Las horas perdidas - ( V. Rorschach )

por **Rainero Bleier** Lun Jun 04, 2018 5:15 pm

Tres días de viaje, noches insomnes, horas muertas, que jamás podrían volver. En ellas, los recuerdos de una vida que lenta e inexorablemente, se dirige a su destino. - ¿Cual es el destino de los hombres - se preguntó, Choi Min, mientras en su camarote, hojeaba un libro de viaje. Suspiró, al recordar las tardes en que caminara por las calles de Baviera. La sonrisa amable de Anna, una joven bávara que se convirtió en su mejor amiga, cuando llegó a Europa. Antes siquiera de comenzar a trabajar con el embajador. Cerró sus ojos y el rostro de aquella joven, de ojos azules, piel tan blanca como el mármol, llegó a su recuerdo. - ¿Cuando me permitirás acompañarte a París? ¿Acaso temes que el embajador no me acepte? - le había recriminado antes de presentarse a trabajar en la embajada. Él intentó hacerle comprender que no era así, que no creía que su jefe se opusiera a la relación que de forma incipiente iba naciendo entre ellos. Con dolor, angustia, y un poco de remordimiento, la dejó allí, en aquella antigua ciudad.

El tren pitó dos veces, al entrar en un túnel, todo se volvió oscuridad, y la voz de Anna llegó hasta él, - No te perdono... nunca lo haré... no quiero que me olvides... aún muerta... debes amarme -, aquellas palabras, le hirieron el alma, pues el remordimiento le carcomía las entrañas. Inspiró con dificultad, echó su cabeza hacia tras, el asiento le recibió, suave, mullido, como si intentara calmarle. - Anna... mi Anna - susurró, mientras una lagrima se deslizaba por su mejilla. Tantos años habían pasado, pero aún la extrañaba, aún la añoraba, aún se negaba a olvidarle. Cerró su mano derecha en un puño y golpeó la mesa, - si no puedes perdonarme... ven a buscar mi alma, ven a cobrar tu venganza... pero... pero... no sigas torturándome... que no he de soportar eternamente - susurró.

La luz del amanecer, iluminó nuevamente el interior del camarote, alejando aquel fantasma empecinado en desgarrar su espíritu. Sus ojos, aún cuajados de lagrimas, volvieron a ser fríos, casi inexpresivos, - solo tú, lograste conocer mi alma. Solo a ti, mostré mi ser en su ternura... creo que jamás podre volver a entregar mi corazón -, sonrió con tristeza, dejando que su mirada recorriera el paisaje, que le decía que en breve llegarían a París, - Esa es la condena que me haz impuesto... vivir mi vida en la mas dolorosa soledad... de las horas muertas -.