AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El reinado de las cucarachas [Lucciano Vecchio]
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El reinado de las cucarachas [Lucciano Vecchio]
De todos los lugares en los que se tenían que inmiscuir para dar caza a las criaturas de la noche, aquel era uno de los menos deseados. Odiaba acercarse al burdel. Era degradante, y un nido de infecciones. Sin embargo, también era uno de los espacios más concurridos por los vampiros holgazanes que deseaban darse un festín de sexo y sangre al mismo tiempo, sin tener que hacer el esfuerzo de seducir a su presa primero. Por eso mismo, encontraba todavía más satisfacción terminando con sanguijuelas de aquel tipo. Y precisamente aquellos días habían resultado ser participes de varias muertes desmesuradas de prostitutas.
Cuando entró en el local, se perdió entre las faldas de las chicas, cubierta con el vestido más airado que pudo encontrar en casa. Era imposible que la reconocieran como cliente, así que no tenía otra opción que hacerse pasar por una prosituta más. Sin embargo, le costaba meterse en el papel. No agachaba el rostro, como aquellas mujeres, ni mostraba sutiles sonrisas cuando algún cliente trataba de aproximarse a ella. Helida mantenía la mirada alta y dejaba ver muecas de desagrado cuando se le acercaba cualquier hombre. Subió a la segunda planta, pendiente de escuchar cualquier chillido que la alertara. Pronto se cercioró que escuchar gritos allí debía de ser lo normal. A pesar de que la mayoría de las prostitutas no disfrutaban, estaba segura de que les pagaban para fingir hacerlo.
Un hombre bigotudo salió de una de las habitaciones y se detuvo para mirarla con curiosidad. Helida le ignoró, pero no pudo hacerlo cuando se aproximó a ella y la detuvo por el brazo.
—Perdonad…No os he visto antes por aquí. ¿Podríais verificarme vuestro nombre?
—Mis disculpas caballero, esta noche ya tengo otro cliente.
Pero el tipo no la soltó, es más, la miró con suspicia. Una sonrisa arrogante se formó en sus labios.
—No, disculpadme voz, zorra, pero aquí los horarios de mis putas los cocino yo, y me resulta extraño no haberos visto antes—Aferró su otro brazo con mano de hierro y clavó a la muchacha frente a él—.Así que decidme, ¿Quién sois? Porque si sois una necia que ha venido a robar, os advierto de que también dirijo un negocio negro de esclavas.
La cazadora frunció los labios disgustada.
—Sois casi tan repugnante como los insectos que cazo.
No espero a que el hombre preguntara, simplemente le atizó en la cabeza con su propio rostro, consiguiendo así desembarazarse de él, y acto seguido hundió el zapato en su entre pierna. Le dedico una sonrisa dulce cuando le tuvo a sus pies, para luego terminar de dejarlo inconsciente de un puñetazo.
—Cucarachas…—advirtió conforme se marchaba de la escena—Están por todas partes.
Un chillido detuvo el hilo de sus pensamientos. No era como el resto, era el indudable grito de pánico y socorro. Siguió el foco del sonido para toparse con una puerta cerrada a cal y canto. Extrajo su daga y pasó la punta por la apertura del pestillo, consiguiendo que se abriera con un “click”.
La escena con la que topó le revolvió más el estómago que cualquier cuerpo despedazado. Allí estaba, un neófito descontrolado y tan pendiente de tomar en cuerpo y colmillos a su víctima, que ni si quiera se cercioró de la presencia de Helida. Casi con asco, la cazadora se acercó al vampiro, y sin prestar mucha atención, extrajo la estaca de debajo de sus faldas, y le perforó el corazón por la espalda.
—Repugnante…
Que el cuerpo inerte de un hombre cayera sobre la prostituta ultrajada, no hizo más que alertarla todavía más.
—Cerrad las piernas, ¿podríais? —le sugirió la cazadora.
