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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Lena Windsor Lun Feb 19, 2018 4:02 pm

“Sé que soy dueña de un débil y frágil cuerpo de mujer,
pero tengo el corazón y el estómago de un rey,
más aún, de un rey de Inglaterra.”
― Isabel I de Inglaterra —




Los gritos del pueblo ensordecían todo el camino del castillo a la majestuosa abadía donde llevarían a cabo las celebraciones. Las calles a primera hora de la madrugada empezaron a tornarse concurridas, llegando a estar llenas una hora antes del feliz desenlace. Los ingleses en masa esperaban ver al futuro rey y a la reina, y de mientras las calles se llenaban hasta no caber ni un alfiler, en el castillo se vivían momentos de muchos nervios y prisas. A falta de unas horas del enlace, ya eran colocados los primeros platos en las mesas. Todo debía estar engalanado con sus mejores galas para la cena que se llevaría a cabo por los nuevos, ya desde horas posteriores, reyes. Todo había estado tan coordinado por la reina las anteriores semanas, que aunque se dejase la decoración del salón real para lo último, todo había estado pulcramente detallado al detalle. Los tiempos, el protocolo a seguir, el orden, las pautas. A pesar de no ser una ferviente servidora de seguir las normas estrictas, esta vez, las seguiría a raja tabla. Quien pensase que por ser joven no podía esperarse mucho de la Windsor, se equivocaba. Todo había estado preparado con tanto celo y pasión, que nadie podría siquiera imaginar que solo hubiese hecho falta unas semanas de antelación en la preparación. Entre medio del gentío reunido, se abría a paso lento el carruaje real que transportaba a la reina. Procedida y custodiada por su leal guardia, el carruaje se encaminaba con el paso firme de sus caballos al destino de la joven y su corona. A través del cristal Lena saludaba con una sonrisa radiante a sus súbditos. Si había un manojo de nervios en el corazón de la reina, solo ella era consciente de ello. Desde el exterior, su semblante feliz y su cálida sonrisa hablaban de dicha y el pueblo entero se alegraba de la inminente unión de su reina.

Por días en toda Inglaterra se había estado sopesando ideas de la vestimenta de la novia. Las mujeres fantaseaban despiertas con el vestido y la mayoría de los hombres, fantaseaban con la reina. Hasta en la corte llena de víboras que solo deseaban verla menospreciada por ser mujer, habían nobles esperando verla aparecer de camino al altar. Admiradores no creía faltarle, no obstante, aquel vestido solo había sido diseñado para una persona. La única persona, el único hombre que tendría derechos sobre ella; su esposo y ahora, en la brevedad; también su rey. De él esperaba ver reacciones, solo en él estarían sus ojos y esperaba, tras que la madre de Alec le hubiese dado su aprobación, él le diese más que eso. Buscaba ver en el fondo de los ojos de su esposo aquel oro líquido que tanto la seducía. En definitiva; deseaba impresionar a todos, pueblo y nobleza por igual. Deseaba que por días se hablase por toda Inglaterra de ella y de la suerte de él.

El vestido, de las sedas más finas cayó sobre su cuerpo como un cincel al ponérselo. De cintura ajustada y hombros al aire, si hubiese un color para describirlo este sería el de los ángeles; el del cielo que constituía el ansiado paraíso. Un blanco de la más delicada seda procedente de las tierras de Alejandría. Un color puro. Con delicados filamentos entretejidos en oro en la falda y en el escote, la reina lucía un deslumbrante brocado dorado y de cintura para abajo, el majestuoso vestido se abría en una cola que llegaba metros atrás de sus delicados pasos. La elección de los colores había sido completamente deliberado por Lena, desde que le habían hecho llegar hacia un mes atrás el retrato de su futuro esposo había quedado prendada por el misterio de sus orbes doradas. Mientras las damas habían terminado de vestirla bajo la atenta mirada de quien próximamente sería la reina madre, su mirada se perdió por unos segundos en el cuadro que desde lo alto la observaba. Aquel retrato le devolvió una astuta y determinada mirada. Alec… siempre él. Todo a su alrededor parecía ya contener su nombre grabado a fuego, pronto también ella e Inglaterra lo poseerían. Solo hacía falta ver como el pueblo entero aclamaba sus nombres en su recorrido por Windsor para darse cuenta del aprecio que le estaban tomando a raíz de la aceptación pública de la reina.

Las calles se llenaron de colores y emblemas de ambas casas. Los estandartes lucían su mejor estampa en ese desfile hacia la abadía inglesa. Dentro del carruaje, los pies de la reina repiqueteaban impacientes su llegada ante la escalinata de mármol que le daría su triunfal entrada. Su hermana quien se encontraba con ella, al principio intentó distraer a Lena, hasta que el exterior también atrajo su atención y se paró junto a la reina, a observar entusiasmadas la reunión de gente que habían acudido de todos y cada uno de los pueblos ingleses. Debía faltar poco, pues a cada tramo que pasaban, la gente en las calles parecía duplicarse, esperando ver por lo menos algún indicio de su vestido cuando su carruaje se detuviera. Por el cristal, vio niños corriendo persiguiendo el carruaje entre la gente y riendo suavemente saludó a una pequeña niña que se la miraba embobada desde los brazos de su madre. Demasiado rápido, el carruaje detuvo su paso y tras unos segundos de espera, uno de sus lacayos le abrió la puerta y la ayudó a bajar. Bajó regia, calmada y aunque seguía sonriendo, al encontrarse de frente con la escalera de mármol que la llevaría hacia su más inminente destino, sintió nervios. ¿Y quién no lo sentiría? Deseaba al hombre con el que iba a desposarse. Lo hacía y no sentía remordimiento alguno por pecar al pensar en él, sin embargo, no solo ella se entregaría a él, toda Inglaterra también lo haría de su mano. Respiró hondo cuando subió el primer escalón y siguiéndole tras ese, el resto, sus súbditos, la gente reunida en las calles vitorearon una última vez al unísono en que su figura terminaba perdida en el interior de la abadía.

El tiempo pareció detenerse al entrar. Tras el bullicio del exterior, el silencio sepulcral del interior interrumpió abruptamente el reloj. Todo se detuvo. Enseguida sintió todas las miradas puestas en ella, como un imán toda la atención se centró en su figura. Su majestuoso vestido, su perfecta estampa y su cabello cayendo en suaves ondas por su delicada espalda. Todos estaban allí observándola, toda la corte inglesa se encontraba presente en aquel día histórico para su nación. Duques, marqueses y otras personalidades, todos y cada una de las familias importantes de Inglaterra, allí reunidas para ver el ascenso de los Windsor. Decidida, enfrentándose también a sus detractores, los cuales apoyaban incondicionalmente a Alec, dio un paso en la alfombra roja que adornaba el suelo. Otro paso más y seguida por su hermana quien se encontraba pendiente de la cola de su vestido, la mirada de Lena entonces tropezó con la de él. Cielo e infierno entrejiendose entre sí en la lejanía. El intercambio inicial fue intenso. Los filamentos dorados relucían bajo la luz, creando en la reina una figura aún más deslumbrante de lo que ya de por si lucía aquel día. Esa larga mirada la llevó a olvidarse de todos cuanto la rodeaban y caminando totalmente segura de sí misma como reina y como mujer, se encaminó frente a su esposo. Solo estaban él y ella, encaminándose al futuro, a los cambios, al poder… a la inmortalidad de la historia.
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Mensaje por Alec Windsor Lun Feb 26, 2018 6:47 am

Larga vida al rey. Aquel rezo había sido muy popular en Inglaterra desde siempre, con la esperanza de que fuese quien fuese el soberano su vida fuese lo más larga y productiva posible. Cierto, la monarquía inglesa no había sido un dechado de virtudes, habían habido reyes buenos y malos, cuerdos y locos, pero todos ellos seguían formando parte de la historia. Ahora, mirándose en el enorme espejo situado en las dependencias del rey, Alec pensaba que no se limitaría a ser uno más de la larga lista de nombres que habían vivido en esas habitaciones. Lena había tenido el buen gusto de dejar que se instalase en aquellas dependencias, aunque la corona no fuese oficialmente suya aún. Los clamores desde el exterior de los muros de la ciudadela llegaban hasta allí, donde Alec oía claramente sus voces alabando al nuevo rey, alabándolo a él. Esa visión de si mismo por fin empezaba a entrar en la mente de los demás y los convencía de que era una realidad. Estaba deseando sentarse en aquel trono y tener todo el poder que por inteligencia y paciencia se había ganado. Por desgracia, no todos los presentes en la sala pensaban lo mismo. Como máximos dignatarios dentro de la nobleza inglesa, los duques de York, Sutherland y Kent estaban allí, con la idea de presentar un frente unido a favor del anterior duque de Cambridge, y ahora rey. Parecían tres pavos reales con ansias de exhibir sus plumas sin poder hacerlo. A Alec le encantaría decir que era el responsable de semejante contención nobiliaria, pero sería mentir descaradamente. Toda aquella contención se debía al último hombre no criado que había en la sala. El propio abuelo de Alec. Sir Alistar Delaine no estaba a la altura de rango de los demás hombres, pero sin duda alguna intimidaba mucho más que cualquiera de ellos. A sus aparentemente setenta años, el viejo licántropo permanecía erguido, con ambas manos colocadas sobre el bastón que tenía justo delante. Su melena blanca y su barba bien cuidada le daban un aire mucho más fiero de lo que parecía, y sus ojos dorados observaban con expresión adusta a los demás nobles.

Durante los preparativos habían pedido a Alec que tomase consciencia de su cargo y pasase la noche rezando. Eso no había ocurrido. Había pasado la noche con su abuelo hablando, como hacían desde que era niño. Era uno de los pocos hombres a los que no tenía que contarle sus planes, el mismo era capaz de deducir por donde iban sus acciones; y lo que era mas importante, su abuelo aprobaba sus decisiones. Alec se miró al espejo y le gusto lo que veía; su galante uniforme de la marina británica era el reglamentario, pero el color negro y rojo típico era suficiente como para darle un aire aun mas de rey. Le gustaba sentirse ya como soberano, aunque eso no le engañaba. La corona solo era el primer paso y no podía dormirse en los laureles. Miro de reojo a su abuelo a través del espejo y el viejo lobo asintió por toda respuesta. Hacia solo unos minutos que le había comunicado que su madre estaba en el cortejo de preparación de la reina, y eso no le gustaba. Su madre tenía la tendencia de ser brutalmente sincera cuando alguien le desagradaba, y aquello podía significar que su mujer no llegase al altar de una pieza. – Deja de preocuparte. Tu madre sabe lo que hace. – Dijo su abuelo, como leyéndole el pensamiento. Se preguntaba si tendría esa habilidad a su edad. Tenía razón, para bien o para mal tendría que lidiar con problemas más grandes que ese, pues aquel día todo tenía que salir perfecto, incluso la parte que sabía que estaba obligado a llevar a cabo. Se alejó del espejo y camino hacia las puertas, seguido de cerca por su sequito y los duques británicos.

