Misión: Rescate // Privado - Brynhild

Hacía ya tiempo que no veía a Brynhild, una de las valquirias con la que, más o menos, tenía bastante buena relación. Ésta se había ganado cierta fama, además de por sus gestas, por ser especialista en sacar a Odín de sus casillas. El dios supremo no era, precisamente, un remanso de paciencia eterna y su carácter fuerte era lo que le mantenía en el trono con el paso de los milenios. Algo le decía que las cosas no habían ido bien, así que pidió audiencia con Freya, su reina, para ver si averiguaba lo que le había ocurrido a su amiga. La reunión tendría lugar en el salón principal de Vingólf, el palacio en el que residían.

Las puertas se abrieron cediéndole el paso y a varios metros del trono y de los pies de los escalones en los que reposaba el gran Fenrir, Hlökk hincó una rodilla en el suelo e hizo una reverencia. -Mi reina.- Aguardó con la cabeza gacha y la mirada fija en el suelo hasta que la contraria la instó a explicar el motivo por el que se encontraba en su presencia. -Quisiera saber, mi señora, cuál es el paradero de Brynhild. Hace meses que no la veo, y aunque no éramos las más cercanas, me preocupa que le haya sucedido algo.- La diosa le dio un trago a su jarra de hidromiel antes de alzarse y descender los peldaños hasta situarse junto a su guerrera. Posó una mano sobre su hombro y le indicó que la siguiera. La morena se alzó inmediatamente y siguió los pasos de Freya hacia donde ésta quisiera.

Se detuvieron en el Bifröst, donde la deidad hizo llamar a Heimdall. Le susurró algunas cosas al oído a este y pronto sus ojos se pusieron grises como dos cielos en plena tormenta. El guardián del puente le dio varias indicaciones a la reina de las valquirias y se retiró, dejándoles intimidad a ambas. -Odín la desterró hace tiempo, pero sé que es fuerte y no necesita de mi constante vigilancia para salir adelante, así que le dejé demostrar, por su cuenta, que podía apañárselas como mortal.- Los ojos de Hlökk se abrieron con sorpresa, mas se mordió el labio, no queriendo interrumpir, y menos aún ofender, a Valfreyja. -Pero ya sabes cómo es el rey de los dioses, intransigente y difícil de complacer. Brynhild lo está haciendo bien allí abajo, pero no es suficiente, con eso Odín no le permitirá regresar al Valhalla.- La rubia hizo una pausa, seguramente para dar más dramatismo a la situación que, de por sí, ya era bastante preocupante desde el punto de vista de una valquiria. -De momento ve a buscarla, reúnete con ella y contactadme, ya que ella, como humana, ahora no puede hacerlo sin ayuda. Yo buscaré un modo de regresarla aquí arriba.- Y como si su palabra fuera ley, que en parte así era, con un gesto de cabeza, regresó Heimdall y ella se marchó sin dedicar más palabras a la morena. Ésta se quedó atónita, sin saber muy bien qué hacer ahora. -Hora de regresar a Midgard.- Anunció el que todo lo ve, antes de usar su espada para abrir el puente y empujar a la guerrera con cortesía. Ésta desapareció de su vista de inmediato, aterrizando en mitad de un basto campo de flores rojas y pétalos suaves, finos, casi transparentes. Estaba en un prado cubierto de amapolas, ¿pero dónde?

El fuego chisporroteaba frente a mi rostro mientras llevaba el pedazo de carne de conejo recién cazado a mis labios desgarrandolo con los dientes. Desde luego que siendo humana todo se vivía mas intensamente, los sabores parecían distintos, quizás porque la muerte te empujaba a vivir intensamente. Me deje embargar de recuerdos. Midgard era una tierra peligrosa, mas no lo era menos Asgard, el dios tuerto me había mandado a estas tierras de hombres como un castigo, mas yo aun convertida en humana, no dejaba de mantener mi barbilla alzada ¿acaso sentir el frio, el hambre y el dolor me hacia menos merecedora de ser Valquiria?
Demostraría a Odin, a Freya y al mundo que mi puesto lo gané con valor y no por descender de quien lo hacia, demostraría al dios tuerto que si bien era exigente con los hombres que recogíamos del campo de batalla, no lo era menos conmigo misma.

El candor del fuego lamia mi piel dotando a mi mirada parda de incandescentes bailes naranjas, la bota de hidromiel calcinaba mi pecho trago a trago mientras empujaba la carnaza hasta mi estomago produciendo un agradable sensación de saciedad.
Aileen, mi yegua podía no ser alada, ni siquiera un caballo de batalla pero supongo que en la soledad de una vida de sombras, era la única que me acompañaba, ella se había convertido en mi amiga inseparable. Su hocico golpeó mi rostro despertándome una sincera sonrisa.

Mi diestra se deslizó por su hocico solo apartando los ojos del fuego para mirar sus vivaces orbes nobles como los de Alator, la negra montura que me esperaba allí arriba. Lejos de ser un caballo era un lobo de grandes dimensiones.

El trueno en lo alto del cielo retumbo partiendo el horizonte en dos. Fruncí el ceño, algo pasaba, ¿quien cruzaba el bifrost? Me alcé d un alto llevando la mano al lado, sentí la hierba acariciar la yema de mis dedos y de un rápido movimiento desenvainé el acero mirando el cúmulo de energía que se acumulaba en el suelo.

Contra este apareció ella.
-Hlook ¿que haces aquí? -pregunté bajando mi espada de inmediato.
No es que nos lleváramos especialmente bien en Asgard, pero eso no quitaba que fuera lo mas familiar que desde que Odin me maldijo a una vida de humana, me encontraba.

