AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Found me- privado
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Found me- privado
“Doing everything that I believe in,
Going by the rules that I've been taught,
More understanding the world surround me, “
Varias semanas en busca de una respuesta que no llegaba. No quería ser pesimista pero dudaba encontrar lo que buscaba, nadie era capaz de darle una pista que se acercase a la verdad. La frustración daba paso a la rabia, ésta la consumía por dentro, intentando canalizarla para no terminar perdiendo los papeles y conseguir perder la templanza que con mucho trabajo consiguió controlar. Su vida había dado un giro inesperado, convirtiéndose en algo más que una simple mujer libre, ahora era capaz de protegerse a sí misma, buscar lo que tanto le atormentaba y anhelaba.
El pasado había que dejarlo atrás, eso dicen, pero...cuando no entiendes lo que realmente ocurre, sabes que ya nada será como antes y eres consciente de que lo más auténtico fue lo que tuviste... no importaba los años que pasasen, si hubiese que recorrer cielo y tierra por volver a tenerle. Nadie se compararía a esa persona que la abrazó cuando nadie lo hizo, le secó las lagrimas sin importarle el motivo por el que llorase, amarla tal como era., saber que era la otra mitad...alguien imposible de reemplazar.
Noches en vela, recorriendo las calles de París, persiguiendo demonios que no merecían existir. Erradicar el mal, proteger a aquellos indefensos que ajenos a la cruel realidad, vivían ignorantes a poder ser atacados, devorados, asesinados por una razón que la cazadora no entendía. Sentirse bien consigo misma era el primer paso para conseguir los objetivos marcados, saber que estaba haciendo lo correcto.
Esa noche, iba con un objetivo clave : ser una joven normal que buscaba divertirse. Claro que Abbey, no era una señorita corriente. El vestido color crema, destacaba sus enormes ojos azules que no perdían ni un segundo la vista de su alrededor, decidida a pasarlo bien siempre y cuando los problemas no se cruzasen en su camino. Sed, sintió sed al oír caer una botella, rodar hasta sus pies y detenerse de golpe, si esa era una indirecta la había cogido al vuelo. Se agachó para coger la botella y encaminarse hacia la taberna más alejada del centro, aquel líquido ambarino sabría bien frío.
Olores mezclados, se le nubló la vista al sentir el aire pesado y abrumador. Sintió las miradas fijas en ella, como si jamás hubiesen visto a una mujer entrar en un sitio como aquel... al menos que no fuese una prostituta. Dejó la botella de un golpe seco en la barra, buscando con la mirada a quien le sirviese, un buen trago para entrar en calor.
-Creo que me decanto por lo que beba el caballero -señaló con el índice, a la persona de su lado, ignorando si era hombre o mujer, le traía sin cuidado. Resopló al comprobar lo imposible de deshacerse de esas manchas, por mucho que intentase quitarle las manchas a aquel vestido claro. ¿por qué lo elegía? Comocidad ante todo, aunque no podía negar que echaba de menos los bonitos vestidos, ahora...sólo los lucía cuando iba a la ópera de invitada o ...a saber. Manchas de sangre en las mangas, en los laterales del vestido y el dobladillo, nunca iba impoluta...y qué decir el cabello, cayendo en ondas doradas como las mismas dunas del desierto.
Recordó fugazmente las veces que salió a distraerse, liberar su mente de tanto peso. Una más en aquella taberna, más tranquila y relajada, se dejó caer en uno de los taburetes, esperando a que le trajesen lo pedido mientras jugueteaba con una pluma de color verde, se la había arrebatado a su victima antes de entrar en el lugar. La punta, la paseó por sus rosados labios, hasta notar con suavidad de aquel pequeño pero infinito placer. Sonrió, el recuerdo de una noche en la que sola como ahora, conoció a alguien peculiar, alguien...que la hizo sonreír el breve tiempo que permaneció su lado. Sí, fue un ángel, así él mismo se llamaba.
Fijó la vista en su copa, sin atreverse a dar el primer trago, preguntándose mil cosas... y como acostumbraba, no hallar respuesta. Alzó la copa y brindó a nadie... el dulce licor impregnó sus labios, ardió en su garganta.
Going by the rules that I've been taught,
More understanding the world surround me, “
Varias semanas en busca de una respuesta que no llegaba. No quería ser pesimista pero dudaba encontrar lo que buscaba, nadie era capaz de darle una pista que se acercase a la verdad. La frustración daba paso a la rabia, ésta la consumía por dentro, intentando canalizarla para no terminar perdiendo los papeles y conseguir perder la templanza que con mucho trabajo consiguió controlar. Su vida había dado un giro inesperado, convirtiéndose en algo más que una simple mujer libre, ahora era capaz de protegerse a sí misma, buscar lo que tanto le atormentaba y anhelaba.
El pasado había que dejarlo atrás, eso dicen, pero...cuando no entiendes lo que realmente ocurre, sabes que ya nada será como antes y eres consciente de que lo más auténtico fue lo que tuviste... no importaba los años que pasasen, si hubiese que recorrer cielo y tierra por volver a tenerle. Nadie se compararía a esa persona que la abrazó cuando nadie lo hizo, le secó las lagrimas sin importarle el motivo por el que llorase, amarla tal como era., saber que era la otra mitad...alguien imposible de reemplazar.
Noches en vela, recorriendo las calles de París, persiguiendo demonios que no merecían existir. Erradicar el mal, proteger a aquellos indefensos que ajenos a la cruel realidad, vivían ignorantes a poder ser atacados, devorados, asesinados por una razón que la cazadora no entendía. Sentirse bien consigo misma era el primer paso para conseguir los objetivos marcados, saber que estaba haciendo lo correcto.
Esa noche, iba con un objetivo clave : ser una joven normal que buscaba divertirse. Claro que Abbey, no era una señorita corriente. El vestido color crema, destacaba sus enormes ojos azules que no perdían ni un segundo la vista de su alrededor, decidida a pasarlo bien siempre y cuando los problemas no se cruzasen en su camino. Sed, sintió sed al oír caer una botella, rodar hasta sus pies y detenerse de golpe, si esa era una indirecta la había cogido al vuelo. Se agachó para coger la botella y encaminarse hacia la taberna más alejada del centro, aquel líquido ambarino sabría bien frío.
Olores mezclados, se le nubló la vista al sentir el aire pesado y abrumador. Sintió las miradas fijas en ella, como si jamás hubiesen visto a una mujer entrar en un sitio como aquel... al menos que no fuese una prostituta. Dejó la botella de un golpe seco en la barra, buscando con la mirada a quien le sirviese, un buen trago para entrar en calor.
-Creo que me decanto por lo que beba el caballero -señaló con el índice, a la persona de su lado, ignorando si era hombre o mujer, le traía sin cuidado. Resopló al comprobar lo imposible de deshacerse de esas manchas, por mucho que intentase quitarle las manchas a aquel vestido claro. ¿por qué lo elegía? Comocidad ante todo, aunque no podía negar que echaba de menos los bonitos vestidos, ahora...sólo los lucía cuando iba a la ópera de invitada o ...a saber. Manchas de sangre en las mangas, en los laterales del vestido y el dobladillo, nunca iba impoluta...y qué decir el cabello, cayendo en ondas doradas como las mismas dunas del desierto.
Recordó fugazmente las veces que salió a distraerse, liberar su mente de tanto peso. Una más en aquella taberna, más tranquila y relajada, se dejó caer en uno de los taburetes, esperando a que le trajesen lo pedido mientras jugueteaba con una pluma de color verde, se la había arrebatado a su victima antes de entrar en el lugar. La punta, la paseó por sus rosados labios, hasta notar con suavidad de aquel pequeño pero infinito placer. Sonrió, el recuerdo de una noche en la que sola como ahora, conoció a alguien peculiar, alguien...que la hizo sonreír el breve tiempo que permaneció su lado. Sí, fue un ángel, así él mismo se llamaba.