Como continuara chillando así, su llamada de atención no le daría tiempo para escapar y deshacerse del cuerpo del monstruo.
Cuando entró en el local, se perdió entre las faldas de las chicas, cubierta con el vestido más airado que pudo encontrar en casa. Era imposible que la reconocieran como cliente, así que no tenía otra opción que hacerse pasar por una prosituta más. Sin embargo, le costaba meterse en el papel. No agachaba el rostro, como aquellas mujeres, ni mostraba sutiles sonrisas cuando algún cliente trataba de aproximarse a ella. Helida mantenía la mirada alta y dejaba ver muecas de desagrado cuando se le acercaba cualquier hombre. Subió a la segunda planta, pendiente de escuchar cualquier chillido que la alertara. Pronto se cercioró que escuchar gritos allí debía de ser lo normal. A pesar de que la mayoría de las prostitutas no disfrutaban, estaba segura de que les pagaban para fingir hacerlo.
Un hombre bigotudo salió de una de las habitaciones y se detuvo para mirarla con curiosidad. Helida le ignoró, pero no pudo hacerlo cuando se aproximó a ella y la detuvo por el brazo.
—Perdonad…No os he visto antes por aquí. ¿Podríais verificarme vuestro nombre?
—Mis disculpas caballero, esta noche ya tengo otro cliente.
Pero el tipo no la soltó, es más, la miró con suspicia. Una sonrisa arrogante se formó en sus labios.
—No, disculpadme voz, zorra, pero aquí los horarios de mis putas los cocino yo, y me resulta extraño no haberos visto antes—Aferró su otro brazo con mano de hierro y clavó a la muchacha frente a él—.Así que decidme, ¿Quién sois? Porque si sois una necia que ha venido a robar, os advierto de que también dirijo un negocio negro de esclavas.
La cazadora frunció los labios disgustada.
—Sois casi tan repugnante como los insectos que cazo.
No espero a que el hombre preguntara, simplemente le atizó en la cabeza con su propio rostro, consiguiendo así desembarazarse de él, y acto seguido hundió el zapato en su entre pierna. Le dedico una sonrisa dulce cuando le tuvo a sus pies, para luego terminar de dejarlo inconsciente de un puñetazo.
—Cucarachas…—advirtió conforme se marchaba de la escena—Están por todas partes.
Un chillido detuvo el hilo de sus pensamientos. No era como el resto, era el indudable grito de pánico y socorro. Siguió el foco del sonido para toparse con una puerta cerrada a cal y canto. Extrajo su daga y pasó la punta por la apertura del pestillo, consiguiendo que se abriera con un “click”.
La escena con la que topó le revolvió más el estómago que cualquier cuerpo despedazado. Allí estaba, un neófito descontrolado y tan pendiente de tomar en cuerpo y colmillos a su víctima, que ni si quiera se cercioró de la presencia de Helida. Casi con asco, la cazadora se acercó al vampiro, y sin prestar mucha atención, extrajo la estaca de debajo de sus faldas, y le perforó el corazón por la espalda.
—Repugnante…
Que el cuerpo inerte de un hombre cayera sobre la prostituta ultrajada, no hizo más que alertarla todavía más.
—Cerrad las piernas, ¿podríais? —le sugirió la cazadora.
Como continuara chillando así, su llamada de atención no le daría tiempo para escapar y deshacerse del cuerpo del monstruo.
Helida Darsian- Cazador Clase Media
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Re: El reinado de las cucarachas [Lucciano Vecchio]
Aquella noche en la que se sentía hambriento de su dieta especial, había conseguido algo más que el simple alimento o el divertimento: un candidato para ser su vástago.
No era la primera vez en todos sus siglos que había instruido a mortales para la vida de inmortal. Podía contar con los dedos de la palma de una de sus manos, cuando había recibido su sangre y la resurrección, el resto simplemente muerto. Para Lucciano la inmortalidad no era cosa de juego o para dar a la ligera, no todos podían ser vampiros y no todos merecían el don que su Sire le había concedido hacía milenios.
