sacar el mayor provecho de ello. —Sus ojos quedaron ocultos debajo de sus largas pestañas, encogiéndose de hombros—. Sin embargo, una vida plena…supongo que seria más bien una muerta plena en el mejor de los casos.

Cambiando de tema, no pudo evitar reír un poco al oír lo que se les venía encima, sobre todo al cambiante.

—Parece bastante acostumbrado a esos contratiempos —comento Sylvana, luciendo divertida—. Al menos una ventaja de tenerme como compañera será que solo uno estará en mal estado y yo podre ayudar de ser necesario.

La explicación tanto de su esposa como su preferencia la hicieron alzar una ceja sin poder evitarlo, entendiendo el problema que debía tener con una mujer que al parecer le quería, pero que nunca seria correspondida de la misma forma.

Suspirando, tuvo que reconocer que era una perdida para el género femenino, pero después sonrió, sin importarle demasiado. En su familia siempre les habían enseñado a ser en extremo tolerantes con las vidas de los demás, sin importar sus preferencias o sus decisiones mientras que estas no les afectaran. El vivir y dejar vivir.

—Ambos merecen ser felices —opino con total sinceridad, apoyando su codo en la mesa para reposar su mejilla en su mano—. Estoy segura que su amiga podrá superarlo en algún momento y encontrará a alguien, así como usted.

Al observarle pagar la cuenta supo que su pequeña reunión había terminado, por lo que acepto su gesto para ayudarle a levantarse, despidiéndose poco después cuando acordaron la hora y lo que debía llevar para el viaje.

Volviéndose etérea, se apuro en regresar a su hogar, encontrándose a Odette en la sala. Casi podía jurar que la estaba esperando, por lo que con rapidez le conto lo que había pasado esa noche, explicándole el tiempo que iba a estar fuera.

La cambiante no parecía muy de acuerdo, pero le dejo ser, ayudándole sobre que llevar y que no. La maleta era extremadamente ligera, apenas contando con un vestido que le había prestado Odette para fingir que tenia algo para cambiarse, el dinero que considero suficiente para el viaje, una pequeña daga que Odette insistió en empacar y un alhajero donde guardo su collar con bastante mimo, acunándolo entre sus manos por bastante tiempo.

Paso el tiempo hablando con su amiga, especulando el como seria aquella aventura y que estaría encantada si le traía algún recuerdo de los lugares a donde fuera si era posible, haciendo reír a la fantasma, pero prometiéndole que trataría de encontrar algo que valiera la pena.

A la mañana siguiente prefirió caminar el trayecto hasta el puerto, disfrutando del sonido de sus zapatos contra el suelo y el ruido de las gaviotas junto con el agua cuando estuvo lo bastante cerca como para ver al cambiante que sería su compañero, sonriéndole antes de asentir.

—Buenos días, monsieur Colton —saludo la joven, colocándose a su lado, sonriendo con cierta malicia—. La preguntaría debería ser, ¿Está listo para el bamboleo interminable y el olor a pescado?

—¡Dioses, no!.— El cambiante odiaba el agua con todas sus fuerzas, pero no quedaba más remedio que hacer la travesía por mar, un mal necesario para aproximarse a su objetivo: Alejandría. Rió y ambos subieron por la pasarela entregando los pasajes al sobrecargo que esperaba el embarque de pasajeros. Normalmente los cargueros eran eso, sólopara carga de mercancías, pero aceptaban algunos civiles que qusieran viajar de un punto a otro y así aumentaban las ganancias. La mayoría de la gente serían tripulación y sólo unos diez o doce no eran marineros, entre ellos varias damas acompañadas porque bien se sabía lo que sucedía a una mujer sola en un barco. Debería haber reservado dos camarotes, pero eso levantaría ciertas sospechas y era mucho más sencillo alegar que eran un matrimonio que viajaba por cuestiones de trabajo de él. Pidió dos camas y todo listo, dudaba que la fantasma se quedase mucho tiempo dormida. ¿Podían dormirse siendo mera energía? lo desconocía, pero para evitar momentos incómodos, su camarote tenía baño privado, aunque a él le daba igual que lo vieran sin ropa, era un león, el rey de la selva, digno de ser admirado en todas sus facetas.