Montó sobre su yegua, Karpanta, sin silla ni estribos, a pelo, porque le gustaba, porque de ese modo se sentía más salvaje, más libre. Provenía de un mundo lleno de mujeres luchadoras, un lugar en el que los hombres únicamente estaban de paso y nunca se quedaban, no porque no quisieran, sino porque no se les dejaba. Las amazonas eran una tribu muy orgullosa y ellas solas se las apañaban perfectamente haciendo todas las tareas: desde curtirse las botas a herrar a los caballos o cazarse la cena. No había nada que no pudiera hacer por cuenta propia y sin ayuda de varones. Clarke era la sobrina de la actual cabecilla del poblado y, aunque allí las cosas no se dictaban por la sangre, ella sentía que el liderazgo corría por sus venas de algún modo. Siempre le estaba dando vueltas a cómo ser mejor, a encauzar sus estrategias, a analizar el terreno, a conocer al resto de sus compañeras. Porque la mejor guía para un grupo era aquella que conocía bien a sus contrapartes, la que sabía cuáles eran los puntos fuertes y las debilidades de cada una. Porque únicamente de ese modo, podía organizarlas de manera efectiva, ya fuera para el ataque o para la defensa, para la supervivencia, para la vida.

Había salido a dar un paseo, algo que hacía a diario y siempre a la misma hora. Era sumamente obsesiva con esas cosas y aunque pareciera imposible saber el momento exacto del día con sólo el sol como guía, ella había aprendido y memorizado las rutinas de algunas aves y eso le servía como medida. Cerró los ojos, inclinando el cuerpo hasta que su pecho casi chocara con la cruz del caballo, sujeta firmemente a su melena, porque tampoco llevaba el animal riendas ni bocado. Oscilaba con cada paso de galope, acompañando a la perfección los movimientos de su amiga, lo hacían al unísono, como si en vez de dos criaturas fueran únicamente una. Se dejaba llevar con la melena agitándose con el viento, cuando, de repente, escuchó un grito. Se tensó, irguiéndose de pronto al frenar a la yegua de un firme tirón de cabello.

–Alto, pequeña.

Le dio unas suaves palmadas en el cuello por el costado, terminándolas en caricias. Buscó el origen de aquel sonido y orientó hacia allí el trote que pronto volvió a ser galope. El caballo iba esquivando árboles bajos y saltando matojos, ramas caídas, piedras gigantes. Se detuvo cuando alcanzó el cauce del río y allí se encontró a un joven con el torso desnudo, los pantalones arremangados hasta media pantorrilla y chillando como una niña.

–¿Por qué gritas?

Le preguntó, aunque él tenía la vista fija en la lejanía. Siguió entonces el recorrido de su mirada y descubrió el motivo: Un gigante. Inmediatamente bajó de un salto, desenvainando su espada y corrió, chapoteando a cada pisada, hasta situarse junto al muchacho.

–¿Dónde está tu arma?

Aquella mañana cogí a Alatain y lo cepille en profundidad, quería que se viera perfecto, la cosecha no había ido nada mal, así que cargaría el carro para acercarme al mercado Y vender las frutas que habíamos recogido, así como el grano sobrante.
El invierno siempre era duro en el norte, pero con suerte, con esto sacaría el dinero suficiente para comprar las medicinas que madre necesitaba para la enfermedad crónica que llevaba encima y amenazaba con llevarsele la vida. Giuliana la “medico” de Akershus pasaba una vez al mes para poder atender a los enfermos que la curandera de la ladea había dado ya por imposibles, la mujer tenia unos conocimientos limitados y aparte de asistir partos y hacer remiendo para las heridas poco mas sabia.

Partí con las primeras luces del alba, mi madre envuelta en pieles se despidió de mi con la mano y una sonrisa puesta en sus amoratados labios.
La enfermedad la mantenía débil y desde que padre murió hacia ya unos años yo había tenido que cargar con todo el peso de la granja. No tenía mas hermanos así que a veces se hacia pesado, trabajaba de sol a sol algo que se reflejaba en mis callosas manos agrietadas por el uso de la azada y el hacha.

Tenia unos cuantos días de camino hasta el gran mercado, allí podría sacar un mejor precio por las cosas que llevaba, así que con suerte en menos de una semana regresaría a mi aldea.
Allí donde iba conocía a una norteña que siempre me hacia un hueco entre sus piernas, así que supongo que la satisfacción para mi verga estaba asegurada en este viaje si no se torcían mucho las cosas.

Hice varios altos en el camino, y para no pagar posada alguna dormí en el mismo carromato bien cubierto con las viejas mantas.
Cruzaba el paso de Heimbrich, uno que muchas veces estaba ocupado por asaltantes cuando mi montura empezó a ponerse nerviosa, supuse que el motivo sería ese, bandoleros así que tomé el hacha que tenia guardada bajo un saco dispuesto a enfrentarlos de ser necesario.
Yo no era un guerrero, pero tampoco iba a entregarles lo que bien me había costado el sudor de mi frente de un año. Mi sorpresa llegó cuando una enorme criatura saltó de la montaña parándose en mitad del camino, su color no era distinto al de la misma nieve que empezaba en esa época a asolar los caminos y su tamaño bien podía sin duda cuadriplicar el mio.
-¡Joder! -rugí saltando del carro cuando su puño fue directo hacía este.

Rodé por le suelo aguantando varios envites mientras gritaba socorro y mis ropas quedaban hechas jirones. Debía de ser otra de esas mutaciones del rey loco.
Como pude logré ponerme en pie y empecé un veloz descenso por la montaña seguido muy de cerca de esa mole que rugía en mi nuca congelándome la sangre.

