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Runaway Bride [Lucciano Russo] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Stella Milani Lun Jul 02, 2018 4:00 pm




Runaway Bride





"En un día de estos en que suelo pensar:
"Hoy va a ser el día menos pensado".
Nos hemos cruzado, has decidido mirar,
a los ojitos azules que ahora van a tu lado"

La historia de la Milani es tan complicada como ordinaria. ¿Es el término "ordinario" correcto? Sí, es una mujer criada en las costumbres italianas que exigen de ella que se comporte como una dama, donde la voz es corta y poca. Se baja el tono, se habla cuando se le pide su opinión y sólo en esos momentos. La exigencia se basa en que tenga las aptitudes y habilidades que toda mujer de su alcurnia cultiva: canto, algún instrumento musical, costura, etiqueta, costumbres propias de una mujer con perfil bajo para dejar que sea el protagonista el hombre que se encuentra a su lado como esposo, prometido, hermano o padre. La cultura debe estar orientada a simples libros de contenido novelesco o bien, recetarios de cocina o de índoles propias del hogar. Nada de revoluciones, de pensamientos anárquicos o rebeldes.

Es la propia Stella Milani la mujer perfecta para quien busca todos estos elementos en su conducta. Su mente es un requisito prescindible, sólo necesaria para asuntos de casa, de su marido y para obedecer las órdenes de su familia. ¿Qué hace entonces en París? La versión oficial es que llegó para buscar el ajuar perfecto para su próximo enlace matrimonial. La verdad depende de Francesca, su amiga y cómplice quien le acompañó en esta aventura pretextando que una dama no puede estar sola. Les acompañan las nanas de ambas, quienes se harán cargo de que las dos mujeres estén cuidadas, que ningún hombre las ronde y por supuesto, se comporten como su estatus lo exige.

Este día se cumple la semana de su estancia en la ciudad. Con desánimo, bebe un poco de té en compañía de su mejor amiga a quien observa en silencio tras contestar a la nota que le llegó. Es de su prometido. El que cree que va a ser su prometido indicando que va a visitarla en este día, por respuesta, se le cita a las diecisiete horas del día, para la hora del té inglés. Por Dios, está tan nerviosa de su próximo encuentro que le tiemblan las manos. Otro Russo. El primero tuvo el impacto de mil terremotos en su vida, provocando taquicardias con su sola presencia. ¿El por qué? Su presencia arrolladora, dominante, exigente e intransigente. Deja la taza sobre el plato con dificultad, escuchando el tintinear de la porcelana contra la otra producto de su descontrol físico. Su mano diestra acaricia su frente con el pañuelo que absorbe las microscópicas gotas de sudor que perlan su frente. - Si no te tranquilizas, Prosperpina, te voy a dar un remedio para que duermas - Francesca es categórica. Stella quisiera parecerse a su amiga, sus cabellos negros, su tez quemada por el sol, es entre todas sus amistades, su figura a seguir.

Su vista se pierde en el horizonte, ahí donde los ventanales abiertos dejan apreciar el panorama de la ciudad - despreocúpate, en el peor de los casos, si no cede con mis desplantes, cederá con la cicuta - su sonrisa sórdida provoca que los ojos de la Milani se abran - ¡No! Por Dios, Neria. Cada vez que te escucho decir eso, me aterra la perspectiva de que te encuentres con Baco - su pañuelo pasa de nuevo por su frente, recorriendo ahora la diestra sien en tanto su amiga sonríe. Para ellas, esta es una oportunidad de oro, deberán hacer que el Duque de Florencia (hoy Baco), se desdiga de su compromiso para que la Milani quede en libertad de contraer matrimonio con otra persona haciendo que su familia salga a flote.

¿Por qué usan nombres tan raros si se llaman Francesca y Stella? Sencillo, para evitar que los sirvientes se equivoquen en esta jugarreta que la primera inventó. Así, ambas se llaman por los apodos que desde que se conocen, se asignaron en un juego que ahora les da la oportunidad de salir adelante. Las nanas están conscientes de ello, por lo que obedecen las instrucciones de Francesca (hoy Neria). Tan astuta es la romana que hará hasta lo imposible porque este Duque de cuarta salga del escenario corriendo ante su presencia. Cuando se dé cuenta de su error, será demasiado tarde porque el compromiso estará disuelto. Si bien la carta que llegó en la mañana informando de su presencia es para Stella (hoy Proserpina) angustiante como mínimo, para la romana es una declaración de guerra. Y como tal, va a librarla con todas las armas de las que dispone. Su carácter fuerte e indómito le ayudará en su empresa.

En tanto el pañuelo se mancha con líquido y algo de maquillaje, la diosa de la guerra romana susurra bajo - vete a las caballerizas, disfruta de tu nueva adquisición, Proserpina. Ya no tarda en llegar - mira el reloj cucú a mitad de la habitación. La rubia asiente poniéndose en pie para dirigirse a su recámara en tanto la romana agita la campanilla solicitando que cambien el servicio de té. Citado a las cinco de la tarde, el Duque llegará en menos de veinte minutos. Lo suficiente para que todo quede en orden. En las habitaciones superiores, Proserpina cambia sus ropas por las de montar con el fin de bajar a donde una hermosa yegua le espera. Este plan está concebido desde que les llegase el telegrama a dos días de su llegada a París, donde los Milani informaban que el Duque había decidido ir a París para conocer a su futura consorte. Ante la perspectiva de verle, Stella colapsó. Así que Francesca tomó cartas en el asunto. Cambiaron de casa para que los sirvientes no fallaran en su forma de dirigirse a cada una de las damas. Del hogar de Stella, cambiaron al de Francesca. Las nanas fueron informadas de lo que harían y si bien no están de acuerdo, saben que son adultas y deberán tomar responsabilidad si algo se sale de control.

Las cinco son anunciadas con campanadas del reloj, Neria se prepara para recibir a su "prometido". Neria, la diosa de la guerra romana si alguien entendiera de mitología, está dispuesta a confrontar al hombre con tal de que su amiga deje de martirizar su mente. Vio cómo Donato la hizo papilla, cómo el carácter dulce y bondadoso de la Milani decreció y no está dispuesta a permitir que el tiempo que trabajó en levantar su autoestima, este nuevo Russo lo lance por un acantilado. De ascendencia romana, su carácter es bastante fuerte a diferencia de la Milani. En cuanto le anuncian la llegada de Baco, espera paciente. Se pone en pie cuando entra a la habitación haciendo una firme y elegante reverencia - Su Celsissimo, bienvenido. Es un placer conocerle por fin, Stella Milani - alarga la mano para recibir el beso que conforme la etiqueta corresponde. Si bien el protocolo indica que sea ella la que le bese el dorso, le obliga a primero inclinarse él. Pone por encima la etiqueta al protocolo, debiendo ser lo contrario, con tal de que él se humille y tenga en claro que ella no agachará la cabeza.

Para denotar su carácter, el rojo predomina en su vestimenta siendo otra declaración de guerra. Su conducta altiva y arrogante es parte de su personalidad, algo que por supuesto va a explotar con creces. Mientras más discordante sea de Stella, él se sentirá más amedrentado. Y como no quiere darle oportunidad de respirar, enuncia con voz categórica y firme - le pido atentamente a Su Celsissimo que la próxima vez que quiera tener una entrevista, avise con más de dos días de anticipación. Tenía ocupaciones y debí posponerlas, lo que significa que estaré en París otra semana más o puede que dos - la primer estocada es enviada directo al hígado. Como el hombre se enoje, Francesca está lista para ponerlo en su lugar. No será la primera vez ni la última que lo haga. No por nada es hija del General Grimaldi.

Lucciano Russo for Stella Milani
(Futura señora Russo, dice él).


Última edición por Stella Milani el Miér Jul 04, 2018 10:10 am, editado 4 veces
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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Jul 04, 2018 9:23 am







Después de un hermoso reencuentro con Annabeth la noche anterior, se despertó relajado y con fuerzas renovadas, como si no hubiese pasado dos largas semanas en un carruaje para llegar desde Florencia hasta París. Tomó nota mental de tomar vacaciones con más frecuencia, al menos una vez al año, y venir a visitarla. Sin embargo, ahora otro asunto podría interponerse en su camino.

Iba a casarse. Iba a casarse con una completa desconocida. El pensamiento lo puso de nuevo de un humor tétrico, aunque se recordó que estaba allí para resolver ese asunto y que empezaría la tarea más pronto de lo pensado.

“Signorina Milani.

Quien le escribe, Lucciano Russo, hermano menor de Donato. Y, por lo tanto, su prometido.

He llegado ayer desde Florencia, pero, como ya sabrá, estuve antes en Milán y tuve la oportunidad de entrevistarme con sus padres, quienes me han concedido su permiso para visitarla y cortejarla apropiadamente.

Le escribo estas pocas líneas para solicitarle me dedique una hora de su tiempo lo más pronto que su agenda lo permita, con la intención de presentarme formalmente ante usted, y tener finalmente el honor de conocerla.

Sinceramente,
L. Russo.”


Ese había sido el mensaje que enviara a primera hora ese mismo día con un mensajero, obteniendo por respuesta una breve invitación a tomar el té en horario inglés. La pronta invitación para asistir a su encuentro había sido recibida con sorpresa, y le había obligado a creer que ella se sentía tan inquieta y curiosa como él mismo. Con el tiempo suficiente para evitar que cualquier inconveniente lo hiciera llegar tarde, se bañó y vistió con uno de sus mejores trajes casuales, e incluso usó un poco de gomina para el cabello, alejándolo de su rostro. Iba, sinceramente, con su mejor disposición. Si bien no tenía planes de enamorarse de su futura esposa, una relación cordial sería óptima en aquellas circunstancias.

En el momento en que decidió salir no pudo encontrar a Annabeth por ningún lado para avisarle que ya iba de salida, así que pidió de favor a Violet que, si ella preguntaba, le informara que había salido y volvería en 2 horas más tardar.

Había pensado en tomar el carruaje para ir hasta la casona Milani en París; sin embargo, al saber por el mensajero que el recorrido era bastante corto, se decidió por tomar uno de sus caballos e ir cabalgando. Una vez en las caballerizas, cuando tuvo que decidir entre Star y Path, las dos yeguas que habían venido halando su carruaje desde Florencia, había decidido que Path era la que lucía más animada y con energía. Así que dejaría a Star descansar un poco más antes de proponerle un paseo.

Aquellas dos potras, si bien no eran sus mejores caballos, ni los más rápidos, sí eran dos de las que tenían mayor resistencia. Además, les tenía un cariño especial debido a que habían sido las primeras dos crías que ayudase a nacer. De entre ellas Star era una belleza de un claro color dorado, con todo el pelaje uniforme, a excepción solo por tres de sus patas, en las que tenía calcetines blancos, y un pequeño diamante del mismo color en la frente. En cuanto a su temperamento, era traviesa y juguetona, pero sabía seguir órdenes.

Por otro lado, Path tenía el pelaje de un castaño tan oscuro que a la sombra parecía negro, pero bajo el reflejo del sol se podían notar tintes dorados y cobrizos. También tenía un diamante blanco en la frente, un poco más grande que el de Star, y el mismo tono dorado en su crin y cola, una belleza curiosa que había llamado muchísimo la atención donde quiera que iba. Al contrario de Star, Path podía ser más calmada, y te seguía si eso le venía en gana, pero cuando decidía que quería seguir su camino sin importar tu opinión, no había orden que la detuviera.

Si bien el camino, montado en Path, había sido bastante corto y tranquilo, él había estado sumamente inquieto. No quería admitirlo, pero, hasta cierto punto, había estado nervioso. Al llegar al exterior de una hermosa casona de las afueras de la ciudad. No con las mismas dimensiones de la mansión de Annabeth, pero sí lo bastante lujosa como para dejar claro que lo pequeña no suponía falta de recursos, simplemente que era una casa usada en temporadas dispersas, de poco uso.

Bajó del lomo de Path y amarró las riendas a uno de los postes del barandal, aún en contra de las quejas de la potranca. – Sé que odias que te amarre, nena. Pero no estamos en casa y no tienes la seguridad suficiente alrededor. Así como no sabes volver a casa a Ann. Si te dejo suelta, te perderás. – Le dijo en tono de disculpa mientras acariciaba a la vez su cuello y frente, con ambas manos. – Deséame suerte, ¿sí? – Le dijo finalmente antes de alejarse y llamar a la puerta, siendo en el momento exactamente la hora en que había sido invitado.

Fue atendido velozmente por una de las capaces sirvientas, quien lo invita a pasar pues sabe que lo están esperando. Una vez en el salón, se encuentra de frente con una castaña de estatura sobre el promedio, de figura delgada, vestida con un pomposo vestido gótico más apropiado para otros tipos de encuentros que el que se llevaba a cabo en ese momento, pero no le dio demasiada importancia al asunto, al fin y al cabo, sus conocimientos en moda femenina eran prácticamente nulos. Aun así, la situación por completo le parecía muy extraña, empezando por el hecho de que aquella mujer no parecía en absoluto del tipo de Donato, especialmente por su estatura.

Se quitó la extraña idea de la cabeza y simplemente tomó la mano que le extendía para depositar un educado beso en ella, sin molestarse en extender la suya para que devolviera el gesto. Ya que, si bien esas cosas eran costumbres de etiqueta y protocolo, seguía sin acostumbrarse a que cualquier persona, hombre o mujer, le besara la mano. En su lugar, distrajo la atención de la joven de ese pequeño asunto, agradeciéndole por su invitación a tan corto aviso de su presencia en la ciudad. Ella, sin embargo, pareció molesta de repente y lo expresó con bastante seguridad.

- Por favor, acepte mis más sinceras disculpas si no he sido del todo claro en la misiva de esta mañana. Mi intención no era venir hoy a la fuerza, más bien que usted dispusiera de su tiempo y me dedicara algunos minutos cuando su agenda lo permitiese. – Si bien la actitud de la joven le resultaba completamente maleducada y malcriada, peor una cría de 15 años que apenas entra en sociedad, decidió disculparse. Puede que su mensaje no fuese del todo claro, y puede que sus nervios la atacaran haciéndola actuar de aquella manera. A pesar de no sentirse del todo cómodo, se mantuvo firme en su actitud caballerosa y respetuosa a la que pronto tendría que llamar "su esposa".

- Por el tiempo extra en la ciudad no tiene nada de qué preocuparse. Como bien le dije en la nota, tuve la oportunidad de hablar con sus padres, y les aseguré, sobre todo a su madre, que no las dejaría volver a usted y su compañera de viaje, solas de regreso hasta Milán. He de volver con ustedes, escoltándolas. De ahora en adelante, su seguridad es también un asunto de importancia para mí, signorina. – Le informó, al tiempo que recibía una taza de té de la criada, a quien le había pedido servirlo con leche y 3 cucharadas de azúcar, y se fijó en que para ella lo servían, por el contrario, totalmente solo.

- Resuelto el tema de la extensión del viaje... – Comenzó antes de dar un segundo sorbo a su té, para luego proseguir. – Quisiera solicitarle algunas horas de su tiempo, en las próximas semanas, citas concertadas, si lo prefiere, en las que podamos interactuar y comenzar a conocernos. Tal vez una hora al día, tres veces por semana, ¿Estaría eso bien para usted? – No sabía por qué, pero aquella mujer le daba muy mala espina, solo con su mirada desafiante y su aire altivo, como si fuera dueña del universo, le daba ganas de estrecharle la mano, darle las gracias por su tiempo y salir corriendo de allí, pero lo que estaba en riesgo era mucho mayor que su orgullo. Así que, haciéndole caso a su querida Annabeth, se había mordido la lengua para no reprenderla cual chiquilla molesta.

Lucciano Russo


Última edición por Lucciano Russo el Dom Jul 29, 2018 3:13 pm, editado 3 veces
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Runaway Bride [Lucciano Russo] Empty Re: Runaway Bride [Lucciano Russo]

Mensaje por Stella Milani Miér Jul 04, 2018 10:24 am




"Soy como una estrella en el firmamento, hermosa y bella
si te acercas demasiado, se alejará más".