Las calles de Windsor estaban repletas de gente. Miembros de todas las clases habían acudido para el matrimonio real que, rompiendo con toda costumbre, no se celebraba en la abadía de Westminster de Londres, sino en la capilla de Windsor, donde solo estaban invitados familiares y miembros de la nobleza. Aunque aquello rompía con lo habitual, se podía decir que ellos eran una pareja poco habitual. El paseo de Alec hacia la fortaleza estuvo salpicado de vítores y alabanzas al nuevo rey, una influencia que empezaba a manifestarse por la aprobación de la reina. Alec se aseguró de que se le viese la cara. Podría haber ido en un carruaje saludando como cualquier otro rey de antaño, pero se negó. Quería que el pueblo le viese y que los nobles viesen que votar por él era la mejor decisión que podrían haber tomado en su vida, porque pasase lo que pasase, ahora Alec era el único que podía hacer que sus ambiciones se hiciesen realidad. Sonrió y saludo a las masas, dejando que se empapasen de su presencia y aprovecharse aun mas de la aceptación otorgada por su “querida” esposa. Llego a la iglesia y se colocó en su posición cercana al altar si muchos miramientos, todos los invitados esperaban ansiosos. Un silencio mortal se hizo en la iglesia, solo roto por los clamores del exterior, en señal de que la reina había llegado, el espectáculo empezaba. Se volvió hacia las grandes puertas y esperé. Fueron segundos hasta que la figura de la reina apareció al fondo de la sala y el silencio se apodero de todo. La reina lucía una estampa gloriosa, exactamente la que se esperaba de una reina de cuento de hadas, con su vestido blanco avanzando con ella por la alfombra roja. Aquellos destellos dorados hicieron sonreír al licántropo, pues sabía bien porque había tomado aquel gusto. Sus ojos casi siempre habían causado miedo, pero ella parecía lucir aquel vestido como si fuese su el rasgo favorito de su futuro marido. Aquello hizo que su orgullo solo creciese un poco más.

Se adelantó para recibir a su futura esposa y le dedico la sonrisa más complacida, o todo lo complacido que podía mostrarse, al mirarla. Ambos se colocaron en sus posiciones y el obispo de Inglaterra comenzó. – Queridos hermanos; estamos aquí reunidos para unir en santo matrimonio a este hombre y esta mujer. Que sus casas queden unidas y sean la fiel cara de Inglaterra en estos años venideros. – Aquello no era del gusto de Alec. Todos los sermones empezaban así y siguió durante casi veinte minutos hasta el momento realmente clave de la ceremonia. – Tú, Aleder Dalaine Saymour, ¿quieres a esta mujer como legitima esposa, para honrarla en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe? – Parecía que toda la capilla hubiese optado por aguantar la respiración al unísono, porque ni siquiera él podía oír nada mas que no fuese su propio cerebro. Sabía a que estaba renunciando y que estaba aceptando, se había preparado para esto durante décadas, y por fin estaba todo el poder a su alcance. Miro a la reina a los ojos y sonrió de manera sincera posiblemente por primera vez en días. – Sí, quiero.
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Mensaje por Lena Windsor Mar Mar 06, 2018 1:00 pm

En el momento en que dio su primer paso por la alfombra que la llevaba directa a los brazos de su prometido, un millar de sentimientos desbordaron su pecho. Estaba ante todo, en el día más importante de toda su vida. Para bien o para mal aquella unión lo significaría todo para ella. Desde su reinado a su posterior desenlace, Alec ahora se había vuelto la pieza más significante en aquel apasionante juego de ajedrez. De su elección dependería básicamente su vida y creía haber elegido bien. Quizás había caído en la trampa, desde el primer instante en que le vio desde un retrato, se sintió fascinada por el brillo de sus ojos; por ese inusual y peculiar color tan parecido a los rayos de sol que alumbrarían cada mañana su reinado. Seguramente, de alguna forma que aún le era desconocida, las cinco plagas iban a ir a por ella y aún así, cuando la mirada de él se volcó en la suya, le dio igual el precio a pagar por considerarle suyo. Le dio lo mismo lo que viniera en los próximos días y años, con él a su lado no solo su país estaría a salvo; también lo estaría ella. No se había buscado un rey mediocre o enfermizo, por todo lo contrario, a pesar de que el consejo se sintiese el artífice de aquella gloriosa unión, ella había sido la que lo había escogido. Desde pequeña había crecido con la idea de tener a su lado a un guerrero, político y amante por igual. Y que el cielo se tiñera de negro si no es lo que había conseguido. Alec era imponente; un líder nato. No podría haber habido mejor candidato que el que ahora mismo se adelantaba unos pasos para recibirla. Mío, pensó en su psique cuando tomó entre sus manos las suyas y la acercó hacia él. Iba a ser una de las más gloriosas reinas por él; para que más que satisfecho con ella, estuviera orgulloso de tenerla a su lado. Levantando la mirada al llegar ante su figura, le devolvió la sonrisa igual de complacida o más y caminando juntos aquel ultimo y efímero tramo hasta la escalinata, lo recorrieron de la mano hasta separarse llegado el arzobispo frente a ellos.

Una vez en sus posiciones, la ceremonia que aconteció seguidamente fue más de lo esperado y de lo más común en estos casos. Arrodillados ambos ante el orador, el discurso del clérigo habló de la unión del espíritu y de la carne. La unión de ambas casas no era considerado poca cosa, los futuros reyes debían de ser la imagen de la patria y cada uno de sus pueblos y gentes. Luego incidió en los frutos del matrimonio, en los sentimientos que este despertaba.  Pocas cosas en aquel discurso cambiaron en lo que se acostumbraba y en silencio Lena escuchó con atención sintiendo la cálida cercanía de su esposo a un lado suyo. Todos a su alrededor yacían inmobiles, esperando el momento que ella tanto ansiaba y que cuando llegó, no pudo más que sonreír. Se levantaron y de frente a Alec, sonrío nuevamente cuando este dio el si quiero. Por unos segundos, sintió inquietud pero viéndole a los ojos esta se disipó en cuanto él, tras tomar su mano la besó con suavidad y le puso su anillo en el dedo anular, quedando así él unido a ella. – Y vos, Alenna Windsor de Mountbatten, ¿quieres a esta hombre como legitimo esposo, para honrarlo en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe? – Era su turno y ahí estaba; el hombre que en privado en un bosque se había arrodillado ante ella y le había pedido la mano. El que lo había arriesgado todo por una respuesta sincera de ella aún a sabiendas que de ser la respuesta negativa, podría haber perdido todo. El que la había salvado y luego, compartido efímeros momentos juntos, pero suyos al fin y al cabo... El que estaba segura se convertiría en un grandioso rey y en un fabuloso amante, al que esperaba estar a su altura desde su primera noche hasta la ultima de todas ellas. Como en cúanto todos esperaban la respuesta de Alec, pareciera que hubiesen dejado de respirar esperando la respuesta de la reina. Lena manteniendo su mirada en la de su esposo, tomó aire y asintió en silencio. El día anterior ya se había asegurado el si, y ahora no iba a tener un final distinto. Ella quería ser su esposa, como que él fuera su esposo. - Si, si quiero. -Dijo solemnemente escapándose una sonrisa cuando tras ponerle el anillo en su dedo anular, regresó a la mirada de su esposo delante de ella. El clérigo entonces, sacó un lazo rojo y unió ambas manos una encima la otra, atándolas entre sí a continuación. - Que el Señor confirme con su bondad este consentimiento vuestro que habéis manifestado ante su sacramento y os otorgue su copiosa bendición. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Ya sois hombre y mujer. - Ya estaba hecho y seguidamente, todo fueron ovaciones a los ya esposos y futuros reyes.

- Ya no podéis escapar. -Bromeó con complicidad mientras todo a su alrededor por unos largos segundos se extendieron los aplausos y de lejos, nuevamente los vítores regresaron. Ya estaban unidos en santo sacramento, hasta que la muerte los separase. Todavía con las manos enlazadas por el lazo rojo que los había unido, juntos se volvieron hacia la multitud de familiares y nobles ingleses. Con una sonrisa que parecía imposible de borrar en la tez de la reina, su clara mirada recayó en cada una de las caras conocidas sentadas a primera fila. Su hermana, sus fieles damas y al otro lado la familia del próximo rey los miraba en silencio, pletoritos. A sus espaldas los clérigos y arzobispos empezaron a preparar los preparativos reales para la siguiente función de la ceremonia; la coronación del rey. Levantó la mirada a su ya actual esposo y sonriendole cuando su mirada dorada encontró la suya, una voz lejana les llamó demandando nuevamente su atención. Prestos, dieron la espalda al gentío y cayendo en ese instante de nuevo un inmenso silencio en la cambra, los arzobispos tomaron sus posiciones. - Majestades, es la hora. - Anunció uno de ellos. Las manos del anciano desataron el lazo rojo con el que los había atado para el santo matrimonio y mientras este mismo recogía el hilo y lo guardaba, otro de ellos por la espalda de Lena le pasó y ató la túnica real de la casa inglesa. Enseguida los colores de la casa real britanica escondieron el blanco de su vestido de ensueño. La larga túnica roja bordada con filamentos dorados, blancos y partes negras, contenía la larga historia de los reinos de la nación. Atándosela al cuello, seguidamente trajeron su corona en un almohadín. Todo este procedimiento se hizo en completa expectación tanto en el interior del lugar como en el exterior. Apretó la mano de Alec cuando la corona ya yacía colocada en su cabeza y sabiendo que era hora de dejar que disfrutase de su momento, de aquella coronación, sin más dilación, a paso lento se dirigió hacia su trono donde tomó asiento. Una vez sentada, miró a su esposo y de soslayo asintió al arzobispo que portando la corona del rey esperaba que esta le diese su permiso de iniciar la ceremonia, la misma que concluiría con el alzamiento de Alec; como el rey absoluto de toda Inglaterra.  
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Mensaje por Alec Windsor Mar Mar 13, 2018 3:43 am

La tensión en la sala podía sentirse. Todos los presentes, provenientes de cada rincón del reino estaban atentos a las palabras de la reina. Como auténticos borregos, cada uno de ellos tenía el triste y equivocado pensamiento de que todo aquello había sido idea suya, que ellos habían ayudado al rey a auparse al trono. Alec casi sintió ganas de reír por su enorme falta de visión. Todos ellos habían sido engañados ante la evidente superioridad del licántropo, y todos seguirían siendo lo que por naturaleza deberían de haber sido: esclavos ignorantes. Ya faltaba poco y el sabor de la victoria se paladeaba en la boca. Ah, que ganas tenia de sentir ese poder, el que tanto se había ganado durante años y que ahora podía por fin controlar, todo ese poder para él y solo tenía que agitar la varita llamada Lena. La miraba de reojo mientras las palabras del arzobispo llenaban de eco la capilla y, pese a su visión radiante para los humanos, a ojos de Alec empezaba a oler como un filete, un trozo de carne que degustar en breve y que, tuviese el sabor que tuviese, le sentaría bien. Sus consentimiento al matrimonio pareció llenarla de dicha, aquel olor no le engañaba, por debajo de todos los perfumes y sedas que componían su vestido había un inconfundible tufo a complacencia y hasta felicidad. Por lo visto, las acciones del rey del día anterior habían tenido el efecto deseado. La reina estaba completamente prendada de él y no había tenido que hacer prácticamente nada. Puede hasta que estuviese enamorada. Era demasiado joven como para poder distinguir una cosa de otra y puede que en su mente fuesen ambas lo mismo, pero eso no importaba, lo que si importaba eran las palabras que le tocaba a ella pronunciar. Deslizo el aniño en su dedeo con suavidad y acaricio el lugar donde el día anterior le había atado el cordón para el falso anillo, una pedida de mano de lo mas original. Jane Austen estaría orgullosa.

