El rey y la duquesa [Alec Windsor]

por **Danna Dianceht** Miér Jun 27, 2018 9:39 am

Apenas hacia dos semanas que Lena Windsor, la reina de Inglaterra había llegado a Escocia, bajo el atuendo de una campesina y a pesar de surgir efecto entre parte de los enemigos escoceses de los Windsor, a la duquesa ningún detalle se le escapó a su lobuna mirada. Solo la joven había atracado en el puerto que se encontraba a pocas millas de su ducado, ya había sido consciente tanto de su llegada como de quien realmente se trataba. Era conocido en las proximidades de la zona, que la madre de la joven había visitado en su juventud miles de veces Escocia y sus tierras, hasta el punto de apoderarse de un ducado de unos antepasados lejanos suyos y hacerse con él. Ahora ese ducado se encontraba cerrado a la espera de que sus dueños regresaran y de mientras, algunos de los criados de Danna habían acudido constantemente a limpiarlo y a cuidarlo. Así, había sido como por voz de sus criados más leales, había sabido el origen real de la joven encapuchada rodeada de otros campesinos; guardias en todo caso. Era a ella a quienes esperaban para regresar las escrituras del ducado a las manos originales de la familia que le había pertenecido y como la duquesa, era la misma de siempre y de antaño, también fue ella la que presentándose ante su realeza, se presentó voluntaria a acompañarla y a ayudarla en todo lo posible en su estadía. Enseguida reconoció que la joven reina tenía valor. Dejarse caer por Escocia, sola; sin más escolta que unos pocos soldados de su guardia privada, decían mucho de ella. O era una mujer fuerte y valiente, que por su innata aristocracia y por el valor que se podía entrever en el interior de sus ojos brillantes, bien podía ser la más cierta de las opciones. O por otro lado, bien podía parecer estar huyendo, y algo cuando la licantropa se ofreció a acompañarla, le dijo que bien podían ser ambas cosas. La joven reina se veía segura de si misma, pero en su afán de parecer intocable, Danna reconoció la marca de Alec en cada uno de sus pasos. Hasta en su piel, llevaba grabada el perfume del que era el nuevo rey de Inglaterra y su esposo. Lena era el juguete real del rey ingles y todas las alarmas apuntaban que si había querido huir de Inglaterra y enfrascarse en solitaria en este viaje, había sido también alentada por la idea de alejarse del licantropo.

Hubo una época muy lejana en la que ambos; Alec y ella, se habían conocido y permanecido juntos, en lo que fueron unos maravillosos meses compartidos. Para ese entonces, Alec no era el rey que ahora ostentaba, sino un joven con ambición; con mucha ambición y un alfa joven de una manada de lobos como ellos. Para aquel entonces, al final las diferencias como humanos los habían separado por más que sus lobos no quisieran ni oír hablar de la separación, al final tomaron rumbos distintos. A pesar de ello, en cuanto tuvo a la reina a salvo e instalándose protegida en el ducado que pertenecía a los Windsor, por la amistad y el grato recuerdo que le tenía al esposo de la joven, Danna regresó a su propio ducado y allí envío rápidamente una carta a Alec, asegurandole que protegería a la reina como si de su hija se tratase. Si algo sabía de antelación del lobo, era la confianza ciega que de jóvenes se habían tenido y que por su parte, aún permanecía. Quizás no tan ciega al paso de los años y viendo la situación en la que se encontraba la joven, seguramente no erraba demasiado; no creía en la inocencia completa del licantropo en la partida acelerado de su esposa a tierras extranjeras. Era imposible que aquella bella joven se encontrase resentida hasta el punto de perder el brillo de su mirada, por alguien más que no fuera por su esposo, y sabiendo lo que opinaba Alec de los humanos, nuevamente no podía ir muy mal encaminada.

En los siguientes días y a la espera de que llegase la contestación de Alec, Danna visitó incontables veces a la reina y compartió paseos con ella, esperando así poder conocerla más a consciencia para hacerse a una idea de que tipo de reina tenía frente a ella. No le hizo falta hablar demasiado con Lena para darse cuenta que no solo se encontraba ante una joven que habían entrenado desde pequeña para reinar y ser la mejor de las reinas, sino que además, tenia un sentido del bien muy arraigado y también, una oscura fascinación con su esposo. Aquella declaración se la había hecho a regañadientes, ya que por las pocas palabras que logró le confesara, este la había relegado a la nada, hasta quitarle completamente todo por cuanto ella había luchado. Estaba claro que la reina se encontraba furiosa con Alec, y aquello le hizo gracia a la duquesa. Siempre había esperado que la reina que se quedase finalmente al lado del lobo, tuviese carácter y supiera cautivar a su bestia y viendo en sus ojos el ardor que guardaba para cuando volviese a verse cara a cara con el rey, Danna no deseó estar en su pellejo. Él podría pensar que los seres humanos eran inferiores, pero aquella joven dolida ahora mismo no era inferior, sino peligrosa . Una mujer por resguardar su estatus y su corazón, eran capaces de cualquier cosa para poner a los demás en su lugar y como de costumbre, al lobo se le olvidaban esos pequeños detalles.

