AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
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Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
¿Recordaré siempre este día? He dicho lo mismo en el pasado: oh, recordaré este día,
pero he olvidado todos los días que creía que no olvidaría.
El Jinete de Bronce; Paullina Simons.
pero he olvidado todos los días que creía que no olvidaría.
El Jinete de Bronce; Paullina Simons.
Ya habían cazado antes bajo la lluvia, era solo agua y eso nunca los detenía –aunque Natalie se había ganado así varias temporadas de enfermedades respiratorias-, pero esa tormenta no era normal, el cielo estaba enfurecido esa noche y no tenía misericordia para con el bosque. La tierra hacía lo posible por absorber el agua, pero ya no le era posible beber más, los árboles intentaban resistir al viento poderoso pero muchas ramas no lograban el cometido.
-¡Vincent, debemos refugiarnos! –gritó Natalie a su compañero cuando sintió que el viento casi la elevaba del suelo.
A decir verdad, ella era la que menos deseaba desistir de aquella cacería, después de todo tenía algo personal en contra del licántropo que buscaban, pero hacía dos horas que habían perdido el último rastro y con ese temporal que les había caído no iban a encontrar nada más. Otra vez les había ganado el desgraciado, otra vez se les había escapado y Natalie tenía la sensación de que aquello sería eterno, que pasarían los años y que seguiría todo así porque ella no pensaba desistir y él… estaba segura que él tampoco.
Todo había empezado hacía dos años, poco después del nacimiento de Lion –el único hijo de Natalie Copeland y Lucien Satrè-, a la casa del matrimonio habían comenzado a llegar algunas cartas con poesías preciosas, pero escritas con sangre. Lo que más asustaba a Natalie era que siempre llegaban cuando su esposo se encontraba de viaje, lo que le hacía suponer que quien las enviaba sabía que ella se hallaba sin su marido en la ciudad y por eso elegía especialmente el momento para hacer el envío. No era que ella no pudiese valerse por sí misma, después de todo era miembro de la Orden del Claddagh y sabía bien lo que hacía, el punto estaba en que se sentía vigilada por alguien que esperaba a que Lucien viajara para aparecer con sus regalos macabros. Al principio se dijo que bastaría con ser más cuidadosa, con no salir tanto o rechazar algunas de las cacerías que tenía asignadas junto a su compañero, Vincent. Pero con Blas Stein –tras casi dos años de seguirlo al fin sabían su nombre- nada, ningún recaudo, era suficiente.
Dos años más tarde allí estaban, siguiendo su pista seguros de que esa noche caería bajo el filo de sus espadas… pero no contaban con el temporal que sería aliado para el licántropo y le borraría las huellas. En solo unos días sería luna llena y ya no podrían ir tras él, sería demasiado arriesgado.
-Sí que podríamos –continuó con sus pensamientos en voz alta, acercándose a su compañero-. Creo que podríamos darle caza en luna llena, Vincent, confío en nosotros, sé que podemos porque enfrentamos a peores bestias juntos y vencimos. ¿No estás cansado de que haga y deshaga a su antojo? ¡Ya no quiero vivir así! ¡Quiero acabar con esto!
Ella confiaba en su compañero, pondría su vida en manos de ese irlandés bonito y letal. Lo había visto en acción y estaba orgullosa de Vincent O’Donoghue, le enorgullecía ser su compañera también, pero nunca se lo había dicho. Natalie no era de hablar sino de demostrar, ni siquiera con su madre o su esposo podía cambiar eso, prefería demostrar y que los otros interpretasen. Suponía entonces que el bueno de Vincent entendía lo importante que era para ella, lo segura que se sentía estando a su lado y la firmeza con la que cubría y cubriría sus espaldas siempre que fuese necesario. No había necesidad de decir todo aquello que para Natalie era evidente.
Un rayo cayó a unos ocho metros de donde se encontraban y partió una rama gruesa que cayó como peso muerto, recordando que lo mejor sería hacer caso al primer pensamiento de Natalie: buscar refugio.
La antorcha que Natalie llevaba se había apagado hacía mucho. Los ojos de la cazadora se habían acostumbrado a la penumbra y en el bosque no todo era oscuridad pues, sobre las cargadas nubes, una luna casi llena llegaba a alumbrar. Estaban justo en un pronunciado desnivel, el terreno se elevaba abruptamente y luego descendía como si Dios con un cuchillo hubiese cortado en porciones desiguales el terreno. Natalie elevó el rostro hacia la parte alta del bosque, un enredo de raíces gruesas caía sobre una pared de roca dueña de varias aberturas. Si tan solo pudiesen hallar una lo suficientemente ancha como para que ambos pudiesen guarecerse…
Natalie se acercó a la pared y comenzó a ascender por ella. Los pies resbalaban sobre la roca y le pareció que la lluvia caía con más fuerza en aquella zona, pero no le importaba, ya iba empapada desde la coronilla y hasta las botas. Trepó unos dos metros y halló lo que buscaba, se giró para llamar a su compañero –siempre más reflexivo que ella- y sacó la espada de la vaina que llevaba cruzada en la espalda. Necesitaba confirmar que ningún animal habitaba el lugar ya.
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 01/06/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Vincent iba delante abriendo camino. No sabía cuánto tiempo llevaban siguiendo la última pista que habían encontrado sobre Blas Stein, pero la tormenta los atrapó de lleno en mitad del bosque. Al principio fueron unas simples gotas que se convirtieron en lluvia, pero el irlandés no creyó que la cosa empeoraría hasta tal punto. Tenía grabada con fuerza la dirección que habían establecido y la seguía fielmente, pero cada vez le costaba más y más avanzar.
Escuchó a Natalie tras él, pero fingió que uno de los truenos le impedía oír con claridad y siguió caminando. Quería dar con el desgraciado que estaba acosando a su compañera. En realidad, quiso hacerlo desde el mismo momento en el que ella le habló de él, hacía un año, pero ya sabía que no iba a ser una tarea fácil. El muy canalla era el ser más escurridizo al que habían tenido que hacer frente y, además, parecía que tenía la tierra a su favor. Cada noche que volvían a casa sin haber terminado con el problema, era una noche más de sufrimiento para Vincent, puesto que todo lo tocante a Natalie era el mundo entero para él, más todavía si implicaba que la cazadora estaba en peligro, como parecía ser la ocasión.
Se paró junto a un árbol y apoyó una mano en el grueso tronco, oteando la profundidad del bosque. La cortina de agua que caía —a pesar del entramado de hojas y ramas que tenían sobre sus cabezas—, impedía ver el camino con claridad. No quería aceptar el hecho de que esos últimos metros había caminado desorientado y por inercia, porque eso significaba que había perdido el rastro de Stein, otra vez. Estaba cansado, tenía frío y la rabia estaba a punto de hacerle estallar.
—¡Claro que estoy cansado, Natalie! —dijo, en un tono demasiado duro, quizá, mientras se giraba—. Pero si vamos a por él en luna llena le estaremos dando una ventaja enorme. Confío en nosotros, sé de lo que somos capaces, pero salir justo esa noche no es buena idea. No está él sólo, recuérdalo. Si se junta con otros lobos estaremos en serios problemas —razonó—. Después de la luna llena estará agotado. Ese será nuestro momento.
Sus últimas palabras quedaron ahogadas por el rayo que partió la rama. Vincent se cubrió la cabeza instintivamente, y miró en la dirección del árbol dañado. Él quería seguir, dar con el licántropo y terminar de una vez por todas, pero Natalie tenía razón: debían guarecerse. Golpeó el árbol que tenía al lado con el puño cerrado y resopló.
—Tienes razón. Refugiémonos hasta que pase la tormenta.
Esta vez, él fue cerrando la marcha mientras dejaba que Natalie encontrara refugio. De los dos, ella era la que encontraba los mejores lugares, como si su entorno le hablara y le indicara el camino. La admiraba tanto como la amaba, y confiaba en ella casi más que en sí mismo. Sacó su espada corta y se mantuvo atento a su espalda, puesto que mantener a salvo la retaguardia era su tarea ahora.
Llegaron a una pared llena de grietas y Vincent se quedó en tierra mientras ella escalaba en busca de una grieta lo suficientemente grande para que cupieran los dos. Cuando lo llamó, guardó el arma y escaló —no sin dificultades— para reunirse con su compañera. Una vez a resguardo, se limpió el rostro con la mano para quitar el exceso de agua e imitó a Natalie: desenvainó la espada de nuevo y caminó con cautela hacia el interior de la grieta. Había un nido bastante grande y restos de los cascarones de unos huevos. Con la luz que entraba y rascando con la punta de la bota, Vincent pudo apreciar que los excrementos que había alrededor no estaban frescos, así que ese debía haber sido el hogar de algún ave tiempo atrás.
Supuso que, si había algún animal ahí dentro, ya se habría movido con la intrusión de los dos humanos, así que colocó el nido en un lugar más cómo para ambos, sacó un puñado de paja y plumas de entre la maraña que era y lo prendió usando la piedra de pedernal que siempre llevaba encima y una navaja. En cuestión de minutos, una hoguera brillaba en el interior de la cueva, alumbrando y templando el ambiente. Vincent se quitó la chaqueta corta de cuero, las botas y los calcetines, y los dejó junto al fuego para que se secaran. Era la clase de hombre que no entraba nunca en calor si tenía los pies fríos.
—Acércate al fuego, Nat —la llamó—. Intentemos entrar en calor mientras esperamos.
Escuchó a Natalie tras él, pero fingió que uno de los truenos le impedía oír con claridad y siguió caminando. Quería dar con el desgraciado que estaba acosando a su compañera. En realidad, quiso hacerlo desde el mismo momento en el que ella le habló de él, hacía un año, pero ya sabía que no iba a ser una tarea fácil. El muy canalla era el ser más escurridizo al que habían tenido que hacer frente y, además, parecía que tenía la tierra a su favor. Cada noche que volvían a casa sin haber terminado con el problema, era una noche más de sufrimiento para Vincent, puesto que todo lo tocante a Natalie era el mundo entero para él, más todavía si implicaba que la cazadora estaba en peligro, como parecía ser la ocasión.
Se paró junto a un árbol y apoyó una mano en el grueso tronco, oteando la profundidad del bosque. La cortina de agua que caía —a pesar del entramado de hojas y ramas que tenían sobre sus cabezas—, impedía ver el camino con claridad. No quería aceptar el hecho de que esos últimos metros había caminado desorientado y por inercia, porque eso significaba que había perdido el rastro de Stein, otra vez. Estaba cansado, tenía frío y la rabia estaba a punto de hacerle estallar.
—¡Claro que estoy cansado, Natalie! —dijo, en un tono demasiado duro, quizá, mientras se giraba—. Pero si vamos a por él en luna llena le estaremos dando una ventaja enorme. Confío en nosotros, sé de lo que somos capaces, pero salir justo esa noche no es buena idea. No está él sólo, recuérdalo. Si se junta con otros lobos estaremos en serios problemas —razonó—. Después de la luna llena estará agotado. Ese será nuestro momento.
Sus últimas palabras quedaron ahogadas por el rayo que partió la rama. Vincent se cubrió la cabeza instintivamente, y miró en la dirección del árbol dañado. Él quería seguir, dar con el licántropo y terminar de una vez por todas, pero Natalie tenía razón: debían guarecerse. Golpeó el árbol que tenía al lado con el puño cerrado y resopló.
—Tienes razón. Refugiémonos hasta que pase la tormenta.
Esta vez, él fue cerrando la marcha mientras dejaba que Natalie encontrara refugio. De los dos, ella era la que encontraba los mejores lugares, como si su entorno le hablara y le indicara el camino. La admiraba tanto como la amaba, y confiaba en ella casi más que en sí mismo. Sacó su espada corta y se mantuvo atento a su espalda, puesto que mantener a salvo la retaguardia era su tarea ahora.
Llegaron a una pared llena de grietas y Vincent se quedó en tierra mientras ella escalaba en busca de una grieta lo suficientemente grande para que cupieran los dos. Cuando lo llamó, guardó el arma y escaló —no sin dificultades— para reunirse con su compañera. Una vez a resguardo, se limpió el rostro con la mano para quitar el exceso de agua e imitó a Natalie: desenvainó la espada de nuevo y caminó con cautela hacia el interior de la grieta. Había un nido bastante grande y restos de los cascarones de unos huevos. Con la luz que entraba y rascando con la punta de la bota, Vincent pudo apreciar que los excrementos que había alrededor no estaban frescos, así que ese debía haber sido el hogar de algún ave tiempo atrás.