El rio marcó el final de mi camino, extenuado y con el cuerpo magullado jadeé mirando al horizonte y al diablo de hielo que me seguía como si yo fuera su único anhelo.
Grité con todas mis fuerzas como si alguien pudiera sacarme de esta y por arte de magia una chica de piel oscura y lacio pelo negro se interpuso en mi camino y el del gigante que pretendía matarme.
Me cubrí el rostro con el brazo esperando mi final y seguramente con el, el de la joven.

El viaje, como siempre, había sido rápido y de caída fuerte. Tenía un ligero dolor de cabeza y ciertas náuseas, algo a lo que no se acostumbraba aunque ya hubiese perdido la cuenta de las veces que Heimdall la había ayudado a cruzar el Bifröst. Extendió el brazo, agachándose un poco y acarició los pétalos que, con el movimiento que les azoraba el viento, parecían pequeños fuegos. Entonces escuchó su voz y alzó el rostro hacia aquella silueta que bien conocía. -Brynhild, yo también me alegro de verte.- Comentó con cierto tono sarcástico ante lo que parecía una bienvenida poco agradable. -Me ha enviado Freya a buscarte. Quiere que regreses a Asgard, al palacio de Vingólf conmigo.- Estiró las comisuras de sus labios en algo que, supuestamente, era una sonrisa.

Erguida de nuevo, encaminó sus pasos hacia la otra valquiria, deteniéndose a un metro escaso. -Pero no podemos volver sin más, eso lo sabemos todas. Odín no dejará que regreses sin haber probado que lo “mereces” según su criterio.- Se encogió de hombros, porque ya todas sabían cómo era el dios tuerto. Mucho poder, casi tanto como amargura le corroía las entrañas. -Pero nuestra reina está buscando una solución a eso y por ello estoy aquí. Mañana contactaremos con Freya y ella nos dirá lo que podemos hacer para asegurarte un billete de vuelta a nuestro mundo.- Paseó por un costado de su compañera, dejándole meditar lo que acababa de escuchar. Que madurara sus ideas y pensara qué era lo que quería hacer. Nadie la obligaba a ir a Asgard de nuevo, tal vez, incluso hubiese encontrado motivos para quedarse en Midgard, pero lo dudaba, las pocas veces que había estado allí no habían sido precisamente gloriosas, no si quitaban las batallas contadas dignas de mención. Pero algo le hizo girar sobre los talones y observarla desde atrás. -Porque, imagino que, quieres volver, ¿verdad?- Entrecerró los ojos, aguardando la respuesta ajena. Se sentiría decepcionada si le dijera que no tenía intención de luchar por aquello que era suyo, por volver junto a su reina y su huargo, por el derecho a luchar y el poder de guiar a los caídos hacia el Valhalla y Vingólf, donde serían recibidos como los héroes que eran y celebrarían sus batallas y el honor con el que habían perecido, empuñando sus espadas.

Dio un paso más hacia la espalda foránea antes de detener nuevamente su avance. -Knut te echa de menos.- Añadió, por si en su cabeza había dudas sobre cuál era la decisión correcta a tomar. Knut era el lobo de Brynhild, su montura cuando luchaba junto al resto de las valquirias. Y sin Bryn, había sido relegado a guardián del palacio.

El muchacho parecía estar acongojado se cubría la cabeza con las manos, ligeramente encogido, como si ansiara que la tierra le engullera antes de que semejante bestia le atrapara. La amazona le empujó a un lado, haciéndole caer a las frías aguas del río de costado, cuando el gigante dejó que su enorme brazo se desplomara con todo su peso para aplastarle.

–No te quedes quieto, usa las piernas.

Le espetó, dando un golpe de espada en la muñeca del grandullón que le dejó un profundo corte que alcanzó el hueso por el sonido seco que pudo escuchar cuando la hoja ya no se hundió más. Se impulsó, usando el pulgar del gigante, con el pie izquierdo para apartarse y evitar que la agarrara con la mano libre. Luchar ella sola con aquel engendro no era sensato, las fuerzas no estaban equilibradas en lo más mínimo, y aunque ella fuera ágil y pequeña, si llegaba a golpearla, la dejaría inconsciente de inmediato y terminaría la pelea.

El chico se levantó todo calado hasta las cejas, confuso a saber por qué, a lo mejor se había golpeado la cabeza con alguna piedra. Porque se le veía desorientado, hasta que vio de nuevo al enorme ser y chilló otra vez. Entonces, Clarke tuvo una idea, echando un vistazo a su yegua que seguía a la otra orilla del río con sus alforjas a los lados. Necesitaba una distracción para poder darle alcance y lo único que tenía a mano, era al chaval asustado.

–¡Ya deja de gritar, nenaza! Mueve el culo, haz que te siga.

Éste la miró como si estuviera loca, arrancando un resoplido de los labios de la morena. Le lanzó la espada de modo que ésta giró ligeramente en el aire hasta caer por la zona de la empuñadura. Capaz lo veía de cortarse.

–Corre y si te ataca, defiéndete.

Y dicho eso, ella arrancó a correr en la dirección opuesta, hacia Karpanta y sus boleadoras. No podría con el gigante, físicamente no eran rivales, pero podía derribarle atacando su punto débil y usando una de sus fortalezas en su contra: Su tamaño.

No miró atrás, porque eso la demoraría, haría que perdiera tiempo e incluso podría alentar al desconocido a que la siguiera y eso pondría en riesgo su plan. Necesitaba separarse de él, exponerle, que el grandullón se confiara y no pensara que ella iba a volver. Estaba bien si ambos creían que huía, que abandonaba al muchacho a su suerte. Luego se sabría la verdad.