Su respuesta parecía hacerse esperar, como cuando le pidió matrimonio aquella vez. Ciertamente aquella mujer sabia como crear espectáculo, y en ese momento Alec entendió porque el pueblo la amaba tanto. Lena no era una política típica ni tampoco una experta en espionaje o diplomacia, lo que se le daba bien era la puesta en escena, el espectáculo que hacía que todos atendiesen a un simple gesto como si fuese un acto divino. Tenía que reconocer que en eso era una ilustrada, no muchos tenían ese tipo de habilidad y la llevaban a cabo de manera inconsciente, fuese como fuese, aquella técnica podía resultar casi tan útil como frustrante. Sonrió ligeramente al comprender todo aquello y la miro, casi por primera vez, con autentico deseo. El lobo que llevaba dentro deseaba comérsela, y por primera vez debía de admitir que estaba de acuerdo con él. Finalmente, esas dos palabras brotaron de su boca, ya estaba hecho, oficialmente estaban casados. Sus siguientes palabras casi le hicieron reírse como un niño, ¿Qué él no podía escapar? Todo era más bien al contrario, ya la tenía tan bien amarrada que ni si quiera notaba la soga en su cuello. – Créeme, esposa, no pienso irme a ninguna parte. – Dijo por lo bajo durante la celebración, ahora todos estaban preparados para la verdadera ceremonia, la que realmente importaba. Miro de reojo hacia la parte de la iglesia donde estaba su familia. Alistar le sonreía con orgullo, viendo que había sido capaz de consumar su plan con éxito. Su madre, por el contrario, seguía mirando a Lena como a un insecto, un peligroso insecto que era mejor aplastar lo antes posible. Sin embargo, no tenía prisa por eso aún, le quedaban planes para su ahora nueva esposa. Todas las indiscreciones que habida cometido se volverían en su contra y harían que la corona que estaba a punto de ponerle en la cabeza le pasasen factura. Casi como si lo hubiese invocado, los arzobispos más importantes de Inglaterra se colocaron para comenzar con la ceremonia de coronación.

El arzobispo de Canterbury, jefe espiritual de la iglesia anglicana, dirigía la ceremonia, todos los nobles estaban colocados por rango y por funciones en la coronación, pues se esperaba que una vez acabada la investidura estos jurasen lealtad al nuevo soberano. Alec tomo asiento en el trono colocado en el centro de la capilla, al lado de su mujer y ya ataviado con el crimson surcoat y el robe os state de terciopelo carmesí propios del monarca. Todos aguardaban en silencio a las palabras del arzobispo. – Señores, les presento a Alecder Windsor Seymour, su rey indiscutido. Por tanto, todos los que han venido este día a prestarle vasallaje y servicio, ¿están dispuestos a hacerlo? – Un centenar de voces de la alta nobleza hablo al unísono, dando su conformidad y casi sonriendo como idiotas, su verdadero rey estaba ya en el trono, y pronto verían lo que pasa cuando un ser superior a ellos toma el poder. El arzobispo se volvió hacia él de nuevo, elevando la voz sobre la catedral. - ¿Promete y jura gobernar al pueblo de Inglaterra, así como sus posesiones y demás territorios pertenecientes a cualquiera de ellos de acuerdo con sus respectivas leyes y costumbres? – Alec sonrió y dejo que sus colmillos aflorasen un poco por la emoción. – Lo juro solemnemente. - El arzobispo trago algo de saliva al verle la cara, como si un escalofrió le hubiese recorrido la espalda en aquel momento, pero continuo con la ceremonia sin más vacilaciones. - ¿Y procurar, en la extensión de su poder, que todos sus juicios estén presididos por la Ley, la Justicia y la Misericordia? – No sabía por qué, pero en aquel momento decir que lo juraba le resultaba imposible, haría cuanto fuese necesario para cumplir sus ambiciones, independientemente de si eso significaba dejar la justicia a un lado. – Sí. – Dijo a secas, jamás juraría algo que no pudiese mantener. - ¿Mantendrá y preservará la Iglesia de Inglaterra, su doctrina, culto, disciplina y gobierno tal como establece la ley? – Esa era la última pregunta, y no tenía dudas de ella. – Sí. Todo lo que hasta aquí he prometido lo cumpliré y guardaré con la ayuda de Dios – Que sabría Dios de promesas, aquí el único Dios que podía permitirse hacer a su antojo era el propio Alec, y pronto lo seria. En ese momento, sintió un escalofrió al notar la corona bajar de las manos del arzobispo hasta su cabeza. Por fin, el peso de las joyas de la corona recaían sobre su cabeza. La unción era considerado algo de índole religioso, pero mas que beneplácito a Dios, debería ser una oración hacia el nuevo rey, uno que convertiría Inglaterra en la nación más poderosa del mundo. El poder lo embriagaba y sentía cada célula de su cuerpo aullar de triunfo. Tantos años planeando y por fin lo había conseguido. Era el rey. – Así queda hecho, con la gracia de Dios. Salve, rey Alecder. ¡¡Larga vida al rey!! – Todas las gargantas de la capilla corearon su proclama mientras el licántropo se levantaba del asiento, con las manos levantadas y una sonrisa. Larga vida al rey.

Paso más de una hora hasta que pudieron volver a palacio. Las joyas de la corona estaban ya a buen recaudo y Alec volvía a estar con su uniforme de gala, sin demasiados adornos, ya no le hacían falta, era por fin el soberano de Inglaterra. Acudió sin más miramientos hasta el pasillo de entrada al gran salón, rodeado de su guardia personal, erguido y majestuoso como solo el poder puede hacerte, llego hasta su nueva esposa. – Querida, ¿lista? – Dijo ofreciéndole el brazo. El salón Windsor, en la zona central del castillo, era lo bastante grande como para acoger a todos los invitados, y así entro el rey con su mujer. A medida que caminaban por el pasillo, todos los nobles agachaban la cabeza, por fin se inclinaban ante un ser superior. Comenzaba la fiesta.
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Mensaje por Lena Windsor Mar Mar 13, 2018 3:08 pm

Ya estaba allí el gran momento esperado durante meses por todos los ingleses del reino. Tras las maquinaciones de unos y la de los otros, la coronación del rey concluía ante sus ojos y a pesar de la incerteza que como reina le deparaba el futuro, Lena solo podía admirar la figura de quien a su lado se erigía como el mas alto mandato, casi como un Dios ante su pueblo. En todo momento mantuvo la seriedad que como reina le tocaba al interpretar su papel. Todos los ojos de aquellos reunidos en la sala, seguían cada uno de los movimientos de Alec y satisfecha por como se estaba desarrollando la coronación, no fue hasta que el rey se alzó de su trono, que sonrío. Los gritos ensordecieron a la reina unos segundos. Los nobles aplaudían y tras las ultimas reverencias, finalmente ella a una señal de él, se unió a su esposo y juntos se encaminaron hacia la salida, donde todo su pueblo les esperaba con los brazos abiertos. - ¡Viva el rey Alecder! ¡Viva la reina Lena! - coreaban algunos mientras otros coreaban a ambos reyes. - ¡Que dios salve a nuestros reyes! - Con una sonrisa la joven se presentó ante las proclamas  de su pueblo y esperando que aquel amor incondicional durase por siempre sobre ellos, y sobre ella, se subieron a lomos de sus monturas encaminando la procesión de vuelta al castillo. No solía ser lo mas recomendable, más Lena no iba a dejar que el pueblo no pudiese saludar a su rey como este merecía y sabiendo que montando en vez de subirse al carruaje real, daría mucho que hablar en tanto a la cercanía mostrada con los ingleses, se alegró cuando a su esposo no le importó y subiéndose el primero, inició la marcha con parte del ejercito real detrás de ellos, protegiendoles las espaldas.

El camino fue largo y lento, más solo hacia falta ver los rostros de la gente para saber que había sido una de las coronaciones mas acertadas. Quizás el rey no fuera tan abierto con su pueblo, no obstante, la reina era totalmente opuesta. Y mientras el rey era de esperarse que pasase tiempo con sus consejeros los próximos días, ella volvería a su papel de monarca cercana al pueblo, con quienes compartía por las tardes unas horas, en los que sus vasallos acudían a ella para poner orden o  solucionar altercados. En tanto iban alejándose de donde se había llevado a cabo la coronación, más cerca se veía Windsor y tras pocos minutos más, ante los últimos gritos de salve a los reyes, Alec y Lena entraron al patio principal. Su esposo se adelantó y ayudándola a bajar de su yegua, dejó que los criados se ocupasen tanto de Anubis como de Dehesa. Enseguida tras ellos, el patio, se llenó de soldados de la guardia privada de ambos y tras una ligera sonrisa, Lena que no tenía la intimidad que le hubiese gustado para poder compartir algunas palabras mas con su esposo, rápidamente partió hacia sus compartimentos. La última imagen que se llevo de él antes de que se perdiese de vista en el interior del castillo, fue su guardia privada yendo a su encuentro, rodeandole. Miró en frente entonces, y mientras sus damas iban a su encuentro, ella contaba los minutos que faltaban para que la cena real diese inicio. Su pueblo ya había tenido la fiesta que habían deseado y que tanto habían gritado por los cuatro vientos ingleses, ahora le era el turno de la aristocracia inglesa. Ellos eran mas selectos y sería más difícil de contentarles. Eran mas exigentes, muchísimo más que el pueblo. Por suerte, esperaba que la cena fuese perfecta, tanto como lo había sido tanto la ceremonia de matrimonio como la posterior coronación.

Enseguida llegó a su alcoba, sus damas la ayudaron a enlistarse. No deseaba quitarse su vestido, por lo que simplemente se deshicieron de la larga cola blanca y de las capas más exteriores del vestido. Capas que para lo que servían era para el resguardo y cuidado del vestido, para que en ningún momento, este sufriese daños o se manchara. Una vez nuevamente peinada y ya con el vestido arreglado, bajó las escaleras que daban al pasillo donde se accedía al salón. Detrás de las puertas que separaban ambos lugares, se oía a la gente hablar y algún que otro músico tocando amenizando la espera. Al llegar como era de esperarse, se encontró frente a frente con su esposo y ya con sus coronas bajo recaudo, tomó su brazo y sonrío ante su pregunta. - Llevo toda mi vida lista para este momento. - Tras su contestación, les abrieron las puertas del salón y el silencio volvió a reinar.