Mientras en la planta baja, el Duque es conducido al salón del té; en la planta alta, la joven Milani se arregla para bajar a las caballerizas para ver el regalo que su amiga le hizo por su cumpleaños. Pocas cosas son las que pueden agradar más a la rubia que salir a cabalgar donde el sonido de las voces humanas es inexistente. El traje de montar elegido es uno que pocas damas de sociedad usarían. ¿Por qué? Porque es utilizado más en otros países que en París. Para la rubia es perfecto, por lo que se lo calza con alegría sabiendo que aquí, en esta ciudad donde nadie la conoce, su reputación está a salvo. Es acorde a sus gustos, porque se olvida del corset rígido que a veces la asfixia, así como de ser observada de mala manera cuando se mete a con los corceles para atenderlos. Sí, ese es uno de sus grandes secretos que sólo comparte con Francesca. Donde se olvida de ser una dama que es incapaz de manchar sus vestidos, Stella prefiere cuidar de los caballos con su propia mano.

En el futuro le llamarán equinoterapia, para la joven Milani es una bendición la forma en que le relaja de sus ocupaciones alejándola de sus tensiones y algún que otro ataque de nervios. Los Russo le provocan eso, en su momento Donato fue su calvario más grande. Si algo debía en la vida, con el trato que él le daba, lo paga y con creces. Saber que ahora, su hermano Lucciano quiere casarse con ella para cumplir el compromiso que contrajo el fallecido Duque, le provoca angustia en demasía. Se siente tironeada de manos y pies hasta que sus articulaciones ceden y se dislocan. Toma conciencia de ésto cuando baja las escaleras asomando la cabeza mirando cómo Francesca sigue dentro del salón. Con sigilo escapa por la puerta trasera evitando que el Duque la vea. Una vez fuera de la casa, aspira aire con fuerza sintiendo cómo sus pulmones se expanden para sonreír caminando hacia las caballerizas donde los sonidos de los cascos y los relinchos de los caballos son su mayor alegría.

Entre los cubículos donde están todos cómodos en tanto se alimentan, la Milani admira las bellezas que se conservan en el sitio hasta llegar a su regalo, la yegua de origen árabe de medias, crin y cola azabache que le saluda con un relincho haciendo que se derrita por dentro en tanto toma su cabeza para mimarla pensando en cómo va a llamarla - hola, preciosa. Sí, también me gustas mucho - susurra mirando esos cafés orbes que la observan con la inocencia que sólo un fino animal como éste puede albergar. Besa su cuello aspirando su aroma. Hace todo el ritual de ensillar a la yegua que está lista para salir al galope, se le nota. Igual está Stella, así que tarda poco en tener todo listo, monta y se lanza a la aventura dejando que la pequeña decida hacia dónde ir. Cuando se conoce de la equitación, se sabe que el disfrute está en dejar que sea la montura quien decida para dónde correr.

Y como tal, ríe a carcajadas cuando toma dirección hacia el jardín trasero, donde el enorme campo es su patio de juegos en tanto ella se siente como una niña pequeña, dejando que el viento deshaga su peinado, cuyos cabellos rizados desde la mañana para dar volumen a su cabeza, caen libres contra la espalda. La rubia tiene de nacimiento la belleza de una melena semi rizada, por lo que cuesta poco que los firmes bucles se le formen. Si se enredan los cabellos, tendrá que pasarse el cepillo para acomodarlo. Eso será después, mucho después, porque en este momento, lo único que le importa es cabalgar hasta que la montura se canse y tenga que volver ignorando lo que en el salón de té sucede. Sus piernas acomodadas como las de una dama de sociedad, se mantienen firmes en tanto la montura avanza con emoción por el sitio relinchando con ahínco hasta que poco a poco, remite su brío quedando de pie ante un árbol sacudiendo la cabeza dando pequeñas coces. Es el mejor regalo que pudo recibir, piensa en tanto con su mano recorre el largo del cuello del animal. Paz es lo que le provoca y ni siquiera saber que su amiga está peleando con el Russo, puede quitársela.

Mientras tanto, en la casa, la Grimaldi observa fijo al Duque que por supuesto, le toma la mano para besar su dorso como dicta la etiqueta. Sus ojos recorren el rostro curtido por el sol, la musculatura mucho más marcada que Donato, a quien con el paso del tiempo dejara de ver en unión a su amiga debido a que él le prohibió a la Milani, la compañía de la romana. Al inicio era todo sonrisas, amabilidad, seducción y tenía un aire de sofisticación que toda mujer caía en sus redes. Hasta que poco a poco sus pasos iban afianzando el terreno. Era cuando su conducta variaba. Todo un encanto y cuando Stella se descuidó, manipuló su mente obligando a que hiciera todo lo que él quería, como lo quería y cuando lo quería. La presionaba, la chantajeaba, la doblegaba de maneras que la propia Francesca se quedó asombrada cuando por fin supo de la muerte del Russo y fue a ver a su amiga para ver cómo estaba encontrándola destrozada. Jamás permitirá que vuelva a suceder, así tenga que pelearse con este hombre. De inicio, ya su musculatura y su tono de piel hablan pestes de él. Una sola de sus manos es capaz de causar mucho dolor, pensar en que pueda estampar dicha palma en la mejilla de Stella le hace hervir la sangre - Ya veo, tome asiento, por favor - invita extendiendo la palma mostrando el sitio donde deberá acomodarse. Ella hace lo propio dejando que el servicio les sirva.

¿Dónde está la agresividad de este hombre? ¿Dónde las palabras de Conrad aciertan? Le parece que todo ésto tiene un doble sentido. Cada frase que él enuncia es adecuada, es prudente. Ese es el punto, es demasiado prudente. Al menos por ahora, como el mayor de los Russo. Son disfraces que ambos hermanos utilizan para su beneficio. Las gruesas manos vuelven a ser el centro de su atención. El té es servido escuchando que pide leche y azúcar. Por costumbre, Francesca lo toma solo, igual que exigiese Donato. Cuando da el primer trago con elegancia, manifiesta que el tiempo le importa poco. Es igual que el otro, sus tierras pueden estar secas y su gente muriendo de hambre, algo que desespera a Stella y ellos se la pasan como señores y amos, creando fama en las camas de las mujeres, haciendo que su amiga se mortifique cuando éstas se presentan ante ella ufanándose de sus logros. Claro, ahora resulta que su seguridad es importante para él. Hace una mueca de fastidio que se nota a leguas. Lo que quiere es mantener bajo control a Stella para desquiciar su frágil y ya fragmentada mente.

El Duque sigue hablando como si su voz fuera la que pese en el sitio, para él, está resuelto el tema de la extensión de la estancia sin haber siquiera pedido una opinión. Craso error. En ello va demostrando que como el otro, es igual. Exigiendo lo que para ellos es indispensable, haciendo a un lado lo que la mujer pueda decir. A finales de cuentas, tiene que hacerse a sus métodos y decisiones. Algo que para Francesca es impensable, para Stella en cambio, es parte de su tortura al ser la única presa que se vende al mejor postor para ayudar así a su familia. Le da coraje. De ser ella dueña de la fortuna de su estirpe, le ayudaría. Alza la barbilla con resolución porque esta partida de ajedrez la ganará ella. La soberbia de sus palabras no es opacada siquiera por su "¿Estaría eso bien para usted?" porque pide tres veces por semana verla. Igual que su hermano mayor, para dominar la mente de Stella. Esa es su estrategia familiar, empieza a comprender. Y como la diosa de la guerra que la Milani le apodase, su sentido bélico empieza a entrelazar las estrategias para cansar a este hombre y que vea que con ella no se juega.

Así entonces, empieza a golpear la pared de su autoestima - ¿Usted cree que cuando vine a París fue para conseguir sólo un ajuar? Lamento decirle que no es así. Quise tener mi tiempo para digerir la muerte de mi carissimo Donato, por lo que su presencia me causa incomodidad - esa es su estratagema. Hacer notar que está aún enamorada del otro. Que él sienta cómo para ella es prescindible, sólo un peón más en su tablero de ajedrez. - Puedo martirizar mi mente y mis sentimientos mirando cómo usted intenta cortejar algo que ya fue cortejado y obtenido - le deja en la mente la semilla de la idea que significa que Donato la tomó como su mujer. Que sea sólo una sospecha, la irá confirmando como insista - preferiría que se mantuviera alejado de mi persona, más si es tan necesario para usted el verme, de acuerdo. Dos veces por semana, por espacio de una hora. No más - su actitud altiva provocaría un malestar extra en el ánimo del violento hombre. Seguro que comprenderá que su hermano fue mucho más hábil porque con su tez morena, se nota que éste, ni siquiera fue educado para ser un Duque. El azar es inexplicable y beneficia en ocasiones a los cerdos dándoles de comer miel.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Jul 04, 2018 2:18 pm







Sentado en aquel salón en compañía de su prometida, bebe tranquilamente de su té mientras siente la mirada observadora y analítica sobre él. Ella mira con insistencia, y no sabe realmente qué es lo que busca, al menos no lo supuso hasta que sus siguientes palabras casi lo hacen atragantarse con él, cosa que consigue disimular a duras penas. Tal y como había supuesto, aquella mujer había estado enamorada de su hermano, por lo que su muerte debía seguir causándole dolor. Más ahora, al verse forzada a contraer matrimonio con el sustituto, y nunca tan bueno, Lucciano. Sólo por ello no podía culparla de darle el trato que le daba, pero ella debería comprender que él tampoco estaba allí por placer, que él tampoco era feliz con aquel compromiso, pero era un contrato firmado por ambas partes y que él no podía darse el lujo de rechazar.

- Lamento que la muerte de Donato le cause dolor y su sustitución con mi persona incomodidad. Su muerte ha sido repentina, un golpe muy duro para la familia. Pero el contrato ya estaba firmado antes de que yo me hiciera responsable de todos sus asuntos, así que le pido, por favor, tomarse las cosas con un poco de calma. Estoy seguro que podríamos llegar a tener una relación bastante civilizada si ambos nos esforzamos en ello. - Fue su manera sutil de decirle que estaba siendo impertinente y grosera, y que ninguna de las dos actitudes eran necesarias.

El comentario “Puedo martirizar mi mente y mis sentimientos mirando cómo usted intenta cortejar algo que ya fue cortejado y obtenido”, le causó gran impresión, cuestionándose a sí mismo, sin atreverse a preguntó, a qué se refería ella cuando decía que había sido obtenido. Muchas cosas pasaron por su mente, pero se arriesgó a creer que se refería a su corazón y no a su cuerpo. Si pensaba en lo contrario, no podría tomar aquella mujer como esposa, aun a riesgo de perder todo de lo que el ducado dependía. Y, aun así, la idea permanecería grabada en su mente durante mucho tiempo, orillándolo en el futuro a decir cosas de las que se arrepentiría.

- Así como, supongo, usted había trazado sus planes a futuro después de la muerte de Donato, yo tenía los míos antes de que ocurrieran el trágico evento, los cuales se vieron truncados debido a mi toma del título y los compromisos asociados, pero hay cosas que no pueden ser cambiadas y que ambos haríamos muy bien en aceptar. - Se atrevió a decir, esperando que con ello Stella comprendiera que no tenían por qué ser enemigos, estaban del mismo lado de la ecuación, intentando vivir con las circunstancias que la vida les había presentado en el camino. Nada más y nada menos.

Comprendiendo que para ella podía ser doloroso verlo, quizás por sus mínimos rasgos similares a Donato o, por el contrario, por las muchas diferencias, aceptó con desgana el poco tiempo que ella se propuso a dedicarle. Si ella iba a comportarse de aquella manera, él sin duda preferiría mantenerse lo más alejado posible, dándole paz a ambos. Su única intención con aquellas visitas, era ser, al menos, algo más que desconocidos a la hora de decir “acepto” en el altar. Pero ya que había sido él mismo quien propusiera la idea, no había a echar para atrás el asunto.

- Lamento robarle su tiempo, signorina Milani. Puede creerme cuando le digo que esta unión es incluso más inesperada para mí que para usted. Yo estaba a duras penas enterado de su compromiso con mi hermano, y ni siquiera conocía su nombre cuando su tío llegó hasta mí a comunicarme del previo acuerdo. - Terminó de beber su té y, visiblemente incómodo por toda la situación, se pone de pie. Ella lo imita y él vuelve a besar el dorso de su mano, luego de asegurarle que estaría allí de nuevo en tres días a la misma hora para cumplir con sus visitas concertadas, y antes de finalmente despedirse y salir de la casona.

Apenas estuvo fuera de aquel lugar, y de la vista de aquella mujer, sintió el peso que cargar con las responsabilidades y compromisos de su hermano ponía sobre sus hombros. Si bien había prometido a Annabeth tomar las cosas con calma y darle una oportunidad al asunto, esa mujer no iba a ponérselo fácil, y él no iba a rogarle tampoco. Llevaría todo de la manera más cordial posible en tanto ella no lo provocase lo suficiente como para hacerlo perder los estribos.

- Creo que eso no salió nada bien, Path. - Le comentó a la yegua una vez estuvo a su lado, y ella relinchó mientras echaba el cuello hacia atrás reclamando su tan preciada libertad de movimientos.  La soltó y montó sobre ella. En principio pensó en dirigirse de vuelta a casa de su amiga, pero pensó que una cerveza y verse rodeado de otros hombres, con pocas emociones flotando en el ambiente, le haría bien por un rato. Así pues, puso al animal en marcha en sentido contrario al que debería tomar si quisiera regresar sobre sus pasos, queriendo llegar a la ciudad y entrar en la primera tasca que encontrase.

En su camino, sus planes se vieron alterados. Se encontraba ya alejado de la casona Milani, y muy cerca de la ciudad cuando, a solo unos metros de él, otra yegua perdía el control tirando a su joven jinete al suelo y saliendo desbocada por el camino. Sin perder tiempo, baja de Path de un salto y se acerca a la golpeada mujer, pero se detiene a la mitad de la distancia y, con voz calma, la alerta. - No se mueva. - Dado que, apenas a medio metro de ella, una serpiente de tonos marrones, bien camuflada con la tierra del camino, se movía lentamente hacia ella.

Con sigilo, moviéndose con lentitud y sin provocar el menor de los ruidos, se acerca al animal y la toma muy cerca de la cabeza, impidiendo así que pudiese atacarlo. Aunque era pequeña, no debía medir más de un metro de largo y dos centímetros de grosor, había logrado asustar a la yegua. - Mira la cantidad de problemas que puedes causar. - Se dirige al pequeño animal, que además resultó no ser venenosa, y se aleja lo bastante para soltarla y vuelve hacia la mujer.

Poniéndose de cuclillas frente a ella, nota por primera vez su belleza. Era una mujer menuda, de piel blanca como porcelana, cabellos dorados y ojos verde agua. Tenía el rostro más hermoso que alguna vez hubiera visto, en forma de corazón, con pómulos altos muy elegantes, una nariz pequeña y perfilada, y unos labios finos pero carnosos. Un pequeño quejido proveniente de aquellos labios lo hace volver a la realidad, notándola dolorida. - ¿Se encuentra bien? - Le pregunta, no queriendo moverla hasta asegurarse que así fuera.

Lucciano Russo


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Mensaje por Stella Milani Jue Jul 05, 2018 2:58 pm




"La única forma de superar el dolor,

es sufrirlo".





Detecta cómo el hombre se atraganta con el té tomando nota para que la siguiente vez que dé un trago, le diga algo más fuerte y así se asfixie. Sería lo más plausible para deshacerse de este compromiso. Hacerle ver que su presencia no es bienvenida, es el primero de todos sus objetivos. El segundo, ser tan aborrecible para el Duque, que ni siquiera pueda pensar en una relación "civilizada" como enuncia. Como si ese adjetivo pudiera ser uno con el cual catalogar a la mujer, quien aprovecha para sacar la siguiente espada buscando el lugar para encajar su filo haciendo una herida mayor a la inicial. Conforme vaya logrando cada estocada, el toro de Florencia empezará a flaquear y, con el paso del tiempo, a morir decidiendo que lo mejor sería romper el compromiso de una vez por todas para el bienestar de su salud mental.

Cada palabra que el hombre enuncia es cordial, es pacífica, por lo que Francesca aprovecha para, cuando ve que él intenta retirarse besando su mano, justo en el instante en que va a salir, infringir la herida con un - y tal cual como usted indica, mientras menos tenga el disgusto de mirarle, mejor estaré. Ni siquiera sabía de mi existencia, hasta en eso tiene el descaro de dejarlo en claro. Es obvio que Donato fue quien se llevó los mejores genes de la familia. Decir que su tono de piel bronceado dista de lo que la familia Milani busca de sus miembros, es minúsculo. Su complexión atlética sería mejor vista en los barrios bajos. ¿Acaso así cree que podré asimilar que me caso con un Duque? Parece que contraigo nupcias con uno de los sirvientes de las caballerizas. Si quisiera eso, podría elegir a cualquiera. ¿Qué va a decir de mí la sociedad de Milán? ¿Que tuve que conformarme con el premio de consolación sólo porque usted es Duque? ¡Qué infamia! Donato tenía clase, signore. Mucha clase, algo que le falta a usted, debería tomar su ejemplo para educarse y sí, puede retirarse, entenderá que su presencia me sofoca - le da la espalda para ir hacia el ventanal dando por sentado que él se irá sin rechistar.