Fijó la vista en su copa, sin atreverse a dar el primer trago, preguntándose mil cosas... y como acostumbraba, no hallar respuesta. Alzó la copa y brindó a nadie... el dulce licor impregnó sus labios, ardió en su garganta.
Última edición por Abbey Appleby el Mar Oct 16, 2018 4:57 pm, editado 1 vez
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 505
Fecha de inscripción : 23/03/2011
Localización : París-Londres
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Re: Found me- privado
Como era de costumbre, aquél jovencito de ropajes modestos, aunque impecables, deambulaba cada noche por las calles parisinas desde su llegada de Normandía. Primer lugar de Francia al que arribó cuando decidió abandonar aquellas tierras nórdicas las cuales habrían guardado consigo suficiente historia que, tanto por el contexto de las circunstancias como por la cantidad de eventos trágicos que ella contiene, será mejor contarla en otro momento...
—Bonsoir —Sería la palabra más usada, durante su recorrido por los adoquines, cuando hallaba la presencia de otra persona en el camino. Cualquier hombre o mujer que lo viese durante sus paseos nocturnos sentiría una incógnita efímera bastante común; "¿Quien es?", "¿De dónde viene?" o "¿Qué hace aquí?"... Pero ahí terminaba todo, y las interrogantes no cobraban mayor relevancia; eran sólo preguntas que luego se desvanecían en el olvido por la poca trascendencia que representaba un muchacho extranjero, posiblemente sin hogar ni familia, ante la vida personal de los residentes y los eventos cotidianos de la ajetreada París.
El destino del joven, tras recorrer varias plazoletas, avenidas y algunos callejones, terminó en el interior de uno de los bares más reconocidos entre el populacho y la clase obrera-campesina de la capital francesa. ¿De dónde había venido? Es una pregunta que, por ahora, no iba emparejada a una respuesta concisa. Sin embargo, ¿A qué había venido?.. La faena que le correspondía aquella noche en ese sitio no era particularmente agradable para nadie salvo para él. Habría conseguido un puesto temporal como cantinero y ayudante del establecimiento; limpiar porquería, servir tragos y ordenar el estropicio —consecuencia de noches de peleas— eran las actividades habituales de su nuevo pasatiempo. Cierto era que, aunque parecía ser una labor desagradable, todo aquello era una simple fachada, un manto que aplacaba la suspicacia de inquisidores y aquellos que conocían más allá de lo que la sociedad humana permitía ver. La apariencia de un muchachito mesero, pequeño y lastimero, no era más que un medio para cumplir propósitos personales e ir tachando objetivos de una larga agenda en su haber.
Los aromas dentro del sitio parecían crear una síntesis simple de la que cualquier persona con sentido común y un poco de malicia podría discernir lo que sucedía. De estar allí, sabrías que de un pasillo posterior a la barra —lejos de la vista de curiosos— provenían los olores típicos de actividades clandestinas; perfume barato, sexo y opio parecen ser el especial de la noche... En el exterior, donde están la cantina, una esquina para los músicos del bar y una serie de mesas, abundaban los aromas comunes —sin ser del todo agradables—; sudor, cerveza, tabaco y carbón se funden en el oxígeno, llegando a aturdir a todo aquél que no estuviese acostumbrado.
Lo cierto del caso fue que el ayudante estaba atendiendo a aquellos clientes que se encontraban en la cantina. Y un sujeto masculino de mediana edad, aparentemente un minero —o bien un vagabundo (por su aspecto curtido, descuidado y sucio)—, se encontraba medio inconsciente con parte de su peso y figura corporal recostada sobre el mueble, abarcando la mitad de la barra, con un tarro vacío en la mano. El joven ayudante no tarda en llenar por cuarta vez aquella pinta de cerveza, aún cuando aquél usuario frecuente del bar parecía estar acabado.
Todo parecía en orden hasta que el joven cantinero despega la mirada del borracho y pone atención visual a la entrada del bar, cinco segundos antes de que una dama entrase por el umbral de la puerta, y todo ello como si hubiese anticipado la llegada de la misma. Durante el trayecto en que la mujer, de apariencia jovial, se dirige hacia la cantina, todos los presentes en el bar —incluso aquél hombre que tocaba el violín— omitieron ruido alguno y un silencio abrumador, por no decir ensordecedor, invadió la atmósfera. Todos se quedaron mirando, en silencio, a la mujer que, al llegar a la barra y estampar una botella en la superficie de madera, pide un trago de lo que estuviese bebiendo el borracho de su lado. Tras unos instantes, todos se miran las caras y regresan a lo suyo; la música, las risas y los juegos de apuestas vuelven a la marcha.
El muchacho de ropajes blancos contempla el aura extraña que rodeaba a la mujer conforme esta se sentaba en frente de la barra. La manifestación de energía que envolvía su cuerpo delataba su estado de ánimo y su naturaleza puramente humana. Ni hablar de las manchas carmesí de sangre que resaltaban de su vestido, que antes de ser vistas fueron detectadas mediante el olfato del joven cantinero, justo cuando percibía que aquella fragancia ferrosa destacaba del aroma natural de la señorita. A todo esto, sólo una pregunta surgía a velocidad neuronal en la cabeza de él: ¿Habría estado involucrada en algún altercado? Fue fácil descartar el hecho de que la sangre fuera de ella y estuviese herida; los latidos de su corazón eran estables, y por consecuente su pulso sanguíneo también. No habían cortadas, escapes o botes de aquél fluido en su cuerpo, por lo que aquella mujer tendría que haber estado vinculada a un hecho violento. O quizá ayudó a alguien herido de camino al bar, quizá era enfermera y el muchacho formulaba una de sus tantas especulaciones tontas...
—Bonsoir, Mademoiselle —Saludó en tono de voz suave, hablando con un acento francés impecable, desde el otro lado de la barra, al mismo tiempo en que tomaba una botella de licor Bénédictine con la mano derecha, y una copa pequeña para tal propósito con la mano izquierda. Habiendo sostenido la botella desde el cuello, no tardó en destaparla con un hábil juego de dedos y posteriormente verter el líquido hasta llenar 4/5 de la capacidad del recipiente. Fue imposible no percatarse de una alteración instantánea en su humor debido al bufido en forma de quejido que ella dejó escapar. No obstante, acerca el trago a la mujer, enrosca la tapa en la boca de la botella, deja esta última a un costado en la barra y contempla en silencio el disimulado desahogo de ansias de la señorita entorno a una pluma... Parece perdida en sus pensamientos y aparentemente no se ha dado cuenta que su trago está allí, frente a ella.
—Disculpe —Nace un gesto de modales por parte del muchacho hacia la dama, tras haberse excusado por si interrumpía algo y en señal de captar su atención, justo después de que esta termina de beberse su trago; de un segundo a otro había descolgado de su delantal de tabernero un pañuelo de algodón limpio (perfumado con una esencia aromática, de alta concentración etílica e ideal para limpiar) para ofrecérselo amablemente—. Por si quiere deshacerse de esas manchas. Me parece que no van bien con tan lindo vestido —Indicó, estableciendo un breve contacto visual, aunque circunspecto, luego de que evidenciase el aceptamiento de la prenda por parte de ella.