Supuso que, si había algún animal ahí dentro, ya se habría movido con la intrusión de los dos humanos, así que colocó el nido en un lugar más cómo para ambos, sacó un puñado de paja y plumas de entre la maraña que era y lo prendió usando la piedra de pedernal que siempre llevaba encima y una navaja. En cuestión de minutos, una hoguera brillaba en el interior de la cueva, alumbrando y templando el ambiente. Vincent se quitó la chaqueta corta de cuero, las botas y los calcetines, y los dejó junto al fuego para que se secaran. Era la clase de hombre que no entraba nunca en calor si tenía los pies fríos.
—Acércate al fuego, Nat —la llamó—. Intentemos entrar en calor mientras esperamos.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/05/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Natalie no habló más. Eso solía hacer, era experta en encerrarse en su interior sin que le importase estar con otra persona ¿por qué hacerlo si con su compañero no le era necesario aparentar nada? Sabía leer los momentos y estos, en los que era cazadora, estaban despojados de cortesías y modales propios de una dama.
Observó a su compañero mientras encendía el fuego, le gustaba hacerlo porque siempre aprendía de él. No creía que ya hubiese alcanzado un buen nivel como cazadora, siempre esperaba aprender un poco más y Vincent era un gran maestro hasta cuando no estaba enseñando conscientemente. Le gustaba mirarlo, admirar en silencio sus habilidades y la seguridad de sus movimientos.
Se desabrochó la chaqueta, pesada por tanta agua, y se la quitó para dejarla cerca del fuego. La necesitaba seca con urgencia. Procedió a hacer lo mismo con sus botas y pantalones… Natalie Copeland vestía ropas masculinas, la comodidad que hallaba con ellas a la hora de cazar era incomparable si pensaba en sus elegantes vestidos, tan habituales. Al principio había tomado la ropa de Lucien –su esposo-, pero él era mucho más robusto y, aunque ella era alta, la ropa bailaba alrededor de su figura. Fue así que decidió mandar a hacerse ropa a medida, que fuese propia y que se ajustase a sus necesidades.
Con los pantaloncillos y la camiseta interior, Natalie se acercó al fuego y acabó por sentarse frente a él. Suspiró de alivio -agradecida por haber encontrado un buen refugio-, antes de soltar su largo cabello rubio para estrujarlo a un costado.
-¡Cuánta agua! –exclamó, entre asombrada y molesta mientras las gotas caían hasta formar un charquito-. ¿Qué es lo que debemos esperar, Vincent? No creo que venga hacia nosotros, en verdad no creo siquiera que esté cerca ya… Ven –le pidió y señaló la piedra gruesa y ancha en la que ella se había sentado, porque quedaba sitio para él a su derecha.
No mentía, realmente le parecía imposible que Blas estuviese cerca ya. Lo imaginaba refugiado y tramando su próximo ataque, riéndose de ellos al saber que perdían su tiempo –y su salud- en el bosque expuestos a tamaña tormenta. Pero había algo más, su sentido de cazadora, tal vez, que le decía que si Blas quisiese atacarlos en esos momentos, ellos estarían en situación de vulnerabilidad: encerrados en una cueva, fácilmente detectables por la luz del fuego. Aquella idea le hizo extender la mano para tomar su espada, quería dejarla a la mano.
La ropa poco a poco se le iba secando sobre el cuerpo, sentía las mejillas encendidas a causa de la cercanía del fuego. El sonido de la lluvia se aunaba al crepitar y la llevaba a meditar.
-¿Crees que estoy actuando bien? –le preguntó a su compañero y apoyó su cabeza sobre el hombro izquierdo de él-. Vincent, no siento culpa al mentirle a Lucien… pero no sé si es lo mejor. Al principio solo quise cuidarlo, hablarle de Blas sería exponerlo a un mundo de sobrenaturalidad que él desconoce. Tal vez debería tratar de explicarle, ¿nunca has hablado de esto con él? ¿Nunca has mencionado al menos a los sobrenaturales en la época en la que estudiaban juntos? ¿Y qué hay de tu prometida, sabe ella algo al respecto o es como mi Lucien?
Observó a su compañero mientras encendía el fuego, le gustaba hacerlo porque siempre aprendía de él. No creía que ya hubiese alcanzado un buen nivel como cazadora, siempre esperaba aprender un poco más y Vincent era un gran maestro hasta cuando no estaba enseñando conscientemente. Le gustaba mirarlo, admirar en silencio sus habilidades y la seguridad de sus movimientos.
Se desabrochó la chaqueta, pesada por tanta agua, y se la quitó para dejarla cerca del fuego. La necesitaba seca con urgencia. Procedió a hacer lo mismo con sus botas y pantalones… Natalie Copeland vestía ropas masculinas, la comodidad que hallaba con ellas a la hora de cazar era incomparable si pensaba en sus elegantes vestidos, tan habituales. Al principio había tomado la ropa de Lucien –su esposo-, pero él era mucho más robusto y, aunque ella era alta, la ropa bailaba alrededor de su figura. Fue así que decidió mandar a hacerse ropa a medida, que fuese propia y que se ajustase a sus necesidades.
Con los pantaloncillos y la camiseta interior, Natalie se acercó al fuego y acabó por sentarse frente a él. Suspiró de alivio -agradecida por haber encontrado un buen refugio-, antes de soltar su largo cabello rubio para estrujarlo a un costado.
-¡Cuánta agua! –exclamó, entre asombrada y molesta mientras las gotas caían hasta formar un charquito-. ¿Qué es lo que debemos esperar, Vincent? No creo que venga hacia nosotros, en verdad no creo siquiera que esté cerca ya… Ven –le pidió y señaló la piedra gruesa y ancha en la que ella se había sentado, porque quedaba sitio para él a su derecha.
No mentía, realmente le parecía imposible que Blas estuviese cerca ya. Lo imaginaba refugiado y tramando su próximo ataque, riéndose de ellos al saber que perdían su tiempo –y su salud- en el bosque expuestos a tamaña tormenta. Pero había algo más, su sentido de cazadora, tal vez, que le decía que si Blas quisiese atacarlos en esos momentos, ellos estarían en situación de vulnerabilidad: encerrados en una cueva, fácilmente detectables por la luz del fuego. Aquella idea le hizo extender la mano para tomar su espada, quería dejarla a la mano.
La ropa poco a poco se le iba secando sobre el cuerpo, sentía las mejillas encendidas a causa de la cercanía del fuego. El sonido de la lluvia se aunaba al crepitar y la llevaba a meditar.
-¿Crees que estoy actuando bien? –le preguntó a su compañero y apoyó su cabeza sobre el hombro izquierdo de él-. Vincent, no siento culpa al mentirle a Lucien… pero no sé si es lo mejor. Al principio solo quise cuidarlo, hablarle de Blas sería exponerlo a un mundo de sobrenaturalidad que él desconoce. Tal vez debería tratar de explicarle, ¿nunca has hablado de esto con él? ¿Nunca has mencionado al menos a los sobrenaturales en la época en la que estudiaban juntos? ¿Y qué hay de tu prometida, sabe ella algo al respecto o es como mi Lucien?
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
La voz de Natalie era como el canto de una sirena. Si le pedía que se acercara, él iba, ciego y con un único rumbo: ella. Se sentó en la gran roca, a su lado, sin importar la cercanía que había entre ambos, demasiada para tratarse de la esposa de su mejor amigo. ¿Importaba, acaso? A él, desde luego, no, y parecía que a ella tampoco. Era agradable estar allí, solos los dos al calor del fuego mientras el bosque era engullido por la tormenta, que parecía no tener fin.
—Esperar a que termine la tormenta. —Le removió el pelo mojado y le sonrió; le parecía tan niña a veces...—. No servirá de nada que nos calentemos ahora si salimos y sigue lloviendo. El agua habrá borrado cualquier rastro que pudiera haber de Blas, y dudo mucho que, aunque pudiéramos salir ahora mismo, encontráramos algo que nos ayudara a encontrarlo.
Se pasó la mano por el pelo mojado peinándolo hacia atrás. Estaba frustrado y tenía miedo, miedo por llegar tarde —o por no llegar nunca—, porque ese demonio terminara saliéndose con la suya. En definitiva: Vincent tenía miedo por lo que pudiera pasarle a su compañera si no encontraban al licántropo a tiempo. Era ella, y solo ella, la que lo movía a buscarlo sin descanso.
—Vamos a dar con él, Nat —pasó un brazo por detrás de sus hombros y la atrajo hacia sí, apoyando la mejilla en la frente de ella—, te lo prometo —susurró después.
Se separó —después de haber estado unos cuantos segundos pegado a ella— y atizó el fuego para que las llamas volvieran a refulgir. Su ropa seguía estando húmeda, así que sacudió la camisa un poco, pegándose a la hoguera, de manera que la prenda consiguiera airearse algo.
—¿A qué te refieres? —preguntó, recibiéndola con gusto sobre su hombro.
¡Ay, si ella supiera lo que eran para Vincent esos gestos, tan inocentes en apariencia! Sentía deseos de acercarla y sentarla en su regazo, con los brazos rodeándole la cintura y el rostro hundido en su cuello. Fue un deseo tan fuerte que tuvo que tensar su cuerpo entero para poder controlarse. ¡Era la esposa de su amigo, por el amor de Dios! Su Lucien, como ella le llamaba, no se lo perdonaría ni en un millón de vidas.
—Ya no hay nada que Ailie deba saber —dijo, tras un silencio denso y con los ojos clavados en el palito con el que estaba jugueteando—. Ya no estamos prometidos.
Cascó el trocito de madera y tiró una de las mitades a las llamas, mientras la otra seguía dando vueltas entre sus dedos. Hablar de Ailie le dolía en lo más hondo porque no podía olvidar el gesto de dolor que surcó su rostro cuando le confesó que no podía seguir adelante con el compromiso. Vincent, no obstante, se repetía a sí mismo que había hecho lo mejor para los dos; su corazón pertenecía a otra mujer, y el de Ailie era demasiado puro para compartir el resto de su vida con un hombre que no podría corresponderla.
—Una vez se lo insinué para intentar averiguar qué pensaba él al respecto. Siempre nos imaginé saliendo juntos a buscar criaturas —cambió de tema, esperando que Natalie no siguiera ahondando en el tema de su fallido compromiso—, pero nunca lo vi demasiado interesado. Creo que piensa que son sólo leyendas y, la verdad, pienso que es mejor así. —La miró. Se moría por acariciar esas mejillas sonrosadas—. Si se entera de que te he metido en esto me matará.
Tiró la segunda mitad del palito al fuego, dobló las rodillas y apoyó los brazos sobre éstas, cruzando los dedos de las manos entre sí. Sabía lo mucho que Lucien amaba a Natalie, y lo cierto era que no podía culparlo. Él lo hacía desde el mismo primer momento en que la vio y, en todo ese tiempo, su amor hacia ella no había mermado, en absoluto. Definitivamente, ya no podía haber un Vincent sin su Natalie.
—Esperar a que termine la tormenta. —Le removió el pelo mojado y le sonrió; le parecía tan niña a veces...—. No servirá de nada que nos calentemos ahora si salimos y sigue lloviendo. El agua habrá borrado cualquier rastro que pudiera haber de Blas, y dudo mucho que, aunque pudiéramos salir ahora mismo, encontráramos algo que nos ayudara a encontrarlo.
Se pasó la mano por el pelo mojado peinándolo hacia atrás. Estaba frustrado y tenía miedo, miedo por llegar tarde —o por no llegar nunca—, porque ese demonio terminara saliéndose con la suya. En definitiva: Vincent tenía miedo por lo que pudiera pasarle a su compañera si no encontraban al licántropo a tiempo. Era ella, y solo ella, la que lo movía a buscarlo sin descanso.
—Vamos a dar con él, Nat —pasó un brazo por detrás de sus hombros y la atrajo hacia sí, apoyando la mejilla en la frente de ella—, te lo prometo —susurró después.
