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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Dom Nov 06, 2016 7:18 pm


“Sometimes people do things that are complicated. for complicated reasons.”
— Lauren Barnholdt, Sometimes It Happens


Regresar a Rusia, con la corona sobre la cabeza, era lo que siempre había deseado. No lo había sabido, hasta ese momento que las puertas del Palacio de Invierno se abrían a su paso. Esa fue su casa desde que era un niño, pero cuando Chaadayev tomó el control, siempre sintió ese lugar más como una prisión.

Las cosas con Lorraine en Francia no habían resultado como quería, y para colmo, no le dijo dónde demonios estaba su primo; al principio creyó que la muy mentirosa le ocultaba información, pero pronto se dio cuenta que ni ella sabía dónde estaba. ¿Para qué lo buscaba si ese idiota de Georgiy sólo le causaba problemas? Porque se lo debía al linaje Rachmaninov. Ellos dos eran los últimos con ese apellido, y hasta que la mujer francesa con la que tuvo a mal enredarse, no lo aceptara de vuelta y él pudiera bautizar a su hijo con su apellido, el continuar con el legado dependía sólo de ellos dos. Además, le dolía en el alma y en el ego mancillado, pero aceptaba que ese tonto era más fuerte que él. Antes su padre sirvió a Stanislav I como líder militar, quizá podría emplear a su hijo de un modo parecido, aunque quería conservarlo más cerca, como su guardia personal. De todos modos, todos esos eran planes en el aire que no podría cumplir hasta que diera con su paradero.

Pero batallando con el Imperio, tratando de reconstruirlo después de que estuvo a merced de ese chupasangre y lidiando también con Lorraine, no tenía tiempo para jugar a las escondidas. Sin embargo, existían personas aún fieles a la dinastía (y los que no lo eran, ya se encargaría él de ellos), y mandó llamar a una de ellas, para esta tarea en específico.

Ya lo espera, Su Alteza Imperial —un miembro de la corte se acercó y le anunció a Stanislav mientras éste caminaba por un largo pasillo del palacio, con jarrones venidos de oriente en pedestales y pinturas que narraban las grandes victorias de su nación del tamaño de muros enteros.

Mph —fue lo único que dijo el emperador, y fue más bien un gruñido. Soslayó al heraldo que al recibir la mirada dejó de caminar a su lado y se quedó pasmado. Los miembros del cortejo imperial apenas se estaban acostumbrando a él. Pensaban que sería menos terrible que Feodosiy Chaadayev o el propio Stanislav I, pero estaban en un error.

Abrió la puerta doble del salón donde había pedido que llevaran a su invitada. Uno adyacente a la Escalera del Jordán, uno de los sitios más bellos de todo el Palacio. Y ahí estaba. Cerró tras de sí y se quedó de pie en el marco de puerta. Aunque recordó pronto que le molestaban los formalismos reales y no esperaba que se inclinara ante él, ni nada por el estilo.

Señorita Vassiljeva, he escuchado mucho de usted —fue su forma de saludar y sonrió de lado—. Espero todo sea cierto, pues esas historias son las que la hicieron tan perfecta para la tarea que quiero encomendarle —en cambio, quien hizo una ligera reverencia fue él al finalmente estar frente a ella. Se sentó en una de las sillas de tapiz color crema del mismo tono que las cortinas y que hacían juego con la dorada decoración.

Se quedó ahí, en ese sencillo asiento, y aún así, parecía el dueño de todo eso. Porque lo era.


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Mensaje por Ninette Vassiljeva Mar Dic 06, 2016 5:28 pm


El poder de la noche, la fuerza de la tormenta,
La asechanza incansable del enemigo.
—Robert Browning, Prospice.




Había jurado, por lo más sagrado, que no pondría un pie en Rusia hasta no haber asesinado al padre Henri Sicard. Hasta no haber acabado con el verdugo que destruyó gran parte de su vida. No pretendía regresar a su tierra, no aún; tenía que permanecer oculta en París hasta que las cosas se estabilizaran. No estaba siendo tan fácil como creyó en un principio, pero la ciudad era, sin duda, un camuflaje perfecto. Se había convertido en el escondite digno para dos fugitivos.