En la oscuridad de la noche iluminaba por la luz roja de la puerta del burdel, despedía la carroza que llevaba a la joven, a la que aquella noche había puesto a prueba y que se había convertido en su protegida y aprendiz.
Ahora tocaba deshacerse del cadáver del joven vampiro que "su humana" había matado y del que vampiro se había alimentado. Si, Lucciano era un vampiro un tanto especial, la sangre humana hacía tiempo que no le saciaba; no era muy a menudo cuando necesitaba beber sangre ajena ya que la ancianidad en su especie hacía que el alimento y sus fuerzas permaneciesen más tiempo en su cuerpo. Pero una vez el hambre acudía, ésta le pedía demasiadas vidas si él escogía las humanas; y más fácil le resultaba alimentarse de uno o dos vampiros jóvenes que de muchos humanos.
Un tanto extraño, y una aberración para sus hermanos. Un secreto realmente a gritos y una costumbre que no iba a cambiar.
Él era discreto en cuanto a su dieta secreta, no quería dar demasiada mala impresión a la nueva sociedad inmortal a la que se incorporaba, pero tampoco iba a lamentar que se enterase alguno que otro, ahora si, la vida de éste estaría en peligro.
Caminando por el pasillo hacía la habitación que había alquilado y donde se encontraba su última víctima, el olor sangre de neófito y el grito de una mujer hicieron que se detuviese a una puerta entreabierta pudiendo apreciar la escena como testigo.
"Una cazadora"
No era la primera vez en todos sus siglos que había instruido a mortales para la vida de inmortal. Podía contar con los dedos de la palma de una de sus manos, cuando había recibido su sangre y la resurrección, el resto simplemente muerto. Para Lucciano la inmortalidad no era cosa de juego o para dar a la ligera, no todos podían ser vampiros y no todos merecían el don que su Sire le había concedido hacía milenios.
En la oscuridad de la noche iluminaba por la luz roja de la puerta del burdel, despedía la carroza que llevaba a la joven, a la que aquella noche había puesto a prueba y que se había convertido en su protegida y aprendiz.
Ahora tocaba deshacerse del cadáver del joven vampiro que "su humana" había matado y del que vampiro se había alimentado. Si, Lucciano era un vampiro un tanto especial, la sangre humana hacía tiempo que no le saciaba; no era muy a menudo cuando necesitaba beber sangre ajena ya que la ancianidad en su especie hacía que el alimento y sus fuerzas permaneciesen más tiempo en su cuerpo. Pero una vez el hambre acudía, ésta le pedía demasiadas vidas si él escogía las humanas; y más fácil le resultaba alimentarse de uno o dos vampiros jóvenes que de muchos humanos.
Un tanto extraño, y una aberración para sus hermanos. Un secreto realmente a gritos y una costumbre que no iba a cambiar.
Él era discreto en cuanto a su dieta secreta, no quería dar demasiada mala impresión a la nueva sociedad inmortal a la que se incorporaba, pero tampoco iba a lamentar que se enterase alguno que otro, ahora si, la vida de éste estaría en peligro.
Caminando por el pasillo hacía la habitación que había alquilado y donde se encontraba su última víctima, el olor sangre de neófito y el grito de una mujer hicieron que se detuviese a una puerta entreabierta pudiendo apreciar la escena como testigo.
