AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Broken things (Privado)
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Broken things (Privado)
"Sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor"
Ahora le recorría las venas un odio abierto, tórrido, salvaje, desenfrenado como una ráfaga que se abría en todas direcciones al ritmo de sus jadeos ahogados, desesperados y afilados como el cuchillo que clavaba una y otra vez sobre el inquisidor francés que ahora tenía bajo su cuerpo. Lo había matado sin preguntas, cuando vio a sus pies el cuerpo de quien fuera su esposo. Lo asaltó por la espalda, abalanzándose sobre él y descargando su propia arma para lacerarle la carne sin detenerse un segundo. Sus ropas se llenaban de sangre, pero ella no se detenía. Lloraba con desespero, porque él era el asesino de su esposo, quien yacía en el suelo con el corazón detenido. Cora estaba desestabilizada e incluso temblaba, pero no iba a detenerse hasta que la sangre dejara de salpicar. No le interesaba beber de alguien tan ruin, sólo quería matar, destruir, nada más que eso. La venganza había venido por su propia mano, pero eso, no le devolvería la vida a Dietrich, ni a sus hijos.
¿Por qué alguien se había atrevido a quitarle la vida a sus pequeños mellizos? —Tenían cinco años, maldito ¡Cinco años!— le gritó al cadáver, mientras el nudo en la garganta se hacía más tenso. Él quizás no había matado a sus hijos, pero eso no le importaba. Cora lloraba con más ira y apuñalaba el cuerpo cada vez con menos fuerza pero con más desesperación. No entendía y jamás lo haría. Sus niños eran seres indefensos y los vengaría mil veces, hasta que la locura la empujara a lanzarse a los rayos de sol como último intento. Había creído a su esposo muerto, pero si tan sólo hubiese llegado unos minutos antes, él aún permanecería vivo. De pronto se detuvo, y sin ser dueña de ella misma tomó el cuerpo de sus esposo entre sus brazos y lo acercó a su pecho. Las imágenes de lo que habían vivido iban y venían en su mente, los recuerdos bailaban recordando sus risas, el nacimiento de sus hijos y todo lo que habían construido. Y la mirada se le perdía en una frustración incontrolable ¿Cómo había sufrido él? ¿Habría alcanzado a convertirlo en vampiro si no se ensañaba de tal manera con el inquisidor? Estaba segura que padecería infinitamente ante las dudas, y la sola idea la destrozaba peor ¿Por qué no su vida en lugar de la de ellos? El maldito descanso que era el pago por ver crecer a sus pequeños, le había costado la vida de todos. Se culpaba, se odiaba, pero no detendría su vida hasta matar a los culpables que los siguieran hasta París.
Tomó aire profundo, aunque no lo necesitaba, y cuando levantó la mirada, escuchó más voces que se acercaban y llamaban a un hombre, quizás era el muerto, y ella debería irse de allí, con el cuerpo de su esposo. Por lo mismo, lo tomó en los brazos y avanzó sin detenerse durante unos cinco minutos. Corría desesperada, con una intensidad que desconocía al ser calmo que solía ser. Poco importaba la humedad, la nieve, la gente muriendo de frío a los costados de las calles o lo que pudiese pensar cualquiera, nada. Tenía que llevar consigo el cuerpo del hombre al que había amado y tras girar un par de calles irrumpió en la primera puerta que pudo, cerrándola tras de sí. —Manten la boca cerrada o voy a matarte, te lo prometo— Fue lo primero que alcanzó a decir en cuanto una figura masculina apareció ante ella, iluminado apenas por un par de velas.
¿Por qué alguien se había atrevido a quitarle la vida a sus pequeños mellizos? —Tenían cinco años, maldito ¡Cinco años!— le gritó al cadáver, mientras el nudo en la garganta se hacía más tenso. Él quizás no había matado a sus hijos, pero eso no le importaba. Cora lloraba con más ira y apuñalaba el cuerpo cada vez con menos fuerza pero con más desesperación. No entendía y jamás lo haría. Sus niños eran seres indefensos y los vengaría mil veces, hasta que la locura la empujara a lanzarse a los rayos de sol como último intento. Había creído a su esposo muerto, pero si tan sólo hubiese llegado unos minutos antes, él aún permanecería vivo. De pronto se detuvo, y sin ser dueña de ella misma tomó el cuerpo de sus esposo entre sus brazos y lo acercó a su pecho. Las imágenes de lo que habían vivido iban y venían en su mente, los recuerdos bailaban recordando sus risas, el nacimiento de sus hijos y todo lo que habían construido. Y la mirada se le perdía en una frustración incontrolable ¿Cómo había sufrido él? ¿Habría alcanzado a convertirlo en vampiro si no se ensañaba de tal manera con el inquisidor? Estaba segura que padecería infinitamente ante las dudas, y la sola idea la destrozaba peor ¿Por qué no su vida en lugar de la de ellos? El maldito descanso que era el pago por ver crecer a sus pequeños, le había costado la vida de todos. Se culpaba, se odiaba, pero no detendría su vida hasta matar a los culpables que los siguieran hasta París.
Tomó aire profundo, aunque no lo necesitaba, y cuando levantó la mirada, escuchó más voces que se acercaban y llamaban a un hombre, quizás era el muerto, y ella debería irse de allí, con el cuerpo de su esposo. Por lo mismo, lo tomó en los brazos y avanzó sin detenerse durante unos cinco minutos. Corría desesperada, con una intensidad que desconocía al ser calmo que solía ser. Poco importaba la humedad, la nieve, la gente muriendo de frío a los costados de las calles o lo que pudiese pensar cualquiera, nada. Tenía que llevar consigo el cuerpo del hombre al que había amado y tras girar un par de calles irrumpió en la primera puerta que pudo, cerrándola tras de sí. —Manten la boca cerrada o voy a matarte, te lo prometo— Fue lo primero que alcanzó a decir en cuanto una figura masculina apareció ante ella, iluminado apenas por un par de velas.