Así es Francesca, dura, implacable, toda una diosa de la guerra romana. Pocos pueden atreverse a encarar tal fuerza. Es tal, que parecería todo un vendaval que deja en paños menores a todo aquél que se atreve a ponerse frente a su camino. Si tiene que cuidar a Stella, lo hará con uñas y dientes, desgarrando toda la autoestima de este impertinente. Como se atreva a ponerle una mano encima, la romana tiene una daga bien oculta entre sus enaguas para clavarla sin duda alguna. Ella no es la Milani, eso es lo que los Russo no entienden y como tal, hay que restregar cada frase en sus caras hasta que lo comprendan y se larguen como hoy, con la cola entre las patas.

En tanto, ignorante de la batalla que se sucede en la mansión, la verdadera Stella disfruta con el paseo en la yegua color humo, mirando los paisajes del bosque y sus aledaños a París, llegando incluso a lugares más atrevidos como el inicio de la civilización antes de dar vuelta suponiendo que su amiga terminó con el Duque y en caso contrario, permanecerá en las caballerizas hasta que uno de los sirvientes le informe al respecto. El viento sacude su larga melena rizada haciendo que la visibilidad sea poca en esa loca carrera hacia el que por ahora, es su hogar de vacaciones. Apresura el paso de la yegua que se deja llevar con alegría, relinchando con pasión en tanto avanza a todo galope con la jinete montada a horcajadas como la etiqueta sentencia con malos ojos. Poco importa para la Milani quien está feliz por esta libertad pocas veces conseguida en su terruño italiano.

Hasta que algo la saca de su algarabía, un mal movimiento de la yegua le avisa de lo que se viene, intenta mantener el control de forma precaria cuando el relincho se escucha a la distancia al tiempo que el animal levanta las patas delanteras coceando en el aire. Estaría acostumbrada a estos manejos si fuera porque está mal colocada sobre la montura. Sí, en caso de estar sentada con ambas piernas a los lados como acostumbra, sabría qué hacer, ahora lo único que puede es rogar a Dios y a todos los santos por salir con bien cuando siente que las riendas se resbalan de sus manos al tiempo que el cuerpo es atraído por la gravedad del suelo provocando tremenda caída de espaldas que es rematada con varios giros fuera del camino para evitar las patas de la yegua. Como la alcancen, tendrá algún hueso roto. Ni siquiera el dolor de la espalda aunado al de sus brazos al contacto con las piedras, evita que ella siga girando hasta caer en el pasto lejos de un corcel que ahora sale a toda carrera evitando quién sabe qué. Se queda acostada mirando al cielo cuyos matices se tornan rosados y anaranjados por la próxima puesta del sol para lo cual aún faltará hora y media quizá, en tanto se da un pequeño descanso antes de continuar.

El aire le falta en los pulmones, jadea con fuerza procurando normalizar el ritmo respiratorio cuando alguien aparece en su rango de vista, avanza lento poniendo las palmas al frente solicitando que no se mueva y por supuesto que obedece, hay algo en su cuerpo que le provoca mantenerse tendida en el pasto. El hombre, al contrario de lo que pueda pensar, alarga la mano hacia ella, ¿Qué está haciendo? Sus ojos se abren enormes cuando baja la palma con celeridad agarrando algo a su diestra. La vista sigue por curiosidad el movimiento, hasta que sus párpados se abren enormes al ver al bífido reptil que se retuerce con ansiedad en esa mano. Una serpiente. Ahora puede entender por qué la yegua actuó como lo hizo.

Nota mental: seguir montando a la usanza femenina. El hombre desaparece de su vista hablando con el bicho como si fueran amigos de toda la vida. Nota mental: no asustarse, le ha salvado la vida, mal tipo no puede ser. ¿O sí? Se incorpora quedando sentada en el pasto para mirar a su alrededor, el caballero está llevando al ofidio lejos en tanto puede ver cómo la yegua de su propiedad está más tranquila, como a cien metros de distancia. Hay otra montura cerca que parece levemente inquieta, quizá por lo que vio en manos de su amo. Quiere suponer que esa es del que la ayudó. Las manos son las primeras en actuar, llevándolas a su cabeza para comprobar que sigue en su sitio antes de echar atrás todos los rizos que le obstruyen el rostro.

Justo, él vuelve acuclillándose provocando un parpadeo al tiempo que le mira. Su salvador, porque de no ser por él, habría hecho todo lo que estaba contraindicado. Lo primero que la hipnotizan son esos ojos verdes, el rostro masculino de ancha frente, nariz recta y con un toque en la punta para hacerla más masculina como si la hubiesen cincelado en bronce. Las cejas gruesas que enmarcan esa mirada que le provoca escalofrío. Qué decir de sus labios grandes y bien delineados. Sólo algo podría echar a perder toda esta obra de arte y sería que él fuese lampiño. En cambio, la barba recortada, poco crecida -a diferencia de Donato, que sólo tenía dos, tres pelos desperdigados como si fueran rizos de bebé-, es perfecta para el gusto de la Milani que siente cómo la saliva pasa por su garganta como si fuese un gran esfuerzo.

Por inercia, se sonríe mostrando los parejos y blancos dientes, algo que pocas veces puede notarse en esta época. Se le sonrojan un poco las mejillas, intenta ponerse recta cuando un gemido le hace notar que algo salió mal. Le duele la espalda por tremendo golpe. Jala aire procurando ser precavida para evitar el tormento - habría que preguntarle a la yegua si anotó la descripción física del toro que nos embistió antes de que saliera a galope - bromea haciendo comprobación rápida, - nada que un buen baño caliente no solucione, espero - toma la mano que se le ofrece para recuperar la vertical moviendo las piernas asintiendo cuando reaccionan - me preocupa la yegua, me la acaban de regalar y ni siquiera le he puesto nombre - explica innecesariamente - disculpe, seguro que no le interesan mis excusas - su cabeza se mueve de derecha a izquierda con rapidez sin perder la elegancia liberando la tensión de la nuca, antes de posar de nuevo sus ojos en los del hombre.

Es demasiado atractivo, su tono bronceado sugiere que puede ser uno de los tantos sirvientes que trabajan en las casas aledañas. Su musculatura lo comprueba. - Listo, muchas gracias por defenderme, de estar sola habría hecho todo porque la pobre serpiente saliera huyendo, al tiempo que saldría corriendo para el lado contrario hasta llegar a la China - se separa un poco de él intentando mantener el decoro. Nunca vio hombre tan varonil, incluso cuando le ayudó a ponerse en pie, pudo detectar la fragancia de su cuerpo. Con lo que le gustan los hombres con aromas masculinos. Por nerviosismo, coloca un mechón tras su oreja enredando el rizo en su dedo índice en franca posición de discreta coquetería sin saber cómo continuar, sin parlotear como tonta.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Vie Jul 06, 2018 12:18 am




Why is the best fruit always forbidden?





Al verla aturdida le preocupa que en la caída se hubiera golpeado la cabeza. Ella toma un respiro y parece recomponerse un poco, al menos eso demuestra al hacer una broma respecto al accidente, por lo que se tranquiliza y sonríe en respuesta antes de ponerse de pie y tenderle la mano para ayudarla a ponerse de pie, sin soltarla hasta que ella asiente tras comprobar que podía mantenerse de aquella manera. Durante la breve espera, hace una inspección rápida de la chica para asegurarse que todo estuviera realmente en orden, en la que nota que la parte inferior del traje de montar que traía puesto era un pantalón, cosa que le perturba, ya que puede ver por completo la forma de su cuerpo. Había escuchado que en algunos países aquello se estaba poniendo de moda entre las damas de las clases más altas, pero nunca había realmente visto una, y debía admitir que el efecto era sencillamente arrebatador.

No queriendo parecer irrespetuoso, aparta la mirada, y se excusa de ello yendo por la yegua que antes la tumbase. En un principio el animal se mostró esquivo a dejarlo tomar las riendas, pero tras un par de intentos, la preciosa yegua de tonos grises y negros le permitió tocarla, dejándose guiar nuevamente hasta su dueña, aunque, distraído como está por la belleza de la joven, no le entrega las riendas apenas vuelve a estar frente a ella. – Smoke. – Dice de pronto, sin ninguna explicación. – “Smoke” podría ser un buen nombre para ella. Si a usted le gusta, claro. Por su color y, bueno, tiene pasos muy ligeros también. – Comenta, demostrándole, más que decirle, que su parloteo no lo molesta y que ha prestado atención a cada palabra. – No tiene nada qué agradecer, mademoiselle. No habría podido seguir de largo sin saber que se encontraba usted bien. – Responde a su agradecimiento de manera sincera, y aunque ella parece querer despedirse, él no puede apartar la mirada.

No puede, simplemente no puede creer que una criatura tan hermosa sea humana. ¿Podría ser acaso un vampiro, cuya belleza utilizaba para atraerlo y luego devorarlo? Pero el pensamiento no tenía nada de sentido, era pleno día y el sol todavía dejaba caer sus rayos sobre ellos. Lo cierto era que provenía de una clase social alta y que él, con su apariencia que más podría parecer un mozo de cuadra que un caballero, a lo sumo podría pensar, por su traje, que se trataba de un nuevo rico, no tendría ningún tipo de oportunidad con una joven como aquella.

Era cierto que tenía sus inseguridades respecto a su apariencia, aunque éstas solo se presentaban cuando tenía que tratar con personas de clase alta. A pesar de ser el actual Duque de la Toscana, no había sido criado para ello y tampoco había aspirado nunca al título, su pasión estaba en cultivar la tierra, en especial uvas, y los caballos. Aun así, cualquiera que, sabiendo de su título, llegase a conocer sus muchas inseguridades nunca expresadas, pensaría que estaba loco, porque si bien la apariencia era lo que atraía a primera vista, para la mayoría el estatus y los títulos eran mucho más importantes. Aunque también estaban las personas como Stella que, si bien le interesaba llegar a ser Duquesa, no le caía en gracia su piel oscurecida por el sol ni su complexión musculosa. Bien se lo había dicho minutos antes: “Parece que contraigo nupcias con uno de los sirvientes de las caballerizas.”

A pesar de ello, y del hecho de que estaba, oficialmente hablando, comprometido, no pudo evitar las siguientes palabras que salieron de su boca. – Disculpe si le parece un atrevimiento de mi parte, pero ¿Me permitiría invitarle un té en la ciudad? No estamos muy lejos, y me gustaría asegurarme que se encuentra bien antes de dejarla marchar a casa. Especialmente, darle tiempo a la yegua de calmar los nervios antes de que vuelva a montarla. – Ofrece y pone aquello como excusa para permanecer en su presencia un poco más de tiempo, una excusa un poco tonta, a decir verdad. Por lo que, finalmente y antes de que pudiera responder, le ofrece las riendas de su yegua, de manera que no sintiera que no podría negarse. Al ver que ella acepta su oferta, llama con un silbido a Path que, por una vez no lo dejó mal, acercándose ante su llamado y comenzando a caminar al lado opuesto de Lucciando del que se encuentra la chica.

En el corto recorrido hasta los primeros edificios de la ciudad, no más de 10 o 15 minutos de caminata, mantienen conversaciones triviales respecto al clima, lo caluroso que estaba resultando el verano e incluso las condiciones en que se encuentran las vías. Nota que se relaja y él también lo hace. Al punto de pedirle que lo espere un minuto fuera de un café, mientras va por la bebida prometida.

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Mensaje por Stella Milani Vie Jul 06, 2018 10:13 am




¿Mi color favorito?

Empieza a ser el dorado con verde.





Sí, está parloteando como tonta, se nota. La sonrisa del varón le provoca más timidez, está acostumbrada a toda clase de caballeros que con sus complexiones delgadas y tez blancas cuasi translúcidas, son adecuados para su estilo de vida y estatus. Pocas veces se ha encontrado ante un ser como el que ahora está frente a sus ojos, robando su mirada que no se decide si quedarse en su rostro dorado, en sus dientes perlados o en esos ojos verdáceos que contrastando con la piel bronceada, produce un efecto impactante. Seguro que le incomoda al hombre que se excusa para alejarse de ella pretextando ir a por la yegua asustadiza. En cuanto da tres pasos, Stella se dedica a revisar su indumentaria, sacudiendo ahí donde las manchas son más persistentes hasta desaparecer los oscuros colores contra el beige y negro de sus telas quedando un noventa por ciento impoluta. Hay lugares donde será imposible si no es con una lavada.

Se acomoda los cabellos con rapidez, procurando que los guantes estén bien puestos. Ya más recobrada, observa cómo le traen a la yegua con galantería. - Gracias por sus atenciones, messié - vuelve a sentir cómo sus mejillas se niegan a recobrar su tono natural, al contrario, cada vez que él hace algo, se enrojecen más. Parpadea sin comprender hasta que le explica, - ¡Ah! Smoke, le viene bien. ¿Verdad que sí, preciosa? ¿Te gusta Smoke? ¿Te llamamos así? - acaricia su cabeza intentando que el dolor de la pierna derecha no la moleste tanto o al menos, le sea imperceptible al hombre a quien dedica una nueva mirada en tanto la montura golpea el piso con los cascos sacudiendo la cabeza con orgullo. Las ropas que utiliza el caballero son de última moda, elegantes, sofisticadas, justo como las que pudiera usar Donato o su padre. Hablan a gritos de su opulencia que contrasta con su físico. Un relincho suave de la yegua le regresa al presente, se dedica a revisarle las patas para tener algo qué hacer al tiempo que se asegura de que esté bien - de todas maneras, en mi casa me enseñaron que se agradece por las atenciones brindadas - susurra bajo para que de cierta manera evada un poco que sus palabras se atragantan cuando se dirige a él.

Debiera irse, él aún sujeta las riendas haciendo notable tal hecho, por lo que sus pulmones se llenan de aire sin que su mente pueda encontrar una excusa para seguir en su compañía. ¿De cuándo acá se volvió tan atrevida? ¿Qué dirían los Russo de su comportamiento? El destino cambia de improviso cuando de sus labios sale una propuesta que para la Milani es irresistible, palidece un poco ante la perspectiva de seguir en su compañía. Quiere hacerlo, ¿Qué dirán de ella? Es cuando se recuerda que está en París, que es toda una desconocida y que nadie sabe que está comprometida con un alguien que por los rumores, es igual que Donato. ¿Por qué no? Su sonrisa es trémula antes de que susurre - me encantaría, más salí tan a las prisas por montar a Smoke que no traigo una sola moneda encima - explica tomando las riendas de la yegua que le ofrecen.

Algo que pareciera no importar a su compañero. Lo único que no se le escapa es que la invitación es para asegurarse, como todo caballero, de que se encuentre bien y que su yegua esté más sosegada para montarla. ¿Y quién se va a quejar teniendo la perspectiva de compartir más tiempo con esos ojos que la conquistan? Ese pensamiento forma un hueco en su estómago. Le gusta el hombre, lo suficiente para dejar que la corteje. ¿Qué dirá Francesca? Conociendo a su amiga, dirá que es una buena oportunidad para olvidarse de sus preocupaciones y que disfrute en tanto sea prudente. ¿Prudencia? La olvida en el instante en que él silba para llamar a su propio animal conduciendo sus pasos hacia la ciudad.

¿Qué puede ser más inquietante que compartir comentarios sobre el clima? ¡Hacerlo respecto a las vías! Cuando se da cuenta del giro que intentó hacer sin éxito, se muerde la lengua pensando que su repertorio de conocimientos es basto con mujeres. Con hombres es tan diferente. Ni siquiera sabe qué puede interesar a tan regio varón. Sus actuares y modales son pulidos, se nota que si bien su apariencia es de baja categoría, su dicción en el francés y sus movimientos son de una clase non plus ultra. Acaricia la cabeza de la yegua que insiste en ponerla en su hombro buscando mimos y consuelo. Así palia su propia necesidad de hacer algo en tanto las construcciones aparecen ante sus ojos. En uno de los locales más cercanos, él se disculpa para entrar. Mira las mesas posicionadas en la terraza. Toma las riendas de ambas yeguas conduciéndolas hasta un sitio para atarlas con mucho cuidado. - Sí, sí, pórtense bien y les conseguiré algo rico de comer - comenta porque ambas parecen necias en ser atadas queriendo continuar la caminata.