La chica plantaba cara al gigante mientras yo miraba la escena con los ojos saliendoseme de las órbitas.
Por Odin que jamas vi nada igual, aquello no era un huargo, o un orco, aquello era un gigante de dimensiones épicas que parecía empeñado en devorarme.
Reculaba a cuatro patas mojándome el culo en el agua tratando de poder ponerme en pie para salir corriendo cuando escuché el grito de la amazonas que me instaba a usar las piernas.
-Lo haría, por Odin que lo haría pero me tiemblan y no me sostienen.

Claro que la desfachatez de la morena no quedó ahí, al parecer pensando que bromeaba me llamó nenaza y me tiró una espada para que me defendiera.
-¿con este mondadientes que hago? -pregunté chillando mientras lo veía en unos riscos atascado.
¿Había visto esa mujer el tamaño del gigante helado? Con eso solo podría hacerle cosquillas y algo me decía que no iba a tomarselo bien.

Aun pensando si tomar la espada vi que la amazonas echaba a correr largándose de allí
-¿donde vas? -grité acojonado -vuelve, no me dejes solo.
Gateé por el agua intentando levantarme varias veces para alejarme del peligro mas rapido, pero por contra, ese animal lejos de prestar atención a la mujer que se largaba por patas después de llamarme a mi nenaza, venía a por mi sin cambiar de objetivo.
-Ella esta mas buena -la señalé frunciendo el ceño - ¿para esto querías que lo distrajera?

El jotum lanzó sobre mi su puño, lo esquivé rodando por el agua, no había tragado tanta arena en mi vida y hubiera llorado de poder, pero ni eso me permitía la adrenalina que hinchaba mis venas.
El gigante no dudaba en intentar aplastarme a puñetazo mientras yo mas pequeño en tamaño hacía lo posible por escurrirme entra la mole de golpes que elevaba el agua formando casi cascadas.

La espada, rodé atrapandola y con ella traté de atizarle, no se bien para que, la manejaba como si fuera un hacha y tal fue mi desgracia que al primer golpe la dejé clavada en la muñeca del titan sin poder sacarla.
-¡Socorro!

El orgullo de Brynhild se interponía entre ella y una posible salida de Midgard. Todas las guerreras que cabalgaban en nombre de Odín y de Freya, eran dignas de sus monturas, de sus espadas y lucharían siempre hasta la muerte. Hlokk era consciente de que, encontrándose en la situación de su compañera, ella seguramente actuaría de la misma manera. Sin embargo, la castaña había perdido su esencia a causa de su testarudez, y por ello ahora vivía como una humana más, en vez de como una valquiria en Asgard.

Tomó la rama con el trozo de carne que le ofrecía y se dejó caer junto a la joven que seguía ofuscada en la ofensa que le suponía el que ella hubiera ido a ayudarla. Puso los ojos en blanco, pero no verbalizó su queja ni la hizo audible mediante resoplidos ni nada semejante. Giró el palo entre sus dedos, observando la carne. -Si te creyera débil, no consideraría que merecieras regresar a Vingólf y, por lo tanto, no estaría aquí ahora.- Le dio un mordisco a la cena, masticando y disfrutando dela jugosidad de la pieza. Tragó, pasando la lengua por la comisura de la boca y enfrentó los ojos desafiantes de Bryn. -No te equivoques, mi ayuda no es ningún regalo y contrario a lo que piensas, lejos de convertirte en indigna, significa que te veo fuerte.- No la estaba halagando, sino defendiendo sus propios actos. Ir a Freya para ayudar a alguien no merecedor del honor que implicaba el ser una valquiria, sería una ofensa para su reina y para Hlokk misma. Le dio otro tiento a la pieza, mientras con la zurda cogía la muñeca ajena y observaba aquella pieza de cuero que la decoraba. -¿Qué es esto?- Quiso saber la morena, clavando la rama en la tierra para que la comida se sujetara sola y ella dispusiera de ambas manos para hacer lo que quisiera. -Dame un poco de agua.- No se lo preguntaba, quería que le diera de beber y sabía que ella lo haría. Las jinetes de huargos no eran mujeres que se andaran con por favores o disculpas. Eran guerreras y como tales se comportaban en cualquier situación, siempre alerta, pensando en proteger aquello que guardaban y, por descontado, a sí mismas. No porque valorasen su vida por encima de su deber, sino porque si ellas morían en combate, ¿quién protegerían entonces Asgard? ¿Quién guiaría a los muertos a Vingólf y el Valhalla?

Tomó el odre cuando la contraria se lo tendió, soltándole la extremidad, pero aún así aguardando una respuesta a la pregunta formulada. Algo le decía que era un apego mortal, lo que no significaba nada sumamente preocupante, pero que tampoco era bueno.

Podía escuchar los gruñidos del gigante y los gritos de auxilio del muchacho, aunque de no haberle visto, por los chillidos, pensaría que era una niña de entre doce y quince años en apuros. No tenía la menor idea de quién era o de por qué el engendro se había empeñado en él, porque a ella no le había echado ni un segundo vistazo, pero algo debía tramar el hombretón grisáceo y ella, una vez lo derribara, ya se encargaría de averiguarlo. No porque aquel joven supusiera algo relevante para ella, sino porque estaban cerca de su pueblo y una amenaza como aquella, debía ser contenida cuanto antes.
 
Una vez tuvo las boleas en la mano, miró a su alrededor, buscando un punto algo más elevado para que con la parábola de la caída, éstas se enredaran en las piernas del gigante y cayera como un roble recién talado. Encontró un pequeño montículo de piedras a unos treinta metros, algo lejos, pero ella tenía fuerza y buena puntería, tendría que servir.
 