Cora Austerlitz- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 08/12/2015
Re: Broken things (Privado)
“The universe is random, it's not inevitable, it's simple chaos.”
La vela de a poco se consumía, pero Zlatan no dejaba de leer. Habían pasado muchos años desde que su hermana había muerto y seguía obsesionado con descubrir qué terrible e injusta enfermedad se la había arrancado. ¿Habría sido distinto? Si Zora hubiera vivido, ¿acaso algo habría cambiado? Era un pensamiento recurrente, preguntas que daban vueltas confundidas como aves heridas dentro de su cabeza. Nunca iba a saberlo. Porque como la parvada en su interior, si las dejaba libres, morirían.
Suspiró y estiró la mano, alcanzó una taza de té que descansaba en el escritorio, pero antes de poder tomársela, escuchó caos en la lejanía. Se quedó atento, con el entrecejo ligeramente fruncido. No podía adivinar qué era, pero sintió una repentina y desagradable aprehensión. Tensó las mandíbulas y se puso de pie. Dejó la taza y tomó el mechero donde la vela ardía.
Con cautela, tratando de no perder el rastro de los sonidos, se dedicó a correr las cortinas de su casa. Era durante hora nocturna que podía abrirlas, pero cualquier cosa que estuviera pasando, no era de su incumbencia. O eso quería creer. Cuando se dirigió a la última ventana, junto a la puerta, miró la calle desierta y a oscuras. El empedrado húmedo brillaba con la luz de la luna y las estrellas y la nieve se acumulaba a los lados del camino. Los pacientes hace rato que habían dejado de arribar, así que fue a cerrar la puerta principal.
Antes de poder llegar, se abrió con fuerza, como si un fuerte viento del Norte la hubiera empujado con violencia. No obstante, frente a él se dibujó la figura de una mujer empapada de sangre, en los brazos llevaba un hombre sin vida. Una visión desesperada. Le pareció un extraño y espeluznante recordatoria de La Piedad de Miguel Ángel. Fue a decir algo, pero ella lanzó la amenaza antes. Zlatan dio un súbito suspiro y con calma se acercó a la mujer. Pudo verla mejor con la luz de cerca, parecía desencajada, había estado llorando. El hombre tendría menos de una hora muerto, su ojo de médico pudo adivinar.
Con una seña, un dedo sobre sus labios, indicó silencio. Estiró un brazo y puso el seguro a la puerta. Era obvio que estaba huyendo y no sería él quien la delatara. Esperó que con aquel acto, ella supiera que, no importaba lo que allá afuera hubiera sucedido, ahí, dentro de esas cuatro paredes, él era su aliado. Y es que ese era el maldito problema con Zlatan, que quería salvar al mundo aún cuando sabía que esa era una batalla que tenía perdida.
Con una gesto le indicó que lo siguiera. No intentó cargar el cadáver, ella parecía estarlo protegiendo, quizá un reflejo tardío a la desgracia que los había alcanzado. Tampoco lo hizo porque supo que como él, ella estaba condenada por la noche y las sombras. La condujo a la sala, un amplio salón decorado con viejas pinturas que hablaban del imperio musulmán. Su origen, no su fe actual (aunque su fe actual era inexistente, sólo creía en la muerte). Señaló un sillón, para que ahí lo recostara y sin abrir la boca, muy obediente ante la advertencia, comenzó a encender más velas en el lugar con la que tenía en la mano. La luz ambarina hizo que las sombras danzaran y observó a la mujer y al hombre muerto.
Se acercó con caución, vela en mano, se inclinó ante el cuerpo y con sus heladas manos, le cerró los ojos. Era joven y apuesto. Luego observó a la mujer, la miró con congoja, no la estaba juzgando, ni amenazando. Le estaba diciendo que sentía su pérdida.
—Lo siento —se atrevió a susurrar—. Puedo… ayudarte —continuó—. Puedo preparar el cuerpo de tu amigo. Soy médico, sé como hacerlo. No te voy a preguntar detalles —era terrible tan sólo decirlo, pero era lo que tenía que hacerse. Aguardó, no muy seguro de cómo serían recibidas sus palabras.
Zlatan Hadžić- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/02/2016
Localización : París
Re: Broken things (Privado)
"Amar a alguien es decirle: no morirás"
El pestillo puesto debía indicarle algo, debía hacerle entender que el terreno parecía seguro; aunque ella ya no confiaba en nadie. Sin embargo calló, intentando controlar ese choque de emociones que tenía dentro, buscando salir de formas desesperadas y nada pacíficas. Debía permanecer en calma para poder salvaguardarse, porque aunque quisiera negar la muerte de Dietrich, en el fondo sabía que no volvería más, ni él ni sus hijos.
Ahora ¿Quién era el hombre que le pedía de manera silenciosa que lo siguiera? A pesar de las lágrimas inundando los ojos de Cora, pudo reconocer un aura que poseía ella misma. Era un vampiro, otro inmortal que podía haber estado cazando en lugar de parecer tan tranquilo en una casa tan oscura. Pero los detalles eran irrelevantes para la mujer, estaba de cuerpo presente pero de mente ausente y, quizás, en ese estado se dejara matar, o tal vez luego se arrojaría ella misma al sol cuando ya no pudiera soportar su pena ¿Qué sentido podía tener permanecer tan sola y con semejante pena dentro? Lo había perdido absolutamente todo, su vida era poco comparado con lo que le habían arrebatado tan injustamente.