Se separó —después de haber estado unos cuantos segundos pegado a ella— y atizó el fuego para que las llamas volvieran a refulgir. Su ropa seguía estando húmeda, así que sacudió la camisa un poco, pegándose a la hoguera, de manera que la prenda consiguiera airearse algo.
—¿A qué te refieres? —preguntó, recibiéndola con gusto sobre su hombro.
¡Ay, si ella supiera lo que eran para Vincent esos gestos, tan inocentes en apariencia! Sentía deseos de acercarla y sentarla en su regazo, con los brazos rodeándole la cintura y el rostro hundido en su cuello. Fue un deseo tan fuerte que tuvo que tensar su cuerpo entero para poder controlarse. ¡Era la esposa de su amigo, por el amor de Dios! Su Lucien, como ella le llamaba, no se lo perdonaría ni en un millón de vidas.
—Ya no hay nada que Ailie deba saber —dijo, tras un silencio denso y con los ojos clavados en el palito con el que estaba jugueteando—. Ya no estamos prometidos.
Cascó el trocito de madera y tiró una de las mitades a las llamas, mientras la otra seguía dando vueltas entre sus dedos. Hablar de Ailie le dolía en lo más hondo porque no podía olvidar el gesto de dolor que surcó su rostro cuando le confesó que no podía seguir adelante con el compromiso. Vincent, no obstante, se repetía a sí mismo que había hecho lo mejor para los dos; su corazón pertenecía a otra mujer, y el de Ailie era demasiado puro para compartir el resto de su vida con un hombre que no podría corresponderla.
—Una vez se lo insinué para intentar averiguar qué pensaba él al respecto. Siempre nos imaginé saliendo juntos a buscar criaturas —cambió de tema, esperando que Natalie no siguiera ahondando en el tema de su fallido compromiso—, pero nunca lo vi demasiado interesado. Creo que piensa que son sólo leyendas y, la verdad, pienso que es mejor así. —La miró. Se moría por acariciar esas mejillas sonrosadas—. Si se entera de que te he metido en esto me matará.
Tiró la segunda mitad del palito al fuego, dobló las rodillas y apoyó los brazos sobre éstas, cruzando los dedos de las manos entre sí. Sabía lo mucho que Lucien amaba a Natalie, y lo cierto era que no podía culparlo. Él lo hacía desde el mismo primer momento en que la vio y, en todo ese tiempo, su amor hacia ella no había mermado, en absoluto. Definitivamente, ya no podía haber un Vincent sin su Natalie.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/05/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Lucien no sospechaba nada entonces, siempre tenía la duda al respecto pero si Vincent decía que para Lucien aquellas eran solo leyendas populares Natalie le creía, puesto que era lo mismo que su esposo le mostraba siempre a ella: incredulidad. Y aunque no le gustaba ocultarle cosas importantes, también reconocía a aquella ignorancia como un alivio.
-Tú no me has metido en esto, Vincent. Estoy aquí porque te creí, sí, pero fue mi decisión y defendería esa elección ante cualquiera, aún ante Lucien porque sé bien que jamás lo entendería, no como sí me entiendes tú. –Si había algo que le molestaba era que se insinuase que ella no era libre para tomar decisiones, Natalie deseaba ser como su madre: libre para elegir sin el mandato de ningún hombre-. Estoy aquí porque quiero –reafirmó y tomó una piedra pequeña para arrojarla con enojo al fuego.
Mejor volver sobre Ailie, ¿no? No quería seguir por ese camino, no quería descubrir que Vincent la veía como todos los hombres veían a las mujeres. No quería desilusionarse de él. Por eso volvió al tema inicial. Natalie quería saber, moría de deseos de preguntar por el compromiso finalizado de Vincent y la tal Ailie; si bien ella no era de las que se quedaban con preguntas atascadas en la garganta, tampoco estaba segura de querer oír detalles al respecto… podría preguntarle a Lucien, puesto que sabía que al ser tan cercanos eran probable que Vincent le hubiera dado detalles de aquello a su mejor amigo.
-¿Por qué rompieron? ¿Qué tan mala era esa Ailie? –preguntó finalmente y no supo por qué pronunciar el nombre de aquella mujer le molestó, de seguro se le había notado en la voz, por lo que decidió hacer una pregunta un poco más amable para suavizar la charla-: ¿Es bonita? Ailie, ¿es bella? No te imagino eligiendo a una mujer que no sea hermosa, aunque en verdad no te imagino casado con nadie… tal vez seas de los que nacen para vivir solos. ¿Es eso lo que deseas? Lo siento –dijo y se movió para buscarle la mirada-, es que en verdad… ¿Vincent O’Donoghue casado? Creo que tú y tu hermano en eso se parecen, son hombres hechos para otros asuntos, no para la vida matrimonial. Aunque ya estaba pensando en qué color de vestido usar para tu boda… Y creo que yo también soy así –reflexionó tras unos segundos de silencio-, pero a las mujeres no se nos permite vivir en soledad si no es para ser monjas. Y créeme, no tengo alma de religiosa –se rió de solo imaginarse encerrada en un claustro rezando diez veces al día.
Se puso en pie para acercarse al fuego. Tenía las piernas heladas y se sintió tan bien acercarse al calor… pero cuando lo hizo también quedó de frente a Vincent y vio en su rostro que la conversación lo había incomodado. ¡Es que era tan… brusca en sus opiniones a veces! ¿Acaso lo había ofendido?
-Cambia esa cara, Vincent –le pidió y se acercó a él, primero le acomodó el cabello, algo revuelto todavía, y luego le acarició con dulzura el rostro-. ¿Te he ofendido? Dímelo, sabes que puedes decírmelo todo.
-Tú no me has metido en esto, Vincent. Estoy aquí porque te creí, sí, pero fue mi decisión y defendería esa elección ante cualquiera, aún ante Lucien porque sé bien que jamás lo entendería, no como sí me entiendes tú. –Si había algo que le molestaba era que se insinuase que ella no era libre para tomar decisiones, Natalie deseaba ser como su madre: libre para elegir sin el mandato de ningún hombre-. Estoy aquí porque quiero –reafirmó y tomó una piedra pequeña para arrojarla con enojo al fuego.
Mejor volver sobre Ailie, ¿no? No quería seguir por ese camino, no quería descubrir que Vincent la veía como todos los hombres veían a las mujeres. No quería desilusionarse de él. Por eso volvió al tema inicial. Natalie quería saber, moría de deseos de preguntar por el compromiso finalizado de Vincent y la tal Ailie; si bien ella no era de las que se quedaban con preguntas atascadas en la garganta, tampoco estaba segura de querer oír detalles al respecto… podría preguntarle a Lucien, puesto que sabía que al ser tan cercanos eran probable que Vincent le hubiera dado detalles de aquello a su mejor amigo.
-¿Por qué rompieron? ¿Qué tan mala era esa Ailie? –preguntó finalmente y no supo por qué pronunciar el nombre de aquella mujer le molestó, de seguro se le había notado en la voz, por lo que decidió hacer una pregunta un poco más amable para suavizar la charla-: ¿Es bonita? Ailie, ¿es bella? No te imagino eligiendo a una mujer que no sea hermosa, aunque en verdad no te imagino casado con nadie… tal vez seas de los que nacen para vivir solos. ¿Es eso lo que deseas? Lo siento –dijo y se movió para buscarle la mirada-, es que en verdad… ¿Vincent O’Donoghue casado? Creo que tú y tu hermano en eso se parecen, son hombres hechos para otros asuntos, no para la vida matrimonial. Aunque ya estaba pensando en qué color de vestido usar para tu boda… Y creo que yo también soy así –reflexionó tras unos segundos de silencio-, pero a las mujeres no se nos permite vivir en soledad si no es para ser monjas. Y créeme, no tengo alma de religiosa –se rió de solo imaginarse encerrada en un claustro rezando diez veces al día.
Se puso en pie para acercarse al fuego. Tenía las piernas heladas y se sintió tan bien acercarse al calor… pero cuando lo hizo también quedó de frente a Vincent y vio en su rostro que la conversación lo había incomodado. ¡Es que era tan… brusca en sus opiniones a veces! ¿Acaso lo había ofendido?
-Cambia esa cara, Vincent –le pidió y se acercó a él, primero le acomodó el cabello, algo revuelto todavía, y luego le acarició con dulzura el rostro-. ¿Te he ofendido? Dímelo, sabes que puedes decírmelo todo.
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Aún no entendía cómo una mujer como Natalie había terminado casada con Lucien. Cuando la conoció, ya estaba prometida con él y, aunque alguna vez le había preguntado a su buen amigo cómo llegaron a conocerse, sus respuestas no dejaron nada en claro. La veía tan decidida, tan autosuficiente —y tan distinta a todas las mujeres que él había conocido—, que de verdad pensaba que no necesitaba un hombre para poder seguir adelante. ¡Él, que hasta Lucien se reía de él cuando le decía que estaba chapado a la antigua! Vincent sonrió. Claro que sabía que entrar en la orden había sido elección de ella; él sólo le había expuesto los hechos, le había dado opciones y fue la propia Natalie quién decidió qué camino tomar, pero también sabía que, tratándose de su mujer, Lucien no se iba a enfadar con ella. La quería demasiado como para eso, así que, por mucho que Natalie intercediera, la culpa siempre sería de Vincent.
—Eso ya lo sé —contestó, mirando cómo las llamas consumían los leños.
Escuchar el nombre de Ailie en los labios de Natalie le molestó, pero no porque se tratara de ellas; en realidad, escuchar su nombre le molestaba, fuera quien fuera el que lo pronunciara. Su cara se descompuso. ¿Por qué no dejaba el tema de su compromiso fallido? ¿No se daba cuenta de que no quería hablar de ello? Parecía que no, puesto que siguió hablando. A cada nueva palabra de ella, Vincent se hacía más y más pequeñito.
—No me compares con Owen, Natalie. Yo no soy como él —le pidió, con un gesto muy serio—. Quiero casarme y quiero tener una familia, pero no con ella. Eso es todo.
Lo dijo sin pensar y se arrepintió en ese mismo momento. Esperaba que no siguiera insistiendo, ni que pensara que ya había otra mujer en su mente, porque eso debía seguir siendo su mayor secreto.
—No es eso, Natalie —dijo, dejando que sus suaves manos le acariciaran la piel del rostro—. Es que no quiero hablar de Ailie. —Otra vez ese nombre perforando sus oídos. Vincent estaba seguro de que jamás podría hablar de ella sin que se le rompiera el corazón—. Es una chica encantadora, Nat, y muy hermosa, pero… No sé, simplemente no iba a funcionar. —Se rió. ¿Es que algún matrimonio llegaba a funcionar en esa maldita sociedad?—. Ella estaba muy enamorada, pero yo no. No iba a poder corresponderla y no me parecía justo hacerle eso. Espero, de verdad, que encuentre algún hombre mejor que yo y que sea feliz, porque no sé si yo seré capaz de olvidar el gesto de dolor de su rostro que yo mismo le produje cuando le dije que sería mejor terminar con todo.
Se miró las manos y suspiró. Volvió a repetirse que había sido la opción correcta y, para reafirmarse, levantó los ojos hasta dar con los de Natalie. La vio frente a él, tan bonita que quitaba el aliento, con esos ojos vivos que no dejaban de aprender de todo cuanto veía y algo dentro de él le dijo que sí, que dejar a Ailie había sido lo mejor para todos.
—¿Hubieras preferido no casarte? —preguntó—. Pero eres feliz con él, ¿no? Estáis bien.
Fue más una aseveración que una pregunta, porque, por mucho que él quisiera ver ese matrimonio disuelto y a él de la mano de ella, no podía dejar de pensar en que esos deseos chocaban directamente con la felicidad de su mejor amigo, algo que no pensaba tocar, por nada del mundo.
—Lucien y tú hacéis buena pareja. Siempre que os veo siento que estáis en sintonía, como si hubierais nacido el uno para el otro —confesó—. ¿Y qué me dices de Lion? Es el niño más guapo de todo París. —Sonrió—. Envidio a Lucien, y a ti también. No sé si algún día conseguiré sentar la cabeza como lo habéis hecho vosotros.
—Eso ya lo sé —contestó, mirando cómo las llamas consumían los leños.
