AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Walking on broken glass | Privado
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Walking on broken glass | Privado
Mientras la inocencia hacía acto de presencia en su mirada de aguas cristalinas, la maldad acostumbraba a tomarse sus propias licencias con el gesto de su sonrisa. Esa ambivalencia que desconcierta a cielo e infierno se encontraba ni más ni menos que representada en el rostro de Rupert Wyndam-Pryce. De cabello azabache y algo grasiento, y exhibiendo su peculiar nariz, aquel caballero, paraguas en mano, disfrutaba del panorama que se abría ante él: las mismísimas puertas del colegio abriéndose de igual forma y dejando salir a los niños de sus clases para poder hacer uso de un merecido descanso antes de continuar la jornada. Esbeltas rejas pero en una ingente cantidad eran lo único que separaba al juguetero de aquellos jóvenes que estaban siendo partícipes del escrutinio de éste.
¿Quién podría imaginarse que alguien tal, un hombre vestido pulcramente con su camisa blanca, su chaleco, traje y zapatos oscuros, y el peculiar detalle que acostumbraba a añadir a su vestimenta a forma de pajarita y que le daba un aspecto parecido al de un muñeco –como aquellos que solía vender-, quién podría imaginarse que alguien así era cuanto menos un peligro mortal para los infantes que dicharacheramente alborotaban tobogán arriba y abajo?
Su sonrisa, desde luego, no mostraba tales signos ya que, en verdad, el hombre disfrutaba de aquel espectáculo. Rememoraba una infancia que nunca hubo tenido y se veía entre aquellos niños, disfrutando de la libertad de tiempo tan lozano y de la felicidad que puede conllevar el no ser objeto de abusos como lo fue éste, mutando la inocencia de la juventud en un involuntario sadismo –practicidad necesaria pensaba él-. Al fin y al cabo y, por desgracia, todos somos fruto de nuestra infancia, y Albert…. Rupert, no era diferente al resto.
Su pierna derecha descasaba sobre la otra, y su brazo izquierdo se encontraba extendido, apoyándose sobre el respaldo del banco, sujetando con su otra mano un paraguas oscuro. Su cabeza, ladeada. El flequillo, sobre los ojos. Sus ojos, cubiertos con oscuras gafas. Su mente, perdida entre tanta ensoñación. Su nariz, moviéndose intermitentemente para luchar contra el frío. Finalmente, su sonrisa: batallando por no mostrar felicidad, tristeza y odio al mismo tiempo.
Twinkle, twinkle, little star. How I wonder what you are. Up above the world so high, like a diamond in the sky. Twinkle, twinkle, little star. How I wonder what you are! –tarareaba para si la versión inglesa de esta canción infantil francesa-.
Fue entonces que una mujer pareció acercarse a él. Quizás estemos hablando de que la mujer simplemente caminara y casualmente la dirección concordaba con la situación del hombre pero, aún así, alguien como él, acostumbrado a mirar a todos lado ya desde su infancia por el miedo a que cualquier malandrín buscara el hacerle daño, o incluso en la actualidad, por el miedo que acarreaba desde que sus actos fueran desvelados por aquel niño que hizo arder su tienda hasta los cimientos… sus cinco sentidos se agudizaban cuando se trataba de presencias extrañas. ¿Qué ente más extraño puede haber para alguien así que una mujer, pues?
Última edición por Rupert Wyndam-Pryce el Sáb Mar 12, 2016 7:07 pm, editado 1 vez
Rupert Wyndam-Pryce- Humano Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 04/02/2016
Re: Walking on broken glass | Privado
Aquél alumno suyo era uno de esos niños que, por la ausencia de sus padres siempre van pegados a la falta de su institutriz. El infante acudía a la escuela, pero los sábados por la tarde era cosa de Clara. La primera vez que lo conoció pudo ver que las habilidades escolares del niño eran más bien escasas, la institutriz creía que no era por falta de inteligencia, sino por falta de atención, y no precisamente por parte del niño, que prácticamente tenía de todo, de todo menos unos padres cariñosos. Para aquellos padres su hijo era calificaciones en un papel, números.
Pero Clara, como a cada uno de sus alumnos, le había cogido cariño y cuando los vienes hacía camino hacia la compra solía detenerse en la verja del liceo para darle al niño un bollo de crema.
La primera vez Clara tuvo que dar explicaciones a los maestros, puesto que la vieron allí plantada, sin saber quién era, ofreciendo dulces a un niño de 6 años. Por fortuna para la tutora todo terminó bien y llegado a este punto los maestros ocupados de la vigilancia durante el recreo la saludaban a través de la valla.