Ninette confiaba en que la elección había sido bastante buena, hasta consiguió un trabajo adecuado; después de todo, se le daba bastante fácil fingir algo que no era. Pero no tenía mejores alternativas y tampoco iba a quedarse ahí para siempre. Simplemente estaba tanteando el terreno y dando tiempo para que las aguas se calmaran. Vladimir hacía lo mismo, permanecía a su lado como un fiel soldado. Ambos habían convivido muchos años juntos, desde que estaban en el orfanato, hasta los días de oscuridad dentro de la Inquisición. Se apoyaban mutuamente y estaban dispuestos a sacrificarse el uno por el otro. Pero, a pesar de que estaban llevando las cosas por buen camino, algo en Vladimir se quebró. Él, a diferencia de Ninette, si recordaba a su padre; además, tenía conocimiento de que el hombre, alguna vez, formó parte de la guardia real del Zar de Rusia. Incluso, ellos mismos habían servido como espías del imperio, cuando apenas eran unos adolescentes. Esas influencias llevaron a Vladimir a tomar una decisión descabellada: volver a Rusia por encargo del nuevo Zar. Tal parece que se las había ingeniado para contactarlo, y ahora tenían que regresar más pronto de lo esperado.

Era más que obvio que Ninette no estuvo para nada contenta con la noticia. Le reclamó a Vladimir por tan apresurada decisión y hasta le dejó de hablar por varios días. Era un riesgo terrible el que correrían; podían tenderle una trampa para capturarlos. Los riesgos eran muchos. Pero Vladimir estaba empeñado en que el nuevo Zar le había asegurado que todo estaría bien. Aun así, Ninette no estaba del todo segura, aunque, al final, accedió seguir la idea de su compañero, con la única condición de preparar todo un plan por si tenían que verse atrapados en alguna situación nefasta.

***

—¿Por qué se supone que nos iba a querer a nosotros? —inquirió Ninette, intentando reconocer el lugar hacia donde se dirigían—. ¡Hey! Te estoy hablando.

—¿Y qué pretendes? ¿Qué el Zar confíe en cualquier idiota? Deja de complicar más las cosas. Necesitamos esto —contestó Vladimir.

Ninette viró los ojos; pero, antes de dar un paso más, se aseguró de borrar sus huellas. Por más que Vladimir le hiciera creer en lo seguro del lugar, ella no dejaba su desconfianza a un lado. Portaba las armas que fueran necesarias para defenderse; las tenía estratégicamente escondidas entre sus prendas. Era una manera para evitar llamar la atención. Durante el tiempo que estuvo dentro de las filas del Santo Oficio, aprendió muchas cosas útiles, tenía que reconocerlo.

Luego de haber caminado un largo trecho, fueron recibidos en la elegante residencia del Zar. Las personas que acudieron a ellos, apenas llegaron, no parecían ser del todo fiables, y menos por ser miembros de la guardia real. No les quitaban las miradas de encima, y hasta hicieron sentir incómodo a Vladimir, mientras que Ninette, quien era la más reacia a la reunión, actuó con naturalidad. Recordaba la primera vez que fue llevada ante el monarca absoluto de Rusia; recordaba como la miraban los soldados. Lo hacían de la misma manera que en ese momento. No era nada nuevo para ella.

Quiso decir algo, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, justo en el momento cuando el Zar hizo acto de presencia. Y no tanto por la figura masculina que se acercaba campante a ella, sino, porque, para su mala suerte, Vladimir fue llevado aparte por, aparentemente, uno de los miembros importantes de la guardia real.

—Pueden ser ciertas o no, depende de lo que le hayan contado —respondió a secas. Sabía perfectamente que, entre esos rumores, estaría enfatizada su huida de la Santa Inquisición. Ahora era considerada una traidora—. La verdad, no me esperaba tener que regresar a Rusia, y menos a este lugar. Pero veo que el difunto padre de mi compañero era muy cercano a la familia real, así que no tuve mejor alternativa —aseguró—. Sólo diré una cosa: Mi trabajo no será gratuito. Podré servirle en esa labor a cambio de algo. Puede empezar a exponer sus objetivos cuando guste, su alteza.



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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Lun Ene 23, 2017 8:39 pm


“There are times to stay put, and what you want will come to you, and there are times to go out into the world and find such a thing for yourself.” 
― Lemony Snicket, Horseradish


Stanislav había sido educado toda su vida para vestir la corona imperial, sabía qué hacer a pesar de los años que pasó lejos de su tierra natal. Sí, era sumamente temperamental, pero no podía negar, ni en su porte ni en su sangre, que llevaba el hielo ruso en las venas. El resto poseían sangre caliente, no él, ni los Rachmaninov, con ellos era el invierno lo que recorría sus arterias, con la misma fuerza que una tormenta. Sonrió ante las palabras, insolentes. No le había dado permiso de hablar, si hubiera estado acompañado de algún guardia, de inmediato la hoja de una espada estaría amenazando la garganta de la mujer. No obstante, el Zar prefirió ir solo, sus poderes le alcanzaban y sobraban para defenderse, a pesar de la peste de lobo que envolvía a Vissiljeva.