Escuchar el nombre de Ailie en los labios de Natalie le molestó, pero no porque se tratara de ellas; en realidad, escuchar su nombre le molestaba, fuera quien fuera el que lo pronunciara. Su cara se descompuso. ¿Por qué no dejaba el tema de su compromiso fallido? ¿No se daba cuenta de que no quería hablar de ello? Parecía que no, puesto que siguió hablando. A cada nueva palabra de ella, Vincent se hacía más y más pequeñito.
—No me compares con Owen, Natalie. Yo no soy como él —le pidió, con un gesto muy serio—. Quiero casarme y quiero tener una familia, pero no con ella. Eso es todo.
Lo dijo sin pensar y se arrepintió en ese mismo momento. Esperaba que no siguiera insistiendo, ni que pensara que ya había otra mujer en su mente, porque eso debía seguir siendo su mayor secreto.
—No es eso, Natalie —dijo, dejando que sus suaves manos le acariciaran la piel del rostro—. Es que no quiero hablar de Ailie. —Otra vez ese nombre perforando sus oídos. Vincent estaba seguro de que jamás podría hablar de ella sin que se le rompiera el corazón—. Es una chica encantadora, Nat, y muy hermosa, pero… No sé, simplemente no iba a funcionar. —Se rió. ¿Es que algún matrimonio llegaba a funcionar en esa maldita sociedad?—. Ella estaba muy enamorada, pero yo no. No iba a poder corresponderla y no me parecía justo hacerle eso. Espero, de verdad, que encuentre algún hombre mejor que yo y que sea feliz, porque no sé si yo seré capaz de olvidar el gesto de dolor de su rostro que yo mismo le produje cuando le dije que sería mejor terminar con todo.
Se miró las manos y suspiró. Volvió a repetirse que había sido la opción correcta y, para reafirmarse, levantó los ojos hasta dar con los de Natalie. La vio frente a él, tan bonita que quitaba el aliento, con esos ojos vivos que no dejaban de aprender de todo cuanto veía y algo dentro de él le dijo que sí, que dejar a Ailie había sido lo mejor para todos.
—¿Hubieras preferido no casarte? —preguntó—. Pero eres feliz con él, ¿no? Estáis bien.
Fue más una aseveración que una pregunta, porque, por mucho que él quisiera ver ese matrimonio disuelto y a él de la mano de ella, no podía dejar de pensar en que esos deseos chocaban directamente con la felicidad de su mejor amigo, algo que no pensaba tocar, por nada del mundo.
—Lucien y tú hacéis buena pareja. Siempre que os veo siento que estáis en sintonía, como si hubierais nacido el uno para el otro —confesó—. ¿Y qué me dices de Lion? Es el niño más guapo de todo París. —Sonrió—. Envidio a Lucien, y a ti también. No sé si algún día conseguiré sentar la cabeza como lo habéis hecho vosotros.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Quería a Lucien, de eso no había dudas, eran buenos compañeros, amigos. Se reían de las mismas cosas, nunca les faltaba tema de conversación y en general pensaban parecido… pero no estaba segura de si eso era amor, nunca había compartido con otro hombre lo que con Lucien. ¿Sería algo parecido lo que la tal Ailie pensaba de Vincent? Lo que no eran era fuego, pasión, deseo. Y Natalie ya se había resignado ante aquella realidad.
-Lamento haberte entristecido, di lo que quieras, niégalo, pero el rostro se te ensombreció y lo lamento.
Dobló el cuerpo para frotarse las piernas que sentía húmedas y demasiado frías, los senos parecieron querer volcarse, pero no se saldrían, tenía la ropa bien ajustada, era precavida porque los años de experiencia en aquellas expediciones le habían enseñado lo suficiente. Cuando elevó la vista descubrió a Vincent observándola como a veces lo hacía, pero con un brillo que nunca le había visto en la mirada. Quiso preguntarle si sucedía algo, pero prefirió continuar con la conversación:
-Si hubiera podido elegir, tal vez no lo habría hecho –dijo y se incorporó, no se alejó del fuego-. Pero no tendría a Lion y, aunque no soy buena madre y lo sé, ese niño es lo único realmente bueno que he hecho en la vida. –Se tomó un momento para elegir las palabras que diría a continuación, palabras completamente sinceras-: No soy feliz, Vincent. Tengo a Lucien, tengo a Lion, pero no soy feliz, no me siento completa. ¿Puedo confiar en ti? –ella sabía que sí-. No me siento apasionada por nada más que no sea esto –dijo y lo señaló a él y luego a sí misma-, me encantaría decir que me siento plena, pero no es así. A veces pienso que me casé demasiado pronto, ¿y si había otro hombre para mí, alguien a quien no viese como un amigo, sino como un amor apasionado? Pero no se puede volver atrás, lo hecho está hecho. No, no desees ser como nosotros, aspira a hallar una mujer que te apasione, una a la que no quieras dejar nunca, de la que no te canses. Deseo que encuentres eso, si no era Ailie la que te inspiraba ese deseo me alegra que la hayas dejado a tiempo.
Volvió a sentarse junto a él y apoyó descuidadamente una mano en la pierna de su compañero. Había hablado de más, sabía que él no le diría nada a Lucien –pese a ser mejores amigos-, Vincent era muy discreto, pero no le gustó desnudarse así ante él. Un estruendo la sobresaltó, produciendo que se pegase más a él, la tormenta recrudeció en el exterior.
-Creo que esta será una noche demasiado larga, Vincent. Te he confesado demasiadas cosas, ¿no tienes nada que confiarme tú? Podríamos jugar a hacer preguntas sinceras, que deben ser respondidas con respuestas sinceras. ¿Qué piensas? Pactemos que nada de lo que digamos será reproducido cuando salgamos de aquí –lo propuso porque le convenía aquella promesa, lo último que quería era que Lucien supiese que ella había dicho que no le daba la pasión que a Natalie le gustaría.
-Lamento haberte entristecido, di lo que quieras, niégalo, pero el rostro se te ensombreció y lo lamento.
Dobló el cuerpo para frotarse las piernas que sentía húmedas y demasiado frías, los senos parecieron querer volcarse, pero no se saldrían, tenía la ropa bien ajustada, era precavida porque los años de experiencia en aquellas expediciones le habían enseñado lo suficiente. Cuando elevó la vista descubrió a Vincent observándola como a veces lo hacía, pero con un brillo que nunca le había visto en la mirada. Quiso preguntarle si sucedía algo, pero prefirió continuar con la conversación:
-Si hubiera podido elegir, tal vez no lo habría hecho –dijo y se incorporó, no se alejó del fuego-. Pero no tendría a Lion y, aunque no soy buena madre y lo sé, ese niño es lo único realmente bueno que he hecho en la vida. –Se tomó un momento para elegir las palabras que diría a continuación, palabras completamente sinceras-: No soy feliz, Vincent. Tengo a Lucien, tengo a Lion, pero no soy feliz, no me siento completa. ¿Puedo confiar en ti? –ella sabía que sí-. No me siento apasionada por nada más que no sea esto –dijo y lo señaló a él y luego a sí misma-, me encantaría decir que me siento plena, pero no es así. A veces pienso que me casé demasiado pronto, ¿y si había otro hombre para mí, alguien a quien no viese como un amigo, sino como un amor apasionado? Pero no se puede volver atrás, lo hecho está hecho. No, no desees ser como nosotros, aspira a hallar una mujer que te apasione, una a la que no quieras dejar nunca, de la que no te canses. Deseo que encuentres eso, si no era Ailie la que te inspiraba ese deseo me alegra que la hayas dejado a tiempo.
Volvió a sentarse junto a él y apoyó descuidadamente una mano en la pierna de su compañero. Había hablado de más, sabía que él no le diría nada a Lucien –pese a ser mejores amigos-, Vincent era muy discreto, pero no le gustó desnudarse así ante él. Un estruendo la sobresaltó, produciendo que se pegase más a él, la tormenta recrudeció en el exterior.
-Creo que esta será una noche demasiado larga, Vincent. Te he confesado demasiadas cosas, ¿no tienes nada que confiarme tú? Podríamos jugar a hacer preguntas sinceras, que deben ser respondidas con respuestas sinceras. ¿Qué piensas? Pactemos que nada de lo que digamos será reproducido cuando salgamos de aquí –lo propuso porque le convenía aquella promesa, lo último que quería era que Lucien supiese que ella había dicho que no le daba la pasión que a Natalie le gustaría.
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
No podía no envidiar a Lucien por el simple hecho de que estaba casado con la mujer que Vincent amaba. Claro que eso no podía explicárselo a nadie, mucho menos a Natalie, así que tendría que vivir con ese secreto el resto de su vida. Pero él no dejaba de preguntarse, ¿qué habría pasado si hubiera aparecido en la vida de Natalie antes que Lucien? ¿Podría llegar a haber sido él esa pasión que ella decía que le faltaba? Aunque prefería creer que no —por su bien—, tenía un punto de esperanza en que así fuera.
—Sé que hice lo mejor al romper el compromiso, tanto por ella como por mí, y que a la larga los dos lo agradeceremos —confesó—, pero eso no hace que sea más fácil. Creo que si nunca hubiera venido a París, ahora podríamos tener hasta hijos, pero es esta ciudad, lo que tengo aquí, lo que me impide casarme con ella. —Se pasó una mano por el cabello, que ya empezaba a secarse, y se rascó la cabeza, confuso—. Me sorprende oír eso, Natalie, no te lo voy a negar. Siempre he creído que tu matrimonio era perfecto, que los dos erais felices. Eso es lo que transmitís, al menos. —Suspiró—. No sé, Nat. Dices que busque a una mujer que me apasione, una a la que no quiera dejar nunca y de la que nunca me canse. ¿Y qué pasa si no la encuentro?
Un resplandor cegó a Vincent durante unos segundos; seguido, un sonoro trueno ensordeció el lugar. El cazador sintió cómo Natalie se pegaba más a él, así que la envolvió con su brazo en un acto protector y la arrimó más. No buscaba otra cosa que darle seguridad, aunque bien sabía que su compañera no necesitaba nada de eso. Era una mujer que sabía valerse por sí misma.
—Puede convertirse en un juego peligroso, Nat. No creo estar preparado para compartir ciertas cosas, ni siquiera contigo. Sabes que te lo cuento todo —se apresuró a decir—, pero hay cosas que, simplemente, no puedo.
Volvió a mirar el fuego y se quedó prendido de su fulgor durante varios segundos, hasta que los ojos empezaron a molestarle.
—Natalie —pronunció despacio, saboreando cada sílaba—, ¿qué harías tú si supieras que has encontrado a esa persona que te apasiona, pero es inalcanzable para ti?
La miró. Otro rayo iluminó el bosque y captó su atención un momento. El trueno no tardó en llegar, haciendo que la lluvia cayera todavía con más fuerza.
—Si acepto jugar a tu juego —comenzó, apartando la mirada del bosque y clavándola en sus ojos—, será con una condición —dijo—: cada uno de nosotros podrá saltarse una pregunta, la que quiera, y no necesitará contestarla. —Le tendió la mano para que ella la estrechara—. ¿Trato hecho? Dejaré que empieces tú.
Otro relámpago, seguido de su correspondiente trueno, llenó el silencio que se había creado entre ellos.
—Sé que hice lo mejor al romper el compromiso, tanto por ella como por mí, y que a la larga los dos lo agradeceremos —confesó—, pero eso no hace que sea más fácil. Creo que si nunca hubiera venido a París, ahora podríamos tener hasta hijos, pero es esta ciudad, lo que tengo aquí, lo que me impide casarme con ella. —Se pasó una mano por el cabello, que ya empezaba a secarse, y se rascó la cabeza, confuso—. Me sorprende oír eso, Natalie, no te lo voy a negar. Siempre he creído que tu matrimonio era perfecto, que los dos erais felices. Eso es lo que transmitís, al menos. —Suspiró—. No sé, Nat. Dices que busque a una mujer que me apasione, una a la que no quiera dejar nunca y de la que nunca me canse. ¿Y qué pasa si no la encuentro?