Corrió hacia allí bordeando el río, porque ir por el agua la ralentizaría y por cómo se las apañaba el chaval con un arma, tenía poco tiempo para salvarle la vida. Podía no ser su amigo, no conocerle siquiera, pero era un ser humano y merecía ayuda, al menos hasta que se demostrara lo contrario y ya llegaría el momento, pero ese no era ahora.
 
Trepó por las rocas hasta el punto más alto y comenzó a hacer girar las cuerdas entre los dedos, mientras los cantos daban vueltas, silbando y cortando el viento. Estudió los pasos del monstruo, su ritmo y velocidad. Necesitaba asegurarse el tiro, porque no habría otro intento. Contó en un susurro, calculando los segundos y las distancias. Entrecerró los ojos y en cuanto estuvo segura, lanzó las boleadoras con toda su fuerza.
 
Las rocas se separaron, tensando el rígido cordel, hasta que éste topó con el tobillo izquierdo de la mole, haciendo que con el impacto el resto del arma se cerrara bruscamente, enroscando ambas extremidades del engendro a la vez. Justo cuando fue a dar el siguiente paso, tropezó consigo mismo y se fue de cara contra el agua poco profunda, estampando su boca en las duras piedras río que, además de partirle un par de dientes, lo dejaron inconsciente. Eso sí, cayó justo al lado del chico, no aplastándole de puro milagro.
 
–Lo conseguí.
 
Dijo triunfante la amazona, que bajaba de un salto de aquel montículo y se acercaba a grandes zancadas al joven, que pasmado y asustado, miraba el cuerpo inerte de la bestia.
 
–¿Me devuelves mi espada?
 
Dijo, tendiéndole la mano al desconocido, esperando que le regresara lo que era suyo y que, por unos minutos, le había prestado.

Observé atónito como la mujer regresaba con una cuerda y dos especie de piedras atadas a los extremos, si la espada me parecía un mondadientes eso era una broma pesada, pero fuere como fuere, toda ayuda era bienvenida aunque solo fuera para esquivar los impetuosos golpes del titan de hielo que parecía haberse enamorado de mi.

La amazonas luchó contra la bestia mientras yo con los ojos cerrados rezaba a los dioses por que no me llevaran, no estaba preparado para morir y desde luego mi sino no sería el Valhalla, eso se lo dejaba a lo guerreros que ansiaban una vida corta, yo prefería mantener los pies sobre Midgard, olvidar a las guerreras aladas y quedarme con las mujeres mundanas.

Cuando escuché a mi lado un golpe gigante que casi me machaba abrí los ojos, la bestia haba caído a mi lado, grité como una niña y salté a un lado por si acaso despertaba el gigante y me comía.
La amazonas se acercó como si lo que acababa de hacer lejos de ser una hazaña fuera lo mas normal del mundo para ella.
-La, la -la espada? -dije tartamudeando.

El acero quedaba a mi derecha, mis músculos solo me dieron para señalar el mondadientes, aun incapaz de moverme por el temblor que invadía todo mi cuerpo.
La mujer me miraba como si no entendiera que hacia aun ahí sentado sobre el gua ¿acaso no había visto que eso había intentado matarme?
-Gracias -dije finalmente

Me puse en pie, mi carro había quedado abandonado unos metros mas allá, solo quería llegar allí y ver si podía salvar algo y seguir mi camino hacía la aldea.
Necesitábamos el dinero, mi madre necesitaba las medicinas y yo un buen burdel donde olvidar que casi no vuelvo a poder usar mi gran arma, y no, no me refería a la que debía colgar de mi espalda, pues yo ademas de cortar leña con un hacha poco mas entendía de armas.
-Voy hacia la ciudadela, ponen un mercado allí, si quieres custodiar mi viaje...

La chica era bonita y lo mas importante, sabía luchar, las posibilidades de acabar de cruzar la montaña con ella serían mayores.
-¡Ahhhhh! -grité dando un salto en su dirección que casi la hace caer al suelo conmigo encima al notar una rama caer casi a mi lado creyéndome de nuevo atacado.
La chica se rió de mi cobardía y yo me limité a ladear la sonrisa.
-No todos los días me enfrento a gigantes … -repliqué

La castaña no se anduvo con rodeos y, entre mordisco y mordisco a la carne recién hecha, soltó la pregunta que rondaba su cabeza desde que, seguramente, se había encontrado con su antigua compañera allí abajo, en Midgard. La morena se alzó, observando como la tierra apagaba el fuego y un humo ennegrecido emergía, tras ser sofocada la hoguera. Sus ojos azules se elevaron, clavándose en los pardos de la contraria que ahora le lanzaba el odre de hidromiel para que lo atrapara al vuelo. Lo destapó, dándole un par de tragos largos e inició camino, sin devolverlo todavía. -Freya no dijo qué plan tenía. Únicamente me pidió que me reuniera contigo y aseguró que nos contactaría para comunicarnos el modo de regresarte a Asgard.- Ambas sabían que su reina actuaba siempre de ese modo, haciéndose la misteriosa, hasta que sonaban los cuernos de la batalla, momento en que se volvía completamente impetuosa.

A la valquiria no le importaban ni los huargos, a los que bien conocía, pues eran sus monturas cuando se requería usar una, ni tampoco a los orcos. Ellas eran guerreras, habían enfrentado innumerables luchas y siempre habían salido victoriosas. Si bien era cierto solían ir en grupo y ahora eran únicamente dos, y encima una era temporalmente mortal, eran las mejores de su rango, por ello Valfreyja deseaba que Brynhild regresara a Vingólf. -¿Cuánto tiempo ha pasado para ti?- Cuestionó con curiosidad, porque no transcurría del mismo modo en los nueve reinos, cada uno tenía su ritmo, además de que en Alfheim y Asgard, los habitantes eran muchísimo más longevos.