A sus pasos, todos y cada uno de ellos, familiares incluidos, agachaban la cabeza postrándose ante ellos. Las reverencias ocuparon todo el pasillo desde el inicio hasta el final, en el que reina y rey se volvieron hacia los presentes. Las mesas ya estaban totalmente decoradas. Los estandartes de los reyes adornaban las paredes, y las velas, iluminaban el inmenso salón. En cada silla había la asignación de los invitados y mientras los de la nobleza se sentarían en relación a sus títulos Los de mas alta aristocracia mas cerca a la mesa principal y en tanto disminuía el poder, más lejos de estos; los familiares se sentarían en la misma mesa que ellos, junto a los invitados de mas alto rango o cercanos a los reyes. - Que inicie el festejo.- Ordenó la reina antes de tomar asiento junto a su esposo. Enseguida tras sus palabras, todos se sentaron en las mesas y un segundo después, todo el lugar era llenado incesantemente de sirvientes llevando platos a rebosar de comida. Todo tipo de carnes empezaron a rondar el lugar. Algunas mas hechas que otras, como había pedido el rey la noche anterior. Desde la exquisita carne del ciervo a las turcases mas huidizas. La abundante caza del anterior día, había servido gran parte para llenar las mesas del salón, y lo que había faltado de comida, se había cazado esa misma mañana por los más audaces y profesionales cazadores del reino. A su lado, Maise; su prima tomó asiento junto a su padre, y su hermana. Al lado opuesto, tomó asiento la familia de Alec y sus hombres de confianza. De soslayo vio hablar a su esposo con su abuelo y mientras estos reían por alguna ocurrencia, Maisie y ella hablaban en voz baja sobre el rencor que latía en los ojos a la familia Blackharlt cada vez que miraban en dirección a Lena. Esta familia siempre había rechazado la idea de un Windsor al poder y a pesar de ser uno de los partidarios de Alec, aún se les notaba rabiosos, incluso angustiados. Ellos de no ser por Lena habrían sido los siguientes en la lista de sucesión y aquello, no parecía que se lo fueran jamás a perdonar. Saludando con la cabeza a Marlowe que tomó asiento cercanamente a ella, se volvió hacia su esposo copa en mano. - Espero te agrade, lo hice guardar para esta noche. -le dijo en una sonrisa justo cuando entre tres sirvientes llevaron a su mesa, una gran bandeja con el jabalí que él mismo había cazado, y que le habría costado a la reina su yegua, de no haber sido por la benevolencia de su esposo. Despachó a los sirvientes tras un agradecimiento silencioso y mientras uno se quedó para llenar la copa del rey de más vino, la reina tomó un sorbo de su copa centrando su atención en los músicos que regresaron a tocar para ellos y los invitados.

La noche fue larga y el nerviosismo inexistente de la reina al inicio de la velada, empezó a florecer en tanto pasaban las horas y el festejo concluía entre los postres y los últimos discursos y halagos a los reyes. No fueron pocos los brindis en honor a los actuales monarcas, como tampoco fueron pocos los buenos deseos para la pareja. - ¡Brindemos por nuestros reyes y el futuro de nuestra gran nación! -Exclamaron en un brindis los comandantes de la guardia real que habían sido invitados a la cena. Seguidamente, Beaumont habló y brindó también por los reyes. Lena alzó la copa simbólicamente uniéndose a sus palabras y luego mirando a su esposo a los ojos, juntó su copa con la de él. El tiempo entre plato y risas, pasaba rápidamente y antes de lo pensado, en el momento en que sus invitados -alguno de ellos ebrios- empezaran los bailes, una de las damas de la reina le avisaron de que había llegado la hora. Demasiado pronto, se dijo la reina a si misma cuando levantándose de la mesa, todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo y fijaron sus miradas en ella. Todos sabían lo que acontecía a continuación y por las miradas de más de uno y una, algunos pensaban hasta asistir como espectadores. La sola idea de pensar que aquella era la denigrante tradición que les habían impuesto a todas las reinas antecesoras a ella, le puso los pelos de punta. Ojalá eso no tuviera que suceder de esa forma. La unión entre ella y su esposo; el rey, debía de ser solo algo entre ellos. Algo intímo, privado. - Ha llegado el momento. El deber me llama, -susurró a su esposo a su oído en un ronroneo antes de levantarse y dirigirse a sus invitados; a los nobles. - Señores, mucho me temo que debo abandonaros. Disfrutad de lo que queda de noche. - les habló y tomando la mano de su prima, ambas; junto el séquito de sus damas, abandonaron el salón. En cuanto los guardias cerraron las puertas a sus espaldas, la música volvió a sonar y sabiendo que no quedaría mucho para que también su esposo tuviese que disculparse y acudir a ella, sintiendo su corazón golpear fuerte contra su pecho, nervioso; apresurado, se encaminó hacia su alcoba. Allí debía esperar al rey. A su esposo.
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Mensaje por Alec Windsor Dom Mar 25, 2018 10:18 am

Sombras. Todas empezaban a extenderse por el gran salón de baile, esperando. Ahí estaban, mirando con ojos ávidos la posición que con tanto esfuerzo había conseguido para sí. En la oscuridad era donde todos revelaban su verdadera naturaleza, y era precisamente donde más cuidado había que tener. Por suerte, el entrar en aquel salón no supuso problema para él. Conocía los miedos, los sueños y las debilidades de todos aquellos parásitos que se hacían llamar nobles, todas las grietas que manchaba la fachada que representaban, toda dignidad que se había mostrado al inicio de la velada y durante la coronación se acercaban lentamente al vacío, hasta que saltaban para dejar paso a unas risas llevadas por la bebida y las ansias más bajas del ser humano. ¿Y osaban llamarlos bestias? Todo rastro de dignidad perdía sentido para ellos cuando creían que nadie los miraba, cuando creían que él no los miraba. Todos los duques estaban ansiosos, listos para recoger lo que habían sembrado, y que había mas apetitoso para ellos que la mujer que les había arrebatado el poder. A sus ojos, Lena tenía tan poco derecho al trono como lo había tenido su padre, y puede que tuviesen razón, pero a decir verdad ninguno de ellos tenía tampoco el derecho de sentarse en el trono. El trono de Alec. Ahora que todo estaba en su sitio, solo tenía que hacer una última cosa, y era precisamente lo que las sombras tanto le recordaban. Sus Jinetes… su guardia personal, los lobos en los que tanto confiaba por una simple razón: eran sus hijos, hermanos, amantes… todo en una sola cosa. Definir su relación con ellos en palabras llevaría tanto tiempo que prefería no molestarse en intentarlo, pero veía sus ojos y notaba el olor que manaba de ellos. Su desagrado, su férreo autocontrol por no matar a todos en aquella sala. Los tres que le protegían esa noche estaban atentos a todo, sobre todo por mantener a su rey a salvo de cualquier posible atentado. El cuarto… bueno, ella siempre se escondía a los ojos humanos, no por miedo o vergüenza, sino porque así lo estipulaba Alec. Aquellos ojos negros eran capaz de ver más que ninguno. El rey desvió la mirada hacia los palcos, ocultos a ojos de los comensales. Estaba allí, la notaba.

Durante toda la velada mantuvo una cálida sonrisa, dejando que las cosas siguieran su curso de una manera simple… todo muy humano. Mantuvo bromas, conversaciones de política y economía, pero sobre todo, atendió a su nueva esposa con la corrección propia de su nuevo título. La caza del día anterior había sido todo un éxito y los manjares poblaban las mesas. Codornices, venados, conejos y, por supuesto, el gran jabalí que Alec mato nada más empezar la cacería, toda una pieza de colección que su mujer, - que extraño parecía mencionarlo ahora – había dado instrucciones de preparar. – Todo un detalle por tu parte, mi reina. – Dijo acariciando levemente su mano por debajo de la mesa. En la sociedad, que un hombre tocase a una mujer con tanta familiaridad estaba mal visto, toda pasión debía de dejarse para la parte privada. – Parece que el inicio del resto de nuestra vida empieza bien. – Su mano rodeaba su dedeo anular, donde ahora descansaba la alianza que le había puesto durante la ceremonia. Ella apreciaría ese gesto, bien lo sabía. Por desgracia, no toda la velada ocurrió de esa manera tan simple. Cuando los duques ya estaban lo bastante borrachos como para no entender lo que hacían, no dudaron en empezar a jactarse de sus logros. La mayoría de los cuales tenían que ver con mujeres y, para desgracia de Alec, la otra mitad tenía que ver con espías. Cuántos de ellos se atrevieron a decir los contactos que tenían en Paris, Roma o incluso en la misma Londres. Aquellos hombres eran estúpidos como poco. Se creían que brindar por los reyes era como un concurso, y que mostrar las cartas bajo sus mangas era una acción digna de cualquier experto en política. Putos idiotas. Lena podía ser joven e ingenua, pero no por ello era tonta. Cualquiera podría ver que, si un duque podía poner un espía en Paris, también podía ponerlo en su propia casa. ¿Cuánto pasaría hasta que todos los lores mirasen bajo sus propias alfombras? No obstante, permaneció en silencio hasta que su esposa decidió levantarse.

Sabía que ella mencionaba el deber como un código, pero para Alec sí que era un deber. La parte de su familia que estaba en la mesa oía perfectamente lo que le susurraba y comprendían su significado. Todos en su familia entendían que, casarse con un humano, no era lo más deseado pero si lo más práctico. Los linajes lobunos como el suyo escaseaban hoy en día, precisamente porque se habían cerrado en sí mismos, era el momento de expandirse de una manera diferente.  – Voy enseguida. – Dijo en el mismo tono de voz que ella, añadiendo cierto tono de deseo y expectación. Por desgracia, la reina no fue la única que empezó a ausentarse de la sala del banquete. Varios de los nobles de más alto rango del reino y el clero comenzaron a abandonar lentamente la sala, por turnos. Se temía que algo así pudiese ocurrir, pues su mujer era atractiva para cualquier humano, incluso para muchos lobos lo seria, y aquellos hombres estaban ansiosos por echarle un vistazo en toda su plenitud. Desde tiempos antiguos era costumbre que hubiese testigos en la consumación del matrimonio real, eso aseguraba la relación de ambas casas y, aunque algunos reyes se habían saltado esa costumbre por respeto o por simple poder monárquico, nunca estaba de mas intentarlo ¿verdad? Finalmente Alec se levantó de su silla y partió hacia la salida del salón, no sin antes recibir una mirada del todo clara de su familia. Alistar decía “no lo estropees”; su madre decía “no lo hagas”. Ambos tenían los mismos deseos para la manada, pero con caminos diferentes. Sus guardias le siguieron prestos, listos para seguir las ordenes que había dado desde el principio. Cuando llego a las puertas de la alcoba real, varios de los nobles ya estaban allí plantados. El duque de Richmond, un hombre bajo y gordo más cerca de los sesenta que de los cincuenta se frotaba las manos con expectación. Aquella visión casi hizo que Alec quisiese vomitar. – Ya pueden marcharse, mis lores. Aquí no hay nada que ver. – Algunos de ellos se miraron extrañados, como preguntándose como es posible que les negase aquello después de que le hubiesen propuesto para el matrimonio con Lena. Cerdos ignorantes. – Vamos majestad, esto es lo más divertido de casarse. Prometemos no hacer ruido. – Dijo Richmond con aquella sonrisa de sapo inútil. Normalmente Alec habría respondido con una expresión mordaz, pero tener que darles eso le asqueo aún más que sus caras. Su mano izquierda tomo al gordo seboso del cuello y lo levanto medio palmo del suelo como si fuese un simple muñeco de trapo. Sus ojos dorados brillaron en la penumbra con ganas de matar. – He dicho… fuera. – Y soltó al inútil. El duque cayó como un peso muerto y salió corriendo por el pasillo, seguido de cerca por los demás. – Godric. – Dijo el rey cuando ya estuvo el pasillo despejado. – Ya sabes la respuesta. – El jinete asintió y se marchó inmediatamente. No necesitaba mas explicación.