Un resplandor cegó a Vincent durante unos segundos; seguido, un sonoro trueno ensordeció el lugar. El cazador sintió cómo Natalie se pegaba más a él, así que la envolvió con su brazo en un acto protector y la arrimó más. No buscaba otra cosa que darle seguridad, aunque bien sabía que su compañera no necesitaba nada de eso. Era una mujer que sabía valerse por sí misma.
—Puede convertirse en un juego peligroso, Nat. No creo estar preparado para compartir ciertas cosas, ni siquiera contigo. Sabes que te lo cuento todo —se apresuró a decir—, pero hay cosas que, simplemente, no puedo.
Volvió a mirar el fuego y se quedó prendido de su fulgor durante varios segundos, hasta que los ojos empezaron a molestarle.
—Natalie —pronunció despacio, saboreando cada sílaba—, ¿qué harías tú si supieras que has encontrado a esa persona que te apasiona, pero es inalcanzable para ti?
La miró. Otro rayo iluminó el bosque y captó su atención un momento. El trueno no tardó en llegar, haciendo que la lluvia cayera todavía con más fuerza.
—Si acepto jugar a tu juego —comenzó, apartando la mirada del bosque y clavándola en sus ojos—, será con una condición —dijo—: cada uno de nosotros podrá saltarse una pregunta, la que quiera, y no necesitará contestarla. —Le tendió la mano para que ella la estrechara—. ¿Trato hecho? Dejaré que empieces tú.
Otro relámpago, seguido de su correspondiente trueno, llenó el silencio que se había creado entre ellos.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Quizás se había excedido en su confesión, pero no sentía culpa de momento. Por todos los cielos, ¡era Vincent! Natalie podía confiarle su vida sin pensarlo, ¿cómo no iba a poder decirle algo que le pasaba? Él le guardaría el secreto, no era eso lo que la inquietaba, sino el creer que algo cambiaría entre ellos, no quería que él dejase de tenerle respeto como mujer.
-Encontrar a esa persona implicaría engañar a mi esposo, ¿cómo descubriría que soy apasionada con otro hombre si no es engañando a mi Lucien? Tendría que descubrirme en brazos de otro sintiendo lo que no siento con él–suspiró y se sacudió el cabello una vez más, necesitaba que se le secase-. ¿Ya estamos jugando? Porque si ya estamos haciéndolo te confieso que muchas veces he pensado en… en otros hombres –dijo eso en voz considerablemente más baja.
Natalie se puso en pie para ir a sentarse junto al fuego, en el suelo, quería poder verlo a los ojos y no le importaba las diferencias de altura que ahora había entre ellos. ¿Qué era eso que le descubría en los ojos? ¿Reproche? ¿Asombro? Estaban bajo un pacto de silencio.
-Estamos bajo un pacto de silencio, Vincent –puso en palabras firmes sus pensamientos-. ¿Crees que no sé que Lucien tiene otras mujeres? Me ama, no dudo de eso, pero él pasa meses enteros en Londres, el año pasado estuvo tres meses en Dublín… Sería tan ilusa como una quinceañera si creyese que él no ha estado con otras mujeres en ese tiempo. Y no, no lo amo menos por saber eso… es solo que juzgo como injusto que él lo haga, pero que acabe sintiéndome yo culpable, pese a que jamás he besado siquiera a otro que no fuera él.
Tomó una ramilla y jugó con ella entre sus dedos antes de lanzarla al fuego. La cercanía de las llamas ahora le secaba la ropa y ella lo agradecía. Miró a los ojos a Vincent, el bueno de Vincent… la mente de su compañero era un misterio para ella, de hecho su vida privada lo era porque él no compartía más que lo básico.
-¿Has amado a alguna mujer, Vincent? ¿Te has imaginado formando una familia con ella más allá de nuestra Orden? –Intentó visualizarlo como padre de familia, pero su mente le jugó una mala pasada y por un instante lo vio a él sosteniendo a su hijo mientras la abrazaba. Fue tan extraña la imagen que le provocó una sonrisa-. Creo que serías buen padre, Vincent. A veces me gustaría que Lucien fuera como tú.
-Encontrar a esa persona implicaría engañar a mi esposo, ¿cómo descubriría que soy apasionada con otro hombre si no es engañando a mi Lucien? Tendría que descubrirme en brazos de otro sintiendo lo que no siento con él–suspiró y se sacudió el cabello una vez más, necesitaba que se le secase-. ¿Ya estamos jugando? Porque si ya estamos haciéndolo te confieso que muchas veces he pensado en… en otros hombres –dijo eso en voz considerablemente más baja.
Natalie se puso en pie para ir a sentarse junto al fuego, en el suelo, quería poder verlo a los ojos y no le importaba las diferencias de altura que ahora había entre ellos. ¿Qué era eso que le descubría en los ojos? ¿Reproche? ¿Asombro? Estaban bajo un pacto de silencio.
-Estamos bajo un pacto de silencio, Vincent –puso en palabras firmes sus pensamientos-. ¿Crees que no sé que Lucien tiene otras mujeres? Me ama, no dudo de eso, pero él pasa meses enteros en Londres, el año pasado estuvo tres meses en Dublín… Sería tan ilusa como una quinceañera si creyese que él no ha estado con otras mujeres en ese tiempo. Y no, no lo amo menos por saber eso… es solo que juzgo como injusto que él lo haga, pero que acabe sintiéndome yo culpable, pese a que jamás he besado siquiera a otro que no fuera él.
Tomó una ramilla y jugó con ella entre sus dedos antes de lanzarla al fuego. La cercanía de las llamas ahora le secaba la ropa y ella lo agradecía. Miró a los ojos a Vincent, el bueno de Vincent… la mente de su compañero era un misterio para ella, de hecho su vida privada lo era porque él no compartía más que lo básico.
-¿Has amado a alguna mujer, Vincent? ¿Te has imaginado formando una familia con ella más allá de nuestra Orden? –Intentó visualizarlo como padre de familia, pero su mente le jugó una mala pasada y por un instante lo vio a él sosteniendo a su hijo mientras la abrazaba. Fue tan extraña la imagen que le provocó una sonrisa-. Creo que serías buen padre, Vincent. A veces me gustaría que Lucien fuera como tú.
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
El corazón de Vincent dio un vuelco cuando escuchó la nueva confesión de Natalie. ¿Qué era eso de que, a veces, pensaba en otros hombres? El cazador se revolvió inquieto en la piedra en la que estaba sentado cuando una corriente le recorrió el cuerpo entero. Ya se había hecho a la idea de que Natalie compartía el lecho de su buen amigo Lucien, y pensar en eso no le molestaba más allá del deseo de ser él mismo quien la abrazara por las noches, agotados los dos después de unas horas de apasionado sexo. Ahora, el rostro de ese hombre que yacía con ella podía ser el de cualquiera, sin restricciones, porque Natalie no le había dado nombres y apellidos; pensaba en otros hombres, en plural, y la pregunta que le rondaba la mente era, ¿estaría él incluido en ese selecto grupo?
—Sabes que no voy a decir nada, Natalie —le aseguró—, aunque me sorprende eso que me dices, no te voy a engañar.
Se levantó de la roca y se acercó a la entrada de la cueva donde se habían refugiado. Los coletazos del viento frío le azotaron el rostro, y Vincent se abrazó a sí mismo para no perder el calor corporal. La tormenta estaba siendo tan virulenta que los árboles parecía que iban a ser arrancados de cuajo, sin importar la dureza de sus raíces. No se veía más allá de una distancia de tres metros por culpa de la lluvia, tan fuerte y densa que parecía una cortina opaca de agua. Los relámpagos iluminaban el cielo en todas partes, y el ruido era tan ensordecedor que los oídos empezaron a dolerle.
Vincent volvió junto al fuego sin dejar de pensar en los hombres de Natalie. La miró un momento antes de sentarse a su lado, cerca de las llamas. Dobló las rodillas y las envolvió con los brazos para acercarlas a su pecho.
—Si tú no has besado nunca a ningún otro hombre, ¿qué te hace pensar que Lucien sí lo ha hecho con otras mujeres? —le preguntó, con semblante serio—. ¿De verdad no lo ves capaz de pasar tres meses sin estar con una mujer que no seas tú? Pensar así de él sin tener certezas es injusto, a mi parecer. Claro que no debes sentirte culpable tú si es él quien se ve con otras, pero tampoco debes juzgarlo por lo que crees que hace cuando no está contigo.
Estiró la pierna derecha y dejó la izquierda doblada para poder apoyar el codo en la rodilla. La cabeza la dejó descansar sobre esa mano y suspiró. Ahí estaba la pregunta que tanto había querido evitar que le hiciera. ¿Si amaba a alguna mujer? Claro que lo hacía, la tenía frente a él y no se lo podía decir.
—Sí —contestó—, amo a una mujer, Natalie, y sí, me he imaginado formando una familia con ella.
Desvió la mirada hacia el suelo y buscó otra ramita con la que entretenerse. Su estómago se encogió, haciendo que sintiera un cosquilleo agradable, como si supiera que algo importante estaba por venir. La confesión de que amaba a alguien —aunque estuviera velada y sin identidad—, le había quitado un peso de encima.
—Dices que, a veces, te gustaría que Lucien fuera como yo —repitió, pero sin mirarla—. ¿Qué ves cuando me miras, Natalie? ¿Por qué te gustaría que tu esposo fuera como yo?
Tiró la ramita al fuego y, cuando se hubo consumido, clavó sus ojos azules en los de ella.
—Sabes que no voy a decir nada, Natalie —le aseguró—, aunque me sorprende eso que me dices, no te voy a engañar.
Se levantó de la roca y se acercó a la entrada de la cueva donde se habían refugiado. Los coletazos del viento frío le azotaron el rostro, y Vincent se abrazó a sí mismo para no perder el calor corporal. La tormenta estaba siendo tan virulenta que los árboles parecía que iban a ser arrancados de cuajo, sin importar la dureza de sus raíces. No se veía más allá de una distancia de tres metros por culpa de la lluvia, tan fuerte y densa que parecía una cortina opaca de agua. Los relámpagos iluminaban el cielo en todas partes, y el ruido era tan ensordecedor que los oídos empezaron a dolerle.
Vincent volvió junto al fuego sin dejar de pensar en los hombres de Natalie. La miró un momento antes de sentarse a su lado, cerca de las llamas. Dobló las rodillas y las envolvió con los brazos para acercarlas a su pecho.
—Si tú no has besado nunca a ningún otro hombre, ¿qué te hace pensar que Lucien sí lo ha hecho con otras mujeres? —le preguntó, con semblante serio—. ¿De verdad no lo ves capaz de pasar tres meses sin estar con una mujer que no seas tú? Pensar así de él sin tener certezas es injusto, a mi parecer. Claro que no debes sentirte culpable tú si es él quien se ve con otras, pero tampoco debes juzgarlo por lo que crees que hace cuando no está contigo.
Estiró la pierna derecha y dejó la izquierda doblada para poder apoyar el codo en la rodilla. La cabeza la dejó descansar sobre esa mano y suspiró. Ahí estaba la pregunta que tanto había querido evitar que le hiciera. ¿Si amaba a alguna mujer? Claro que lo hacía, la tenía frente a él y no se lo podía decir.
—Sí —contestó—, amo a una mujer, Natalie, y sí, me he imaginado formando una familia con ella.
Desvió la mirada hacia el suelo y buscó otra ramita con la que entretenerse. Su estómago se encogió, haciendo que sintiera un cosquilleo agradable, como si supiera que algo importante estaba por venir. La confesión de que amaba a alguien —aunque estuviera velada y sin identidad—, le había quitado un peso de encima.
—Dices que, a veces, te gustaría que Lucien fuera como yo —repitió, pero sin mirarla—. ¿Qué ves cuando me miras, Natalie? ¿Por qué te gustaría que tu esposo fuera como yo?
Tiró la ramita al fuego y, cuando se hubo consumido, clavó sus ojos azules en los de ella.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Claro que lo había observado antes, y lo había observado bien, pero en esos momentos, bajo la nueva intimidad y confidencia, todo tomaba otro color y Natalie se permitió disfrutar de la visión que componía el paso simple de su compañero, dirigiéndose a la entrada de la cueva. Los músculos de su espalda se movían en la penumbra y mientras lo observaba, Natalie se dio cuenta que él era uno de esos hombres con los que había fantaseado alguna vez. Claus –amigo de su hermano-, Oliver –otro de los cazadores de la orden- y Vincent. Esos eran los tres hombres en los que había pensado.