Finalmente, divisaron la gruta. Siendo ya noche cerrada, no estaba precisamente a la vista, pero se intuía por la forma de la montaña y por las sombras que proyectaba la casi luna llena que brillaba aquella noche en el firmamento. Hlokk se colocó junto a la montura, pasando su mano por el lomo, despacio, hacia la grupa. -¿Es mejor un caballo que un lobo?- Fijó de nuevos sus marinos orbes en los de la castaña que parecía entretenida con las extrañas y mundanas preguntas que le hacía su vieja compañera de armas.

No pude evitar ladear la sonrisa mientras nos adentrábamos en la gruta, la valquiria no paraba de hacerme preguntas acerca de esta mundana vida que ahora llevaba.
-Si sigues así acabaré pensando que tienes algún interés especial por la humanidad o ..por mi -apunte ensanchando la sonrisa con picarda antes de abandonar las riendas de la montura para acercarme al centro de la gruta.

Amontoné un grupo de troncos y puse hojarasca en el centro, del petate que llevaba saqué una yesca, un pedernal y los friccioné ante la atenta mirada de mi acompañante que ahora me miraba en pie viéndome arrodillada frente a la hoguera aun apagada.
-con esto se hace fuego -dije elevando mis pardos hasta centrarlos en sus azules -soplé un poco la hojarasca mientras de ella surgía una intensa llama que pronto se propagó caldeando los troncos hasta que los mismos comenzaron a crepitar.
-¡wala, ya tenemos fuego! -dije estirando mi mano para coger el petate y sacar una manta -¿y bien valquiria? De momento no me has sido muy útil, ni me has calentado, ni me has alimentado, ni me has dicho nada de relevancia como para saber porque cojones te manda aquí Freya, así que...creo estos siendo mas útil que tu a decir verdad -bromeé sacando de nuevo del petate el odre de hidromiel -si algo echo de menos de ahí arriba es la hidromiel de Asgard, esto es bazofia comparada con la que bebemos ahí arriba.

Las llamas naranjas refugian en sus ojos, ahora silenciosa me observaba seguramente preguntándose si la humanidad era tan débil como a simple vista aparentaba.
-No Hlokk, no son débiles, la humanidad tiene algo diferente, son mortales, conscientes de que no solo el filo de una espada un hacha o una flecha los puede llevar a Asgard o Hel, saben que cada instante cuenta, que morirán tarde o temprano y s no es en la guerra sera bajo la enfermedad o la vejez, por eso viven cada instante como si fuera el ultimo, cada respiración es vida que se nos escapa.
Antes me has preguntado cuanto tiempo llevo aquí, un par de meses ya, he estado conociendo Midgard, conozco estos bosques, he aprendido a esquivar a las bestias del rey estreñido -bromeé divertido – ese hombre es un demente, pretende casarse conmigo, aunque no me extraña, no hay mujer que se case con el si no es con el filo de una espada sobre su cuello.

Di un nuevo trago de la bota.
-Freya nos necesita aquí, cumpliremos sus ordenes y volveré a Asagard.

Estaban en el norte, en época de guerra, ¿cómo era posible que existiera un hombre incapaz de portar una espada? Y no sólo eso, sino que gritaba como una niña asustada con cada pequeño ruido que les rodeaba. La amazona se echó a reír, negando y le tendió la mano para ayudarle a incorporarse y sacar su culo del agua.

–¿Qué le has hecho al gigante para que no te dejara tranquilo? Este no es su territorio, así que me extraña que estuviera por aquí y no parecía perdido.

Observó al muchacho cuando se levantaba, estudiándole de pies a cabeza. No estaba mal y tenía un buen cuerpo, pero dudaba que eso atrajera a la mole. Tal vez tuviera algo importante en ese famoso carro suyo.

–Claro, puedo acompañarte.

No sólo era por curiosidad, sino que aquellas tierras eran las de su gente y, como tal, debía protegerlas. Averiguar el por qué un monstruo como aquel había bajado de las montañas hasta el río, serviría de ayuda. Debían estar preparadas si aquello no era una casualidad. No se podía descartar ninguna posibilidad por ahora. Tampoco podía dejar a aquella criatura como si nada allí tirada, era un peligro para todos. Trepó por uno de sus brazos hasta colocarse en la zona de la nuca, sujetó la espada de manera invertida y golpeó con la empuñadura entre dos de sus vértebras, tras asegurarse que acertaría, palpando la zona con la diestra.

–No despertará hasta dentro de varias horas. Voy a por mi caballo y te veo donde tu carro.

Fue a buscar a su yegua, tras recuperar las boleadoras y colocó un mensaje en una de las alforjas, antes de mandarla de regreso al poblado con un azote en la grupa. Debía avisar a sus compañeras, pero si regresaba ella misma, perdería la oportunidad de saber qué tenía de especial aquel chico.

Corrió, atravesando una vez más el río y subió siguiendo el descuidado rastro del campesino hasta dar con su transporte.

–¿Listo para partir?

No podía presumir de mi suerte porque un puto gigante de las colinas había bajado para atacarme, pero bueno, el día parecía enmendar su mala fortuna invitando a la preciosa mujer que había salvado mi vida a ser mi acompañante de viaje, mi protectora y lo mejor de todo es que había aceptado, eso solo podía significar una cosa, quería tema.
Puse cara de pervertido mientras veía su culito moverse para dejar libre a su montura y hacer n ose bien que con el gigante antes de sentarse a mi lado en el carro.
-Pues la verdad es que no lo se, deben pasar hambre y me debe haber visto una comida suculenta -aseguré alzando un par de veces las cejas con aire engreído, a fin de cuentas, también era suculento para ella.