La noto tensa, señorita Vassiljeva —habló parcamente desde su sitio, sin inmutarse—. Por favor, antes que nada, tome asiento —hizo un ademán con la mano señalando otra silla parecida a la suya, aunque más sencilla. Luego recargó los codos en los brazos de su asiento y entrelazó los dedos. Aunque no llevaba puesta la corona, uno podía sentir el peso de su presencia.

Su amigo estará bien. Me interesa hablar con ambos, por separado. En realidad… —carraspeó—. Con quien quiero tratar este asunto es con usted. Sabía que no iba a poder separarlos, así, bueno, tuve que hacer esto —una artimaña sencilla, pero efectiva.

No necesita amenazarme, sé que debo pagar un precio —recargó su peso en el lado derecho de su cuerpo. Lo dijo así, aunque se entendía, más bien, que amenazar al Zar en el Palacio de Invierno era una afrenta que podía salirle muy cara. Para desgracia de Stanislav, necesitaba a Ninette. Pero para desgracia de ella, el monarca no era alguien olvidara fácilmente.

Es verdad, su padre era cercano al mío. Y a pesar de años bajo dominio enemigo, no dejé de ser un Rachmaninov, estoy enterado de todo lo que debo saber —sonrió, condescendiente—. ¿Desea beber algo? —Cambió de tema en apariencia y al fin se puso de pie. Era alto y delgado. Una estampa digna de la realeza. Caminó por el salón con una soltura que daba miedo, como si nunca hubiera abandonado ese lugar y hubiera vivido en exilio en Francia. Y es que cada habitación, y cada pasillo, cada adoquín y pintura en los muros del Palacio de Invierno estaban grabados en su interior, como el tatuaje del mapa de ese, su único hogar.

Sacó una botella de vodka de un pequeño estante de cristal, además de dos vasos pequeños, apenas para un trago. Sirvió ambos hasta el tope y los dejó en una mesilla que estaba convenientemente a una distancia equidistante de ambos. Volvió a tomar su lugar y con la mano le indicó que tomara uno. Así sin palabras. Se mantuvo atento, como un felino. Quería ver hasta dónde llegaba la insolencia de aquella mujer.

Voy a pagarte. Y pagarte muy bien. Oro, claro, pero también cosas mucho más valiosas que esas. Dime qué quieres, y te lo daré —entonces declaró como si se tratara de un dios bondadoso, magnánimo y misericordioso, incluso comenzó a tratarla sin tanta formalidad—. La tarea que quiero encomendarte, eso sí, no es sencilla. Pero en teoría es poco peligrosaen teoría, dijo muy bien. Conocía al tonto de Georgiy, era un pobre diablo que evitaba el conflicto a toda costa, pero que si lo hacías enfadar, podía destruirte, no en vano era el hechicero de su linaje más poderoso, sobrepasándolo incluso a él, el Zar.


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Mensaje por Ninette Vassiljeva Vie Mar 17, 2017 6:03 pm


«Poco se tarda uno en conocer a las verdaderas bestias.»

Arrogancia,  el pecado capital de todo gobernante; muy pocos se salvaban de aquel comportamiento tóxico, el cual los terminaba llevando a un fin lamentable. Era la base de las guerras y devastaciones; el sufrimiento y todo cuanto resultara nefasto para la humanidad. Esas eran las palabras de las hermanas del orfanato en donde vivió gran parte de su vida, y ahora que estaba en presencia de ese hombre, no podía sino darle la razón a quienes la tenían. Sabía que no fue la mejor decisión estar ahí, pero la terquedad de Vladimir la hizo desistir, aunque en ese instante sólo deseaba quebrar esa promesa, todo por el bienestar de su mente. Ninette ya no pretendía obedecer a nadie, porque se consideraba un alma errante desde que huyó de la peor institución de todas. Sin embargo, estando en la propiedad del Zar de Rusia, no debía considerarse la nómada de costumbre, era arriesgado. Aun así, tampoco iba a aceptar humillaciones, suficiente había tenido en la Inquisición; además, si estaba en ese lugar, separada de su compañero, era porque la necesitaban, y usaría eso a su favor.