"Una cazadora"
Lucciano Vecchio- Vampiro Clase Alta
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Re: El reinado de las cucarachas [Lucciano Vecchio]
Por encima de los chillidos de la prostituta, el sonido del deslizar de la puerta, alcanzó los sentidos de la cazadora. Alarmada, Helida no pudo contenerse y batió el dorso de la mano contra el rostro de la mujer. La cual en vez de silenciarse, gimió escandalosa y se acurrucó en la esquina de la cama entre hipidos y sollozos, ultrajada y maltratada. Se arrepintió al instante de tan impulsiva acción, su único cometido había sido socorrer a la mujer, sin embargo, demasiado agitada como para pedir disculpas, giró el rostro hacia la entrada de la habitación. Y ahí estaba, recortada entre luz y sombras, la figura de un hombre que se dejaba entrever por la rendija de la puerta. Helida alcanzó el pomo en un visto y no visto, dejando hueco suficiente como para colar su mano y aferrar las solapas del traje del hombre. Lo empujó hacia el interior de la habitación, sellándola por completo. No podía permitirse más testigos. Y con ese único pensamiento, guardó la estaca manchada de sangre bajo sus faldas, y extrajo una pequeña daga que pego a la garganta del hombre, tomándolo por un humano normal y corriente.
Con voz amenazante y pulso firme, le advirtió:
-Os vais a mantener en silencio cual estatua mientras yo termino la tarea, ¿comprendéis? Ya habéis visto lo que le he hecho a ese pobre desgraciado -Con un ligero movimiento de cejas, indicó al vampiro inerte con las vergüenzas al descubierto-. Puedo hacer lo mismo con vos si os empeñáis en gritar. Además os advierto de que si se os ocurre decir algo cuando todo esto termine, os buscaré y os cortaré la lengua, a usted y a toda su familia.
Giró en redondo hacia el vampiro muerto y lo vistió con una mueca de asco descarada. Tomo un sobrero prestado y se lo colocó, tratando de inclinarlo sobre sus ojos lo máximo posible. Antes de echar el costado del cadáver sobre su hombro, Helida se acerco a la prostituta de nuevo.
-Me voy a marchar, pero no quiero que alarméis a nadie, o volveré -mintió.
Sujetó el cadáver entonces, y se aproximó al hombre de nuevo, todavía ignorando su mirada fija, su expresión inmutable, y sus facciones más que sospechosas. Estaba demasiado volcada en la misión de deshacerse de aquel cadáver, como para haber sido lo suficientemente lista de fijarse en su nuevo amigo. Como bien había dicho antes, las cucarachas estaban por todas partes.
-¿Me ayudareis...buen caballero, a llevar a este nuestro caído amigo lejos de este burdel? Tan solo necesito que lo arrastréis conmigo hacia la salida, mientras charlamos entre alegres risas sobre lo mucho que ha bebido. ¿Os parecería adecuado? No me gustaría tener que ahogaros con vuestra propia sangre.
Dicha la amenaza, esperó a que le ayudara, y le dedicó una sonrisa pura e inocente, totalmente en desacuerdo con sus palabras.
Con voz amenazante y pulso firme, le advirtió:
-Os vais a mantener en silencio cual estatua mientras yo termino la tarea, ¿comprendéis? Ya habéis visto lo que le he hecho a ese pobre desgraciado -Con un ligero movimiento de cejas, indicó al vampiro inerte con las vergüenzas al descubierto-. Puedo hacer lo mismo con vos si os empeñáis en gritar. Además os advierto de que si se os ocurre decir algo cuando todo esto termine, os buscaré y os cortaré la lengua, a usted y a toda su familia.
Giró en redondo hacia el vampiro muerto y lo vistió con una mueca de asco descarada. Tomo un sobrero prestado y se lo colocó, tratando de inclinarlo sobre sus ojos lo máximo posible. Antes de echar el costado del cadáver sobre su hombro, Helida se acerco a la prostituta de nuevo.
-Me voy a marchar, pero no quiero que alarméis a nadie, o volveré -mintió.
Sujetó el cadáver entonces, y se aproximó al hombre de nuevo, todavía ignorando su mirada fija, su expresión inmutable, y sus facciones más que sospechosas. Estaba demasiado volcada en la misión de deshacerse de aquel cadáver, como para haber sido lo suficientemente lista de fijarse en su nuevo amigo. Como bien había dicho antes, las cucarachas estaban por todas partes.