El camino fue transcurriendo sin demasiadas complicaciones, íbamos hablando de todo y de nada, sobre todo le sorprendía que no fuera capaz de usar la espada.
-Nosotros somos campesinos, lo que llevo en el carro es todo cuanto he cosechado, el dinero que saque nos ayudará a mi madre y a mi a pasar le invierno, aquí la vida es complicada, y Randulf pone un diezmo levado, apenas nos da para lo necesario y en esta ocasión necesito sacar mas para medicinas, así que agradezco tu ayuda, de no intervenir, no solo hubiera muerto yo, si no que mi madre hubiera perecido este invierno con las heladas.

La conversación fue animándose, entre risas y algún trago al obre de hidromiel calló sobren nosotros la noche, así que buscamos refugio en un hostal que había en una pequeña aldea, pocos eran los viajeros por aquellos lugares pero en esta ocasión y dado que pronto se celebraría le mercado había algo mas de afluencia, aun así encontramos habitación, eso si, compartida.

Sentados en la mesa pedimos una jarra de hidromiel y algo que llevarnos a la boca, en este caso fue un guiso de carne y habichuelas que nos calentaría el cuerpo tras el transcurso del viaje.
-¿por que has accedido a venir conmigo? -pregunté enarcando una ceja .la gente no suele arriesgar su vida por proteger la de otro a cambio de nada y ademas te hace de escudero para asegurar tu viaje...¿que necesitas?

Había escuchado de las amazonas que procreaban con hombres que después no volvían a ver, seria el caso.
Animado por las jarras y con una sonrisa tonta pregunte.
-¿es porque quieres acostarte conmigo para tener descendencia? -alcé las manos para callarla -que no me parece mal, podemos subir arriba y bueno, ya sabes...

Una vez en la gruta y con su compañera encendiendo fuego, vino la soberbia. Conocía bastante a la otra valquiria y si la había mandado Odín a Midgard era por esa lengua que se gastaba y que nunca mordía. -Veo que la mortandad no te ha esclarecido la mente ni te ha hecho rectificar en tu actitud.- Señaló Hlokk que se sentaba a un lado de la hoguera sobre un tocón de madera que usó de taburete. Coló entonces una mano en el bolsillo y allí acarició un pequeño fragmento de uru que portaba encima y usaba para intentar concentrarse cuando algo la distraía. Sus ojos quedaron fijos en el danzar de las llamas durante un largo minuto, antes de que, nuevamente, la morena rompiera el silencio. -Nosotras también vivimos cada momento en batalla como si fuera el último.- Comentó, intentando ocultar la ofensa que había sentido como si Brynhild la hubiera atacado con sus palabras de algún modo.
 
Elevó el rostro, clavando sus dos zafiros en los pardos ajenos. -Tal vez dos meses humanos sean demasiado tiempo y hayas olvidado lo que es ser una valquiria. ¿Consideras que no ponemos toda la carne en el asador en cada lucha? ¿Qué nos tomamos el trabajo de guiar a los caídos como una broma? Celebramos su llegada con ellos, pero eso no convierte nuestra tarea en un juego.- Se levantó de pronto, apretando el trozo de metal con fuerza hasta que éste le cortó la palma de la mano. -Tal vez no merezcas regresar a Asgard después de todo.- Sentenció. ¿No veía lo que ella estaba sacrificando por ayudarla? ¿No conocía, acaso, la ira del dios tuerto? Si éste se enteraba de que estaba yendo en contra de sus designios, que estaba intentando hacer regresar a la exiliada, el castigo para Hlokk sería mucho peor que un tiempo de “vacaciones” en Midgard como había hecho con Brynhild. Sería considerada una traidora, una insurrecta y no sólo le quitaría sus alas, sino que se las arrancaría de cuajo dejando una herida imposible de cerrarse ni en mil años humanos. Y si no mandaba sacrificarla, porque, a pesar de todo, Odín se las daba de benévolo, la mandaría a defenderse frente a Hraesvelgr y que fuera éste quien pusiera fin a la vida de la valquiria con un simple batir de sus alas.
 
Sus ojos se oscurecieron, incapaces de aceptar que aquella que tenía en frente se tomara a broma la realidad en la que se encontraban. Si Freya iba a ayudar era porque sacaría algo a cambio y no sería nada fácil, sino ni se molestaría en llevarle la contraria al rey de los dioses nórdicos. Las necesitaba, pronto descubrirían para qué y no sería divertido.

Mi mirada anclada en el fuego se mantuvo mientras una Hlook indignada se alzaba frente a mi para echarme en cara no ser merecedora de volver a Asgard, mi sonrisa se ladeo mientras tomaba otro tronco y lo lanzaba con clama para que prendieran con mas intensidad las llamas.
Había aprendido mucho en estos dos meses como terrestre, peor no había olvidado nada de toda una vida como Valquiria.

Con un rápido movimiento, uno que la piló al parecer de improvisto, coloqué mi rodilla sobre su pecho tumbándola contra el pedregoso suelo, mi daga quedó enterrada en su cuello acariciándolo con esmero mientras mi mirada, parda y salvaje centelleaba como los truenos del mismo Thor.
Era una Valquiria y volvería a Asgar, pero no lo haría con el rabo entre las piernas sollozando como una mujerzuela el perdón del dios tuerto.