El primer día navegaron a buena velocidad, los vientos favorables llevaban al Apollon con rapidez surcando la superficie del mar, apenas se notaba el balanceo porque era constante, mas aún así, en algún momento Colton se sintió mareado y no se despegaba del cubo. Odiaba vomitar sin sentido, una cosa era echar las bolas de pelo o algo que le hubiera sentado mal en la comida, y la otra vomitar por el mareo. A eso se le sumaba el hedor de pescado podrido y humedad, algo inevitable en los barcos de la época y que ofendían a su fino olfato de una forma desesperante, pues ya no le quedaba más bilis que vomitar. Esa noche estaban invitados a cenar con el capitán y los otros "pasajeros". Se tendió un par de horas intentando adormilarse para no vomitar más y llegado el momento se vistió con la ropa más arreglada que había traído, lo cual no era mucho, ya que iban de expedición y no a un baile en el palacio real. Peinó su rebelde melena dorada y tocó a la puerta de la señorita. Llevaba pantalones oscuros, botas lustradas de caña alta de un marrón tan subido que parecía casi negro, camisa blanca, chaleco marrón y casaca gris marengo.

—¿Lista?.— Le tendió el brazo cuando le abrió la puerta y lanzó un silbido.— Vaya...voy a ser la envidia del navío, llevo del brazo la mujer más bella a bordo.— Aunque sus preferencias fueran por otros derroteros no era excusa para no hacerle un piropo a la dama y más si era cierto. Por desgracia para él parecía gustarle más a las mujeres que a los hombres, de haber sido heterosexual su vida sería mucho más sencilla.

No es que el comedor del capitán del Apollon fuera el del Titanic, pero estaba más limpio de lo que cabría esperar. Se reunieron allí con varios pasajeros, principalmente hombres de negocios que necesitaban un transporte rápido y eficaz hacia Marruecos sin detenerse a admirar las vistas, mas también había alguno que viajaba con la esposa o la querida, era complicado saberlo y por educación nadie preguntaría el tipo de relación que cada cual tenía. Saludaron a los altos mandos del buque y ocuparon sus asientos. De inmediato el saloncete se llenó de charlas de lo más variadas, aunque la mayoría sólo especificaba algunos detalles sin importancia de lo que iba a hacer allí: negocios de madera, comercio de especias o cosas similares. Cuando le preguntaron a Colton mintió como un bellaco.

— Soy doctor en historia del arte en el Louvre, me han dado una plaza en el museo del Cairo como restaurador y allí nos dirigimos mi esposa y yo.— Esa gente no necesitaba saber la verdad y dudaba mucho que volvieran a verse, así que era todo mucho más sencillo si evitaban problemas. Notó de inmediato los ojos fijos de uno de los supuestos hombres de negocios, que gastaba un bigote enroscado y monóculo. Lo cierto es que para ser un simple empresario y parecer un pijo estirado, estaba fuerte bajo ese traje hecho a medida. Le dio mala espina, seguramente su sexto sentido felino le estaba advirtiendo de un peligro a bordo, o al menos alguien que no era de fiar. Cuando se levantaron para ocupar otra parte del salón donde las escasas damas podían sentarse a cuchichear y los caballeros a tomar licor, susurró a la fantasma.

— El del bigote... no me gusta. Nos mira de forma intensa, ten cuidado.— probablemente como mucho sería un espía o un esbirro de la Inquisición o de la Logia de brujos, algún súbdito sin más de alguien que mandaba por encima, porque sería de locos enviar un asesino a sueldo a un barco, no podría huir y si algo le salía mal estaba perdido. Aunque nunca se sabía con esos fanáticos.

La fantasma rio con ganas ante la cara de espanto de su acompañante, caminando junto a él para abordar el barco. Al principio se sintió bastante desubicada. Tenia varios años sin haber pisado un navío y el sonido de la madera contra el agua junto con los gritos de los marineros le parecieron de alguna forma interesantes aun cuando sabía que el sonido podría ser aun mas claro de lo que ella lograba distinguir.

Fue una sorpresa sin embargo la fachada que el cambiante estaba creando para ellos, pero le quito importancia con rapidez. Entendía su razonamiento y agradeció su gesto de pedir dos camas para que ella no se sintiera incomoda aun cuando no era necesario.

—Le agradezco la consideración que ha tenido conmigo —le susurro en algún momento mientras se dirigían a su camarote, tomando su brazo en apenas un toque cuando otra pareja paso cerca de ellos—, aunque debo admitir que no necesito dormir. Bien podría quedarme solo flotando en la habitación, esperando a que sea de día —comento riendo con levedad—. Aunque eso sería bastante aburrido.