Pone las riendas de Path en su muñeca bien fijas atando a Smoke primero evitando que se vaya la segunda. Comprueba el nudo varias veces para que quede perfecto antes de voltear hacia la montura del caballero pasando sus manos por su cabeza - quisiera ser yegua - comenta bajito mirando con envidia a aquélla que tiene toda la atención del hombre - te envidio, qué hombre tan guapo que es tu amo - recibe un relincho en respuesta como si el animal le entendiera haciendo notar su orgullo - mala pécora - la ata con facilidad, es demasiado dócil ante su mano. Sonríe acariciando su lomo, se quita los guantes para ponerlos en su cinturón para que la piel se llene de la sensación del pelaje tan suave. Emite un gemido de gusto con ello dejando que su propia cabeza se coloque en el cuello de la bestia que relincha despacio - sei molto bella - susurra en su natal idioma antes de darle un par de golpecitos en el lomo para regresar a donde desapareciera el hombre.

Observa a su alrededor eligiendo una de las mesas más apartadas del sitio para tener algo de privacidad y al mismo tiempo, que las monturas estén a simple vista. Toma asiento como una dama a pesar de las galas sin darse cuenta de cómo llaman la atención de los varones sus pantalones provocando más de una mirada indeseable y malintencionada. Coloca los guantes sobre sus muslos esperando paciente hasta ver que él viene a tomar asiento. Les traerán las bebidas en cuanto estén listas - le prometo que en cuanto tenga algo de tiempo, le retribuiré el favor invitándole una - susurra con nerviosismo porque si bien la tradición indica que el hombre siempre paga, ella está muy sofocada porque las enseñanzas de Conrad siguen en su mente "ningún caballero que se jacte de serlo, deberá darte algo sin pedir a cambio. Deberás pagar tus deudas, Stella. Sé cuidadosa, ser una dama no significa aceptar todo sin medir consecuencias". - Bueno ¿Vive usted en París? Detecto algo en su dicción que no parece del todo oriundo de este sitio. Presiento que es extranjero - así es, el acento es raro. Casi como el suyo por más pulido que intentara su tutriz que fuera su francés.


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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Lun Jul 09, 2018 10:38 pm







Tras pagar por un té y un café negro bien cargado, pidió unos cuantos terrones de azúcar extra que llevó a ambas yeguas y les dejó comer. Quería consentirlas con un bocadillo, en especial a Smoke por el susto que se había llevado la pobre. En cuanto terminaron de comer los dos terrones que había comprado para cada una, se sentó frente a la joven para esperar el pedido. Era consciente de que su plática debía parecerle aburrida, no era muy dado a hablar, mucho menos con mujeres. Sus conversaciones más largas eran mantenidas siempre con hombres sobre temas de negocios, de animales, de plantaciones, vino, viñedos… ¿Qué clase de temas eran apropiados para hablar con una señorita de su clase social?

Estrujaba su mente pensando qué decirle cuando ella prometió invitarle una bebida apenas tuviera tiempo, lo cual por una parte agradó, ya que le hacía ver que tenía interés en compartir tiempo con él en otra oportunidad; pero por otra lo preocupó, pensando que ella podría pensar que no tenía suficiente para invitarla. Así pues, se propuso a dejarle claro que, si bien quería volver a verla también, no le permitiría pagar un centavo. - Tal vez… ¿Me permitiría invitarla a cenar un día? Si es que su agenda no se encuentra demasiado ajustada. - Dice lo último en relación a su comentario de, “apenas tenga tiempo”. No conocía sus motivos para estar en París, así que debía tener sus propios asuntos pendientes.

- No soy ni vivo acá. - Respondió en cuanto la joven le preguntase por su residencia en la ciudad y comentase que parecía extranjero. - Es usted muy observadora. En efecto, signorina. Soy italiano de nacimiento y crianza. Vine a París por negocios, pero debo admitir que aprovecho el tiempo para visitar a una vieja amistad que hace años tenía descuidada. - Compartió aquella información, discreto y comedido, pero siendo honesto. - Usted tampoco parece francesa, a decir verdad. ¿Sería posible que fuese usted también italiana? ¿De roma, tal vez? - Preguntó curioso, sintiéndose un poco menos cohibido para comunicarse con ella.

Antes de que la chica tuviera oportunidad de responder, una joven modesta llegó hasta la mesa con una bandeja en donde llevaba las bebidas calientes que depositó sobre la mesa, dejándoles además un platito con algunos terrones de azúcar. No era más que una muchacha, no podría tener más de 15 años o 16 años, estaba demasiado delgada y tenía el cabello opaco, a pesar de eso tenía un rostro agraciado que, de tener los recursos suficientes, de seguro sería considerada una belleza. - Merci. - Agradeció a la jovencita mientras depositaba 3 monedas en sus manos, aquello era más, mucho más de lo que había pagado por las bebidas. La niña miró las monedas en sus manos y sus ojos se humedecieron de lágrimas. - Merci Monsieur. - Repitió la chiquilla un par de veces, con una reverencia que le sorprendió, porque debía estar imitando a su padre o algún otro varón, antes de guardar las monedas en sus bolsillos y volver al trabajo.

Por unos minutos no pudo sacarse de la cabeza la imagen de aquella niña. Era precisamente eso lo que quería evitar en Florencia. Los jóvenes de su edad debían estar estudiando, aprendiendo al menos algún oficio, no trabajando para ganar una pequeña miseria que no podrían usar ellos mismos, ya que de seguro sería para que los padres pudieran completar las compras para el hogar. Volvió su atención a la hermosa joven que venía acompañando hacía un rato en cuanto ella comenzó a hablar nuevamente, prestando especial atención a sus palabras a la vez que removía su café, al cual había echado 3 terrones de azúcar.

Lucciano Russo


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Mensaje por Stella Milani Mar Jul 10, 2018 10:36 pm




Cuando el destino se empeña en unir,

ni porque te vayas a la otra orilla del mundo, logras escapar.





Las atenciones que tiene con las yeguas le hacen ver como un hombre noble, amable. ¿Quién si no sería capaz de tener esos detalles? Entendería que fuera con su propia montura, la diferencia recae en Smoke, a quien le entrega la misma cantidad de terrones en tanto le acaricia. El animal relincha contento, el caballero empieza su andar. Sus pasos le guían hasta la mesa donde Stella espera paciente observando la elegancia de sus movimientos, algo que sólo se aprende con rapidez si se mira en padres o por años si es con tutores. ¿Quién es este hombre? Le produce cierta curiosidad, al igual que reservas y timidez como si jamás antes hubiera tratado a un varón, algo molto irrisorio puesto que en el ambiente en el cual se desenvuelve, es parte de sus labores cuando tiene que acudir a alguna reunión o una fiesta.

Juguetea con la servilleta un poco nerviosa, - mis padres no se encuentran en la ciudad. Estoy en compañía de una amiga, así que tendré que preguntarle si puedo ir. Comprenderá que tenga que ir con una chaperona - las costumbres pueden estirarse un poco si se trata de una bebida; para una cena, cuando es más de noche que de día, es necesaria sí o sí una mujer que se encargue de que su virtud esté intacta. Se queda observando sus manos blancas de porcelana que en ausencia de los guantes se mantienen tersas y suaves, cuyas uñas están bien recortadas y moldeadas conforme a la moda, en cuya época no se tenía la costumbre de usar un esmalte para éstas, algo que se introduciría para el siglo XX. Nota un pequeño raspón en el dorso de su diestra mano que con cuidado, acaricia con su pulgar contrario. El silencio se instaura entre ellos de nueva cuenta, como si la atracción entre ambos fuera tal que no pudieran estar separados. Y aún careciendo de un tema de conversación, no es suficiente razón para alejarse del otro.

Apenas le pregunta sobre su procedencia, los temas se abren con rapidez, mostrándose confiado y comunicativo lo que contrasta con su seriedad de hace unos minutos dejando que ella disfrute de sus palabras, parpadea al escuchar que es italiano, el acento en su idioma le hace pensar que quizá sea más de la Toscana, o quizá de Roma. Debería escucharle su natal lengua para dilucidar mejor su procedencia o preguntarle. Sonríe discreta, sin que su gesto parezca toda una descarada coquetería como algunas mujeres podrían aprovechar al tener semejante portento de masculinidad frente a ellas, antes de abrir siquiera la boca, la muchacha del servicio del local les atiende llevando lo conducente para que puedan disfrutar de sus bebidas. Stella toma el té con un terrón de azúcar y crema en abundancia. Eso sí no perdona, la crema. Su té puede ser bastante fuerte o insípido, más la lechosa sustancia es la que para la pelirrubia le da el sabor perfecto.

La generosidad del hombre hacia la muchacha no pasa desapercibida para la Milani quien se pregunta por qué de esos actuares. Si sólo es por complacer a Dios, tiene a un fanático de la iglesia frente a ella. Si es para ganarse sus favores, entonces a un casanova. Pocos hacen tanto por las personas esperando tan poco o bien, nada. - Respondiendo a la pregunta, sí, io sono italiana - su acento no es tan marcado como el de sus padres debido a que tiene por costumbre que si se encuentra con alguna persona con un acento diferente, lo imita en automático. Un defecto de su personalidad que debería ser plana y que al contrario, busca crear curvas para encajar mejor en la sociedad. Estando con Francesca, romana con un acento tan marcado desde hace dos semanas, ya parece la propia Milani oriunda de aquélla región y no del norte de Italia.

Da un pequeño trago en tanto se queda en silencio - confieso que es la primera vez que me quedo de ver con alguien a quien acabo de conocer. Me siento un poco insegura por la situación, tampoco es que tenga mucho qué contar porque me siento extraña. Y más porque a pesar del silencio entre nosotros, me causa usted, caballero, una tranquilidad que pocas veces encuentro en alguien desconocido. Por cierto, ¿Le parece que nos olvidemos de los convencionalismos y sólo platiquemos sin decir quién es quién? Temo que si conociera mi nombre o mi historia, prejuzgue - le observa con cierta reticencia. Se siente bastante extraña queriendo compartir con un desconocido y, al mismo tiempo, confiada por hacerlo. ¿Es que estará perdiendo la cabeza? Pudiera ser.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Sáb Jul 14, 2018 10:29 pm







Sintió un poco de esperanza en cuanto ella habló de las condiciones en las que podría aceptar su invitación. - No hay problema alguno. Entiendo perfectamente sus circunstancias, pero no quisiera que eso fuera un impedimento para usted. Puede llevar a su amiga o cualquiera de sus empleadas como chaperona. - Le tranquilizó, esperando que de aquella manera se sintiera libre de aceptar o rechazar su propuesta según fueran sus deseos y no por alguna restricción. Al poco, ella respondió a su pregunta, concediéndole que también era italiana, por lo que, la siguiente vez que habló, en respuesta a la petición de la joven, lo hizo en su lengua materna. - Sembra perfetto per me. - Y sí, le parecía perfecto, más aún cuando ella lo pedía. Lo menos que quería en ese momento era contaminar su recién adquirida “amistad” con un título. Quería conocerla y ver si podía despertar aún más su interés solo por ser quien era.

Aunque comenzaba a sentirse nuevamente un poco cohibido, las palabras de ella lo relajan considerablemente. No era el único que se sentía nervioso, al parecer. Ella, así como él, debía sentir esa conexión instantánea que se creó al momento en que sus ojos se cruzaron por primera vez. ¡Debía sentirlo! Si no era así, se declaraba demente. - No se preocupe. No sé si lo sienta usted de esta manera, pero, por mi parte, aunque no encuentre palabras para comunicarme más abiertamente, quiero aprovechar cada minuto que pueda obtener de su compañía. - Una vez dicho aquello, sintió liberarse de un pequeño peso extra en la espalda. Y es que ni siquiera el silencio o su cohibición, lograban hacerlo sentirse incómodo.

En cuanto ambos terminaron con sus bebidas, fue a por las riendas de ambas yeguas para acercarlas a la joven. Fueron apenas dos minutos lo que demoró en caminar hasta los animales, soltarlas a ambas y acercarse nuevamente a la mesa, pero al parecer había sido tiempo más que suficiente para que un hombre de apariencia pudiente, pero en condiciones bastante precarias seguramente por el alcohol, se acercara a ella. Al principio se mantuvo a raya creyendo que ella le conocía, ya que estaban absurdamente cerca; sin embargo, al notar la expresión incómoda en ella, intervino sin dudarlo, poniéndose en medio de ambos. - ¿En qué puedo servirle, caballero? - Habló de nuevo en francés, repentinamente muy serio. - ¡Quítate, muchacho! Puede que tu ama sea generosa y te vista bien, pero sigues siendo un mozo. Así que por qué mejor no vas a cuidar a tus caballos. - Le dijo despectivamente el hombre, intentando hacerlo a un lado, pero no logró moverlo ni un centímetro cuando intentó empujarlo.

- Mozo o no, no permitiré que un hombre como usted se le acerque. Con su permiso. - Fue rudo al darle un empujón para apartarlo, pero estaba seguro de no haberlo golpeado con la suficiente fuerza como para tumbarlo de culo en el suelo. La cantidad de alcohol que debía haber consumido para estar en aquellas condiciones tenía que ser grande. En cuanto el hombre estuvo sentado en el suelo, dejó a la chica pasar, queriendo estar al pendiente por si aquel hombre intentaba sobrepasarse nuevamente, aun así, no vio venir cuando, al pasar frente al ebrio, este alzó la mano dándole una nalgada a la chica en pantalones. Y él no pudo evitar su reacción. Levantó al hombre por la camisa, hasta dejarlo en pie. Mucho más bajo que él, por lo que tuvo que inclinarse, Lucciano le dijo en voz baja que sólo él pudiera escucharlo, en tono de advertencia. - Será mejor que le pida disculpas a la dama por voluntad propia, o lo hará de rodillas y con la nariz rota. - A lo que respondió escupiéndolo en la cara.

Con toda la calma del mundo, Luc se limpió el rostro con la manga de su saco antes de volver a sentar de culo al hombre con un puñetazo en la cara. Eventualmente lo tomó por la parte trasera del cuello de su camisa y lo llevó a rastras a los pies de la joven, dejándolo de rodillas tal y como había prometido. - Le dije que le pidiera disculpas a la dama. - El sangrante hombre, con ambas manos en la nariz, se disculpó con rapidez y salió corriendo despavorido en busca del apoyo de sus amigos, tanto o más ebrios que él.

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Mensaje por Stella Milani Lun Jul 16, 2018 11:47 pm




Me gustas, me das miedo.

¿Cómo puedo sentir ambos extremos al mismo tiempo?





Si bien la tensión de dos desconocidos se instala en la pequeña mesa donde ambos comparten bebidas y pocas palabras, la Milani se encuentra a gusto con su acompañante. Observa esos ojos que la conquistan al tiempo que le provocan demasiadas preguntas sobre su dueño, que la ansiedad es una sensación ignorada. Hay tiempo para conocerse. Si ambos parten de la premisa de que las circunstancias que les unieron son parte del hechizo y que los nombres, famas y reputaciones serán ignoradas, la joven puede confiar en que algo bueno saldrá de este encuentro. Se deja llevar por la fantasía de que si algo saliera mal, podrán remediarlo. Esa fe le causa un mareo por la intensidad con que puede apreciar, se planta en su psique. Cuando ambas tazas están vacías, él se pone en pie para dirigirse hacia los caballos en tanto ella sigue sentada poniéndose los guantes con tranquilidad mirando su figura alejarse.

Tiene un cuerpo bien constituido, producto seguro de un trabajo arduo. Se pregunta por qué si sus riquezas son bastas como para entregar tantas monedas a una persona, debe dedicarse a una labor propia de la servidumbre. Quizá sea producto de su labor que tiene ese status, un nuevo rico quizá y en ese momento la interrumpen. Un olor tremendo a alcohol le llama la atención para girar la cabeza hacia donde hay un hombre que busca que le atienda. ¿Quién es? Por supuesto que no lo conoce, - hola, preciosa. ¿Cómo es que está tan sola una belleza como tú? - empieza con un tono que sugiere una bravura propia de las bebidas consumidas. Stella va a negarse a contestar cuando él pone una mano sobre la mesa mirando su rostro intentando tocar su mejilla, de inmediato la mujer se aparta un poco procurando no causar demasiado lío, - ya veo, ¿Acaso no te dijeron que las nenas usan falda? ¿Querrás que te enseñe buenos modales? Se contesta cuando te hablan, ¿Acaso te comieron la lengua los ratones? Hace rato estabas hablando muy parlanchina con el mozo de cuadra. ¿Tus padres saben que acostumbras socializar con los sirvientes? Soy mejor que él, ¿No lo ves? - se sonríe mostrando unos dientes asquerosamente amarillos y con algunos restos de comida.