Él podía ser muy rey, creerse uno, lo que quisiera, pero para Ninette no era más que un hombre común con aires de grandeza. Entornó los ojos un par de veces, mientras hacía una mueca de hastío. ¿Por qué tenía que ser ella quien debía aguantar a los pedantes? Quizás por ser mil veces peor.

—¿Tensa? Oh, cierto. Es que así debería estar ante su real majestad —respondió con sarcasmo—. Uh, eso merece que me cuelguen, o alguna de esas cosas que ordenan los reyes, pero nada comparado con los verdugos del Santo Oficio. Así que ni se moleste en hacer que su carga sea una amenaza, porque ya dejó de serlo hace dos minutos. —Esbozó una sonrisa ladina, una que era completamente falsa—. Y no es necesario recalcar su apellido, ya eso me lo sé de memoria. Mejor hablemos de otra cosa, su alteza.

Era insolente, sí. No obstante, sólo estaba probando la paciencia del sujeto en cuestión. Ninette tenía un gusto particular por tomar esas actitudes con personas que se consideraban poderosas. Ella, incluso, desafió a todo un grupo militar sólo para satisfacer su propio ego, y ahora la buscaban como la peor traidora que habían tenido en siglos. Tenía razones de peso, pero eso era sólo su problema. Ahora sólo debía relajarse en su asiento y fingir que prestaba atención a su interlocutor.

—¿Vodka? No, gracias. Las damas no deben probar estas bebidas, es un insulto para mí —se quejó. No lo hizo en serio, seguía siendo una molestia, quería tantear el carácter del Zar, antes de entrar en el meollo de todo el asunto que la había arrastrado a ese lugar—. Oro, joyas, mi propio barco, una mansión en América, ¿qué más podría pedir? —Se recargó en su asiento y le miró con suspicacia—. Si la tarea no es sencilla, el pago tampoco lo será. ¿Qué tanto sabe sobre mí, su real majestad? Digo, debo ser importante, como para llegar a separarme de Vladimir.

Ninette solía retribuir el trato que le daban. No medía ni coronas, ni rangos, ¡nada! Ella era su propia gobernante, aunque no podía negar que el dinero, y los beneficios obtenidos de personas de poder, nunca caían nada mal.

—Supongo que no ignora el reciente poder que posee Roma en las políticas actuales. La Santa Inquisición no hace excepciones ni con reyes, ni con nadie, están obsesionados con su misión. Pero no alargaré tanto esta introducción, supongo que está al tanto —explicó con calma. Tal parecía que la tensión se había disipado de un momento a otro—. Y suponiendo yo que usted es un líder inquebrantable, pediré algo más aparte del oro. —Se aclaró la garganta de manera sutil, algo que hizo adrede—. Como ya sabrá, soy fugitiva de las filas inquisitoriales; los perros del Vaticano están detrás de mí, por lo tanto, si desea que colabore con usted, tendrá que ofrecerme protección diplomática. No sé cómo lo hará, sabiendo que es un hechicero, pero eso no debe ser mayor problema, señor. ¿Qué dice? Ya sé, atraigo los problemas con tan sólo respirar.



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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Lun Abr 17, 2017 10:02 pm


“Power resides only where men believe it resides. A shadow on the wall, yet shadows can kill. And ofttimes a very small man can cast a very large shadow.”
― George R.R. Martin, A Clash of Kings


Desde su sitio, la observó divertido. En otro momento hubiera ordenado que se la llevaran y la ejecutaran sin la mayor de las pompas, así en silencio, sin testigos y tiraran su cuerpo sin cabeza al río Nevá, y quizá, si estuviera de humor, se encargaría de que nadie volviera a recordar su nombre, sólo por su insolencia. Sin embargo, las circunstancias eran diferentes, muy particulares, y la necesitaba con vida.

Aquí no colgamos a la gente. Los decapitamos o fusilamos, depende la falta —dijo como si se tratara de cualquier cosa—. He hecho modificaciones a las penas capitales. Llámame paranoico, pero una vez ya le arrebataron el trono a mi familia, quiero asegurarme que nadie volverá a hacerlo —por eso había incluido la decapitación. Era una de las formas más eficaces de acabar con un vampiro. Y quizá a la hora de la verdad todo resultaba inútil, pero le gustaba el valor simbólico en ello.