Alec dejo a sus guardias en las puertas y entro en la alcoba. Aquella sala era diferente al dormitorio que había ocupado la primera noche, como invitado. Aquellas eran las dependencias de los reyes y estaban equipadas a tal ámbito. Lena estaba en la alcoba, acompañada de sus doncellas, podía olerlas. Camino con paso evidente, dejando que se le oyese, cuando se asomó al dormitorio, vio como le terminaban de quitar el vestido de novia. – Con permiso de la reina.
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Mensaje por Lena Windsor Lun Mar 26, 2018 5:38 pm

El camino a sus aposentos, fue la primera vez que a la joven reina se le hizo eterno. A cada paso, a ciencia cierta sabía que la llevaba a tener menos tiempo antes de darse a la idea de lo que acontecería aquella noche. Ante las risitas de sus acompañantes, ante sus damas que fantaseaban con aquel momento en que el rey llegaría a los aposentos, ella se encontraba por primera vez realmente a flor de piel. Nerviosa, sensible. Por un lado, la habían preparado para aquel momento y teniendo la suerte de que su esposo fuese a ser alguien de su edad, no podía estar mas satisfecha. Sin embargo, ahora en que debía permitir un acercamiento que se había pasado toda su juventud negando, se encontraba con tantas dudas como temores dentro de ella. ¿Y si no lo satisfacía? ¿Qué sabría ella de pasiones, si nunca se había dejado llevar por una de ellas? Cierto era que había compartido ciertos momentos dulces con otro joven, pero siempre, había mantenido su virginidad, su cuerpo puro para quien debiese poseer ese privilegio. Muchos de los clérigos encargados de su preparación marital le habían dicho que se dejase llevar y no hiciera nada. Aquel acto solo buscaba descendencia y como reina, aquel sería su único propósito para con su esposo, a parte de respetarlo y obedecerlo. ¡Y un cuerno! Quien conociera el ímpetu y el corazón de la joven sabría que aquello era desear que el sol se volviese rosa y los cerdos volasen. Había prometido respetarlo y amarlo hasta el fin de sus días, aún así, ni él podría hacerla callar eternamente. Era una Windsor y las Windsor, en ese mundo gobernado por hombres tenían voz. ¿Y mantenerse quieta y dejarse hacer? No creía que su esposo fuese de los que se contentan con una esposa sumisa y estupida. Por el contrario, este parecía querer guerra. Encuentros intensos, tórridos. Como aquel primero beso que compartieron contra los ventanales de la habitación de invitados.

A la llegada a su alcoba, apenas hizo falta voltearse para darse cuenta de que los nobles empezaban a seguirla, sedientos de su visión plena y desnuda. Cerrando la puerta tras de ella sin querer descubrir quienes serían los que invadirían su preciada intimidad, sus damas empezaron a desvestirla y mientras una de ellas peinaba su cabello, las voces de los reunidos en el salón contiguo a su alcoba, empezaron a hacerse audibles. Manteniéndose lo mas serena posible, desconectó su mente de la visión de todos mirándola yacer con Alec y centró su mente, en él y en la ceremonia de la boda real. Él había estado espectacular. Con aquel traje regio y oscuro, sus ojos claros sobresalieron entre el resto al mirarla. Con una sonrisa naciendo en el extremo de uno de sus labios, levantó los brazos ayudando a sus damas a sacarse lo que le restaba de vestido y bromeó lo que quedó de tiempo con ellas. El vestido costó más de quitar de lo planeado y en lo que no terminaban de quitárselo, la perfumaron ligeramente, con un ligero toque de una esencia que lo único que buscaba era realzar el perfume de su propia piel. Contemplando su figura ante el espejo que le habían acercado, a los minutos de darse el silencio en la sala contigua, unos pasos resonaron decididos hacia la alcoba donde se encontraba. Habría podido adivinar con los ojos cerrados de quien eran aquellos pasos. Él siempre había caminado como si fuera el rey del mundo y ahora, ya era un hecho el que lo fuera. Por lo menos de toda Inglaterra. Cuando él se asomó, sus damas se apresuraron en las reverencias y la joven asintió mirando a su esposo, divertida de que este le pidiese permiso para entrar en lo que a partir de ahora, si él deseaba, serían sus aposentos privados. A parte, ciertamente, que acudía sola, nadie le seguia en sus pasos. Iban a estar solos y aquello la tranquilizó.

Permiso concedido. — sonrío a espaldas de él y viéndole a través del espejo, este se quedó unos segundos contemplándola desde la entrada en silencio. Le devolvió la mirada y en cuanto finalmente el vestido de novia se lo recogieron del suelo, carraspeo sintiéndose incomoda. Una de sus jóvenes damas miró de soslayo al rey y eso la perturbó. Sabia de ciencia cierta que cualquier joven se sentiría atraída por su esposo y desde que había visto por primera vez su retrato, se había autoconvencido de ello. No obstante, una cosa era pensarlo y otro llevar la acción a cabo y ahora, no se encontraba preparada para lidiar con ello. Era su noche de bodas, y por dentro, se encontraba muerta de miedo, aunque el deseo y la expectativa de pasar la noche entera con él le quitase el aliento. Solo quería sentir el tacto de sus manos fuertes por todo su cuerpo y lo ultimo que quería, era tener que marcar territorio cuando aún no la había hecho completamente suya. Ni él había sido suyo entre sus brazos. — Chicas dejadnos solos, seguro que el rey podrá deshacer estos nudos por mi. —Ordenó, añadiendo un cierto tono de impaciencia cuando sintió unas torpes manos intentando terminar de desvestirla, deteniéndose dubitativa en el corsé blanco que oprimía su figura. La verdad, quizás no fuera únicamente la impaciencia de la poca destreza de la joven dama, sino también la búsqueda del acercamiento con su esposo. Ahora, que desde el reflejo del espejo no veía a ninguno de los clérigos, ni miembros de la realeza detrás de la imponente figura de Alec, lo último que deseaba era un encuentro frío, aunque dudaba que aquel hombre pudiese ser frío entre sus sabanas. Sus ojos resplandecían en la penumbra de la habitación.

Las damas a su cargo tras sus palabras, terminaron de recoger el vestido de novia y los enseres y dejando el corsé a medio deshacer, empezaron a abandonar la alcoba real. Todas y cada una, al pasar frente al rey se postraron en una reverencia y tras unas también a la reina, se fueron en una estela de sonrisas cómplices entre ellas, sabiendo lo que estaba por pasar en aquella gran cama, elemento principal de la gran alcoba. Lena esperó a sentir la puerta de entrada cerrarse y en cuanto los dedos masculinos acariciaron su espalda, suspiró, sintiendo como todos sus nervios desaparecían de su cuerpo. La sola caricia estremeció su cuerpo, llenándola de expectación. Empezando a sentir como empezaba a soltarse el corsé, miró de soslayo a su esposo, poniéndose de perfil a él. En cuanto los ojos de él la miraron, ella le sonrío. Agradecida, calida. –Gracias por haberlos echado. No deseaba visitas esta noche, y me alegro que lo hayas hecho. – Susurró sin desviar la mirada de aquella intensa mirada masculina. Enrojeciéndose al pasar los segundos y regresando de nuevo su mirada al frente; al espejo, se colocó todo su cabello a un lado cuando su cabellera empezó a ser un estorbo para las manos de su esposo. A cada nudo deshecho, su piel se le erizaba al paso de sus dedos acompañado de un escalofrío que la hizo exhalar. Era un lento tormento sentir el roce de sus manos, sin realmente sentirlas. No contó los largos segundos en que aquella exquisita tortura siguió, pero en cuanto el corsé se aflojo completamente y su esposo se lo quitó, tras cerrar los ojos, los abrió y enfrentándose a la figura de ambos en el espejo, tragó duró. Sin aquella pieza de ropa, lo ultimo que la vestía era el batín por el que su esposo podía adivinar la silueta de su cuerpo, sin ni siquiera verla desnuda. Y era impactante verse a si misma tan vulnerable, tan henchida y preparada, al lado del cuerpo duro y casi agresivo de él. Desde las transparencias de la fina tela que la recubría, sus pechos y sus duros montículos sobresalían, endureciéndose cuando siguiendo la mirada contraria, Alec clavó su mirada en ellos. Luego bajó. Su vientre plano, sus glúteos y pantorrillas redondeadas… hasta llegar a sus largas y esbeltas piernas, en las que se escondía una intimidad totalmente desprovista de todo vello púbico. — Podéis seguir desvistiéndome, si lo deseáis, esposo. —mormuró entonces ella, sin aliento.
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Rise and Empire +18 {Alec Windsor} Empty Re: Rise and Empire +18 {Alec Windsor}

Mensaje por Alec Windsor Vie Mar 30, 2018 2:50 pm

Perfecto… ese era el término para definir la situación actual. Uno de los grandes placeres de su vida lo había descubierto cuando apenas tenía los quince años, y en realidad si hubiese sido posible lo habría experimentado muchísimo antes, y no era el sexo como la mayoría podría pensar en este momento, era algo mucho más básico: deseo. Sí, puede que dicho así sonara mucho más global y que el sexo se incluye dentro de esa categoría, pero no son lo mismo. Desde aquel preciso momento se había dado cuenta de que una sensación mucho más placentera era la idea de tener a una persona en la palma de tu mano solo por una cosa, o bueno puede que no exactamente eso, pero si saber que podías tener su intimidad más preciada por algo tan poderoso como podía ser el deseo por otra persona. Era curioso, pero había una ingente cantidad de tonterías que las personas podían hacer por algo tan nimio como el simple hecho de mirar a alguien a los ojos, sentimientos ridículos que podían ser mucho más interesantes si se sustituían por algo realmente revelador, la idea de que no podía existir en la mente de una mujer más pensamiento que estar con él, de que la tocase, era algo que causaba mucho más interés a Alec que cualquier otra supuesta muestra de afecto por parte de las mujeres. Una idea que desde hacía mucho le había causado más de un retortijón de estómago era que pensaran que solo por mostrarse dulces y cariñosas conseguirían algo…. Ridículo. Lena no era cariñosa, ni tampoco dulce, al menos no en ese momento, ella navegaba a medias en las profundidades del entendimiento que suponía saber que ese tipo de cosas solo servían en los cuentos. En la vida real, por el contrario, el deseo sí que era importante.