Si en algún momento Stella intentó ser amable, se esfuma con esa conducta impropia. Va a decir algo cuando la voz del hombre que la acompaña suena en el lugar, amable, atenta y sin embargo, tiene un tono parecido al de su padre cuando está defendiendo la honra de su hija o esposa. Ese tipo que provoca al caballero -si puede llamarse así- que le increpa con grosera actitud. ¿Mozo? ¿Ama? Ahora entiende. Piensa que por su tono de piel y su constitución física, es un hombre de bajo estrato social. Igual que ella lo imaginó cuando le vio. Las estrictas creencias sociales son para muchos un martirio. Seguro que para el hombre que la acompaña también. Stella no quiere que tengan un problema, así que se levanta para alzar las manos con las palmas abiertas y calmar los ánimos colocando éstas contra la espalda del italiano - carece de importancia, ¿Podemos irnos? - susurra a su oído para que se tranquilice. No le gusta ésto, la manera en que el extraño intenta hacerlo a un lado sin éxito. Tal es la forma en que el italiano se planta, firme, que ella puede apreciar bajo sus palmas cómo la tensión de sus músculos se hace palpable.

La tranquilidad se esfuma cuando el empujón que se le da al francés es tal, que le hace ir de espaldas cayendo al piso. La Milani contiene una exclamación de horror cubriendo su boca con la palma siniestra. Da un paso atrás intentando recuperar el control. La masculina mano en su espalda incitando a que avance es suficiente para que ella obedezca sorprendida por lo acontecido, esperando que nadie vea esta escena. De sólo pensar en que sus padres o bien, Francesca pudieran enterarse, la llena de congoja y preocupación. Pasa por enfrente del hombre con las manos cruzadas bajo el busto cuando siente tremenda palmada en el trasero que le provoca un boqueo. Voltea de golpe mirando cómo el hombre en el piso se atrevió a tocarla en una parte poco apropiada sacando los colores a relucir en el bonito rostro de la italiana. Si bien su padre le prohibía estos atuendos poco apropiados -como les llama- en Milán, pensó que en París sería diferente. Que la mayor parte de las mujeres les utilizarían por ser "la moda", eso no significa que los hombres se comporten como caballeros.

Se aleja varios pasos cuando ve que el italiano responde ofendido por la manera en que el honor de la dama ha sido mancillado. Está acostumbrada a que los hombres tengan esos procederes. En su país, la sangre latina se caracteriza por la pasión que hereda en los comportamientos de sus hijos. Además, sólo parece amenazar al francés, algo que hasta su padre haría de saber de su atrevimiento. Incluso, se quitaría el guante para golpear la mejilla del hombre y exigir la reparación del daño por medio de un duelo -prohibido desde hace mucho tiempo, sólo que en su natal país, los hombres ignoran ésto, prefiriéndolo para resolver este tipo de conflictos-. La pelirrubia ni siquiera se atreve a contradecir a su compañero. Entiende la situación, llegando a observar inclusive cómo el otro le escupe el rostro provocando que se desencaje la mandíbula femenina cayendo un par de centímetros dejando su boca abierta. ¡Cómo es atrevido y soez! Desvía la mirada cuando aprecia que el italiano lleva atrás el puño para dar un golpe. Está haciendo pagar al otro por tocar un cuerpo que no le pertenece. Cualquier italiano lo haría y más cuando se muestra tan libertino para ignorar este hecho aumentando las faltas en su haber.

Su compañero arrastra al francés para ponerlo de rodillas ante ella exigiendo que se disculpe, lo que hace de dientes para afuera. No cree en esa disculpa, mucho menos cuando corre para buscar a sus compañeros de embriaguez. Stella considera suficiente todo este altercado poniendo una mano en el brazo del hombre, sacando de entre sus ropas un pañuelo para limpiar bien su mejilla y la manga de su saco con asco. Echa el pañuelo en el bote de basura cercano tomando la mano del italiano para incitar a que avance - es suficiente por hoy, caro. Vámonos porque ese hombre es tan vil y vulgar que seguro que vendrá con sus amigos a exigir la reparación de lo que él, es una ofensa y no una consecuencia de sus actos - ruega con tono dulce mirando sus ojos verdes. - ¿Per favore? - le sonríe un poco. Cuando él acepta, apresura el paso para montar a Smoke con ayuda del caballero e incita un galopar rápido agradeciendo que la montura está más relajada.

Quiere alejarse lo más rápido de ahí, sin dar tiempo a que el francés prepare la respuesta o bien, el siguiente ataque. Y cuando están lejos, detiene el galopar para ir a paso lento suspirando con algunos mechones de su cabello cayendo contra su rostro que ahora sí, se permite echar atrás con la siniestra mano. Mira al caballero sonriendo - gracias por salvar mi honor y lamento mucho que hubiera sido tan bajo el actuar del francés. Hay quienes no entienden su posición de caballeros y piensan que por tener un estatus, pueden hacer con él lo que quieran. Es una pena que exista gente como ellos en el mundo - se queda cabizbaja en tanto Smoke se detiene. Por inercia, toma la mano con que el hombre golpeó al otro, la lleva a su rostro y deposita un beso en ella - grazie - su tono es dulce y suave. Sonríe mirando sus ojos con coquetería propia de su conducta, sin que sea consciente de la manera en que sus cabellos ensortijados adornan su rostro o bien, de la forma en que sus mejillas están sonrojadas por atreverse a tocar y a besar la mano de un extraño.

Se queda en silencio hasta que su voz se deja oír sorprendiéndola incluso a ella - me gustaría agradecer su gesto con más de un simple beso. ¿Le parecería bien vernos la próxima semana? No sé si pueda el lunes, para ir al menos a tomar otra bebida en un lugar diferente. Prometo que vestiré adecuadamente - cierra la boca cuando su mente registra sus palabras. ¡Qué atrevida que es! Y de inmediato baja la mirada - quizá sea demasiado atrevida. Lo lamento - se abochorna. Nerviosa, juguetea con las riendas de la yegua sin saber dónde fijar la mirada, desviando ésta a un costado sin mover la cabeza. Sí, es toda una mujer por completo diferente a como lo es en Italia. ¡Tremenda loca está hecha!

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Dom Jul 22, 2018 2:46 pm







Aunque la disculpa había sido todo menos honesta, decide dejarlo por la paz al ver que ni él ni sus compañeros estaban en condiciones para mantener ningún tipo de disputa. Si algún pensamiento contrario pasó por su mente, desapareció por completo en cuanto la chica posó la mano en su brazo, para posteriormente limpiarle con suavidad los restos de saliva del rostro y el saco. Lucciano, que había recibido tratos tan amables de una mujer como ella en muy pocas ocasiones, simplemente se quedó desarmado ante aquella mujer de la que ni siquiera conocía el nombre. Asiente sin decir palabra ante su petición, y le ayuda a subir sobre la yegua de color humo antes de hacer lo propio sobre Path e iniciar el galope tras la rubia, manteniéndose un par de metros detrás por si llegara a ocurrir otra eventualidad como la que los llevó a conocerse en primer lugar, pero alcanzándola y poniendo su montura al lado izquierdo de la ajena cuando bajó la velocidad a un paso calmo.

Las yeguas se detuvieron de pronto a la mitad del camino, en ese momento desolado, al parecer para comer algo del pasto de los alrededores, mientras la joven agradecía un gesto que, para él, había sido más instintivo que caballeroso. Por el contrario, sentía que debía disculparse por actuar de esa forma tan poco delicada frente a ella. A punto estuvo de comenzar a disculparse cuando ella le tomó la mano derecha y depositó un beso en sus nudillos. Sus ojos no pudieron abrirse más ante la sorpresa de aquel gesto y la mirada coqueta que le acompañó, dejándolo perplejo por un momento antes de poder pronunciar palabra nuevamente. Pensaba decirle que no tenía nada que agradecer antes de recordar que, cuando le dijera las mismas palabras rato antes, ella había argumentado que eran sus enseñanzas el agradecer por las atenciones, así que se contuvo de continuar con ese hilo de ideas. – No habría podido permitir que ese sujeto saliera impune tras semejante ofensa a su persona. Me disculpo por mi proceder tan poco apropiado en presencia de una dama. –

Las siguientes palabras de la joven le recordaron la previa invitación a cenar que había sido completamente ignorada, por lo que prefirió dejarla donde estaba, en el olvido. Ella debía tener razones de peso para no poder aceptar su invitación, o tal vez simplemente le avergonzaba ir a un lugar elegante en compañía de un hombre como él. De pronto, con su último comentario, no puede evitar reírse con una repentina carcajada. ¿Atrevida, ella? La inocencia que demostraba con aquellas palabras lo divertían y enternecían a la vez. Se atrevió él a posar su mano desnuda en la suave mejilla femenina, comprobando que su piel era incluso más suave de lo que parecía. – Aceptaré su invitación de encontrarnos el lunes en el lugar de su preferencia, sólo le pido que no se sienta obligada a ello por agradecimiento. Dígame que quiere volver a verme y yo iré a donde usted pida. – Su mirada fija en los ojos verde agua, apreciando el repentino color en sus mejillas.

El sol comenzaba a ponerse y sería peligroso para ella andar por las calles a las afueras de la ciudad sin compañía. Apartó la mano muy a su pesar y, con un suave golpe en las costillas de Path, le indicó a la yegua continuar con el camino a paso lento y Smoke les siguió enseguida. – Permítame acompañarla, o al menos dejarla más cerca de su casa. Comienza a oscurecer y no sería prudente que ande a solas. – Le pidió, ésta vez sin apartar la mirada del camino, sintiéndose como el jovenzuelo tonto que había puesto alguna vez los ojos en aquella hermosa joven de nombre Rose, y que había terminado por romper con su poca confianza. ¿Estaría cometiendo nuevamente un error con esta chica?

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Mensaje por Stella Milani Mar Jul 24, 2018 3:58 pm




No importa qué diga el destino,
quédate conmigo.





Su carcajada es como el maná para los hebreos en esa mañana donde despertaron pensado que estarían muertos hacinados y Dios quiso que tuvieran qué comer para continuar con su camino. Su roce contra la mejilla es fascinante al igual que su reclamo para verlo de nuevo. ¿Debería estar incitando sus ilusiones? Las de ambos, por supuesto. La respuesta es no. En cambio, le prodiga la mejor de sus sonrisas - el café de madame Abbes, está a mitad de la ciudad, entre la calle principal frente a la plazuela y la librería de messié Ferdinand, a las tres de la tarde. Y si debo decirle que quiero verle, me parece tan poco que mejor le aclaro que su presencia me llena de alegría aunque mi silencio diga lo contrario, ¿Le parece mejor? - si eso fue coqueto, está más que perdida porque es sincera cuando sus palabras suenan. Mucho mejor cuando llegan a sus oídos porque son más suaves que la tempestad que él desata con su presencia y su roce.

Si alguna vez le dijeran a la signorina Milani qué desea de un hombre, la respuesta sería: "Quiero unos ojos tan verdes como el mismo bosque que adornen un rostro tostado por el sol. Deseo a alguien que me proteja y cuide mi honor. Anhelo a un ser firme con las monturas y suave con las caricias porque sé que así será con su esposa y sus hijos. En muchos aspectos, he encontrado el hombre ideal. El problema es que no es para mí. Está destinado a otra persona porque yo lo estoy para alguien más. Está vedado y por ello mismo, debería dejar mis fantasías atrás para seguir con lo que sería en boca de mi madre, la realidad y en boca de mi tío, el deber. Mi padre me pediría que siga con mis anhelos, mis ilusiones porque sólo así seré feliz. Y oírlo sería la muerte para mi madre, alejada de todo lujo y comodidades. Seré la que oiga las necesidades de la familia y la que las acate. Seré aquélla que sacrifique en pos de los padres que hicieron tanto por mí y por ello, te diré adiós. No sin antes vernos una segunda y última vez" mientras piensa todo ésto, él acaricia su mejilla con mimo.

Con esas gruesas manos hechas para el trabajo y cuyos callos pueden sentirse sobre la lozana epidermis de la Milani que desearía escapar de su destino para cambiarlo a su antojo. De preferencia con este hombre que le han puesto en este nuevo camino que se antoja caprichoso, irreverente y cínico. Sí, porque le muestra todo lo que puede tener y al mismo tiempo, se lo niega. Su sonrisa se torna nostálgica en tanto asiente cuando él propone llevarla cerca de su actual hogar. Incita a Smoke a continuar, su mente se plaga de ideas una más alocada que la otra. Para ello necesitaría que él consintiera en al menos la primera: fugarse a su lado. Como un zombie, continúa adelante, sin enunciar palabra alguna, en este silencio que ahora está plagado de promesas como una nueva entrevista y de la cual, Stella está negada a renunciar. Sabe que debe ser la última y por ello mismo enloquece con la idea. ¿Tan rápido se asentó este hombre en su corazón y sentimientos? Y la fuerza de ellos la asusta. ¿Acaso será cierto que existe un Cupido y la ha flechado con una de sus armas? De ser así, era cruel y despiadado.

Cuando faltan cerca de doscientos metros por llegar, una figura aparece en el camino, es uno de los capataces que al verla, sale corriendo hacia ellos. La burbuja en la que se encontraba se rompe con su sola presencia, por lo que coloca una mano extendida para que el sujeto se detenga a la distancia asegurando así que le alcanzará y dando tiempo para que pueda despedirse sin develar su identidad - está hecho. Ese es el capataz de la casa en la que estoy de visita. Me acompañará seguramente, así que me despido, caballero. Fue un placer conocerlo, tenga un buen término de semana. Le espero a las tres ¿Recuerda todas las indicaciones? - cuando él asiente, ella misma hace una reverencia agraciada para empezar a acortar la distancia entre el sirviente, cuando llega a su lado, el hombre se encarga de las riendas para llevar a la montura a casa. Se obliga a no mirar atrás comentando algunas banalidades sobre un entretenido paseo, sin olvidar al reptil dando así cabida a que las habladurías sean menores. Su salvador se hizo cargo del bicho, así que se pronunció en acompañarla. No hay nada fuera de lugar, por lo que su imagen y la del italiano estarán limpias.

Y cuando desmonta a las puertas de la casa, va quitándose los guantes siendo interceptada por Francesca que le comenta sobre su prometido. ¡Cierto! Tan ensimismada estaba que olvidó que Baco acudiría a la cita. Los detalles de ésta son cortos, no porque Francesca tenga nada qué decir, más bien es porque la imagen de ese italiano plaga sus pensamientos. Está tan distraída que su amiga piensa que es por la idea de tener que compartir la vida con un Russo. Si ese Russo fuera el caballero que la acompañara, no dudaría en comprometerse. El destino es caprichoso. Pronto, está en su recámara a solas sentada en la cama mirando hacia el ventanal donde la noche da un oscuro espectáculo con la luna menguante en lo alto - si todo fuera tan fácil, seríamos felices. Y a pesar de eso, seguro que todos extrañaríamos el dolor porque eso nos hace más fuertes. Una última vez, sólo una última vez y te diré adiós - promete antes de recostarse buscando el sueño para seguir adelante con su vida. Una vacía al parecer, porque su amiga lo dejó claro: su prometido era igual o peor que Donato. Buscaba entrevistarse con su prometida para aleccionarla. Con ese pensamiento terrorífico, cierra los ojos buscando consuelo, abrazando una almohada disfrutando de la soledad de su lecho, sabiendo que en poco tiempo, estará ocupado por alguien que será igual o peor que el mayor de los Russo.

Y con ese pensamiento, concilia el sueño plagado de pesadillas donde intenta alcanzar a un hombre de tez bronceada y ojos verdes antes de que Donato le tome de la muñeca llevándola a rastras al altar.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Jue Jul 26, 2018 1:08 am







"I feel something so right doing the wrong thing"

¿Mejor? Aquella era una palabra tan corta y de tan poco significado, que se quedaba corta en el intento de describir lo bien que se sentía al escucharla hacer tal declaración. – Me parece perfecto. – Afirmó, aunque realmente no conociera el lugar que ella le indicaba, no tardaría en pedirle mayores explicaciones a Annabeth para poder llegar allí sin pérdida. La joven termina por alejarse junto al capataz, dejándole un mal sabor de boca. “¿En qué demonios estás pensando, Lucciano Russo? ¿Acaso no has comprendido aún que eres un hombre comprometido?” Se reclama a sí mismo, pues si bien desea ver nuevamente a la rubia, hay una chica castaña a la que le debe respeto, incluso si ella está enamorada de otro hombre, y ese hombre resulta ser su difunto hermano. Sin dudas su proceder sería seriamente reprochado por su madre, quien repetiría hasta el cansancio que su segundo hijo no llegaría jamás a los talones del primero.