Ese viernes no era diferente, y cuando llegó al colegio el niño ya estaba allí, expectante. Clara le entregó el bollo y el niño le hizo un gesto para que se acercase un poco más y así besar su mejilla. Estaba algo cansada, la noche anterior había sido llamada a la casa del chico porque este no dejaba de comportarse mal y se negaba a cenar. Los padres fuera, y los criados sin saber que hacer optaron por recurrir a Clara y ésta pasó la noche con el crío, que también se negaba a dormir.
Antes de ir a hacer sus tareas decidió tomarse un momento para ver al pequeño, a unos pasos del liceo había un banco donde ella solía esperar a que saliera su alumno las veces en la que sus padres, cambiando el horario de trabajo de Clara, le habían pedido que diera la clase el viernes, puesto que el sábado ellos estarían demasiado ocupados preparando sus eventos y haciendo que los criados vivieran un infierno entre la cocina y el salón.
Cuando echó a andar hacia el banco encontró a un hombre de aspecto algo extraño allí sentado. Tenía un aspecto entre sucio y elegante, pero como Clara no conoce el sentido de la palabra "prevención" ni siquiera pensó en que, con ese aspecto un tanto sombrío, podría ser alguien peligroso.
- Buenas tardes -. Saludó inclinando la cabeza. Recogió el faldón del vestido con disimulo y tomó asiento al otro lado del banco. Hacía todo lo posible por no suspirar, pero como el cansancio la superaba por lo menos intentaba que no se la oyera demasiado. Había sido una semana agotadora, verdaderamente necesitaba un respiro. Cuando llegaba a su piso después de impartir una clase lo único en lo que podía pensar era en la materia que acababa de dar, del latín a las matemáticas, de la historia a la literatura. Al final siempre caía agotada antes de dedicar un minuto para ella misma.
Pero Clara, como a cada uno de sus alumnos, le había cogido cariño y cuando los vienes hacía camino hacia la compra solía detenerse en la verja del liceo para darle al niño un bollo de crema.
La primera vez Clara tuvo que dar explicaciones a los maestros, puesto que la vieron allí plantada, sin saber quién era, ofreciendo dulces a un niño de 6 años. Por fortuna para la tutora todo terminó bien y llegado a este punto los maestros ocupados de la vigilancia durante el recreo la saludaban a través de la valla.
Ese viernes no era diferente, y cuando llegó al colegio el niño ya estaba allí, expectante. Clara le entregó el bollo y el niño le hizo un gesto para que se acercase un poco más y así besar su mejilla. Estaba algo cansada, la noche anterior había sido llamada a la casa del chico porque este no dejaba de comportarse mal y se negaba a cenar. Los padres fuera, y los criados sin saber que hacer optaron por recurrir a Clara y ésta pasó la noche con el crío, que también se negaba a dormir.
Antes de ir a hacer sus tareas decidió tomarse un momento para ver al pequeño, a unos pasos del liceo había un banco donde ella solía esperar a que saliera su alumno las veces en la que sus padres, cambiando el horario de trabajo de Clara, le habían pedido que diera la clase el viernes, puesto que el sábado ellos estarían demasiado ocupados preparando sus eventos y haciendo que los criados vivieran un infierno entre la cocina y el salón.
Cuando echó a andar hacia el banco encontró a un hombre de aspecto algo extraño allí sentado. Tenía un aspecto entre sucio y elegante, pero como Clara no conoce el sentido de la palabra "prevención" ni siquiera pensó en que, con ese aspecto un tanto sombrío, podría ser alguien peligroso.
- Buenas tardes -. Saludó inclinando la cabeza. Recogió el faldón del vestido con disimulo y tomó asiento al otro lado del banco. Hacía todo lo posible por no suspirar, pero como el cansancio la superaba por lo menos intentaba que no se la oyera demasiado. Había sido una semana agotadora, verdaderamente necesitaba un respiro. Cuando llegaba a su piso después de impartir una clase lo único en lo que podía pensar era en la materia que acababa de dar, del latín a las matemáticas, de la historia a la literatura. Al final siempre caía agotada antes de dedicar un minuto para ella misma.
Re: Walking on broken glass | Privado
Aunque su mirada permanecía impávida, la sola presencia de la mujer en el banco hizo que Rupert no sólo abandonara su sueño infantil, sino que casi de un salto se adelantó a recibirla en aquellas frías tablas de madera en las que reposaba.