-No puedo creer que me estés diciendo algo así. ¿Me juzgas tú también? –le dijo, cuando él se sentó a su lado. Se sentía incómoda, porque hacía unos segundos había asumido que había pensado en él con deseo algunas veces, pero ahora sus palabras le molestaban demasiado-. Conozco a mi esposo, tú lo conoces como amigo y yo como hombre, sé que no puede estar tres meses sin una mujer. Es todo lo que diré sobre él, porque no deseo exponer su intimidad. El juego es conmigo y no con Lucien –le recordó, de mal modo tal vez.
Él no iba a entender y ella no tenía deseos de explicarle cómo era su dinámica matrimonial. De pronto le pareció una estupidez ese juego, pero como era orgullosa seguiría respondiendo y preguntando pues ella lo había propuesto.
Algo se movió en su interior cuando él le habló de la mujer con la que se imaginaba. No eran celos, pues ella celaba solo lo que era suyo y Vincent no era más que su compañero, uno muy bueno –y al que le confiaba su vida a diario-, pero solo su compañero. ¿Qué mujer podía ser digna de acompañar a alguien como Vincent? Solo se podía imaginar a sí misma junto a él, aunque claro que era como compañeros en la orden de cazadores… ¿cierto?
-¿Quieres hablarme de ella? –le preguntó, pero su costado más egoísta no tenía deseos de oírle hablar de mujeres-. Vuelvo a decirlo: estoy segura de que serías un gran padre. Mi hijo… bueno, mi hijo tiene un buen padre, pero si tuviera que elegirle a otro que no fuera Lucien te elegiría a ti. Por algo eres su padrino.
Se arrastró para quedar un poco más cerca de él. Escuchó su pregunta y se tomó algunos minutos para pensar su respuesta. Con él no la asaltaba la vergüenza o la necesidad de salvar los silencios, pues no eran incómodos. Habían pasado semanas enteras en misiones difíciles, habían dormido en lugares peores que esa cueva y cargado con cadáveres de sus blancos al fin atrapados. ¿Qué era un silencio para ellos?
-Cuando te veo, veo a un gran hombre –le dijo, en voz baja y acercándose un poco más todavía-, veo a un cazador digno de admirar. A un maestro paciente, a un profesor dedicado. Veo a un compañero generoso, a un apasionado por la vida. –Natalie Copeland cometió el error garrafal de mirarle la boca a su compañero y sin pedirle permiso sus labios se pegaron a los de él, con suavidad primero, pues preguntaban si eran bien recibidos. –Me gustas, Vincent –le dijo sin pensar y otra vez lo besó.
Antes de entrar a esa cueva no lo sabía, pero ahora Natalie lo veía con toda claridad: Vincent le gustaba mucho. Era lo más parecido al hombre perfecto que conocía. Claro que aquello no podía salir de allí, su confesión moriría en esa cueva pues ella se debía a Lucien y, ahora sabía, Vincent tenía una mujer especial también. Al dia siguiente, en dos semanas o tres meses todo seguiría siendo igual... compañeros, amigos tal vez, y nada más.
-No puedo creer que me estés diciendo algo así. ¿Me juzgas tú también? –le dijo, cuando él se sentó a su lado. Se sentía incómoda, porque hacía unos segundos había asumido que había pensado en él con deseo algunas veces, pero ahora sus palabras le molestaban demasiado-. Conozco a mi esposo, tú lo conoces como amigo y yo como hombre, sé que no puede estar tres meses sin una mujer. Es todo lo que diré sobre él, porque no deseo exponer su intimidad. El juego es conmigo y no con Lucien –le recordó, de mal modo tal vez.
Él no iba a entender y ella no tenía deseos de explicarle cómo era su dinámica matrimonial. De pronto le pareció una estupidez ese juego, pero como era orgullosa seguiría respondiendo y preguntando pues ella lo había propuesto.
Algo se movió en su interior cuando él le habló de la mujer con la que se imaginaba. No eran celos, pues ella celaba solo lo que era suyo y Vincent no era más que su compañero, uno muy bueno –y al que le confiaba su vida a diario-, pero solo su compañero. ¿Qué mujer podía ser digna de acompañar a alguien como Vincent? Solo se podía imaginar a sí misma junto a él, aunque claro que era como compañeros en la orden de cazadores… ¿cierto?
-¿Quieres hablarme de ella? –le preguntó, pero su costado más egoísta no tenía deseos de oírle hablar de mujeres-. Vuelvo a decirlo: estoy segura de que serías un gran padre. Mi hijo… bueno, mi hijo tiene un buen padre, pero si tuviera que elegirle a otro que no fuera Lucien te elegiría a ti. Por algo eres su padrino.
Se arrastró para quedar un poco más cerca de él. Escuchó su pregunta y se tomó algunos minutos para pensar su respuesta. Con él no la asaltaba la vergüenza o la necesidad de salvar los silencios, pues no eran incómodos. Habían pasado semanas enteras en misiones difíciles, habían dormido en lugares peores que esa cueva y cargado con cadáveres de sus blancos al fin atrapados. ¿Qué era un silencio para ellos?
-Cuando te veo, veo a un gran hombre –le dijo, en voz baja y acercándose un poco más todavía-, veo a un cazador digno de admirar. A un maestro paciente, a un profesor dedicado. Veo a un compañero generoso, a un apasionado por la vida. –Natalie Copeland cometió el error garrafal de mirarle la boca a su compañero y sin pedirle permiso sus labios se pegaron a los de él, con suavidad primero, pues preguntaban si eran bien recibidos. –Me gustas, Vincent –le dijo sin pensar y otra vez lo besó.
Antes de entrar a esa cueva no lo sabía, pero ahora Natalie lo veía con toda claridad: Vincent le gustaba mucho. Era lo más parecido al hombre perfecto que conocía. Claro que aquello no podía salir de allí, su confesión moriría en esa cueva pues ella se debía a Lucien y, ahora sabía, Vincent tenía una mujer especial también. Al dia siguiente, en dos semanas o tres meses todo seguiría siendo igual... compañeros, amigos tal vez, y nada más.
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Pero, ¿y ahora qué había dicho? Creía que estaban en un entorno de confianza en el que se podían decir las cosas que se creían sin miedo a represalias, que lo que allí hablaran no saldría nunca de esa cueva, pero estaba claro que su opinión sobre Lucien y sus supuestas aventuras no le había sentado nada bien a Natalie. Verdaderamente, a Vincent le costaba mucho creer que su buen amigo tuviera líos de faldas durante sus viajes, pero, en realidad, la opinión de Vincent no era objetiva, no podía serlo. Si él estuviera casado con Natalie, tenía muy claro que no pensaría en buscar el placer en otros cuerpos que no fueran el de ella y, de la misma forma que él, creía que cualquiera que pudiera llamar esposa a Natalie Copeland esperaría para estar con ella el tiempo que hiciera falta.
—¿Cómo que yo también? No te estoy juzgando —se defendió—. Sólo he querido expresar mi opinión, precisamente por eso, porque lo conozco como amigo.
No añadió nada más porque realmente no creía que fuera a conseguir que cambiara de opinión. No sabía si ella conocería la naturaleza de las conversaciones que tenían Vincent y Lucien cuando estaban a solas, pero de ellas había interpretado el cazador las ideas que daban fe a sus palabras. No obstante, eran sólo ideas, y, como bien le había señalado Natalie, él sólo lo conocía como amigo, mientras que ella lo hacía como hombre.
—Lo cierto es que prefiero no hablar de ella —contestó, mirando el fuego—. Lucien no sabe nada de ella, ni siquiera la he nombrado estando con él, y es mejor que siga siendo así. Si se entera de esto no descansará hasta que le cuente todo, ya sabes cómo es.
Y eso sería el fin para ellos tres. En realidad, el único pecado que Vincent había cometido era el de enamorarse de la mujer de su mejor amigo, nada más. No había habido ningún acercamiento más allá de los necesarios durante las misiones y, aunque la había mirado con deseo cuando ella no se daba cuenta, no había ido más allá. La penitencia la estaba pasando él solo, sin ayuda, y bastante dura estaba siendo como para añadirle más problemas.
En eso pensaba Vincent cuando sintió un calor proveniente de algún sitio que no era la hoguera. Se giró y vio a Natalie cerca de él, contestando en susurros a su pregunta. Él no habló —no podía—, como tampoco se movió cuando su compañera lo besó suave, casi imperceptiblemente.
«Me gustas, Vincent»
Esas palabras no calaron en él tan rápido como siempre había pensado que lo harían. ¿Cuántas veces había soñado con escuchar esa declaración? ¿Cuántas noches había fantaseado que sus labios besaban los de Natalie de la forma en la que ella lo estaba haciendo ahora? Tantas horas pensando en ella, en cómo sabrían sus besos, en lo suave que debía ser su lisa piel, en la pasión que le demostraría estando con ella en el lecho, para quedarse pasmado cuando todas esas fantasías estaban pasando.
—Nat —susurró cuando el segundo beso le dio un respiro.
Abrió los ojos para mirar los de ella y los encontró brillantes y oscuros, probablemente igual que los de él. El aroma de su piel hizo de reclamo y el cazador lo siguió, volviendo a unir los labios de ambos en un beso profundo. Sus manos no pudieron estar más tiempo quietas, así que envolvió la cintura de Natalie con ambas y la acercó más a su cuerpo, pegando casi piel con piel. Sólo los separaban las ropas que llevaban puestas, finas camisas de algodón prácticamente secas ya.
—¿Cómo que yo también? No te estoy juzgando —se defendió—. Sólo he querido expresar mi opinión, precisamente por eso, porque lo conozco como amigo.
No añadió nada más porque realmente no creía que fuera a conseguir que cambiara de opinión. No sabía si ella conocería la naturaleza de las conversaciones que tenían Vincent y Lucien cuando estaban a solas, pero de ellas había interpretado el cazador las ideas que daban fe a sus palabras. No obstante, eran sólo ideas, y, como bien le había señalado Natalie, él sólo lo conocía como amigo, mientras que ella lo hacía como hombre.
—Lo cierto es que prefiero no hablar de ella —contestó, mirando el fuego—. Lucien no sabe nada de ella, ni siquiera la he nombrado estando con él, y es mejor que siga siendo así. Si se entera de esto no descansará hasta que le cuente todo, ya sabes cómo es.
Y eso sería el fin para ellos tres. En realidad, el único pecado que Vincent había cometido era el de enamorarse de la mujer de su mejor amigo, nada más. No había habido ningún acercamiento más allá de los necesarios durante las misiones y, aunque la había mirado con deseo cuando ella no se daba cuenta, no había ido más allá. La penitencia la estaba pasando él solo, sin ayuda, y bastante dura estaba siendo como para añadirle más problemas.
En eso pensaba Vincent cuando sintió un calor proveniente de algún sitio que no era la hoguera. Se giró y vio a Natalie cerca de él, contestando en susurros a su pregunta. Él no habló —no podía—, como tampoco se movió cuando su compañera lo besó suave, casi imperceptiblemente.
«Me gustas, Vincent»
Esas palabras no calaron en él tan rápido como siempre había pensado que lo harían. ¿Cuántas veces había soñado con escuchar esa declaración? ¿Cuántas noches había fantaseado que sus labios besaban los de Natalie de la forma en la que ella lo estaba haciendo ahora? Tantas horas pensando en ella, en cómo sabrían sus besos, en lo suave que debía ser su lisa piel, en la pasión que le demostraría estando con ella en el lecho, para quedarse pasmado cuando todas esas fantasías estaban pasando.
—Nat —susurró cuando el segundo beso le dio un respiro.
Abrió los ojos para mirar los de ella y los encontró brillantes y oscuros, probablemente igual que los de él. El aroma de su piel hizo de reclamo y el cazador lo siguió, volviendo a unir los labios de ambos en un beso profundo. Sus manos no pudieron estar más tiempo quietas, así que envolvió la cintura de Natalie con ambas y la acercó más a su cuerpo, pegando casi piel con piel. Sólo los separaban las ropas que llevaban puestas, finas camisas de algodón prácticamente secas ya.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Oyó que la llamaba, pero Natalie no se detuvo porque ya todo estaba hecho, retroceder en ese punto no le sería posible. ¿Iba a enojarse él? ¿Cambiarían las cosas entre ellos a raíz de ese momento de impulso? No tenía tiempo para dedicarle a tales pensamientos, prefería disfrutar de aquel impensado acto que había llevado a cabo.