Suponía que por eso había dejado a un lado la idea de pasar una noche solitaria cuando, por el contrario, podía acabar dedicándose a ella de forma exclusiva, y el placer que sentía por poder degustarla al fin era…Sublime. E ahí de los grandes placeres de la vida, asediar a una mujer como una ciudad que guardaba las grandes fortunas del mundo, hacer que lo racional que por lo general debía regir sus vidas se convirtiese solo en una mísera vocecita a la que no valía la pena prestar la más mínima atención. – No tengo ningún interés en compartir esto con nadie…  - Le daba igual que le considerase arrogante y demás, ahora solo le preocupaba aquel sabor que había experimentado al besarla, y saber si ese mismo sabor se mantendría en la totalidad de su piel. Si que la había hecho esperar mucho, pero en eso estaba la emoción de la caza. Había que ser realistas, había deseado tener a Lena exactamente como ahora desde el momento en que la conoció y le miro con aquella cara de perfecta compostura. Pero desde luego la realidad siempre tenía que ser mejor ¿no?

Sintió la puerta cerrarse cuando las criadas salieron y el pomo de la misma chasquear al bloquearse, estaban solos, pero tampoco le importaba demasiado, porque se había propuesto resolver las intrigas que se le habían pasado por la cabeza desde que había comenzado la noche, y ningún listón de madera con salientes iba a impedírselo. Desvestirla no supuso un problema, además de molestarse en hacerlo despacio. La miraba a través del espejo, sabiendo exactamente lo que pensaba, y que aquello solo era postergar un poco lo que tanto empezaba a sentir. La excitación y el ardor que su mujer mostraba, ese olor que impregnaba su nariz ahora mismo solo podía ser de eso, incluso más fuerte que el propio nerviosismo. Cuando no quedo mas que una fina tela sobre sus hombros que la separasen de la desnudez empezó a entender ciertas cosas. Todos los hombres jóvenes suspiraban por la reina y si, había visto y reconocido su atractivo en las ocasiones anteriores, pero no había comparación con la situación en la que ahora la veía. Alec sabía que aquello podía ser por conveniencia o poder pero, ¿Por qué no disfrutarlo? No es para eso para lo que estaba allí, en aquella habitación. Dejo que se diese la vuelta para apreciarla bien, sus pechos jóvenes y tiernos, aquellas caderas insinuantes… admitía que la idea de estar casado puede que no fuese tan mala.  Sus labios recorrieron la comisura de sus labios antes de susurrarle unas suaves palabras al oído. – Date la vuelta… Quiero terminar.- Ya dejándola de cara al espejo, Alec le aparto los largos tirabuzones de pelo castaño claro del cuello, dejando a la vista parte del cierre del camisón blanco que tanto se interponía en lo que más deseaba. Beso la curva de su cuello a medida que iba desatando el vestido. La seda blanca bajaba lentamente por sus hombros, exhibiendo una piel tersa y perfecta. El licántropo saboreo con placer mientras se quitaba la chaqueta desabrochada, como si fuese un hombre que no había probado jamás bocado y tuviese delante el primer manjar de su vida. La parte superior del camisón callo por fin y él no dudo en seguirla. Su rodilla se postro en el suelo mientras su lengua recorría con ansia el pequeño espacio que dibujaba su columna vertebral hasta detenerse en donde la espalda perdía su nombre propiamente dicho. Cuando el vestido termino de caer al suelo, sin el cuerpo que lo mantenía en el aire, Alec dejo de prestarle atención alguna. Bien era dicho que la mujer hacia al vestido y no a la inversa.

Se alzó de nuevo para mirar su reflejo, si tanto deseaba aquella noche, pues se aseguraría de que fuese lo más placentera y torturadora posible. Rodeo el cuello de su esposa para que le mirase, no dejaría que se perdiese un detalle de lo que estaba a punto de hacerle. – Abre la boca. – Le ordenó. Su voz sonaba imperativa, como si no fuese una petición sino una orden dada a un subordinado. Si iba a ser suya, obedecería y la sometería como bien hacían los cazadores. Su esposa lo hizo, y antes de que sus ojos pudiesen siquiera preguntar, el licántropo metió los dedos en su boca. Acaricio su lengua con avidez, dejando que los jugos empapasen su piel. – Chupa, y ahora no te muevas. – Dejo que sujetarle el cuello y sus dedos, húmedos y desesperados, bajaron por su vientre hasta rozar otros labios muy diferentes a los primeros. – No tengas miedo. – Le susurro a su esposa. – Si lo hago bien, no te dolerá. – Los dedos profundizaron más en la carne, dejando la parte más íntima de ella a su completa disposición. La mano avanzo y retrocedió, frotando lentamente su inmaculada perfección para, poco después, ir introduciéndolos en la cavidad sexual de la reina. Primero uno, después el otro. No presiono, no hizo fuerza, quería asegurarse de que sintiese hasta la más mínima fibra de su cuerpo tensarse. Masajeo su interior, y aunque solo era una invasión muy leve, olio como su cuerpo gritaba en silencio. Solo estaba empezando. Dejo que los dedos escapasen entre sus muslos para llevárselos a su propia boca. Que delicia, que sublime variación de sabores, cosas que solo que una virgen podía dar. – Eres deliciosa… mi reina.
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Mensaje por Lena Windsor Sáb Mar 31, 2018 4:12 am

En cuanto el pomo de la puerta se cerró tras de ellos, ambos quedaron atrapados en aquella habitación. Era innegable la atracción entre ambos; el deseo eclipsó la alcoba y la joven reina solo fue la primera victima. En el espejo no dejaba de verle, y de verse. Con todo su voluptuoso cuerpo sensible al recorrido de los intensos ojos masculinos, era imposible escapar, y quizás tampoco lo quiso en ningún momento. Llevaba tanto tiempo esperando aquella noche, que desde que habían enviado su retrato a su dormitorio, se había imaginado una y mil noches como sería ser suya. Aterrorizada pero caliente, él comenzó a besarle el cuello dulcemente y pese a la delicadeza de sus labios, ella los sentía sobre su piel como brasas incandescentes. Allá por donde ellos pasaban, él dejaba su marca en su piel. La estaba marcando, haciéndola suya sin necesidad de nada más que sus oscuros labios. Lena se sorprendió así misma jadeando completamente sumisa a sus besos, arqueando la curva de su cuello dándole completo acceso a él. El batín empezó a deslizarse por su piel, enviando miles de escalofríos a su columna. Suspiró deseosa y en cuanto el rey dejó su cuello e inició un lento camino de besos por su espalda, todo su cuerpo se arqueó ante su lengua. Aquellas caricias eran pecaminosas, y aunque presentía que solo era el inicio y vendrían de mas intensas, intentó por todos los medios no avergonzarse. Su tez adquirió un inocente sonrojo cuando quedó completamente desnuda ante su reflejo y ante él, y su corazón en su pecho bombeó con más fuerza. Agradeció en ese momento que nadie más estuviera viendolos en ese instante, porqué con él, era imposible mantener la calma, cuando él la miraba de aquel modo tan intenso y calculador. Casi como si estuviera en shock, aunque el deseo y la expectación fueran superiores a su miedo al dolor, atendió a cada uno de sus mandatos con rapidez, plenamente confiada. Abrió la boca, chupó con deseo aquellos dedos e intentando relajarse cuando él le prometió que haría lo posible para que no le doliese, se entregó por completo a las llamas de sus ojos.

Sin atreverse casi ni a mirar, observó como la mano de su esposo abarcaba toda su intimidad y en cuanto, esta friccionó con su dulce carne virginal, la insoportable ola de placer hizo que se pusiera tensa. Todo su cuerpo reaccionó a las caricias. Era increíble la forma en la que aquella mano capaz de domar potros salvajes, era ahora suave y delicada. Entre los pliegues de su sexo, las yemas de sus dedos describieron círculos y tanteaban el camino hacia el diminuto fruto oculto entre sus piernas. Apenas lo encontró y acarició, la joven reina tembló ante su mirada completamente expuesta. Entonces, uno de sus dedos la penetró. Con lentitud sintió aquel dedo colarse en su interior y enseguida las paredes de su sexo lo recibieron, estas se ciñieron alrededor de él, ella jadeó con fuerza. Una punzada de deseo la recorrió cuando al primero, se le unió otro dedo y juntos hicieron mella en sus sentidos. La acarició y estiró, sintiendo de pronto el impulso de cerrar las piernas cuando un breve eco de dolor asaltó sus sentidos estremeciéndola, no obstante, la férrea mirada de su esposo la mantuvo en su lugar. Alec no la dejaría escapar. Ante la mirada demandante de su esposo, gimió cuando nuevamente su mano abrió sus pliegues y la acarició. Con sensual determinación, la mano del rey resbaló en su humedecida carne tanteando el camino y Lena anhelante de intensificar sus caricias, abrió sus piernas dejándose llevar por aquella mano experta y por aquella ronca y demandante voz masculina.

Sintió el doloroso vacío en su interior cuando él se alejó de ella, dejando todo su sexo palpitante, deseoso y le dio un vuelco el corazón, cuando tras unos instantes, él llevó sus propios dedos a su boca y la saboreó. Sin vergüenza él siguió mirándola en lo que en su boca se recogía su sabor y quedándose la fémina sin aliento, se humedeció los labios repentinamente secos. No sabia que pensar, tampoco como proceder a continuación. Tenía los nervios a flor de piel, pero no solo eso, ahora su deseo era primitivo; más feroz. Deseaba que él terminase lo que había empezado, se sentía pesada. No solo sus pezones rosados se encontraban henchidos de deseo; toda ella se encontraba necesitada palpitante. Lo vio relamerse frente a ella, en una actitud descarada y antes incluso de pensar en como reaccionar, le apartó los dedos de su boca y con vehemencia se lanzó directa a la posesión de su boca. Ese beso no fue como ningún otro de los anteriores que habían compartido. Esta vez la boca de ella lo reclamaba para si y atrayendolo del cuello hacia ella, su desnudo cuerpo chocó contra el de él. Quizás no había despertado todavía a la bestia, pero a la joven leona no se le podía dar a probar un exquisito manjar y luego, arrebatárselo Atacando impunemente con su lengua la cavidad ajena, sintió las manos de él recorriendo con premura su desnudo cuerpo, y siseó de placer contra sus labios. Ella había empezado el ataque, pero él parecía dispuesto a luchar por la supremacía Los labios de él prontamente arrebataron el sentido a la joven reina y sintiéndose abducida por el sabor picante y oscuro de su esposo, gimió contra su paladar indefensa sintiendo su pelvis rozarse contra su cuerpo en un vaivén endemoniado.