Cuando el barco zarpo casi se alegró de no poder oler casi nada al ver como el pobre cambiante regresaba su desayuno, vomitando cada tanto. Se sentía mal por él, por lo que se quedo a su lado todo el tiempo que pudo, frotando su espalda en pequeños círculos y diciéndole palabras de aliento.

—Es la condena de tener tan buenos sentidos —le dijo en tono de broma, su cara mostrando preocupación cuando volvió a aferrarse al cubo—. No se si esto le ayudara, pero espero que si —murmuro la joven, dejando que el aroma a lirios los rodeara solo lo necesario para encubrir el olor del pescado mientras seguía frotando su espalda.

No le entusiasmo para nada la invitación a cenar con los demás pasajeros. El cansancio que empezaba a sentir al estar casi todo el día en su forma corpórea empezaba a afectarle y lo que mas deseaba era el poder flotar un rato sin preocuparse por los ojos indiscretos. Aun así sabía que no tenía otra opción, por lo que aprovecho las horas donde Colton deseo dormir para abandonar su estado físico, flotando boca arriba con las manos entrelazadas en su estómago, observando el cielo hasta que este empezó a oscurecer, señal de que debería empezar a prepararse.

Nunca había intentado cambiar el vestido que traía y no sabía siquiera si era posible, pero para su sorpresa noto que si ella quería podía hacerlo desaparecer. Sentía que aún lo tenía puesto, pero al mirar hacia abajo no vio ningún rastro de tela azul ni lazos negros.

Contenta por ese descubrimiento decidió usar el atuendo que Odette le había prestado. Froto la fina tela con sus dedos, sonriendo con levedad antes de pasarlo por sus hombros, cerrando los botones delanteros con cuidado hasta que llegaron a su cuello.

Le gusto mucho el detalle de que fuera de alguna manera sencillo pero elegante, conservando su estilo de alguna manera. Sonriendo, decidió como ultimo toque el dejar su cabello suelto para decorarlo con un pequeño adorno de una rosa blanca que su amiga le había prestado, abriendo la puerta con cierto nerviosismo.

Las palabras de su acompañante la hicieron sonreír con calidez, negando con la cabeza solo un poco antes de hacer una leve reverencia como gratitud, aceptando el brazo que le ofrecía.

—Es usted un verdadero adulador —comento Sylvana, riendo con levedad—. Aunque debo admitir que es probable que usted se lleve la atención de todas las féminas del lugar —sonrió con leve malicia, encogiéndose de hombros mientras caminaban—, tal vez hasta de algún caballero interesado en querer conocerlo mejor, uno nunca sabe.

Para su decepción, la noche fue tan aburrida como había esperado. Las charlas iban y venían, la comida apenas le sabia a algo y el ambiente empezaba a parecerle pesado conforme pasaba el tiempo.

Escuchaba sin mucha atención los chismes de las mujeres a su lado cuando Colton le advirtió del posible peligro, haciéndola entrar en guardia aun cuando su postura no delato su estado de alerta.

—Cuando decía de llamar la atención de un caballero, no me refería de alguno que lo quisiera muerto —le murmuro de vuelta, palmeando su brazo en un gesto que para otros parecería cariñoso, pero que para ellos era una señal de atención—. No creo que este aquí solo, lo vi charlando con al menos otros dos pasajeros, que curiosamente ya no se encuentran en el salón —informo la fantasma, mirándolo de reojo—. ¿Qué desea hacer?

Que tratasen de matarlo no era una novedad, el peligro le pisaba los talones a diario por meter sus curiosas narices en todos los asuntos importantes para los Bastet. Pero esta vez estaban en un barco, y andaba acompañado. Si se metía en la cabeza de esos fanáticos asesinos que pensaban que los sobrenaturales no debía de existir, lo más probable es que eligiesen atacar a la dama para chantajearle a él. Si la capturaban podrían forzarlo a entregar sus notas y descubrimientos sobre la tumba de Seneferu que ellos podrían después alcanzar y saquear. Obviamente, en caso de suceder eso, no los dejaría con vida, sería muy estúpido por su parte.