-¿Me ayudareis...buen caballero, a llevar a este nuestro caído amigo lejos de este burdel? Tan solo necesito que lo arrastréis conmigo hacia la salida, mientras charlamos entre alegres risas sobre lo mucho que ha bebido. ¿Os parecería adecuado? No me gustaría tener que ahogaros con vuestra propia sangre.
Dicha la amenaza, esperó a que le ayudara, y le dedicó una sonrisa pura e inocente, totalmente en desacuerdo con sus palabras.
Helida Darsian- Cazador Clase Media
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Re: El reinado de las cucarachas [Lucciano Vecchio]
No había pasado ni un minuto cuando se vio envuelto en una situación, que ciertamente no había buscado para nada.
Debía de ser porque estaba alimentado de aquella "sangre especial" y aquello creaba en su cuerpo una ilusión y máscara que hacía demasiados siglos le había enseñado su Sire. Su olor, el rubor de su piel, incluso aquellos pulmones que fingían respirar y el calor que su cuerpo desprendía le daban apariencia humana.
La fuerza de la chica era increíble, él se dejo hacer y apretó los labios para no contener una sonrisa, ya que de repente todo le pareció tener un tinte cómico: la mujer que no paraba de berrear, el neófito muerto semidesnudo, la cazadora "descuidada" y los murmullos que comenzaban a acercarse a una habitación que estaba llamando demasiado la atención.
Sintiendo el filo del arma en su cuello, y aguantándose la risa decidió seguir el juego, se estaba haciendo interesante el momento. No dijo ni una palabra solo afirmo ante los órdenes de ella y observo lo que ella hacía.
Por un momento y justo cuando estaba aceptando su petición con tan solo cargar con el hombre, se sintió tan irritado por los gritos de la mujer que por primera vez en la sala pronuncio una palabra.
-Cállate. -Firme y cortante; sus ojos de distintos colores: azul y verde se fijaron en ella; la prostituta cayó y se desmayo como si hubiese recibido algún tipo de golpe, y de algún modo fue así cuando Lucciano decidió usar aquella telepatía para cerrar la puerta de su consciencia.
Siguiendo con sus indicaciones caminaron por los pasillos, Lucciano apenas pronuncio palabra alguna, un comentario suelto referente a la embriaguez del cuerpo que cargaban.
Ya había conseguido salir del burdel y tras cruzar la esquina llegar a una calle bastante alejada, cuando soltó el cuerpo al suelo pesadamente.
-Vaya desperdicio. -Pensó en voz alta, ciertamente ver sangre de vampiro le abría el apetito. Ya eran más de dos palabras las que pronunciaba y ahí estaba su rasgo más característico: su voz. Una voz que se era agradable y apetecible dentro del aire por el que viajaba.-Bueno, signorina. ¿Ahora es cuando me dejáis huir? ¿O me silenciaréis por ser testigo?
Debía de ser porque estaba alimentado de aquella "sangre especial" y aquello creaba en su cuerpo una ilusión y máscara que hacía demasiados siglos le había enseñado su Sire. Su olor, el rubor de su piel, incluso aquellos pulmones que fingían respirar y el calor que su cuerpo desprendía le daban apariencia humana.
La fuerza de la chica era increíble, él se dejo hacer y apretó los labios para no contener una sonrisa, ya que de repente todo le pareció tener un tinte cómico: la mujer que no paraba de berrear, el neófito muerto semidesnudo, la cazadora "descuidada" y los murmullos que comenzaban a acercarse a una habitación que estaba llamando demasiado la atención.
Sintiendo el filo del arma en su cuello, y aguantándose la risa decidió seguir el juego, se estaba haciendo interesante el momento. No dijo ni una palabra solo afirmo ante los órdenes de ella y observo lo que ella hacía.
Por un momento y justo cuando estaba aceptando su petición con tan solo cargar con el hombre, se sintió tan irritado por los gritos de la mujer que por primera vez en la sala pronuncio una palabra.