—Necesito que viva— susurró muy bajo cuando recostó el cuerpo inerte en el sillón y el propietario del mismo le cerró los ojos. Lo escuchaba hablar, pero no prestaba demasiada atención porque tenía una cosa aún por intentar. A las malas, le abrió la boca a su difunto esposo, y se mordió la muñeca para dejar que la sangre cayera por una garganta que mantendría el líquido sin poder tragarlo ¿No podría suceder algo acaso? Vertiría su vida en la boca ajena si es que supiera que ese desesperado intento podría funcionar —Necesito que abra los ojos— dijo, pero la voz le sonó nerviosa y las manos le temblaron. Cerró las manos y golpeó el pecho ajeno, sin dejar de mirarlo, luciendo lamentablemente inestable —No me puedes dejar sola, despierta, por favor, despierta— suplicó al cadáver, llorando de nuevo, importándole todo lo demás nada ¿Cómo vería el médico inmortal la escena? Quizás ya estaba acostumbrado, aunque no fuese tan común que un inmortal suplicara del modo en que lo hacía ella. No tenía orgullo, sino sólo a él. Si lo hubiese encontrado segundos antes, Dietrich aún seguiría vivo.
Hace muy pocos días que había ocurrido todo. Mientras ella se resguardaba durante el día, Dietrich había salido con los mellizos y el resto de su familia cambiante a un claro cerca de la casa que tenían en Alemania. La inquisición los encontró allí, los llevó consigo y acabó entre experimentos con todos. Sólo su esposo había escapado, pero lo persiguieron hasta París, siguieron el mismo rastro que ella pero lo encontraron primero. La viudez no fue algo que Cora pensara nunca, y esa pérdida dolía más que mil balas de plata atravesándole el cuerpo. No era dueña de sí misma en ese momento, porque incluso se había hecho inmortal para poder ver crecer a sus niños y permanecer con su esposo. Había ocurrido poco después del nacimiento de sus hijos, cuando enfermó de muerte y no tuvo más opción.
Un golpe más se asestó en el pecho de Dietrich, pero se escucharon quebrarse las costillas bajo sus manos y el sonido la aterró ¿Qué estaba haciendo? Destrozar su cuerpo le resultaba completamente horrible, independientemente de estar vivo o muerto. Temblando aún, se dejó caer sentada en el suelo y lo observó, mientras se llevaba ambas manos a la cabeza y se manchaba los claros cabellos con sangre —Lo acaban de asesinar, pero necesito que viva, necesito que viva— repitió, aunque por nada del mundo razonaba.
Ahora ¿Quién era el hombre que le pedía de manera silenciosa que lo siguiera? A pesar de las lágrimas inundando los ojos de Cora, pudo reconocer un aura que poseía ella misma. Era un vampiro, otro inmortal que podía haber estado cazando en lugar de parecer tan tranquilo en una casa tan oscura. Pero los detalles eran irrelevantes para la mujer, estaba de cuerpo presente pero de mente ausente y, quizás, en ese estado se dejara matar, o tal vez luego se arrojaría ella misma al sol cuando ya no pudiera soportar su pena ¿Qué sentido podía tener permanecer tan sola y con semejante pena dentro? Lo había perdido absolutamente todo, su vida era poco comparado con lo que le habían arrebatado tan injustamente.
—Necesito que viva— susurró muy bajo cuando recostó el cuerpo inerte en el sillón y el propietario del mismo le cerró los ojos. Lo escuchaba hablar, pero no prestaba demasiada atención porque tenía una cosa aún por intentar. A las malas, le abrió la boca a su difunto esposo, y se mordió la muñeca para dejar que la sangre cayera por una garganta que mantendría el líquido sin poder tragarlo ¿No podría suceder algo acaso? Vertiría su vida en la boca ajena si es que supiera que ese desesperado intento podría funcionar —Necesito que abra los ojos— dijo, pero la voz le sonó nerviosa y las manos le temblaron. Cerró las manos y golpeó el pecho ajeno, sin dejar de mirarlo, luciendo lamentablemente inestable —No me puedes dejar sola, despierta, por favor, despierta— suplicó al cadáver, llorando de nuevo, importándole todo lo demás nada ¿Cómo vería el médico inmortal la escena? Quizás ya estaba acostumbrado, aunque no fuese tan común que un inmortal suplicara del modo en que lo hacía ella. No tenía orgullo, sino sólo a él. Si lo hubiese encontrado segundos antes, Dietrich aún seguiría vivo.
Hace muy pocos días que había ocurrido todo. Mientras ella se resguardaba durante el día, Dietrich había salido con los mellizos y el resto de su familia cambiante a un claro cerca de la casa que tenían en Alemania. La inquisición los encontró allí, los llevó consigo y acabó entre experimentos con todos. Sólo su esposo había escapado, pero lo persiguieron hasta París, siguieron el mismo rastro que ella pero lo encontraron primero. La viudez no fue algo que Cora pensara nunca, y esa pérdida dolía más que mil balas de plata atravesándole el cuerpo. No era dueña de sí misma en ese momento, porque incluso se había hecho inmortal para poder ver crecer a sus niños y permanecer con su esposo. Había ocurrido poco después del nacimiento de sus hijos, cuando enfermó de muerte y no tuvo más opción.
Un golpe más se asestó en el pecho de Dietrich, pero se escucharon quebrarse las costillas bajo sus manos y el sonido la aterró ¿Qué estaba haciendo? Destrozar su cuerpo le resultaba completamente horrible, independientemente de estar vivo o muerto. Temblando aún, se dejó caer sentada en el suelo y lo observó, mientras se llevaba ambas manos a la cabeza y se manchaba los claros cabellos con sangre —Lo acaban de asesinar, pero necesito que viva, necesito que viva— repitió, aunque por nada del mundo razonaba.
Cora Austerlitz- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 08/12/2015
Re: Broken things (Privado)
“The wounded recognized the wounded.”