Tras entregar el pañuelo perfumado a la señorita, el joven rodea la barra por un extremo para salir y se acerca al borracho que se encontraba al costado de la dama. Había tomado más de la cuenta sin pagar, olía mal y no despertaba, por lo que el muchacho se tomó la osadía de tantear sus bolsillos con gran descaro y sin reparo alguno, como si todo aquello fuese parte de la faena. Pero, inerte y con apenas movimientos corporales a consecuencia de la respiración, aquél hombre no emitía respuesta alguna y el cantinero no logró encontrar una sola moneda. Lo que hizo el pequeño muchacho fue voltear el taburete sobre el que estaba sentado el pobre diablo, lo abrazó a la altura de la cadera y cargó todo su peso corporal sobre el hombro derecho como si fuese un saco de trigo. Parecía inédito que un muchachito al que aún ni le salía barba pudiese cargar el cuerpo de un varón adulto a peso muerto, más encima un robusto minero en estado de ebriedad. Caminó hasta la salida de la taberna, entretanto los juerguistas, borrachos y prostitutas presentes entonaban a todo pulmón un cántico típico de aquella escena cotidiana en la que algún moroso era echado de las instalaciones, y lanzó el cuerpo del hombre el cual rodó dos metros por los adoquines, sin causar mayor daño que algunas magulladuras y golpes. El joven regresa despolvoreando sus ropajes blanquecinos tras sacudirlos con las manos y la atmósfera dentro del bar se encontraba más agitada a causa de lo sucedido; entre risas, varios presentes se acercan al joven elogiándolo y abrazándolo, como si aquella comunidad de desdichados le tuviesen especial aprecio a pesar de que cumplir con su trabajo los perjudicase a ellos. Éste, sin detener su caminata hacia la cantina, se limitó a ofrecer una breve sonrisa a los que se le acercaron, y vuelve a su puesto de trabajo, donde, apoyando los antebrazos en la barra, observa una vez más a aquella mujer misteriosa, en un silencio que no tardaría en romper... —¿Cómo van esas manchas?
—Bonsoir —Sería la palabra más usada, durante su recorrido por los adoquines, cuando hallaba la presencia de otra persona en el camino. Cualquier hombre o mujer que lo viese durante sus paseos nocturnos sentiría una incógnita efímera bastante común; "¿Quien es?", "¿De dónde viene?" o "¿Qué hace aquí?"... Pero ahí terminaba todo, y las interrogantes no cobraban mayor relevancia; eran sólo preguntas que luego se desvanecían en el olvido por la poca trascendencia que representaba un muchacho extranjero, posiblemente sin hogar ni familia, ante la vida personal de los residentes y los eventos cotidianos de la ajetreada París.
El destino del joven, tras recorrer varias plazoletas, avenidas y algunos callejones, terminó en el interior de uno de los bares más reconocidos entre el populacho y la clase obrera-campesina de la capital francesa. ¿De dónde había venido? Es una pregunta que, por ahora, no iba emparejada a una respuesta concisa. Sin embargo, ¿A qué había venido?.. La faena que le correspondía aquella noche en ese sitio no era particularmente agradable para nadie salvo para él. Habría conseguido un puesto temporal como cantinero y ayudante del establecimiento; limpiar porquería, servir tragos y ordenar el estropicio —consecuencia de noches de peleas— eran las actividades habituales de su nuevo pasatiempo. Cierto era que, aunque parecía ser una labor desagradable, todo aquello era una simple fachada, un manto que aplacaba la suspicacia de inquisidores y aquellos que conocían más allá de lo que la sociedad humana permitía ver. La apariencia de un muchachito mesero, pequeño y lastimero, no era más que un medio para cumplir propósitos personales e ir tachando objetivos de una larga agenda en su haber.
Los aromas dentro del sitio parecían crear una síntesis simple de la que cualquier persona con sentido común y un poco de malicia podría discernir lo que sucedía. De estar allí, sabrías que de un pasillo posterior a la barra —lejos de la vista de curiosos— provenían los olores típicos de actividades clandestinas; perfume barato, sexo y opio parecen ser el especial de la noche... En el exterior, donde están la cantina, una esquina para los músicos del bar y una serie de mesas, abundaban los aromas comunes —sin ser del todo agradables—; sudor, cerveza, tabaco y carbón se funden en el oxígeno, llegando a aturdir a todo aquél que no estuviese acostumbrado.
Lo cierto del caso fue que el ayudante estaba atendiendo a aquellos clientes que se encontraban en la cantina. Y un sujeto masculino de mediana edad, aparentemente un minero —o bien un vagabundo (por su aspecto curtido, descuidado y sucio)—, se encontraba medio inconsciente con parte de su peso y figura corporal recostada sobre el mueble, abarcando la mitad de la barra, con un tarro vacío en la mano. El joven ayudante no tarda en llenar por cuarta vez aquella pinta de cerveza, aún cuando aquél usuario frecuente del bar parecía estar acabado.
Todo parecía en orden hasta que el joven cantinero despega la mirada del borracho y pone atención visual a la entrada del bar, cinco segundos antes de que una dama entrase por el umbral de la puerta, y todo ello como si hubiese anticipado la llegada de la misma. Durante el trayecto en que la mujer, de apariencia jovial, se dirige hacia la cantina, todos los presentes en el bar —incluso aquél hombre que tocaba el violín— omitieron ruido alguno y un silencio abrumador, por no decir ensordecedor, invadió la atmósfera. Todos se quedaron mirando, en silencio, a la mujer que, al llegar a la barra y estampar una botella en la superficie de madera, pide un trago de lo que estuviese bebiendo el borracho de su lado. Tras unos instantes, todos se miran las caras y regresan a lo suyo; la música, las risas y los juegos de apuestas vuelven a la marcha.
El muchacho de ropajes blancos contempla el aura extraña que rodeaba a la mujer conforme esta se sentaba en frente de la barra. La manifestación de energía que envolvía su cuerpo delataba su estado de ánimo y su naturaleza puramente humana. Ni hablar de las manchas carmesí de sangre que resaltaban de su vestido, que antes de ser vistas fueron detectadas mediante el olfato del joven cantinero, justo cuando percibía que aquella fragancia ferrosa destacaba del aroma natural de la señorita. A todo esto, sólo una pregunta surgía a velocidad neuronal en la cabeza de él: ¿Habría estado involucrada en algún altercado? Fue fácil descartar el hecho de que la sangre fuera de ella y estuviese herida; los latidos de su corazón eran estables, y por consecuente su pulso sanguíneo también. No habían cortadas, escapes o botes de aquél fluido en su cuerpo, por lo que aquella mujer tendría que haber estado vinculada a un hecho violento. O quizá ayudó a alguien herido de camino al bar, quizá era enfermera y el muchacho formulaba una de sus tantas especulaciones tontas...
—Bonsoir, Mademoiselle —Saludó en tono de voz suave, hablando con un acento francés impecable, desde el otro lado de la barra, al mismo tiempo en que tomaba una botella de licor Bénédictine con la mano derecha, y una copa pequeña para tal propósito con la mano izquierda. Habiendo sostenido la botella desde el cuello, no tardó en destaparla con un hábil juego de dedos y posteriormente verter el líquido hasta llenar 4/5 de la capacidad del recipiente. Fue imposible no percatarse de una alteración instantánea en su humor debido al bufido en forma de quejido que ella dejó escapar. No obstante, acerca el trago a la mujer, enrosca la tapa en la boca de la botella, deja esta última a un costado en la barra y contempla en silencio el disimulado desahogo de ansias de la señorita entorno a una pluma... Parece perdida en sus pensamientos y aparentemente no se ha dado cuenta que su trago está allí, frente a ella.