- Buenas tardes, señorita –su voz era escalofriantemente amable y endiabladamente aguda. Su mirada se clavó en ella como el que busca los primeros rallos de sol tras la tormenta del siglo, y su sonrisa, aunque forzada con la intención de agradar al prójimo, no conseguía ser sincera del todo cuando se trataba de gente desconocida-. ¿No le parece que hace una mañana maravillosa? Bueno, si dejamos a un lado el frío de una estación que ya comienza a hacerse eco sobre nosotros. ¿Usted qué opina?
Muchos eran los motivos por los que un hombre dedicaría palabras a una mujer a la que nunca había visto antes en su vida. La más extendida solía ser el coqueteo, donde el abanico de lisonjas era interminable. Rupert Wyndam-Pryce, sin embargo, concebía estos pequeños acercamientos como la prueba para si mismo de que podía sentirse parte de la sociedad. Una sociedad que parecía lo excluía cada vez más dadas sus particulares excentricidades.
- Disculpe, a lo mejor no le agrada mantener una conversación con un absoluto desconocido. Se la ve cansada y lo último que quiero es importunarla. Será mejor que me vaya – falta de amor propio, un error tan extendido que hacía sentir a cualquiera que molestaba y sobraba continuamente aunque en verdad resultara poco más que un resoplido en la oreja de su acompañante-. Buenas tardes y disculpe las molestias –se disculpó nervioso y sin atreverse a mirarla esta vez-.
Desde luego, el género femenino conseguía perturbarlo más de lo que éste buscaba. Seres con costumbres desconocidas y particulares de su sexo, pensamientos imposibles de descifrar para alguien como el juguetero, y de una belleza que era casi imposible de captar miraras las veces que miraras. Siempre había algo nuevo que admirar en una sortija, en un par de pendientes, en el color coral de un nuevo lápiz de labios… detalles casi inapreciables para la mayoría de los pertenecientes al género masculino, pero tan tenidos en cuenta por alguien como Wyndam-Pryce como lo era la esencia de cada mujer, que hacía a las de su sexo únicas e increíblemente distintas como distintas eran cada una de las sonrisas que hacían temblar al caballero del paraguas.
Rupert Wyndam-Pryce- Humano Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 04/02/2016
Re: Walking on broken glass | Privado
- ¡Espere, espere, espere! -. Casi salta del banco para sujetarlo con tal de que no se marchase. Imprudente, como casi todo lo que hacía la institutriz.- No se marche. Me encantaría mantener una conversación con un desconocido.
Prudente, lo que se dice prudente, la muchacha no era. Sí tenía un aspecto extraño aquél hombrecillo. Pálido como si nunca le hubiera dado el sol. Aquella nariz más bien ganchuda y unos ojos azules y brillantes que llamaban la atención de Clara.
Pero no nos engañemos; no fue su aspecto lo que le llamó la atención, sino aquella verborrea que había salido de su boca una vez Clara lo había saludad.
Esa verborrea tan usual en ella, era como si las palabras tuvieran más voluntad que la muchacha y salieran de su boca a toda prisa, como si quisieran huir.
Siendo consciente de su última frase la institutriz se corrigió.
- Me llamo Clara ¿y usted? ¡Ve! Ya no somos desconocidos -. Sonrió mientras daba unos golpecitos en el banco para que el blanquecino hombre volviera a tomar asiento.
Una vocecilla resonaba en la cabeza de la mujer; "Deberías estar preparada para que te robe, te mate y tire tu cuerpo al Támesis".
Prudente, lo que se dice prudente, la muchacha no era. Sí tenía un aspecto extraño aquél hombrecillo. Pálido como si nunca le hubiera dado el sol. Aquella nariz más bien ganchuda y unos ojos azules y brillantes que llamaban la atención de Clara.
Pero no nos engañemos; no fue su aspecto lo que le llamó la atención, sino aquella verborrea que había salido de su boca una vez Clara lo había saludad.
Esa verborrea tan usual en ella, era como si las palabras tuvieran más voluntad que la muchacha y salieran de su boca a toda prisa, como si quisieran huir.
Siendo consciente de su última frase la institutriz se corrigió.
- Me llamo Clara ¿y usted? ¡Ve! Ya no somos desconocidos -. Sonrió mientras daba unos golpecitos en el banco para que el blanquecino hombre volviera a tomar asiento.
Una vocecilla resonaba en la cabeza de la mujer; "Deberías estar preparada para que te robe, te mate y tire tu cuerpo al Támesis".