— Nora Roberts, Rising Tides
— Nora Roberts, Rising Tides
Zlatan era de corazón débil. Siempre lo había sido. La más mínima de las tristezas lo conducía a la locura. ¿Acaso no intentó quitarse la vida tantas veces que parecía ridículo, estando vivo? Porque todo le parecía un sinsentido que no termina. Porque existían mujeres como esta que tenía enfrente, refugiadas de la inclemencia exterior y de la maldad inherente, que han perdido a alguien. Aún sin saber los detalles, le pareció, una vez más, que el universo no se alinea con los deseos que las personas puedan o no tener. El universo es aleatorio, se ensaña con quien menos debe.
Observó la escena en silencio, acongojado como si la angustia y la furia ajena se le contagiaran. Lamentó cualquier cosa que hubiera pasado; lo lamentó en el alma, si es que aún tenía una. Quiso detenerla cuando en vano ofreció su sangre. Era tarde, y en el fondo, sabía que ella conocía ese hecho, pero se aferraba. Se aferraba del mismo modo que él lo hacía al recuerdo de su hermana. Sólo reaccionó cuando escuchó crujir los huesos del difunto bajo la presión de la vampiresa. Dio un paso al frente y estiró las manos, pero no concretó la acción. Sólo cuando se dejó caer, se movió raudo y temerario, se atrevió a tocarla. La tomó de los codos para ponerla de pie.
—Es tarde —le dijo muy quedo. Un susurro. Un hálito triste—. Es tarde, él ya no… —pero no pudo terminar la frase, como si temiera herirla más de lo que ya estaba. En cambio, miró directo a los ojos ajenos, llenos de lágrimas. Tragó grueso—. Déjalo descansar —aconsejó y se sintió un hipócrita en ese instante. Él, incapaz de dejar ir a sus fantasmas y demonios, a sus recuerdos y heridas, le pedía a la desconocida que ella lo hiciera. Pero quizá ella resultara más fuerte que él. No ahora, no cuando recién había perdido a ese hombre, pero algún día, con suerte.
—Necesita… —fue a continuar, pero sonidos en el exterior lo hicieron callar. Se irguió. Solía creer que no era un hombre que impusiera mucho, pero la verdad era que, cuando se lo proponía, se asemejaba más a lo que se esperaría de él, un vampiro—. Están cerca, no dejan de buscar —musitó y la soltó. Fue a apagar todas las velas. Algunas las sopló, otras las apagó con los dedos índice y pulgar derechos, otras con un apagavelas de bronce.
Quedaron a oscuras, pero él podía verla a pesar de ello y estuvo seguro que viceversa también. Regresó sobre sus pasos. Así de cerca, perfilada por la luz que se colaba por las ventanas, lucía más enojada que triste. Soslayó también el cadáver, creyó que lo más prudente era comenzar a prepararlo, sin embargo no estuvo seguro si ella querría eso y estaba tan alterada que no se atrevió a proponerlo.
—Ven, vayamos a una de las habitaciones traseras —entonces dijo—. Esas no dan a la calle, podremos estar más seguros ahí —aún no sabía de qué huía, pero tampoco quería enfrentarlo, cualquier cosa que fuera. Ya fueran cazadores que no tendrían miramientos con él tampoco; o inquisidores, colegas suyos con los que tendría que lidiar. Hizo la causa de la mujer suya también. No sería la primera vez que se involucraba en asuntos que no le concernían, todo en busca de justicia, o equilibro.
—Él estará bien —volvió a mirar al occiso—. Lo prometo —¡ah! Zlatan, como siempre haciendo promesas que no sabía si iba a poder cumplir, todo en aras de los demás. Porque se movía como si el resto del mundo estuviera hecho de cristal y él fuera tan incompetente, que al menor movimiento, pudiera romperlos. Siempre anteponía a otros, era su defecto, y también una de las cualidades que lo redimían. Aguardó, no quiso presionarla, pero si se apresuraban, se sentiría más tranquilo.
Los ruidos en el exterior se hicieron más fuertes. Pasos a toda velocidad sobre el agua encharcada o sobre las piedras lisas. Estaban cerca, rodeaban la casa. Y de entre todas las cosas que pudo hacer en ese momento, hizo la que menos se esperaba: le sonrió a la mujer y la tomó por los antebrazos. Su mirada oscura era capaz de tranquilizar caballos desbocados, se lo habían dicho muchas veces, y quería, más que nunca, que eso fuera verdad.
Zlatan Hadžić- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/02/2016
Localización : París
Re: Broken things (Privado)
"Quizá no le hiciesen nada; no. Imposible. Iban a disparar, querían matarle.
No había motivos para mantenerla viva. No valía nada. Ya no le importaba morir."
No había motivos para mantenerla viva. No valía nada. Ya no le importaba morir."
Nada, Cora ya no sentía nada distinto a su pena. Si la tocaban, era como si la acariciara el aire, si la golpeaban, sería como rozarse el rostro con la rama de cualquier árbol. Ya sólo tenía una mirada vacía y los labios entreabiertos, como quien va a decir algo pero no se atreve. La inquisición le había quitado todo, porque ni siquiera tenía en donde caerse muerta. Ya no había esposo, ni hijos, ni casa, ni nada. Lo único que ahora poseía era lo que llevaba encima, incluida su reciente viudez, algo que ni en sus peores pesadillas pudo habersele cruzado.