Lucciano emprende el galope sin detenerse hasta tener a la vista la enorme casona donde estaba de visita. Deja a Path junto a Star en las caballerizas y corre sin pensarlo a tomar un baño, con el deseo firme de limpiarse correctamente los restos de la saliva de aquel desagradable hombre. Solo después de estar bien limpio y con ropas más cómodas, se tomó la tarea de buscar a su anfitriona para conversar los detalles de aquella tarde. La encontró finalmente inmersa en libros y papeles, al parecer tan ocupada trabajando que apenas se percató de su presencia. Tuvo que arrebatarle el libro que tenía en las manos para ganar su atención.

Le contó todo respecto a Stella Milani y a la hermosa desconocida, sin guardarse ningún detalle. Recibió por respuesta más reproches en contra de su hermano, y recordatorios de que, si decidía cancelar el compromiso, ella estaría más que dispuesta a ayudarlo. Él, por su parte, estaba convencido de que aquella mujer era apropiada para ser la Duquesa. Si bien le había parecido malcriada y caprichosa, asumía que se debía en parte a su descontento al tener que contraer nupcias con el hermano de su antiguo amor, así que tendría que darle tiempo de acostumbrarse y ella vería que era lo correcto. Fuera de eso le parecía una mujer astuta, inteligente y con carácter, y todas aquellas eran virtudes que buscaría en la mujer que fuese a ser su Duquesa. Después de todo, su hermano siempre había tenido buen gusto para escoger a sus mujeres, así que no tenía nada qué dudar.

De cualquier forma, ¿Qué más podría hacer? Aceptar un segundo encuentro había sido, sin duda alguna, un error, pero propiciar un tercero sería una locura, tal como Annabeth lo había llamado. De por sí ya se sabía débil ante el suave tacto femenino, el trato dulce y esos preciosos ojos verdes agua. Y aunque estaba seguro que un tercer encuentro sería fatal para su corazón, si ella lo sugiriese, él no podría negarse. Se quedaría mudo, como ya lo había hecho ese día, y simplemente asentiría a todos y cada uno de sus deseos.


Los días siguientes fueron relativamente tranquilos. No hubo más discusiones, ya que ambos habían dejado de lado los temas conflictivos y se dedicaron a pasear por la ciudad, visitando desde los lugares más atractivos turísticamente como la Cathédrale Notre Dame, algunos museos, como el Musée du Louvre que había sido inaugurado pocos años atrás, y también sitios menos turísticos, como viejas bibliotecas y numerosos cafés alrededor de la ciudad, consiguiendo incluso, sin preguntar, la dirección en la que debería estar el lunes a las 3 de la tarde. Tuvo también la oportunidad de asistir a una cata de vinos franceses, en la que hablaban de su elaboración, las distintas clasificaciones de los vinos y un poco de historia. De allí salió maravillado y con muchísimas nuevas ideas que podría implementar en sus cultivos y en la fabricación de sus vinos. No pudo menos que comprar al menos tres botellas de una docena de distintos vinos, saliendo del lugar con 3 cajas y la felicidad de un niño que adquiere un juguete nuevo dibujada en el rostro.

Por otro lado, las noches las pasaba leyendo algún libro en la biblioteca de la casona, haciéndole compañía a la pequeña Annie mientras trabajaba para desocuparse parte del día y poder disfrutar de aquellas salidas diurnas. Así pues, se olvidó por completo del compromiso y otras preocupaciones por unos días, hasta que el lunes llegó, recordándole irremediablemente que no estaba en París de vacaciones. Iría a ver por última vez a aquella mujer que le había robado el aliento, y se prepararía para asumir su destino junto otra mujer, una que ni siquiera le gustaba.

Aunque generalmente era bueno ocultando sus estados de ánimo, tanto Annabeth como Madame Violet que lo conocían muy bien, pudieron percatarse de lo nervioso que estuvo durante el almuerzo, al menos fue consciente de ello ya que, antes de poder dar un paso fuera del comedor, su amiga se acercó y le besó la frente en un gesto que le sorprendió, aunque no tanto como sus siguientes palabras: “Ve a por ella y disfruta. No pienses en nada, ni en tu prometida, ni en tus problemas, sólo disfruta de su compañía.” Consiguiendo quitarle, de alguna manera, un peso inmenso de los hombros. No había dejado en todos esos días de debatirse entre lo incorrecto que era volver a verla, y lo mucho que quería hacerlo. Y las palabras de Ann sirvieron para hacerle ver que no haría daño a nadie, no haría nada indebido, simplemente compartiría una bebida con una amistad, incluso menos, una desconocida, y luego volvería a casa. Eso sería todo. Pero ese pensamiento logró tranquilizarlo y entristecerlo en iguales medidas.

Salió de casa sobre el lomo de Path, vistiendo un traje sencillo pero adecuado para la ocasión y para cuando estuvo en el lugar indicado, notó que eran apenas las dos y media de la tarde, por lo que aún faltaban unos 30 minutos. En medio de su nerviosismo, había salido demasiado temprano y galopado más veloz que de costumbre, dejando a la yegua dirigir la marcha. Así pues, simplemente se sentó en una mesa, pidió un diario, y se dispuso a leer las últimas noticias de la ciudad, esperando que el tiempo se le pasara más rápido si lo gastaba en algo más que en ver el reloj marcar cada segundo y cada minuto.

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Última edición por Lucciano Russo el Lun Ago 06, 2018 6:25 pm, editado 4 veces
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Mensaje por Stella Milani Sáb Jul 28, 2018 10:49 am




Ley de Murphy

Cuando quieres que pase rápido el tiempo, todo se hace más lento.





Francesca está interesada en saber más de ese desconocido cuando al siguiente día de su entrevista con Baco, a la joven Milani se le escapa un comentario al respecto. El resto de la semana están ambas inquietas. Una por la perspectiva de encontrarse con el joven moreno de ojos verdes y la otra por deshacerse del compromiso lo más pronto posible para que Stella sea una mujer libre y pueda decidir qué hacer al respecto. Si las intenciones del caballero son serias, deberá tener la oportunidad de seguir adelante si tanto atrapó el interés de su amiga. Para eso, Francesca está planeando que la siguiente reunión con el prometido sea tal, que salga corriendo. Eso o le pondrá cicuta en el té y todo resuelto para el asombro de su amiga que se niega por todos los medios a ser acusada de homicidio. Si bien pocos sabrían del maquiavélico plan de la romana, la Milani está en desacuerdo. El tiempo pasa intentando por todos los medios no pensar en el lunes, en esa cita programada, así como negándose a hacer una acción tan vil como matar al Duque para ser libre. Sería bastante bueno si él falleciera porque todo quedaría en paz. Su familia no iría a bancarrota ¿Y cómo quedaría su conciencia? Es incapaz de pensar en ello, por lo que su amiga se burla una y otra vez de la joven haciendo caer comentarios uno más sádico que el último.

La mañana del lunes encuentra a una Stella sentada en la cama mirando hacia el vacío, sin atinar a levantarse del lecho por miedo a dar inicio a las horas. Cuando se da cuenta que el tiempo no va a ceder en su avance, decide ponerse en pie para hacer las labores típicas de la mañana: desayunar con su amiga, comentar los últimos detalles de su atuendo -va a ir vestida con ropa de montar porque le es más fácil a pesar de lo que sucedió la última vez- y de paso, que el mismo hombre que la ayudó a regresar a casa, le acompañe para evitar que ese maleducado sujeto del local, pueda reconocerla e importunarla. Todo detallado, el medio día llega obligando a la joven a almorzar con un estómago cerrado por los nervios. Se mira las uñas en silencio en tanto su plato está prácticamente completo antes de darse por vencida agradeciendo la comida para ir a su habitación.

Se baña, se aceita la piel con perfumes delicados y sofisticados para resaltar más la lozanía de ésta, se maquilla y viste de acuerdo a lo planeado. Su traje resalta la tonalidad de su piel. Espera que no sea demasiado llamativo. El rojo de cualquier manera llama la atención por más que se esfuerce en el anonimato. Podría cambiarlo por otro color cuando nota que ya es bastante tarde si quiere llegar a tiempo. Se coloca el sombrero de copa para bajar con rapidez hacia las caballerizas y ensilla a Smoke con una sonrisa contenta debido a que algo tienen en común: el nombre de una yegua que con este tiempo, se torna más adaptable a las necesidades de la italiana. Pide que avisen a su amiga de su partida -porque no se atreve a hacerlo en persona- montando para ir al encuentro de ese caballero que gobernó sus pensamientos este tiempo lejos de él. Se pregunta si asistirá en tanto el sirviente le sigue los pasos atento por cualquier eventualidad. El recorrido si bien es largo, resulta hacerse en corto tiempo para fortuna de la mujer que mira con horror el pensamiento de que pueda llegar tarde.

Apea a Smoke al lado del comercio siendo ayudada por el sirviente para desmontar. Agradece asegurándose de llevar las monedas necesarias para pagar en caso de ser necesario -que sabe de antemano que tal caballero se negará a que lo haga- para entrar al lugar. Su presencia es llamativa no sólo por los colores, si no por el traje elegido. Tan desconocido para la moda francesa, que genera murmullos a su paso. Busca con la mirada el reloj, faltan quince minutos para la hora. ¿Debería salir y llegar puntual? Sus ojos recorren el lugar sin encontrar a su compañero. Se decepciona pensando que él recapacitó y decidió no asistir. Eso la deja más inquieta de lo que ya está.

Una rápida barrida visual le confirma que él no se encuentra en el sitio. Por la ansiedad, es incapaz de recapacitar que pudo llegar antes que ella y estar oculto tras el periódico que lee extendido. Un paso de su siniestro pie es suficiente para que acepte la rendición y dé media vuelta para salir de ahí encontrándose cara a cara con Madame Abbes, la mujer que atiende el lugar. Le sonríe con precaria cortesía - me parece que la persona que busco no está, le esperaré afuera - le informa con un sabor amargo en la boca. La Milani sabe que debería estar en casa en lugar de espolear sus ilusiones que han sido rotas con un fuerte mazo. Casi tan vibrante, como la manera en que las lágrimas se agolpan en sus ojos y su nariz le pica por la necesidad de sacar la ofuscación que siente - con su permiso - va a dar el siguiente paso para evadir a la rechoncha mujer cuando algo fuera de lugar le detiene de escapar.

Sus ojos voltean hacia donde son atrapados por esos verdáceos cual olivas. El aire se escapa con un suspiro de alivio, su sonrisa aparece por fin, tímida, trémula, nerviosa. Sus manos se restriegan la una contra la otra girando el cuerpo hacia la presencia avasalladora del hombre cuyas vestimentas son del agrado de la italiana - mea culpa, pensé que no estaba usted, creí que había llegado demasiado temprano y pensaba salir a esperar - su voz parece quebrada. La lengua se niega a entonar la frase en el francés acostumbrado por lo que su italiano milanés luce en el sitio. Cuando tiene esa sensación de hueco en el estómago, se olvida de lo más fundamental y vuelve a sus orígenes. No existen subterfugios que le ayuden a disimular lo que siente y ahora mismo, son unas grandes ansias de echar los brazos a sus hombros y recargar la cabeza en uno de ellos para sentir cómo la rodea dándole la contención que necesita. Ese, es su impulso, su educación la mantiene en su sitio sin hacer un movimiento inadecuado a vista de los demás clientes.

Por fin, puede recuperar el control de su ser, su sonrisa es más firme cuando se la regala al italiano. - ¿Ya tiene mesa? ¿Podríamos sentarnos? Ahora mismo dudo que mis piernas puedan sostenerme. Temí que no viniera - confiesa con franqueza sin ocultar sus miedos. Toma el brazo del hombre que la dirige a su asiento, acomodando su cuerpo a la silla para mirar a la mujer que se acerca para tomar el pedido - quisiera por favor un refresco y una copa de vino de la casa, por favor - su francés vuelve a ser presente en el lugar. Una vez solos, sus ojos se posan en el caballero - ¿Cómo le fue esta semana? Espero que haya logrado resolver los asuntos que le trajeron a París - si ha de ser sincera, desearía que no. Su determinación porque ésta sea la última vez que comparta con él algo, rueda por el piso alejándose de ella. ¿Cómo se resignaría a dejar de tener con ella a tan agradable hombre? - Aunque debo confesar que estuve pensando mucho en usted. Sé que no debiera, sé que es un atrevimiento. No piense que lo comprometo. Sólo es que - calla. Calla porque si no, estará diciendo tontunadas.

Baja los ojos hacia sus manos entrelazadas sobre la mesa, sin saber qué hacer o decir. Está atrapada en esta situación que fomentó. Por primera vez en su vida, no se arrepiente. Si pudiera seguir a su lado, sería lo más hermoso que le pasaría. Está perdida, loca y brutalmente perdida. Está enamorándose de alguien que ni siquiera sabe quién es.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Vie Ago 03, 2018 4:34 am







"Oh, her eyes, her eyes make the stars look like they're not shining."

Por más que intentó prestar atención al diario, las palabras bailaban frente a sus ojos sin que pudiera realmente prestarles atención. La mitad de ella estaba en su reloj, y la otra mitad en la puerta de entrada al local. Cada vez que alguien entraba o salía, incluso cuando algún transeúnte pasaba por el frente, no podía evitar dirigir la mirada al lugar. Más que nervioso, estaba ansioso, preguntándose si la mujer realmente asistiría a la cita. Tal vez ella hubiera recapacitado y llegado a la conclusión de que no le convenía ser vista con 'un mozo de cuadra'. Se dio golpes mentales ante los recurrentes pensamientos en los que se ponía a sí mismo como alguien impropio para una dama de su mismo estatus social.

Comenzaba a relajarse cuando la visión apareció. Era ella. Sus cabellos dorados y los preciosos ojos verde agua. Con una chaqueta roja y, de nuevo, esos malditos pantalones. Todo el vestuario era demasiado llamativo, pero estaba seguro que aun vistiendo el más humilde y sobrio de los vestidos, ella sería capaz de hacer voltear todos los rostros para mirarla, tal como estaba sucediendo en ese momento. Al percatarse que estaba prácticamente con la boca abierta, tuvo que subir discretamente el diario para cubrir su rostro. ¿Sabía ella el efecto que provocaban sus piernas enfundadas en esa maldita cosa? Se recompuso brevemente y dobló el papel usado como escondite, solo para percatarse que ella caminaba a la salida. Con seguridad, al no verlo, habría pensado que aún no había llegado. Se puso en pie, dejando sobre la mesa el sombrero y los aguantes, sosteniéndola con suavidad del antebrazo. – Signorina. – La llamó, con intención de hacerla notar su presencia.

Cuando sus ojos se encuentran nuevamente con los de ella, sintió como si hubieran pasado siglos desde que los viera por última vez, quizás en una vida pasada. Lo cual era una completa exageración, dado que no había pasado ni una semana desde su último encuentro. – La culpa es mía. Me distraje por un momento leyendo el diario. – Se excusó ahora él, y se quedó nuevamente mudo, admirándola. Se sintió como un quinceañero embobado cuando ella preguntó si tenía mesa, recriminándose. ¿Por qué cuando estaba con ella se quedaba con la mente en blanco y no podía hablar? – Nada habría podido impedirme estar aquí hoy. – Las palabras salieron casi por inercia, en respuesta a la honesta confesión de la chica. – Por aquí. – Reaccionó al fin, llevándola un par de metros hasta la mesa y abriendo la silla para ayudarla a sentarse.

Una vez la joven hace su pedido, agrega una segunda copa de vino a la orden y, una vez la mesera se marcha, devuelve la atención a su compañera. – La verdad es que no. Es un asunto bastante delicado para mí y la otra parte implicada en el negocio es… Muy difícil de tratar. – Explicó brevemente cuando mencionó los asuntos que lo habían llevado a París, sin dar demasiados detalles. ¿Cómo podría? En principio, ella había querido mantener el anonimato; por otro lado, de manera egoísta, no quería que ella supiera realmente de qué se trataba el "negocio". Ella se pondría en pie de inmediato y probablemente lo odiaría por involucrarla. En eso pensaba cuando la joven suelta de repente su siguiente confesión, cosa que lo hace sonreír cuando debería estar preocupado. ¡Alarmado!