-Cállate. -Firme y cortante; sus ojos de distintos colores: azul y verde se fijaron en ella; la prostituta cayó y se desmayo como si hubiese recibido algún tipo de golpe, y de algún modo fue así cuando Lucciano decidió usar aquella telepatía para cerrar la puerta de su consciencia.
Siguiendo con sus indicaciones caminaron por los pasillos, Lucciano apenas pronuncio palabra alguna, un comentario suelto referente a la embriaguez del cuerpo que cargaban.
Ya había conseguido salir del burdel y tras cruzar la esquina llegar a una calle bastante alejada, cuando soltó el cuerpo al suelo pesadamente.
-Vaya desperdicio. -Pensó en voz alta, ciertamente ver sangre de vampiro le abría el apetito. Ya eran más de dos palabras las que pronunciaba y ahí estaba su rasgo más característico: su voz. Una voz que se era agradable y apetecible dentro del aire por el que viajaba.-Bueno, signorina. ¿Ahora es cuando me dejáis huir? ¿O me silenciaréis por ser testigo?
Lucciano Vecchio- Vampiro Clase Alta
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Re: El reinado de las cucarachas [Lucciano Vecchio]
La castaña ceja de Helida se elevó en un perfecto arco cuando el hombre instó a la prostituta a guardar silencio; para su sorpresa la mujer no solo le hizo caso, sino que cayó redonda. La cazadora no pudo evitar contemplar lo sucedido durante unos segundos, pero tuvo que dejarlo pasar para continuar con el problema que tenía entre manos. A pesar de todo, dejó caer una mirada sospechosa al hombre de ojos dispares. Una sensación extraña asomó su estomago como respuesta.
Gracias al Sol, el tipo le siguió la corriente con el muerto. Alguna que otra persona los miró con sospecha, pero la mayoría estaban demasiado ocupados en las redes de la lujuria y el alcoholismo; el diablo los tenía atados de pies y manos con los pecados del vicio.
Cuando alcanzaron el exterior, la cazadora no pasó por alto las palabras de su acompañante, demasiado extrañas y fuera de lugar; como él... Optó por esconder el cadáver tras abultadas pilas de basura,para ocuparse de los restos más tarde.
-Dejaros huir por supuesto... -repuso con calma, sin alzar la vista en el hombre todavía. La voz de él había sonado demasiado calma, y durante el trayecto no había mostrado signos de pánico, o si quiera nerviosismo- Sin embargo, me gustaría saber algo más de vos antes de dejaros marchar por las buenas. -Alzó entonces la mirada hacia el hombre, y dejó entrever un pequeño revolver por debajo de la manga del vestido, con suficiente disimulo como para que solo él lo viera. Le dedicó una sonrisa inocente y radiante- ¿Tendríais entonces el gusto de acompañarme? La noche es muy oscura para que una dama como yo camine sola, y a la Luna le gusta carcajearse de mi siempre que puede.Decidme, ¿qué andabais buscando en el Burdel?
Esperó su respuesta, alerta. No lo había podido definir como vampiro, pero tampoco como humano. La curiosidad era tan insistente como las patas de una raña en su garganta; rascando para tratar de salir al exterior.
Gracias al Sol, el tipo le siguió la corriente con el muerto. Alguna que otra persona los miró con sospecha, pero la mayoría estaban demasiado ocupados en las redes de la lujuria y el alcoholismo; el diablo los tenía atados de pies y manos con los pecados del vicio.
Cuando alcanzaron el exterior, la cazadora no pasó por alto las palabras de su acompañante, demasiado extrañas y fuera de lugar; como él... Optó por esconder el cadáver tras abultadas pilas de basura,para ocuparse de los restos más tarde.