—No pude salvarlo, llegué tarde…— musitó, con la voz quebrada, débil, lejana, culpable. En ese punto era puro desastre, con el cabello enmarañado por el viento y la sangre ajena, con la ropa sucia e incluso rasgada, con el ánimo deshecho, pero con el odio acrecentándose en silencio, peligroso y dañino. Y luego vino el silencio dentro de aquellas paredes; el desconocido la ocultaba, pero no entendía porqué —Me buscan a mí, y yo a ellos— susurró, y caminó sin ganas hacia la puerta principal, despacio, sin emitir ruido alguno, aunque se detuvo unos pasos atrás y observó lo que el velo de la ventana le permitía ver. En la calle ladraban perros y murmuraban los peores hombres, los asesinos más crueles que jamás vio el mundo y cuyo estandarte era una cruz que probablemente no entendían. Sus manos se empuñaron con fuerza y estuvo segura de clavarse las uñas en su propia carne sin pretenderlo. El cuerpo le tembló de nuevo, pero fue la voz ajena la que la hizo retroceder. Si daba un paso en falso, moriría sin obtener su venganza y, de paso, vendería para esos malditos a un inocente que la ocultaba, sin siquiera reprocharle que acababa de dejarle un cadáver tirado en su sillón.
— ¿Quién eres? ¿Por qué me ayudas? — Quiso saber mientras le seguía —Mi amenaza inicial de nada sirve cuando me superas en años— agregó, con la voz tan baja y apagada que no parecía que acumulara tanta ira para ese momento. Lo cierto es que necesitaba hablar en lugar de llorar, despejarse para llevar una pena que se convertiría en una masacre, dejar ir a Dietrich para luego alcanzarlo. Ahora, Cora era una especie de isla, o un barco a la deriva que aguanta la tormenta aunque por momentos, parece que se hunde. Ese vampiro podía recriminar, entregarla o incluso matarla, pero se esforzaba en mantener el silencio y la calma en un momento que parecía imposible. Y pareció funcionar, hasta que el silencio se extendió en las calles y los susurros rodearon aquella casa —Están aquí, me encontraron…— susurró, sintiendo terror en ese momento ¿Quién no sentiría algo así cuando la amenaza es tan grande? Eran demasiados para ella, habían sobrenaturales con la experiencia que Cora no poseía. La alemana no era diestra en la lucha cuerpo a cuerpo, ni con armas, ni siquiera superaba los cinco años como vampiro como para regodearse de alguna experiencia. Lo único que poseía era su desprecio, pero no sería suficiente contra tantos — ¿Podrías enterrar su cuerpo, por favor?— alcanzó a decir, justo antes que tocaran con determinación la puerta ¿Desde cuándo tanta cordialidad para llamar en lugar de arremeter a las malas como les era costumbre? Quizás lo conocían, Cora no podía saberlo, él era un desconocido en una casa cualquiera y cuyas verdades eran un secreto para ella. Pero ¿Valía la pena salir? Él no iba a ocultarla más si su vida dependía de eso. Afuera, alguna de las bestias esclavas de la iglesia debería sentir el olor de la muerte, de ese cuerpo que antes fuera su esposo; además, ella ya no tenía nada que perder, porque ya lo había hecho —Gracias por estos minutos, ha sido todo— musitó, con los pensamientos hechos un torbellino en su mente, con los rostros de la que una vez fue su familia tan claros como la amenaza. Recordar todo eso, ahora dolía y quemaba cualquier resquicio de paz que le pudiese quedar a la alemana. Esos recuerdos eran lo único que le había dejado la inquisición, porque jamás volvería a ver o escuchar las risas pícaras de sus niños, ni a sentir las caricias tiernas de su esposo que sobrepasaban su nueva naturaleza. Ya habían terminado para siempre las peleas inocentes de los mellizos, y los besos al despertar de Dietrich, que a veces la acompañaba en medio de sus tinieblas. Jamás volvería a preparar una cena que no comería, pero que la familia que había formado si disfrutaría. Y en ese punto, ya no podía dejar de odiarlos, pero tampoco podía parar el torrente de pensamientos que se desbordaban hasta convertirse en lágrimas mientras avanzaba para abrir la puerta. En ese momento, estuvo segura que se daría su despedida.
—No pude salvarlo, llegué tarde…— musitó, con la voz quebrada, débil, lejana, culpable. En ese punto era puro desastre, con el cabello enmarañado por el viento y la sangre ajena, con la ropa sucia e incluso rasgada, con el ánimo deshecho, pero con el odio acrecentándose en silencio, peligroso y dañino. Y luego vino el silencio dentro de aquellas paredes; el desconocido la ocultaba, pero no entendía porqué —Me buscan a mí, y yo a ellos— susurró, y caminó sin ganas hacia la puerta principal, despacio, sin emitir ruido alguno, aunque se detuvo unos pasos atrás y observó lo que el velo de la ventana le permitía ver. En la calle ladraban perros y murmuraban los peores hombres, los asesinos más crueles que jamás vio el mundo y cuyo estandarte era una cruz que probablemente no entendían. Sus manos se empuñaron con fuerza y estuvo segura de clavarse las uñas en su propia carne sin pretenderlo. El cuerpo le tembló de nuevo, pero fue la voz ajena la que la hizo retroceder. Si daba un paso en falso, moriría sin obtener su venganza y, de paso, vendería para esos malditos a un inocente que la ocultaba, sin siquiera reprocharle que acababa de dejarle un cadáver tirado en su sillón.
