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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Malacoda Vie Mayo 19, 2017 1:56 am


"Luego crece en el árbol el fruto del engaño,
rojo y dulce al paladar,
y el cuervo teje su nido
en su más espesa sombra."

—William Blake.



Alianzas. Los grandes imperios no podían surgir sin éstas; era importante, y continúa siéndolo, contar con el apoyo de ilustres compañeros en el poder. Si bien, las traiciones y las venganzas estaban a la vuelta de la esquina, no estaba de más tener al lado a personajes de confianza. Malacoda estaba consciente de ello, pues él había nacido con las grandes civilizaciones, incluso, ayudó a erigir a todo un imperio en el pasado, aún siendo mortal. Ahora actuaba de la misma manera, sólo que de un modo más disimulado, pues, siendo él un ser abismal en esencia, comprendía lo importante que era ir con cuidado. Las sociedades iban cambiando constantemente, aunque el hombre seguía cometiendo las mismas faltas que en el pasado. Y precisamente de eso era lo que mantenía a criaturas como Malacoda.

El vampiro no sólo se encargaba de reclutar marionetas o destruir a sus enemigos, sino, también se interesaba en forjar alianzas con seres que tuvieran una habilidad para liderar. Le agradaban ese tipo de personas, los consideraba importantes en este mundo, pues, gracias a ellos Los Custodios podían avanzar con mayor facilidad en sus propósitos. La codicia era algo que le resultaba maravilloso. Y mucho más cuando ésta era usada con inteligencia en el campo de batalla.

Fue esa misma razón la que lo llevó a interesarse en Stanislav II Rachmaninov y prácticamente adoptarlo como su alumno, alguien a quien pudiera amaestrar en el arte de la estrategia, la guerra y los negocios. En el pasado había coincido con su padre, pero fue algo casual, no muy relevante; quizá él se habría encargado de evitar la tragedia que asoló a la familia real, sin embargo, esas cosas no eran muy de su incumbencia (cosas de demonios, ya saben).

La elección lo tenía bastante contento y la relación entre ambos inició como algo de mutuo respeto, como de padre e hijo, por así decirlo, aunque en un principio Stanislav se mostró bastante reticente, Malacoda supo en dónde atacar: en su ego. Al ser un vampiro tan antiguo y poderoso, llevaba más conocimiento que el joven Zar, y éste se vio inminentemente interesado en aprender todo lo posible de su nuevo maestro. Era como una esponja que absorbía todo. El antiguo no podía estar más satisfecho; además, el muchacho tenía la peculiaridad de tener una sed de poder (y eso aplicaba al conocimiento también). Eso agradaba a Malacoda, pues comprendía perfectamente que Rachmaninov no era ningún mediocre.

Habían concordado una cita en el corazón del imperio ruso, justo en el Palacio de Invierno. No fue una elección hecha por casualidad por parte del Custodio; él tenía intereses que se ocultaban en aquel país. Pero mientras aquello iba concretándose, aprovechó la ocasión para ver a su alumno, para saber si sus consejos anteriores habían rendido frutos. Hacía muchísimo tiempo que no paseaba por los paisajes de Rusia, aunque le resultaban encantadores, sus responsabilidades no le permitían distraerse en nimiedades.

—Gracias por la invitación —dijo a modo de saludo, paseándose por el vestíbulo principal del palacio en donde se llevaba a cabo la reunión—. Me alegra verte de nuevo. Espero que todo haya marchado bien desde nuestro último encuentro. Me encantaría escuchar tus nuevos expectativas para el imperio.

Se paseó con tranquilidad, mientras meditaba sus próximas palabras. Esperaba que su alumno le ofreciera una introducción digna para una plática agradable entre dos seres corrompidos por la avaricia. Malacoda solía esperar que otros iniciaran adecuadamente la conversación, era una manera de analizar a su interlocutor, de saber a quién se enfrentaba, o las reacciones desencadenadas por eventos recientes.



