Empire - Privado

por **Luis Felipe de Castilla** Vie Sep 25, 2015 12:25 pm

Los últimos días habían transcurrido sin mucha novedad. No hacía mucho tiempo que no sólo las calles, sino el paisaje de la capital gala habían mudado de tonalidades, el aroma de brisa otoñal se había despedido para prestar su rostro menos afable, tornado en violentas ráfagas gélidas de vez en cuando o en caprichosas formas que tomaban los copos de nieve. Había perdido la noción del tiempo entregado a mis tareas cotidianas. Sumergido en esta especie de ensueño donde me costaba distinguir entre lo real y las cosas de deseos imposibles que me mantenían en un estado inerte. Visitar la tuba de Eugenia, redactarle misivas, aferrarme por las noches a la vida que pude haber tenido si no me hubiese mostrado tan obstinado en algunas cosas. Así mismo los pequeños discursos en reuniones, conviviendo con personajes de renombre. A eso se había reducido mi estancia en Paris. Quién lo diría, aquella rebeldía de otroras épocas se había desvanecido por completo volviéndome un hombre más sereno, casi a orillas de caer en lo que Salvador era cuando el portaba el título nobiliario que ahora recaía sobre mis hombros.

Suspiré y pasé mi mano enguantada por el cristal empañado. Necesitaba empezar a romper con esa rutina que me estaba engullendo en sus fauces, debía hacerlo con premura, desanudar ese lazo que yacía en mi garganta cuando recordaba a ella, a Tanish. Cada día dedicaba cierto tiempo a evocar su recuerdo para evitar olvidarla, consciente estaba que quizás no había sido la mejor decisión pero por ahora debía reencontrarme para construir nuevos senderos en mi vida. Miroslav apareció bajo el umbral de la puerta, el sonido de su voz siempre me llenaba de confortamiento y solaz, como el empuje que un padre ofrece a su hijo cuando este se haya perdido. Eso se había vuelto para mí. Traía consigo una capa escarlata y el sobre con la invitación que había recibido un par de días atrás.

–Gracias Miroslav, puedes tomarte el día, estaré fuera– expliqué ofreciéndole una sonrisa amable.

Me levanté del taburete y fue el mismo quien colocó la prenda sobre mis hombros.
–Todo está listo, vaya con cuidado joven Mariano– me respondió.

Pasé mi mano por su hombro y me abrazó. Desde el fallecimiento de Eugenia no se me había despegado ni un segundo, siempre preocupado por mí, anímicamente no me encontraba del todo bien pero había aprendido a sobrellevar el exilio gracias a sus admoniciones instruidas, un don que solo el tiempo y la experiencia otorgan. Tomé el sobre entre mis manos y lo coloque dentro del chaleco. Encaminado hacia la entrada me esperaba el carruaje que me llevaría a encontrarme con mi anfitrión, durante el recorrido no dije una sola palabra, estaba absorto tratando de encontrar las palabras precisas cuando me presentara, nunca había hecho falta tales discursos, Eugenia se había encargado de todo ese protocolo aun después de haber arribado a la capital. El cochero me indicó con amabilidad que habíamos llegado.

–Está bien, puedes regresar más tarde, muchas gracias– le indiqué mientras descendía del vehículo.

Caminé a través del patio que adornaba decorosamente la entrada de la mansión. No estaba seguro de lo que este encuentro me deparaba, así como tampoco estaba seguro de la reacción en el hombre que me recibiría, la única certeza en mí, era la de luchar por sobrevivir en ese lapso que me mantenía ausente y la única forma era empezar a vivir nuevamente como cualquier otro personaje de la realeza lo haría, conviviendo con los suyos.