-Dejaros huir por supuesto... -repuso con calma, sin alzar la vista en el hombre todavía. La voz de él había sonado demasiado calma, y durante el trayecto no había mostrado signos de pánico, o si quiera nerviosismo- Sin embargo, me gustaría saber algo más de vos antes de dejaros marchar por las buenas. -Alzó entonces la mirada hacia el hombre, y dejó entrever un pequeño revolver por debajo de la manga del vestido, con suficiente disimulo como para que solo él lo viera. Le dedicó una sonrisa inocente y radiante- ¿Tendríais entonces el gusto de acompañarme? La noche es muy oscura para que una dama como yo camine sola, y a la Luna le gusta carcajearse de mi siempre que puede.Decidme, ¿qué andabais buscando en el Burdel?
Esperó su respuesta, alerta. No lo había podido definir como vampiro, pero tampoco como humano. La curiosidad era tan insistente como las patas de una raña en su garganta; rascando para tratar de salir al exterior.
Helida Darsian- Cazador Clase Media
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Re: El reinado de las cucarachas [Lucciano Vecchio]
Manos metidas en los bolsillos cuando el cadáver fue ocultado. La verdad no esperaba la respuesta que aquella Cazadora le estaba dando, ¿Huir? Qué extraño. Luego vio el revolver, una amenaza en toda regla.
-Dijo que me dejaría marchar, y ahora me pide que la acompañe. Creo que se contradice signorina.... -El uso del término "signorina" le hacía denotar que era extranjero, italiano. Y luego estaba aquella espera de que se presentase. -Puede llamarme, Vecchio, Lucciano Vecchio. Caminemos pues.
Su actitud serena y confiada se hacía cada vez más sospechosa, pero a él poco le preocupará que estuviese ante aquello que todo ser sobrenatural debía de temer, ante la amenaza de todo ellos. Él se consideraba como el perfecto Depredador y cualquier humano o incluso vampiro de su especie, pobres víctimas u objetos para el beneficio.
Mientras sus pies se ponían en marcha, escucho su pregunta, y sin poder quererlo sus labios se curvaron en una sonrisa, la joven estaba demasiado tensa y aquello le era señal de su inexperiencia con inmortales como él.
Aquella noche tenía pinta de ser interesante.
-Pues lo que cualquier hombre: Mujeres, negocios y diversión. Aunque, mmmm... Digamos que no solo tenía esa intención al pisar el burdel, si de paso me encontraba algún que otro joven vampiro al cual arrebatarle la vida. Noche completa. -Había sido descarado al hablar con naturalidad del tema de la sobrenaturalidad, ella parecía confusa en cuanto a qué era Lucciano, tras sus palabras ¿qué pensaría ella qué era? Estaba ansioso por escuchar su respuesta.
-Dijo que me dejaría marchar, y ahora me pide que la acompañe. Creo que se contradice signorina.... -El uso del término "signorina" le hacía denotar que era extranjero, italiano. Y luego estaba aquella espera de que se presentase. -Puede llamarme, Vecchio, Lucciano Vecchio. Caminemos pues.
Su actitud serena y confiada se hacía cada vez más sospechosa, pero a él poco le preocupará que estuviese ante aquello que todo ser sobrenatural debía de temer, ante la amenaza de todo ellos. Él se consideraba como el perfecto Depredador y cualquier humano o incluso vampiro de su especie, pobres víctimas u objetos para el beneficio.
Mientras sus pies se ponían en marcha, escucho su pregunta, y sin poder quererlo sus labios se curvaron en una sonrisa, la joven estaba demasiado tensa y aquello le era señal de su inexperiencia con inmortales como él.
Aquella noche tenía pinta de ser interesante.
-Pues lo que cualquier hombre: Mujeres, negocios y diversión. Aunque, mmmm... Digamos que no solo tenía esa intención al pisar el burdel, si de paso me encontraba algún que otro joven vampiro al cual arrebatarle la vida. Noche completa. -Había sido descarado al hablar con naturalidad del tema de la sobrenaturalidad, ella parecía confusa en cuanto a qué era Lucciano, tras sus palabras ¿qué pensaría ella qué era? Estaba ansioso por escuchar su respuesta.
Lucciano Vecchio- Vampiro Clase Alta
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