Ella jamás había actuado así, es más, jamás habría esperado que aquella noche su cuerpo llegase a traicionarla de aquel modo. Parecía estar en celo y aunque fuese imposible, su cuerpo era un amasijo de deseo, excitación y miedo a partes iguales. Tomó con fuerza el labio inferior del rey en los suyos y jalándolo, lo soltó quedándose a escasos centímetros de su aliento. La respiración ajetreada de ella chocó contra la ajena y respirando hondo, sus manos empezaron un lento descenso por el pecho de su esposo. Desabrochandole uno a uno los botones de su camisa, delineó con deseo inusitado cada uno de sus músculos, recorriendo con su palma cada trozo expuesto de su piel al tiempo que su camisa iba abriéndose hasta caer al suelo. Entonces acarició sus labios una ultima vez y sonrío. - Ahora, dejadme veros a mí. -le ordenó en un susurro, más bien parecido a una suplica contra su boca, antes de alejarse un palmo de su alcance y bajar sus ojos hacia su duro pecho.

Alec era alguien a quien todos debían de temer, su cuerpo solo exudaba más poder que todos los nobles ingleses de la región y aunque debiese de asustarle su fuerza, por el contrario, esta le enorgullecía y excitaba. Con sus dedos empezó a acariciar su piel y bajando de los hombros hacia abajo, rodeó cada una de sus cicatrices; delineandolas. Una de sus manos se quedó en la cicatriz de su pecho mientras la otra, siguió bajando hasta acariciar su pelvis sobre el pantalón y sentir el bulto prominente de su excitación. Se quedó sin aliento y mordiéndose el labio con nerviosismo, sin pensárselo demasiado le desabrochó su pantalón junto con sus calzones y al dejar que estos se deslizaran por sus caderas, Lena se quedó sin aliento al contemplar su sexo inhiesto, duro como una roca, prácticamente rozándole el ombligo, alzándose orgulloso frente a ella. Ella tembló al contemplar su tamaño imponente y la fuerza con la que palpitaba, pero un escalofrió de excitación le recorrió la espalda al ver a ese hombre, que ahora era suyo, de pie ante ella. Le pareció hermosa aquella masculinidad salvaje, el increíble poder de su cuerpo, su perfección esculpida a cincel. Él colmaba todas sus fantasías de mujer. Lo deseaba. Pese a su inocencia y la vergüenza que sentía, la curiosidad pudo más con ella y bajando su mano hacia su miembro viril, esta se cerró en torno a él oprimiéndolo en su palma. Una sola vez había visto a sus padres yacer por error, y acordándose del movimiento que havia llegado a vislumbrar por error aquella noche, inició un lento vaivén de su mano. Primero desnudó su miembro tirando de su piel hacia abajo, y luego, por el contrario, tiró para arriba. Se relamió los labios y aumentando la fricción, con la yema de uno de sus dedos inició caricias en el glande esparciendo la gota de liquido presiminal que había mojado su dedo. Lo repitió una y otra vez, y sintiendo el impulso de besar la cicatriz de su pecho, un gruñido feroz atrajo de inmediato su atención. Sin detener su mano, regresó entonces su mirada hacia la contraria y se quedó helada, inmóvil. La mirada abrasadora de él, hizo que se estremeciera de arriba a abajo. Ella le miraba con los ojos nublados por el deseo, no obstante, él; la estaba mirando con ojos ardientes, hambrientos. - Enseñadme a complaceros, mi rey. -le suplicó con la voz rota de anhelo deseando satisfacer esa mirada, y a la bestia; que ensombrecía los ojos de su esposo.
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Mensaje por Alec Windsor Sáb Abr 07, 2018 3:14 am

En los meses que habían acontecido previos al matrimonio, Alec estudio a su futura esposa con detalle y minuciosa precisión. Creía que nada de ella podía sorprenderle en absoluto, que conocía todos los rincones oscuros de su mente. Bueno, pues la sorpresa parece que, al final, sí que estaba en la ecuación. Aceptémoslo, que Alec estuviese tan centrado en una sola mujer era complicado, casi un milagro, y si tenemos en cuenta que él y su mujer no se parcial demasiado, un factor tan estimulante como la sorpresa podía inclinar la balanza a que esa unión por conveniencia pudiese incluso apuntar a ser entretenida. Él no quería a una princesa, ya había demasiadas en el mundo y todas ellas le caían mal por sistema; tampoco quería a una a la que fuese fácil desnudar, de esas ya había muchas también. Lo que buscaba era una cosa simple pero casi imposible al mismo tiempo: una reina en público y una loba incontrolable en la intimidad. Como es evidente, Lena no tenía nada de loba, pero aun así, quizás tuviese potencial para no ser nada aburrida. El casarse con una humana había sido extraño, pero al ver como su mujer lo desnudaba y como le miraba, con esa cara de desear mas y mas y mas, empezaba a pensar que esa sensación que tenía, como una especie de objeto plantado en el límite de la visión y que no terminabas de identificar, era una sola cosa: empezaba a desearla. No hay que interpretarlo mal, Lena era impresionante para la media humana, casi tanto como el propio Alec para la lobuna. Bueno, era complicado verse en esa situación, pero no le importaba demasiado. Puede que fuese la primera vez en la que el rey no pretendía pensar en nada, por lo menos no como lo hacía normalmente, y eso era raro.

Ooooh que mujer más sorprendente. ¿Realmente había dicho esas palabras? De haber sabido que estaba tan predispuesta  a hacer las cosas como a él le gustaban habría hecho aquello mucho antes. Las ocasiones en las que podía disfrutar del placer con una humana eran limitadas, Alec era muy selectivo y los humanos nunca habían estado entre sus preferencias, puede que Lena no lo supiese – y obviamente él no se lo diría – pero era una de las dos únicas humanas que habían podido compartir cama con él. Dejó que terminase de desnudarle y se quedó mirándola un rato, quería que aquella espera la matase, que sintiese la desesperación lenta y extasiante antes de que todo explotase. Por desgracia, aquello tampoco debía ir demasiado lento y el licántropo ya no aguantaba ni un segundo más. Tenía la necesidad de poseer a aquella mujer si, pero se aseguraría de que ella se desesperase por lo mismo. ¿Qué era el sexo si no? Una relación en la que la complacencia de esa índole no tenía lugar solo era una idea absurda. Paseo las manos por la cintura de la reina, le encantaba aquel vientre liso, tenía la impresión de que podría perderse allí durante años y le daría igual. Al final llevo las manos hasta el moldeado trasero de la mujer antes de levantarla en peso del suelo y llevarla hacia la cama. La poso suavemente sobre el edredón blanco de la cama de matrimonio antes de quitar él mismo la cortina del dosel y arrojarla a un extremo indeterminado de la habitación. – Vas a tener que tener muuuuucha paciencia, ya sabes que puedo ser un poco torpe… - Dijo con sarcasmo. Sus labios volvieron a unirse a los de ella sin poder esperar, sin poder esperar por la fuente de todos sus deseos y pasiones. El sabor de su boca nunca cansaba, siempre se descubría un matiz nuevo, un sabor que antes no se había notado y la perspectiva cambiaba radicalmente para descubrir que en realidad no había descubierto todos los encantos que tenían esos labios, todas las expresiones que tenían esos ojos ni todas las impresiones que daba su piel. Sus besos eran descontrolados, apremiantes y con una necesidad de ignorar las funciones respiratorias que resultaban pasmosas. En cierto modo ya estaba en un momento en que la delicadeza no se tenía en cuenta. Tomo una de sus largas piernas, y empezó a besar alrededor del gemelo, todo para ir subiendo poco a poco por la rodilla, el muslo y el ligerísimo y fino borde de su ardiente intimidad. Sus manos se deslizaron por las finas líneas de sus pechos, apretando sutilmente uno de los pezones que se ajustaban a sus dedos como si estuviesen diseñados así. Una vez eliminados los obstáculos de la ropa, su boca siguió ascendiendo, dibujando la silueta de su piel con la lengua, que fue a parar hasta uno de sus pechos ligeramente duros.

Sintió un momento de debilidad, un instante en que el lobo que llevaba dentro quería seguir mordiendo hasta atravesar piel, carne y hueso, pero le freno de inmediato. El controlaba aquella situación y no dejaría que la bestia volviese a escaparse. En lugar de eso, dios unos mordiscos algo más fuertes de lo normal en sus sonrosados pezones. Sus ojos dorados la miraban fijamente justo cuando se le ocurrió una idea. - ¿Quieres complacerme? Bien… - Estaba claro que aquella mujer era virgen, y vio algo muy interesante: preparación. Si iba a tener que compartir cama con una humana durante mucho tiempo se aseguraría de moldearla, sería su muñeca, la esclava que todo licántropo debía de tener porque esa era la verdadera función de los humanos: servir a unos seres superiores a ellos. Cogió uno de sus pezones y tiro ligeramente, el dolor no debería de ser demasiado, solo lo justo. – No te muevas. Si lo haces… me enfadaré. -  Acto seguido comenzó a bajar de nuevo por su cuerpo, pero esta vez era diferente, esta vez, había algo más. Alec había dejado salir los colmillos justo a tiempo, dejando que estos arañasen la piel de su mujer.  No iba a morderla, pero si q sabía que aquellos besos le harían daño, la harían moverse. Pretendía probar la resistencia de su esposa y ver cuando deseaba obedecer. Finalmente su cabeza se abrió paso entre sus piernas, comiendo, devorando, saboreando todos los jugos del placer que habian convertido a la reina en su juguete, en su esclava.
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Mensaje por Lena Windsor Vie Mayo 11, 2018 10:14 am

Nunca había imaginado que aquella noche podría llevarse a cabo de aquella manera tan natural. Siempre había sabido que la primera noche era no solo la más dolorosa, sino también la más bochornosa entre otras cosas. Y ahí estaba ella, completamente entregada a la mano de su esposo, a sus propios deseos de hacerlo enloquecer, así como él la había enloquecido solo iniciar la noche. Podría parecer un sinsentido, pero cuanto mas rato se encontraba con él, más le deseaba. No solo parecía sumamente preocupado con que disfrutase de aquella primera noche y de su unión, si no que hasta el arrebato con que la alzó y la tumbó con delicadeza en la cama, la hizo sentirse deseada, especial. Como si no pudiese esperar más para hacerla sentir que era suya y exclusivamente suya. ¿Y que mujer no deseaba sentirse de aquel modo?. Atrapada entre el colchón de la cama y el cuerpo masculino, sin deseos de resistirse a él, la joven reina lo aferro con todas sus fuerzas. Sus brazos se entrelazaron alrededor del cuello de Alec y él; atrayendola más cerca de si, se inclinó y la besó con unos labios sumamente demandantes. Ella jadeó su nombre entre sus labios y sintiendo cada parte de su cuerpo pegado al suyo, entrelazó sus femeninas piernas entre las de él, atándose así a su cuerpo en lo que su boca se abría apremiante a que él con sus besos la explorase a placer. A cada movimiento de sus bocas buscándose desesperadas, el calor y el aroma de su cuerpo la envolvían mientras su boca la sumía de lleno en un fuego oscuro que encendía cada uno de sus sentidos. Gimiendo contra la boca de aquel ser que parecía exigir más y más de ella, se apretó más contra él. - No puedo creerme que mi esposo sea torpe, más bien solo parece fingirlo -Mormuró contra sus labios con una sonrisa. Sentía que había estado esperando toda la vida para saborear sus besos. Había soñado con eso, con ese hombre como amante y como esposo, desde mucho antes de aceptar aquel matrimonio -aunque jamás se lo confesaría-. Ya desde muy jovencita, la única vez que le había visto se había encontrado particularmente interesada en él, hasta llegar a soñar con él, no solo una vez, si no más. En aquellos sueños, siempre se había despertado con la respiración ajetreada y sudorosa, y ahora entre sus brazos, solo podía pensar en que era mucho mejor de lo que había esperado por aquel entonces. Era indómito y seductor, una bestia quizás pensó al ser consciente de como con solo un beso podía arrasar con todo pensamiento hasta solo quedar la locura de su sabor en el paladar, pero su sabor era intoxicante; salvaje.