Vincent la acarició y eso le renovó a ella los ánimos, además estaba correspondiendo a sus besos, aunque de manera más tímida. Lo besó con suavidad, disfrutando del perfume de su piel que, ahora sabía, siempre le había atraído. Sentía un cosquilleo allí donde las manos de su compañero se posaban transmitiéndole un calor que le llegaba a la piel. Hacía tanto que no se sentía deseada... a su modo era eso lo que Vincent le transmitía.
Se separó de su boca y lo observó, a pesar de la luz escasa, acarició su rostro y le acomodó un mechón de cabello; no porque lo llevase despeinado, sino porque quería tocar su pelo dorado. No sabía bien qué debía hacer o decir, ¿sería mejor hacer como que nada había ocurrido? No, Natalie no era así, ella enfrentaba las cosas y asumía las consecuencias de sus actos siempre.
-¿En qué piensas, Vincent? –Tomó una de las manos de él y la apretó, así quería seguir: unida a él a pesar de lo ocurrido-. ¿Qué es eso que veo en tus ojos? Todo sigue igual que siempre –le aseguró, pero en realidad no podía tener esa certeza de momento-. Fue solo un beso, o dos, nada va a cambiar. ¿Tú vas a llevarte este secreto fuera de la cueva? Porque yo no, este beso se quedará aquí cuando nos vayamos.
Si es que alguna vez podían irse… la lluvia no amainaba y Natalie ya pensaba en que tendrían que pasar la noche entera allí.
-Vamos a dormir aquí me temo –pensó en voz alta-. No te asustes, Vin. No te haré daño –se rió, pero no pudo evitar volver a besarlo-. Tus besos son mucho mejores de lo que había imaginado, eres un hombre tan dulce… me apena que estés tan solo, sin el cariño de una buena mujer que te desee como yo no debería hacerlo.
Estaba hablando de más, era obvio. Se alejó un poco de él, pero no soltó su mano. Los anillos que ambos llevaban chocaron por un momento y Natalie se alegró de saber que pasara lo que pasara siempre estarían unidos, los anillos lo demostraban: eran compañeros. Ella no tenía intención de tomar un aprendiz y estaba segura que él tampoco la cambiaría así, se habían encontrado entre cientos de miles de personas, trabajaban muy bien juntos, se respetaban y querían. Nada cambiaría jamás, nada podía ser tan fuerte –o tan grave- como para romper esa unión.
Vincent la acarició y eso le renovó a ella los ánimos, además estaba correspondiendo a sus besos, aunque de manera más tímida. Lo besó con suavidad, disfrutando del perfume de su piel que, ahora sabía, siempre le había atraído. Sentía un cosquilleo allí donde las manos de su compañero se posaban transmitiéndole un calor que le llegaba a la piel. Hacía tanto que no se sentía deseada... a su modo era eso lo que Vincent le transmitía.
Se separó de su boca y lo observó, a pesar de la luz escasa, acarició su rostro y le acomodó un mechón de cabello; no porque lo llevase despeinado, sino porque quería tocar su pelo dorado. No sabía bien qué debía hacer o decir, ¿sería mejor hacer como que nada había ocurrido? No, Natalie no era así, ella enfrentaba las cosas y asumía las consecuencias de sus actos siempre.
-¿En qué piensas, Vincent? –Tomó una de las manos de él y la apretó, así quería seguir: unida a él a pesar de lo ocurrido-. ¿Qué es eso que veo en tus ojos? Todo sigue igual que siempre –le aseguró, pero en realidad no podía tener esa certeza de momento-. Fue solo un beso, o dos, nada va a cambiar. ¿Tú vas a llevarte este secreto fuera de la cueva? Porque yo no, este beso se quedará aquí cuando nos vayamos.
Si es que alguna vez podían irse… la lluvia no amainaba y Natalie ya pensaba en que tendrían que pasar la noche entera allí.
-Vamos a dormir aquí me temo –pensó en voz alta-. No te asustes, Vin. No te haré daño –se rió, pero no pudo evitar volver a besarlo-. Tus besos son mucho mejores de lo que había imaginado, eres un hombre tan dulce… me apena que estés tan solo, sin el cariño de una buena mujer que te desee como yo no debería hacerlo.
Estaba hablando de más, era obvio. Se alejó un poco de él, pero no soltó su mano. Los anillos que ambos llevaban chocaron por un momento y Natalie se alegró de saber que pasara lo que pasara siempre estarían unidos, los anillos lo demostraban: eran compañeros. Ella no tenía intención de tomar un aprendiz y estaba segura que él tampoco la cambiaría así, se habían encontrado entre cientos de miles de personas, trabajaban muy bien juntos, se respetaban y querían. Nada cambiaría jamás, nada podía ser tan fuerte –o tan grave- como para romper esa unión.
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
¿Que en qué pensaba? En el cuerpo desnudo de Natalie Copeland sentada a horcajadas sobre el suyo, gimiendo de placer. Quiso decírselo, confesarle que era ella la mujer que le robaba el aliento cada noche, la misma con la que soñaba hasta cuando estaba despierto, pero no podía. ¡Maldita fuera la hora en la que permitió que ese beso diera paso a un segundo! Aquello no debía estar pasando, no estaba bien, pero él lo estaba disfrutando tanto…
—¿Que todo sigue igual que siempre? —preguntó con una voz más grave de lo normal—. Eso espero, Natalie.
Lo que veía en sus ojos no era otra cosa que una mezcla de confusión, nerviosismo, entusiamo y, sobre todo, deseo. No había hueco para el arrepentimiento, no aún, pero el subconsciente de Vincent sabía bien que, tarde o temprano, llegaría. ¡Era la esposa de su mejor amigo y él estaba correspondiendo a sus caricias! ¡Por el amor de Dios! Natalie podía decir lo que quisiera, pero, para el cazador, aquello no había sido sólo un beso. Ella le había confesado que le gustaba, ¡que lo deseaba! ¿cómo iba a olvidar algo así, si era su deseo más querido?
Vincent no quería dormir, no se atrevía siquiera a pestañear porque eso significaría perder unos valiosos segundos en compañía de ella.
—Puede que estar solo sea lo que merezca —comentó, resignado—. No te separes, ven.
Tiró de su mano y volvió a pegarla a su cuerpo, envolviendo su cintura con los brazos con tanta fuerza que parecía como si quisiera fusionarse con ella. Llevó sus labios a la oreja de Natalie y le dio un pequeño beso en el lóbulo antes de hablar.
—¿Por qué me has besado? —preguntó, pero lo cierto es que no esperaba respuesta puesto que fue casi como un lamento—. ¿Por qué has abierto una caja que debía seguir cerrada? Yo no estoy seguro de que todo vaya a seguir igual que siempre, Nat.
Llevó su boca por su mandíbula hasta encontrar la ajena y la volvió a besar, esta vez con mucho más frenesí que antes. Estaba cegado y su mente, siempre racional, no era capaz de pensar con claridad. La levantó ligeramente, lo suficiente para poder moverse debajo de ella y tumbarla sobre el suelo de piedra, colocándose él encima. Hundió el rostro en el cuello ajeno y aspiró todo lo hondo que sus pulmones le permitían. Ya no podría olvidar ese aroma tan delicioso y tan culpable.
—¿Qué me has hecho, Natalie?
Las manos repasaban cada centímetro de su cuerpo sin descanso, pero también sin prisa. Aquella cueva se había convertido en su guarida, en un secreto que jamás podrían desvelar a nadie porque sería su ruina.
—¿Que todo sigue igual que siempre? —preguntó con una voz más grave de lo normal—. Eso espero, Natalie.
Lo que veía en sus ojos no era otra cosa que una mezcla de confusión, nerviosismo, entusiamo y, sobre todo, deseo. No había hueco para el arrepentimiento, no aún, pero el subconsciente de Vincent sabía bien que, tarde o temprano, llegaría. ¡Era la esposa de su mejor amigo y él estaba correspondiendo a sus caricias! ¡Por el amor de Dios! Natalie podía decir lo que quisiera, pero, para el cazador, aquello no había sido sólo un beso. Ella le había confesado que le gustaba, ¡que lo deseaba! ¿cómo iba a olvidar algo así, si era su deseo más querido?
Vincent no quería dormir, no se atrevía siquiera a pestañear porque eso significaría perder unos valiosos segundos en compañía de ella.
—Puede que estar solo sea lo que merezca —comentó, resignado—. No te separes, ven.
Tiró de su mano y volvió a pegarla a su cuerpo, envolviendo su cintura con los brazos con tanta fuerza que parecía como si quisiera fusionarse con ella. Llevó sus labios a la oreja de Natalie y le dio un pequeño beso en el lóbulo antes de hablar.
—¿Por qué me has besado? —preguntó, pero lo cierto es que no esperaba respuesta puesto que fue casi como un lamento—. ¿Por qué has abierto una caja que debía seguir cerrada? Yo no estoy seguro de que todo vaya a seguir igual que siempre, Nat.
Llevó su boca por su mandíbula hasta encontrar la ajena y la volvió a besar, esta vez con mucho más frenesí que antes. Estaba cegado y su mente, siempre racional, no era capaz de pensar con claridad. La levantó ligeramente, lo suficiente para poder moverse debajo de ella y tumbarla sobre el suelo de piedra, colocándose él encima. Hundió el rostro en el cuello ajeno y aspiró todo lo hondo que sus pulmones le permitían. Ya no podría olvidar ese aroma tan delicioso y tan culpable.
—¿Qué me has hecho, Natalie?
Las manos repasaban cada centímetro de su cuerpo sin descanso, pero también sin prisa. Aquella cueva se había convertido en su guarida, en un secreto que jamás podrían desvelar a nadie porque sería su ruina.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/05/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Sí. Todo debería seguir igual que siempre. Más allá del deseo que los estaba sorprendiendo a ambos y de la locura que eso representaba, nada entre Vincent O’Donoghue y Natalie Copeland podía cambiar, había mucho en juego, cosas que en realidad eran importantes, mucho más que aquel rapto de inusitada pasión que pronto debía ser olvidado.
-No, Vin. No mereces tanta soledad, ¿por qué te castigas así? Mereces una buena mujer que te quiera, que te provoque deseos de llegar a tu casa entero. Una mujer que te recuerde que no puedes morirte en combate con un demonio, pues eso sería dejarla sola y penando. -A ella eso se lo daba su hijo, era por él que volvía entera, que se esforzaba al dar lo mejor de sí. Aconsejaba a Vincent desde su propia experiencia.
¿La quería cerca? ¿De verdad? Natalie sonrió, porque hasta el momento le había parecido que solo ella estaba ardiendo de deseos de tocar a su compañero. Eso había que reconocérselo, Vincent ocultaba bien lo que le ocurría, no era fácil de leer. Se acercó. Pegó su nariz a la de él y le habló en voz muy baja:
-No me alejaré si no quieres. Yo no te tengo miedo, Vincent. Ni a ti ni a mi cuerpo, estoy muy segura de lo que pienso y siento. ¿Lo estás tú?
Era tan extraño estar tan cerca de él, pero a la vez no se sentía incómoda. Por primera vez dimensionaba que en verdad le gustaba Vincent más de lo que se había reconocido a sí misma.
–Te he besado porque así lo he querido, porque me he sentido libre y en confianza contigo. Sabía que no te reirías de mí, aunque parezca que esas cosas poco me importan, sí que me habría dolido tu rechazo. Gracias por no haberme alejado, Vin.
Un beso más, por iniciativa de él. La insospechada maniobra sobre su cuerpo que la hizo quedar de espaldas con el cuerpo de su compañero pegado al de ella. Sus caricias. Nada veía mal, todo le gustaba, todo lo aceptaba y si en esos momentos él le pedía llegar a algo más, ella accedería porque lo deseaba. Que fuera él quien parase las cosas, porque ella no pensaba hacerlo. Era su forma de medirlo también, de saber hasta dónde era capaz de llegar el bueno de Vincent O’Donoghue.