—Disculpe —Nace un gesto de modales por parte del muchacho hacia la dama, tras haberse excusado por si interrumpía algo y en señal de captar su atención, justo después de que esta termina de beberse su trago; de un segundo a otro había descolgado de su delantal de tabernero un pañuelo de algodón limpio (perfumado con una esencia aromática, de alta concentración etílica e ideal para limpiar) para ofrecérselo amablemente—. Por si quiere deshacerse de esas manchas. Me parece que no van bien con tan lindo vestido —Indicó, estableciendo un breve contacto visual, aunque circunspecto, luego de que evidenciase el aceptamiento de la prenda por parte de ella.
Tras entregar el pañuelo perfumado a la señorita, el joven rodea la barra por un extremo para salir y se acerca al borracho que se encontraba al costado de la dama. Había tomado más de la cuenta sin pagar, olía mal y no despertaba, por lo que el muchacho se tomó la osadía de tantear sus bolsillos con gran descaro y sin reparo alguno, como si todo aquello fuese parte de la faena. Pero, inerte y con apenas movimientos corporales a consecuencia de la respiración, aquél hombre no emitía respuesta alguna y el cantinero no logró encontrar una sola moneda. Lo que hizo el pequeño muchacho fue voltear el taburete sobre el que estaba sentado el pobre diablo, lo abrazó a la altura de la cadera y cargó todo su peso corporal sobre el hombro derecho como si fuese un saco de trigo. Parecía inédito que un muchachito al que aún ni le salía barba pudiese cargar el cuerpo de un varón adulto a peso muerto, más encima un robusto minero en estado de ebriedad. Caminó hasta la salida de la taberna, entretanto los juerguistas, borrachos y prostitutas presentes entonaban a todo pulmón un cántico típico de aquella escena cotidiana en la que algún moroso era echado de las instalaciones, y lanzó el cuerpo del hombre el cual rodó dos metros por los adoquines, sin causar mayor daño que algunas magulladuras y golpes. El joven regresa despolvoreando sus ropajes blanquecinos tras sacudirlos con las manos y la atmósfera dentro del bar se encontraba más agitada a causa de lo sucedido; entre risas, varios presentes se acercan al joven elogiándolo y abrazándolo, como si aquella comunidad de desdichados le tuviesen especial aprecio a pesar de que cumplir con su trabajo los perjudicase a ellos. Éste, sin detener su caminata hacia la cantina, se limitó a ofrecer una breve sonrisa a los que se le acercaron, y vuelve a su puesto de trabajo, donde, apoyando los antebrazos en la barra, observa una vez más a aquella mujer misteriosa, en un silencio que no tardaría en romper... —¿Cómo van esas manchas?
Göran Niklasson- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 10/06/2018
Localización : Memoria de algunos
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Found me- privado
It’s everything you ever want,
It’s everthing you ever need…
Necesitaba ese pequeño espacio, un remanso de paz después de tantos acontecimientos, todos de golpe sin darle tregua ni un segundo. Pensaba en todo e intentaba no pensar en nada y tan sólo refugiarse en aquel sorprendentemente vaso limpio, si no recordaba mal tuvo que usar su propia prenda de ropa para prevenir coger cualquier cosa. En el momento que se hizo el silencio cuando cruzó el umbral del local, sabía que sus movimientos serían controlados y vigilados por cada uno de los habituales de aquella taberna, no una cualquiera ¿por qué iba a escoger una al azar? Sabía a ciencia cierta que la regentaban vampiros y en un acto rebelde, se presentó allí a beber, podía pagar su copa como cualquier otro sobrenatural.
Y el verdadero motivo por el que regresó sólo la cazadora lo conocía, ella y todos los vampiros al leer su mente…menudo secreto. Fue en su última salida, cuando conoció a cierto cazador y desde entonces, se había centrado con la orden a cazar y vigilar al impresentable de Lord Appleby y sus claros movimientos de traición. Su padre, ese malnacido que aseguraba ser él quien acabase con ella y de lo que no era consciente…él tenía todas las de perder, actuar sin premeditación sería ilógico en este caso y en cuanto el ratón quedase atrapado, sería eliminado y destruido, experimentando todo el daño y el mal que había sembrado.
Los aromas típicos de aquel lugar, lejos de asquearla, le provocaron una sonrisa pintada de recuerdos, se sentía bien allí y hasta se olvidó de su apariencia. Por un instante, los ojos azul cielo de la cazadora, se clavaron en él totalmente perdidos…¿manchas?. En un gesto involuntario, sus orbes se desviaron hasta su chaqueta, su última víctima no tuvo tanta suerte y bien quedaba impregnada en su ropa. Asintió, sin contestar…una falta de modales que con el paso de los segundos, se percató.
-Buenas noches y…merci -su acento no era tan impecable como aquel mesero, aunque la práctica de tanto tiempo en París ya casi era su propio lenguaje -Ni me acordaba cómo era este lindo vestido -murmuró con una breve sonrisa, tomando el paño y comenzar a frotar las salpicaduras de sangre, el revuelo no tardó en hacerse notar por la salida de aquel viejo borracho, la joven lo apremió con una breve sonrisa, ese hombre acaparó toda la barra y apenas le dejó sitio para apoyar los codos sobre la superficie, porque sí…lo hacía. El protocolo no lo llevaba a rajatabla y en algunos aspectos, dejaba de ser esa señorita para comportarse como ella misma, ni estaba su padre ni nadie que la corrigiese y demonios, se sentía demasiado bien.
Milagrosa y sorprendentemente, las manchas salieron dejando el encaje del vestido impoluto, no tenía ni idea de qué llevaría ese paño pero sin duda le acababa de ahorrar mucho trabajo, la sangre reseca salía mal y si te dejabas la prenda olvidada…simplemente ya no tenía solución. La desconocida pero conocida voz del joven le devolvió al lugar, donde ya simplemente era una más, el respeto mutuo de “cada uno en su sitio, sabiendo en todo momento cual es tu lugar” quedó más que claro para la cazadora como para sus enemigos naturales, el chico del paño podía ser perfectamente un enemigo al que agradecer tan amable gesto.
-Me lo tendrá que prestar para borrar las incontables manchas de mis lindos vestidos. Gracias a que es mi vestido y no mía…la sangre -si hubo alguna duda, ella las derribó todas con esa última frase, se señaló como guardiana de la noche, una cazadora que eliminaba el mal y ponía en orden cuando los ignorantes humanos dormían. -Si fuese tan fácil eliminar las manchas de este modo, se haría rico con este invento -intentó sonase a broma pero por un instante, sus ojos se entristecieron..dejando paso a una risa, esa manera de disimular lo que realmente sentía o su estado de ánimo, enmascararlo y afrontarlo de la manera fuerte y constante a la que acostumbraba -Gracias. Has sido muy amable, os invito a una copa ¡qué menos! -
El pecho perlado por la fragancia aromática, la relajó, acomodándose en el taburete y observarle en silencio. Él no estuvo allí la última vez…lo recordaría o quizás no estaba tan segura, cuando iba en su mundo todo desaparecía y sin embargo, con el ofrecimiento, le devolvió a la realidad.
-¿Por qué aquí? Si tiene la eternidad para hacerlo -asegurar si era un vampiro o no era difícil, por eso lanzó la pregunta, a ciegas.
It’s everthing you ever need…
Necesitaba ese pequeño espacio, un remanso de paz después de tantos acontecimientos, todos de golpe sin darle tregua ni un segundo. Pensaba en todo e intentaba no pensar en nada y tan sólo refugiarse en aquel sorprendentemente vaso limpio, si no recordaba mal tuvo que usar su propia prenda de ropa para prevenir coger cualquier cosa. En el momento que se hizo el silencio cuando cruzó el umbral del local, sabía que sus movimientos serían controlados y vigilados por cada uno de los habituales de aquella taberna, no una cualquiera ¿por qué iba a escoger una al azar? Sabía a ciencia cierta que la regentaban vampiros y en un acto rebelde, se presentó allí a beber, podía pagar su copa como cualquier otro sobrenatural.