Esto le llevaba a dos preguntas más: ¿Cómo pensaban "matar" a un fantasma? porque en teoría estarían informados de lo que era Sylvana. Y la segunda ¿cómo pensaban deshacerse de él y que nadie se enterase en un barco de reducido tamaño? La solución se presentó clara ante su mente.

— No tomes nada, nos vamos.

Agarró a Sylvana del brazo y la arrastró hacia el camarote alegando ante el capitán que su esposa se encontraba mareada. Cerró la puerta a sus espaldas atrancándola y se dirigió directamente hacia el lavabo donde se forzó el vómito en un cubo.

— Veneno...seguro que han usado eso.

No sabía si a ella le afectaría, pues a fin de cuentas era un espíritu metido en un estuche de carne. Él comenzaba a sentirse adormilado, les habían metido somníferos en la bebida y le estaba haciendo efecto.

— No puedo mantenerme despierto...— murmuró agarrándose al marco de la puerta para no perder el equilibrio, pero terminó cayendo sobre el colchón.— no te duermas... si te cogen estamos perdidos... si entran márchate y dejame atrás, encuentra la tumba de Seneferu y pon a salvo la reliquia...


Por si las moscas, su libreta de notas la había guardado bajo una tabla suelta del camarote, Sylvana sabía donde estaba, porque al final lo importante era la misión, que los cambiantes felinos no fueran dominados por brujos sin escrúpulos.

El león se fue apagando hasta caer en una inconsciencia soporífera a causa de los sedantes. En el pasillo se escucharon pasos y cuchicheos, eran los tipos que antes había apuntado Sylvana, que se reunían para acabar cuanto antes con la misión que les habrían encomendado: capturar a la dama, chantajear al león y acabar con ambos una vez tuvieran la información que deseaban.

En el interior del camarote la situación era algo delicada porque Colton no se podía mover, estaba profundamente inconsciente, y aunque su metabolismo de cambiante drenaría la ponzoña rápido, no sería lo suficientemente veloz como requería el momento. La puerta estaba atrancada con el pestillo, pero para tres hombres corpulentos no sería un impedimento durante mucho tiempo. Se escuchó el sonido metálico de alguien tratando de abrir la cerradura mediante ganzúas o algo similar, pero al no poder, la emprendieron a golpes y pronto la madera crujió alertando de que los tres asesinos pronto entrarían en la cámara.

La mujer siguió al cambiante con una mirada preocupada en su rostro, sosteniendo casi todo su peso por momentos antes de llegar al camarote, donde ni siquiera pudo decir algo cuando Colton se indujo a vomitar, tomándola por sorpresa. Trato de ayudarlo al verlo tambalear, pero él se le adelanto, dejándose caer sin fuerzas sobre la cama.

—Esos trucos baratos ya no tienen efecto en mi —explico Sylvana, sujetando su rostro con una mano, buscando algún otro síntoma—. No voy a dejarlo atrás, encontrare una forma de arreglar esto, cuando despierte solo tendrá que ayudarme a mover los cuerpos —murmuro la fantasma con una leve sonrisa, tratando de que sonara como a un chiste antes de observar como el cambiante empezaba a cerrar los ojos hasta finalmente sucumbir al sueño, dejándola sola en esa situación.

Suspirando sin poder evitarlo palmeo el pecho del hombre, sentándose un momento en la cama sin saber como proceder, tratando de formar un plan en su cabeza.

No sabia si los inquisidores entendían lo que era ella. Solo tres personas podrían reconocerla y estaba segura que aquellos que estaban abordo no estaban en esa lista, por lo que no tenían forma de controlarla sin contar con un hechicero.

Chasqueando la lengua con enojo decidió bloquear la puerta con todos los objetos que había en el lugar, alzando una mano para concentrarse lo suficiente para moverlos con rapidez, escuchando las maldiciones y el crujir de la puerta al tratar de forzarla.

—Tan molestos como ratas —murmuro la fantasma antes de sonreír con cierta malicia, tomando su forma etérea para traspasar la puerta, observando a los tres hombres con desdén.

Sin pensarlo demasiado se abalanzo sobre uno, cerrando sus manos en su cuello en un sorpresivo ataque, haciéndole manotear en el aire sin saber que era lo que le estaba quitando el preciado aire que necesitaba para vivir.

Sus compañeros voltearon a verlo sin entender que hacía, pero Sylvana no les dio tiempo de reaccionar, alzando su mano derecha para levantar a otro y estrellarlo contra la pared varias veces, dejándolo inconsciente o en el peor de los casos, muerto.