Eso y más, si lo desea —respondió con total calma a la lista que enumeró la mujer como recompensas si tomaba la misión—. Muy, es usted muy importante —su sonrisa se ensanchó. Era obvio que ella quería provocarlo, pero Stanislav era mucho más inteligente que eso. Resultaba curioso que fuera tan buen político, cuando en su vida personal era un desastre.

No lo ignoro, señorita Vassiljeva. Sin embargo, se le olvida que Rusia es una nación ortodoxa, Roma no tiene injerencia en estas tierras y hasta ahora no se han metido en los asuntos del imperio. Hasta ahora, claro. Como es debido, los altos cargos conocen la condición de los Rachmaninov, y aunque tuve antepasados que lucharon por occidentalizar Rusia, la verdad yo soy de la idea de que esta nación no necesita de occidente. Somos autosuficientes, nuestro ejército es el más grande y más preparado. Una orden mía y aplastaríamos Europa. Pero no es mi intención, las batallas con Finlandia y los kanatos del Sur ya son suficiente por el momento. Y no la traje aquí para hablar de política. No propiamente, al menos —se puso de pie. Esperaba que eso le dejara claro quién estaba a cargo. Allá afuera, tal vez, era incluso un blanco fácil, pero no dentro del Palacio de Invierno.

Caminó hasta un ventanal que daba a uno de los jardines. Miró al exterior con cierta parsimonia, mientras mantenía las manos entrelazadas en la espalda.

Suena a algo difícil. Su inmunidad diplomática. Pero no si se mantiene en territorio ruso y si acepta algún puesto dentro de mi corte. De ese modo sería más fácil protegerla —habló sin mirarla, con la vista clavada en el exterior, donde unas mujeres cortaban rosas para hacerlas florecer más rojas aún—. Lo que voy a pedirle es… —se giró al fin, para volver a encararla—, quiero que encuentre a mi primo, Georgiy Rachmaninov, y lo traiga ante mí… vivo —tuvo que aclarar—. Si lo consigue, le aseguro que la inquisición no le pondrá un dedo encima. Y si no confía en la palabra del monarca del imperio más poderoso de Europa, entonces no sé en quién podría confiar —aunque serio, se le escuchó algo despreocupado.

Aguardó por una respuesta desde su lugar. El vodka entre ambos como un remanente del desaire antes proferido en contra del emperador. Algo imperdonable y que Stanislav estaba dispuesto a pasar por alto, si ella aceptaba la misión.


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Mensaje por Ninette Vassiljeva Vie Jun 30, 2017 1:04 am


Ninette no se reservaba osadías con nadie, porque era demasiado cabezota y alguien que no tenía sentido absoluto de valorar su vida cuando le provocaban. Aunque, particularmente, aquella vez si estaba segura de que no iba a resultar nada mal su imprudencia, a pesar de que el zar quisiera rebanarle la cabeza él mismo. Oh, ¡cómo disfrutaba hacer esas cosas! Es más, en varias ocasiones había empleado el mismo método con los inquisidores, incluso con Sicard, ¿y qué había ocurrido? ¡Cierto! Con mil demonios... La estaban persiguiendo los perros de Roma. ¿Demasiada adrenalina para su corta existencia lobuna? No, para nada. Por eso es que estaba en la residencia del Zar, para hacer quién sabe qué cosa y... ¡Tonterías! No quería estar ahí. Y tal vez esa era la razón por la que buscaba de quebrar la supuesta paciencia que tenía ese hombre.

Alguna vez había escuchado reflexionar a Sicard sobre los gobernantes muy jóvenes, a quienes les criticaba su falta de tacto a la hora de ejecutar acciones y su orgullo desmedido por considerarse superiores. Y ahí es en donde entraba casi toda la juventud dedicada a grandes proezas. Desgraciadamente, el Padre Sicard llevaba razón de sobra; si algo tenía ese desgraciado, era, precisamente, su sabiduría. ¿Y qué? A ella le gustaba reconocer las virtudes de otros, aunque resultaran ser enemigos suyos. Pero igual seguía llevándose muy mal con la autoridad, y los reyes no eran la excepción.