Y el verdadero motivo por el que regresó sólo la cazadora lo conocía, ella y todos los vampiros al leer su mente…menudo secreto. Fue en su última salida, cuando conoció a cierto cazador y desde entonces, se había centrado con la orden a cazar y vigilar al impresentable de Lord Appleby y sus claros movimientos de traición. Su padre, ese malnacido que aseguraba ser él quien acabase con ella y de lo que no era consciente…él tenía todas las de perder, actuar sin premeditación sería ilógico en este caso y en cuanto el ratón quedase atrapado, sería eliminado y destruido, experimentando todo el daño y el mal que había sembrado.
Los aromas típicos de aquel lugar, lejos de asquearla, le provocaron una sonrisa pintada de recuerdos, se sentía bien allí y hasta se olvidó de su apariencia. Por un instante, los ojos azul cielo de la cazadora, se clavaron en él totalmente perdidos…¿manchas?. En un gesto involuntario, sus orbes se desviaron hasta su chaqueta, su última víctima no tuvo tanta suerte y bien quedaba impregnada en su ropa. Asintió, sin contestar…una falta de modales que con el paso de los segundos, se percató.
-Buenas noches y…merci -su acento no era tan impecable como aquel mesero, aunque la práctica de tanto tiempo en París ya casi era su propio lenguaje -Ni me acordaba cómo era este lindo vestido -murmuró con una breve sonrisa, tomando el paño y comenzar a frotar las salpicaduras de sangre, el revuelo no tardó en hacerse notar por la salida de aquel viejo borracho, la joven lo apremió con una breve sonrisa, ese hombre acaparó toda la barra y apenas le dejó sitio para apoyar los codos sobre la superficie, porque sí…lo hacía. El protocolo no lo llevaba a rajatabla y en algunos aspectos, dejaba de ser esa señorita para comportarse como ella misma, ni estaba su padre ni nadie que la corrigiese y demonios, se sentía demasiado bien.
Milagrosa y sorprendentemente, las manchas salieron dejando el encaje del vestido impoluto, no tenía ni idea de qué llevaría ese paño pero sin duda le acababa de ahorrar mucho trabajo, la sangre reseca salía mal y si te dejabas la prenda olvidada…simplemente ya no tenía solución. La desconocida pero conocida voz del joven le devolvió al lugar, donde ya simplemente era una más, el respeto mutuo de “cada uno en su sitio, sabiendo en todo momento cual es tu lugar” quedó más que claro para la cazadora como para sus enemigos naturales, el chico del paño podía ser perfectamente un enemigo al que agradecer tan amable gesto.
-Me lo tendrá que prestar para borrar las incontables manchas de mis lindos vestidos. Gracias a que es mi vestido y no mía…la sangre -si hubo alguna duda, ella las derribó todas con esa última frase, se señaló como guardiana de la noche, una cazadora que eliminaba el mal y ponía en orden cuando los ignorantes humanos dormían. -Si fuese tan fácil eliminar las manchas de este modo, se haría rico con este invento -intentó sonase a broma pero por un instante, sus ojos se entristecieron..dejando paso a una risa, esa manera de disimular lo que realmente sentía o su estado de ánimo, enmascararlo y afrontarlo de la manera fuerte y constante a la que acostumbraba -Gracias. Has sido muy amable, os invito a una copa ¡qué menos! -
El pecho perlado por la fragancia aromática, la relajó, acomodándose en el taburete y observarle en silencio. Él no estuvo allí la última vez…lo recordaría o quizás no estaba tan segura, cuando iba en su mundo todo desaparecía y sin embargo, con el ofrecimiento, le devolvió a la realidad.
-¿Por qué aquí? Si tiene la eternidad para hacerlo -asegurar si era un vampiro o no era difícil, por eso lanzó la pregunta, a ciegas.
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
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Re: Found me- privado
Una luna llena y resplandeciente se cierne en el tope del cielo, tan redonda y brillante que pareciera que pudiésemos tocarla. Resalta de la negrura nocturna junto a otros miles de destellos, y abajo en la ciudad, donde el eco de la campanada de medianoche llegaba a escucharse incluso en el interior de aquella taberna, la noche parecía no acabar nunca.
Un montón de órdenes, que hacían en la cantina aquellas personas que se paraban de sus mesas para hacer el pedido, llegaron justo en el momento en que la señorita aclaró lo obvio sobre las manchas en su vestido. El muchacho, sin dejar de escuchar lo que aún decía ella, sólo se giró para cumplir con los pedidos; se lo ve de espaldas, llenando jarras de cerveza de los toneles... Vuelve a girar 180 ° sobre su eje, dándole la cara a la dama y contemplando la broma que esta hace sobre la eficacia del pañuelo para solventar el problema de las manchas. Mientras deja las jarras de cerveza sobre la barra, para que los que hicieron el pedido las recojan, le responde a ella sólo con el contacto visual directo y una breve pero convincente sonrisa. Ella sabía que podría quedarse el pañuelo.
—Es suyo —Indicó antes de gesticular una señal de brindis. Pues había servido una ronda del licor Bénédictine para ambos, aceptando su invitación a unas copas. Durante el momento en que bebió, escuchó una pregunta bastante suspicaz; las facciones de su rostro se marcaron bastante, y su ceño fruncido no hacía más que dar a entender que el licor era muy fuerte para él, o eso quería hacer ver... Aún así lo bebió todo.
—¿Dónde más podría estar alguien como yo, Mademoiselle? —Respondió una pregunta con otra que, dejando en el aire el tema por instantes, confirió al contexto un doble sentido con respecto a lo que la mujer demostró eran sus intenciones—. El hombre, en esencia, nace libre para escoger, y en el peor de los casos soñar, ver o no el sol de cada día. Yo soy de los que sueñan poder escoger algún día ver el sol no sólo en Francia, sino en muchas otras tierras que tengan algo más qué ofrecerme.
Desde que la dama entró al local, el tendero de la barra había contemplado cada gesticulación y palabra que esta emitía, en consecuencia se percató de que no era oriunda de Francia; cierto era que afrontar aquello, que a su percepción pudiere ser un peligro inminente, era cotidiano para él. Todos sus sentidos usados en sincronía le permitirían determinar hasta el momento en que el patrón que seguían los latidos de su corazón cambiaba. El acento, sí, tal vez eso fue lo que delató el hecho de que fuese una extranjera, así que tomaría ese punto para cambiar el rumbo de la conversación que a ambos acuciaba. —Pero ¿Qué trae a alguien del norte a París? —Empleó la mano derecha sobre un trapo para limpiar ágilmente las gotas que usualmente caían al servir las bebidas—. Es usual que los extranjeros vengan por cuestiones de negocios, no obstante, ver a una dama como usted en un bar como este... —Colgó aquél paño curtido sobre su hombro luego tras dejar el mueble limpio e interrumpir lo que decía; establece un encuentro de miradas—. Dudo que haya sido para dar con una fórmula que saque manchas de sangre de vestidos lindos.
—A todo esto, perdone los modales de este humilde servidor. Mi nombre es Kauko... ¿Cual es el suyo? —Alza la botella con una mano y mantiene tanto la copa de ella, la cual habría bebido hace rato, como la de él, para servir otra ronda más—. Esta va por mi cuenta... —Separa los recipientes con el licor sobre la barra, destinando uno para cada uno, conforme aguarda la respuesta de ella, atento a cada acción que la misma pudiese acometer los siguientes momentos.