Sigue con los ojos a donde se dirige la mirada femenina, y se permite el atrevimiento de colocar una de sus manos sobre las pequeñas de ella encima de la mesa. – Por favor, no se sienta angustiada. Yo… La verdad me halaga saber que usted ha pensado en mí tanto como yo en usted. – La mira, esperando que sus palabras tengan el efecto de hacerla mirarlo nuevamente para poder perderse en esas profundidades acuosas. – Aunque no he tenido muchos momentos de ocio estos días, debo decir que sin importar lo ocupado que estuviera, no podía sacarla de mi cabeza. – Al notar que estaba poniéndose, quizás demasiado, serio en el asunto, intentó aligerar el ambiente como usualmente hacía con Annabeth, con una broma, esperando que no obtener el efecto contrario al deseado. – He llegado incluso a preguntarme si es usted una bruja y me ha lanzado algún hechizo. –

Iba a agregar algo más cuando la mesera llegó con el pedido. Tomó de inmediato su copa y la levantó en dirección a ella. – ¡Saluti! – Brindó, chocando su copa con la ajena. – Por otra tarde como ésta. – Soltó sin pensar, pero no pudo arrepentirse. No teniéndola en frente. Seguiría el consejo de su amiga y se olvidaría de todo lo que no fuera ella, solo por unas horas. Ya luego vería qué hacer con su cabeza, simplemente seguiría sus instintos. Una vez tomó esa determinación, solo existieron ellos dos, ya no había local, no estaban todas esas personas a su alrededor, no existía Stella Milani, no sabría ni siquiera decir quién era si le preguntaban.

Dio el primer sorbo al vino y comenzó a rememorar las lecciones aprendidas en la cata de vinos franceses, empezando a hablarle un poco sobre tipo de uvas usadas para la fabricación de ese vino en específico, las condiciones en que debía haber sido preparado y un montón de tantas cosas que podrían estarla aburriendo, aunque él se expresara con tal pasión. – Lo siento. En casa me dedico al cultivo de uvas y la fabricación de vinos. Ésta semana tuve la oportunidad de asistir a una cata de vinos franceses y aprendí mucho de la manera en que lo hacen por aquí y, aunque no es del todo diferente, tampoco es totalmente igual. Éste vino en particular es bastante bueno, pero el mío es mejor. – Dijo con orgullo, no queriendo sonar despectivo. Simplemente dejando claro algo que consideraba un hecho. – Me gustaría que lo probase alguna vez. Estoy seguro que le gustará. – O al menos eso esperaba, de lo contrario quedaría como un completo idiota.

Dado que la vez anterior ella no lo había rechazado, se atrevió nuevamente a acercar su mano a una de las de ella, la que tenía libre mientras la otra sostenía la copa, solo que esta vez la sostuvo palma con palma, con el dorso contra la mesa y el pulgar sobre los blancos nudillos. – Por favor, hábleme de usted. Estoy seguro de que hay mucho más qué saber aparte de que le gustan los caballos. – Pidió, queriendo escucharla hablar de algo que le apasionara tanto como a él su trabajo, y quizá hacerla sentirse más cómoda con lo que fuera que estaba ocurriendo entre ellos.

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Última edición por Lucciano Russo el Vie Ago 03, 2018 11:20 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Stella Milani Vie Ago 03, 2018 6:10 am




Tu mirada ya estaba llamándome.





Parece un sueño estar aquí con este caballero que cada vez la subyuga más con su encanto y su personalidad callada, muy opuesta a lo que era Donato quien buscaba ser el centro de atención en todo momento. Si alguien le ignoraba, buscaba una y otra vez que le viera, que tuviera que hablar con él para demostrar cuán bueno era en alguna materia o con sus comentarios críticos y estupendos -si Stella lo rememora bien, muchas veces sus interlocutores le miraban extrañados negando con la cabeza como si dijera un disparate-, así era el mayor de los Russo. Para la Milani, era un tormento asistir a su lado a las reuniones para ser sólo una mujer trofeo porque para él, todas las pláticas de la fémina eran insulsas, carentes de valor y de atención. La ignoraba la mayor parte de las veces si no era para demostrar que él tenía a la mejor mujer de la reunión donde la exhibía en la danza o bien, con los mejores y más elegantes atuendos que con la figura de la joven, se veían más que estupendos. Por eso elegía estos trajes de montar, porque para su ex prometido serían irreverentes y faltos de gusto. Si la tachan así, para la Milani no es más que un triunfo porque por una vez en toda su vida, quiere ser ella y no quien los demás desearan que fuera. Una dama de sociedad es un peso tan tremendo sobre los hombros que para la mujer a veces es insoportable y desfallece deprimida.

Por eso es que este hombre es arrebatador. Su propia imagen es una muestra de cuán poco le importa el parecer de la sociedad y de sus pares. Los aristócratas son demasiado quisquillosos para lo que para ellos, tiene que demostrar alguien de su estatus social. Que su piel dorada y su musculatura sean para él su signo distintivo y que no la critique por sus atuendos, hace que la Milani desee estar más a su lado. Si su prometido fuera como este caballero, le daría la oportunidad de continuar con el compromiso hasta sus últimas consecuencias. Pensar en el otro Russo apaga su sonrisa. ¿Debería presentarse en la siguiente visita para encarar a aquél que tanto teme? Francesca diría que no. Y algo en el interior de la mujer, inculcado por su padre, le grita que debería darle al menos la oportunidad de defenderse. Si es otro Donato, debe saber que ella ya está curtida para todo lo que pueda enviarle y que por supuesto, no caerá con la misma inocencia que lo hizo con su hermano.

La atmósfera se torna diferente cuando empiezan las confesiones de uno y otro lado de los comensales en ese minúsculo espacio que le llaman mesa. La Milani baja la mirada con la intensidad de las palabras y sobre todo, de la manera en que las pronuncia, su compañero. Sus ojos se abren enormes con la última acusación de que si no será una bruja. Baja la cabeza con la cabeza moviéndose de diestra a siniestra - ¡Qué cosas dice! Si fuera una hechicera, sería muy fácil que mi vida fuera lo que yo quisiera en todo momento y en todo lugar, ojalá fuese una mujer con magia, lo que no haría con ella - confiesa pensando en todos los aspectos de su vida que acomodaría. Como lo de su prometido, eso lo disolvería con un movimiento de dedos como dicen las viejas que hacen las magas. La confesión le sienta bien, están ambos en la misma sintonía y eso la acongoja porque debiera ser ésta su última entrevista. Debiera ser más precavida; en su interior hay algo que se niega en rotundo. Se siente tan a gusto con él, que quisiera que ésto se alargara toda su vida. Soñar no cuesta nada.

Las copas de vino son entregadas en unión a la bebida refrescante que la joven solicitara. Sus labios se despliegan en una espléndida sonrisa cuando él brinda chocando sus copas para dar el primer trago al vino que para ella, es parte de un ritual social que tiene el mayor peso en la figura masculina que es el que decide si es o no adecuado para estar servido en su presencia. Se queda esperando a que él juzgue, lo que no espera es la manera en que él la deleita con el procedimiento de la elección de la cepa, el envasado y el procedimiento de maduración. Sus oídos se ponen alertas bebiendo esta información como un sediento en pleno desierto. ¿Cuándo un hombre le dedicó tiempo para dejarla aprender algo? Sólo sus tutores y por supuesto, su padre. Sería una mentirosa si dijera que Donato no lo hizo; sus lecciones eran un sacrificio y un suplicio para la joven porque la mayor parte venía acompañada de algún grito o un maltrato físico o verbal. Se cansó de escuchar tantos adjetivos calificativos desdeñosos podía pronunciar referente a su persona que esta lección es para ella, un Edén.

- Para probar su vino sólo es necesario hacer una cita en sus viñedos, la única condición para asistir, es que me muestre todo el procedimiento de la creación del vino desde el inicio hasta el final - confiesa sintiendo su mano rodeando la suya. Es todo un atrevido, un conquistador que está ganando la batalla y con ello, su corazón. Observa sus manos unidas como si fuese lo más natural del mundo aunque para ojos de la sociedad él está manchando el honor de la fémina haciéndola ver como una cualquiera que permite un roce de un desconocido. Sin un anillo en su dedo, la situación es mucho peor. Por instantes piensa en separar su mano. En lugar de ello, se torna más rebelde y orgullosa. Si alguien habla mal de ella, que lo haga con provecho. Cada centímetro de la piel unida a la suya causa un estremecimiento tras otro, que es tan delicioso como adictivo, así que intercambia la posición de sus manos aprovechando que la mesa está pegada a la pared para bajar sus palmas unidas lejos de ojos indiscretos para entrelazar sus dedos.

Siente el corazón desbocado por tal locura, estar tocando su piel contra la suya le crea sentimientos entremezclados. Aceptación y negación simultáneos antes de bajar la mirada intentando recordar qué pidió el caballero antes. Sus ojos sólo pueden observar esas manos unidas, firmes. Con el pulgar de la fémina acariciando la muñeca del hombre, ahí donde el pulso se aprecia - mi mayor secreto es que soy una interesada. Soy una egoísta mujer que busca su satisfacción. Mientras más tengo, más quiero. Deseo todo, no me basta nada. Lo quiero todo de usted, absolutamente todo - y cuando se da cuenta de lo que ha dicho, de la intensidad con que lo expresó y que puede malinterpretarse, se queda en silencio abriendo un poco la boca tensando el cuerpo provocando que el traje por sus hombros se torne tirante - me refiero a la información, a la cultura. No piense mal de mí, sólo que cuando me presento en alguna reunión y los hombres hablan de la historia, de la política, de la sociedad, me dejan inquieta. Quisiera entender de lo que están conversando, no quedarme callada con expresión contrariada o incomprensible - su dedo pulgar se queda sobre la piel donde las venas del varón sobresalen.

Sus ojos se quedan fijos en esos verdáceos - no entiendo por qué se disculpa cuando me explica el procedimiento de la fabricación de los vinos; para mí, es maná caído del cielo. Significa que es tan generoso que no le preocupa dar una opinión y compartirla conmigo. Eso me gusta. Me apasiona escuchar procesos o historias que jamás puedo leer, donde alguien resuelva mis dudas y la siguiente vez que escuche sobre la cosecha de las uvas, diré: ¡Oh, cada cepa es diferente y su tratamiento también! Y no sólo se conserva la uva dentro de la barrica, debe combinarse con un ingrediente secreto para que tome ese cuerpo y el color propio del cabernet o del merlot, porque si, aunque son vinos, cada uno es diferente - exclama como si estuviera en una reunión y contestara a las preguntas con un tono competente - ¿Ve? Lo quiero todo, no me conformo con poco. Soy una egoísta, mi madre me reprende demasiado porque una dama de sociedad tiene que ser cuidadosa con las formas. Mi padre me consiente demasiado porque cada pregunta que hago, me la responde. ¿Por qué los hombres nos rebajan intelectualmente creyendo que no entenderemos de los temas? Cierto que hay mujeres que no se interesan. Las que lo hacemos, nos descalifican y nos mandan a bordar - resopla con tristeza.

Aprieta su mano bajo la mesa cuando le mira a los ojos con ansia y un llamado de ayuda - sólo deseo eso. Saber. Aprender. Conocer. ¿Cómo puedo ser la compañera perfecta si el hombre que se comprometa conmigo ni siquiera puede darme la oportunidad del beneficio de la duda? Por eso creo que los maridos salen a buscar en otras mujeres lo que en casa no tienen, porque ni siquiera educan a sus mujeres en lo que para ellos es primordial - suelta la presión de su mano dándose cuenta que quizá fue demasiado apasionada con el tema - lo lamento, fui muy emotiva - baja la cabeza avergonzada. Se confiesa ante un desconocido. Uno al que le tiene demasiada confianza para dejar sobre la mesa lo que le daña.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Ago 08, 2018 3:01 am







"It's too bad that clocks can't stop on a dime...
Cause she was the right girl
The right girl at the wrong time"

La manera en que se expresa de la posibilidad de ser una hechicera le hace pensar que, tal y como con él, quizá con ella las apariencias también podían engañar. A sus ojos, lo poco que la había conocido hasta el momento, parecía una joven dulce y muy segura de sí misma, al menos lo bastante como para vestir de esa manera llamativa y seguir luciendo así de inocente. Pero sus palabras, junto con el tono de voz empleado y el cambio de su expresión, hablaban por sí mismos. Había aspectos de su propia vida que, aunque podría parecer perfecta desde fuera, para ella seguramente eran insostenibles. Lo que lo hacía preguntarse: ¿Qué podría ser tan malo como para hacerla desear poder cambiar sus circunstancias con un poco de magia? – Dígame, ¿Qué haría con esos poderes si los tuviera? – Interrogó curioso. Él, por su parte, consideraba tales artilugios algo innecesarios, prefería enfrentar los problemas e intentar darles solución, pero quería saber qué haría ella si pudiera alterar su destino de esa manera.

En cuanto ella expone sus condiciones para probar el vino de sus viñedos, a punto estuvo de decir sin sentidos, empezando por romper el acuerdo de no mencionar sus identidades y terminando por invitarla a Florencia, pero eso significaría romper el compromiso y entonces ya no habría viñedos que mostrar, pues ya no serían suyos. Agradece, a la vez que se siente avergonzado, en cuanto ella pierde la atención en las manos de ambos unidas sobre la mesa, pues con ello demostraba que no era mejor que el cerdo con el que se habían tropezado la vez anterior. Aquel inocente gesto podría manchar el honor de la joven incluso más que la palmada de aquel ebrio en el trasero, ya que ese había sido un acto en contra de su voluntad, inesperado incluso, así que sería solo considerado una ofensa. Por otro lado, estar tomados de manos era una demostración pública de afecto sólo aceptada en parejas, y ellos no lo eran. La falta de un anillo en el anular femenino así lo demostraba. Quiso echar para atrás tal acción; sin embargo, antes de que pudiese hacerlo, ella en cambio prefiere continuar el contacto, manteniéndolo oculto de las miradas curiosas debajo de la mesa, entrelazando sus dedos.

De no haberse quedado con la mente en blanco ante tal demostración de osadía y descaro, especialmente porque esa mujer comenzaba a confundirlo como ninguna otra antes que ella, se habría cuestionado tantas cosas. Ella sin duda no era como las demás jóvenes doncellas de la alta sociedad, cualquier otra se habría alarmado ante el simple contacto de su mano desnuda, mientras que ella no sólo lo había mantenido, sino que lo había hecho incluso más íntimo. ¿Sería posible que todas esas contradicciones que ella demostraba en lugar de alejarlo, lo hicieran desearla aún más? Pues, así era. Pero no era el deseo lujurioso con que trataba a las cortesanas, a quienes sin duda se habría llevado a la cama por menos que aquello. No, era un deseo distinto. No pecaría mintiéndose a sí mismo al pensar que no la deseaba también de esa manera, pero más que eso lo que quería era desnudar su mente, saber cómo pensaba, conocer sus gustos, y sobretodo escuchar todos los motivos que la movían, todos los “¿Por qué?”

Las primeras palabras de la joven en respuesta a su petición, no pueden menos que confundirlo y alterarlo un poco. Supone que ella lo nota ya que de inmediato continúa, explicándose. – La sociedad en la que vivimos, lamentablemente hace de la mujer un objeto con el que los hombres pueden hacer y deshacer a su antojo, nada más que un bonito adorno para colgarse del brazo y del que se puede presumir. – Comenzó ahora él, expresando su opinión. – Supongo que no comparto esta mentalidad retrógrada gracias a que desde joven me vi rodeado de mujeres que, sin importar su estatus o clase, ya fueran pobres o adineradas, han conseguido hacerse un espacio a sí mismas en el mundo, con pequeñas o grandes acciones. – Aquella era una realidad que lo había acompañado siempre. Si bien no con su madre, tan rígida y apegada a las convenciones sociales, sí con su querida nana Clarisse, quien le había enseñado que las mujeres debían tener tantos derechos y deberes como los hombres, cosa que, aunque no se veía en las clases más altas, podía apreciarse en las más bajas, donde hombres y mujeres debían trabajar juntos para mantener no solo sus hogares sino también sus relaciones de pareja.