El ultimo hombre que quedaba observo la escena sin saber que hacer, sacando una daga de tamaño mediano mientras pasaba una mano por su ridículo bigote en señal de nerviosismo, observando a todos lados.

—Esta es su verdadera forma —se burló Sylvana, haciéndose visible ante él mientras dejaba caer el cuerpo sin vida de su compañero, sacudiéndose las manos como si estuvieran sucias—. Tan cobardes como siempre, atacando a traición y en grupo como hienas hambrientas.

El ultimo sobreviviente la observo con horror, dejando caer la daga para sacar una botella, rociando su contenido hacia su dirección.

La mujer cerro los ojos con fastidio, riendo con más fuerza por su intento.

—¿Agua bendita? —pregunto con burla, dejando que el sonido de los cascabeles inundara el lugar, la herida de su pecho sangrando sin parar para causar terror en su víctima—. Lo lamento tanto, pero ya no hay nada que pueda matarme de nuevo.

El hombre grito de pánico al verla dirigirse a su dirección, quedando a solo centímetros de su cara antes de que se desmayara por el susto. Sylvana alzo una ceja, incrédula por tal señal de debilidad.

—Que rata más inútil —murmuro la fantasma mientras se encogía de hombros, extendiendo sus manos hacia los tres cuerpos, levitándolos con cierta dificultad—. Ustedes vienen conmigo.

Aprovechando que todos los pasajeros estaban en la fiesta se aseguro que nadie fuera testigo de como lanzaba los cuerpos al mar. Si vivían o morían no era un problema que le importara y, aunque generalmente no tomaba ese tipo de decisiones, la situación en la que estaban le hacía suprimir el lado benévolo que tenía.

Al final regreso al camarote con rapidez, pensando que podría andar por ahí otro inquisidor suelto que no logro ver.  Sin embargo, pudo estar tranquila cuando al entrar encontró a su compañero aun en la cama sin ninguna herida.  

Reviso bajo la tabla solo para estar segura, suspirando sin querer al notar que el cuaderno seguía ahí.

—Menos mal —dijo mientras se llevaba una mano a su pecho al tomar su forma corpórea, notando como la sangre seguía en el vestido. Golpeo su frente sin poder evitarlo, soltando un leve grito de frustración—. Odette va a matarme, esto no va a desaparecer.

Resignada a la reprimenda que iba a recibir decidió sentarse en la cama y esperar a que Colton despertara, velando su sueño con paciencia, retirando el sudor que se juntaba en su frente de vez en cuando y cuidando que no empeorara.

—Tengo tanto que contarle —murmuro la joven con cierta diversión, cruzando su pierna para apoyar uno de sus codos, recargando su mejilla contra su mano, decidida a esperar el tiempo que fuera necesario—. Espero que esto le sirva para descansar un poco, dudo que los próximos días tenga la oportunidad de dormir tanto.

El león se durmió profundamente, él sí era sensible a los venenos somníferos y cayó a plomo cuando la sustancia hizo mella en sus sentidos. La señorita lo veló tras acabar ella sola con las amenazas, algo que a Colton no le había quedado más remedio que confiar en que lo haría, ya que drogado no podía hacerse cargo de la situación.

Vulnerables como estaban, encerrados en una madriguera flotante, las opciones eran pocas a decir verdad, sólo esperaba que Sylvana no lo traicionase y les diera su libreta de notas, a fin de cuentas no eran familia ni grandes amigos todavía, entendería que si la Inquisición le hiciera una buena oferta, colaborase con ellos. Pero sabiendo algo más de su compañera, su antigua condicion de cambiante felina, su animadversión por los inquisidores que fueron la causa de su muerte prematura...confiaba en ella. No debería, pero así era. Los gatos eran desconfiados por naturaleza, Colton se dejaba guiar por el instinto, no era excesivamente precavido y en esta ocasión creía haber acertado con la fantasma, le daba buenas vibraciones.

En cuanto su cabeza comenzó a regresar al mundo de los despiertos, sintió la neblina de la confusión en ella, quería abrir los ojos, hablar, pensar y patalear, huir y gritar al mismo tiempo, y lo único que consiguió fue ponerse nervioso, revolverse y casi caerse de la cama donde descansaba. Menos mal que Sylvana no podía ser golpeada por su torpeza. Se echó las manos a la cabeza pasando los dedos por su frondosa melena revuelta.