— ¿Quién eres? ¿Por qué me ayudas? — Quiso saber mientras le seguía —Mi amenaza inicial de nada sirve cuando me superas en años— agregó, con la voz tan baja y apagada que no parecía que acumulara tanta ira para ese momento. Lo cierto es que necesitaba hablar en lugar de llorar, despejarse para llevar una pena que se convertiría en una masacre, dejar ir a Dietrich para luego alcanzarlo. Ahora, Cora era una especie de isla, o un barco a la deriva que aguanta la tormenta aunque por momentos, parece que se hunde. Ese vampiro podía recriminar, entregarla o incluso matarla, pero se esforzaba en mantener el silencio y la calma en un momento que parecía imposible. Y pareció funcionar, hasta que el silencio se extendió en las calles y los susurros rodearon aquella casa —Están aquí, me encontraron…— susurró, sintiendo terror en ese momento ¿Quién no sentiría algo así cuando la amenaza es tan grande? Eran demasiados para ella, habían sobrenaturales con la experiencia que Cora no poseía. La alemana no era diestra en la lucha cuerpo a cuerpo, ni con armas, ni siquiera superaba los cinco años como vampiro como para regodearse de alguna experiencia. Lo único que poseía era su desprecio, pero no sería suficiente contra tantos — ¿Podrías enterrar su cuerpo, por favor?— alcanzó a decir, justo antes que tocaran con determinación la puerta ¿Desde cuándo tanta cordialidad para llamar en lugar de arremeter a las malas como les era costumbre? Quizás lo conocían, Cora no podía saberlo, él era un desconocido en una casa cualquiera y cuyas verdades eran un secreto para ella. Pero ¿Valía la pena salir? Él no iba a ocultarla más si su vida dependía de eso. Afuera, alguna de las bestias esclavas de la iglesia debería sentir el olor de la muerte, de ese cuerpo que antes fuera su esposo; además, ella ya no tenía nada que perder, porque ya lo había hecho —Gracias por estos minutos, ha sido todo— musitó, con los pensamientos hechos un torbellino en su mente, con los rostros de la que una vez fue su familia tan claros como la amenaza. Recordar todo eso, ahora dolía y quemaba cualquier resquicio de paz que le pudiese quedar a la alemana. Esos recuerdos eran lo único que le había dejado la inquisición, porque jamás volvería a ver o escuchar las risas pícaras de sus niños, ni a sentir las caricias tiernas de su esposo que sobrepasaban su nueva naturaleza. Ya habían terminado para siempre las peleas inocentes de los mellizos, y los besos al despertar de Dietrich, que a veces la acompañaba en medio de sus tinieblas. Jamás volvería a preparar una cena que no comería, pero que la familia que había formado si disfrutaría. Y en ese punto, ya no podía dejar de odiarlos, pero tampoco podía parar el torrente de pensamientos que se desbordaban hasta convertirse en lágrimas mientras avanzaba para abrir la puerta. En ese momento, estuvo segura que se daría su despedida.
Última edición por Cora Austerlitz el Dom Feb 12, 2017 7:20 pm, editado 1 vez
Cora Austerlitz- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 08/12/2015
Re: Broken things (Privado)
“When you come out of the storm, you won’t be the same person who walked in. That’s what this storm’s all about.”
― Haruki Murakami, Kafka on the Shore
― Haruki Murakami, Kafka on the Shore
Fue terrible escuchar eso. Ellos la buscaban tanto como ella a ellos. Parecía presagio. La promesa de una lucha que se iba a prolongar por años. Adivinó que la mujer era un neófito aún, y lo que le faltaba de experiencia, le sobraba en sed de sangre. La idea de que se forjara su camino rumbo al resto de su eternidad enzarzada en una lucha, no le agradó, pero ¿qué iba a hacer él? No podía hacer mucho realmente. La miró por el rabillo del ojo, las preguntas que le lanzó reverberaron en su interior con fuerza, como un remolino que se lleva y trae de vuelta los mismos escombros. Lamentó no tener una respuesta a quién era y por qué la ayudaba.
Se giró de golpe. Era tarde… era tarde, era tarde, era tarde, se repitió en la cabeza como si se auto flagelara. Estaban ahí. Todo sucedió en un chasquido, en lo que tarda un corazón en bombear sangre. Un segundo, menos que un segundo. Ni siquiera captó la pregunta sobre darle un santo sepulcro al occiso. Cuando quiso reaccionar, ella ya iba rumbo a la puerta como espectro. Quiso gritarle que se detuviera, pero la voz no salió, y no era buen momento para gritar. En cambio, con esa agilidad suya de vampiro, la alcanzó y la detuvo, tomándola de una muñeca.
—No —por fin pudo hablar, le dijo muy bajito—, déjame hacerme cargo a mí. Todo saldrá bien. Te prometo que un día cumplirás tu venganza —promesas, promesas vacías. La esperanza de Zlatan era otra, tratar de apaciguar a la mujer. Ayudarla a llevar el luto, si era necesario. No le importaba sacrificar noches enteras que estaban destinadas a continuar con sus estudios, dedicarlas a esa nueva misión.
De una cosa estuvo seguro, su estatus como inquisidor ahora debía guardarlo en el más celoso de los silencios, al menos, hasta que ella estuviera cerca de él. Un día o un mes, un año o una vida entera, no lo sabía aún y su situación comenzaba a complicarse. Como era siempre. Si se mantuviera preocupado sólo por sus asuntos, nada de eso le sucedería. Sus ganas de ayudar sólo se equiparaban con su necedad.
—Por favor —la miró a los ojos. No había muchos vampiros como él, con esa sinceridad desnuda, esa fragilidad descubierta. La soltó lentamente y se envaró, sólo para hacerle una seña de que guardara silencio y se quedara donde estaba.
Entonces terminó de recorrer el camino hasta la puerta. Abrió apenas lo suficiente para él salir, y la cerró, para no dejarla ver lo que sucedía.
***
Regresó al cabo de unos minutos. Al cerrar la puerta de nuevo, se recargó en ella, cerró los ojos y suspiró.
—Se han ido —anunció—, pero necesitarás esconderte por algunos días —le comentó—, les dije que habías salido por la parte trasera, hasta el bosque. No sé si lo creyeron —no lo creyeron, porque eso no es lo que les había dicho. Mentir no era algo que Zlatan hiciera naturalmente, ni le gustaba, pero resultaba muy convincente.