-Nada te he hecho –respondió con voz ingenua cuando sus bocas se separaron-, solo te he sido sincera. No solo con mis palabras, sino también con mi cuerpo. Confío en ti, Vin. Y si nadie más que nosotros lo sabrá, puedo vivir con el recuerdo de lo que sea que vaya a pasar aquí y ahora.
-No, Vin. No mereces tanta soledad, ¿por qué te castigas así? Mereces una buena mujer que te quiera, que te provoque deseos de llegar a tu casa entero. Una mujer que te recuerde que no puedes morirte en combate con un demonio, pues eso sería dejarla sola y penando. -A ella eso se lo daba su hijo, era por él que volvía entera, que se esforzaba al dar lo mejor de sí. Aconsejaba a Vincent desde su propia experiencia.
¿La quería cerca? ¿De verdad? Natalie sonrió, porque hasta el momento le había parecido que solo ella estaba ardiendo de deseos de tocar a su compañero. Eso había que reconocérselo, Vincent ocultaba bien lo que le ocurría, no era fácil de leer. Se acercó. Pegó su nariz a la de él y le habló en voz muy baja:
-No me alejaré si no quieres. Yo no te tengo miedo, Vincent. Ni a ti ni a mi cuerpo, estoy muy segura de lo que pienso y siento. ¿Lo estás tú?
Era tan extraño estar tan cerca de él, pero a la vez no se sentía incómoda. Por primera vez dimensionaba que en verdad le gustaba Vincent más de lo que se había reconocido a sí misma.
–Te he besado porque así lo he querido, porque me he sentido libre y en confianza contigo. Sabía que no te reirías de mí, aunque parezca que esas cosas poco me importan, sí que me habría dolido tu rechazo. Gracias por no haberme alejado, Vin.
Un beso más, por iniciativa de él. La insospechada maniobra sobre su cuerpo que la hizo quedar de espaldas con el cuerpo de su compañero pegado al de ella. Sus caricias. Nada veía mal, todo le gustaba, todo lo aceptaba y si en esos momentos él le pedía llegar a algo más, ella accedería porque lo deseaba. Que fuera él quien parase las cosas, porque ella no pensaba hacerlo. Era su forma de medirlo también, de saber hasta dónde era capaz de llegar el bueno de Vincent O’Donoghue.
-Nada te he hecho –respondió con voz ingenua cuando sus bocas se separaron-, solo te he sido sincera. No solo con mis palabras, sino también con mi cuerpo. Confío en ti, Vin. Y si nadie más que nosotros lo sabrá, puedo vivir con el recuerdo de lo que sea que vaya a pasar aquí y ahora.
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Él no merecía nada, nada en absoluto. Había tenido la oportunidad de casarse con una buena mujer y lo había dejado todo por la que tenía delante. Ahora la estaba besando, sí, pero Natalie estaba casada y él lo sabía. No obstante, y a pesar de todo, no había perdido la oportunidad de saborearla más de lo debido, de abrazarla y tocarla como si él fuera su esposo en vez de Lucien. Ese pensamiento pasó fugaz por su mente, pero lo descartó de inmediato como si supiera que, si le dedicaba más tiempo, aquello iba a terminar.
—Entonces no te alejes, no te vayas, ni me dejes —le pidió como un niño abandonado, hundiendo el rostro en la piel de su cuerpo—. Yo también estoy seguro de lo que siento. De lo que no estoy seguro es de que lo que ahora mismo estoy pensando sea lo más sensato.
Lo que no abandonaba su mente no era otra cosa que hacer el amor con Natalie. Tan sencillo y tan complicado al mismo tiempo. La posición ya la habían adoptado, sólo les faltaba desprenderse de sus ropas y dejarse llevar. Ella estaba dispuesta, se lo estaba diciendo con palabras y gritando con su cuerpo.
Las manos de Vincent fueron hasta el escote de la camisa de Natalie y lo abrieron sin desabrochar ningún botón más. Su piel, pálida y sedosa, brilló bajo la luz de la hoguera. Besó el hueco entre ambos senos y fue bajando, por encima de la ropa, hasta llegar a su vientre. Olió el aroma de la camisa y hundió el rostro con dulzura, notando la hendidura del ombligo en la punta de la nariz.
Levantó la camisa para dejar a la vista la piel del vientre de Natalie y lo besó antes de acariciarlo con las yemas de los dedos. Era tan suave, tan firme… Parecía mentira que hubiera albergado en su interior el cuerpo de un hermoso bebé. Vincent se detuvo de inmediato. Un bebé. Natalie había sido madre, y el padre de ese niño no era otro que su mejor amigo. El esposo de Natalie.
Se separó de ella como si quemara. ¡Qué demonios estaba haciendo! Se llevó las manos a la cabeza, nervioso, y miró a su compañera buscando el perdón.
—¿Qué estamos haciendo? —murmuró, nervioso.
Se arrastró por el suelo para alejarse de ella, de manera que quedó casi al otro lado de la hoguera. Dobló las piernas y apoyó los codos sobre las rodillas para sujetarse la cabeza. No se atrevía a mirarla, y sentía una presión en el pecho que le daba ganas de llorar. Pasó así unos minutos hasta que decidió que lo mejor sería dormir para que la mañana llegara. ¿Qué pensaría Lucien al ver que su esposa no había dormido en casa?
—Durmamos, Natalie —ordenó—. En cuanto amanezca nos iremos, haya dejado de llover o no.
Él, al menos, se marcharía. Lo que ella hiciera no debía ser de su incumbencia.
—Entonces no te alejes, no te vayas, ni me dejes —le pidió como un niño abandonado, hundiendo el rostro en la piel de su cuerpo—. Yo también estoy seguro de lo que siento. De lo que no estoy seguro es de que lo que ahora mismo estoy pensando sea lo más sensato.
Lo que no abandonaba su mente no era otra cosa que hacer el amor con Natalie. Tan sencillo y tan complicado al mismo tiempo. La posición ya la habían adoptado, sólo les faltaba desprenderse de sus ropas y dejarse llevar. Ella estaba dispuesta, se lo estaba diciendo con palabras y gritando con su cuerpo.
Las manos de Vincent fueron hasta el escote de la camisa de Natalie y lo abrieron sin desabrochar ningún botón más. Su piel, pálida y sedosa, brilló bajo la luz de la hoguera. Besó el hueco entre ambos senos y fue bajando, por encima de la ropa, hasta llegar a su vientre. Olió el aroma de la camisa y hundió el rostro con dulzura, notando la hendidura del ombligo en la punta de la nariz.
Levantó la camisa para dejar a la vista la piel del vientre de Natalie y lo besó antes de acariciarlo con las yemas de los dedos. Era tan suave, tan firme… Parecía mentira que hubiera albergado en su interior el cuerpo de un hermoso bebé. Vincent se detuvo de inmediato. Un bebé. Natalie había sido madre, y el padre de ese niño no era otro que su mejor amigo. El esposo de Natalie.
Se separó de ella como si quemara. ¡Qué demonios estaba haciendo! Se llevó las manos a la cabeza, nervioso, y miró a su compañera buscando el perdón.
—¿Qué estamos haciendo? —murmuró, nervioso.
Se arrastró por el suelo para alejarse de ella, de manera que quedó casi al otro lado de la hoguera. Dobló las piernas y apoyó los codos sobre las rodillas para sujetarse la cabeza. No se atrevía a mirarla, y sentía una presión en el pecho que le daba ganas de llorar. Pasó así unos minutos hasta que decidió que lo mejor sería dormir para que la mañana llegara. ¿Qué pensaría Lucien al ver que su esposa no había dormido en casa?
—Durmamos, Natalie —ordenó—. En cuanto amanezca nos iremos, haya dejado de llover o no.
Él, al menos, se marcharía. Lo que ella hiciera no debía ser de su incumbencia.
Vincent O'Donoghue- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/05/2018
Re: Ofrenda a la tormenta |Flashback| Privado
Sentir el peso cálido de su cuerpo sobre el de ella, que su boca buscase la suya, que sus manos la tocaran con… ¿adoración? Natalie había pensado siempre en ella, en lo que ella sentía, pensaba o necesitaba, pero ahora descubría las necesidades de Vincent, sus pensamientos y sentimientos. No había pensado jamás que él sintiera algo por ella, mucho menos que dejaría por unos minutos su postura estructurada para dejarse llevar.
-Me tienes tan sorprendida, Vincent –le susurró y todavía no podía dar crédito de lo que estaban haciendo.
No era nada sensato, sin dudas, pero ambos lo querían. No estaba bien, no era prudente, podía arruinar su familia primero y el vínculo que tenía con su compañero también, pero Natalie estaba deseándolo. Hacía mucho tiempo que no sentía así, su vientre se derretía de ganas y sentía un cosquilleo intenso expandirse hasta la unión de sus piernas. Quería eso, lo necesitaba.
Natalie le besó el cuello y mordisqueó su mentón. Su mano izquierda se movió rápida para levantar la camisa de su compañero y acariciarle la piel de la espalda. Podía sentir sus músculos duros, todo en él era firme pero suave. Le pareció extremadamente sensual sentir el roce de la barba de Vincent en su pecho y no pudo contener un quejido anhelante. Lo vio descender hasta besarle la piel desnuda de su vientre y… y todo terminó demasiado rápido.
-¿Qué? No, no, no… Vincent –se sentó para poder mirarlo, no podía creer que le hiciera eso-, estamos haciendo lo que queremos hacer.
Pero ya no tenía sentido arruinar todavía más el momento con palabras. Se pasó ambas manos por el rostro para tranquilizarse y se acomodó el cabello. Tardó unos minutos en ponerse en pie y arreglarse las ropas.
-Está bien, dormiremos –le dijo, tras un suspiro largo-. Pero te diré una cosa, Vincent O’Donoghue: llegará el día en el que tú desees esto tanto como yo lo deseé hoy, me lo pedirás como te lo pedí. Y seré yo quien decida por los dos como acabas de decidir tú.
Se acomodó en un rincón, pero no le dio la espalda. Lo observó fijamente, no solo porque le gustaba sino también para incomodarlo. Dormir le resultó imposible, su mente no paraba de reproducir lo que acababan de vivir, cada frase, cada confesión y caricia. Todo volvía a ella.
-Me tienes tan sorprendida, Vincent –le susurró y todavía no podía dar crédito de lo que estaban haciendo.
No era nada sensato, sin dudas, pero ambos lo querían. No estaba bien, no era prudente, podía arruinar su familia primero y el vínculo que tenía con su compañero también, pero Natalie estaba deseándolo. Hacía mucho tiempo que no sentía así, su vientre se derretía de ganas y sentía un cosquilleo intenso expandirse hasta la unión de sus piernas. Quería eso, lo necesitaba.
Natalie le besó el cuello y mordisqueó su mentón. Su mano izquierda se movió rápida para levantar la camisa de su compañero y acariciarle la piel de la espalda. Podía sentir sus músculos duros, todo en él era firme pero suave. Le pareció extremadamente sensual sentir el roce de la barba de Vincent en su pecho y no pudo contener un quejido anhelante. Lo vio descender hasta besarle la piel desnuda de su vientre y… y todo terminó demasiado rápido.
-¿Qué? No, no, no… Vincent –se sentó para poder mirarlo, no podía creer que le hiciera eso-, estamos haciendo lo que queremos hacer.
Pero ya no tenía sentido arruinar todavía más el momento con palabras. Se pasó ambas manos por el rostro para tranquilizarse y se acomodó el cabello. Tardó unos minutos en ponerse en pie y arreglarse las ropas.
-Está bien, dormiremos –le dijo, tras un suspiro largo-. Pero te diré una cosa, Vincent O’Donoghue: llegará el día en el que tú desees esto tanto como yo lo deseé hoy, me lo pedirás como te lo pedí. Y seré yo quien decida por los dos como acabas de decidir tú.
Se acomodó en un rincón, pero no le dio la espalda. Lo observó fijamente, no solo porque le gustaba sino también para incomodarlo. Dormir le resultó imposible, su mente no paraba de reproducir lo que acababan de vivir, cada frase, cada confesión y caricia. Todo volvía a ella.
TEMA FINALIZADO
Natalie Copeland- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 01/06/2018
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