— ehm... yo... me he quedado inconsciente ¿fue mucho tiempo?.— preguntó, pues tenía la sensación de que había sido un siglo.— ¿y los inquisidores? y sus secuaces? ¿y tu estás bien?... vaya... tengo hambre, debe ser el efecto de los sedantes...

No estaba acostumbrado a las drogas, ni siquiera a los medicamentos, primero porque no solía enfermar y segundo porque era un paciente terriblemente malo. Se aturulló con tanta información que quería pensar y preguntar a la vez y sólo consiguió reflejar en sus ojos azules la confusión que el sopor le había dado.

La dama le explicó entre sonrisas, hablándole suavemente, algo que su maltrecha y abotargada cabeza agradecía. No esperaba que con ese aspecto tan sosegado, educado y dulce hubiera acabado ella sola con las amenazas, incluso deshaciéndose de los cuerpos, había sido extremadamente eficaz haciéndose cargo de la situación.

Echó mano de su chaqueta donde descansaba la libreta con las anotaciones precisas sobre la tumba de Seneferu, era lo más valioso que tenían que proteger en ese momento, pues aunque la localización la tenía grabada en su cabeza, entrar en esa pirámide no iba a ser cosa fácil, estaba protegida por magia ancestral y realizar el ritual que les diese paso no era sencillo, tenía mil pasos, ingredientes concretos en proporciones concretas, versos escritos en sumerio y egipcio que bien podrían ser mal interpretados y dar al traste con todo. Para su alivio, la libreta seguía allí.

— Wao...gracias Silvana. No sé cómo agradecértelo... me has mantenido a salvo y también a la llave que nos dará el acceso a las reliquias Bastet.

No estaba seguro de cómo de corpçorea estaba la fantasma, pero el león era muy espontáneo y hacía las cosas sin pensar, le dio un abrazo a la espectro y sonrió guiñándole el ojo.

— Pensaba que atravesaría el aire, pero no. Seguro que así le has tomado el pelo a más de una de tus conquistas...¿Pues sabes qué? que se muerdan un pie, eres demasiado guapa para cualquier patán, si quieren abrazos que se agarren a un perchero.

La mujer dio gracias de mantener su forma corpórea lo bastante tangible como para que el cambiante no cayera directo al suelo por la fuerza que uso para abrazarla, tomándola por sorpresa tanto por su acción como sus palabras.

Riendo con nerviosismo, palmeo la espalda del hombre con su mano en suaves golpeteos, negando con la cabeza.

—De hecho, nadie ha tratado de abrazarme —comento Sylvana, riendo—. En vida no fui muy dada a ser pretendida y en muerte…bueno, se podrá imaginar que las oportunidades son mucho menores —aclaro, tratando que su voz no sonara tan derrotada como podía llegar a sentirse.

Guió al cambiante de nuevo a la cama, dejando que se sentara en la orilla mientras ella dejaba que el vestido de Odette se deslizara por su cuerpo hasta llegar al suelo, mostrando un momento la silueta sobrepuesta de su propio atuendo antes de hacerlo visible, dejando que el azul oscuro de su vestuario resaltara con fuerza.

Mirando con cierta pena la gran mancha de sangre doblo la prenda con cuidado para guardarla en su pequeña valija, esperando que Odette no se molestara mucho cuando volviera.

—Le traeré algo de comer —dijo la mujer, estirando sus manos hacia adelante para quitar los muebles que seguían apoyados en la puerta. Le costo más de lo que esperaba, por lo que suspiro con cansancio sin poder evitarlo, rotando sus muñecas un momento para aliviar la carga que parecía inundarla de repente aun cuando sabia que no era posible.

Salió por la puerta para tratar de aparentar algo de normalidad por si se encontraba a alguien cerca, volteando un momento hacia el cambiante.

—Asegure la puerta cuando salga. Cuando regrese tocare dos veces, haré una pausa y volveré a tocar dos veces para que este seguro que soy yo. Tiene que tomar fuerzas para que empecemos a planear que hacer de ahora en adelante —le informo la mujer, sonriendo por ultima vez antes de darle la espalda, cerrando con cuidado para no hacer mucho ruido.

Mirando a ambos lados para estar segura que no se encontraba nadie cerca volvió a su forma etérea, atravesando con rapidez las puertas y paredes del barco hasta llegar a las cocinas.