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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Lun Jul 24, 2017 9:24 pm


La historia le decía que no debía confiar en un vampiro. Su padre tuvo el mal tino de hacerlo, y por años los Rachmaninov estuvieron alejados del lugar que por derecho era suyo: el trono de Rusia. Pero Stanislav II constantemente se decía que iba a ser todo lo distinto a su padre que se pudiera. No iba a caer en las mismas trampas, no iba a confiar ciegamente en un ser de oscuridad, no sería tan tonto como el antiguo emperador, muerto frente a sus ojos.

Tenía sus propios demonios con los cuales lidiar como para preocuparse de sobremanera de ello. Además, cuando conoció a este ser, supo cómo hablarle. Supo qué palabras usar y el joven zar no se percató de ese poder de manipulación y encantamiento hasta después, hasta que ya había caído en la tela de la araña. Pero contrario a sentirse ofendido, se sintió todavía más curioso. Sabía que a veces podía ser temperamental, y con la ayuda de Malacoda, quizá, podría controlar eso. Hacer más. Ser más.

Superar a su padre que, a pesar de sus obvias fallas, fue un gran emperador. Respetado, y temido, aunque no querido. Tampoco añoraba la adoración de su pueblo, le bastaba con lo primero.

Debido a  sus propias vicisitudes, iba y venía de París a San Petesburgo y de regreso. Dejó demasiados asuntos inconclusos en la capital francesa como para dejarlo así nada más. Asuntos demasiado personales, que tenía que atender él mismo. Que no podía delegar, y viajar constantemente lo estaba acabando un poco, a decir verdad.

Poder concertar una cita con el flamante nuevo zar (lo cual era un decir, pues ya llevaba su tiempo en el trono), era cosa complicada, pero con Malacoda hizo una excepción. Lo conoció al principio de su reinado, y desde entonces lo había intrigado. Sabía que necesitaba gente inteligente a su lado. La verdad no le daba mucho peso a la latente amenaza de la traición, porque estando en su posición, ésta podía venir de cualquier sitio. Sabía que debía andarse con cuidado con cualquiera, y con un inmortal aún más. Incluso así, lo consideraba valioso.

Gracias por venir tan pronto —Stanislav cruzó el salón. Iba vestido con cierta modestia, considerando que gobernada el suelo bajo los pies de ambos, y mucho más. Rusia era el imperio más grande de Europa, y si conseguía su cometido, lo extendería aún más. Para eso necesitaba a Malacoda.

Era obvio que Stanislav estaba entrenado para la guerra. Que no se tentaría el corazón a la hora de arrasar con naciones enteras. Pero era inteligente, y estaba consciente que en muchos casos, era más importante la diplomacia. Y en ese aspecto no estaba tan avezado. Su padre fue un monarca de guerra, no tenía por qué enseñar a su hijo algo distinto.

Con un gesto, indicó a toda la servidumbre que se marchara y lo dejaran solo con el visitante. Obedecieron al instante. Aguardó a que el último de ellos se marchó, para hablar de nuevo:

Más que bien. Aún trato de arreglar los desperfectos que Chaadayev dejó en esta gran nación, pero vamos caminando. Ven, pasa por aquí —e hizo una seña para que ambos fueran directo a una sala de hermoso tapizado. Traída desde Inglaterra sólo para el Palacio de Invierno. Uno de sus ancestros insistió mucho en “modernizar” a Rusia, lo que significó cierta occidentalización. Al menos, Stanislav creía, ahora estaban en el campo visual de todos los reinos y naciones.

Tengo planes. Grandes planes. Sin embargo, no soy tonto. Me gusta creer que todo lo contrario —comenzó a hablar mientras guiaba al otro, y tomó asiento—. Necesito consejeros. Chaadayev mató a todo aquel se sirvió a mi padre, y de todos modos, tenían ideas muy arcaicas para mi gusto. Necesito gente más temeraria, a falta de una mejor palabra —Stanislav se posó como lo que era, un jodido emperador, y miró a Malacoda. No confiaba en él, no iba a cometer ese error.