Un montón de órdenes, que hacían en la cantina aquellas personas que se paraban de sus mesas para hacer el pedido, llegaron justo en el momento en que la señorita aclaró lo obvio sobre las manchas en su vestido. El muchacho, sin dejar de escuchar lo que aún decía ella, sólo se giró para cumplir con los pedidos; se lo ve de espaldas, llenando jarras de cerveza de los toneles... Vuelve a girar 180 ° sobre su eje, dándole la cara a la dama y contemplando la broma que esta hace sobre la eficacia del pañuelo para solventar el problema de las manchas. Mientras deja las jarras de cerveza sobre la barra, para que los que hicieron el pedido las recojan, le responde a ella sólo con el contacto visual directo y una breve pero convincente sonrisa. Ella sabía que podría quedarse el pañuelo.
—Es suyo —Indicó antes de gesticular una señal de brindis. Pues había servido una ronda del licor Bénédictine para ambos, aceptando su invitación a unas copas. Durante el momento en que bebió, escuchó una pregunta bastante suspicaz; las facciones de su rostro se marcaron bastante, y su ceño fruncido no hacía más que dar a entender que el licor era muy fuerte para él, o eso quería hacer ver... Aún así lo bebió todo.
—¿Dónde más podría estar alguien como yo, Mademoiselle? —Respondió una pregunta con otra que, dejando en el aire el tema por instantes, confirió al contexto un doble sentido con respecto a lo que la mujer demostró eran sus intenciones—. El hombre, en esencia, nace libre para escoger, y en el peor de los casos soñar, ver o no el sol de cada día. Yo soy de los que sueñan poder escoger algún día ver el sol no sólo en Francia, sino en muchas otras tierras que tengan algo más qué ofrecerme.
Desde que la dama entró al local, el tendero de la barra había contemplado cada gesticulación y palabra que esta emitía, en consecuencia se percató de que no era oriunda de Francia; cierto era que afrontar aquello, que a su percepción pudiere ser un peligro inminente, era cotidiano para él. Todos sus sentidos usados en sincronía le permitirían determinar hasta el momento en que el patrón que seguían los latidos de su corazón cambiaba. El acento, sí, tal vez eso fue lo que delató el hecho de que fuese una extranjera, así que tomaría ese punto para cambiar el rumbo de la conversación que a ambos acuciaba. —Pero ¿Qué trae a alguien del norte a París? —Empleó la mano derecha sobre un trapo para limpiar ágilmente las gotas que usualmente caían al servir las bebidas—. Es usual que los extranjeros vengan por cuestiones de negocios, no obstante, ver a una dama como usted en un bar como este... —Colgó aquél paño curtido sobre su hombro luego tras dejar el mueble limpio e interrumpir lo que decía; establece un encuentro de miradas—. Dudo que haya sido para dar con una fórmula que saque manchas de sangre de vestidos lindos.
—A todo esto, perdone los modales de este humilde servidor. Mi nombre es Kauko... ¿Cual es el suyo? —Alza la botella con una mano y mantiene tanto la copa de ella, la cual habría bebido hace rato, como la de él, para servir otra ronda más—. Esta va por mi cuenta... —Separa los recipientes con el licor sobre la barra, destinando uno para cada uno, conforme aguarda la respuesta de ella, atento a cada acción que la misma pudiese acometer los siguientes momentos.
Última edición por Göran Niklasson el Vie Oct 19, 2018 5:54 am, editado 1 vez
Göran Niklasson- Vampiro Clase Baja
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Re: Found me- privado
La luz de la luna, se colaba por los cristales empañados del local iluminando en su justa medida el lugar, provocando esa tenue luz que tanto necesitaba. Bien podía haber elegido cualquier otro lugar, quizás más elegante y ostentoso, dónde debiera estar y no allí, con personas que nada tenían que ver con su persona pero la realidad, era una muy diferente. Sus pasos siempre le llevaban al mismo destino, un lugar en donde ser uno mismo no era tachado de locura, sí la misma reacción reacia de aparecer y no casar con el lugar hasta que con tan sólo tomar asiento y pedir una copa, huir por una noche de sus deberes y obligaciones…perderse en sus pensamientos.
A tal ofrenda, una breve sonrisa apareció en sus labios rosados, hacía tanto que nadie le regalaba nada que no supo cómo reaccionar al instante, tomó la copa entre sus dedos y la alzó a la vez que el joven, un trago murió en su garganta. No soltó el trapo tintado con sangre carmesí la cual se mezcló con el aroma del trozo de tela, la sonrisa de la cazadora permaneció en su rostro al haberle lanzado una respuesta con otra pregunta.
-En el mismo lugar que yo, ¿en dónde podría estar mejor que aquí? -era cierto, su cuerpo se iba relajando en el taburete, movió la copa entre sus dedos dejando que el líquido bailase en su interior antes de volver a dar un trago a éste -No todo el mundo nace libre, quiénes creen no tener obligaciones ni deberes son sus propios esclavos…lo sé por experiencia pero preferí soñar cada día y conseguir cumplir cada uno de mis sueños que quedarme sentada observando una ventana cerrada en donde ningún sol poder contemplar. Sois soñador, libre y no hay mayor riqueza que esa ¿no creéis? Ah y gracias por el regalo -
Observó cada uno de sus movimientos, si bien era un vampiro ya la habría tenido a su merced y viceversa. Esa noche se había dado el lujo de tomar una copa como alguien más entre la multitud de personas y seres que pasan totalmente desapercibidos menos para el joven. Antes de responder, terminó su copa, deslizándola por la barra para que fuese de nuevo servida, aguantaba bien el alcohol y a partir de ahora debía tomárselo con más calma. Rió sin esconderlo, con verdadera gana al nombrar lo de la fórmula para las manchas de sangre, podría ser cualquier cosa pero hablar de sí misma con lo reservada que era la inglesa, prefería pasar de puntillas y como no, contar una verdad a medias.
-Una dama como yo creedme, se encuentra mejor en un bar como este que en la más selecta de las fiestas. ¿Qué me lleva a París? Vivo aquí, tengo que solucionar ciertos temas familiares, en donde vuestra fórmula, Kauto, me sería de gran ayuda pero desgraciadamente como dije antes, algunas manchas no se quitan con un trapo y menos las invisibles pero siempre se puede o tapar con otra mancha o…con otra copa de lo que me ha servido -mostró una breve sonrisa, dejando escapar un suspiro, las yemas de sus dedos comenzaron a martillear de forma distraída la superficie de la barra -Abbey. -el compañero de brindis se le antoja suspicaz, hay algo que dijo que no para de darle vueltas por la cabeza y cuando algo es así, lo suelta sin pensar en las consecuencias o en la respuesta -Es libre. ¿Lo es? Y cómo se siente…¿cómo se siente ser libre? La libertad para ciertas personas cuesta, incluso la vida…pero quién no lucha, no gana y por esa ansiada libertad, cualquier soñador estaría dispuesto a hacer lo que sea. Soy una soñadora, alguien quien cree que si se desea es posible, menos enfundarte en esos caros e incómodos vestidos, prefiero vestidos lindos plagados de manchas…manchas que cuentan historias. ¿Cuál es la suya?-
Una pregunta quizás osada pero ¿qué tenía que perder?
A tal ofrenda, una breve sonrisa apareció en sus labios rosados, hacía tanto que nadie le regalaba nada que no supo cómo reaccionar al instante, tomó la copa entre sus dedos y la alzó a la vez que el joven, un trago murió en su garganta. No soltó el trapo tintado con sangre carmesí la cual se mezcló con el aroma del trozo de tela, la sonrisa de la cazadora permaneció en su rostro al haberle lanzado una respuesta con otra pregunta.