Como pensó todo estaba ya guardado y preparado para el día siguiente, por lo que le tomo algo de tiempo buscar algo de comida que no le cayera muy pesado a su compañero.
Sonrió cuando encontró una gran hogaza de pan, manzanas y algunas otras frutas que parecían bastante frescas.

Tomando todo entre sus brazos se apresuro a irse, abriendo y cerrando las puertas con sumo cuidado hasta que logro volver a la habitación, colocando todo en un brazo antes de tocar como le había dicho al cambiante.

Durante el rato que se tomó la señorita para ir a por algo de comer, decidió darse una ducha, él era un gato muy pulcro y no sería de recibo que Sylvana lo hallase a su regreso lamiéndole partes imposibles en su forma felina. No le gustaba el agua si se trataba de mar, ríos, charcos y similares, pero la de la ducha la adoraba, sentir la suciedad resbalando hasta el sumidero era uno de esos placeres de la vida que no entendía que la gente no disfrutase más a menudo. Porque los olores humanos a veces eran terriblemente hediondos.

Limpio y vestido con la muda, recibió a la fantasma con el cabello aún mojado. Ciertamente tenía mucha hambre, los sedantes le había despertado el apetito. Escuchó los dos golpes pactados a modo de santo y seña y abrió la puerta. Iluminó el pasillo con su sonrisa, escrutó en la penumbra del barco que no hubieran seguido a la señorita y al comprobar que estaban seguros cerró y pasó el cerrojo.

—Ya me encuentro mucho mejor, gracias por tus cuidados.— Husmeó en la bolsa y sacó el pan y una manzana. Enarcó las cejas pero no pudo evitar sonreir de nuevo.— Muchas gracias, seguramente te gustase la fruta en tu forma humana cuando estabas viva... pero yo soy carnívoro. No importa, ya has hecho mucho más de lo que nadie ha hecho por mí nunca.

Hincó los dientes en el pan y fue intercalando bocados de éste y de manzana. Aún no se explicaba muy bien cómo la fantasma se había arreglado con aquellos dos secuaces con instintos homicidas, pero lo daba por bueno.

—Creo que deberíamos descansar y no salir de este camarote salvo para alguna cosa necesaria. Llegaremos en tres días y es cuestión de tiempo que se descubra que faltan esos hombres... así que... tenemos tiempo de charlar y conocernos mejor.

Sylvana sonrió al ver la cara de consternación del cambiante al ver la comida, asintiendo en aceptación por sus preferencias.

—Puedo entenderlo perfectamente. Cuando estaba viva era bastante carnívora también, pero no encontré nada que mereciera la pena a estas horas. Todo lo bueno ya debe estar en los estomago de los otros pasajeros —se explico la fantasma, encogiéndose de hombros.

Decidió dejar su forma corpórea al sentir como su energía empezaba a ser más débil por momentos, dándole una mirada de disculpa a su compañero.

—Espero no le molesté, pero mantener una forma solida junto el hecho de hacer levitar a tres hombres me ha cansado bastante —comento la mujer mientras se paseaba en la habitación, inquieta sin poder evitarlo.

Estaba preocupada por el futuro de ese viaje. No había pasado ni tres días y ya los habían atacado. Un punto a su favor era el que no parecían saber lo que era ella, pero si tuvieran a un hechicero entre ellos que pueda manipular su espíritu estaría en problemas.

Suponía que aun así el cambiante podría encargarse de esa posibilidad con relativa facilidad eliminando al titiritero, pero seguía siendo un punto que la ponía nerviosa. Era bien sabido que los felinos amaban su libertad y ese rasgo estaba mas presente que nunca en ella. Ser sometida de esa forma seria un fuerte golpe a su orgullo y dignidad.

Sus poderes eran otro tema a tener en consideración. Desde su cambio solo se había enfocado en desarrollar su corporeidad. Los demás solo parecían estallar cuando estaba en un estado de furia desmedida, pero si deseaba controlarlos le tomaba bastante energía y atención.

—¿Disculpe? —murmuro la fantasma, dejando de lado esos pensamientos pesimistas para prestarle atención al hombre frente suyo, analizando sus palabras con algo de lentitud. —Oh claro, me parece una buena idea —opino Sylvana, sonriendo con levedad al dar una vuelta en el aire, quedando de cabeza pero mirando al cambiante con atención—. ¿Qué le gustaría saber?