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Mensaje por Malacoda Mar Ago 22, 2017 2:31 am

¿Y quién iba a creer que el hombre que arribaba a la residencia del Zar había sido un gran rey en el pasado? Desde luego, las sociedades habían cambiado, pero los monarcas seguían ahí, turnándose de vez en cuando, como para no perder la costumbre. ¿Acaso era Stanislav consciente de que a su lado se paseaba nada menos que Asurbanipal de Nínive, el último gran rey de Asiria? Obviamente, el joven no era tan estúpido como para no tener la mínima idea de la antigüedad de los vampiros, pero sí de lo que posiblemente habían sido en su vida mortal. Claro, esto era algo que Malacoda no iba a revelar, ¿para qué? Prefería que no reconocieran esa parte suya, pues era algo que aún mantenía muy reservado, sólo para sus propios recuerdos. Aun así, esa conducta totalmente atada a la estrategia militar, incluso de saber cómo gobernar un imperio, lo mantenía bastante bien, casi como un talento indiscutible para muchos.

Sabía de los recelos de Stanislav, porque se había encargado de averiguar todo con respecto a la familia Rachmaninov desde mucho antes. No podía simplemente abordar al joven Zar con las manos atadas, sin tener la más parca idea de todo lo que había ocurrido en su vida; hasta sabía de la necedad de Stanislav para encontrar a su primo, algo que Malacoda no consideraba necesario, pero prefería reservarlo para una próxima jugada. De momento, tenía que ganarse la confianza del muchacho, y aunque no resultara nada sencillo, lo haría. Tenía las suficientes armas en su poder como para cumplir tal fin. Ya con haberlo intrigado desde un principio era más que suficiente, al menos por ahora.

Observó al monarca en silencio, apenas y esbozó una sonrisa ladina. ¿Lo estaba estudiando? Sí, siempre lo hacía, hasta por pasatiempo, si era necesario. No podía simplemente dejar pasar los detalles.

—He logrado sacar un poco de tiempo para venir hasta acá. Quizá no me quede por mucho, porque tengo cosas que atender en otro lado. No me gusta dejar mis negocios en manos de terceros —contestó, apenas y estuvieron solos y se dirigían hacia otro salón—. Comprendo. Estoy al tanto del daño que dejó ese hombre, si es que puede llamársele de ese modo. ¿Sabes? Hay mucha diferencia entre ser un gobernante y ser un tirano. Obviamente, las tiranías sólo dejan caos y una brecha profunda de desconfianza en todos.

Y lo decía él que se había encargado de estar al lado de un par de líderes importantes dentro de la historia. Al menos de los más poderosos; todo con el fin de sacarles algún provecho para sus planes como emisario del averno. Por algo dicen las escrituras que es más difícil que un rico se salve... ¡Y cuánta razón! Pero eso era algo muy aparte, que no valía la pena recordar en tan "ameno" momento.

—Planes... ¿no te han dicho que son malos? No puedes tener planes, tienes que tener iniciativa y sabiduría. Las cosas planificadas no siempre salen como quieres y por eso es que empiezan las frustraciones —replicó, con una calma intrigante, como lo era él en sí—. ¿Tienes alguna idea en mente? Llevas un tiempo en el cargo, sin embargo, hay muchos abismos que debes esquivar para llegar a ser un gran líder. Tu padre cometió un gran error en dejar que cualquiera tomara tanto poder... No se trata de fuera un vampiro o no, porque incluso otro hechicero amaestrado en sus artes pudo haberlos destruido. ¡Hasta un humano sin poderes! Eso es señal de una pésima organización y defensa, Stanislav. Para triunfar, hay que saber hacerlo. No dudo de tus cualidades, eso es obvio. —Se dirigió hacia un ventanal, quedándose callado por un momento, hasta que decidió hablar—: ¿Qué piensas hacer con tu primo?



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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Dom Nov 12, 2017 11:26 pm


Le pareció divertido que fuera una persona ajena al imperio, en el sentido de que no era ruso, quien precisamente le dijera que no le gustaba dejar sus negocios en manos de terceros. Eso era algo que Stanislav tenía pensado hacer con Rusia, desde ahora, no volver a ceder poder ante nadie; era una línea muy delgada entre ser firme  y ser un necio, o entre ser un líder y un tirano, pero confiaba en sus habilidades, había ansiado ese puesto desde hace tanto que no podía echarlo a perder, aunque eso significara mucha presión, de miembros de la corte, pero sobre todo, la que él mismo se ponía encima. No había querido el trono por el poder, sino para demostrarse a sí mismo, y de paso al mundo, que Stanislav II sería mejor emperador que Stanislav I.