-En el mismo lugar que yo, ¿en dónde podría estar mejor que aquí? -era cierto, su cuerpo se iba relajando en el taburete, movió la copa entre sus dedos dejando que el líquido bailase en su interior antes de volver a dar un trago a éste -No todo el mundo nace libre, quiénes creen no tener obligaciones ni deberes son sus propios esclavos…lo sé por experiencia pero preferí soñar cada día y conseguir cumplir cada uno de mis sueños que quedarme sentada observando una ventana cerrada en donde ningún sol poder contemplar. Sois soñador, libre y no hay mayor riqueza que esa ¿no creéis? Ah y gracias por el regalo -
Observó cada uno de sus movimientos, si bien era un vampiro ya la habría tenido a su merced y viceversa. Esa noche se había dado el lujo de tomar una copa como alguien más entre la multitud de personas y seres que pasan totalmente desapercibidos menos para el joven. Antes de responder, terminó su copa, deslizándola por la barra para que fuese de nuevo servida, aguantaba bien el alcohol y a partir de ahora debía tomárselo con más calma. Rió sin esconderlo, con verdadera gana al nombrar lo de la fórmula para las manchas de sangre, podría ser cualquier cosa pero hablar de sí misma con lo reservada que era la inglesa, prefería pasar de puntillas y como no, contar una verdad a medias.
-Una dama como yo creedme, se encuentra mejor en un bar como este que en la más selecta de las fiestas. ¿Qué me lleva a París? Vivo aquí, tengo que solucionar ciertos temas familiares, en donde vuestra fórmula, Kauto, me sería de gran ayuda pero desgraciadamente como dije antes, algunas manchas no se quitan con un trapo y menos las invisibles pero siempre se puede o tapar con otra mancha o…con otra copa de lo que me ha servido -mostró una breve sonrisa, dejando escapar un suspiro, las yemas de sus dedos comenzaron a martillear de forma distraída la superficie de la barra -Abbey. -el compañero de brindis se le antoja suspicaz, hay algo que dijo que no para de darle vueltas por la cabeza y cuando algo es así, lo suelta sin pensar en las consecuencias o en la respuesta -Es libre. ¿Lo es? Y cómo se siente…¿cómo se siente ser libre? La libertad para ciertas personas cuesta, incluso la vida…pero quién no lucha, no gana y por esa ansiada libertad, cualquier soñador estaría dispuesto a hacer lo que sea. Soy una soñadora, alguien quien cree que si se desea es posible, menos enfundarte en esos caros e incómodos vestidos, prefiero vestidos lindos plagados de manchas…manchas que cuentan historias. ¿Cuál es la suya?-
Una pregunta quizás osada pero ¿qué tenía que perder?
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
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Re: Found me- privado
El tiempo pasaba y los minutos se hacían horas, la taberna se iría vaciando poco a poco, ello se podía comprobar tras echar un corto vistazo y ver que los puestos vacíos, gente demasiado ebria para levantarse, la ausencia de ruido, y de gritos, hacían del lugar uno menos tenso de lo que era rato atrás, sin embargo, ahí estaban los dos, cazadora y vampiro entablando una conversación que, disfrazada de suceso casual, no era más que un método para estudiar debilidades entre sí, a lo que cada uno va a su bola. No se conocían desde antes, puesto que es evidente que cada uno tiene la astucia de no boconear sobre lo que hacen ni lo que son, y de no dejar rastros cuando cometen sus fechorías, no obstante, la forma en la que intentan sacarse información el uno del otro parece poética, más bien como un juego de ajedrez en el que, hasta ahora, sólo peones se habían perdido de ambos bandos; ninguno da su brazo a torcer.
En su caso, el aparente muchacho opta por cerrar la cantina, ya que era hora, y sentarse en uno de los taburetes, al lado de ella, llevándose consigo la botella del licor que estaban bebiendo. —Ahora estoy en el mismo lugar que, como, y con, usted. —Le corrige a la dama en forma de broma, y llena su copa, y la de ella, por tercera vez con la bebida alcohólica—. Antes de responder cualquier pregunta, Lady Abbey, debo decirle que estoy de acuerdo con eso que dijo, el que no obedece a la razón es esclavo de sus pasiones. Brindo por la gente que, con trabajo y esfuerzo, consigue lo que quiere y además aporta algo a su nación. —Y bebió profundo, hasta dejar la copa vacía.
Luego del tercer trago, el muchacho aparenta estar más sereno y en confianza, de vez en cuando echa alguna risa junto a ella, quizá así esta bajase la guardia y expusiera algo sin insinuaciones. —La libertad no significa hacer todo lo que deseemos sin impunidad, porque ello conllevaría caer en nuestros instintos más bajos, como los animales. ¿Me ve usted como un animal, Mademoiselle? Porque de serlo, no trabajaría en este bar ocho horas y otras seis en un restaurant. —Reflexionó en voz alta.
Deja de hablar por unos momentos, mismos que ocupa para acomodarse sobre su asiento con la intención de darle la cara y quedar frente a ella, mirándole al rostro, señal inequívoca de que le diría algo muy en serio. —Ser libre significa luchar contra nuestra propia naturaleza. Los humanos tienen —Deja de referirse como humano él mismo, adrede—, en su camino, muchas tentaciones, aunado a que no todos tienen ideas filosóficas como las que compartimos usted y yo ahora, acompañados de unas copas.
¿Por qué se tomaba el tiempo de hablar con alguien que quizá lo quisiese muerto? Es simple. La cantidad de años que tenía era tan grande que, aunque le confiriesen el máximo grado de cautela, hacían de su persona alguien que no temía al peligro, alguien muy audaz y hasta arrogante. Ella no es la primera que lo intentaría matar, y tampoco sería la última, él lo cree con toda seguridad. —¿Quiere saber si soy libre? Dentro de todo, yo creo que intento serlo, con la edad que tengo, voy por buen camino. —Suspira en una breve pausa que hace, como si pensase bien lo que va a decir luego— Pero respondiendo a su otra pregunta... Pues, ser libre te hace sentir recompensado con aquél sentimiento de satisfacción que nace cuando hacemos bien las cosas, con razonamiento.
Luego de re-direccionar su vista hacia la botella con el contenido a la mitad, juega con la copa que aún mantiene en su mano haciéndola girar con el dedo índice como eje de fuerza centrípeta, y entona algunas palabras —Mi historia ¿no?.. Creo que es muy larga para el poco licor que nos queda, y como ve, a diferencia de usted, no tengo manchas de sangre en mis ropas que la puedan contar... Quizá porque las máculas residen ocultas en la historia misma que me antecede. —Sin mirarle al rostro, terminó por esbozar una sonrisa que, más que reflejar felicidad o cualquier otro sentimiento, deja en claro su posición en aquél juego en que ambos participan.
En su caso, el aparente muchacho opta por cerrar la cantina, ya que era hora, y sentarse en uno de los taburetes, al lado de ella, llevándose consigo la botella del licor que estaban bebiendo. —Ahora estoy en el mismo lugar que, como, y con, usted. —Le corrige a la dama en forma de broma, y llena su copa, y la de ella, por tercera vez con la bebida alcohólica—. Antes de responder cualquier pregunta, Lady Abbey, debo decirle que estoy de acuerdo con eso que dijo, el que no obedece a la razón es esclavo de sus pasiones. Brindo por la gente que, con trabajo y esfuerzo, consigue lo que quiere y además aporta algo a su nación. —Y bebió profundo, hasta dejar la copa vacía.
Luego del tercer trago, el muchacho aparenta estar más sereno y en confianza, de vez en cuando echa alguna risa junto a ella, quizá así esta bajase la guardia y expusiera algo sin insinuaciones. —La libertad no significa hacer todo lo que deseemos sin impunidad, porque ello conllevaría caer en nuestros instintos más bajos, como los animales. ¿Me ve usted como un animal, Mademoiselle? Porque de serlo, no trabajaría en este bar ocho horas y otras seis en un restaurant. —Reflexionó en voz alta.