Re: Walking on broken glass | Privado
Aquel instante. El instante en que un simple juguetero posa sus manos sobre madera inerte –en el caso de Rupert, piel inerte- y juega a ser Dios. Luz celestial acostumbra a bañar esos momentos en la mente del inglés y pocas cosas merecen tanto la pena como la corona que engalana y pone broche final al mayor rey de fantasía en una tienda hecha del mismo material: las fantasías de un demente que se finge cuerdo.
¿Cuándo la mano de Dios hubo mutado en mano de mujer? ¿Cuándo comenzó a presentarse luz divina en tamaña situación? Un suave roce y los latidos de su corazón parecían ensordecer a cualquiera. Se volvió, sorprendido y asustado, sin dejar de observar aquella fina mano y que todavía mantenía contacto con su brazo. Finalmente, alzó la mirada hasta encontrarse con un rostro que destilaba bondad y dulzura a partes iguales. Era cierto. El Cielo y Dios tenían algo que ver en aquello.
- Dios Santo, es usted preciosa - las mujeres eran otra asignatura pendiente para un hombre como aquel, que se sentía ducho en cuanto a posición social y económica, pero carente de recursos para tratar al sexo débil.- Perdón. Lo siento. Quiero decir… -volvía a estar nervioso. De nuevo, la situación le manejaba a él y no al revés. Comenzó a reír de forma intranquila-. Disculpe, es que… soy un idiota, perdóneme –por fin decidió coger las riendas. Posó su otra mano en la de la mujer y respirando hondo para calmarse, sonrió y volvió a tomar asiento-. Mi nombre es Rupert. De nuevo, le pido disculpas. Aprecié una presencia y sin más, comencé a hablar. Después comprendí que “¡Oh, Rupert! No a todo el mundo le gusta hablar” -su mueca parecía decir: lo siento, soy así, al mismo tiempo que añadía: de nuevo, un idiota-. Dígame, ¿qué hace aquí? Si todavía quiere hablar, claro –era imposible impedir que hablara de forma entrecortada en situación similar. Demasiada tensión para alguien que no está acostumbrado a tratar más que con clientes.
Los actos del juguetero podían resultar desoladores con respecto al mundo de los negocios, mas como persona y al margen de ambición empresarial alguna, Rupert era un hombre tierno y tímido. Dolorido incluso, por una vida sentimental o social casi inexistente y por el rechazo de todo aquel a quien se acercaba o en quien depositaba algo de confianza. Su comportamiento era resultado de todo ello: alguien que busca interactuar, alguien que siempre se siente a si mismo como una molestia, alguien desconfiado ante cualquier muestra de cariño, pero sobre todo alguien que todavía tiene fe en la bondad del ser humano.
Rupert Wyndam-Pryce- Humano Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 04/02/2016
Re: Walking on broken glass | Privado
Clara, que no tiene sentido del espacio personal, se deslizó hasta quedar pegada a él. Cogió su mano y la sacudió a modo de saludo mientras intentaba no reír por lo que él había dicho primero. Era la primera vez que, en París, un hombre que opinaba aquello no la trataba como a ganado, y eso le agradaba.
- Encantada de conocerle, Rupert. - Soltó su mano y recuperó la compostura, al fin y al cabo era una institutriz recta y discreta, o eso creía ella-. Estoy esperando a que salga uno de mis alumnos. -Suspiró volviendo la mirada hacia el edificio del colegio-. Pobre chico, nada más salir de las clases tiene que asistir a más clases. No me entienda mal, estoy a favor de una educación correcta, pero obligar a un niño a que estudie todos los días me parece demasiado. Exhausto, si me pide mi opinión. Pero siempre hacemos un poco de trampas ¿sabe? - Continuó hablando mirando al frente, por si los niños empezaban a salir. Parecía que estuviera haciendo un monólogo y no reparó en que lo más seguro fuera que a Rupert no le interesara lo más mínimo toda aquella palabrería- Una hora de latín y luego jugamos a las cartas mientras tomamos el té. De todas formas sus padres no se enterarían ni aunque metiéramos un elefante en la casa, no están nunca. - De pronto reparó en que no estaba hablando sola y se giró hacia su acompañante- ¿Y usted? ¿Tiene hijos en el colegio?
Pensó que no tenía aspecto de ser padre, no sabía muy bien porqué. Rupert parecía algo enfermo, seguramente por lo pálido que era y esa leve cojera. Pero a Clara no le desagradaba su imagen. Sentía debilidad por aquél tipo de personas. Por eso siempre acababa metida en un lío.