Escuchó con atención, aunque entornó en más de una ocasión los ojos verdes. No sabía con exactitud la edad de Malacoda, ni si ese era su verdadero nombre siquiera, pero no echaba por la borda la sabiduría y las enseñanzas que un vampiro podía transmitirle. Chaadayev había dejado muy mal la imagen de los inmortales ante él, y cualquiera diría que estaba cometiendo un error en meter a otro en el Palacio de Invierno, pero se iba a arriesgar, no iba a ser un gobernante que mueve sus piezas de manera segura, porque entonces no iba a conseguir nada en realidad.

Debo tener una idea de lo que quiero hacer, ¿no? Aunque entiendo lo que dices, para eso te he mandado llamar, y si acaso logramos llegar a un lado hoy, ten por seguro que vendrás muy seguido. Por ahora quiero volver a unir el tejido social del imperio, bajo Chaadayev los pobres se hicieron más pobres, y unos cuantos se enriquecieron, aquellos que podían ofrecerle algo de valor al vampiro. —Bufó. No es que Stanislav se preocupara por los demás, no de manera personal, pero como monarca, sabía que un pueblo empobrecido era un pueblo infeliz, y un pueblo infeliz puede rebelarse.

Fue a continuar cuando la pregunta lo tomó por sorpresa. ¿Cómo sabía Malacoda de Georgiy? Es decir, Georgiy Rachmaninov figuraba entre los miembros de la familia real, y era obvia su ausencia, pero, ¿acaso sabía que lo estaba buscando? Se puso de pie, aunque se quedó en su lugar, observando al otro, recortado contra la ventana por la luz de las farolas del jardín, y la luna más arriba.

Ya me estoy haciendo cargo de eso —dijo—, tengo a alguien siguiéndole la pista, y aunque parece ser del tipo que sólo busca el beneficio propio, confío en sus habilidades —declaró, sin revelar mucho sobre Vassiljeva—. ¿Por qué la pregunta? Es mi primo, es un Rachmaninov, su lugar es aquí, en Palacio, y como mi padre hizo con su padre, mi idea es que comande mis fuerzas armadas. Su vida no es muy valiosa, no así su poder, sin embargo, no es bueno que el único miembro vivo de esta familia, aparte de mí, ande por ahí perdido. Lo conozco, es un tonto, seguramente nos pondrá en riesgo a todos, si no es que ya lo hizo —continuó, explicando sus motivos para seguir tan interesado en regresar a su primo a suelo ruso. No ahondó en el hecho de que en verdad necesitaba la habilidad nata que Georgiy tenía con la magia, una destructiva, y mucho más poderosa que de cualquier otro hechicero que conociera, incluído él, muy a su pesar.

Veamos, estás aquí por algo, y vamos a empezar, ¿qué opinas tú de eso? De la ausencia de primo, y de mi búsqueda —habló con voz más baja, oscura. En cierta medida estaba poniendo a prueba a Malacoda, no que dudara de sus habilidades, aún así, debían comenzar por un lado. La idea era que el inmortal se erigiera como consejero del zar. Pues bien, ahí estaban, era momento de empezar a dar consejos.

Stanislav era necio, muy orgulloso, pero se dijo que escucharía a aquellos que él considerara dignos de ser escuchados: Malacoda encabezando la lista.


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Mensaje por Malacoda Vie Dic 22, 2017 10:13 pm

Estaba consciente de que aquellos que ascendían muy jóvenes a un alto cargo, especialmente tratándose de épocas tan inestables, solían cometer grandes fallos a la hora de gobernar. Se centraban en banalidades y en cuestiones sin sentido, mientras que descuidaban lo sustancial para mantener el imperio a flote, rígido, edificado sobre roca. Ya los grandes reinos no eran como los de antaño, donde personajes significativos tomaban el trono a corta edad, habiendo lidiado ya con la furia de la guerra desde sus primeros pasos; en cambio, los niños de ese entonces, eran terriblemente mimados. Se preocupaban más por su apariencia física y por un retrato hecho por el mejor artista, que en llegar a ser líderes. No a todos los descartaba, aun así, el porcentaje de ineptos superaba una cifra considerable. Desde luego, en determinados casos, estas personas no contaban con un séquito sólido, o al menos un consejero que supiera llevar la batuta como debía ser, y eso representaba un gran problema.