—Ah, cierto, cierto. Había olvidado ese detalle. Disculpe usted mi ignorancia, su ilustrísima majestad, pero no piso territorio del Imperio Ruso desde hace muchísimos años; casi desde que era una bebé —exageró, aunque si había un poco de razón en sus palabras, pues abandonó su lugar natal desde que era una niña y muy pocas veces regresaba—. En fin, que se me olvidan esas cosas de la religión, porque verá, yo no soy creyente, aunque estuve dentro del Santo Oficio, no lo soy... Hasta los traicioné. Y heme aquí, jugándole una mala broma a su paciencia.

Ocultó un bostezo tras su mano, porque, evidentemente, la explicación sobre el poderío del imperio y esas cosas banales, no le interesaban en lo más mínimo, ¡ella ya lo sabía! Aunque fingiera demencia con un descaro muy molesto. En fin, luego se permitió centrarse, ya que no le quedaba de otra. Y al menos, por unos minutos, quiso conservar la cabeza en su lugar.

—Al menos reconoció que lo menos que quiero es hablar de política, suficiente tuve de eso, aunque igual lo olvidé. Oh sí. Olvido lo que me conviene, ¿no es maravilloso? —provocó con esa lengua venenosa suya. De seguro ya el Zar se estaría arrepintiendo de haberla llamado hasta su propia residencia. Ella no representaba peligro alguno, porque no había motivos, sin embargo, ese carácter sí que podía resultar molesto—. ¿Es en serio? Digo, lo de quedarme aquí por el tema de la inmunidad. Ay, su majestad... Si su primo está fuera del territorio ruso, me será difícil aceptar el trabajo si no me paga lo que le pido. Aunque, el puesto en su corte... —hizo una mueca, como si aquello le resultara un drama terrible—. No lo sé, tampoco pretendo quedarme atada a este lugar. Mientras encuentro a su familiar podría favorecerme, ya luego me las apaño sola, que no soy damisela en apuros para que me estén cuidando como una niña de tres años.

Hubo una seriedad inescrutable en eso último. Su insolencia cambió repentinamente, demostrando que Ninette no era una mujer corriente, más bien resultaba compleja y con un carácter hecho con el mismísimo fuego del averno.




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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Lun Sep 11, 2017 9:10 pm


Los ojos de Stanislav eran como de hierro fundido, como los de todos los Rachmaninov, aun los de Georgiy, que con tanto ahínco se negaba a pertenecer, que con tanto afán daba la espalda a su tradición mágica y real. Y esos mismos ojos que podían arrancarte la piel, cáusticos y hechos para la guerra, observaron fijamente a Ninette. El nuevo zar era famoso por su corto temperamento, por aniquilar antes que escuchar siquiera una explicación; su estadía bajo el yugo de Chaadayev lo marcó más de lo que a él le gustaría admitir, dejó cicatrices muy hondas, que lograban verse en el sadismo que todavía mostraba a veces, no obstante, en esta ocasión, aguantó… Aguantó más de lo que había aguantado jamás, Vassiljeva estaba empeñada en poner a prueba su paciencia. Una parte de él sabía que no había nadie mejor para el trabajo, y otra, la más obstinada, estaba empeñada en que fuera ella y sólo ella la encargada de aquella misión. Ya era una cuestión de orgullo, y los Rachmaninov en general, y Stanislav en particular, tenían mucho de eso, todo lo que les faltaba en tolerancia a la frustración.

Todos los rusos siempre regresamos a nuestra tierra Madre, ese es un hecho. Parece que mis antepasados, hechiceros también, obraron algún tipo de magia para que así fuera. No lo sé, es sólo un cuento que existe entre los míos. Pero por eso está usted aquí, frente a mí ahora, frente a su emperador —enfatizó. No debía olvidársele su lugar—. Ha regresado como el hijo pródigo. Yo mismo regresé hace poco, y ahora es turno de mi primo —habló circunspecto, con aplomo y avanzó hasta ella. La luz del exterior cortó su gallarda figura contra el cristal de la ventana que daba a los extensos jardines.

Eso es lo que ofrezco, gospozha Vassiljeva, usted es libre de tomar tanto como quiera, y como en verdad necesito completar esta tarea, y el tiempo a mí no me sobra, incluso puedo negociar, pero… —Pausó—. Pero, ¿qué le parece si quedamos en estos términos por ahora, y una vez que traiga al idiota de mi primo, hablamos del resto de la paga? Que no se diga que no soy un emperador misericordioso. —Alzó el mentón e hizo un ademán con la mano, resaltando su altivez.