Tras pasar las semanas, Danna se hizo la única conocida de la reina inglesa y acompañándola a visitar parajes recónditos de sus tierras, aprendió tanto de ella que creyó poder conocerla a consciencia, mejor incluso que Alec. Era innegable la atracción que desataba su juventud allá por donde paseaba, como también lo era el hecho de que con pocas palabras sabía como ganarse a la gente que la rodeaba. Hasta en las calles de Escocia, la joven enseguida se hizo amistades. Todos se le acercaban por su personalidad y su inmensa aura cristalina, que aunque no todos podían ver, los que no eran sobrenaturales igualmente se sentían atraídos sin saber el porqué. Ese aspecto de Lena, le hizo a Danna preguntarse muchas veces por el motivo que Alec no hubiera ya venido a llevársela de nuevo a su lado, o el motivo por el que tampoco se había siquiera dignado a contestar la misiva que le había enviado. Debía estar muy ocupado en palacio acallando las voces que decían que la reina lo había abandonado, sin embargo, una visión de su hija una tarde lluviosa le hizo darse cuenta de que no era así. En aquella visión, Diana vio a un lobo acercarse a las puertas de su ducado y tal cual supo de aquella premonición, no tardó mucho en cumplirse. El poder de su hija cada año que pasaba se volvía mas certero, más real. Tanto era así, que la misma noche que su hija se lo contó, a media noche fue despertada súbitamente por un perfume arrogante y picante que se coló por su olfato. Lo conocía tan bien, que en ningún momento tuvo dudas de quien era su invitado. De algún modo siempre había sabido que tarde o temprano se reencontrarían.

Se levantó de la cama totalmente desnuda, tal y como solía dormir y poniéndose deprisa uno de sus batines anudándolo a su cuerpo, se asomó al gran ventanal donde rápidamente le vislumbró en las últimas sombras que dibujaba el bosque alrededor de su hogar. Se encontraba desde la lejanía mirándola. Los ojos brillantes le delataban entre tanta oscuridad y respondiendo a la imagen con una sonrisa, la licántropa asintió dándole permiso para entrar en su hogar. Era la primera vez que dejaba que otro licantropo pisara su territorio y solo porque era él, permitiría la excepción. Enseguida el lobo tras una ligera reverencia, desapareció de su vista y oyéndole momentáneamente penetrando entre las paredes de su hogar, no hizo falta mucho para que no solo oyera desde lejos sus silenciosas, casi imperceptibles pisadas, sino para tastar en su propia lengua el aroma que impregnaba a masculinidad el ambiente a su llegada. Faltaba muy pocos días para la luna llena y conociendo a Alec tal y como lo conocía, su lobo debía de estar ansioso por salir de su interior y hacerse con el control. Muy pocas veces detectó el perfume masculino tan abrumador. En la ausencia de su mujer, Alec debía de haberse contenido como había hecho su esposa y aquello, debía de haber irritado mucho al lobo que odiaba separarse abruptamente de sus muñecas. Ella misma había sido su muñeca una vez, aunque él, también fue su muñeco en todo caso. Por eso mismo, aún era capaz de reconocer la sensación de cuando su lobo la rastreaba y llamaba, haciendo salir a regañadientes de la duquesa, su loba al descubierto a través de sus ojos ahora ambarinos, brillantes y acechadores bajo su clara mirada como humana. Aún no era luna llena, pero su loba estaba preparada para dar la cara y enfrentarle. Los pasos se acercaron más y cuando la puerta de su alcoba se abrió lentamente, Danna ya le estaba esperando tranquilamente reecostada contra el ventanal, pero con la mirada fija en los delatadores orbes masculino. A ella no podía jamás esconderle su lobo, como tampoco ella podía hacerlo.

-No deberíais de sorprenderme, siempre he sabido que volveríamos a vernos. Lo que no esperaba era que fuera en estas circunstancias. Vuestra esposa se encuentra a un ducado de distancia y a pesar de ello, aquí estáis, con una corona y un país a vuestra espalda viniendo a verme de noche antes que llevarosla de regreso a vuestro lado, de donde nunca debió escapar... Así que; ¿Deseas algo Alec? No suelo aguantar otros licantropos cerca de mi familia, pero solo por ser tú, hoy omitiremos esa regla.