- Encantada de conocerle, Rupert. - Soltó su mano y recuperó la compostura, al fin y al cabo era una institutriz recta y discreta, o eso creía ella-. Estoy esperando a que salga uno de mis alumnos. -Suspiró volviendo la mirada hacia el edificio del colegio-. Pobre chico, nada más salir de las clases tiene que asistir a más clases. No me entienda mal, estoy a favor de una educación correcta, pero obligar a un niño a que estudie todos los días me parece demasiado. Exhausto, si me pide mi opinión. Pero siempre hacemos un poco de trampas ¿sabe? - Continuó hablando mirando al frente, por si los niños empezaban a salir. Parecía que estuviera haciendo un monólogo y no reparó en que lo más seguro fuera que a Rupert no le interesara lo más mínimo toda aquella palabrería- Una hora de latín y luego jugamos a las cartas mientras tomamos el té. De todas formas sus padres no se enterarían ni aunque metiéramos un elefante en la casa, no están nunca. - De pronto reparó en que no estaba hablando sola y se giró hacia su acompañante- ¿Y usted? ¿Tiene hijos en el colegio?
Pensó que no tenía aspecto de ser padre, no sabía muy bien porqué. Rupert parecía algo enfermo, seguramente por lo pálido que era y esa leve cojera. Pero a Clara no le desagradaba su imagen. Sentía debilidad por aquél tipo de personas. Por eso siempre acababa metida en un lío.
Re: Walking on broken glass | Privado
Los extrovertidos gestos de la mujer le resultaron tan inesperados como prometedores. Juguetones y divertidos de igual manera. Algo que su peculiar sonrisa no pudo sino demostrar, así como la atención que le prestó en adelante, atento a cada una de sus palabras y gestos.
- Es curioso –rió-, pero si dijera algo en contra de lo que usted acaba de expresar, sería un hipócrita de cuidado dada mi profesión –esperó el gesto curioso de la mujer y a continuación, prosiguió-. Verá, soy juguetero. Tengo una modesta juguetería casi en el centro –ese casi le molestaba bastante-. Así que prácticamente soy su peor pesadilla –comenzó a reir de nuevo. Palabras inocentes en apariencia, pero que escondían una verdad ajena a la mujer. Y así esperaba el juguetero que siguiera-. Mientras usted busca que su tutelado responda a la pregunta sobre geografía que acaba de hacerle, él sólo piensa en venir a mi juguetería. ¿No le resulta gracioso?
El hombrecillo sonreía ante los truquillos de la mujer. Otro adulto que parecía no haber perdido el recuerdo de su niñez y actuaba con sus alumnos en base a ello.
Sin embargo, ¡oh, oh! ¿Qué qué hacía él allí? Difícil de explicar. Tanto que, desde luego, no pensaba hacerlo.
- No, no tengo hijos aquí. Bueno, ni en ningún lado. No estoy casado. Ni siquiera tengo pareja, así que aunque quisiera no podría tenerlos –soltó otra carcajada, nervioso-. Estoy haciendo tiempo hasta que salga el hijo de un amigo. No puede venir a recogerlo y a mi… ¡me encantan los niños, como habrá podido comprobar! – sobre todo sin piel-. Así que no me cuesta nada hacerle el favor. ¿Y usted? ¿Tiene hijos, está casada? –volvió a sentir la llamada de su timidez- Si es que no le molesta la pregunta, claro.
La espontaneidad había ganado la partida, pues había otorgado al juguetero la excusa perfecta de su motivo en aquel lugar. ¿Cómo lograría escapar una vez los niños abandonaran el colegio y ninguno corriera a sus brazos? Eso era algo que ya resolvería una vez se le presentara. Lo importante era aquella situación: el momento, el lugar, la persona. Pues en su memoria no había recuerdos ya de persona agradable que se hubiera molestado en conversar con el juguetero de manera similar. Por desgracia para éste y para todos aquellos que suelen pecar de timidez y soledad en tan alto grado, en su cabeza comenzaban a volar ideas descabelladas relacionadas con la mujer y su futura amistad –amistad, sí. Se habían visto una sola vez y no había nada que asegurara un nuevo encuentro, pero eso no resultaba azaroso en la mente del hombre, pues si Clara no iba a éste, sería él el que la buscaría. ¿Una mujer tan hermosa y agradable? Aquello no podía más que empeorar, y Rupert no comprendía el porqué y en su mente sólo visionaba lo contrario-.
Rupert Wyndam-Pryce- Humano Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 04/02/2016
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