Me han contado muchas cosas de usted. —Sonrió con un dejo de malicia. Si sus ojos eran hierro fundido, su boca era una guadaña que sega vidas—. Y si tan sólo la mitad son verdad, sé que, si cerramos el trato ahora, veré a mi primo muy pronto, y entonces usted podrá disponer de lo que estoy dispuesto a dar. No lo sé…, usted dice que dejó la Santa Madre Rusia siendo muy pequeña, pero quizá ha escuchado sobre el reinado de mi padre, Stanislav I. Créame cuando le digo que pretendo hacer de mi mandato lo más diferente posible de aquellos años. —Declaró, sin inmutarse. Sin dejarse llevar por algún tipo de sentimentalismo absurdo, pues su padre no le despertaba nada de eso. Sólo repudio y vergüenza, si acaso.

Si quiere agregar algo más, ahora es su momento. Todo lo que necesite le será proporcionado, desde un caballo, armas, hasta hombres, los más entrenados de mi ejército —continuó. Llevar a Georgiy ante él, era una prioridad. Lo haría él mismo, no porque extrañara al débil de Yura, sino porque eran los únicos Rachmaninov vivos, y no iba a dejar que el apellido se acabara con ellos. Para su desgracia, tenía que atender los asuntos del Imperio que volvía a ponerse de pie bajo el régimen de un legítimo heredero, y resolver cualquier cosa que tuviera con Claire Lesauvage.


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Mensaje por Ninette Vassiljeva Vie Oct 06, 2017 1:52 pm

¿Todos los rusos regresaban a su tierra? ¿De qué demonios hablaba? Bien, quizá el arrogante monarca tuviera un poco de razón, porque ella se había visto obligada a volver, pero la diferencia entre un ruso cualquiera y Ninette era abismal; ella ya no consideraba que pertenecía a alguna parte, simplemente era alguien más en este enorme planeta. Alguien que ni siquiera podía llamarse mortal, pues hasta su naturaleza humana había perdido, de una manera que ya ni recordaba. Pero sí que rememoraba perfectamente el momento en que fue arrancada de su país para estar en otro, y luego en otros más... En tales circunstancias no podía afirmar si tenía una nacionalidad o varias, así que prefería ahorrarse el dolor de cabeza y concluir que ya no era una ciudadana, ni nada de esas cosas tan tediosas, de cualquier lugar.

Pensamientos aparte, lo cierto es que Ninette, luego de haberse quedado absorta ante aquel disparate dicho por el zar, se permitió seguir con su osadía. Tal vez en un principio se sintió un tanto afectada por haberse encontrado en ese lugar, pero ya después de tantear el terreno, se dio cuenta que no era necesario abrumarse por cualquier cosa. Si Stanislav la quería ahí, era porque la necesitaba, y punto, ya no había mucho que considerar. Sin embargo, pudo haberse encargado de que la borraran del mapa a la primera falta de respeto, y aun así, ella no se sintió amenazada. Estaba acostumbrada a las advertencias peligrosas, y, prácticamente, a vivir al borde del abismo. Tal vez él lo ignoraba, o quizá lo sospechaba. Ambas cuestiones podrían ser válidas en el caso de ese hombre, no lo sabía con exactitud, porque se hallaba muy entretenida viéndose las uñas.

Ninette no era como cualquier otro que habitara en ese palacio. Ella no tenía el más mínimo respeto hacia la autoridad, por eso había desafiado a todo un grupo, bastante conocido por sus terribles castigos. Pero tampoco subestimaba el poder de otros imperios, sólo que la idea aún le era demasiado infantil, y aquel tipo no estaba excluido de la lista de individuos que la daban tan igual, como todo lo que la rodeaba. ¡Ah! Aun así, el dinero sí que le resultaba muy agradable, tanto como vivir al extremo cada día... Así que no podía ser tan malo cumplir una misión tan insignificante.

—No se equivoque, usted no es mi emperador... porque no tengo líder alguno. Tampoco pertenezco a este lugar, ni a cualquier otro. Eso que le quede bastante claro. Estoy aquí por simple interés, porque puedo sacar beneficios de actuar como una niñera por un tiempo. No me malinterprete, pero no puedo tomarlo de otra forma —replicó, altanera, hastiada de tener que seguir ahí, aguantando el ego de ese hombre—. No voy a pertenecer a su grupo de títeres, tenga en cuenta que no estoy abierta a esas posibilidades.