La realidad fue otra. Les dijo que él se haría cargo de ella. Que la necesitaba para recabar información y que él se las vería con el Vaticano, sin quitarles su crédito por ella, y por el cambiante muerto. Eso los dejó más tranquilo. Soldados, pensó, sólo buscaban la gloria de la sangre que derramaban. Como si eso fuera a redimir sus pecados.
—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó como si la calma hubiera llegado después de la tormenta, pero Zlatan sabía que sólo se encontraban en el ojo del huracán, y debía aprovechar el silencio y el sosiego mientras duraba.
Última edición por Zlatan Hadžić el Mar Mar 14, 2017 11:18 pm, editado 1 vez
Zlatan Hadžić- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 01/02/2016
Localización : París
Re: Broken things (Privado)
De repente, el mundo parecía un esfuerzo.
Y ella andaba como quien va en silla de ruedas por debajo de la falda.
Y ella andaba como quien va en silla de ruedas por debajo de la falda.
Odiaba ser vampiro, porque las razones por las que se había convertido en eso, habían desaparecido. Ahora, era su figura más frágil en medio de un museo de vidrio que habitaría por siempre en su memoria. Ahora tenía un miedo lactante que alimentaba y acunaba con cada segundo en medio de ese infierno, con una nana despierta que dormiría en el momento exacto de la hora de su muerte ¿Qué hora marcaba el reloj ahora? ¿Qué hora daría en el preciso instante en que cerrara los ojos para siempre? ¿Con cuántas horas de diferencia de él? Su llanto se sentía frío incluso en los brazos, aunque ella no era del todo consiente que aún lloraba.
Se supo temblar cuando la mano ajena la aferró por la muñeca y le pidió detenerse. Y ella, con la vista nublada se quedó ahí, inmóvil, incapaz de decir o hacer nada. Tenía miedo, tanto como el mismo odio que la recorría, como el pie esclavo y descalzo que apaga cualquier colilla de un cigarrillo que todavía no se apaga. Ya no se reconocía, tenía los ojos tan hinchados y cansados que su manera desaliñada de lucir no significaba nada junto a su desastre interno. Qué pequeña se sentía frente a tanta muerte, oculta por una pared de unos asesinos infames que la harían padecer para extenderle de todas las maneras posibles el sufrimiento. Quizás se detuvo porque sabía que allí sería su muerte y que, como mucho, sólo podría cargarse a uno en lugar de a tantos que lo merecían.
Mientras él estuvo afuera, ella no escuchó nada, aunque podía. Estaba en tal estado que su mente sólo percibía gritos que no había escuchado, e imaginaba muertes que realmente no había visto. Su imaginación era la peor de sus enemigas, y se daba la mano con aquellos esclavos que seguían fervientemente a una hipócrita iglesia. —Él está vivo— musitó, como si perdiera la razón y susurrara con cierto recelo —Dime que él está vivo— suplicó, tomando esta vez ella la muñeca ajena y mirándolo con los ojos ligeramente perdidos —Pero volverán por nosotros ¿Verdad? — sin esperar respuesta, caminó de regreso al cuerpo del que fuera su esposo y lo miró, de pie a su lado, como si él apenas durmiera y ella se cuestionara si debía despertarlo o no —Maud— respondió en voz baja a la pregunta de su nombre, aunque ese no le pertenecía a ella, sino a la hija que habían matado esos bastardos a la ingenua edad de cinco años. —Dietrich, despierta, tenemos que irnos— musitó agitando el cuerpo suavemente, como si de nuevo entrara en negación y omitiera todo lo doloroso. Él se encontraba tan cubierto de sangre como ella y, así como estaban, nadie duraría en enterrar a uno y encerrar al otro. —Dietrich— volvió a decir, pero poniéndose de rodillas y agitándolo un poco más fuerte —Nos van a matar, tenemos que irnos— suplicaba. Aquella situación no era nada sencilla para Cora, la vida se le deshacía y no podía comprenderlo. Afuera, comenzó a llover con fuerza y el repiqueteo de las gotas dejó claro que ya no había nadie en los alrededores de la casa.
—Ayúdame a levantarlo, él no está muerto ¿Verdad? — Sus ojos se volvieron de nuevo hacia el desconocido que ahora parecía cómplice —Ellos volverán, me van a matar, nos van a matar, a todos. Dile, dile por favor que abra los ojos— la firmeza de la mujer se desvanecía y la hacía lucir mezcla de loca y niña. Sus palabras eran como cubrir los huesos lesionados con las manos para que ni otros ni ella pudieran ver la fractura. —Ayúdame, no puedo con esto— añadió, esforzándose en entenderlo todo y dejando caer las manos hacia el suelo, empuñándolas en el frío suelo y temblando con los nervios destrozados al igual que el corazón —Mátame sin que lo note, no dejes que ellos lo hagan primero porque entonces no terminará. Ayúdame. Termina con esto, por ti—. repitió.
Se supo temblar cuando la mano ajena la aferró por la muñeca y le pidió detenerse. Y ella, con la vista nublada se quedó ahí, inmóvil, incapaz de decir o hacer nada. Tenía miedo, tanto como el mismo odio que la recorría, como el pie esclavo y descalzo que apaga cualquier colilla de un cigarrillo que todavía no se apaga. Ya no se reconocía, tenía los ojos tan hinchados y cansados que su manera desaliñada de lucir no significaba nada junto a su desastre interno. Qué pequeña se sentía frente a tanta muerte, oculta por una pared de unos asesinos infames que la harían padecer para extenderle de todas las maneras posibles el sufrimiento. Quizás se detuvo porque sabía que allí sería su muerte y que, como mucho, sólo podría cargarse a uno en lugar de a tantos que lo merecían.