Si él creía necesitaba aprender una lección, yo le mostraría otra, por mis venas corría el fuego, el acero y no sería Midgard quien me haría sucumbir, puede que hubiera perdido fuerza, peor por contra mi destreza había aumentado considerablemente porque tenia que utilizar tretas para salir airosa de los combates, si, era una Valquiria, peor también humana ahora y una guerrera y aunque de un empujón Hlook se me sacó de encima mi sonrisa desafiante no desapareció mientras la contemplaba con mi pelo enmarañado sobre el rostro y mi pecho subiendo y bajando con violencia.
-No olvides quien soy Hlook, no olvides que no estas aquí para hacerme un favor, no te he pedido ayuda y si sigues en esta gruta nada tiene que ver por tu fraternidad hacia mi, si no porque cumples ordenes de Freya. Ambas somos instrumentos de los dioses, cuanto antes lo aceptes, antes dejaras de enfurecerte por cosas contra las que no puedes luchar.

Me alcé con una pirueta y le tendí la mano con una divertida sonrisa.
-Vamos Hlook, te empeñas en recordarme lo bien que lo pasábamos allí arriba como si lo hubiera olvidado, pero también podemos divertirnos aquí abajo, los hombres aquí están mas vivos que los que recogemos del campo de batalla, quizás necesites abrir tus piernas a nuevas...posibilidades -dije guiñándole un ojo para regresar mi culo al improvisado asiento junto al fuego -¿quieres mas alcohol? Creo lo necesitas mas que yo para olvidar las penas. ¿Sabes? conocí a Ulf, es muy guapo
Puede que encontrara cierto sarcasmo, pero la verdad es que la respetaba, siempre lo había hecho en Asgar, saldríamos de esta, eramos Valquirias.

Escuchó la charla del joven mientras viajaban, porque no sabía usar la espada, pero con la lengua no paraba. Le habló de su cosecha, su granja, su madre y otras tantas cosas que a la amazona le parecieron, en general, irrelevantes. Pero nunca se sabía dónde podía residir el punto clave, así que prestó atención en todo momento, disimulando algún bostezo que otro de vez en cuando.
 
Cuando el cielo comenzó a oscurecer y teniendo en cuenta el sospechoso encontronazo del chico con la mole de hielo, mejor sería buscar un lugar en el que pasar la noche antes de ser rodeados por una jauría de dientes de sable, porque a esas alturas ya no le sorprendería nada a la morena.
 
Pidieron una habitación con dos camas porque salía mucho más rentable que dos estancias separadas y tras dejar sus cosas arriba, bajaron a comer y beber algo. La luna aún no brillaba con demasiada fuerza en el firmamento, quedaba mucho por delante como para echarse a dormir tan temprano.
 
En cuanto el muchacho comenzó a preguntarle por el motivo de su compañía, ella intentó pensar en qué podía decirle que fuera verosímil, sin embargo, la excusa que él mismo lo buscó, a ella la ofendió, clavando sus pardos en los claros ojos ajenos. Meditó antes de soltar lo primero que le vino a la cabeza porque la sangre hubiese llegado al río. Sabía que los hombres eran estúpidos por naturaleza y que hablaban sin saber. Y, obviamente, que los que habían tenido el honor y la suerte de acostarse con una amazona luego contaban la historia a su manera. Decidió que en vez de ser corrosiva, sería abrasiva con sus palabras.
 
–Si quisiera tener descendencia, me buscaría a un guerrero que supiera blandir una espada.
 
Comentó con el rostro aparentemente serio, pero sus ojos titilaban una sonrisa. Ellas eran guerreras y buscaban hombres fuertes con los que procrear, no niñitas chillonas que no se sabían defender y ocultaban la cabeza entre las piernas cuando llegaba el momento de luchar.
 
–Pero tranquilo, para vosotros, los hombres calmados, existen las cortesanas.
 
Añadió, dejando claro que no servían para tener hijos fuertes y, por tanto, evolutivamente eran desechables. Pero si pagaban podían conseguir sexo como muchos otros hombres que, ya fuera por su carácter, su físico o su cabeza, tampoco eran deseables para las mujeres inteligentes y supervivientes como las de su aldea.

Las valquirias eran seres orgullosos, mucho más que cualquier mortal habido y por haber. Se sustentaban en el honor y la batalla, eso Brynhild lo sabía bien y aún así osó desafiar a su compañera y humillarla. Los ojos azules de Hlokk se oscurecieron y cuando la contraria le tendió la mano, la apartó de golpe en la muñeca y se levantó ella sola. No se molestó en sacudirse la ropa, se quedó allí de pie clavando su afilada mirada en la humana que seguía entonando burlas en su contra. -Ábrete tú de piernas si quieres, yo tengo cosas más importantes que hacer.- La castaña estaba muy equivocada en sus palabras, creía que era Freya quien la había mandado a Midgard, pero había sido ella quien le había ido a pedir ayuda. Aún así, no le dijo nada a la contraria, porque eso minaría más su orgullo y no estaba dispuesta a rebajarse ni un ápice y menos frente a alguien que parecía cegada por la mortandad. -Dormiré fuera.- Espetó, abandonando la gruta tras agarrar una manta de piel.

Se tumbó al raso tras extender la pieza y se cubrió con ella, envolviéndose como si fuera un gusano de seda. Giró hasta quedar mirando al cielo y se entretuvo en contar estrellas, en recordar leyendas y rutas. Escuchaba el crepitar del fuego a varios metros de distancia donde había dejado a una Brynhild con una ceja alzada. Si pensaba que se rebajaría a tolerar su sarcasmo, es que sí se había olvidado de lo que significaba ser una valquiria por mucho que dijera que no era cierto. Podían no haber sido amigas en Asgard, pero siempre fueron compañeras de batalla y se habían comprendido y compenetrado durante las luchas. No entendía por qué el pasar dos meses en Midgard la había convertido en lo que se había encontrado. Esperaba que Freya las contactara pronto y propusiera una solución para su problema o la cosa acabaría mal para la que ahora se había convertido en mortal.