Sentenció, y que poco le importó usar su lengua viperina una vez más. Tendría que conformarse con el mugre dinero, ya no le quedaba más alterativa. Si Vladimir quería ocupar el antiguo cargo de su padre, problema suyo, y no de ella...

—Me aburren las historias de monarcas, así que no me interesa quién diablos fue su padre. Quiere que encuentre a su primo, bien, pero soy licántropo, no adivina... Mis sentidos no son tan brillantes como para rastrear a su familiar de un país a otro —espetó—. ¿Fue enviado a algún lugar en particular? Eso me sería de gran ayuda, y como está tan interesado en que lo traiga de las orejas, usted verá si me ofrece detalles o no.



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Mensaje por Stanislav Rachmaninov Jue Ene 11, 2018 11:49 pm


La dejó hablar, oh por Dios, la dejó hablar, aunque bajo cualquier otra circunstancia, ya hubiera ordenado que le cortaran la lengua por insultar al zar, a la nación y a la familia Rachmaninov. Pero lo dicho, estaba empecinado en que fuera ella. Sabía, porque la había investigado, que era perfecta para el trabajo, aunque tampoco consideraba que fuera la única. Por lo pronto, la quería fuera de su vista, camino a Francia, más cerca de Georgiy y de completar la misión. Sólo bufó en un conato de risa.

Si así lo quiere ver usted —dijo con tono displicente. Algo que, para alguien tan dañino como él, era una sutileza que muy rara vez mostraba—. Créalo, si eso la hace feliz. Ignore también la historia de su país, porque podrá decir todo lo que quiera, pero nació aquí, y regresó aquí. En fin… podríamos discutir largo y tendido las vicisitudes de la identidad nacional, pero eso sólo nos atrasaría en el asunto que nos tiene verdaderamente aquí. —Asintió sin esperar respuesta. Regresó sobre sus pasos y se volvió a sentar.

Sonrió con malicia, y mostró un gesto aburrido. Así, así justamente, era como más reflejaba ser un emperador, el Zar de todas las Rusias, el imperio más grande de Europa, con esa actitud fatuo, casi retador. Rio como una tos, una risita sardónica e hiriente que, no obstante, supo que no causaría mella en ella y si era sincero, eso le agradaba más a que si le temiera como todo mundo.

Por supuesto —continuó con el tono condescendiente—, no esperaba que fuera a ciegas, sé que es buena en lo que hace, pero vamos… nadie es tan bueno como para adivinar los pormenores, ¿no? —habló con un dejo casi bromistas, pero no de camaradería, sino con intenciones reales de molestar. Suspiró y se acomodó en su asiento.

Entremos en materia. Georgiy Rachmaninov es mi primo, hijo del hermano de mi padre, por tanto, es un gran duque de Rusia, sé que títulos nobiliarios no le interesan, pero es información importante para su cometido, así que me temo que tendrá que memorizar el dato. Y esto es porque, siendo parte de la dinastía Rachmaninov, es probable que, de saberse, alguien quiera usar a Georgiy para otros motivos, desde pedir un rescate hasta cosas más retorcidas, y por desgracia, lo necesito vivo. —Su voz fue monótona, pero segura y hubo muy pocas modulaciones en ella—. Advierto que mi primo es algo… es un tonto, para acabar pronto, deberá tener cuidado con eso. Fue enviado a Francia, la última vez que lo vi, estaba en casa de los Lesauvage, una importante familia francesa de comerciantes. Sin embargo, la última vez que fui, él ya no estaba ahí, y no me supieron decir a dónde se había ido. Intuyo, pero estas son meras especulaciones mías, que sigue en la región, aunque eso ya le tocará a usted  —explicó con una calma que no sentía en ese momento después de las provocaciones de Ninette, mismas que ya no sabía si eran inherentes a ella o un torpe intento por hacerse valer. ¡Pero si ya le había dicho que la había mandado llamar por su reputación! No hacían falta tales desplantes.

Bueno… no sé qué más necesite. Le proporcionaré un camafeo muy valioso que contiene una miniatura con el rostro de mi primo, supongo que eso servirá para reconocerlo. Y no me ha dicho si necesita algo más, en verdad, la corona está dispuesta a proporcionarle todo con tal de que Georgiy regrese al Palacio de Invierno. —El tono de falsa indulgencia no se marchó de su voz, que a pesar de ella, seguía sonando casi hastiada. Aguardó, si la mujer tenía preguntas, era momento de hacerlas.


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