Mientras él estuvo afuera, ella no escuchó nada, aunque podía. Estaba en tal estado que su mente sólo percibía gritos que no había escuchado, e imaginaba muertes que realmente no había visto. Su imaginación era la peor de sus enemigas, y se daba la mano con aquellos esclavos que seguían fervientemente a una hipócrita iglesia. —Él está vivo— musitó, como si perdiera la razón y susurrara con cierto recelo —Dime que él está vivo— suplicó, tomando esta vez ella la muñeca ajena y mirándolo con los ojos ligeramente perdidos —Pero volverán por nosotros ¿Verdad? — sin esperar respuesta, caminó de regreso al cuerpo del que fuera su esposo y lo miró, de pie a su lado, como si él apenas durmiera y ella se cuestionara si debía despertarlo o no —Maud— respondió en voz baja a la pregunta de su nombre, aunque ese no le pertenecía a ella, sino a la hija que habían matado esos bastardos a la ingenua edad de cinco años. —Dietrich, despierta, tenemos que irnos— musitó agitando el cuerpo suavemente, como si de nuevo entrara en negación y omitiera todo lo doloroso. Él se encontraba tan cubierto de sangre como ella y, así como estaban, nadie duraría en enterrar a uno y encerrar al otro. —Dietrich— volvió a decir, pero poniéndose de rodillas y agitándolo un poco más fuerte —Nos van a matar, tenemos que irnos— suplicaba. Aquella situación no era nada sencilla para Cora, la vida se le deshacía y no podía comprenderlo. Afuera, comenzó a llover con fuerza y el repiqueteo de las gotas dejó claro que ya no había nadie en los alrededores de la casa.
—Ayúdame a levantarlo, él no está muerto ¿Verdad? — Sus ojos se volvieron de nuevo hacia el desconocido que ahora parecía cómplice —Ellos volverán, me van a matar, nos van a matar, a todos. Dile, dile por favor que abra los ojos— la firmeza de la mujer se desvanecía y la hacía lucir mezcla de loca y niña. Sus palabras eran como cubrir los huesos lesionados con las manos para que ni otros ni ella pudieran ver la fractura. —Ayúdame, no puedo con esto— añadió, esforzándose en entenderlo todo y dejando caer las manos hacia el suelo, empuñándolas en el frío suelo y temblando con los nervios destrozados al igual que el corazón —Mátame sin que lo note, no dejes que ellos lo hagan primero porque entonces no terminará. Ayúdame. Termina con esto, por ti—. repitió.
Cora Austerlitz- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 08/12/2015
Re: Broken things (Privado)
“Death is tough for the people left behind on earth.”
― Prateeksha Malik
― Prateeksha Malik
La calma duró mucho menos de lo que había imaginado, o querido. Suspiró y miró la escena con pena, queriendo no hacerlo, porque no le pertenecía. Ese trozo de vida y muerte, pintado frente a sus ojos que han visto ya demasiada vida y demasiada muerte, no le concernía, era un intruso y lo sintió más que nunca. Tragó grueso, sin responder a la plegarias de la mujer. Porque, en el fondo, Zlatan sabía que no se las hacía a él, sino al sinsentido que le había arrancado a ese hombre de su lado. «Maud» se dijo internamente y apuntó el nombre; por ahora no insistiría en saber más.
Giró el rostro, cada palabra que salía de la boca ajena y cada intento de despertar al hombre le partía más ese corazón suyo que ya estaba hecho pedazos de todos modos. No quería ver, era demasiado horrible, demasiado injusto. Pero tampoco podía dejar que siguiera haciéndose daño de ese modo. Se acercó a ella y abrió la boca, aunque no dijo nada. Otros segundos transcurrieron antes de que se hincara a su lado, y la tomara de ambas muñecas. La miró a los ojos. Esos que tantas amantes le habían dicho que eran capaces de parar una tormenta, de detener una estampida de caballos, de curar heridas. ¿Sería capaz esta vez? No estuvo seguro.
—Por favor, detente. Él no… —tomó aire y cerró los ojos al tiempo que la soltaba, aunque no cambió de posición—. Él no va a despertar, él… él ya está en un lugar mejor —se puso de pie con calma. Movimientos suaves, como si temiera espantarla de nuevo—. Ven —la tomó de los brazos para que lo imitara—, necesitas darte un baño —quería que lo viera a él, que ya no mirara el cuerpo sin vida a su lado.
Entonces, sin más, desapareció en un pasillo oscuro para regresar al cabo de pocos segundos con una sábana blanca de costoso algodón egipcio. Y es que era de las únicas que tenía a la mano, no le interesaba si la echaba a perder. Zlatan jamás había sido un hombre que se fijara en lo material. Con esa misma sutileza que había estado mostrando hasta ahora, cubrió el cuerpo laxo. La tela comenzó a teñirse de rojo de inmediato.
—Necesita descansar. Necesita que lo dejes descansar —apuntó, mirando las manchas rojas que crecían con tortuosa lentitud en el lienzo limpio—. Te prometo que no vendrán por ti. Se han ido, ¿de acuerdo, Maude? —La llamó por el nombre que ella le dio como propio y que Zlatan decidió creer que era el real.
—Te puedo preparar el baño. Así como estás, no puedes salir si es que quieres irte. Pero te recomiendo que pases la noche aquí —«la noche» era un decir para seres como ellos, desde luego. Insistió en el tema porque era verdad, estaba tan manchada de sangre como el cadáver. También lo hizo porque, mientras ella estuviera en el baño, él podría quitar de la vista el cuerpo sin vida.
Debía preguntarle qué quería hacer con él; pero no ahora. Ahora ella no estaba como para responder a preguntas.
Zlatan Hadžić- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 01/02/2016
Localización : París
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