Aunque a Malacoda le disgustaban estas cosas, sobre todo por haber sido un rey de la antigüedad más que importante, no podía evitar sentir cierto regocijo por la ignorancia que se hacía cada vez mayor. La conquista de tierras ya no recaía tanto en enfrentamientos físicos, aunque los siguiera habiendo, sino que los conflictos podrían volverse más ideológicos, y para él, eso estaba muy bien, casi como una melodía que embriagaba sus oídos, o probar la mejor sangre que la calidez mortal pudiera brindarle. Casi que ya se veía preparando un hierro para marcar ganado. La única idea le hizo sonreír, de manera enigmática, aún sumergido en sus propias cavilaciones, pero sin abandonar la atención sobre Stanislav.

El joven zar tenía muchas cosas por aprender, no sólo bastaba con ser ambicioso o querer demostrar talento. Le faltaba más vena para ser líder, y por eso, temía, se centraba en su primo de manera tan obsesiva. Malacoda supo, de inmediato, que aquello era un error que traería consecuencias irreversibles si no se iba con cuidado. Lo único positivo en todo eso era, justamente, que él hacía el papel de consejero y podría arreglar la partida a favor de Stanislav, y también a favor suyo.

Llegó a olvidarse de las excesiva decoración del lugar, del paisaje en tinieblas que se vislumbraba a través de los cristales empañados; hizo caso omiso a detalles que no le interesaban. Simplemente se giró con paciencia y observó en silencio al joven monarca. No respondió en seguida, se tomó su tiempo para hacerlo.

—Primero que nada, y antes de entrar de lleno a temas políticos, me gustaría replicarte algo, y es serio —dijo, manteniendo ua postura firme, tanto como el tono de su voz, algo que demostraba que Malacoda nunca jugaba, que siempre iba en serio—. ¿Tu primo? ¿Para qué? Georgiy es un niño, pero tampoco es tan tonto, sabe custodiar el apellido, porque su intención es que nadie nunca jamás lo relacione con esta familia, ¿has pensado en ello? Por otro lado, él sería un pésimo encargado de la milicia, y no porque tengas poderes fantásticos, sino porque simplemente no sirve. Colocarlo a la fuerza es un terrible error. No seas imprudente.

Sentenció, severo, totalmente centrado en sus deducciones. Él sabía cómo funcionaba la magia, pero no era la gran cosa, no para alguien de su genio y nivel.

—Sé que ustedes tienen una tradición muy vasta con la magia y esas cosas, pero no es la cuarta parte de los que ocultan muchos expertos en el tema, quienes terminan falleciendo demasiado jóvenes, o en circunstancias extrañas, o simplemente terminan confinados en las montañas. —Exhaló, llevándose las manos a los bolsillos, observando distraídamente algunos cuadros que decoraban la estancia—. La magia sin inteligencia es nada. Eso me recuerda a una familia... Una cercana a ustedes, que luego se alejaron. Ellos, hijo, sí eran de temer, porque todo su poder se basaba en el poder, no en este plano físico, sino en el espiritual. Hay que fijar prioridades, Stanislav. La tuya no es la magia, sino ser el mejor gobernante de este imperio, y eso te haría mejor que tu primo. La brujería será su condena, y tú no deberías acercarte demasiado, o te quemarás.

¿Y quién mejor que un demonio para hablar de esas cosas con tanta elocuencia? Malacoda no era ningún estúpido, y había lidiado, desde su mortalidad, con toda clase de hombres. Muchas cosas no cambiaban a pesar de los siglos.