Era una realidad de la época que, así como se les negaba muchos conocimientos, se les daba muchísimas comodidades a las mujeres. Tal vez no podían saber de política o economía, pero no eran conocimientos que necesitaran para salir a comprar bonito vestidos de temporada, o para informar a las criadas cómo querían que se mantuviera la casa del marido. Pero esa era una opinión que mantendría para sí mismo mientras no la conociera lo suficiente, ya que de sobra sabía que sus pensamientos podrían resultar alarmantes; su madre, sin lugar a dudas, habría puesto el grito en el cielo ante la perspectiva de tener que trabajar o, incluso, si sugiriese que una joven debía hacer más que solo ser bonita y hacerse respetar para ganarse su amor.

Fue sacado repentinamente de sus divagaciones por el ligero aumento en la presión con que ella sostenía su mano, llamándole la atención la pasión con la que ella expresaba sus deseos por compartir con el hombre con el que se comprometiera cosas que de plano estaban “prohibidas” para ella. – Ahora soy yo quien no entiende sus disculpas. – Se queja ante la relajación de la presión en su mano, así como la expresión avergonzada de la chica, siendo quien ahora la tome con fuerza ligeramente mayor. – No pienso que sea egoísta por desear tales cosas. Por el contrario, sería afortunado de encontrar una mujer que, como usted, desee no solo aprender de los temas que tienen permitidos: música, arte, historia; sino también de esos que son tan importantes para el mundo en estos tiempos: política, economía, incluso religión… Y, supongo que sería demasiado pedir, que mi compañera no quisiera solo escuchar de lo que hago, sino compartir la experiencia, y por supuesto involucrarme en las cosas que para ella sean importantes. –

Al pensar en ello, la imagen de Stella Milani vuelve a su mente. ¿Podría hablar con ella, después que su periodo de luto por Donato culminase, con la misma emoción con que lo hacía con esta desconocida? Suponía que, si no estaba ya completamente enamorado de la rubia frente a él para el día de su matrimonio, tal vez podría darse la oportunidad de abrirse con su actual prometida, y darle la oportunidad a ella de hacer lo mismo. Se sintió de pronto sofocado ante la idea de compartir momentos como aquel con otra persona, aunque neciamente quiso pensar que era por el encierro en aquel pequeño establecimiento, por lo que sugiere un cambio de escenario. – ¿Le molestaría si caminamos un poco? – Ante la ausencia de negación, pide la cuenta, terminándose el contenido de su copa en el tiempo que la mesera trae la nota con el monto total, dejando el dinero suficiente más la propina sobre la mesa. Tal como había sido su intención desde el principio, sin dejar a la joven frente a él siquiera ver el valor anotado.

Al salir del establecimiento, nota que aún sostiene en su mano la de ella. Sabiendo que sería ya una falta de respeto de su parte caminar de aquella manera, incluso aunque ella también lo deseara, rompe la conexión, arrepintiéndose inmediatamente al sentir la ausencia de su calidez. Distrae su atención de tal sentimiento buscando entre los caballos fuera del local, consiguiendo con la mirada no solo a Path, un poco alejada de la entrada, sino también a Smoke, que estaba entre los primeros. Una vez suelta a ambos animales, le cede las riendas de la yegua gris humo a su dueña, quedando nuevamente ambos en medio de los animales al caminar por las calles de la ciudad. De antemano sabía que a una cuadra de allí se encontraba una frutería, así que dirige su marcha en esa dirección, dejando en la mano del vendedor una moneda a cambio de dos duraznos maduros, de los cuales tiende uno a la joven al tiempo que lleva el suyo a la boca para dar una mordida a la jugosa fruta. – Espero que le gusten, es una de mis frutas favoritas. – Comenta, mientras continúa con la caminata, y entonces se le ocurrió que quería ir a un lugar con ella. – Dígame... ¿Cuál es su lugar favorito de París? –

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Mensaje por Stella Milani Sáb Ago 11, 2018 9:06 pm




Regálame tu corazón, déjame entrar a ese lugar,

donde nacen las flores, donde nace el amor.





¿Qué haría con la magia si la tuviera? Su mente se llena de ideas a la que sólo una puede responder lo que siente como la más desesperante de todas las fantasías - visitaría el pasado, sobre todo Egipto, donde las mujeres podían gobernar y eran escuchadas como iguales - en la biblioteca, su padre tiene todo tipo de libros y leer es la pasión de Stella en unión del piano. Viajar a otros lugares con el uso de la imaginación hasta perderse en la historia sin querer regresar a su presente donde Donato, en su momento, era el protagonista que le golpeaba el corazón a diestra y siniestra. Sí, para la joven Milani, a veces escapar es la mejor de las fantasías y de las opciones cuando su vida se voltea de cabeza. Como ahora. La existencia del menor de los Russo y que quiera continuar con el compromiso es tan asfixiante como la mera idea de un matrimonio arreglado con el mayor de esos hermanos. ¿Por qué su vida se empeña en complicarse a cada paso? Y esta vez, ella ni lo buscó. Al menos tenía a su tío, que le ayudaba a abrir los ojos para saber que los Russo son iguales en actitudes, en ideologías y conductas.

- Me gustaría conocer a esas mujeres que menciona. Quizá alguna de ellas tenga la fórmula para ayudarme a encarar la vida de una manera más decente que sólo dejarme llevar por la corriente - decir más sería comprometer su anonimato. Quisiera decirle tantas cosas a un hombre como él, que la comprende y en lugar de juzgarla, le apoya de cierta forma. ¿Por qué no lo conoció antes de que el compromiso fuera renovado? La respuesta es sencilla: porque de ser así, su familia iría a la ruina total. Si algo era imposible de soportar por la Milani, era ver a su padre desesperado por la falta de dinero. Hasta la fecha, disimula demasiado bien porque no sospecharía de la bancarrota de su familia. Su padre es como un fuerte tronco que soporta la tormenta a pesar de lo fuerte que sea para proteger a su madre y a su hija. Le admira como a nadie en el mundo y por él, callará lo que sabe. Se casará con el menor de los Russo para obtener la ayuda que necesitan y después de eso, se comportará como toda una dama a sabiendas de que para el hermano menor de Donato, sólo será un mísero objeto del cual presumir. Hay ocasiones en que odia ser una Milani, todo el peso de su apellido recae en sus pequeños hombros y la carga es insostenible.

Quisiera hablar del tema con este desconocido, soltar todo lo que tiene dentro que va pudriéndose como una fruta que después de la maduración, empieza el proceso de descomposición. Desearía saber su opinión, lo que la detiene es el renombre de su apellido. Fuera su compañero un extranjero, podría hacerlo. Que sea italiano significa que, para bien o para mal, seguro sabe de su familia y no quiere que el escándalo rompa el corazón de su madre y la fortaleza de su padre. Para ella, sería una falla en su fachada de dama de sociedad, como hija y como mujer. ¿Cómo maltratar a su padre que está soportando todo con tal de que ella siga viviendo un sueño, una vida perfecta? Por supuesto que mantendrá cerrada la boca. Si bien eso hace, sus ojos se tornan demasiado acuosos. Tiene que parpadear con fuerza y tomar más aire de lo debido para procurar mantener el control. ¿Cómo se vería que se soltara llorando en este comercio? Sería una deshonra mayor que mantener su mano unida a la del caballero que le da fuerza para seguir adelante en su sacrificio.

Sí, se sacrifica en pos de los suyos. "Todo por la familia", es el refrán que su padre dice cada vez que un problema les afecta y tiene que meter las manos por algún miembro de su sangre. O de aquéllos, como los padres de su esposa, quienes padecieron al final de sus días por algo que escapa a la comprensión de Stella. A veces, los secretos familiares son peor que un escorpión a punto de encajar el aguijón de su cola en la piel de un bebé. Sabe que algo sucedió con ellos y su padre los sacó de problemas con toda la rapidez que pudo. Nunca lo suficientemente rápido porque falleció primero su abuelo de un paro cardíaco y después, su abuela de depresión por la pérdida de su marido a tres meses de su fallecimiento. Ese amor, esa comprensión y unión, les siguió hasta el final de sus días. La italiana querría algo así para ella, es imposible con la venidera unión que será "bendecida" por Dios en los próximos días.

El italiano la sorprende una vez más con la vehemencia de sus palabras y la firmeza con que toma su mano devolviendo la intensidad de sus sentimientos en un ademán tan íntimo para ellos. Le rompe el corazón que sea la persona adecuada para ella; porque está segura de que así es, no sólo es por su físico que a ella le parece atractivo, si no por la manera en que expresa sus ideas y permite vislumbrar más allá de las palabras que es un hombre cabal. Un recuerdo llega a su mente con el sujeto que la ofendiera la vez pasada palmeando su trasero. Si bien la forma en que le corrigió fue un poco brusca y quizá a ojos de alguien más, violenta, tuvo razón de ser. Si el hombre puede darle esa seguridad de que nada le pasará a su lado, de que protegerá su integridad y su honor, ¿Qué más puede pedir? Si a eso se le suma que le permitiría aprender, que le enseñaría y compartiría sus experiencias, estaría en la gloria. Es una pena que él no sea para Stella. Y que la Milani esté comprometida con alguien más.

Se siente atrapada en este minúsculo lugar, así que cuando él propone que caminen, ella está más que dispuesta por lo que acepta con un movimiento de su cabeza para que él haga las debidas acciones para partir del sitio. Toma sus guantes para ponérselos y el sombrero después. Deja que él pague y se haga cargo del resto porque debiera ser así ante los ojos de los presentes. Un hombre que se jacte de serlo, jamás permitiría que una mujer finiquitara la cuenta. Termina de beber la copa de vino y apura un poco el contenido de su soda para mostrarle que no desprecia sus esfuerzos y su dinero dejando todo sin tocar por más que ansíe partir de ahí a toda velocidad. Es consciente y amable con el hombre. Con sus actitudes agradables y bondadosas porque de nuevo deja una propina más que abundante. Dinero no le falta al parecer o quizá sabe del hambre que algunos pasan. Si por ella fuera, haría lo mismo, sólo que cuando Donato la invitaba, se negaba en rotundo a que Stella llevase dinero porque eso significaría una mancha en su reputación. Imperdonable. Así que la falta de propina era algo que el mezquino olvidaba o fingía olvidar porque en verdad que prefería tirar el dinero en apuestas, que dárselo a alguien que lo necesitara.

Avanza para salir del sitio en busca de su montura. Espera en la entrada como toda dama hasta que él le alcanza las riendas de su yegua invitándola a continuar el camino a pie. La soledad de su mano es extraña tras pasar instantes con la suya rodeando su piel. Se queda en silencio hasta llegar al sitio donde compra los duraznos ofreciéndole uno. Smoke le acaricia la mejilla mirando insistente la fruta, lo que pasa desapercibido por la humana que está hipnotizada por la manera en que los blancos dientes muerden, desgarran y atrapan el pedazo del jugoso durazno llevándolo al interior de su boca para masticar. Se sonríe con dulzura al escuchar que le agradan. La fruta en su mano pareciera esperar a que ella haga lo mismo en tanto siguen caminando - nunca he mordido un durazno sin antes partirlo en pedazos más pequeños que puedan ser degustados sin que sean demasiado grandes para mi boca. Es de mal gusto que una dama lo haga - le explica como si con ello pudiera darle a entender por qué es que sigue viendo la fruta mientras caminan. Se detiene mirando a todos lados para observar su rostro, en el suyo hay un rictus de asombro - la verdad, es que poco he salido a recorrer París de no ser por la Catedral de Notre Dame para rezar y escuchar misa. Así que no puedo decir a ciencia cierta qué lugar me gusta - se queda preocupada.

¿Acaso es demasiado banal en su respuesta? Le falta algo de originalidad, así que intenta componer mejor la situación en lo que puede - sin embargo, dicen que hay un sitio para cabalgar que es estupendo en el coto de cacería de la nobleza que está como a veinte minutos de aquí, si no mal recuerdo. Pasando el Sena, derecho por el barrio de Montmartre, si es lo que busca o le gustaría explorar - propone observando sus ojos verdes en tanto una gota del zumo se vislumbra en la comisura de su labio. Por inercia, saca un pañuelo del bolsillo de su casaca para limpiar con cuidado y dedicación dicho sitio. - Perdón, quizá fui imprudente, tenía una mancha - ¿Por qué es que comete impertinencias con él? Son constantes sus deslices, como si de pronto, fuera lo más natural del mundo tener tantos acercamientos. Como si él fuera la tierra y ella la luna, sintiéndose irremediablemente atraída por la gravedad de su centro.

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(Futura señora Russo, dice él).
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Runaway Bride [Lucciano Russo] Empty Re: Runaway Bride [Lucciano Russo]

Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Ago 15, 2018 12:33 am







"Maybe we are not meant for each other
And maybe that's okay"

La respuesta de la joven a su pregunta respecto a lo que haría ella si tuviera algún tipo de poderes mágicos volvió a confundirlo, por ello prefirió callar al respecto. La rubia parecía no querer más que ser escuchada, pero hablaba también, ahora en repetidas ocasiones, de poder y ambición, dos cosas que le preocupaban, y por las que agradecía ahora el haber aceptado la petición de mantener el anonimato entre ambos. Ya se había preguntado, la ocasión anterior en que se vieran, si estaría cometiendo un error con ella, y quizás esa era la señal de que sí. Terminaría de disfrutar aquel día en su presencia, y se alejaría mientras aun la considerase perfecta. Ahora podía pensar en la separación como algo necesario, más que como un castigo y eso en parte lo tranquilizaba.

En eso había estado pensado en el transcurso a la frutería, en donde queda atónito por la reciente confesión, para luego sentirse un poco apenado por su actuar simple, y su falta de modales. – Imagino que también es de mal gusto que un caballero lo haga. – Comenta, aunque es casi una pregunta, mientras mira el durazno ya mordido en su mano. Mira luego a los labios femeninos, de un pálido rosa natural. La boca se le hizo agua imaginando perversiones que no deberían ser nunca pronunciadas. Le dio un nuevo mordisco a la fruta luego de encogerse de hombros. – Lo lamento. Nunca se me dio bien eso de ser un caballero, espero que mis malas maneras no le resulten intolerables. –

El saber que ella, como él hasta unos días atrás, no conocía demasiado la ciudad, le sorprendió. Habría pensado que una dama como ella conocería París de norte a sur y de este a oeste, al menos todos los lugares de moda, pero de nuevo ella era un mar de sorpresas. Sin embargo, si ella no tenía un lugar favorito, quería mostrarle el suyo. – Para ser honesto, hace una semana yo tampoco conocía mucho de la ciudad. Nunca he ido al lugar que menciona, solo quería… – Sus palabras se vieron interrumpidas por el delicado roce del perfumado pañuelo femenino en la comisura de sus labios. Como ya se le venía haciendo costumbre, su mente se quedó totalmente en blanco y contuvo la respiración, notando la mirada sobre su boca.

Tragó con fuerza y sostuvo el antebrazo femenino cuanto este intentó alejarse. – Signorina. Debo ser franco… Intento mantener las manos alejadas de usted, pero no me está dejando nada fácil la tarea. – Era tan hermosa que podría pasar horas contemplándola, si fuera músico compondría las más bellas melodías en su honor, escribiría los más bellos poemas si se le diera bien la poesía, pero como su trabajo era manual, sólo podría dedicarle las más suaves y tiernas caricias. Aunque claro, su talento solo podría ser apreciado luego del matrimonio, en caso contrario podría deshonrarla solo con pequeños gestos como el que habían compartido minutos antes en el café.

Apartó su mano y su mirada de ella, y continuó caminando a paso lento. – No he ido nunca al lugar que me indica. – Repitió, intentando recuperar el hilo de pensamientos que llevara antes de la interrupción. – Mi intención era visitar con usted su lugar favorito en la ciudad, de esa manera, tal vez conocer un poco más de usted. Dado que usted no tiene uno aún, me gustaría mostrarle el mío, si me permite. No es la gran cosa, en realidad, pero, es a mi parecer uno de los jardines más hermosos de la ciudad, y eso que París tiene muchos jardines y parques. –

Mientras caminaban en dirección al “Jardin du Roi”, iba contándole un poco de la historia del lugar. Los jardines habían sido fundados en 1626, por Louis XIII. Solo 9 años más tarde fue convertido en un jardín de hiervas medicinales por el físico que servía al Rey. En 1640 había sido abierto por primera vez al público, y en 1693 remodelado por un equipo de brillantes botánicos. En 1739 se expandieron los jardines y agregaron un laberinto. – Dicen que quienes se aventuran a entrar en el laberinto, no vuelven a salir. – Inventa la historia en un exagerado tono y expresión sombrías, antes de reír sin parar a la vez que intenta una disculpa. – Lo siento, eso no es cierto. Sólo quería ver su expresión. – Continúa sin poder para de reír.

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