Tras un buen rato, él se apartó y dejándola con la miel en la boca, procedió a acariciar con sus labios una de sus piernas, y al tiempo en que finalmente él quedó completamente desnudo, bajó a besar su piel. Inició primero en su gemelo...rodillas y ascendió en linea recta. Cuando su boca desvergonzada bordeó la orilla de su sexo, a Lena la excitación se le hizo casi insoportable. Su pierna tembló y antes de que sucumbiera a la necesidad de mover su cadera a su encuentro, el rey prosiguió su camino, liberándola de la tensión que se había acumulado, poniendo en sobreaviso todos sus sentidos. Sus manos firmes recorrieron su cuerpo hasta uno de sus pechos y en cuanto su húmeda lengua siguió aquel mismo camino, esta arqueó la espalda bajo su cuerpo, buscándolo, deseando que calmara el ardor que sentía en sus pezones tras el ligero punzor de sus dedos sobre uno de ellos. Él le contestó al poco tiempo mordiéndole sus puntas endurecidas y dejando escapar un gemido, abrumada por aquel movimiento inesperado, aturdida lo miró entre sus tupidas pestañas. Él estaba allí, sobre ella mirándola fijamente, escrutándola con una mirada intensa. Dejando atrás el picazón de sus mordidas, le devolvió la mirada expectante, anhelante. Quizás una parte de ella temía al feroz y poderoso hombre que la tenia a su merced en aquella cama. A pesar de la respuesta de su cuerpo femenino al avance de él, ella seguía siendo virgen y como tal los nervios y el miedo de la primeriza seguían en algún lugar de su psique, no obstante, también se encontraba fascinada. Mortalmente fascinada por aquel hombre al que ahora podía llamar esposo. Viéndolo frente a ella, deseó unir nuevamente sus labios, sintiendo el deseo irrefrenable de sus venas por volver a encontrarse inmersa en aquel sabor pecaminoso de su boca, cuando con una fría y excitante seriosidad le ordenó mantenerse quieta. Enseguida se tensó al oír aquellas palabras, sin embargo, se encontró asintiendo. La habían entrenado para obedecer las palabras de sus superiores en su adiestramiento en la milicia para en un futuro; como reina, poder ella mandar sobre su propia guardia privada. Aquello no era muy distinto a lo que ahora estaba viviendo, aunque obviamente, ahora ella deseaba complacer en todo momento a su esposo y no seguir sus ordenes para poder sobrevivir en un futuro, aunque teniendo al rey en su cama no sabía que podía ser mas peligroso, si el castigo que le prometía su esposo si lo desobedecía o una escaramuza militar en sus propias tierras esa misma noche.

Tras asentir, tragándose su orgullo femenino, le observó bajar al valle de sus pechos e iniciar un lento ascenso por su cuerpo. Resultaba casi imposible no moverse, resistir la tentación de acercar más su piel a la caricia candente de aquellos labios. Sin embargo, cuando de pronto al rastro que dejaba sobre su piel, empezó a sentir el tirón no solo de sus besos sino también de sus dientes, jadeó sobresaltada al sentir el ligero dolor que dejaba atrás y mordiéndose el labio se limitó a resistir en silencio. Fijando los ojos en él, viéndolo concentrado en su tarea, por todos los medios se mantuvo inmóvil ante el breve y picante dolor que dejaba con sus besos por toda la extensión de su cuerpo, desde sus pechos hasta su pelvis, donde recayó una de las mordidas más dolorosas en su hueso antes de seguir con su camino, hasta bajar al encuentro de su sexo y allí, empezar un juego completamente nuevo con ella.

Le abrió las piernas y en cuanto vorazmente su boca empezó a lamer su sexo, un escalofrío de placer la inundó, estremeciendo y erizando toda su piel. Casi no podía creerse que alguien pudiese beber de esa forma de ella. Dejó escapar un gemido mientras sus caderas, instintivamente se alzaban suplicantes y él, con su húmeda y hambrienta lengua se abría paso separando sus labios menores en movimientos expertos, hasta encontrar el punto en que toda mujer perdía sus papeles. El primer toque de su aliento cálido contra su clítoris, provocó un húmedo delirio en la joven reina, pero no fue hasta el primer lametón de su lengua contra aquel sensible punto de su sexo, que la sacudió completamente, enviándola a un lugar al que había oído llamarlo como pecado por los más santos de Inglaterra. ¿Como podía un hombre saborear de esa forma a una mujer? ¿Y como podían resistirse las mujeres ante aquel escandalizado y pecaminosos movimientos pero tan excitantemente placenteros? En la corte la habían preparado para aquella noche, pero nadie la había preparado para ser la protagonista del festín que el rey se estaba tomando entre sus piernas. Él lejos de separarse de sus labios menores y de su creciente humedad, no hacia más que alimentarse de aquel néctar dulce como si estuviese muerto de sed, y solo su excitación le colmase. Parecía gustarle, y cuanto más énfasis ponía él en sus acciones, ella más se perdía, enloqueciéndose Allí, envuelta en la férrea seducción casi agresiva de la boca de Alec, Lena no entendía como esperaba que pudiese mantenerse quieta cuando ni siquiera era consciente de nada más que no fuera su sexo palpitante contra su feroz lengua. Intentó no moverse, aun así, el control de su cuerpo al poco tiempo desapareció y moviendo onduladamente sus caderas contra los estoques certeros de la lengua del rey, su cuerpo se acopló perfectamente a sus movimientos. Hubo un momento en que cerró los ojos con fuerza y cerrando entre sus manos convertidas en puños las sabanas, él avivó tanto su fuego; su deseo, que asustada ante la intensidad con que él rey la estaba devorando, en cuanto sintió en su pelvis avivarse un torrente de calidez, su cuerpo sufrió un vuelco en la cama e intentó alejarse de aquella decadencia sensual que él la obligaba a aceptar.

Enseguida su cuerpo inconscientemente quiso escapar de sus exigentes demandas, el rey la tomó con fuerza de las nalgas y devolviéndola al alcance de su boca hambrienta, se la oyó gritar cuando este mordió con fuerza una de sus nalgas, reprendiéndola por no haberle hecho caso a la orden de mantenerse inmóvil. En los ojos de la reina se asomaron el inicio de unas lagrimas ante la poderosa mordida y lejos de rehuirlo, buscó su mirada encontrandoselo asomándose entre sus piernas con una intensa mirada , casi oscura fija en ella. -Perdonadme... No pude controlarlo. -Imploró en un susurro ronco sintiendo como donde ahora latía dolorosamente el recuerdo de la mordida, empezaba lentamente a amorotonarse. Aquello dolió, y otras jóvenes se hubieran asustado y rehuido completamente, más lejos de ello, la reina no sintió miedo, solo respeto. Estaba jugando con quien ahora mismo creaba las normas del juego y lo ultimo que podía hacer, era desobedecerle cuando en lo único que él parecía pecar era en las ganas que lo consumían, y que a ella a más alto grado también la consumía de arriba a abajo. Soportando su mirada, sin rehuirlo, levantó una de sus piernas y la posó en su hombro, quedándose así asegurada de que no volvería a escapar ni a moverse mientras él continuara entre sus ellas. Él siguió en silencio el movimiento con los ojos y bajando tras unos segundos de espera ,su mirada nuevamente a su sexo abierto y a un ínfimo alcance de su boca, bajó lentamente de nuevo a aquel lugar calmando los miedos de su esposa con unas nuevas caricias, estas más lentas, más suaves pero a la vez, más candentes.

Lena enseguida tembló de placer, totalmente abrumada. Tras aquel breve toque de dolor que se había ganado, ahora parecía que su cuerpo tomaba el placer de distinta forma, siendo aún más consciente de cada uno de los movimientos que él perpetraba sobre su intimidad. Él ahora la besaba, la absorvia...¿Se podría morir de aquello? Se preguntó en un lapsus de tiempo hasta que las sensaciones la atropellaron, silenciando su consciencia. Ya no era dueña de su voluntad, la boca del rey se la había arrebatado. A cada minuto que él seguía allí, lamiéndola y probandola de forma lenta, casi perezosa, más perdida se encontraba. El deseo era como un arco tensado en sus entrañas y mientras él más ahondaba en sus húmedos secretos, ella más y más y más navegaba a la deriva en aquella tormenta que él avivaba con el mero roce de sus caricias. Su sangre se volvió fuego que empezó nuevamente a consumirla. A pesar, de la lentitud en las caricias de la lengua masculina en su sexo tembloroso, a cada leve sensación  de aquel indescriptible placer, se quedaba sin aliento. Escapándose de sus labios un gruñido, casi un jadeo, cuando él jugó a someterla con sus labios. Su mente intento huir a algún remoto lugar donde estuviese a salvo del saqueo a la que la estaban sometiendo, no obstante, fue inútil. Cuando los labios de Alec apresaron su henchido y enrojecido clítoris y tiró de él, se encontró perdida irremediablemente entre las llamas del infierno. En ese instante, todo su cuerpo se tensó hasta el extremo del dolor y una necesidad frenética la sacudió. Un delirio sin fondo convulsionó cada uno de sus sentidos y, entre un mar de sollozos y gemidos, se aferró salvajemente a las sabanas de la cama de matrimonio. Y mientras su cuerpo explotaba en millares de partículas, abandonándose a los feroces y calmos deseos de su esposo y a sus brazos que la rodearon con fuerza, su cuerpo tembloroso fue consumido por los escalofríos que siguen al éxtasis, dejándola ruborizada, confundida y completamente excitada. Húmeda como nunca antes jamás habría siquiera ni soñado, y totalmente preparada para aquella bestia que no dejaba de relamerse.
Lena Windsor
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Realeza Inglesa
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