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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Dom Feb 11, 2018 10:49 pm


De inmediato, Stanislav torció las cejas, intrigado por las palabras de Malacoda, escuchó con atención, aunque en su rictus denotó, sin intentar ocultarlo, que varias de esas palabras lo había molestado. Pero que no se dijera que era inflexible, o que llamaba gente a su corte como consejeros para al final no escucharlos. Malacoda, con los siglos que tenía a cuestas (los cuales, no podía precisar, y no le interesaba por ahora) más sabiduría debía tener que él. Porque es cierto que los vampiros son seres inmortales, pero aún así, tenían enemigos, y si este ser de la noche en particular había logrado llegar hasta aquí, debía ser por algo. Que no lo tomara por tonto, Stanislav era más astuto de lo que, al parecer, el otro estaba dispuesto a concederle. Tampoco buscaba la aprobación del hombre-demonio, no en ese aspecto, al menos, y lo dejó, de momento, creer lo que se le diera la gana respecto a él y su sagacidad para liderar. Pero es que, Stanislav pensó, hasta era algo absurdo, pues entonces se desestimaba a sí mismo, si creía que no tomaba buenas decisiones, porque siguiendo esa lógica, haberlo convocado a él, y no a otro, era parte de esa serie de malos juicios.

Y no lo era.

Aunque admitía que se sentía un poco decepcionado.

Suspiró y lo siguió con la mirada, guardó silencio hasta que Malacoda hubo terminado.

Veamos, hay mucho que analizar de lo que has dicho. Comprendo lo que dices de Georgiy, pero no lo conoces, es muy imprudente. Como sea, ya hay alguien siguiéndole la pista, una vez que lo traigan de vuelta, podemos ver qué hacer con él, pero no es bueno para el imperio, y para mí, que ande por ahí solo, por mucho que sepa defenderse —explicó y se llevó la mano al mentón, en un gesto pensativo—. Esa es una resolución que no puedo cambiar. Entiendes mucho de política, por lo que sé, pero nada de legados familiares, al parecer. No nos detengamos en este punto, una vez que mi primo regrese, podremos decidir qué hacer con él —cedió. Debía ceder en algo, aunque toda la misión para recuperar al otro Rachmaninov no cambiaba. No podía, y quizá Malacoda nunca iba a comprender eso. Ni le interesaba que lo hiciera.

Eres un inmortal y has visto muchas cosas, pero me sorprende que midas los poderes de las familias mágicas de manera tan burda. Creo saber a qué familia te refieres, y su magia estaba, o está, enfocada a otra cosa, la de los Rachmaninov siempre ha sido pulida para el arte de la guerra, si me vas a subestimar, o a Georgiy, en todo caso, basado sólo en eso, me temo que te vas a llevar un fiasco personal al ver que no todo es como crees. —Sonrió, pero no con malicia como solía hacer, sino casi amistoso. Eso sí, hubo un dejo de sorna. Pero tampoco ahondó en el tema, no le interesaba que Malacoda lo considerara un hechicero hábil, que lo era, o a Georgiy, un maldito accidente a punto de suceder, que también lo era; lo tenía ahí para las cosas del gobierno, que dejara la magia a los hechiceros.

En fin, siguiente tema en la agenda inmediata —continuó, no podía detenerse en su enorme ego; cuando la corona fue investida en él como siempre debió ser, esas cosas pasaron a segundo plano, aunque todavía era arrogante, no hay que confundirse, sólo que sabía mejor cuándo serlo. A pesar del pequeño chasco que se le había presentado tras escuchar a Malacoda, seguía confiando en él y lo que podía aportar. Stanislav era hombre de poca paciencia, pero también sumamente engañoso y hábil, más ahora que sería reunificar a todas las Rusias—. Debo partir a París de nuevo, entre antes mejor, he… —Tragó saliva, lo que iba a decir era complicado—. He tenido un hijo bastardo que quiero legitimar, esa no es mi consulta per se, sino el a quién debería dejar a cargo en mi ausencia… ¿a ti? ¿A alguien más? —Alzó ambas cejas y trató de minimizar la tremenda confesión que había hecho, actuando como si ese hijo, y la mujer con la que lo había engendrado, no importaran en su vida.

Pero importaban. Carajo, cómo le importaban.