Deja de hablar por unos momentos, mismos que ocupa para acomodarse sobre su asiento con la intención de darle la cara y quedar frente a ella, mirándole al rostro, señal inequívoca de que le diría algo muy en serio. —Ser libre significa luchar contra nuestra propia naturaleza. Los humanos tienen —Deja de referirse como humano él mismo, adrede—, en su camino, muchas tentaciones, aunado a que no todos tienen ideas filosóficas como las que compartimos usted y yo ahora, acompañados de unas copas.
¿Por qué se tomaba el tiempo de hablar con alguien que quizá lo quisiese muerto? Es simple. La cantidad de años que tenía era tan grande que, aunque le confiriesen el máximo grado de cautela, hacían de su persona alguien que no temía al peligro, alguien muy audaz y hasta arrogante. Ella no es la primera que lo intentaría matar, y tampoco sería la última, él lo cree con toda seguridad. —¿Quiere saber si soy libre? Dentro de todo, yo creo que intento serlo, con la edad que tengo, voy por buen camino. —Suspira en una breve pausa que hace, como si pensase bien lo que va a decir luego— Pero respondiendo a su otra pregunta... Pues, ser libre te hace sentir recompensado con aquél sentimiento de satisfacción que nace cuando hacemos bien las cosas, con razonamiento.
Luego de re-direccionar su vista hacia la botella con el contenido a la mitad, juega con la copa que aún mantiene en su mano haciéndola girar con el dedo índice como eje de fuerza centrípeta, y entona algunas palabras —Mi historia ¿no?.. Creo que es muy larga para el poco licor que nos queda, y como ve, a diferencia de usted, no tengo manchas de sangre en mis ropas que la puedan contar... Quizá porque las máculas residen ocultas en la historia misma que me antecede. —Sin mirarle al rostro, terminó por esbozar una sonrisa que, más que reflejar felicidad o cualquier otro sentimiento, deja en claro su posición en aquél juego en que ambos participan.
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Re: Found me- privado
“Today is a good night”
Su instinto le avisaba de que ese joven no era cualquier mesero, un humano corriente que dedicaba su día a día al duro trabajo de llevar la taberna mientras se evadía de su mundo real, así podía ser pero la realidad se disfrazaba de un modo muy diferente. perdió la noción del tiempo, ¿cuánto llevaba allí? Tantas horas como copas habían probado sus labios, quemado su garganta y aún así no era suficiente, el vacío seguía ahí incluso impidiéndole respirar. Aunque de espaldas, pudo saber a dónde se dirigían los pasos del joven, la puerta cerrada, alguna que otra silla colocada en su lugar…y la mezcla de alcohol, tabaco y las esencias de cada individuo que ya no se encontraba allí, se quedaron a solas acompañados de su inseparable amiga la copa que Abbey acariciaba con las yemas de sus dedos, esperando…nada.
-Brindo también por ello pero en mi caso no obtuve todo lo…que quise -embriagada por el efecto del alcohol, su tono es más bajo pero totalmente consciente de lo que ocurre a su alrededor, se siente un poco mareada pero en sí misma, no ha perdido ninguna de sus facultades… una botella quizás y entonces sí que no habrá mundo en ella, sabe cual es su límite -No os equivoquéis, no lo veo como un animal pues en todo caso ya me habría mordido… -sonrió contra el filo de su copa, tomando un sorbo, dejó la frase a medias -Algunos animales muerden, otros son leales y complacientes. Creo que a fin de cuentas somos animales… sí, lo creo. -gira el cuerpo hacia él, no está muy cerca pero sí a una distancia prudencial y lo agradece pues necesita su propio espacio, de algún modo siente que ha hablado antes demasiado por lo que piensa todo, elige las palabras antes de seguir con la conversación.
-Buen punto. Las damas no van por ahí de noche, con vestidos lindos tintados con sangre que no es de ella misma, no lo considero estúpido es más…tal como dice, si va por buen camino es que ha salido airoso y en eso de momento, estamos en igualdad de condiciones -no había dejado claras sus intenciones pero si seguía allí, sin moverse un ápice y con claras intenciones de permanecer sentada hasta que la echase, decía mucho de la cazadora -Sólo soy justa, no mancho mi vestido con cualquier sangre. En esta vida podréis encontraros personas buenas y malas, ¿no es así? Ya os dije …eso pasa con los animales, no tengo motivos para capturar si no veo amenaza. No es más complejo que eso…pero tiene gracia, pues terminé conversando con lo que supuestamente se consideran mis propios demonios. No lo veo como una amenaza, no me dio motivos de ello…y diablos, hablo demasiado-fue ella quien llenó sendas copas, dejando escapar un largo suspiro, el día pronto daría paso y no sería la última noche que se desvelaría, poco solía dormir por la noche.
-No todos somos animales, Kauko -
Su instinto le avisaba de que ese joven no era cualquier mesero, un humano corriente que dedicaba su día a día al duro trabajo de llevar la taberna mientras se evadía de su mundo real, así podía ser pero la realidad se disfrazaba de un modo muy diferente. perdió la noción del tiempo, ¿cuánto llevaba allí? Tantas horas como copas habían probado sus labios, quemado su garganta y aún así no era suficiente, el vacío seguía ahí incluso impidiéndole respirar. Aunque de espaldas, pudo saber a dónde se dirigían los pasos del joven, la puerta cerrada, alguna que otra silla colocada en su lugar…y la mezcla de alcohol, tabaco y las esencias de cada individuo que ya no se encontraba allí, se quedaron a solas acompañados de su inseparable amiga la copa que Abbey acariciaba con las yemas de sus dedos, esperando…nada.
-Brindo también por ello pero en mi caso no obtuve todo lo…que quise -embriagada por el efecto del alcohol, su tono es más bajo pero totalmente consciente de lo que ocurre a su alrededor, se siente un poco mareada pero en sí misma, no ha perdido ninguna de sus facultades… una botella quizás y entonces sí que no habrá mundo en ella, sabe cual es su límite -No os equivoquéis, no lo veo como un animal pues en todo caso ya me habría mordido… -sonrió contra el filo de su copa, tomando un sorbo, dejó la frase a medias -Algunos animales muerden, otros son leales y complacientes. Creo que a fin de cuentas somos animales… sí, lo creo. -gira el cuerpo hacia él, no está muy cerca pero sí a una distancia prudencial y lo agradece pues necesita su propio espacio, de algún modo siente que ha hablado antes demasiado por lo que piensa todo, elige las palabras antes de seguir con la conversación.
-Buen punto. Las damas no van por ahí de noche, con vestidos lindos tintados con sangre que no es de ella misma, no lo considero estúpido es más…tal como dice, si va por buen camino es que ha salido airoso y en eso de momento, estamos en igualdad de condiciones -no había dejado claras sus intenciones pero si seguía allí, sin moverse un ápice y con claras intenciones de permanecer sentada hasta que la echase, decía mucho de la cazadora -Sólo soy justa, no mancho mi vestido con cualquier sangre. En esta vida podréis encontraros personas buenas y malas, ¿no es así? Ya os dije …eso pasa con los animales, no tengo motivos para capturar si no veo amenaza. No es más complejo que eso…pero tiene gracia, pues terminé conversando con lo que supuestamente se consideran mis propios demonios. No lo veo como una amenaza, no me dio motivos de ello…y diablos, hablo demasiado-fue ella quien llenó sendas copas, dejando escapar un largo suspiro, el día pronto daría paso y no sería la última noche que se desvelaría, poco solía dormir por la noche.
-No todos somos animales, Kauko -
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