Última edición por Stanislav Rachmaninov el Dom Jun 03, 2018 6:20 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Malacoda Jue Abr 05, 2018 2:47 pm

Una sonrisa indescriptible apareció en el rostro de Malacoda. Una sonrisa que podía significar muchas cosas, como él mismo lo era, y todo ese misterio que lo rodeaba, porque sí, siempre se había caracterizado por ser alguien bastante reservado con respecto a su identidad (identidades). Malacoda conocía más de imperios que cualquier otro recién llegado a gobiernos recientes, que no durarían lo suficiente. Para su opinión personal, las monarquías de ese entonces estaban destinadas a fracasar en poco tiempo, no se vanagloriaban de tantísimos siglos, como en el mundo antiguo, o las primeras civilizaciones, que llegaron a hacer grandes proezas. Por eso sonreía, porque sí, Stanislav, un joven humano que consideraba a la magia como algo esplendoroso, subestimaba sus palabras. Malacoda sonreía porque él sólo había conocido a un único hechicero con un gran poder, éste llevaba por nombre Salomón, un hombre que había obtenido la gracia del Altísimo entre todos los hombres que habitaban la Tierra, y que podía encerrar demonios. Sin embargo, terminó muriendo, porque su imprudencia "mágica" llegó bastante lejos...

El vampiro asintió, y aún continuaba esa mueca de satisfacción por lo que escuchaba. Se llevó las manos a los bolsillos; su vista continuó aferrada al ventanal. Podía tomarse aquella respuesta de muchas maneras, pero simplemente pretendió que estaba atento. Era su consejero, ciertamente, y eso lo llevaba a no permitirle tantos fallos. O quizá sí lo haría. Era un demonio, y eso significaba que le gustaba ver al mundo arder en la miseria, y más en esos tiempos. Sus propósitos iban más allá de riquezas y de coronas. Si Malacoda hubiera querido gobernar imperios, ya lo habría hecho, porque oportunidades no le faltaron. No obstante, luego de haber tenido a Asiria bajo sus dominios, ya no quería comprometerse con semejante oficio. Ya no estaba para esas cosas, mejor dicho.

—Entonces —contestó al cabo de un rato. Se tomó su tiempo para hacerlo, también para girarse y volver su mirada hacia el muchacho—, no sé de legados familiares. Aquel que tuvo que aguantar la burla de sus hermanos mayores, a quienes luego silenció haciéndose un rey reconocido en la historia universal, no sabe de legados familiares. —Avanzó hacia Stanislav, desafiándolo con la mirada, como lo hacía cuando aún ostentaba el título de rey de Nínive—. Tampoco sabe de magia, cuando en su época se relacionó con los sacerdotes más poderosos de su época; cuando sabía usar la alquimia antigua como fuente de conocimiento.

Su sonrisa fue mucho más amplia cuando notó la palidez en el rostro del zar. No lo quería intimidar, sólo le urgía ponerlo en su lugar, para ver si se centraba en entender las cosas de una vez por todas.

—¿No sabes de quién te habló? Yo creo que tienes una parca idea. Deberías estar agradecido de tener como tu consejero a uno de los reyes del mundo antiguo, Stanislav. No cualquiera cuenta con el auxilio del rey Assurbanipal en su corte, ¿verdad que no? Y si te dije todo lo anterior, ¿crees que es por subestimar a tu familia? Si tan buenos fueran, no hubieran permitido que un vampiro cualquiera, un poca cosa, se quedara con el imperio —soltó, severo, sin guardarse nada. Malacoda sabía exactamente dónde atacar—. Si te digo que tu primo es un peligro, lo es. A mí me subestimaron mis hermanos mayores, y luego los derroté. ¿Quieres que te ocurra lo mismo? Me sé toda la historia de Georgiy, y está mejor lejos, que te lo digo yo, no vaya a ser cosa que termine superándote, y tú eres el único que debería ser zar. —Puso los ojos en blanco y negó—. Y lo primero que haces es tener a un bastardo... ¿Es en serio? Eso traería mala reputación entre la corte y las familias nobles que apoyan a la familia real. Esa es una decisión que tomarás tú solo. No pienso apoyar algo así, Stanislav, no soy tan buena persona.


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